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La performatividad como teoría de la subjetividad

Sonia Sanahuja

1. Subjetividad generizada: esto es lo que soy llamada

Esperando a que un mundo sea desenterrado por el lenguaje,


alguien canta el lugar en que se forma el silencio. Luego
comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar,
ni tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y
además más y otra cosa.
Alejandra Pizarnick (El infierno musical, 1971)

Esta forma de poder se ejerce sobre la vida cotidiana


inmediata que clasifica a los individuos en categorías, los
designa por su propia individualidad, los ata a su propia
identidad, les impone una ley de verdad que deben reconocer
y que los otros deben reconocer en ellos. Es una forma de
poder que transforma a los individuos en sujetos. Hay dos
significados de la palabra sujeto: sometido a otro a través del
control y la dependencia, y sujeto atado a su propia identidad
por la conciencia o el conocimiento de sí mismo. Ambos
significados sugieren una forma de poder que subyuga y
somete.
Michel Foucault (El sujeto y el poder, 1988: 7)

En un agudo y provocativo texto en el que expone el devenir de la teoría (y


práctica) queer a partir de su introducción en ámbitos universitarios, Paco Vidarte
(2007) revisa analítica y críticamente las aportaciones del posestructuralismo a la
misma. Destaca el valor del “descubrimiento” de la pragmática, verdadero caballo
de Troya dentro de una estructurada, abstracta y legalista lingüística, en tanto
puso el foco de atención en la comunicación cotidiana y en la eficacia del lenguaje
en entornos concretos y singulares o, como el autor menciona, en el lenguaje “que
verdaderamente habitamos” (Vidarte, 2007: 95). En este contexto, Vidarte se
detiene a analizar las “singulares” contribuciones de Derrida y Deleuze, a la teoría
queer. El corazón de estas aportaciones late en los emplazamientos cotidianos de
la performatividad y en la capacidad generadora de efectos de su iterabilidad.
En este sentido, señala que Derrida al apropiarse del concepto de performatividad,
“demuele los límites” que contienen y delimitan la categoría de performativos,
aunque considero que, en todo caso, cuestiona los criterios y condiciones, como la
autoridad1 de quien profiere, que Austin refiere en sus formulaciones originales y
en virtud de su necesariedad para legitimar la formulación de un performativo
exitoso.Vidarte retoma de manera directa, las palabas de Derrida2:

Como señala Derrida: "un enunciado performativo ¿sería posible si un


doble citacional no viniera a escindir, a dislocar en sí misma la singularidad
pura del acontecimiento? [...] Un enunciado performativo ¿podría ser un
éxito si su formulación no repitiera un enunciado 'codificado' o iterable, en
otras palabras, si la fórmula que pronuncia para abrir una sesión, botar un
barco o un matrimonio no fuera identificable como conforme a un modelo
iterable, si por tanto no fuera identificable de alguna manera como 'cita'?".
(Vidarte, 2007: 96)

Justamente, el autor menciona a continuación de esta cita, que será Judith Butler
quien desarrollará de manera brillante, esta innegable contribución derridiana a la
teoría queer. Sin embargo, aunque más adelante continuaré por esta línea, es

1 Esta autoridad del enunciador, del hablante, se relaciona no con un atributo personal, sino con las
fuertes convenciones sociales vinculadas con el acto de habla.
2 No hay que olvidar que el mismo Austin señala que el performativo puede resolverse como

afortunado o como infortunio. De acuerdo con la condición de autoridad, estrechamente


relacionada con las convenciones sociales desde las que emerge el acto de habla, si alguien que
no es sacerdote bautiza, o si una persona cualquiera nombra a otra “presidente de la república”,
estamos frente a un infortunio, Austin así lo expone en sus tesis. Que un médico (cuya autoridad
en un parto, por ejemplo, no se discute) señale que el bebé es niña o niño, también está asentado
de alguna forma sobre su autoridad y la convención social que la asiste. En este caso, además,
estamos frente a un constatativo, no un performativo, de acuerdo a la división original propuesta
por Austin. Eso luego será repetido: será niña o niño frente a la familia, a la comunidad escolar, a
la sociedad y, lo que es más significativo, frente a sí misma/o. Sin embargo, al parecer nos
encontramos frente a un desbordamiento del constatativo y quien advierte originalmente sobre este
auto-desbordamiento de la definición de constatativo, es el mismo Austin, que en las últimas de
sus conferencias dictadas en 1955, en Harvard University, anuncia que la diferencia entre éste y el
acto de habla performativo, no es tan fácil de sostener. Esta delimitación se vuelve mutante,
porosa e inestable, tiende a desvanecerse cuando se analizan casos concretos. Particularmente,
considero que se trata de un tema central en el lenguaje, puesto que habría que analizar cuánto
hay de creación, de instauración en la descripción como tal -que nunca es solamente eso- y su
relación con el carácter representativo o no, del lenguaje. Sugiero la lectura del artículo de
Gutiérrez Vidrio, Cómo hacer cosas con palabras 50 años después(2011).
decir por las problematizaciones que Butler introduce para sacudir y conmocionar,
fragmentar y rearticular categorías centrales de los estudios de género, me
detendré en el ejemplo que en función de lo que se acaba de comentar, expone
Vidarte (2007), para introducir una primer mirada a la articulación singular y
concreta entre sexo, género y performatividad.

Sin duda, el ejemplo que el autor presenta es particularmente paradigmático.


Comenta que en una posible escena de nacimiento, en la que el médico dice “ha
sido niño”, se genera justamente una imposición de género asentada en el
binarismo normativo que convierte anatomía en identidad de género. Desde el
punto de vista propuesto en las primeras conferencias de Austin sobre cómo hacer
cosas con palabras, este enunciado es un constatativo, en virtud de que parece
describir un estado, una forma, una ocurrencia (un sexo). Sin embargo, bajo la
ingenua apariencia del constatativo -ingenuidad aparente, aunque parezca un
juego de palabras, porque en realidad nada es más ajeno a la ingenuidad que el
discurso-, emerge un enunciado performativo3, en la medida en que sentencia a la
criatura a ser aquello que ha sido proferido y que se reiterará una y otra vez a lo
largo de su vida, que abundará performativamente en la sujeción a un género,
para lo cual se debe asumir también la naturalización de la heterosexualidad
normativa que subyace y que se compone de manera binaria (niña/niño;
femenino/masculino; mujer/hombre). Y continúa, de manera irónica pero
fatalmente acertada, señalando que la violencia ejercida en la imposición del
género bien podría adoptar la forma de la sentencia: “ha tenido usted una
lesbiana” (Ibíd.: 96). He allí la potencia abrumadora, que nunca se agota en la
nominación, que la desborda, que la multiplica y la recrea cotidianamente, en cada
performativo que haga emerger nuevamente aquello que profiere, constituyendo
una y otra vez un sujeto generizado. En sus palabras:

3
En relación con lo que ya ha sido comentado en la nota anterior, se podría decir, como paráfrasis
de lo afirmado por Butler respecto del par sexo/género (el sexo siempre fue género), el constatativo
siempre ha sido performativo, para el caso de predicar algo acerca de la realidad que se constituye
como tal en el enunciado que sólo aparentemente parece caracterizarla, pero que en realidad
produce el efecto que nombra y los efectos del nombre.
Lo mismo que se "falsifica" una firma, o se "teatraliza" una boda, se pueden
"repetir" todos los actos que ejecutan los hombres como señas de su
masculinidad y que justamente no mantienen con el varón un vínculo de
naturaleza, los hombres heterosexuales no actúan "masculinamente" por
ser hombres, sino que los actos que realizan son repetibles por cualquier
sujeto en cualquier situación: lo que desvela el estatuto performativo de la
"masculinidad". (Vidarte, 2007: 96)

Vuelvo, ahora, sobre uno de los señalamientos de Michel Foucault (1988), en la


cita con la que abro este punto, puesto que al discurrir sobre el poder y
desentrañar las “inquisiciones” discursivas por medio de las que se constituye el
sujeto, indica puntualmente que su ejercicio clasificatorio actúa colocando a los
individuos en categorías, atándolos a una identidad y sometiéndolos a una ley que
deben reconocer en sí mismos y que los demás deben reconocer en ellos,
logrando de esta forma la particular metamorfosis a partir de la cual el individuo
deviene sujeto. Y queda en sujeción, pero no cancelado, sino inaugurado, razón
por la cual el poder que lo somete y lo constituye como tal, también lo coloca en
posibilidad de subvertir. Sobre este punto regresaré más adelante.

Ahora bien, se podría decir que la teoría de la performatividad, que en Butler se


despliega para dar cuenta del género, es también una teoría de la subjetividad por
al menos dos razones substantivas; una, la constitución del género, exige un
sujeto generizado, ni previo, ni anterior, al discurso que lo constituye como tal;
esto indica que articula sujeto y género en un proceso simultáneo y fundador de la
subjetividad; la segunda, tiene que ver con la posibilidad de des-cosificar
deconstructivamente, ir desde lo que se muestra como resultado de un proceso,
hacia sus formas originarias, no para encontrar causalidad, sino todo lo contrario,
para develar el carácter no teleológico de esa construcción; es decir, para
identificar las articulaciones contingentes por las cuales lo que es llega aser lo que
es, lo que posibilitaría ver en movimiento inverso lo que un nombre o una
actuación reiterada condena a cierta quietud, nunca total, aunque relativamente
estable. Y como el sujeto sólo puede serlo a condición de ser generizado, entra en
el orden de la significación social, por lo cual es posible la deconstrucción analítica
de su subjetividad.

En relación con la primera de estas razones, puesto que la performatividad se


emplaza en el discurso, devela su estatuto de acción/actuación –mismo que
desborda al discurso, que lo reubica y lo descentra de su matriz lingüística en el
mismo exceso a que la proferencia da lugar-, evidenciando la calidad fundacional
del acto de habla respecto del sujeto. Aunque más adelante continuaré
desarrollando esta afirmación, aquí comento brevemente que el acto de habla es
fundacional, en la medida en que para que se profiera un acto de habla, es
necesario un hablante, pero a condición de no pensarlo como anterior (o
prediscursivo) a su proferencia, sino constituido por y en ella. En Poder, lenguaje e
identidad (1997), Judith Butler a propósito de un análisis de las heridas que
provoca el lenguaje y la vulnerabilidad que la constitución lingüística del sujeto
desnuda frente al poder y la violencia del insulto, traza algunas de las
coordenadas de esta idea, que considero central para la comprensión crítica de la
compleja relación entre discurso (lenguaje) y subjetividad. En sus palabras:

Después de todo, ser llamado por alguien es traumático: es un acto que


precede mi voluntad, un acto que me trae al mundo lingüístico en el que
podré empezar a ejercer la agencia. Una subordinación fundadora, que no
deja de ser al mismo tiempo la escena de la agencia, se repite en las
interpelaciones constantes de la vida social. Esto es lo que soy llamado.
Porque he sido llamado de alguna manera, he accedido a la vida lingüística,
me refiero a mí mismo con el lenguaje que el otro me ha dado, pero quizás
nunca en los mismos términos que mi lenguaje imita. Los términos con los
que se nos llama son raramente términos que nosotros hemos elegido (e
incluso cuando intentamos imponer protocolos acerca de cómo se nos debe
llamar, los protocolos fracasan a menudo); pero estos términos que nunca
elegimos realmente son la oportunidad de lo que podríamos seguir
llamando agencia, la repetición de una subordinación originaria con otro
propósito, un propósito parcialmente abierto. (Butler, 1997: 68-69, las
cursivas son mías)

De esta forma, en cuanto soy llamada, me constituyo en sujeto de un discurso


ajeno (y, simultáneamente, propio por apropiación), que a su vez lo fue del mismo
modo (ajeno, constitutivo) en su momento, respecto de quien ahora me llama. Así
mismo, en esa repetición se constituye la agencia, desde un desbordamiento de la
subordinación, puesto que en cuanto emerge la subjetividad, emerge un sujeto
nunca clausurado totalmente. En cada nueva actuación cotidiana, en su
reiteración performativa, existe una falla, una apertura y la posibilidad de una
apropiación, aunque no completamente voluntaria, ni totalmente consciente –se
retoma más adelante este punto, en términos de digresión-. Es importante señalar
que no hay un sujeto previo al discurso, siguiendo a Butler, como no hay un sujeto
previo a la acción, no se trata de una cronología ontológica del sujeto
hacedor/hablante, sino de una particular emergencia del sujeto y su subjetividad
en y por el discurso, en y por la acción4.

En páginas anteriores de la misma obra, Butler se interroga sobre la constitución


del hablante (y del sujeto), cuando se pregunta sobre el significado de “ser en el
lenguaje”, si se acepta que no podemos existir al margen del lenguaje, ni de
manera externa, ni de forma anterior. Quien habla es constituido por el lenguaje y
de allí que éste sea condición de posibilidad del sujeto hablante, que como tal se
constituye al proferir, razón por la cual el lenguaje no puede ser sólo un
instrumento de expresión. El lenguaje es, como ya ha sido apuntado
anteriormente, instauración:

4 Es necesario desde ahora, aunque más adelante lo desarrollaré puntualmente, señalar que
adjudicar a la propuesta de la performatividad del género desarrollada por Butler, un carácter
voluntarista, implica ignorar que la autora parte de una matriz de inteligibilidad hegemónica, que se
constituye a partir del binarismo normativo y la heterosexualidad obligatoria, excluyendo otras
posibles configuraciones de sentido, relativas tanto al sexo, como al género. Leer voluntarismo,
supone desconocer las fundaciones foucaultianas –así como también las apropiaciones singulares
del psicoanálisis lacaniano- sobre las cuales la autora soporta su definición de discurso, siempre
entendido desde el poder y como efecto del poder. Como lo apunto en el texto, se comentará
brevemente sobre las lecturas voluntaristas de la teoría de la identidad de Judith Butler.
Esto significa que la propia "existencia' del sujeto está implicada en un
lenguaje que precede y excede al sujeto, un lenguaje cuya historicidad
incluye un pasado y un futuroque exceden al sujeto que habla. Ysin
embargo, este "exceso" es lo que hace posible elhabla del sujeto. (Ibíd.: 54)

Vinculado a la idea lacaniana de que “el hombre es el tiempo del objeto” 5, Butler
señala que también el hombre es el tiempo del Otro, en la medida en que, al ser
nombrados, entramos en el espacio social y en el tiempo. Ahora bien, desde estos
trazos que permiten acercarse a la performatividad como una teoría de la
subjetividad, se abre la posibilidad de pensar desde ella la pretendida, pero no
lograda, clausura del sujeto en su generización. Como ya ha sido mencionado,
somos generizados, desde y por el hablante que habla un discurso que lo
precede/excede y lo constituye como tal; esa generización constriñe, anticipa con
intenciones de fijación, la ficción de una unidad identitaria, instituye la propia
subjetividad, desde el habla ajena, desde una interpelación originaria, desde el
Otro y, además, desde una exclusión que es constitutiva.

En este sentido, en la medida es que es posible pensar la performatividad como


una teoría de la subjetividad y de la emergencia del sujeto en y por el discurso, en
y por el lenguaje, habiendo sido generizados desde que nacemos (y desde antes),
por un hablante que habla un lenguaje que lo precede y lo excede, se retoma aquí
una afirmación substantiva de Butler: siendo el género una estilización repetida del
cuerpo, una sucesión de acciones repetidas, en el marco de una poderosa y rígida
regulación, se inmoviliza, se substancializa, creando la ficción de una especie
natural de ser, una identidad coherente y consistente (2007: 98). Se inmoviliza en
tanto discurso identitario y fundador, aunque su persistencia en el sujeto deba
organizarse a partir de la reiteración performativa, una y otra vez actuada.

5 La frase es de Lacan, citado por Butler en Lenguaje, poder e identidad (1997: 55).
Desde el punto de vista de lo que podría nombrarse como subjetividad
generizada6, es necesario, como señala la autora, perfilar la posibilidad de una
deconstrucción del género que permita acceder a sus categorías inmanentes, para
posibilitar a su vez la revelación de los actos contingentes que crean la apariencia
de una necesidad naturalista, a fin de exhibir cómo la misma noción de sujeto que
se hace inteligible por su apariencia de género, se vincula a ciertas opciones
excluidas por su reificación y por la continua repetición de una actuación
performativa que refuerza dicha reificación. Esta operación, este proyecto,
claramente político en el contexto de la exposición de Butler en El género en
disputa (2007), también puede ser pensado aquí como un procedimiento, en cierto
modo, como una dimensión metodológica que permitiría acceder al modo en que
ciertas categorías, naturalizadas por repetición, consolidan en ausencia de su
cuestionamiento, una ilusión de identidad fuertemente relacionada, tanto
conceptual como pragmáticamente, con la constitución de la subjetividad.

Desde aquí es posible vislumbrar más específicamente la ya mencionada segunda


razón substantiva que permite pensar la performatividad como una teoría de la
subjetividad. Si la primera tiene que ver con que la performatividad en tanto acto
de habla es emplazamiento, instauración del sujeto y de su subjetividad, la
segunda, lógica y estrechamente relacionada con la que se acaba de mencionar,
pero nunca idéntica, es que deshaciendo el discurso, desnaturalizando el lenguaje
y el acto de habla por el cual el sujeto deviene como tal, es posible dar cuenta de
opciones diferenciales y configuraciones diversas, en la construcción de la
subjetividad7.

6 Quisiera aclarar que esta formulación (subjetividad generizada) procede de una lectura propia de
las ideas expuestas por Judith Butler y que en consonancia con el título de la obra referida,
problematizan al género en lo concreto de su actuación y en la especificidad de su dimensión
categorial abstracta, así como en lo que hace a sus posibilidades políticas desde el terreno del
feminismo, a partir de una confrontación entre la propuesta de la autora y las ideas de varios
autores, como Monique Wittig, Simone de Beauvoir, Luce Irigaray, Michel Foucault, entre otros.
Puesto que en este punto del presente trabajo se problematiza subjetividad y género, las
articulaciones e incluso algunas categorías teóricas proceden de una apropiación particular de sus
propuestas.
7 Esto no significa afirmar que existe una autonomía total en la toma de una decisión respecto de la

construcción de la subjetividad; tampoco voluntarismo a secas. No se puede ser sin ser nombrado,
es lo que se ha venido afirmando no sólo siguiendo a Butler, sino también a Foucault, pero una vez
Frente a esta posibilidad y desde su extremo opuesto, como cosificación de un
devenir que la misma cosificación pretende negar a partir de una forma actual, de
lo que es (es decir, no denuncia el venir siendo desde y a partir del Otro), Butler en
la obra antes citada afirma, a propósito de los interrogantes sobre el sujeto del
feminismo y la calidad de su representación política en tanto tal, que la identidad
es siempre una noción errónea, puesto que su estabilidad y coherencia interna,
niegan la complejidad de las articulaciones concretas entre clase, raza, etnia y
otros ejes de relaciones de poder que la atraviesan y constituyen siempre
problemáticamente y nunca totalmente. En términos de subjetividad, Butler está
problematizando la especificidad de lo femenino (2007: 50-53) y desde esa
problematización, se genera un desliz desde la noción errónea de identidad, para
hacer posible el emplazamiento de las preguntas sobre el sujeto en la constitución
de su subjetividad.

Ahora bien, ya desde la introducción de 1999 de El Género en Disputa, la autora


vincula la performatividad con la identidad, a fin de conmocionar al género en tanto
categoría analítica, pero también en tanto existencia concreta, vivida y con
potencial político. De ello es testimonio el cierre de dicha introducción, en el cual
Butler señala que esta obra está escrita “entonces como parte de la vida cultural
de un combate colectivo que ha tenido y seguirá teniendo cierto éxito en la mejora
de las posibilidades de conseguir una vida llevadera para quienes viven, o tratan
de vivir, en la marginalidad sexual” (2007: 33). Esta marginalidad a la que alude,
devela no sólo la violencia de la imposición de identidades normativas -

que se es nombrado por Otro, existe la posibilidad de una apropiación crítica y entrando en el
lenguaje, quien fue hablado, nombrado, tendrá también inaugurada su oportunidad concreta de
hablar/nombrar. Es posible, así mismo, apropiarse del exceso que es constitutivo del discurso, que
siempre dice más, y posicionarse en la falla de la clausura, para generar nuevas configuraciones
de sentido. Sin embargo, en términos del poder de hablar, el sujeto no ejerce un poder soberano
sobre lo que dice, aunque, agregaría, tampoco es absoluta y totalmente sujetado/clausurado por su
discurso. Butler, problematizando la interpelación predica de ésta su carácter inaugural y no
descriptivo, para concluir afirmando que: “Si el que habla no es su autor, y el que es marcado por
él no es objeto de una descripción, entonces las funciones del poder interpelativo exceden a los
sujetos constituidos en sus términos, y los sujetos así constituidos exceden la interpelación que les
anima” (1997: 63). Se volverá sobre esto, cuando se trabaje la relación
interpelación/performatividad.
heterosexuales, convergentes desde el binarismo no cuestionado que organiza
monolíticamente, al decir de Butler, sexo/género/deseo-, sino también la
constitución de una subjetividad que desde su inauguración en el nombre de un
género impuesto en virtud del sexo -o más bien, de cierta anatomía-, está
emplazada en los márgenes por fuerza de la posición fijada en y para un sujeto
que encarna una subjetividad hegemónica, la cual también fija y es fijada por los
márgenes de su inteligibilidad.

Si bien Butler sentencia que el “género es una complejidad cuya totalidad se


posterga de manera permanente, nunca aparece completa en una determinada
coyuntura en el tiempo” (Ibíd.:70), diremos que existe una pretensión de totalidad,
si se genera un movimiento, un tránsito conceptual, desde las posibilidades de su
teorización hacia lo concreto de su ocurrencia (se podría decir, óntica) al momento
de constituirse en una denominación de lo que el sujeto es. Retomando a Vidarte
(2007), el recién nacido recibe el nombre de su género, se constituye en sujeto
generizado por la palabra del Otro y performativamente, está llamado a actuar su
género. Esto no implica, como ya hemos comentado, que su constitución esté
cancelada, puesto que una vez colocado en su género, su inauguración como
sujeto implica posibilidades de actuar más allá de un “telos normativo de definición
cerrada” (Butler, 2007: 70, cursivas en el original), asumiendo el carácter
construido de la identidad impuesta. Dicha identidad, en términos de definición de
la subjetividad, no puede ser pensada fuera del género, es desde siempre una
identidad de género, puesto que las personas, siguiendo a Butler, se vuelven
inteligibles cuando poseen un género, no pueden ser anteriores a éste, porque son
nombradas siempre dentro del campo (normativo) de uno.

Así, “si la identidad es un efecto de las prácticas discursivas” (Ibíd.: 73), es posible
pensar la subjetividad también como un efecto de las mismas (en el sentido de lo
que ha sido hasta aquí presentado, no hay identidad sin sujeto), lo que lleva a
ubicar ontológicamente al sujeto en el universo simbólico del lenguaje, constituido
por un discurso que instituye lo que predica, aunque se esconda detrás de la
aparente ingenuidad de una máscara descriptiva. “Es niño” o “es niña”, nunca es
un acto de habla constatativo, ha sido desde siempre un performativo inaugural,
que sujeto a las fuertes convenciones sociales fundadas en las relaciones de
poder constitutivas del discurso, norma imponiendo una inteligibilidad, misma que
define las posibilidades de su subjetividad y su emergencia misma como sujeto.

He allí el inconmensurable poder performativo, que no nombra simplemente, sino


que instaura, provocando aquello que aparentemente predica; por ello, el discurso
como materialización de la potencia del performativo, es el lugar de las luchas, es
donde radica y desde donde emerge el juego del poder, que inexorable, también
se vuelve contra él: lo limita, marca zonas de exclusión, lo ritualiza, lo erige como
régimen de verdad, lo constriñe y también lo libera en términos de actuación. En
su diálogo con la obra de Foucault, Butler se hace cómplice de la forma en que él
problematiza, incomodándola, la apariencia naturalizada del discurso, su ficticia
transparencia y sentencia que no es traducción, ni representación, es, en
definitiva, el orden mismo de las cosas, de los objetos, tal como ya ha sido
comentado anteriormente y de acuerdo con esta formulación foucaultiana en La
arqueología del saber (2010). En El orden del discurso (1992), el autor comenta
que:

El discurso, por más que en apariencia sea poca cosa, las prohibiciones
que recaen sobre él, revelan muy pronto, rápidamente, su vinculación con el
deseo y con el poder. Y esto no tiene nada de extraño: ya que el discurso
—el psicoanálisis nos lo ha mostrado— no es simplemente lo que
manifiesta (o encubre) el deseo; es también lo que es el objeto del deseo; y
ya que —esto la historia no cesa de enseñárnoslo— el discurso no es
simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación,
sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que
quiere uno adueñarse. (Foucault, 1992: 12)8

8
Parte de este fragmento ya ha sido citado en el cuarto capítulo de este trabajo; sin embargo, considero que
es significativo volver a incluirlo de manera literal aquí, a fin de ponerlo en relación con dimensiones
analíticas diferentes.
Asumiendo postulados foucaultianos, Butler señala que la noción de que puede
haber una «verdad» del sexo, como la denomina irónicamente Foucault, se crea
justamente a través de las prácticas reguladoras que producen identidades
coherentes a través de la matriz de reglas coherentes de género (2007: 72). De
allí que no hay sujeto sin género, puesto que es generizado al momento de su
emergencia como sujeto desde esa matriz reguladora del género.

Habiendo introducido ya el tema de la identidad, en el punto siguiente se


problematiza la relación entre identidad y subjetividad.

2. Identidad y subjetividad: fundaciones y ficciones

La idea de la identidad como idéntica a sí misma, su significado fundado en la


persistencia, en la coherencia y en una estabilidad interna que se presenta como
clausurada en sí misma y hacia el exterior, es un efecto discursivo y asume tal
coherencia interna y durabilidad temporal en tanto se vale de fundamentos
hegemónicos que dan lugar al discurso sobre la identidad; ahora bien, en realidad,
es desde el lenguaje donde se configuran estos sentidos de identidad que
encapsulan al sujeto desde su propia emergencia como tal.

Ahora bien, en la experiencia y a partir de la experiencia, el sujeto una vez


nombrado, se escabulle por las fisuras de la identidad, dando cuenta de cómo la
subjetividad nunca queda cancelada, nunca está totalmente suturada por las
costuras de la identidad.

Quisiera detenerme en las siguientes ideas:

En este sentido, género no es un sustantivo, ni tampoco es un conjunto de


atributos vagos, porque hemos visto que el efecto sustantivo del género se
produce performativamente y es impuesto por las prácticas reguladoras de
la coherencia de género. Así, dentro del discurso legado por la metafísica
de la sustancia, el género resulta ser performativo, es decir, que conforma
la identidad que se supone que es. En este sentido, el género siempre es
un hacer, aunque no un hacer por parte de un sujeto que se pueda
considerar preexistente a la acción. El reto que supone reformular las
categorías de género fuera de la metafísica de la sustancia deberá
considerar la adecuación de la afirmación que hace Nietzsche en La
genealogía de la moral en cuanto a que «no hay ningún "ser" detrás del
hacer, del actuar, del devenir; "el agente" ha sido ficticiamente añadido al
hacer, el hacer es todo»." En una aplicación que el mismo Nietzsche no
habría previsto ni perdonado, podemos añadir como corolario: no existe una
identidad de género detrás de las expresiones de género; esa identidad se
construye performativamente por las mismas «expresiones» que, al
parecer, son resultado de ésta. (Butler, 2007: 84-85)

Lo que se acaba de citar, es el corolario de la discusión que la autora despliega


acerca del tema de la identidad y el sexo, desde una crítica a la “metafísica de la
substancia”, dialogando con ideas de Wittig, Irigaray, Beauvoir, y como es claro en
la cita, recuperando por analogía substancial, formulaciones centrales del
pensamiento de Nietzsche.

En principio, se sostiene que la substancialización que reifica a la identidad, tiene


una herencia específica en la performatividad del género, que hace aparecer (en
el más estricto sentido de apariencia), una identidad de género como sustantivo en
tanto tal y, simultáneamente, como atributo del sujeto, como su expresión en
términos de inteligibilidad. Si leemos esto a la luz de lo que ya ha sido propuesto
originalmente en la teoría de los actos de habla, el mismo Austin al abandonar la
oposición inicial entre actos performativos y constatativos, puntualiza: “Pareció
conveniente, por ello, volver a cuestiones fundamentales y considerar en cuántos
sentidos puede afirmarse que decir algo es hacer algo, o que al decir algo
hacemos algo, o aún porque decimos algo hacemos algo” 9. Decir al sujeto y decir
su género, nombrarlo ubicándolo en una identidad de género, es ya instaurarlo
como sujeto generizado. En este sentido, no hay sujeto previo a la acción, porque
tampoco hay sujeto prediscursivo. Como ya ha sido mencionado, esta asignación
de género responde a las configuraciones de poder en las que se inscribe el
discurso, que al decir de Foucault (1992), puede aparecer reducido en sus
asperezas por el uso cotidiano de las palabras, pero nunca dejar de ser el orden
de las leyes, el orden de un poder que nombra, el poder de nombrar. En este
mismo sentido, Butler cita a Haar que, tal como ella lo apunta, leyendo a Nietzsche
sentencia que el “sujeto, el yo, el individuo son tan sólo falsos conceptos, pues
convierten las unidades ficticias en sustancias cuyo origen es exclusivamente una
realidad lingüística” (2007: 78).

Entonces, desde lo que se ha venido desarrollando, el lenguaje configura las


posibilidades del género, como identidad necesaria en el emplazamiento
discursivo del sujeto, de modo que es necesario traspasar la cáscara de una
identidad que oculta al sujeto en las configuraciones posibles de su subjetividad,
en tanto exhibe al sujeto generizado de acuerdo a pretensiones normativas, con la
ilusión de asignarle una identidad de una vez y para siempre, coherente con lo que
ha sido dado por la naturaleza (un sexo, una anatomía) y acorde con esa ficción
normativa de la convergencia natural entre sexo y género. Es desde allí que la
identidad de género es lo que torna inteligible al sujeto y es por ello que no
trascenderla nos ubica en terrenos de la normativización naturalizada de la
subjetividad.

En ese sentido, en un repliegue de este mismo texto, se retoma aquí una idea
central que ya ha sido presentada en el tercer capítulo de este trabajo, y que
supone un posicionamiento político-filosófico de Butler, que hacemos nuestro: “los
límites del análisis discursivo aceptan las configuraciones imaginables y

9Citado por Gutiérrez Vidrio, en “Cómo hacer cosas con palabras 50 años después”, Razón y
Palabra, número 75, febrero-abril 2011, s.p.
realizables del género dentro de una determinada cultura” y se las apropian, es
decir “exhiben los límites de una experiencia discursivamente determinada”,
establecidos en y por un discurso cultural hegemónico basado en estructuras
binarias aceptadas como parte de una racionalidad universal (2007: 58-59). Esta
racionalidad impone una restricción a las configuraciones posibles de género, es
decir hace valer como universal una particular restricción identitaria a las
posibilidades de la subjetividad y del sujeto. Y esta validez universal se relaciona
con las exclusiones que han sido operadas, que devuelven a Butler a su
apropiación de la noción de sujeto y subjetividad desde la propuesta de Michel
Foucault, en la medida en que aquello que se presenta como universal se
constituye a partir de exclusiones que marcan o definen las fronteras entre
anatomías y géneros inteligibles y aquello que estaría condenado a los márgenes
o incluso, al decir de Butler, a la abyección, desde la matriz hegemónica y sus
efectos discursivos.

Es necesario en este momento, realizar una breve digresión, que ya fue


anticipada, en este trabajo. Existen lecturas que han acusado cierto voluntarismo,
así como un excesivo “discursivismo” o “monismo discursivo” (en el sentido de que
todo se construye discursivamente), como aspectos implícitos en la propuesta de
la perfomatividad de Butler. En un artículo ya citado anteriormente en este trabajo,
Peller (2011) contrapone dialógicamente a Butler con Laclau, a partir de puntos de
acuerdo y de desacuerdo teórico respecto de la constitución de identidades,
hipotetizando que las distancias en sus formulaciones radican en una apropiación
distinta que los autores realizan de ciertos presupuestos de la teoría lacaniana que
ambos asumen de manera diferente: una lectura más ortodoxa en Laclau, una
más cultural y heterodoxa en Butler. Sin embargo, respecto de la construcción de
identidades, considero que las distancias conceptuales están más relacionadas
con las hipótesis del poder que sostienen las posturas de Butler.

Ya desde las formulaciones foucaultianas en El orden del discurso, en las que se


abordan las exclusiones, lo que queda fuera del discurso por efectos del poder (y
de la voluntad de verdad), de manera explícita el autor sostiene que las mismas
dan cuenta del poder que inviste al discurso y desde las cuales se puede operar el
análisis sobre la base de la noción de discurso como efecto del poder. De acuerdo
con Peller, Butler reitera en varios de sus trabajos, su inquietud por identificar
“aquello que ha debido ser necesariamente excluido de la estructuración actual
para que emerja cierto campo cultural y subjetivo” (Peller, 2011: 52), y prosigue
señalando que la idea de que toda formación cultural implica siempre una
exclusión es contraria al emplazamiento de la teoría de Butler dentro del monismo
discursivo.

Peller (2011) cita un extracto de El grito de Antígona (2005), en el cual Butler


señala que la construcción del género opera por medios excluyentes, de modo
que “lo humano segenera por encima y contra lo inhumano”, pero además a través
de supresiones radicales (forclusiones) a las que les es negada la posibilidad de
articulación cultural, de allí que la construcción de lo humano resulta de una
operación diferencial que produce “lo más o menos ´humano´, lo inhumano, lo
humanamente inconcebible”10. Peller cierra esta idea señalando que el exterior
que constituye el discurso, no es una “externalidad ontológica”, sino que es
concebible sólo a partir de, y en relación con “el discurso del que es la frontera”
(2011: 53).

Ahora bien, de acuerdo con esta autora existen apropiaciones singulares y


divergentes en relación con los límites del discurso, que distancian a Butler y
Laclau, que tienen que ver con lo real lacaniano11. En este sentido, Peller señala:

Esas divergencias surgen principalmente en lo relativo a la forma de


conceptualizar los límites del discurso; límites que si bien en ambos autores
se presentan como constitutivos, en la teoría de Laclau comenzarán a ser
pensados a partir de lo real lacaniano (que se vincula también con su idea

10Butler,2005: 26, citado por Peller, 2011: 52.


11Lo real en Lacan es lo que no puede entrar en el orden simbólico, lo que queda fuera del
discurso.
de la existencia de un nivel ontológico de lo social y de las identidades).
Butler, en tanto, hará una interpretación históricamente determinada de
esos límites, para pensar más bien en procesos de ontologización y no ya
en ontologías. Las apropiaciones históricas que realiza Butler de Lacan,
relacionadas con el cuestionamiento de cualquier ontología, parecen haber
habilitado la lectura voluntarista que Laclau hiciera de la teoría de la
performatividad de Butler. (Peller, 2011: 55)

Sin duda existen en ambos autores una apropiación diferente de Lacan. Sin
embargo, considero que es mucho más evidente que, en lo que hace al énfasis
que Peller reconoce en Butler acerca de analizar procesos de ontologización y no
ya ontologías, así como en el cuestionamiento de esta autora a cualquier
ontología, se encuentran improntas claras de planteos medulares de varias de las
obras de Foucault. Así también en los elementos conceptuales de la teoría de
Butler que permiten pensar el discurso en sus límites como operaciones del poder
y, desde la performatividad, la idea de que una vez constituido el sujeto con
género, queda habilitado y en posibilidades de, iterabilidad mediante, desplazar,
descolocar, el sentido hegemónico de tal sujeción desde su propia habilitación
como sujeto. Claro, esto no supone que el sujeto no está sujetado desde los
componentes de interpelación que se vinculan con la performatividad 12, pero
instalado en el discurso, queda habilitado desde las mismas exclusiones o
restricciones fundacionales que paradójicamente resultan habilitadoras, tal como
lo refiere Butler en Mecanismos psíquicos del poder (2001).

En cuanto al carácter voluntarista, tal como Peller (2011) lo expone, que se le


adjudica a la propuesta de Butler, el mismo no es tal si se lee adecuadamente su
tesis acerca de la configuración del género desde la “repetición estilizada de

12 Lo referido a la apropiación de la noción de interpelación que Butler realiza, se desarrolla


específicamente en Mecanismos psíquicos del poder (2001), como ha sido comentado. Hemos
referido en este trabajo, algunas cuestiones sobre los planteamientos que realiza la autora en esta
obra, tanto en el punto donde se aborda la compleja relación discurso/subjetividad, como en otros
pasajes en los que se problematiza el poder, el discurso y el sujeto.
actos”, en el marco de una matriz de inteligibilidad cultural heterosexual que
excede al sujeto, que define qué géneros son inteligibles. Así lo expresa:

Esta concepción de un campo discursivo hegemónico en el que sólo


algunas posibilidades subjetivas pueden emerger y otras están relegadas al
terreno de lo abyecto pone en evidencia dos puntos importantes. Primero,
refuta la idea de un sujeto anterior a la matriz discursiva y normativa, que
podría "usar" el género para construirse y transformarse a su antojo: no hay
un sujeto pre-discursivo ni por fuera de relaciones de poder. Y segundo:
ninguna estructuración social puede realizarse si no es por medio de la
instauración de un campo de exclusión. (Peller, 2011: 52)

Como ya ha sido señalado y desde lo mismo que retoma Butler de la obra de


Foucault, lo que subyace a su propuesta es justamente una relación compleja
entre discurso y poder, que aleja las posibilidades de pensar en versiones
voluntaristas, ni respecto del género, ni respecto de la subjetividad.

Retomando el tema que nos ocupa, desde otros lugares teóricos, distintos pero no
tan distantes, Gayle Rubin, en El tráfico de mujeres: Notas sobre la “economía
política” del sexo (1986)13 al desarrollar la idea de que “el género es una división
de los sexos socialmente impuesta”, pone en entredicho las diferencias entre
hombres y mujeres, basadas en la naturaleza, señalando que en realidad “están
más cerca uno del otro, que cada uno de ellos de cualquier otra cosa -por ejemplo
montañas, canguros o palmas”; esta afirmación de la diferencia, para la autora,
debe venir de algo que no es la naturaleza (Ibíd.: 114). Subraya, entonces, que la
consideración de la existencia de categorías mutuamente excluyentes (hombres y
mujeres), debe surgir de otra cosa que la inexistente oposición natural:

13 Publicado en: Revista Nueva Antropología, Universidad Nacional Autónoma de México, México,
(s.f.).
[…] lejos de ser una expresión de diferencias naturales, la identidad de
género exclusiva es la supresión de semejanzas naturales. Requiere
represión: en los hombres, de cualquiera que sea la versión local de rasgos
“femeninos”; en las mujeres, de la versión local de los rasgos “masculinos”.
(Rubin, 1986: 115, las cursivas son mías)

No hay en la propuesta de Rubin (1986), una discusión explícita acerca del orden
discursivo como tal, aunque sí la hay implícita, en la medida en que para dar
cuenta de la opresión de las mujeres, toma críticamente conceptos psiconalíticos.
Lo que es destacable en relación con su señalamiento de las categorías de
identidad de género, asentadas en diferencias naturales entre sexos, es que las
mismas emergen de una represión, que es expresión a su vez de un “sistema
social” que oprime en su insistencia de una rígida división de la “personalidad”.

Lo que afirma esta autora, posiciona el tema de la identidad y el sujeto en un


campo de poder, un poder represivo, el mismo que podría verse incluso desde
otro ángulo, si se analiza lo que el poder permite y no sólo lo que prohíbe: se es
hombre o mujer, de un sexo o de otro, de manera excluyente, y de igual forma de
un género o de otro. Así mismo, cabe aclarar que ambas posibilidades se
contienen mutuamente o son, más bien, consustanciales de la noción de poder: lo
prohibido preanuncia lo permitido y en lo permitido anida también la prohibición. El
género como positividad, como naturalidad, dado, único, distinto por oposición,
persistente en el tiempo y su coherencia con el sexo, anticipa su poder
performativo en términos de la identidad idéntica a sí misma que asiste la
emergencia del sujeto generizado.

¿Por qué se vincula lo que desarrolla Rubin (1986), con lo que hemos presentado
acerca del género, la identidad y la subjetividad, particularmente desde Butler y
Foucault? Es claro que existen distancias teóricas, pero son esas mismas
distancias las que expresan de manera compleja la relación entre los autores.
Como evidencia de las distancias que acercan a estos autores, encuentro que
Rubin al postular que la vida sexual humana siempre estará sujeta a la
convención, nunca será natural, y en virtud de ello, “la salvaje profusión de la
sexualidad infantil” está llamada a ser “domada” por sus mayores, dejando para
siempre un residuo pertubador, de modo que se vincula la generización del sexo
con un ejercicio de poder, de relaciones de poder, que finalmente tiene un punto
culminante en el encorsetamiento de la “personalidad humana” dentro del “chaleco
de fuerza del género” (Ibíd.: 131).

Se podría agregar a lo anterior que, siguiendo la lógica de Butler, ese chaleco de


fuerza es la condición de inteligibilidad del sujeto, dentro de la matriz hegemónica
heterosexual. Así mismo, se debe tener en cuenta que esta autora cita el
mencionado trabajo de Rubin14, señalando que el mismo en su versión original,
“sienta las bases para una crítica de Foucault”, pero que posteriormente Rubin “se
adueña de Foucault para su estudio sobre teoría sexual radical”, proponiendo “de
forma retrospectiva la pregunta de cómo podría reescribirse ese artículo tan
influyente dentro de un marco foucaultiano” (2007: 162). Ya desde la crítica, está
presupuesto un diálogo en términos de debate, que acerca en sus diferencias a
Rubin y Foucault, lo cual es replanteado cuando la primera propone repensar su
teoría en relación con las tesis de este autor. Sin embargo, por el momento, no se
pretende más que dar cuenta de que se trata de diferentes enfoques teóricos que
tienen puntos de contacto, en función del tema que se ha venido planteando:
identidad de género, subjetividad y poder.

A fin de cerrar transitoriamente lo que aquí ha sido presentado y apuntando


precisamente a lo que se está problematizando, en Deshacer el género (Butler,
2006), la autora señala que el género no es exactamente lo que uno es, ni
precisamente lo que uno tiene, señalando que:

14Lo cita en El género en disputa y en relación con su propuesta de reformular la prohibición como
poder, acerca de lo cual ya se ha comentado brevemente en este trabajo (2007: 161-173).
El género es el aparato a través del cual tiene lugar la producción y la
normalización de lo masculino y lo femenino junto con las formas
intersticiales hormonales, cromosómicas, psíquicas y performativas que el
género asume. Asumir que el género implica única y exclusivamente la
matriz de lo «masculino» y lo «femenino» es precisamente no comprender
que la producción de la coherencia binaria es contingente, que tiene un
coste, y que aquellas permutaciones del género que no cuadran con el
binario forman parte del género tanto como su ejemplo más normativo.
Fusionar la definición de género con su expresión normativa es
reconsolidar, sin advertirlo, el poder que tiene la norma para limitar la
definición del género. El género es el mecanismo a través del cual se
producen y se naturalizan las nociones de lo masculino y lo femenino, pero
el género bien podría ser el aparato a través del cual dichos términos se
deconstruyen y se desnaturalizan. (Butler, 2006: 69-70)

Ahora bien, como ya ha sido apuntando, emergente de una matriz cultural


heterosexual hegemónica, la inauguración discursiva del sujeto con género exhibe
las posibilidades semánticas ya normativizadas socialmente. Desde el punto de
vista empírico, es la condición ficcionalizada en la noción (errónea, reiteramos
siguiendo a Butler) de identidad, de un sujeto que es habilitado en el lenguaje,
como sujeto generizado. Sin embargo, es claro el llamamiento que se genera en el
vértice múltiple dado por la convergencia de lo académico/científico y lo
político/militante, que Butler realiza para superar críticamente una definición de
género que, emergente también de una matriz hegemónica, se fusiona con su
expresión normativa, lo que lleva a reconsolidar el poder de la norma en cuanto a
la limitación del género, con consecuencias naturalizadoras de lo femenino y lo
masculino. Ahora bien, también asiste una duplicidad epistémico-metodológica y
política, a las posibilidades deconstructivas presentes en la misma construcción
del género: si es posible andar el camino de su constitución desde el entramado
del discurso y el poder, es posible también desandarlo(s) y desnaturalizarlo(s). En
palabras de la autora:
Mantener el término «género» aparte de la masculinidad y de la feminidad
es salvaguardar una perspectiva teórica en la cual se pueden rendir cuentas
de cómo el binario masculino y femenino agota el campo semántico del
género (Butler, 2006: 70).

Como aquí se acaba de mencionar, es poner a salvo una perspectiva teórica con
claras implicaciones políticas. Es también lo que permite entender la consistencia
de la relación entre el campo político y la administración política de las
identidades, naturalizada en el “lenguaje que habitamos”, tal como lo apunta
Vidarte (2007).

En definitiva, si el sexo siempre ha sido género y si el sujeto ha estado desde


siempre generizado, es necesario tener en cuenta, siguiendo a Butler que se trata
de categorías que, “como la institución naturalizada de la heterosexualidad, son
constructos, ´fetiches´ o fantasías socialmente instaurados y socialmente
reglamentados; no categorías naturales, sino políticas”. Y en una operación textual
política, quito los paréntesis que la autora coloca en su versión original, para cerrar
con esta afirmación: “categorías que demuestran que apelar a lo ´natural´ en esos
contextos siempre es político” (2007: 250).
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