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Título de la ponencia: La noción de comunidad en Marx.

Una lectura desde el trabajo social crítico1


(Avance investigación).
Nombre del responsable y país: Cory Duarte Hidalgo2, Chile.
Institución, universidad u organización a la que pertenece: Universidad de Atacama, Copiapó, Chile.
Resumen: En esta ponencia se revisarán algunos de los registros que Marx enuncia sobre el concepto de
comunidad, rescatando dos que nos parecen particularmente atingentes para el trabajo social crítico: por
un lado se expone la concepción de la comunidad en el joven Marx, cercana a la idea de la
emancipación, y por otro, se revisa la idea de comunidad como producto histórico pre burgués, noción
que desarrolla en los Manuscritos y en la Grundrisse. Desde este marco, se analiza la influencia de estos
registros en las propuestas críticas de intervención con las comunidades, articulándolas con el proyecto
ético político del trabajo social latinoamericano, y por ende con la dimensión ética y política de las
intervenciones desarrolladas con las comunidades.
Palabras claves: Comunidad, trabajo social, proyecto ético-político.

Introducción:
Realizar una investigación sobre el trabajo social comunitario resulta una aventura. Implica
repensar y replantear los elementos constitutivos de la disciplina, aquellos que se asumen y repiten como
mantra, pero que nadie tiene suficientemente claro su origen y desarrollo. Lo anterior es significativo,
dada la tradición disciplinar, marcada profundamente por las influencias europeas y norteamericanas, y
la dependencia en su cuerpo teórico de disciplinas afines como la sociología, filosofía y psicología,
elementos que no han sido lo suficientemente desafiadas, en la construcción y recuperación de un relato
propio, latinoamericano, que supere la colonialidad del poder/saber/ser y que valore la memoria
disciplinar gestada en el continente.
El trabajo social comunitario, al menos en Latinoamérica, posee una historia particular que afecta
su trayectoria, y modela sus formas de comprender/estar en el mundo. Esta historia, tiene relación con
las formas de establecimiento del control social por parte del Estado en los sectores populares, el
control de los cuerpos obreros, el disciplinamiento de los sectores civiles de las elites, la utilización

1 Basada en algunas de las reflexiones en el marco de la tesis doctoral en desarrollo, Facultad de Trabajo Social, Universidad
Complutense de Madrid.
2 Asistente Social, Licenciada en Trabajo Social. Máster en Trabajo Social Comunitario. Máster en Estudios Feministas.
Máster en Inmigración, refugio y relaciones intercomunitarias. Doctoranda en Trabajo Social, Universidad Complutense de
Madrid. Académica, Departamento de trabajo social, Universidad de Atacama, Copiapó, Chile.

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política de las mujeres (Illanes, 2006), pero también, tiene relación con los esfuerzos intervencionistas
foráneos, que intentaban por diversas vías tener el control político y económico del continente
(incluyendo por supuesto sus ricos recursos y su gente). En este relato, el trabajo social comunitario
como nivel de intervención propio de la profesión es gestado en el mismo marco. La notoria influencia
de lo trazado anteriormente adquiere su punto más alto, en los años en que la organización y desarrollo
de la comunidad se declara como un objetivo/proceso necesario para alcanzar el “desarrollo de los
pueblos”, y se estipula la necesidad de aumentar la calidad y cantidad de trabajadores y trabajadoras
sociales, con miras a lograr, mediante la organización comunitaria, el anhelado desarrollo y la
disminución de la pobreza. La intervención comunitaria brilló en los tiempos de la reconceptualización.
En la década de los sesenta se anunciaba como la más importante de las áreas, aquella que reunía todas
las intervenciones del trabajo social.
En los años posteriores, y luego de la profunda represión, castración, tortura y muerte que sufrió
el trabajo social chileno durante la dictadura militar, se incorporó en la profesión “una impronta
metodológica tecnocrática basada en modelos teóricos y concepciones de raigambre positivista”
(Castañeda, 2014, p. 33), las que fueron introducidas en forma anterior a la reconceptualización del
trabajo social latinoamericano, pero que se fortalecieron en la década de los ochenta. Así, la tecnocracia
permitió respaldar la empleabilidad en los años en que la preocupación gremial era la sobrevivencia, lo
cual derivó en una funcionalidad al modelo de desarrollo imperante, dejando de lado “los procesos
reflexivos en torno a los sujetos, sus contextos y los conflictos del mundo social, las condiciones
estructurales y contingentes” (p. 34). En las últimas décadas y producto de la implementación de las
políticas neoliberales, el quehacer profesional y disciplinar se ha reducido a una serie de acciones de
carácter aséptico, tecnócrata y de corte estético. La reproducción continua de estos patrones mermó las
posibilidades de intervenciones críticas, que permitiesen procesos de cambio y transformación real. Sin
embargo, en otros espacios, sobre todo en los sectores populares, profesionales del trabajo social
lograron realizar estrategias contra hegemónicas, que incentivadas por los sectores populares y las
organizaciones internacionales, coadyuvaron en la revitalización de la organización popular.
Lo que observamos hoy en día es la existencia de intervenciones sociales que en la rapidez de la
ejecución de proyectos derivados de políticas sociales asistencialistas, y del desprendimiento estatal de
lo social a través de la tercerización, colaboran en la fragmentación de los lazos comunitarios y
refuerzan los mensajes que aluden al individualismo.

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El trabajador o trabajadora social es un actor que, en la actualidad, media y dialoga entre los
distintos actores/sujetos, y que responde a condicionantes institucionales, estructurales y sociales, que se
articulan en función de la intervención realizada (Duarte, 2013). Esta comprensión toma como punto de
partida la idea de que el trabajo social es una práctica contradictoria, en la que él o la profesional debe
ponerse al servicio de “un proyecto de clase alternativo a aquel para el cual está llamado a intervenir”
(Marro, 2005, p. 60). La profesión situada en la división social del trabajo, con un potente “significado
sociohistórico en el marco de la producción y reproducción de la relaciones sociales” (p. 60), debe
establecer una formación teórica que permita comprender los procesos sociales, políticos y económicos
que inciden en las desigualdades. Sin embargo, creemos que esto no se ha logrado, por ende, nuestra
hipótesis es que el trabajo social, en lo comunitario, dista de los elementos teóricos, metodológicos y
ético-políticos para la intervención social que se requiere, dados los complejos contextos y escenarios
del Chile actual, razón por la cual se debe hacer una revisión profunda de aquellos aspectos. Creemos
que en esto influye tanto la colonialidad del poder, como los procesos histórico-sociales del continente,
el sistema neoliberal, pero también, el hecho de que trabajo social es una profesión y disciplina
conformada casi exclusivamente por mujeres, en un tenaz y espeso universo heteropatriarcal.
Es por esto que, consideramos importante revisar los referentes teóricos que se tienen sobre la
intervención comunitaria (aunque Marx no es el mejor ejemplo para los análisis feministas), con tal de
observar las tensiones presentes, no sólo en lo teórico, sino también en los aspectos fundantes,
operativos y ético-políticos de la profesión, materia que no alcanzamos abordar en este breve ponencia,
pero que se irá presentando con posterioridad.

DESARROLLO
Para iniciar, podemos afirmar que, observamos una profunda tensión entre dos formas de analizar los
orígenes del trabajo social. Por un lado, encontramos la forma tradicional, europea y norteamericana que
explica el origen de la profesión a partir de la caridad y la filantropía como elementos fundantes, visión
que es recogida por la mayor parte de autores eurocentrados. Contrariamente, existen voces, situadas en
su mayoría en Latinoamérica, que critican la visión endógena del trabajo social, planteando que este
nace como respuesta a la cuestión social, al capitalismo, (Montaño, 1998; 2004; Netto, 2002; Iamamoto,
2003). Así, desde esta perspectiva, el trabajo social “tiene en la cuestión social la base de su fundación
como especialización del trabajo” (Iamamoto, 2003, p. 41 [cursiva en el original]). De esta forma, y
siguiendo el hilo de lo señalado por la autora, el trabajo social es una profesión particular que responde a

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la división social, técnica y sexual del trabajo colectivo. Constituyéndose en el agente responsable de la
ejecución de las políticas sociales, las que surgen para mitigar los efectos que la cuestión social y la
impronta capitalista ha generado en nuestros territorios.
Es la “cuestión social” el contexto en el cual surge el trabajo social comunitario, espacio de intervención
profesional que pese a su importancia y valor en el proyecto ético político profesional, ha sido relegado
en una subalternidad solo explicada por su relación con la idea de emancipación, y su asociación a un
proyecto crítico de intervención profesional.
En este sentido, el trabajo social comunitario carece de una producción teórica propia, utilizando para su
fundamentación elementos provenientes de otras disciplinas, lo que implica una dificultad en torno a la
validación de su accionar, asunto que retumba también en los proceso metodológicos que en él se trazan.
Es por esto que, y creyendo firmemente en que el trabajo social comunitario es un espacio político y
transformados, creemos necesaria una relectura de los referentes clásicos, iniciando el proceso con Karl
Marx.
Adentrándonos en esta revisión señalaremos que Marx presenta dos registros de comunidad disímiles
entre sí. En su etapa joven, visualiza a la comunidad como el lugar en el cual lo común sostiene la
existencia de los individuos (1982c). La comunidad, en esta etapa del autor, es representada como un
lugar anhelado, en el que se produce la verdadera socialidad, un espacio en donde las personas se
encuentran reconciliadas con el sentimiento humano, en contraposición a la sociedad, instancia en la
cual los hombres carecerían de humanidad y libertad. De esta forma, la comunidad es un lugar al que se
puede retornar, siempre y cuando se despierte el sentimiento humano, la emancipación, el “sentimiento
de libertad” (1982b [1843], p. 446). Esta idea sobre la comunidad no es reducible a la comunidad
política, puesto que la excede, ya que en la comunidad humana se desarrollaría la vida genérica como
tal, en toda su inmensidad y variedad (Álvaro, 2012). Las limitaciones que Marx observa en la
comunidad política tienen relación con la concepción de emancipación, la que no es necesariamente
política. La comunidad política, en un ente que no permite a las personas actuar comunitariamente, sino
más bien, les supedita bajo su influjo, viéndoles como seres aislados y parciales. Así, Marx en 1844,
señala que pretendiendo lo anterior, las revoluciones han errado al plantear la separación entre individuo
y comunidad. Provocando deshumanización, fenómeno que se produce debido a la necesidad “de las
clases carentes de influencia política a superar su aislamiento con respecto al Estado y al poder” (1982f,
p. 520). Frente a esto expone categóricamente que “la esencia humana es la verdadera comunidad de los

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hombres” (1982f, p. 519), idea que es trabajada durante los siguientes años, y en la cual considera a la
comunidad como aquella instancia en que la humanidad puede vivir la libertad de su existencia.

Si la esencia humana es la verdadera comunidad de los hombres, como se planteaba anteriormente, el


verdadero comunismo es la forma en que se realiza la verdadera comunidad (Álvaro, 2012), lo cual
representa la emancipación humana general. La existencia de esta verdadera comunidad no depende del
hombre, puesto que no es una invención propia, sino más bien es lo que el hombre es en la existencia de
otros. De esta forma, la idea de comunidad en el joven Marx representa el conjunto de relaciones
sociales de las que participan las personas en su actividad vital, siendo la existencia humana, por
esencia, comunitaria. El interés de Marx en lo esencial, tiene relación con la crítica al capitalismo y la
sociedad moderna que ya había evidenciado en escritos anteriores y que desarrollaría años más tarde.
Sin embargo, su interés específico está vinculado a la idea de una “ontología de lo común” basada en las
relaciones sociales, elemento que es marcadamente un sello distintivo de su obra (Álvaro, 2012).

Es así como la noción de comunidad en Marx, en esta primera etapa ha de ser leída como un intento de
valorar lo social, lo común, como elemento central de vida humana, imposible de observar sólo de
manera teórica o abstracta, sino esencialmente práctico, forma que ha de orientar el tránsito hacia la
transformación de lo social.

En relación al segundo registro que encontramos en las ideas marxistas sobre comunidad, se puede
identificar a esta como un producto histórico pre-burgués, posible de observar en la revisión que hace
Marx de las formas de propiedad comunal, las cuales se inician en la tribu, fundamentada en la familia
como base productiva, y en la que, la división del trabajo se hace de la forma sexuada instaurada por el
patriarcado. Tras esta forma primitiva se desarrolla el feudalismo, los gremios, y finalmente, el
capitalismo; formas sociales basadas en las capacidades productivas de los humanos (Marx [1846],
1974). Así, las formas iniciales se apoyan en la estructura familiar y las relaciones comunitarias, ya que
sólo a partir de la mejora de los instrumentos de producción se acentúa la división del trabajo, y por ende
las desigualdades. Para Marx, la comunidad es “la relación recíproca entre estos propietarios iguales y
libres, su vínculo contra el exterior, y es, al mismo tiempo, su garantía” (2007, p. 437), por tanto, la
relaciones comunitarias se establecen entre propietarios privados, haciéndoles miembros de una
comunidad de semejantes, quienes trabajan comunitariamente para el mantenimiento de su seguridad.
Así, las comunidades están relacionadas con la propiedad “en tanto ésta es el suelo, pero al mismo
tiempo, en tanto ésta es su ser como miembros de la comunidad, y el mantenimiento de sí mismo como

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miembro es igualmente el mantenimiento de la comunidad y viceversa” (p. 438). Así, el autor establece
que las comunidades son un producto histórico, cuyo origen es la propiedad del suelo, el cual es
mediado por “su ser miembro del estado”, y cuyo supuesto de perduración es el “mantenimiento de la
igualdad” entre sus miembros, y “el trabajo propio como condición para la perduración de su propiedad”
(p. 438). Este trabajo pertenece a la comunidad, sin distinciones, pudiendo ser el trabajo de la tierra o el
trabajo de la guerra, de tal manera que el miembro de la comunidad “no se reproduce a través de la
cooperación en el trabajo wealth producing, sino a través de la cooperación en el trabajo para los
intereses colectivos (reales o imaginarios) ligados al mantenimiento del nexo hacia afuera y hacia
adentro” (p. 439 [anglicismo en el original]).

Los registros comunitarios en la obra de Marx, permiten identificar dos niveles de análisis disímiles pero
que se integran entre sí, esto es, los niveles ontológico y ético político del discurso de lo común
(Gertenbach, Laux, Rosa, y Strecker, 2010). El primero es presentado en el primer registro en plenitud,
la idea de la comunidad como esencia, sin embargo, la comunidad desde lo ético y lo político se
entremezcla y asoma en ambos registros de lo comunitario, ya que son estos elementos los que surgen
tanto en la construcción de la comunidad como esencia, como en la construcción sociohistórico del
concepto.

Conclusiones
Al comenzar este escrito se mencionaba las dificultades en los aspectos teóricos que sostienen el
accionar del trabajo social con las comunidades, aspecto al cual se pretende aportar a través de esta
reflexión. Esto necesariamente implica perder el miedo a los autores clásicos, permitiéndonos incorporar
sus reflexiones en las categorías utilizadas desde lo disciplinar. Si bien es cierto, la conceptualización de
la comunidad tiene relación con el contexto político, histórico y social, también lo es la necesidad de
fortalecer los constructos teóricos necesarios para la comprensión de la misma. En este sentido, resulta
esencial la integración de las dimensiones del trabajo social, con énfasis en la acción política,
desprestigiada en algunos ámbitos, pero vital en las intervenciones desarrolladas en/con las
comunidades. Lo anterior conlleva a repensar la naturaleza del trabajo social comunitario, y alejarse de
la mirada de la comunidad como objeto de estudio y de intervención.

Las comunidades son sujetos colectivos históricos (Heras i Trias, 2008) y deben abordarse como tales;
pero, son sujetos sociales históricos distintos a los tradicionales (como el partido, o el sindicato), ya que

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la conciencia crítica no es la misma, debido a su propia historicidad. Existen otras miradas que señalan
que en realidad la comunidad es “un acontecimiento revolucionario, radicalmente alterativo en su
sustentación y personal en su adhesión y verificación, en el que imprevistamente se encuentran los que
ante todo son extraños entre sí” (Fornari, 2006, p. 36). La decisión entre lo uno y lo otro queda
ciertamente situada en la definición y reconocimiento de la propia comunidad como actor. En este clima
de cosas, la intervención comunitaria se convierte en un diálogo continuo entre las fuerzas desplegadas,
los actores involucrados y los procesos de subjetivación. Y aquí valga la siguiente consideración, no se
puede dejar de lado la cuestión social, como lo evidencia Netto, y la contradicción teórica que en
muchas ocasiones vive el trabajo social en las posturas tecnocráticas y positivistas, antagónicas a la
tradición marxista; ya que, como diría el autor brasileño: no es necesario “recordar el trazo
antidemocrático y antirevolucionario – a veces zoológicamente antimarxista y anticomunista – que
marcó buena parte de la historia profesional del Servicio Social en todas las latitudes” (2003, p. 159).

A pesar de lo anterior, y reconociendo nuestra propia historia profesional latinoamericana, se rescatan las
posibilidades de diálogo entre el trabajo social y la perspectiva marxista, sobre todo en tres puntos ya
señalados por Netto: comprender el significado social de la profesión, guiar la intervención realizada y
dinamizar la elaboración teórica. En este sentido, no se puede avanzar en la anhelada transformación que
pretende la profesión sin tener en el horizonte la superación de la cuestión social, para lo cual la
tradición marxista sirve de soporte que enriquece la práctica profesional, siendo uno más de los
andamios a los cuales ha de recurrir el trabajo social para conseguir los fines que persigue.

El carácter contradictorio del trabajo social que enuncia Marilda Iamamoto (2003), permite el diálogo
constante entre las diversas posturas de tal manera que, el análisis de la profesión supone “abordar,
simultáneamente, los modos de actuar y de pensar incorporados por sus agentes, atribuyendo visibilidad
a las bases teóricas asumidas por el Servicio Social en la lectura de la sociedad y en la construcción de
respuestas a la cuestión social” (p. 76). Es también el desafío en las intervenciones comunitarias, cuya
pertinencia y preparación son fundamentales para generar intervenciones respetuosas con las
comunidades, que permitan la emancipación y la vida buena, avanzando desde la teoría a la praxis.

Es este el punto fundamental de lo planteado al decidir adentrarse en la revisión de la noción de


comunidad en Marx: valorar y problematizar la importancia de lo común, y visibilizar los
posicionamientos éticos y políticos a la hora de intervenir desde el trabajo social con las comunidades.
Es que, creemos firmemente, el trabajo social comunitario constituye la unidad básica de la acción

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profesional (Zamanillo y Gaitán, 1991). Sin embargo, poco a poco se le ha ido quitando importancia, de
tal forma que, sus bases teóricas, conceptuales y metodológicas se presentan como difusas, poco claras y
provenientes en su mayoría de otras disciplinas. Esta situación desemboca en que tanto la reflexión
sobre lo comunitario, como la oferta educativa enfocada a la formación especializada sea escuálida,
existiendo una notable disociación entre la práctica con las comunidades y el andamiaje
teórico/metodológico; elementos que reducen las intervenciones y las apuestas políticas de
transformación de lo social que puedan generarse a partir del acompañamiento de las comunidades
(Kniffki, y Reutlinger, 2013). A esto se suma, los intentos por parte del sistema neoliberal de secuestrar
la intervención comunitaria, en la línea de lo planteado por Marx respecto de la alienación por parte de
la comunidad política, en el intento de institucionalizar los lazos comunitarios y parcelar lo común.

En los últimos años observamos que las propuestas de planificación, asociadas a los enfoques
desarrollistas, tecnócratas y primordialmente capitalistas, se han impuesto en las intervenciones. Las
intervenciones comunitarias son licitadas a través de proyectos, en los que los tiempos de intervención
son extremadamente cortos, afectando a los procesos emancipatorios, comunidades que no tienen
posibilidad de decidir en los proyectos, diagnósticos realizados desde arriba sin participación colectiva,
sobreintervención de los territorios y profesionales en condiciones laborales precarias, son en gran parte
el contexto en que el trabajo social despliega su accionar con las comunidades. Estas realidades afectan
la puesta en marcha de intervenciones potentes en el plano ético y político, dimensión fundamental en
este tipo de intervenciones, que apuntan hacia la transformación de lo social.

De esta forma, consideramos que urge repensar la intervención comunitaria, valorando lo común, desde
la visión marxista, enfrentando las crisis e inflexiones que marcan su actuar, permitiendo la construcción
de un proyecto profesional fundado en principios y valores como el amplio repertorio de derechos de los
humanos y humanas (Montaño, 2004), así como la dignidad, el respeto a la diversidad, y la
consideración de las comunidades como principales protagonistas de nuestro accionar. Desde este punto
de vista, la renovación de lo comunitario se enmarca, ya no en la autonomía del individuo, sino en su
heteronomía (Maffesoli, 2012). Esto implica, priorizar la experiencia y la memoria tanto personal como
colectiva. Es así como, el desafío de lo comunitario en la actualidad obliga a comprender las
comunidades desde otros puntos de vista, que no sólo sitúen su abordaje a partir de las Ciencias
Sociales, sino también, que den cabida al conocimiento ordinario. Los desafíos para nuestra profesión en

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general, y lo comunitario en particular, son tremendos, pero es el tiempo y el momento para repensar y
potenciar la intervención comunitaria desde el trabajo social

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