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Sonia Sanahuja
Justamente, el autor menciona a continuación de esta cita, que será Judith Butler
quien desarrollará de manera brillante, esta innegable contribución derridiana a la
teoría queer. Sin embargo, aunque más adelante continuaré por esta línea, es
1 Esta autoridad del enunciador, del hablante, se relaciona no con un atributo personal, sino con las
fuertes convenciones sociales vinculadas con el acto de habla.
2 No hay que olvidar que el mismo Austin señala que el performativo puede resolverse como
3
En relación con lo que ya ha sido comentado en la nota anterior, se podría decir, como paráfrasis
de lo afirmado por Butler respecto del par sexo/género (el sexo siempre fue género), el constatativo
siempre ha sido performativo, para el caso de predicar algo acerca de la realidad que se constituye
como tal en el enunciado que sólo aparentemente parece caracterizarla, pero que en realidad
produce el efecto que nombra y los efectos del nombre.
Lo mismo que se "falsifica" una firma, o se "teatraliza" una boda, se pueden
"repetir" todos los actos que ejecutan los hombres como señas de su
masculinidad y que justamente no mantienen con el varón un vínculo de
naturaleza, los hombres heterosexuales no actúan "masculinamente" por
ser hombres, sino que los actos que realizan son repetibles por cualquier
sujeto en cualquier situación: lo que desvela el estatuto performativo de la
"masculinidad". (Vidarte, 2007: 96)
4 Es necesario desde ahora, aunque más adelante lo desarrollaré puntualmente, señalar que
adjudicar a la propuesta de la performatividad del género desarrollada por Butler, un carácter
voluntarista, implica ignorar que la autora parte de una matriz de inteligibilidad hegemónica, que se
constituye a partir del binarismo normativo y la heterosexualidad obligatoria, excluyendo otras
posibles configuraciones de sentido, relativas tanto al sexo, como al género. Leer voluntarismo,
supone desconocer las fundaciones foucaultianas –así como también las apropiaciones singulares
del psicoanálisis lacaniano- sobre las cuales la autora soporta su definición de discurso, siempre
entendido desde el poder y como efecto del poder. Como lo apunto en el texto, se comentará
brevemente sobre las lecturas voluntaristas de la teoría de la identidad de Judith Butler.
Esto significa que la propia "existencia' del sujeto está implicada en un
lenguaje que precede y excede al sujeto, un lenguaje cuya historicidad
incluye un pasado y un futuroque exceden al sujeto que habla. Ysin
embargo, este "exceso" es lo que hace posible elhabla del sujeto. (Ibíd.: 54)
Vinculado a la idea lacaniana de que “el hombre es el tiempo del objeto” 5, Butler
señala que también el hombre es el tiempo del Otro, en la medida en que, al ser
nombrados, entramos en el espacio social y en el tiempo. Ahora bien, desde estos
trazos que permiten acercarse a la performatividad como una teoría de la
subjetividad, se abre la posibilidad de pensar desde ella la pretendida, pero no
lograda, clausura del sujeto en su generización. Como ya ha sido mencionado,
somos generizados, desde y por el hablante que habla un discurso que lo
precede/excede y lo constituye como tal; esa generización constriñe, anticipa con
intenciones de fijación, la ficción de una unidad identitaria, instituye la propia
subjetividad, desde el habla ajena, desde una interpelación originaria, desde el
Otro y, además, desde una exclusión que es constitutiva.
5 La frase es de Lacan, citado por Butler en Lenguaje, poder e identidad (1997: 55).
Desde el punto de vista de lo que podría nombrarse como subjetividad
generizada6, es necesario, como señala la autora, perfilar la posibilidad de una
deconstrucción del género que permita acceder a sus categorías inmanentes, para
posibilitar a su vez la revelación de los actos contingentes que crean la apariencia
de una necesidad naturalista, a fin de exhibir cómo la misma noción de sujeto que
se hace inteligible por su apariencia de género, se vincula a ciertas opciones
excluidas por su reificación y por la continua repetición de una actuación
performativa que refuerza dicha reificación. Esta operación, este proyecto,
claramente político en el contexto de la exposición de Butler en El género en
disputa (2007), también puede ser pensado aquí como un procedimiento, en cierto
modo, como una dimensión metodológica que permitiría acceder al modo en que
ciertas categorías, naturalizadas por repetición, consolidan en ausencia de su
cuestionamiento, una ilusión de identidad fuertemente relacionada, tanto
conceptual como pragmáticamente, con la constitución de la subjetividad.
6 Quisiera aclarar que esta formulación (subjetividad generizada) procede de una lectura propia de
las ideas expuestas por Judith Butler y que en consonancia con el título de la obra referida,
problematizan al género en lo concreto de su actuación y en la especificidad de su dimensión
categorial abstracta, así como en lo que hace a sus posibilidades políticas desde el terreno del
feminismo, a partir de una confrontación entre la propuesta de la autora y las ideas de varios
autores, como Monique Wittig, Simone de Beauvoir, Luce Irigaray, Michel Foucault, entre otros.
Puesto que en este punto del presente trabajo se problematiza subjetividad y género, las
articulaciones e incluso algunas categorías teóricas proceden de una apropiación particular de sus
propuestas.
7 Esto no significa afirmar que existe una autonomía total en la toma de una decisión respecto de la
construcción de la subjetividad; tampoco voluntarismo a secas. No se puede ser sin ser nombrado,
es lo que se ha venido afirmando no sólo siguiendo a Butler, sino también a Foucault, pero una vez
Frente a esta posibilidad y desde su extremo opuesto, como cosificación de un
devenir que la misma cosificación pretende negar a partir de una forma actual, de
lo que es (es decir, no denuncia el venir siendo desde y a partir del Otro), Butler en
la obra antes citada afirma, a propósito de los interrogantes sobre el sujeto del
feminismo y la calidad de su representación política en tanto tal, que la identidad
es siempre una noción errónea, puesto que su estabilidad y coherencia interna,
niegan la complejidad de las articulaciones concretas entre clase, raza, etnia y
otros ejes de relaciones de poder que la atraviesan y constituyen siempre
problemáticamente y nunca totalmente. En términos de subjetividad, Butler está
problematizando la especificidad de lo femenino (2007: 50-53) y desde esa
problematización, se genera un desliz desde la noción errónea de identidad, para
hacer posible el emplazamiento de las preguntas sobre el sujeto en la constitución
de su subjetividad.
que se es nombrado por Otro, existe la posibilidad de una apropiación crítica y entrando en el
lenguaje, quien fue hablado, nombrado, tendrá también inaugurada su oportunidad concreta de
hablar/nombrar. Es posible, así mismo, apropiarse del exceso que es constitutivo del discurso, que
siempre dice más, y posicionarse en la falla de la clausura, para generar nuevas configuraciones
de sentido. Sin embargo, en términos del poder de hablar, el sujeto no ejerce un poder soberano
sobre lo que dice, aunque, agregaría, tampoco es absoluta y totalmente sujetado/clausurado por su
discurso. Butler, problematizando la interpelación predica de ésta su carácter inaugural y no
descriptivo, para concluir afirmando que: “Si el que habla no es su autor, y el que es marcado por
él no es objeto de una descripción, entonces las funciones del poder interpelativo exceden a los
sujetos constituidos en sus términos, y los sujetos así constituidos exceden la interpelación que les
anima” (1997: 63). Se volverá sobre esto, cuando se trabaje la relación
interpelación/performatividad.
heterosexuales, convergentes desde el binarismo no cuestionado que organiza
monolíticamente, al decir de Butler, sexo/género/deseo-, sino también la
constitución de una subjetividad que desde su inauguración en el nombre de un
género impuesto en virtud del sexo -o más bien, de cierta anatomía-, está
emplazada en los márgenes por fuerza de la posición fijada en y para un sujeto
que encarna una subjetividad hegemónica, la cual también fija y es fijada por los
márgenes de su inteligibilidad.
Así, “si la identidad es un efecto de las prácticas discursivas” (Ibíd.: 73), es posible
pensar la subjetividad también como un efecto de las mismas (en el sentido de lo
que ha sido hasta aquí presentado, no hay identidad sin sujeto), lo que lleva a
ubicar ontológicamente al sujeto en el universo simbólico del lenguaje, constituido
por un discurso que instituye lo que predica, aunque se esconda detrás de la
aparente ingenuidad de una máscara descriptiva. “Es niño” o “es niña”, nunca es
un acto de habla constatativo, ha sido desde siempre un performativo inaugural,
que sujeto a las fuertes convenciones sociales fundadas en las relaciones de
poder constitutivas del discurso, norma imponiendo una inteligibilidad, misma que
define las posibilidades de su subjetividad y su emergencia misma como sujeto.
El discurso, por más que en apariencia sea poca cosa, las prohibiciones
que recaen sobre él, revelan muy pronto, rápidamente, su vinculación con el
deseo y con el poder. Y esto no tiene nada de extraño: ya que el discurso
—el psicoanálisis nos lo ha mostrado— no es simplemente lo que
manifiesta (o encubre) el deseo; es también lo que es el objeto del deseo; y
ya que —esto la historia no cesa de enseñárnoslo— el discurso no es
simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación,
sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que
quiere uno adueñarse. (Foucault, 1992: 12)8
8
Parte de este fragmento ya ha sido citado en el cuarto capítulo de este trabajo; sin embargo, considero que
es significativo volver a incluirlo de manera literal aquí, a fin de ponerlo en relación con dimensiones
analíticas diferentes.
Asumiendo postulados foucaultianos, Butler señala que la noción de que puede
haber una «verdad» del sexo, como la denomina irónicamente Foucault, se crea
justamente a través de las prácticas reguladoras que producen identidades
coherentes a través de la matriz de reglas coherentes de género (2007: 72). De
allí que no hay sujeto sin género, puesto que es generizado al momento de su
emergencia como sujeto desde esa matriz reguladora del género.
En ese sentido, en un repliegue de este mismo texto, se retoma aquí una idea
central que ya ha sido presentada en el tercer capítulo de este trabajo, y que
supone un posicionamiento político-filosófico de Butler, que hacemos nuestro: “los
límites del análisis discursivo aceptan las configuraciones imaginables y
9Citado por Gutiérrez Vidrio, en “Cómo hacer cosas con palabras 50 años después”, Razón y
Palabra, número 75, febrero-abril 2011, s.p.
realizables del género dentro de una determinada cultura” y se las apropian, es
decir “exhiben los límites de una experiencia discursivamente determinada”,
establecidos en y por un discurso cultural hegemónico basado en estructuras
binarias aceptadas como parte de una racionalidad universal (2007: 58-59). Esta
racionalidad impone una restricción a las configuraciones posibles de género, es
decir hace valer como universal una particular restricción identitaria a las
posibilidades de la subjetividad y del sujeto. Y esta validez universal se relaciona
con las exclusiones que han sido operadas, que devuelven a Butler a su
apropiación de la noción de sujeto y subjetividad desde la propuesta de Michel
Foucault, en la medida en que aquello que se presenta como universal se
constituye a partir de exclusiones que marcan o definen las fronteras entre
anatomías y géneros inteligibles y aquello que estaría condenado a los márgenes
o incluso, al decir de Butler, a la abyección, desde la matriz hegemónica y sus
efectos discursivos.
Sin duda existen en ambos autores una apropiación diferente de Lacan. Sin
embargo, considero que es mucho más evidente que, en lo que hace al énfasis
que Peller reconoce en Butler acerca de analizar procesos de ontologización y no
ya ontologías, así como en el cuestionamiento de esta autora a cualquier
ontología, se encuentran improntas claras de planteos medulares de varias de las
obras de Foucault. Así también en los elementos conceptuales de la teoría de
Butler que permiten pensar el discurso en sus límites como operaciones del poder
y, desde la performatividad, la idea de que una vez constituido el sujeto con
género, queda habilitado y en posibilidades de, iterabilidad mediante, desplazar,
descolocar, el sentido hegemónico de tal sujeción desde su propia habilitación
como sujeto. Claro, esto no supone que el sujeto no está sujetado desde los
componentes de interpelación que se vinculan con la performatividad 12, pero
instalado en el discurso, queda habilitado desde las mismas exclusiones o
restricciones fundacionales que paradójicamente resultan habilitadoras, tal como
lo refiere Butler en Mecanismos psíquicos del poder (2001).
Retomando el tema que nos ocupa, desde otros lugares teóricos, distintos pero no
tan distantes, Gayle Rubin, en El tráfico de mujeres: Notas sobre la “economía
política” del sexo (1986)13 al desarrollar la idea de que “el género es una división
de los sexos socialmente impuesta”, pone en entredicho las diferencias entre
hombres y mujeres, basadas en la naturaleza, señalando que en realidad “están
más cerca uno del otro, que cada uno de ellos de cualquier otra cosa -por ejemplo
montañas, canguros o palmas”; esta afirmación de la diferencia, para la autora,
debe venir de algo que no es la naturaleza (Ibíd.: 114). Subraya, entonces, que la
consideración de la existencia de categorías mutuamente excluyentes (hombres y
mujeres), debe surgir de otra cosa que la inexistente oposición natural:
13 Publicado en: Revista Nueva Antropología, Universidad Nacional Autónoma de México, México,
(s.f.).
[…] lejos de ser una expresión de diferencias naturales, la identidad de
género exclusiva es la supresión de semejanzas naturales. Requiere
represión: en los hombres, de cualquiera que sea la versión local de rasgos
“femeninos”; en las mujeres, de la versión local de los rasgos “masculinos”.
(Rubin, 1986: 115, las cursivas son mías)
No hay en la propuesta de Rubin (1986), una discusión explícita acerca del orden
discursivo como tal, aunque sí la hay implícita, en la medida en que para dar
cuenta de la opresión de las mujeres, toma críticamente conceptos psiconalíticos.
Lo que es destacable en relación con su señalamiento de las categorías de
identidad de género, asentadas en diferencias naturales entre sexos, es que las
mismas emergen de una represión, que es expresión a su vez de un “sistema
social” que oprime en su insistencia de una rígida división de la “personalidad”.
¿Por qué se vincula lo que desarrolla Rubin (1986), con lo que hemos presentado
acerca del género, la identidad y la subjetividad, particularmente desde Butler y
Foucault? Es claro que existen distancias teóricas, pero son esas mismas
distancias las que expresan de manera compleja la relación entre los autores.
Como evidencia de las distancias que acercan a estos autores, encuentro que
Rubin al postular que la vida sexual humana siempre estará sujeta a la
convención, nunca será natural, y en virtud de ello, “la salvaje profusión de la
sexualidad infantil” está llamada a ser “domada” por sus mayores, dejando para
siempre un residuo pertubador, de modo que se vincula la generización del sexo
con un ejercicio de poder, de relaciones de poder, que finalmente tiene un punto
culminante en el encorsetamiento de la “personalidad humana” dentro del “chaleco
de fuerza del género” (Ibíd.: 131).
14Lo cita en El género en disputa y en relación con su propuesta de reformular la prohibición como
poder, acerca de lo cual ya se ha comentado brevemente en este trabajo (2007: 161-173).
El género es el aparato a través del cual tiene lugar la producción y la
normalización de lo masculino y lo femenino junto con las formas
intersticiales hormonales, cromosómicas, psíquicas y performativas que el
género asume. Asumir que el género implica única y exclusivamente la
matriz de lo «masculino» y lo «femenino» es precisamente no comprender
que la producción de la coherencia binaria es contingente, que tiene un
coste, y que aquellas permutaciones del género que no cuadran con el
binario forman parte del género tanto como su ejemplo más normativo.
Fusionar la definición de género con su expresión normativa es
reconsolidar, sin advertirlo, el poder que tiene la norma para limitar la
definición del género. El género es el mecanismo a través del cual se
producen y se naturalizan las nociones de lo masculino y lo femenino, pero
el género bien podría ser el aparato a través del cual dichos términos se
deconstruyen y se desnaturalizan. (Butler, 2006: 69-70)
Como aquí se acaba de mencionar, es poner a salvo una perspectiva teórica con
claras implicaciones políticas. Es también lo que permite entender la consistencia
de la relación entre el campo político y la administración política de las
identidades, naturalizada en el “lenguaje que habitamos”, tal como lo apunta
Vidarte (2007).
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