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Publicado por:juanstam

‘Teología, contexto y praxis: una 29/11/2009 6:00:00

visión de la tarea teológica


Una conferencia en la Facultad Teologica Sudamericana, Londrina, Brazil; Cap I
de "Haciendo teología en América Latina" Tomo II
http://juanstam.com/dnn/Blogs/tabid/110/EntryId/241/Default.aspx

Teología, contexto y praxis:


Una visión de la tarea teológica

Para enfocar bien el quehacer teológico, es importante recordar que la teología


cristiana tuvo un origen misionero. Podemos decir que el esfuerzo de coordinar
coherentemente las verdades de la fe nació del anhelo de evangelizar a los no-
creyentes.

Ningún libro del Nuevo Testamento es un libro "teológico" (ninguno se


parece a un texto de teología sistemática), pero todos tenían caracter kerigmático,
misionero, evangelizador y pastoral. En ese sentido, la "teología práctica"
antecedió a la "teología sistemática". En los evangelios, no encontramos
"teología" como tal, ni aun biografías de Jesús, sino, como indica el nombre,
proclamación de las buenas nuevas; en efecto, esos cuatro libros son
esencialmente mensajes evangelísticos. El libro de los Hechos es una historia
misionera de la iglesia primitiva. Las epístolas son mensajes pastorales dentro de
un gran movimiento de evangelización y expansión misionera.[1] El Apocalipsis
es una larga carta pastoral para las iglesias de Asia Menor, una especie de
"manual para mártires". También está lejos de ser un tratado de escatología
sistemática.

Los padres apostólicos mantenían el esquema básico y el marco de referencia


del Nuevo Testamento; ellos tampoco escribían como teólogos sistemáticos.
Clemente de Roma envía una carta pastoral a la iglesia de Corinto. Otros escritos
son bellas exposiciones de la fe (Diogneto; Epístola a Bernabé). Didajé es un
documento de orden eclesiástico, y San Ignacio describe y defiende el sistema de
gobierno de la iglesia de Antioquía. Pero ninguno de los escritores de esta
primera generación postapostólica intentó elaborar un sistema teológico. Se
puede decir que Justino Mártir preparó el camino para la teología como proyecto
de sistematización. Este apologista desarrolló muchos aspectos del pensamiento
cristiano con las categorías, el lenguaje y los esquemas mentales del
neoplatonismo. Pero la intencion de Justino fue la de dar testimono al mundo
intelectual de su época, como demuestran los mismos titulos de sus escritos
(Apología I, Apología II, Diálogo con Trifón). Justino escogió la filosofía como
su marco de referencia, para testimoniar su fe a sus colegas filósofos. En eso,
seguro sin darse cuenta, Justino hizo una opción de clase. Había también en la
epoca importantes religiones populares, especialmente las religiones
mistéricas. Pero el mundo de los pobres quedó fuera de la visión misionera de
los antiguos apologistas.[2]

La teologia sistematica se articuló en su forma definitiva en Alejandría a


principios del siglo III. Nació brillante, con Panteno, Clemente y Orígenes. Y
nació misionera tambien. Eusebio cuenta que Panteno, el fundador de la Escuela
Catequística de Alejandría, dejó su "cátedra" y su puesto de “director de
facultad” para ir de misionero a la India. Y detrás de todo el esfuerzo intelectual
de ellos estaba el afán de contextualizar el evangelio para el mundo que ellos
conocían, dentro de la secular cultura de Alejandría.

Para ese testimonio, los padres alejandrinos escogieron como su instrumeto


básico la filosofia, sobre todo la neoplatónica. Eso introdujo uaa nueva prioridad
en la tarea teologica: el Sistema (asi con mayúscula). A partir del presupuesto del
idealismo racionalista, que la verdad es una, universal, abstracta, eterna y
accesible por los procesos de la racionalidad especulativa, la teologia emprendió
el proyecto de convertir la fe en un Gran Sistema omnisapiente digno de
compararse con los diversos sistemas filosóficos; poco a poco, la pistis se iba
reduciendo a gnôsis. Con esa dominante pasión por la sistematización
racionalista, la teología se volvió elitista y pronto perdió casi por completo su
relación con la misión de la iglesia.[3]

Este predominio filosófico en la teología como una nova philosophia se


impuso sobre el quehacer teológico durante muchos siglos. Sólo cuando los
grandes "maestros de la sospecha" del siglo XIX (Kierkegaard, Marx, Freud,
Darwin, Nietzsche) cuestionaron radicalmente el legado del idealismo
racionalista en la historia del pensamiento occidental, algunos teólogos también
comenzaron a plantear nuevas perspectivas. Frente al anterior monopolio de la
filosofía como único instrumental del teologizar, exploraron las posibilidades de
la sociología, la sicología y otras ciencias como instrumental alternativo para el
teologizar.[4] En lugar del Gran Sistema como meta y razón de ser de la teología,
propusieron la praxis y la misión de la iglesia en el mundo y en la historia. Ya
es hora de redescubrir esa vital orientación misionera con la que nació la
teología.
Niveles indispensables del quehacer teológico

La ciencia teológica es, por su naturaleza, multidimensional e


interdisciplinaria. Para hacer bien su trabajo, la hermana teóloga tiene que ser, en
alguna medida, lingüista, historiadora, socióloga, filósofa, sicóloga, científica y
(ojalá) predicadora. Le ayudará también tener sensibilidad artística con alguna
capacidad en apreciación del arte plástico, la música y la danza, la literatura y el
cine. Sin pretender ser expertos en todos esos campos, los y las teólogos sí
necesitan una orientación básica hacia todas esas esferas de la vida
humana. Todas ellas son insumos para el menú de la vida intelectual y espiritual
de los teólogos.

Muchos teólogos han sido y son demasiado estrechos y desbalanceados para


hacer bien su trabajo. Pueden ser muy capaces, por ejemplo, en el hebreo, pero
casi ignorantes de la historia antigua o de la realidad contemporánea. Los hay que
dominan el griego casi como su lengua materna, pero paradójicamente, no saben
aplicarlo bien en la exégesis del texto bíblico. Otros conocen de memoria todos
los capítulos de la teología sistemática, pero viven aislados de la problemática del
mundo que los rodea, de las expresiones artísticas, de las luchas políticas y
económicas del momento, del kairós en que Dios los ha puesto para servir
teológicamente a la misión de la iglesia. Pueden multiplicarse los ejemplos. La
teología exige de sus practicantes una gran amplitud y flexibilidad.

El primer nivel de la tarea teológica, y el básico, es el de la interpretación


bíblica. En la mayoría de los casos, eso require una capacidad adecuada de
emplear los idiomas originales, una conciencia adecuada de la crítica textual, un
conocimiento del contexto histórico de cada texto bíblico, y un sentido acertado
de la interpretación fiel y correcta (hermenéutica). Aunque puede haber trabajos
teológicos que no sean explícitamente bíblicos (p.ej, un estudio de la influencia
del estoicismo en el pensamiento de Juan Calvino), todo trabajo teológico tiene
que realizarse conscientemente a la luz de las escrituras y no a espaldas de
ellas. Cualquier trabajo que está mal bíblicamente, está mal teológicamente. Si
está pobre bíblicamente, está pobre teológicamente. De mala exégesis no se
puede sacar buena teología. Ningún trabajo puede estar mejor teológicamente de
lo que está bíblicamente.

El segundo nivel es el de la teología bíblica, cuyo papel ha sido muy discutido


en las últimas décadas. Es la comprensión global del pensamiento bíblico según
sus temas principales y en sus propios términos. Mientras la exégesis se dedica a
pasajes específicos, para interpretarlos, la teología bíblica estudia por temas las
grandes enseñanzas de la Biblia, en su desarrollo progresivo durante las diversas
épocas de la historia de la salvación. En cierto sentido, es una especie de
"teología sistemática" al nivel de las mismas escrituras, según la temática,
problemática y semántica de aquellos tiempos que no eran necesariamente las
nuestras de hoy.

En tercer lugar está la teología histórica, que "arranca" desde la teología


bíblica para seguir todas las diversas líneas del pensamiento cristiano a través de
los siglos de la historia de la iglesia. De nuevo, tiene que respetar la temática,
problemática y semántica propia de cada época, sin nunca analizar un momento
histórico fuera de su particular situación ni imponer los temas y problemas de
otra época. Por ejemplo, para los Reformadores la "inerrancia bíblica" como tal
no era un tema, mucho menos un problema, pero un siglo después, para los
ortodoxos protestantes, era un tema muy problemático.

Ningún trabajo teológico puede ser bueno si no está bueno exegéticamente,


bueno en su análisis de teología bíblica, y bueno en sus perspectivas históricas.

El trabajo de lo que se ha dado en llamar "teología sistemática", en cuarto


lugar, es el de tomar todos los aportes de las disciplinas ya mencionadas, y a la
luz de ellos, articular el sentido de la fe y del mensaje bíblico para su propio
momento y sus circunstancias históricas y culturales. En vez de entender su tarea
como la de armar un Sistema, la debe entender como una labor de
contexualización, para formular, de nuevo en cada momento, el sentido más
amplio de la fe, de las escrituras y de la existencia cristiana, frente a los desafíos
específicos del contexto histórico.

Finalmente, ya desde dentro de la esencia dcl quehacer teológico e inseparable


de él, están las disciplinas de la "teología práctica", sobre todo la ética pero
también misionología y teología de la evangelización, la homilética y la pastoral,
la administración eclesiástica y otras.

La teología como contextualización

Desde que comenzó el cautiverio idealista de la teología, secuestrada por la


filosofía racionalista, el sueño de todo teólogo fue el de lograr la síntesis de toda
la verdad teológica, en el Gran Sistema omnicomprensivo. Muchos teólogos, al
modelo de sus colegas filósofos, se ilusionaban con armar el Sistema definitivo y
legarlo a las generaciones futuras como fundamento permanente para todo
pensamiento cristiano, per saecula saeculorum (por los siglos de los siglos). Así
se produjo el tomismo, el calvinismo, el luteranismo, el wesleyanismo, el
dispensacionalismo, el liberalismo, el fundamentalismo, la neo-ortodoxia. Casi
todas las veces, estos sistemas abrigaban una aspiración de ser la verdad
definitiva, la única y la perenne, de la fe cristiana (cf. la philsophia perenne del
tomismo). Pero igual que pasa en la filosofía, cada sistema tuvo su época y pasó
a la historia; ninguno (¡afortunadamente!) pudo establecerse como el único y el
final.

Sin dejar de reconocer los valiosos aportes de esos esfuerzos, es importante


notar que en el fondo, en la mayoría de los casos la teología se olvidó casi por
completo de su naturaleza y su llamado misioneros. Es cierto que en algunos
“sistemas” la pretensión era menos ambiciosa: para dar unos ejemplos más
positivos, la ecclesia reformata semper reformanda ("iglesia reformada siempre
reformándose") de los Reformadores, el principio protestante que enuncia Tillich
(“sólo Dios es absoluto”), la theologia viatorum de Barth y la relación entre
teología, ética y proclamación en su Dogmática. Pero en muchos casos, como el
fundamentalismo norteamericano, el culto al Sistema Absoluto llegó a ser
idolatría teológica.[5]

Aquí, en mi opinión, la teología evangélica hoy en América Latina tiene


mucho que aprender de los “maestros de la sospecha” del siglo XIX (en especial
Kierkegaard y Marx) y de los teólogos de la liberación.[6] Aun cuando la teología
debe ser lo más racional y coherente posible (sin suprimir las paradojas
inherentes a la fe: la trinidad, la encarnación, el misterio de la iniquidad, etc), es
hora de destronizar al Sistema como la meta y el summum bonum en la
teología. Al contrario, la meta debe ser la misión y el summum bonum debe
entenderse como la fidelidad. El referente principal del quehacer teológico, más
que los sistemas filosóficos con que dialoga (y debe dialogar), debe ser el
contexto en que vive y lucha el pueblo de Dios, toda la realidad de ese mundo
que rodea al teólogo y la teóloga en su misión y ministerio.

Eso significa también que es hora de destronizar a la filosofía como único


referente dialógico e instrumenal exclusivo para la teología, como lo ha sido
desde Justino Mártir y los Alejandrinos. De hecho, si el cristianismo es una fe
esencialmente histórica, llamándonos a ser discípulos de Cristo en la historia y a
luchar en la historia por el reino de Dios y su justicia, entonces la filosofía es uno
de los instrumentos menos apropiados y útiles como marco de referencia,
lenguaje y lógica básica de la fe. Otros marcos de referencia son mucho más
importanes, como son la historia misma, la lingüística, antropología, sociología y
hasta las ciencias económicas y políticas. Pero todos ellos no deben ser más que
instrumentos, y frente a todos ellos la teología debe mantener su propia autonmía
y naturaleza como “la fe en busca de eficacia”.[7]

La tarea fundamental de la teologa no es primordialmente la de sistematizar


sino de contextualizar, con miras a la misión fiel del pueblo de Dios en el mundo
y en la historia. Está llamada a realizar una “fusión de horizontes” (Gadamer)
entre el mundo de la fe, antes descrita (exégesis, teología bíblica, teología
histórica), y el mundo actual en que la iglesia tiene que realizar con fidelidad su
misión. Si un teólogo no domina bien todas las fuentes del insumo de su
quehacer, no puede cumplir su tarea. Por otro lado, por mucho que domine las
disciplinas bíblicas e históricas, si no comprende y vive a profundidad su propio
momento histórico, tampoco puede hacer un buen trabajo teológico. Por eso,
cualquier trabajo que no sea bueno bíblica e históricamente, no puede ser un buen
trabajo de teología o ética cristianas. Pero si no comprende con acierto y
profundidad los tiempos en que vive, tampoco puede cumplir bien su cometido.[8]

El quehacer teológico tiene dimensiones que sobrepasan a las tareas bíblicas e


históricas. La teología está llamada a actualizar y contextualizar la fe para su
propio tiempo, con toda la problemática de la época. Por supuesto, responderá a
los desafíos filosóficos de su tiempo (existencialismo, marxismo, proceso;
Kierkegaard, Unamuno). Pero de aun mayor importancia, tiene que responder a
los retos históricos, políticos y socio-económicos del contexto. Para eso, tomará
en cuenta las ciencias historiográficas, la sociología y la politología con el
análisis ideológico, la antropología[9] y la sicología. Estará consciente de las
grandes preguntas morales de la época y estudiará los aspecto teológicos de los
avances científicos (trasplante de órganos, clonación, viajes al espacio;
terremotos y volcanes). El hecho es que muchas personas, sean del pueblo lego o
expertos en esas ramas, estarán esperando una palabra teológica sobre todos esos
temas y desafíos.

Sobre todo, los teólogos deben ser muy sensibles al testimonio profético de las
artes:[10] la pintura[11], la escultura[12], la danza y la música[13], la poesía[14], la
novelística[15] y el cine[16], para mencionar algunos de los muchos ramos con que
ha de entrar en diálogo la teología y nutrirse de ellos, Aun cuando ningún ser
humano puede ser experto en todos estos campos tan diversos, los teólogos deben
tener una orientación básica hacia ellos, un sentido de sus aportes y algunas
respuestas a sus desafíos.

Llama la atención que los teólogos realmente grandes del pasado lo fueron no
sólo por su conocimiento enciclopédico, su estilo literario o su producción
vasta. Un requisito esencial de grandeza teológica ha sido una conciencia a
menudo intuitiva de la coyuntura histórica. San Pablo, en la medida en que fue
teólogo, lo fue en gran parte porque entendía la transición del movimiento
cristiano de una secta interna del judaísmo a una comunidad multicultural
internacional. A principios del siglo quinto, nadie entendía mejor la crisis del
imperio romano, y con él la de toda la cultura clásica, que San Agustín. San
Anselmo entendía los inicios del medievo feudal, y Santo Tomás el desafío del
aristotelismo en el siglo trece. Los Reformadores, cada uno a su manera distinta
(Lutero, Calvino, anabautistas), comprendían y vivían existencialmente el fin de
la edad media y los dolores de parto de la modernidad. Schleiermacher intentó
responder a la crisis intelectual y espiritual de su época, para comunicar la fe a
los “despreciadores cultos” del cristianismo del día. Karl Barth percibía mejor
que nadie el colapso del liberalismo a inicios del siglo XX. Ahora tenemos por
delante el desafío del fin de la modernidad y la llegada paulatina de nuevos
tiempos posmodernos.

Hoy, en la coyuntura decisiva de la historia humana que estamos viviendo, los


teólogos y las teólogas estamos llamados más que nunca a "entender los tiempos"
(1 Cron 12:32) y "aprovechar al máximo cada oportunidad" (kairos, Ef 5:16) para
caminar juntos con la iglesia en estos tiempos de globalización, neoliberalismo,
imperialismo unipolar y posmodernidad. Es grande el desafío, y muy grande
nuestra responsabilidad ante la historia.

Teología y praxis:
La fe que obra por el amor
(Gal 5:6)

Si entendemos el quehacer teológico como aquí se propone, será evidente que


la fe y la praxis, la teología y la ética, la enseñanza teológica y la misión, no
pueden separarse. Hemos seguido a Jesús para ser sus discípulos, no para ser
expertos en ideas sobre él y su mensaje. Una teología que se queda en meras
especulaciones sobre la fe y la doctrina, o aun en las mejores interpretaciones
bíblicas e históricas, es simplemente una teología infiel. La fe sin obras es
muerta, nos dice Santiago; la teología sin praxis es estéril, y muy mala teología.

Puede extrañar a primera vista recurrir a una antigua palabra griega, “praxis”,
cuando existen buenos vocablos en español que parecen equivalentes: la práctica,
la aplicación, la acción. Pero el término “praxis”, popularizado por los escritos
de Karl Marx, significa mucho más que ellos. Significa una manera distinta de
pensar, en la que desde un principio la acción (la práctica) es parte integral y
esencial del pensamiento (la theôria), y el pensamiento es parte esencial de la
acción.[17] En la larga tradición de idealismo racionalista, el pensamiento puro
debía separarse de la acción, para que fuera objetivo; pensamiento y práctica
estaban divorciados. En la epistemología praxeológica, son más bien gemelos
siameses. Separarlos es matar a ambos.

En este aspecto, Marx mismo, y también los teólogos de la liberación, nos


llaman a volver a la comprensión bíblica de la verdad, de la fe y del
conocimiento.[18] En el hebreo, el sustantivo AMeT va mucho más allá del
raciocinio lógico, para significar fidelidad, integridad, lealtad. El componente
ético figura mucho más prominentemente en el concepto hebreo del “sabio” y del
“necio”. El necio no lo es por ignorante sino por rebelde contra Dios y su
voluntad (Sal 14:1). El sabio ama y teme a Dios y busca cumplir su
voluntad. No es sabio por saber más, sino por amar más y obedecer más.

La consigna para ser buen teólogo nos la da Marx en su undécima tesis contra
Feuerbach, que podemos parafrasear con "hasta ahora los teólogos han
contemplado el evangelio sólo para explicarlo y formar un sistema; de lo que se
trata es de llevar las buenas nuevas a todas las personas, a las naciones y a la
historia, en servicio al reino de Dios". La teología que no es praxeológica
tampoco puede ser bíblica; nace con un virus desde sus mismos inicios.

El prólogo del cuarto evangelio incluye en su mensaje una polémica


aplastante contra el idealismo racionalista anti-materialista. El autor vivía en
Asia Menor, donde prosperaba la filosofía y nacía el neoplatonismo. Por eso,
comienza su tratado con el lenguaje filosófico del “Logos”. Pero en la tradición
platónica, el Logos no podía tener nada que ver con la materia; más bien, existía
en el esquema metafísico precisamente para separar a dios y la creación. Es una
emanación divina muy inferior y mal nacido, el Demiurgo, quien torpemente da
origen al mundo. En el platonismo, la función del logos era la de aislar
al theos de lo material (ta panta; kosmos) y de la carne (sarx). Pero después de
atraer a los filósofos con su terminología de Logos, el prólogo procede a dar dos
puñaladas fatales al idealismo. Primero, para la sorpresa de los filósofos, anuncia
que toda la materia fue creada por el mismo Logos y no por el demiurgo (Jn
1:3). Segundo -- ¡escándalo de escándalos! – afirma que el mismo Logos se hizo
aquello con que no debía tener ninguna relación, se hizo sarx (carne). Es hora de
reconocer que el idealismo racionalista, con la que se casó la teología desde sus
inicios, es de hecho incompatible con el pensamiento bíblico y con la fe cristiana,
y que una especie de “materialismo histórico”, con su corolario de una
epistemolgía praxeológica, está en realidad mucho más cercano y compatible con
ellos.[19]
Un énfasis similar aparece en la comprension de la fe según las epístolas
novotestamentarias. La fe no es solamente, ni aun esencialmente, aceptación de
doctrinas correctas (ortodoxia), por importantes que sean. “Los demonios
también creen, y tiemblan” (Stg 2:19). Es conocida la denuncia de Santiago
contra la fe sin obras, pero el mismo concepto praxeológica de la fe caracteriza
también a las epístolas juaninas y paulinas. En términos aun más drásticos que
Santiago, I de Juan afirma que quienes dicen haber nacido de Dios y no practican
la justicia, son mentirosos. Para este autor, la práctica de la justicia es evidencia
obligatoria del nuevo nacimiento:

Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace


justicia es nacido de él (2:29).

Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como


él es justo. El que practica el pecado es del diablo... En esto
se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo
aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no
es de Dios (3:7-10).

Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en


que amamos a los hermanos...En esto hemos conocido el
amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros
debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el
que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener
necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el
amor de Dios en él? (3.14,16s).

Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de


hecho y en verdad (3:18: poniendo la vida y los bienes por
los hermanos).

Es sorprendente la radicalidad de este pasaje; sobrepasa en vehemencia


profética al mismo Santiago. Sobre un tema tan medular para la teología
evangélica, como es el nuevo nacimiento, el autor llega al extremo de decir que
todo aquel que hace justicia ha nacido de Dios (2:29) y todo aquel que no hace
justicia no ha nacido de Dios (3:10). Los exegetas podrán discutir en qué sentido
todos los que practican justicia han nacido de Dios; el pasaje simplemente lo
afirima, sin condiciones ni reservas. ¿Y si no han entregado sus vidas a Cristo ni
asisten a la iglesia? ¿Y qué de tantos "evangélicos", supuestamente "renacidos",
que para nada practican la justicia sino son "hacedores de maldad" (Mat 7:21-
22)? Es obvio que para este autor la praxis de la justicia es mucho más que una
aplicación o una evidencia del renacimiento espiritual; es la esencia misma en
que consiste la regeneración.[20] Aquí, en el pleno sentido de la praxis, fe y
acción, regeneración y justicia social, son gemelas siameses inseparables.

El pensamiento del misionero Pablo no es menos praxeológico. Siendo el gran


apóstol de la justificación por la fe, no duda en insistir repetidas veces que cada
uno será juzgado según sus obras (Ro 2:6-8; 1 Co 3:8,13-15; 2 Co 11:15), "según
lo que ha hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo" (2 Co
5:10). Para Pablo, la verdadera fe es "la fe que obra por el amor" (Gal 5:6). Por
eso Pablo pone gran énfasis en "la obediencia a la fe" (Ro 1:5; 2:8 "obediencia a
la verdad"; 6:17; 10:16 "obediencia al evangelio"; 15:18; 16:26).

Revisten especial significado las palabras de Pablo en Romanos 6:15-18:

"No sabeís que al ofreceros a alguno como esclavos para


obedecerle, os haceís esclavos de aquel a quien obedeceís;
bien del pecado, para la muerte, bien de la obediencia, para
la justicia? Pero gracias a Dios, vosotros, que erais esclavos
del pecado, habeís obedecido de corazón aquel modelo de
doctrina al que fuisteis entregados, y liberados del
pecado, os habéis hecho esclavos de justicia." (Biblia
Jerusalén, negrilla agregada).

Aquí de nuevo Pablo insiste en la obediencia de la fe, pero ahora la describe


como obediencia a "aquella forma de doctrina" (RVR; tupos didajês; la
enseñanza evangélica), quizás algo así como el conjunto de los contenidos de la
fe. Eso no es idéntico con la Teología Sistemática que evolucionó después, ya
que de hecho aquella no se presenta en el Nuevo Testamente ni corresponde al
sentido de tupos ("modelo" es la mejor traducción), pero podría considerarse
como aproximado a lo que se ha entendido por "teología". Pero hay dos
diferencias muy importantes. Primero, Pablo no da gracias a Dios porque lo
habían entendido o lo habían creído, sino porque lo habían obedecido. Segundo,
Pablo no dice que esa teología les fue entregada a ellos (sentido común
de paradidômi en otros contextos), sino que ellos, al conocer la verdad, fueron
entregados a ella (paradothête, aoristo pasivo, segunda persona plural). Del
contexto queda claro el sentido del verbo "ser entregado": fue el término para la
entrega de un esclavo a su nuevo dueño. O sea: la única respuesta válida a la
teología es la obediencia de siervos de la justicia. La prueba definitiva no se da
en un examen, ni escrito ni oral, sino en la praxis diaria de las demandas del
evangelio.
La misma perspectiva praxeológica aparece en el evangelio según San
Mateo. El Sermón de la Montaña termina con una insistencia reiterada en la
praxis. "La puerta es estrecha" (Mat 7:13-14) porque "por sus frutos los
conoceréis" (7:15-20). "No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino
de los cielos", por ortodoxo y piadoso que sea (7:21-23), sino los que hacen la
voluntade del Padre. Quien oye y no hace, construye sobre arena; oír y hacer es
edificar sobre roca firme (7:24-29). Según la parábola de las ovejas y los
cabritos, el Hijo del Hombre juzgará a todos según su praxis del amor como
Jesús nos enseña y ordena (25:31-46). La gran comisión que Cristo deja a la
iglesia no es la tarea de llevar una teología o una ortodoxia hasta los confines de
la tierra, sino de hacer discípulos, "enseñandoles que guarden todas las cosas que
os he mandado" (28:20), no sólo "a creer todas las doctrinas que os he
enseñado". La gran meta de la misión es la praxis obediente del evangelio.

Los Reformadores protestantes, al insistir en la justificación por la gracia


mediante la fe, entendían bien este concepto bíblico de praxis. Para Lutero, la fe
era una cosa activa e inquieta, que siempre busca la acción. Somos justificados
sólo por la fe, pero la verdadera fe nunca está sola. En una famosa frasa, Calvino
declaró que omnia recta cognitio dei ab oboedientia nascitur ("todo recto
conocimiento de Dios nace de obediencia"). Pero sus sucesores, los ortodoxos o
"escolásticos protestantes", separaron la fe y la acción en una dicotomía
antibíblica y ubicaron la verdad del evangelio en la esfera de las ideas puras,
aisladas esencialmente del ser y del hacer. En la ortodoxia de los epígonos de la
Reforma, se juntaron el idealismo racionalista (“ortodoxia muerta”) con el
fideismo (salvación por mantener la doctrina correcta). La nociva herencia de
ellos se resucitó en el fundamentalismo norteamericano del siglo XX.

Conclusión: El testimonio bíblico, como también los desafíos de nuevos tiempos,


llaman a la teología hoy a nuevos enfoques de su tarea. Para ser pertinente en el
siglo XXI, sin dejar de ser fiel a la Palabra de Dios y a las valiosas lecciones de
veinte siglos de fe cristiana, la teología tiene que asumir los retos de un nuevo
mundo y orientar a los creyentes para su obediencia fiel en el mundo
moderno. Esto de ninguna manera significa que las ideas no fueran
importantes. Las doctrinas son muy importantes, pero no son una finalidad en
sí. Aunque sigue siendo la responsabilidad solemne de los teólogos de "combatir
por la fe que ha sido transmitida a los santos de una vez para siempre" (Judas 3,
BJer.), eso se realiza precisamente cuando somos fieles a la comprensión bíblica
de la verdad y la fe y al modelo bíblico de constante reinterpretación de la
tradición en las siempre nuevas circunstancias que trae la historia.
En su libro El Dios crucificado, Jürgen Moltmann analiza la tensión de la
iglesia y de la teología al moverse entre dos polos contrapuestos, el de la
"identidad" y el de la "pertinencia" ("relevancia"). Cuando se concentra sólo en
guardar celosamente la identidad, como una ortodoxia inmutable, pronto se
pierde la relación esencial con la realidad y con la misión y, a la postre, se
termina guardando algo que tampoco es la fe y la verdad de la Palabra sino un
fetiche que las ha reemplazado. Pero si se dedica unilateral y acríticamante a
buscar la relevancia como summum bonum, como meta suprema de la teología,
fácilmente se termina contextualizando muchas cosas que de hecho no son el
evangelio. La tarea de la teología es la de contextualizar, pero de hacerlo
fielmente, con discernimiento.

En un registro de las tropas de Israel bajo David, encontramos una descripción


muy sgnificativa de los hijos de Isacar: “éstos entendían los tiempos y sabían lo
que Israel había de hacer, y el pueblo los seguía” (1 Cron 12:32
RVR).[21] Podemos descubrir en esa descripción la tarea y la meta para el
quehacer teológico. Los y las teólogos deben ser algo así como el “cerebro
estratégico” de la iglesia para su misión en el mundo. Deben comprender a
fondo el tiempo en que viven. Deben ir orientando al pueblo de Dios con pericia
y percepción para las estrategias eficaces de su misión. Y deben tener liderazgo,
credibilidad y fuerza de convocatoria ante el pueblo, para acompaarlo en su
marcha en la historia, en servicio del Reino de Dios.

[1]
) Ni Romanos, quizá la carta paulina de mayor contenido teológico, pertenece al género "teología
sistemática". Es una epístola misionera, como muestran los capítulos 9-11, que lejos de ser un "paréntesis"
son el nucleo central del argumento de la epístola.
[2]
) Algunos podrán responder que las religiones mistéricas eran heréticas y anticristianas, pero, ¿lo era menos
el idealismo platónico? Además, en ambos casos, tanto la filosofía de los privilegiados como la religión de
los pobres no debía ser más que un instrumental y un referente dialógico, que no debía de haber emplazado al
evangelio y el kerygma como marco de referencia fundamental para la teología. Lo mismo se aplica hoy a la
sociología y las ciencias históricas y políticas como instrumental para la teología.
[3]
) Estos argumentos no deben entenderse como un menosprecio del estudio serio de la teología sistemática,
y aun de la fiosofía, disciplinas importantes que los teólogos deben dominar. Más bien, son un
cuestionamiento del divorcio de tal estudio de la misión y de la praxis histórica. Pistis y gnôsis deben
encarnarse en praxis.
[4]
) Es importante el cambio de términología, del sustantivo abstracto "la teología" al verbo activo
"teologizar" como "quehacer teológico". Ahora no se trata de transmitir "sistemas" ya hechos, sino de
reflexionar siempre de nuevo sobre el significado de la fe ante las realidades históricas siempre
cambiantes. A Kant se le atribuye la frase, "yo no enseño filosofía; enseño a filosofar", después de haberse
despertado del "sueño dogmático".
[5]
) Cf. el artículo sobre fundamentalismo en esta antología. Contra esta absolutización del Sistema
dogmático formuló Karl Barth el primer mandamiento para el quehacer teológico: “No tendrás otros dioses
delante de mí”.
[6]
) Véanse los artículos en esta antología sobre Marx y sobre la teología de la liberación.
[7]
) Aquí es definitivo el valioso libro de José Míguez Bonino con el mismo título. La teología es de hecho
“la fe en busca de entendimiento (la fides quarens intellectum de Anselmo), pero la inteligencia de la fe no es
su meta final, sino “la inteligencia obediente” y “la obediencia inteligente” a Dios en Cristo como Señor de
nuestra vida, de la iglesia y de la historia.
[8]
) Cf. Stam, "Exégesis Bíblica e Historia Antigua" (Boletin Teológico #50 6.93, 71-73): interpretar la Biblia
es como limpiar un vidrio: no basta limpiar un solo lado. La interpretación requiere igualmente una clara
comprensión del mundo antiguo y del contexto actual. Cualquier opacidad por uno de los lados mancha y
obfusca toda la interpretación.
[9]
) Para una teología latinoamericana orientada hacia la misión, la antropología será de especial importancia
(las religiones precolombinas, el Popol Vuh; la cosmología y la pedagogía indígenas).
[10]
) Es importante tomar en cuenta que nuestro mundo es cada vez menos verbal; hoy la comunicación se
realiza sobre todo por la imagen visual.
[11]
) Unos ejemplos casi al azar: Durero, el altar de Isenheim, Goya, Rembrandt, Edvard Munch, Rouault,
Chagall, Picasso (la Guernica), Guayasamín, los muralistas mexicanos.
[12]
) Miguel Ángel, Rodin, Thorvaldsen, Jiménez Deredia.
[13]
) El Aleluya de Händel, Mozart, Bach, Mahler, Silvio Rodríguez, Bob Dylan.
[14]
)(Rubén Darío, José Martí, Amado Nerva, Lorca, van Rilke, Ernesto Cardenal.
[15]
) Cervantes, García Márquez, Sábato, Sergio Ramírez, Saramago.
[16]
) Bergman, Buñuel, el Señor de los anillos.
[17]
) Curiosamente, la palabra theôria significaba originalmente "lo visto; espectáculo", del verbo theôreô. El
plural de praxis se usa en el título del libro de Los Hechos.
[18]
) Véanse de nuevo los artículos sobre Marx y la teología de la liberación en esta antología.
[19]
) Por “materialismo histórico” entendemos que los procesos históricos responden mayormente a lo
concreto material, más que a las ideas abstractas. Debe distinguirse del materialismo metafísico, que Marx
tildó de materialismo vulgar. Esta visión de la dinámica de la historia implica el concpto de praxis, como
enuncia Marx en su tesis XI contra Feurbach: “Hasta ahora, los filósofos [aun los materialistas, como
Feurbach] han contemplado la realidad para tratar de explicarla; pero de lo que se trata es de transformarla”.
El materialismo histórico no choca necesariamente con la fe en Dios, a menos que se entienda a Dios como
"la Idea Absoluta" (Hegel).
[20]
) Por supuesto, hay que tomar en cuenta la posibilidad de hipérbole o ironía en el pasaje, con intención de
impactar a los lectores. Es necesario también balancear el extremismo atrevido de este texto con las demás
enseanzas del Nuevo Testamento al respecto.
[21]
) Otras versiones traducen la última frase como "con sus parientes". Es posible que detrás de "conocer los
tiempos" haya una referencia a la astrología, pero en el contexto se refiere claramente a pericias militares y
políticas.

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