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TEOLOGÍA DE LA CRUZ
Número 50
2011
«STAURÓS»
TEOLOGÍA DE LA CRUZ
Presentación
Bodas de Oro del «Boletín Stauros».
P. Pablo García Macho c.p.
Número 50
2011
1
Secretario:
JOSÉ LUIS QUINTERO
Consejo de redacción:
PABLO GARCÍA MACHO.
LUIS DIEZ MERINO.
ANTONIO Mª ARTOLA.
JESÚS Mª ARISTÍN
LAURENTINO NOVOA.
TXEMA ARZALLUZ.
Publica:
Asociación Internacional Staurós
Dirección del secretario Ibéro–Iberoamericano, Comunidad Pasionista
C/ Arte, 4. – Fax. 91 766 97 52 – Tlfno. 91 302 06 07
28033 Madrid
C/ Leizarán, 24.
28002 Madrid
Tlfno. 91 563 50 68
E–mail:sec.cpsang@alfaexpress.net
Imprime:
Creaciones Gráficas EMERGRAF S.L.
C/ Avda. de la Fuente Nueva,8 – Nave,7 – Tel. 91 652 02 47 – Fax. 91 652 02 47
28700 San Sebastian de los Reyes (Madrid).
Publicación semestral sin fines de lucro, financiada por «Staurós International Association», con sede
en Kortrijk, Bélgica, y con la aportación voluntaria de sus lectores.
2
PRESENTACION
Los números y las fechas tienen su magia. Y el número 50 de esta modesta publi-
cación en español es un motivo de gratitud a todos los que lo han hecho posible y lo
continúan haciendo. Y también junto con la gratitud un momento de valoración y de
reflexión en perspectiva de futuro. El P. Pablo García Macho cp, en una colaboración
especial hace mención del origen, la finalidad y el recorrido de esta publicación de la
Asociación Internacional Stauros. Él ha sido y continúa siendo un pilar fundamental
en esta tarea.
Repasando los títulos y los autores que han ido apareciendo desde el número 1
publicado en 1979 hasta la fecha surgen algunos motivos de reflexión centrándose en
el objetivo y el titulo de esta publicación: «Staurós. Teología de la Cruz».
La reflexión sobre la Cruz y la reflexión que la Cruz suscita han sido dos componentes
interrelacionados que han aparecido en la publicación y que a su vez reflejan lo que
la Cruz es en la vida y la reflexión cristiana.
3
d. La reflexión sobre la cruz se ha inserido con más insistencia en el Misterio Pascual
reconociendo que culmina en la resurrección como Palabra definitiva de Dios y
que ésta sin aquella está vacía.
4
BODAS DE ORO DEL «BOLETIN STAUROS»
«Stauros», voz griega que significa «Cruz», es una asociación internacional, fundada
en 1973, con el fin de promover el estudio y la profundización del gran misterio de la
Pasión de Cristo y de su muerte en la cruz. La Asociación, promovida por la Congregación
Pasionista, tiene por finalidad tomar iniciativas y apoyar proyectos, particularmente a
nivel científico, que investiguen el significado de la doctrina y del anuncio de este gran
misterio, fundamento de nuestra fe cristiana, en todas sus dimensiones.
5
el reconocido escriturista Donald Senior, que ha llevado numerosos grupos de disca-
pacitados a la casa que los pasionistas tenemos en Betania, para ayudarles e iluminar
su condición de minusválidos y enfermos a la luz de Cristo en su Pasión.
En el año 1987, la sede del Secretariado de Stauros en España pasó a Málaga. Ese
mismo año, el Secretariado se extendió también a Portugal, por lo que comenzó a
denominarse «Secretario Ibérico de Stauros».
En el período en que tuvo su sede en Zaragoza, el boletín salió con una periodici-
dad un tanto irregular, pero los temas fueron tratados con gran altura teológica, en su
mayoría por autores extranjeros, sobre todo latinoamericanos.
En 1998 el secretariado Stauros se puso bajo la dirección del P. José Luis Quintero y
pasó a Madrid. Desde entonces, el «Boletín Stauros. Teología de la Cruz», ha ido ofre-
ciendo, no siempre con la periodicidad esperada, muy buenos estudios sobre temas de
teología de la cruz, el sufrimiento humano y el misterio de la Pasión.
6
Para terminar, diremos que, desde su fundación, «Stauros International Association»
ha ido formando también una gran biblioteca en Lovaina, que pronto pasará a la casa
general de los pasionistas en Roma. Esta biblioteca está a disposición de cuantos quieran
ampliar sus conocimientos y profundizar en el estudio de la pasión y muerte de Jesús
en la cruz, con todas las implicaciones en la pasión del hombre y de la creación, temas
hoy de la mayor actualidad.
*
El Padre Pablo García ha sido el director de la publicación durante el periodo 1987-1998 y ha colaborado y
continua colaborando con traducciones y artículos. Es el gran promotor e impulsor de esta publicación.
7
8
EL ROSTRO DE DIOS QUE SE VISLUMBRA EN EL
CRUCIFICADO
La Tentación Gnóstica
1
Duch, Ll., Un extraño en nuestra casa, Herder, Barcelona 2007, p. 19.
9
Por otra, la imagen crística de Dios sí encuentra serias dificultades para albergarse
entre nosotros. En la actualidad, como señala acertadamente Ll. Duch, la tentación
gnóstica tiene múltiples manifestaciones. Todas ellas puestas al servicio de esa aguda
psicologización de la existencia humana que padecemos, conducente a mantener vivas
y operativas únicamente las relaciones del individuo con su propio yo, en la búsque-
da del verdadero «sí mismo» que se equipara siempre con «lo divino» (entendido en
términos teístas o ateístas), y que se esconde en lo más recóndito del ser humano2. En
estas condiciones culturales obviamente el Dios, cuyos vicarios son los pobres (cf. Mt
25, 31ss.), solamente será recibido como un molesto «extraño en nuestra propia casa».
La gran tentación del catolicismo actual, cuando habla de Dios, es la de defender su
relevancia para la cultura a costa de rebajar o sacrificar su identidad crística ¿Cuál puede
ser la imagen de Dios de un cristianismo no contaminado por ningún tipo de gnosis?
La Sabiduría De La Cruz
2
Cf., Ibíd. pp. 273-357.
3
Cf., El Dios crucificado, Sígueme, Salamanca 1975, p. 269.
10
visibiliza la forma cómo esa autocomunicación amorosa de Dios en la historia «llegó a
ser» real y operativamente liberadora para los hombres (cf. Rom 5,6-10; 8,32.35).
La cruz es el lugar donde Jesús muere tal y como había vivido, aunque esto no
signifique que la cruz en cuanto tal sea ya signo de la revelación del Dios o de la re-
surrección de Jesús. Esta evidencia de sentido no puede desprenderse ni siquiera del
contexto de la vida de Jesús a pesar de la muy profunda e inigualable calidad humana
que encierra. Mucho menos del contexto de su muerte: la cruz es signo del fracaso, de
la derrota y de la maldición de Dios (cf. Dt 21, 23). La cruz necesitaba de un aconte-
cimiento revelador propio que la sacase de su radical ambigüedad. La autorrevelación
del Resucitado permite que el acontecimiento visible de la cruz pueda captarse en la fe
como un acontecimiento revelador del amor de Dios4. La luz de la resurrección confiere
a su muerte su significación reveladora, en cuanto que aporta el juicio de Dios sobre
el proceso teológico del que Jesús acaba de ser víctima (cf. Hech 2, 23-24). Este juicio
es la respuesta de Dios a la petición de perdón Jesús (Lc 23, 34). Los evangelistas, a
pesar del carácter humillante del final de Jesús, no quisieron edulcorarlo, maquillarlo
o desalojarlo tras los relatos de su resurrección. Al contrario mantuvieron los relatos de
la pasión y muerte de Jesús. Quisieron convertir lo ocurrido en el Gólgota en un ám-
bito histórico teológico. Eran conscientes de que sólo esta historia de pasión y muerte
de Jesús, encadenada sin fisuras con su misión histórica, podía decir con elocuencia
divina «qué historia se anudó allí entre Dios y los hombres». Enarbolan la cruz, lugar
de infamia para los romanos y de impureza y maldición para los judíos, como el lugar
en que Dios se hace presente, confirmando e iluminando todo lo que había revelado
de sí mismo en las prácticas de Jesús.
4
Cf., Greshake, G., El Dios Uno y Trino, Herder, Barcelona 2001, pp. 425-426.
11
Un concepto de Dios nuevo: Dios es Amor
La cruz revela que Dios es Amor, pero también cuál es la cualidad del Amor que
Dios es. Cuando Dios sale de sí descendentemente (se «desciela», podríamos decir en
lenguaje popular) y en la cruz de Jesús de Nazaret se aproxima al máximo a la historia
humana con el fin de ofrecer a hombres y mujeres la vida de su vida, ¿cómo va acon-
teciendo históricamente como Dios Amor? ¿Cómo en ella Dios ejerce de Amor? Las
posibles respuestas a estas preguntas quedan magníficamente resumidas en el texto de
un teólogo asiático que transcribo:
2. CRUZ Y TRINIDAD
La tradición cristiana ha formulado la novedad de la identidad del Dios revelado
en Jesús crucificado con la doctrina trinitaria. Reinterpretando a E. Jüngel que ha
contemplado a Jesucristo crucificado como «vestigium trinitatis»7, me atrevo a afirmar
que la doctrina trinitaria es la expresión absolutamente necesaria, aunque también
absolutamente difícil, de la verdad sencilla de que Dios es amor. En contra de lo que
5
Deus Caritas est. 12.
6
Pieris, A., El Reino de Dios para los pobres: retorno a la fórmula de Jesús, Mensajero, Bilbao 2006, p. 92
(la cursiva es del autor).
7
Cf., Dios como misterio del mundo, Sígueme, Salamanca 1984, pp. 438-503.
12
solemos pensar con frecuencia, «la base escriturística para la fe cristiana en el Dios trino
y uno no son las escasas fórmulas trinitarias del Nuevo Testamento, sino el testimonio
de la cruz constante y unitario, y la expresión más breve en pro de la trinidad es la
acción divina de la cruz, en la que el Padre hace que el Hijo se ofrezca por el Espíritu»
(B. Steffen).
Esta mutua implicación entre teología de la cruz y doctrina trinitaria ha sido conside-
rada en profundidad por teólogos como H. U. von Balthasar8, J. Moltmann9, B. Forte10 y
L. F. Ladaria11. También la Comisión Teológica Internacional somete a la hermenéutica
trinitaria la categoría sacrificial expiación vicaria: «La muerte de Jesús fue «expiación
vicaria» definitivamente eficaz porque en la perfecta caridad de «Cristo entregado» que
se «daba» y «entregaba» a sí mismo (cf. también Ef 5, 2.25; cf. 1 Tim 2,6; Tit 2, 14), se
representaba en forma real y ejemplar la acción del Padre que «daba» y «entregaba»
al Hijo (Rom 4, 25; 8, 22; cf. Jn 3, 16; 1 Jn 4,9). Lo que en el uso tradicional se llama
«expiación vicaria» debe ser entendido y subrayado como un evento trinitario»12.
La muerte de Jesús culmina con las palabras: «Dios mío, ¿por qué me has abando-
nado?» (Mc 15, 34). En ellas, Jesús pone en juego no sólo su existencia personal, sino
su experiencia y predicación de Dios. En su experiencia de abandono o de silencio
de Dios se pone en jaque mate también la divinidad de su Dios y la paternidad de su
Padre que, como Buena Noticia, había anunciado y aproximado a los seres humanos.
Vistas así las cosas, lo que Jesús pide a gritos es «salvar» la divinidad de su Padre en
contra de su silencio, y la fidelidad divina en contra de su abandono. «Con un tanto
de exageración -escribirá uno de los mejores teólogos del siglo XX- se podría formular
así: el grito de Jesús, sirviéndose del Sal 22, no significa sólo: Dios mío, ¿por qué me
8
Cf., Mysterium pascale, en AA. VV., Mysterium Salutis III/II, Cristiandad, Madrid 1969, pp. 143-335.
9
Cf., El Dios crucificado, Sígueme, Salamanca 1975, pp. 275-399; Trinidad y Reino de Dios, Sígueme, Salamanca
1983, pp. 91-96; 113-145; El camino de Jesucristo, Sígueme, Salamanca 1993, pp. 239-251.
10
Cf., Trinidad como historia, Sígueme, Salamanca 1988, pp. 95-139.
11
Cf., El Dios vivo y verdadero, Secretariado Trinitario, Salamanca 1998, pp. 72-89.
Comisión Teológica Internacional, Teología-Cristología-Antropología, en Documentos 1969-1996, BAC,
12
13
has abandonado?, sino también esto otro: Dios mío, ¿por qué te has abandonado?»13
Con toda esta fuerza, hay que resaltar el significado que, para la idea de Dios, tiene la
cruz de Jesús a la luz de su invocación.
San Pablo interpreta la muerte de Jesús en clave de entrega del Padre: «El que no
perdonó ni a su propio Hijo, antes bien lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos
dará con él graciosamente todas las cosas?» (Rom 8,23). Y terminará por radicalizarla
hasta límites insospechados: «A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por no-
sotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él» (2 Cor 5,21). Lo mismo hace
la tradición joánica: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito,
para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). Esta
entrega del Padre patentiza, así, toda la radicalidad y la profundidad del amor que
Dios tiene a los seres humanos: «En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios:
en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En
esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos
amó y nos envió a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados» (1 Jn 4,
9-10; cf. Rom 5, 6-11).
¿Qué Dios acontece en la cruz de Jesús?: «Es el Dios que viene por sí mismo a
buscar a los excluidos y a los pecadores, allí donde se encuentran, para llevarlos de
13
Moltmann, J. El Dios crucificado, Sígueme, Salamanca 1975, pp. 214-215.
14
Cf. González Faus, J. I., Este es el hombre, Sal Terrae, Santander 1980, p. 38.
14
nuevo junto a él, sin condiciones «hoy mismo estarás conmigo» (Lc 23, 43); es el Dios
que ofrece su perdón a los mismos que le tratan como enemigo; el Dios que se com-
padece de todo sufrimiento, liberador de toda injusticia, reparador de las violencias
que los hombres se hacen entre ellos; el Dios que viene a reconciliarse con el mundo,
sin reclamar contrapartida; el Dios cuyo corazón se muestra más ancho y más abierto
que todo recinto sagrado y cuyo yugo es menos apremiante que cualquier ley religiosa,
pues es el yugo del amor (Mt11, 28-30)»15.
Tiene razón W. Kasper, cuando afirma que «solo un amor omnipotente, puede
darse totalmente al otro y ser un amor impotente»17. Pero quizás también podemos
predicar de Dios en la cruz de Jesús algunas de las afirmaciones que el filósofo judío
H. Jonas hace sobre la idea de Dios después de Auschwitz. El Dios del Crucificado
«¡no es un Dios omnipotente!»; en la cruz se revela «un Dios amenazado, un Dios con
un riesgo propio». En la crucifixión de su Hijo Dios «no intervino porque no quiso, sino
porque no pudo»18.
La cruz de su Hijo es «el coste» histórico del amor de Dios por los seres humanos.
El Padre de Jesús, desde toda la eternidad, estaba dispuesto a «satisfacer un precio»
con el fin de llevar a buen puerto su plan de salvación universal y de que los hombres
y las mujeres participasen de su vida divina. El ciego e imponente poder del pecado
en la historia humana se cobró la vida de Jesús, y Dios «pagó» dejándosela arrebatar.
15
Cf., Moingt, J., Dios que viene al hombre. I. Del duelo al desvelamiento de Dios, Sígueme, Salamanca
2007, pp. 352-353.
16
Bonhoeffer, D., Resistencia y Sumisión, Ariel, Esplugues de Llobregat 1969, pp. 209-210.
17
El Dios de Jesucristo, Sígueme, Salamanca 1985, p.226.
18
Cf., Pensar sobre Dios y otros ensayos, Herder, Barcelona 1998, pp. 205-209.
15
La teoría expiatoria o satisfaccionista de origen anselmiano, que tanto ha deformado
la imagen cristiana de Dios es desmentida por el mismo Dios presente en la cruz. La
cruz no es «el precio» en forma de dolor y sufrimientos inauditos, que Jesús paga a
Dios para satisfacer su honor ofendido a causa de la deuda que el género humano ha
contraído con Él por sus pecados. La cruz es «la cuantía» divina del Amor, cuando Dios
se mete a redentor en esta historia en la que el pecado tiene poder. En la cruz, Dios
acontece como donador de su Hijo Jesús, que también se entrega a los demás y a la
causa de los pobres, hasta el extremo del sufrimiento y de la muerte, con el fin de que
los hombres y las mujeres puedan sustraerse a la muerte y vuelvan a tener vida y vida
en abundancia insospechada. (cf. Jn 10, 10).
Como escribió el papa actual, «lo que significa «omnipotencia» y «pleno dominio»
sólo se ve cristianamente en el pesebre y en la cruz. Sólo aquí, donde Dios, Señor del
universo, entra en el ámbito de la impotencia al entregarse a sus diminutas criaturas,
puede formularse en verdad el concepto cristiano de omnipotencia. Nace así un
concepto nuevo del poder, del dominio y del señorío. El poder supremo se revela en
que tranquilamente puede renunciar a todo poder, en que es poderoso no sólo por la
fuerza, sino sobre todo por la libertad del amor que al ser rechazado se muestra más
potente que los victoriosos poderes del mundo»19. Sabias y cristianas palabras que la
Iglesia del Padre (cf. LG 2) no debiera olvidar jamás a la hora de ordenar sus prácticas
y configurar sus representaciones públicas.
La cruz desvela todo el poder y toda la gravedad del pecado del mundo. Es capaz
de arrancar violentamente al Hijo de las manos de Dios, negándole el ejercicio de su
paternidad y alcanzándole con el dolor y el sufrimiento. Pero al mismo tiempo mani-
fiesta el rostro del Dios solidario y compasivo. Dios Padre abraza visceralmente, con
entrañas de madre, la situación y los sentimientos de Jesús en la cruz. Y, de este modo,
padece-con-Jesús el sufrimiento del abandono y de la muerte. El Padre se siente afec-
tado por la muerte del Hijo en correspondencia con el dolor del Hijo por el abandono
del Padre. La «pasión» del Padre se convierte en el otro nombre de su amor infinito
al Hijo y en él a todos los crucificados de la historia. La «pasión» de Dios constituye
algo así como el sufrimiento producido en el Padre por la muerte del «grano» que Él
mismo ha sembrado en el surco de la historia para que de ella broten frutos divinos
(Jn 12,24; 15,13-15).
19
Ratzinger, J., Introducción al cristianismo, Sígueme, Salamanca, 1970, 121.
16
proceso de repliegue de Dios. Dios abre en su ser un espacio del que Él se retira, «una
especie de lugar místico primigenio» donde se hace presente con la creación y con la
revelación. Así pues, el primer acto de Dios no es un acto de revelación, sino un acto
de ocultamiento; no se trata de un despliegue exuberante de Dios, sino de su limitación
de Dios. «La Creación fue el acto de soberanía absoluta, con el que ésta manifestó su
voluntad de dejar de ser absoluta en función de la existencia de una finitud que se
pueda autodeterminar»20. La creación supone, por tanto, una ocultación de Dios, que
hace posible su posterior presencia que ya siempre será en la ausencia; una especie
de autohumillación y de ensimismamiento de Dios en la impotencia, que hace posible
no sólo la libertad humana, sino también la reciprocidad constante de la relación que
Dios establece con el género humano21. La revelación de la autolimitación de Dios,
de su debilidad y pequeñez, deja a los seres humanos la posibilidad de ignorarle y la
libertad de negarle. La nueva creación es alumbrada por Dios en un doloroso parto
(cf. Rom 8, 22).
El sufrimiento de Dios
17
con él, profundamente inscrito en la mentalidad cosmológica. Sólo de esa manera
podía preservarse lo permanente, verdadero y constante, que los hombres obtenían en
esforzado enfrentamiento con el devenir y el perecer. La divinidad, impasible, inmóvil
y autosuficiente, cumplía la función de fundamentar y sustentar el mundo móvil y
mutable. La mentalidad cristiana «importó» el concepto de la apatheia o ataraxia desde
la filosofía griega al espacio bíblico, que era del todo diferente23.
Dios no salva a los seres humanos porque los libera del sufrimiento y del fracaso,
sino porque se hace presente en ellos. Dios, como nos recuerda la bellísima fórmula
de A. N. Whitehead, es «el compañero de viaje, el colega de sufrimiento que por ello
nos entiende». Paradójicamente el mal se puede convertir de objeción o interrogante
angustiado frente a Dios en el lugar de su revelación decisiva y en ocasión para el
asombro y la adoración de la grandeza insondable del Amor.
Quienes nos atrevemos a hablar de Dios, desde cualquier servicio eclesial (magis-
terio, teólogos, predicadores, catequistas, educadores de la fe cristiana), debiéramos
estar junto a los que sufren y se lamentan ante Dios para ganar con ellos terreno a la
desdicha y a la muerte. Sin la compañía de los que sufren, nuestro lenguaje sobre Dios
podrá ser ortodoxo, pero no será verdadero en el sentido del Evangelio. La muerte
del Dios todopoderoso echa sobre las espaldas de los hombres y las mujeres la tarea
de encargarse del sufrimiento del mundo. En ese empeño, la revelación de Dios en
la cruz es una permanente invitación a convertimos, como Simón, en «cireneos» de
Dios que carga hoy -¿más que nunca? -con una insoportable multitud de cruces por la
tupida red de vías dolorosas en la que se han convertido los caminos del mundo por
donde transitan los seres humanos.
23
Cf. v. Balthasar, H, Teodramática 5. El último acto, Encuentro, Madrid 1997, pp. 213-214
18
Llama la atención la espera divina para pronunciar su Palabra plena en la historia (cf.
Heb 1, 2). Sorprende su largo anonimato durante treinta años. Da qué pensar el carácter
no-divino de su presencia pública (cf. Mt 4, 1-11), la polémica que provoca su actuación
(cf. Mt 12, 22-29) y su nombrar a Dios como Abba en complicidad con los pecadores
y los ninguneados de la historia. Provoca escándalo y suena a locura su silenciamiento
y muerte violenta en la cruz. Y sin embargo en esa Palabra anonadada (cf. Fp 2, 5-11)
Dios se aproxima y se acerca definitivamente a los seres humanos, colmándoles con su
plenitud (cf. Ef 3, 19). Su fuerza salvadora actúa en la historia humana, pero en virtud
de la debilidad crucificada del Mesías de Dios (cf. 2 Cor 13, 4). Esa Palabra, de la que
el poder del pecado despoja a Dios, se convierte en fuente de salvación para todo el
cosmos (cf. Tit 2, 11) y en comienzo nuevo y universal de la historia humana (cf. Tit
3, 4). En Jesús crucificado la Palabra divina prometida a su pueblo despedazado y la
palabra protesta y queja airada del pueblo desgarrado dirigida a su Dios siempre fiel
no son dos palabras distintas, sino una única Palabra de salvación24.
Ésta es la antigua tradición que los primeros testigos de la Palabra hecha carne nos
entregaron, y que hizo posible no solamente formas nuevas de pensar el mundo sino
sobre todo nuevas maneras de estar en él y de construir la historia, que traían consigo
noticias sorprendentemente buenas sobre Dios.
El Hijo crucificado
Los primeros cristianos aplicaron el título «Hijo de Dios» a Jesús desde muy tempra-
namente. Pablo establece con el título «Hijo» una especie de circularidad, que tiene
como referente principal a Dios. Dios envía (cf. Gal 4,4 y Rom 8, 3), entrega (cf. Rom
8, 32), entroniza (cf. Rom 1,4) y volverá a enviar definitivamente al Hijo (cf. 1Tes 1, 10)
con la función específica de que Dios sea todo en todos (cf. 1 Cor 15, 28). Este proceso
del Hijo reconcilia a los hombres con Dios (cf. Rom 5, 10) y les hace partícipes de su
condición filial configurándoles como hijos e hijas de Dios (cf. Rom 8, 29; Gal 4, 5), y
les permite invocar, con él y como él, a Dios como Abba (Rom 8, 14; Gal 4, 6-7). El
título de «Hijo» y el de «Padre» adquieren así una entidad diferente a la que habían
tenido en el Primer Testamento25.
24
Cf., Pieris, A., o.cit., p.77.
25
Cf., Ladaria, L. F., o.cit., pp. 45-48.
19
Es así como los primeros cristianos confesaron que Jesús venía de Dios26 y, al mismo
tiempo, que Dios venía en el hombre Jesús. En Jesús, Dios había aparecido en este
mundo a la manera de misterio absoluto de benignidad. El título «Hijo» es Evangelio:
en Jesús, el propio Dios viene a los hombres como entrega de sí mismo y salvación27.
Pero el título es también escándalo y locura porque nos invita a acoger el misterio de
la encarnación de Dios como la «inmoral» y desestabilizadora alianza entre Dios y los
esclavos, encarnada en Jesús, que se puso de parte de los no-personas como signo y
prueba de su naturaleza divina28.
«Hijo» es el nombre que mejor le cuadra a este Dios con nosotros y como nosotros
que, en Jesús de Nazaret, adviene y planta su tienda entre nosotros. El nombre de Hijo
pone de manifiesto, al unísono, toda la grandeza de Jesús (Mc 1,11; 9,7; 12,6) y la
posibilidad de que esa gloria inaudita se deje contemplar, precisamente, en el carácter
humilde y servicial de su figura histórica: Jesús es el Hijo obediente (cf. Heb 5,7s), hecho
pecado (cf. Rom 8,3), en una palabra, el Hijo entregado y asimilado a la figura del Sier-
vo. Jesús tiene su origen y su futuro en «lo Máximo», pero en su proceso humano llega
hasta «lo ínfimo» (la cruz), y desde ese abajamiento incorpora a toda la humanidad en
su retorno al Padre. La primera comunidad cristiana tiene un gran interés por univer-
salizar singular y excepcionalmente el título cristológico de Hijo, extendiéndolo como
vocación y llamada divina a todo hombre y a toda mujer. En cada aventura humana,
la realización y despliegue histórico de la filiación dependerá del desenvolvimiento de
la identidad «samaritana» (cf. Lc 10, 25-37) que todo ser humano tiene inscrita en su
alma, en su condición de creatura a imagen y semejanza de Dios.
26
Cf., Moingt, J., El hombre que venía de Dios, Desclée, Bilbao 1995.
27
Cf., Sobrino, J., La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas, Trotta, Madrid 1999, pp.252-255.
28
Cf., Pieris, A., Liberación, inculturación, diálogo religioso. Un nuevo paradigma desde Asia, Verbo Divino,
Estella (Navarra) 2001, p. 225.
20
entregando la vida por sus amigos los hombres (cf. Jn 13,1; 15, 13), que es la cruz de
Jesús.
La cruz revela a un Hijo de Dios solidario desde dentro con las víctimas del pecado
de la historia. Jesús se fue haciendo cargo de la situación de inhumanidad o infrahuma-
nidad en la que vivían los hombres como consecuencia del pecado. Este hacerse cargo
le condujo a encargarse de liberarlos de todos esos mecanismos deshumanizadores
que constituyen la realidad del pecado. Este encargo le llevó a adentrarse y descender
hasta los infiernos de la pobreza, la injusticia, la perdición, el abandono y la muerte
inicua. Y así, solidarizado desde dentro con los pecadores, pero no con su culpa, cargó
con las consecuencias del pecado y de la muerte. De este modo paradójico consigue
desactivar definitivamente los poderes de la ley, del pecado y de la muerte, y alcanza
para los seres humanos la reconciliación del Padre: «Cristo nos rescató de la maldición
de la ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros, pues dice la Escritura: Maldito
todo el que está colgado de un madero, a fin de que llegara a los gentiles, en Cristo
Jesús, la bendición de Abraham, y por la fe recibiéramos el Espíritu de la Promesa»
(Gal 3,13-14).
Así pues, Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, cargando
con él. La cruz de Jesús pertenece legítimamente al contenido fundamental de la fe
cristiana en la salvación. Desde antiguo se repite en la Iglesia el siguiente axioma: «lex
orandi, lex credendi». Pues bien, la ley de la oración de la iglesia ha reflejado la ley de
su fe de la siguiente manera: « ¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza! Jamás el bosque
dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto» (Himno de Viernes Santo). Sin embargo,
es necesario mantener que la fundamentación del valor salvador de la cruz radica en
que de ella cuelga Jesús de Nazaret: «Mirad el árbol de la cruz donde estuvo clavada
la salvación del mundo».
21
los prisioneros, los enfermos son hoy el cuerpo histórico, maltratado, escarnecido y
crucificado, del Hijo de Dios exaltado.
Que la crucifixión del judío Jesús de Nazaret sea la del Hijo de Dios, origina la
ruptura de la sacramentalidad natural y fundamenta su verdad teológica (cf. Mt 25, 31
ss.). Así mismo, funda la fraternidad universal entre los seres humanos, en cuanto que
Jesús de Nazaret se hace hermano de los no-hombres: «El crucificado no pertenece a
ningún pueblo, ni a ninguna clase, ni a ninguna raza. Como hermano de los expulsados
y los despreciados y los desclasados, toma a la sociedad por su extremo más ínfimo,
por el punto en que todas estas diferencias de cultura, lengua y propiedad no juegan
papel ninguno, por el punto en que los hombres, ya sean judíos o gentiles, griegos o
bárbaros, señores o siervos, hombres o mujeres, quedan unificados en su miseria. Así
como en una calavera no se ve si fue la de un rico o la de un pobre, de un hombre
justo o de un injusto, en la miseria humana que se manifiesta en el crucificado y en la
cual se vuelca el amor de Dios que en el crucificado se hace real, vienen a quedar en
suspenso todas aquellas diferencias con las que los hombres se separan de otros hom-
bres. La raíz más profunda del universalismo cristiano no estriba en el monoteísmo de
«un Dios, una humanidad», sino en la fe en el crucificado: el «Dios crucificado» asume
29
Greshake, G., o.cit. pp. 444-446.
22
a los hombres en su común carencia de humanidad. Dios se hizo hombres para, de
unos dioses orgullosos e infelices, hacer hombres verdaderos»30.
.J. Sobrino ha propuesto «bajar a los crucificados de la cruz» como tarea de los
cristianos. Por supuesto no se trata de resucitar a los ya definitivamente crucificados.
Ese poder sólo lo tiene Dios. Se trata de descender de la cruz y de su lenta agonía,
impuesta por la injusticia estructural, a los que todavía permanecen colgados de ella y
evitar así que «mueran antes de tiempo». Esta práctica, peculiarmente cristiana, suele
acarrear la crucifixión de quienes la ejercen. Y ahí están para testificarlo la multitud de
mártires por la justicia que nos han acompañado durante el siglo XX. Su vidas verifican
ante el mundo que hoy también, y en cualquier circunstancia histórica, hay hombres y
mujeres que, como Jesús de Nazaret, hacen correr rumores acerca del Dios debilitado
de la compasión y de la misericordia. La vulnerabilidad y fragilidad divinas no son una
información sobre Dios que los hombres hemos de conocer, sino una pro-vocación
de Dios a la que debemos corresponder misericordiosa y compasivamente, es decir,
divinamente.
30
Moltmann, J., El hombre, Sígueme, Salamanca 1973, p. 38.
31
Bach, U., En defensa de una Iglesia diaconal, en Concilium 218 (1988), p.91.
32
«Cristo resucitado, como si preparase la nueva creación, «trae» el Espíritu santo a los apóstoles. Lo trae a
costa de su «partida»; les da este Espíritu como a través de las heridas de su crucifixión: «les mostró las manos
y el costado». En virtud de esta crucifixión les dice: «Recibid el Espíritu santo»»: Juan Pablo II, Dominum et
Vivificantem 24.
23
Amor para la salud integral y plena de los seres humanos, por medio de Jesús que les
entrega y por el Espíritu de Vida que derrama sobre toda carne (cf. Hech 2, 17).
De este modo Dios cumple con su deseo primigenio de no abandonar a las criaturas
a la precariedad de la muerte y, sobre todo, de la muerte prematura. El Espíritu entre-
gado en la cruz de Jesús y donado en su resurrección, se proyecta y se despliega en la
historia como matriz del Absoluto de la que brota vida y vida sobreabundante, y nacen
multitud de hijos e hijas de Dios y de hermanos y hermanas de Jesús (cf. Rom 8,29).
La entrega del Espíritu confiere a la cruz de Jesús la fecundidad propia del Dios Amor.
Dios, con su dolor y sus gemidos, participa de los dolores y gemidos de la humanidad
sometida al fracaso del pecado y de la muerte. Pero el Amor Doliente de Dios -su Es-
píritu- constituye la contribución divina invencible a ese parto de la nueva creación de
los hijos de Dios (cf. Rom 8, 18-25). El Espíritu de Dios actúa haciendo brotar, desde el
corazón del mundo despiadado y del mismo centro de la mortalidad de las criaturas,
posibilidades inéditas de vida inaudita34. Desde dentro el Espíritu, -al que J. Moltmann,
remontándose a un antigua tradición gnóstico-cristiana, ha llamado Madre de la Vida-,
hace nacer de nuevo a los hombres y a las mujeres para la vida auténtica.
33
Cf., Moingt, J., o.cit. p. 480.
34
«El Espíritu Santo, como amor y don, desciende, en cierto modo, al centro mismo del sacrificio que se ofrece
en la cruz. Refiriéndonos a la tradición bíblica podemos decir: él consuma este sacrificio con el fuego del
amor, que une al Hijo con el Padre en la comunión trinitaria. Y dado que el sacrificio de la Cruz es un acto
propio de Cristo [...], es revelado y a la vez es presentado como amor que actúa en lo profundo del misterio
pascual, como fuente del poder salvífico de la Cruz de Cristo y como don de la vida nueva y eterna»: Juan
Pablo II, o.cit., 41.
24
El Espíritu, como su alma, inspira una Iglesia excéntrica, sacramento de fraternidad y
dadora de Vida (LG 1). Esa entrega del Espíritu divino funda el mandato del amor y
posibilita desde dentro del corazón el imperativo divino: «¡ámame!».
La Iglesia sabe que ha nacido del costado del Crucificado, y no del trono de Caifás.
Fiel a Dios Padre aprende, dolorosamente y por amor a los hombres, a dejarse arrancar
de las manos aquello que más ama y que -¡ojalá coincida!- con aquello que más suyo
es. Siguiendo el camino de su hermano Mayor y Señor, Jesús, se siente más afectado
por el dolor del mundo que por la heterodoxia de los hombres; y busca en el esfuerzo
por ser cauce de salvación para los pobres ese lugar peligroso, pero salvador para ella
misma, donde quiere servir a Dios. Renuncia a ser dueña de su propia vida, a pro-
gramar con anticipación los resultados del propio hacer y padecer, pues solo el Padre
puede suscitar la Pascua. La Iglesia impulsada y fortalecida por el Espíritu invencible de
la cruz se despliega en esta historia reseca por la insolidaridad humana y maldita por
la sangre derramada injustamente como «partera» que ayuda a nacer nuevos hijos de
Dios y hermanos de Jesús para bien y salvación de esta vieja humanidad y para gloria
y alabanza de Dios.
25
26
LOS CAMINOS DE LA MÍSTICA EN UNAMUNO Y JUAN
RAMON: CANCIONERO Y DIOS DESEADO Y DESEANTE
27
CONTACTOS Y CONTAGIOS UNAMUNO-JUAN RAMÓN
1
Ricardo Gullón, Conversaciones con Juan Ramón Jiménez, Madrid, 1958, pág. 57.
2
«A Machado y a mí al principio no nos gustaba Unamuno. Hay que pensar en la diferencia de edades: el
tenía treinta y cinco años cuando nosotros dieciocho, y por eso no es extraño que prefiriésemos a poetas de
menos edad, más juveniles y más cercanos a nosotros. Cuando en 1907 publicó Poesías, me lo envió, y ese
libro sí influyó en nosotros». Ibidem, pág. 56.
3
Francisco J. Blasco Pascual, La poética de Juan Ramón Jiménez, Salamanca: Universidad de Salamanca,
pág. 121.
4
Rafael Alarcón Sierra, Juan Ramón Jiménez. Pasión perfecta, Madrid: Espasa, 2003, pág. 70.
5
R. Gullón, Op. cit, pág. 116. La relación Juan Ramón y Antonio Machado ha merecido alguna atención
por parte de la crítica. Biruté Ciplijauskaite, «Albert Samain, Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado»,
en Juan Ramón Jiménez. Actas del Congreso Internacional Conmemorativo del Centenario de Juan Ramón
Jiménez, celebrado en La Rábida durante el mes de junio de 1981, organizado por la Excma. Diputación
Provincial de Huelva y la Universidad de Sevilla, Huelva: Diputación Provincial de Huelva, 1983. v. I, págs.
233-241. Ricardo Senabre, «Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado: relaciones y dependencia», en Juan
Ramón Jiménez en su centenario, Cáceres: Ministerio de Cultura. 1981, pág. 211–30. Ricardo Gullón, «Re-
laciones entre Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez», Pisa: Universidad de Pisa; 1964. Antonio Oliver,
«La amistad entre Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado», Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 69
(1961), págs. 871-878.
28
el bronco verso de don Miguel y el contacto personal entre ambos fue fluido.6 Pese
a esos reconocimientos de admiración, nunca existió el conocimiento de los últimos
poemas unamunianos. Cuando Juan Ramón escribe a Ángela Figuera un año después
de su vivencia mística, confiesa no conocer el poemario póstumo de Unamuno no
publicado hasta 1953 en Buenos Aires. Y más tarde, poco antes de morir, volvía a
declarar en sus largas confesiones a Ricardo Gullón en su domicilio de Puerto Rico
que no había visto aún el Cancionero de Unamuno.7 Estas afirmaciones nos sitúan el
acercamiento de ambos poemarios en el terreno de las raíces espirituales compartidas
y las reflexiones poetológicas nacidas como las más hondas vivencias del espíritu.
Además una circunstancia material, el exilio, actuará como metáfora sentimental para
el mundo del espíritu.
6
Los recuerdos personales ya tardíos sobre Unamuno son diversos. De sus años en la Residencia recuerda
que Unamuno lo primero que hizo al llegar fue leerles íntegro y sin interrupción alguna el manuscrito de El
Cristo de Velázquez. La ocasión se presta para algún comentario negativo sobre la egolatría del vasco. Lo cierto
es que El Cristo de Velázquez, pese a ser considerado su libro clave, no penetra en la trayectoria poética de
Juan Ramón quien define el texto unamuniano como «un libro mitológico, porque los mitos están llenos de
dioses; la teología y la mitología se parecen». R. Gullón, Op. cit., pág. 71. En otro momento recordaba Juan
Ramón: «Por aquella época venía mucho a mi casa de la calle del Conde de Aranda. En la Residencia nos
sentábamos juntos a la mesa y hablábamos. Un día, a propósito del El Cristo de Velázquez, yo le dije: ‘Esto
es mitología, don Miguel’. Y él me contestó inmediatamente: «¡Claro, hombre! ¡Naturalmente!»», pág. 72.
7
«Aún no lo vi. Y me pregunto por qué le subtitularon Diario poético. Eso no es cosa de Unamuno, sino
de Onís, y sobra». Ricardo Gullón, Conversaciones con Juan Ramón Jiménez, Madrid, 1958, pág. 125. Juan
Ramón, sin embargo, pudo recibir el impacto de un texto que sorprendió a todos por su vehemencia, Hijos
de la ira de Dámaso Alonso, con el que tiene no pocas coincidencias en su aliento, su ritmo y su huracán
versiculista. Dámaso es paulino y confesional, mientras Juan Ramón es panteísta e iluminado. La mística
de Dámaso brota de la culpa existencialista y recupera el encuentro con el Dios de la infancia, el que per-
manecía intacto, pero oculto por su propio alejamiento. La epifanía de Juan Ramón no recupera sino que
descubre algo nuevo.
29
afectivos más intensos, la muerte de su mujer Concha Lizarraga. La contemplación del
mar, la lectura (siguió con él el viejo ejemplar en griego de los evangelios) y la medi-
tación llenaron los años del exilio. Explicaba a su amigo Alba cómo era la escritura de
ese tiempo: «poesía en prosa y verso-descripciones, filosofía, religión y hasta mística»
(15-11-25). Efectivamente, Cancionero –en su enorme variedad de registros− tocará las
fibras religiosas más hondas del poeta convirtiéndose en su testamento espiritual, pues
es en el poemario, y no en otros géneros, donde se resolverá la lucha entre el poeta y su
Dios, el punto en que la luz mística de lo divino parece disipar las tinieblas paradójicas
de la razón. Cancionero significaba el desenlace final de un duelo sostenido entre el
poeta y su Dios desconocido a lo largo de cincuenta años. Son la vejez,8 la presencia
próxima de la muerte y su condición de desterrado los elementos que han precipitado
la última crisis. Se fraguó en la experiencia del exilio como un «Cancionero espiritual
en la frontera del destierro», un destierro que se le transformó en destierro espiritual,
esto es, en nostalgia de su verdadero «hogar», «patria» y «padre». Crepuscular, don
Miguel presentía junto al mar el final de sus días, «se alarga a morir la sombra», pero
entre las sombras este sol casi horizontal −«es mi sol que se está poniendo»− produjo
un efecto espiritualmente deslumbrante.
8
Calificada de «poesía de senectud», fue estudiada por Francisco Javier Díez de Revenga, «Unamuno poe-
ta: en torno al Cancionero como poesía de senectud», Actas del Congreso Internacional Cincuentenario de
Unamuno. Salamanca, 10–20 de diciembre de 1986. Dolores Gómez Molleda (ed.), Salamanca: Universidad
de Salamanca, 1989, págs. 441–446.
9
«Después de la apoteosis de la Argentina fue el encuentro de Juan Ramón con el dios posible de Animal
de fondo; la mayor parte de los poemas de esa colección fueron escritos en alta mar, al regreso a los Estados
Unidos. El libro se acabó de imprimir en Buenos Aires en julio de 1949, por la Editorial Pleamar, y para di-
ciembre de ese año Juan Ramón dedicaba y enviaba ejemplares a sus amistades». Graciela Palau de Nemes,
«De Zenobia y Juan Ramón, los últimos años: cartas (1951–1956)», Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid,
CXXV, 1981, pág. 46. Aclamado y reconocido, se organizan conferencias, homenajes y recepciones de
asistencia multitudinaria; se colapsan las calles de las ciudades, donde se agolpan hombre, mujeres y niños.
Zenobia recuerda que JR es recibido como un Ghandi por los niños y como Frank Sinatra por las mujeres.
Rafael Alarcón Sierra, Juan Ramón Jiménez. Pasión perfecta, Madrid: Espasa, 2003.
30
pero él mismo escribió que la luz le atravesó instantáneamente al subir al coche que le
llevaría a tomar el barco. Animal de fondo se forja así en las circunstancias especiales
del exilio, la larga experiencia de desamparo existencial y la edad entrada en años que
creaba pesadumbre en su salud endeble. Poesía exílica y poesía de senectud vuelven
a ser en 1948 las claves que explican la experiencia espiritual de sus últimos textos,
en los que se cumple la búsqueda de toda una vida con un inesperado hallazgo.10 Es
importante señalar que esta poesía de revelación espiritual pudo manifestarse gracias
a la inmersión de lleno en su lengua materna porque será a través del lenguaje mismo
como se conecte con lo divino. La circunstancia humana en la que se escribe Animal
de fondo es de una plenitud exultante que alimenta el complicado ego del escritor.
Este es otro elemento importante para entender el tipo de mística que vive. Al exilio
prolongado y la edad se suma una tercera circunstancia señalada por la crítica para que
la luz se hiciera en los poemas de Animal de fondo, su espacio, el mar. Por segunda vez
–la primera fue en 1916 durante el viaje de regreso de Nueva York con motivo de su
matrimonio− la revelación se hizo ante la presencia del mar.11 El viaje por mar volvía
a poner al poeta en comunión con la plenitud y la transparencia. Con el ilimitado mar,
especulando el cielo, se abrían y expandían los límites de su conciencia invadida por
el espacio simple e infinito. Con la infinitud del mar se hizo nuevamente la luz que
permitía ver con los ojos del espíritu el Todo esencial que había guiado su Obra. La edad
penúltima, la actitud terminal en medio de un exilio largo y definitivo12 y la vivencia
de lo infinito vivido a solas en su conciencia originaban este último poemario místico,
donde Juan Ramón hallaba respuesta a la razón de su vida. Dios deseado y deseante
fue su postrero y definitivo proyecto poético que no llegó a completar. La primera parte
del mismo, compuesta por veintinueve poemas, constituyó Animal de fondo, escrito
durante 1948 y publicado en julio de 1949. Durante 1953 y 1954 preparó su proyecto
para el que escribió unas valiosas notas, pero el texto quedó inédito.13 La revelación
no acompañó a Juan Ramón hasta el final de sus días pues volvió a hundirse en otra
10
Francisco Díez de Revenga no dudaba en calificar esta obra como «poesía de senectud» en la que el
poeta alcanzaba su máxima interiorización y culminaba al fin el anhelo de toda su vida. «La poesía última
de JR como poesía de senectud», en Arturo del Villar (ed.), Cuadernos de Zenobia y JR, Madrid, Los libros de
Fausto, 1 (otoño de 1987), págs. 48-59. Análisis similares has rastreado los procesos espirituales terminales
de Bergamín, Diego, Aleixandre, Alberti, Guillén y Alonso.
11
Gustavo Correa, «El mar y la poesía de conciencia en Juan Ramón», Cuadernos Hispanoamericanos, 125
(1981), págs. 241-258. Arturo del Villar,«El primer encuentro de Juan Ramón Jiménez con el Dios deseado»,
Cuadernos Hispanoamericanos, 557 (1996), págs. 98-109.
12
El reencuentro con las raíces de su esencia española convierte a Juan Ramón en un exiliado que recupera
el origen y, en consecuencia, su ser, la identidad de su yo, perdido durante años «como chopo español con
la raíz en el aire». Eva Núñez-Méndez sugiere una lectura exílica cuando concluye que «Su dios deseante
viene a ser ese mar que le separa de su pueblo, esa inmensidad espiritual que aunque separadora, los une
en el deseo de alcanzar la belleza poética». Eva Núñez Méndez, «Poeta en el exilio, el Juan Ramón Jiménez
de Dios deseado y deseante», Ojáncano, Chapel Hill, 24 (Octubre de 2003), págs. 97-104.
13
Lo publicaría póstumamente en 1964 Antonio Sánchez Barbudo en la editorial Aguilar. Una propuesta
de estudio y edición es la de Carlos León Liquete, «El mar tercero (Contexto de la obra última de Juan
Ramón Jiménez)», Insula, 705 (2005), págs. 21-23. (Número monográfico). Sobre aspectos concretos de
edición véase su prólogo y edición a Animal de fondo, en Juan Ramón Jiménez, Obra poética, Javier Blasco
y Mª Teresa López Trueba (eds.), Madrid: Espasa-Calpe−Valladolid: Fundación Jorge Guillén, 2005. Último
trabajo es Dios deseado y deseante: animal de fondo. Ed. crítica y facsimilar de Rocío Bejarano y Joaquín
Llansó. Madrid: Akal, 2008.
31
de sus depresiones y recibió el Nobel en 1956 mientras agonizaba Zenobia. Ante su
cadáver sólo supo repetir enloquecido «Dios no existe».
Cancionero y el Dios deseado tendrán publicaciones póstumas que sus autores nun-
ca verán.14 Entre ambos median doce años, 1936 y 1948. Animal de fondo nada tuvo
que ver con la gestación de Cancionero. Sin embargo, Cancionero y Animal de fondo sí
comparten una misma experiencia espiritual brotada de una realidad paralela: el exilio
en desamparo que sitúa al ser humano en la frontera de lo divino, la contemplación
del mar simbolizando la orilla en el más allá y la senectud como cercanía temporal
del encuentro ansiado y la contemplación extática del mar como recepción gozosa
de lo infinito. La soledad doliente conduce hasta la visión de Dios: «ojos lavados con
lágrimas ven / el infinito divina vaivén» (1357, 29-XI-29). El vaivén de las olas provoca
el sueño de lo eterno. Para poder ver a Dios, en esta poesía de la etapa final, verdadero
testamento poético, se debe recuperar al niño que la razón les había ocultado durante
años. El regreso a su esencia devuelve a Juan Ramón a lo puro («mi inocencia pura»),
al principio («niñodios que yo fui un día»), y la pureza le lleva hasta el descubrimiento
luminoso de la Verdad esencial. A Unamuno le lleva al terreno puro de los sentimientos
−«que es el niño quien nos salva» (1271, 20-9-1929)−, el rincón del corazón donde
habita la experiencia religiosa. En la senectud se repudia los ojos de la razón, instru-
mento fallido para encontrar a Dios. Sabemos cómo, pero ¿dónde han hallado a Dios
ambos poetas?, ¿cómo se gesta la poesía mística de sus últimos años, el «conseguido»
encuentro con Dios? Nos hallamos ante un proceso poético y vital de sorprendentes
similitudes, pues ambos descubrieron en su conciencia al Dios de la conciencia o, más
exactamente, al Dios creado en su conciencia a través de la creación poética. Unamu-
no quiso salir de la árida y frustrante creación de Dios en la conciencia, Juan Ramón
fundió el viejo «deseado» en el insólito hallazgo del «deseante». ¿Es el «dios deseante»
la misma «sed de más» unamuniana y el mismo Dios el que persiguen ambos poetas?
La poesía fue así el cauce de creación de su Dios y el lugar del hallazgo ¿de lo creado
o de lo revelado? Intentaré precisarlo en las páginas que siguen. Presento para ello los
elementos que subyacen en esta construcción que deviene hallazgo.
14
Miguel de Unamuno, Cancionero. Diario poético, Edición y Prólogo de Federico de Onís, Buenos Aires:
Losada, 1953. Citamos por esta edición.
32
Juan Ramón vive en 1896 una primera crisis religiosa fundada en motivos perso-
nales. Cercano al modernismo literario, hace de la belleza aquello que trasciende y
sustituye el Dios cristiano por la divinización estética. El modernismo que hacía de lo
sacro una vivencia estética y la poesía francesa simbolista tienen mucho que ver en
este proceso. Juan Ramón no dudaba en reconocer su filiación krausista relacionando
ésta con el espíritu modernista.
−Yo me eduqué con krausistas. [... ] El krausismo era entonces lo que luego fue
el modernismo. [...] Les parecía que serlo era algo pecaminoso. [....] En España
entonces un krausista era un pedagogo sentimental. Krause había sido un filósofo
idealista, un postkantiano. Entre krausismo, o mejor dicho, entre krausistas españoles
y modernismo hay alguna relación.15
15
Ricardo Gullón, Op. Cit., págs. 57 y 58.
16
Aunque se habla generalmente de la crisis personal del poeta, Mercedes Juliá alega causas derivadas de su
proceso intelectual: «Más tarde, las relaciones de Juan Ramón Jiménez en la Institución Libre de Enseñanza
con otros artistas que igualmente se habían apartado del catolicismo, así como las lecturas de Nietzsche,
Spinoza y del mismo Krause, acabaron formándolo en la tradición del modernismo religioso europeo». De
la nueva luz. En torno a la poesía última de Juan Ramón Jiménez, Huelva: Diputación Provincial de Huelva.
Servicio de Publicaciones, 2010, pág. 110.
17
Gilbert Azam, La obra de Juan Ramón Jiménez: continuidad y renovación de la poesía lírica española,
Madrid: Editora Naciona, 1983.
18
Pedro Ribas coincide en esta lectura aunque muestra su preferencia por la que explica el texto desde el
protestantismo liberal. Para leer a Unamuno, Madrid: Alianza, 2002, págs. 102-103.
19
Mercedes Acillona, «Simbología del exilio unamuniano: Cancionero en la raíz de San Manuel Bueno,
mártir». El exilio: debate para la historia y la cultura. José Ángel Ascunce (coord.). San Sebastián: Editorial
Saturrarán, 2008, págs. 345-371.
33
ciales para entender el poemario. Sanz del Río tomó en Alemania el camino que le
llevaría a reconocer a la divinidad dentro de su conciencia y de ver ésta en el mundo
entero.20 Así, el lugar de encuentro con Dios es la conciencia. En la conciencia reside
la experiencia del Todo, una plenitud del ser que se hace presente como epifanía. El
sistema krausista se define desde lo postkantiano y se nutre en parte de Shelling21 de
quienes reconocemos las ideas de la «estética de lo sublime» y la identidad Espíritu-
Naturaleza, más perceptibles en la contemplación de la poesía exílica del vasco. Krause
crea un sistema estético que supera a su modo a éstos. El krausismo español desea
distanciarse del panteísmo y acuña el concepto de «pan-en-teísmo» (todo-en-Dios)
en el que Dios se distingue de la criatura a diferencia del panteísmo. El es el único
creador en un solo acto inicial, pero toda criatura es en Dios siendo divina, si bien
no es Dios como en otros idealistas. Como indica López Morillas, «Para sortear este
obstáculo el panenteísmo echa mano de la fórmula siguiente: ‘el mundo no está fuera
de Dios…, ni tampoco es Dios mismo, sino que es en Dios y mediante Dios’».22 En la
traducción de Krause de Sanz del Río, la Humanidad adquiere caracteres divinos.23
Este principio será básico a la hora de entender la relación hombre-Dios de ambos
autores. Igualmente es decisivo para comprender las implicaciones teológicas de su
sentimiento ante Jesús y su significado humano y divino. El krausismo ha puesto las
bases para el proceso creador de crecimiento divino dentro de la conciencia. Junto a
la filosofía la poesía se concibe como el conducto hacia lo trascendente, la vía posible
del vuelo más allá de esta realidad.
POÉTICA DE LA TRASCENDENCIA
La obsesión por la belleza acercará a Juan Ramón hacia una comprensión simbolista
del arte. Tras la iniciación modernista, en la que lo sacro ocupa un lugar estético, el
poeta descubre la poesía francesa y con ella entra el simbolismo. En el arte reside la
única manera de trascender la realidad y el poema es en sí objeto de esta superación
constante. La trascendencia deja de ser una meta exterior pues no está fuera sino en
un proceso de creación que sólo reside en el alma del poeta que la busca por todos los
medios. La poética juanramoniana hace del poema una Obra inacabable, de perfección
ilimitada que busca una Belleza con mayúscula.
20
José María Marco, Francisco Giner de los Ríos, Madrid: Península, 2002, pág. 35.
21
Aullón de Haro: «Idealismo y positivismo en estética: Krause», Pensamiento y literatura en España en el siglo
XIX. Idealismo. Positivismo. Espiritualismo. Yvan Lissorgues y Gonzálo Sobejano (coords.). Toulouse: Presses
Universitaires de Mirail, 1998, pág. 266.
22
El krausismo español. Perfil de una aventura intelectual, México: Fondo de Cultura Económica, 1980,
pág. 39.
23
Rogelio García Mateo, «Mística y ultratumba en Unamuno», Estudios Eclesiásticos, 73 (1998), pág. 477.
24
Miguel de Unamuno, poeta, Valladolid: Universidad de Valladolid, 2003.
25
Precisamente en esta raíz encuentra Juan Ramón el modernismo ideológico unamuniano.
34
alma profunda de los románticos se hallaba el verdadero espíritu infinito que invadía el
ansia de expansión unamuniana. María Zambrano lo definió magníficamente: «El radio
de su personaje era el Universo todo». Unamuno quería ser Conciencia Universal.26 ¿Por
qué esa predilección hacia la poesía romántica? En la profunda espiritualidad de carácter
panteísta que ésta alberga estaría la verdadera razón poética unamuniana. Filósofos y
poetas del XIX fueron alcanzados por la espiritualidad hinduista que fue inspiradora
de sus principios filosóficos. Herder, Schlegel, Hegel, Schelling y Shopenhauer vivieron
esta adhesión al panteísmo oriental, lo mismo que Emerson en América. En este marco
romántico y panteísta, la Sociedad Teosófica de Nueva York fundada en 1875 impactó
en Yeats,27 cuyo nombre –junto con el Whitman—resulta otra referencia compartida
por ambos autores. A la par del krausismo, ambos poetas fueron igualmente alcanzados
por el panteísmo de Spinoza que marcó al Unamuno de años atrás.28
La misma influencia de Spinoza llegará también a Juan Ramón en sus últimos años,
junto a las muy anteriores de Tagore y Dickinson. Esto condujo a ambos a coincidir
en una poesía entendida como una actividad espiritual y contemplativa, como señaló
Blasco.29 La poesía sale así al encuentro del Todo en todo, y el yo se ofrece como lugar
del ser abierto al Ser. Los místicos españoles, San Juan, Santa Teresa y Fray Luis de León
son profundas huellas que enraízan esta poética en las letras españolas y cuya presencia
se halla en el inicio y en el recorrido de ambos caminos literarios. De hecho, la reflexión
mística determinará ambos procesos.
De toda esta compleja relación entre Unamuno y Juan Ramón la crítica se ha de-
morado únicamente en la concepción de poesía pura que entroncaba al poeta andaluz
con el pensamiento de los primeros años del poeta vasco.30 La naturaleza de ambas
poéticas puras es, sin embargo, diferente en su raíz. Unamuno siente una repugnancia
íntima hacia las maneras puristas de sus contemporáneos: «¡Deshumanad!, ¡ buen
provecho! / Yo me quedo con la boda de lo humano y lo divino / que es la gloria»
(XXXIII, Romancero del destierro). En Cancionero repite: «Nada de puro, la pureza es
mengua» (68, 27-III-1928). Si Unamuno aboga por la depuración del poema es por su
deseo de despojarlo de la retórica vana. Lo desnudo no es depurado sino densamente
26
María Zambrano, Unamuno, Fundación María Zambrano, 2003, pág. 104.
27
Gavin Flood, El hinduismo, Madrid: Ed. Akal, 2008, págs. 322-323. Todos éstos son precisamente autores
que se hallan entre los títulos de la biblioteca de Juan Ramón.
28
«El dolor universal es la congoja de todo por ser todo lo demás sin poder conseguirlo, de ser cada uno
el que es, siendo a la vez todo lo que no es, y siéndolo por siempre. La esencia de no ser no es sólo un
empeño en persistir por siempre, como nos enseñó Spinoza, sino, además el empeño por universalizarse;
es el hambre y sed de eternidad y de infinitud.» Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico. OO.CC., VII,
Madrid: Escelicer, 1966, pág. 232.
29
Francisco J. Blasco, Op. cit., pág. 121.
30
Adolfo Sotelo, «Miguel de Unamuno y la forja de la poesía desnuda de Juan Ramón Jiménez», Hispanic
Review, 55 (1987), págs. 195-212. Y «Poesía desnuda y sucesiva (Nuevas notas sobre la influencia de Miguel
de Unamuno en Juan Ramón Jiménez)», Anales de Literatura Española, 7 (1991), págs. 183-194. Shelley,
Coleridge, Blake vuelven a enlazar las lecturas de ambos poetas.
35
conceptual, y compatible, por tanto, con su poética humana31 o «humanada».32 Juan
Ramón, por su parte, se constituye en el maestro del purismo en España, concebido
como búsqueda de la esencia, conseguida a través de la inteligencia, incontaminada
de toda impureza. Pese a esta notable disparidad, habrá un punto de encuentro sus-
tancial en sus poéticas avanzadas. Modernismo y krausismo vuelven a acercarlos. O
quizá aquello que late bajo ellos.
Unos años antes de iniciar su Cancionero, Unamuno fue requerido en París para
escribir otro ensayo filosófico. El texto, escrito en francés, se convirtió en La agonía del
cristianismo. Para unos, la obra consistía en una confirmación del pensamiento vertido
años atrás en Del sentimiento trágico. Otros fueron acercándose al ensayo desde su
circunstancia exílica. Lo importante es que en 1924, solo y en Francia, don Miguel
formulaba algunas premisas espirituales que se sustanciarían poco después en sus poe-
mas. Decía allí que «El fin de la vida es hacerse un alma, un alma inmortal. Un alma
que es la propia obra».33 Desde sus primeros poemas, la poesía crea un alma y crea el
yo en su estado más puro con el propósito de superar la momentaneidad haciéndola
eterna. Escribir para don Miguel sólo tiene que ver con la forja del alma eterna, de la
supervivencia más allá del tiempo. El poema atrapa y expresa cada acto sustancial de
la existencia «quiso cantando el querer, / murió cantando el morir». La poesía es así un
acto de supervivencia cuando la inmortalidad a la que aspira se deshace entre las dudas.
Crear el alma en el poema que recoge las «entrañas» del poeta es crear eternidad. La
creación del poema es un acto voluntarista que se entiende desde su noción de la fe, el
querer que sea; por lo que crear un alma pone en comunicación ontológica al autor con
su Dios también creado y querido en el poeta. Si el poeta se crea el alma en el poema,
al hacerlo se crea la presencia de Dios en el mismo. El poema no es sino el lugar de
encuentro de criatura y Creador, creados ambos por ser queridos y necesitados.34 Esto
es algo que el último Unamuno consumó, sabiéndose ante el fin, en su última obra
póstuma: «aquí os dejo mi alma-libro». Además, la construcción ontológica del alma
ha tenido siempre en él un fundamento ético: el amor construye el ser y le da entidad.
Una bonhomía que coincide con Machado en su base krausista. Ser queridos nos da
el ser, pues otro nos crea cuando nos cree. Y a su vez, nos hacemos cuando amamos
pues creamos como crea el amor divino. Y como el otro sustancia nuestro ser, nuestro
ser tiende siempre hacia el otro. Así, crear el poema ha de abrirse necesariamente al
encuentro /creación del otro, sea lector que le re-crea, sea el Otro como alteridad
suprema. La escritura se aboca en cualquier caso a la inmortalidad.
36
la idolatría35 y toma la poesía como el camino de la Verdad. La poesía es una meta en
la que se encuentra el Todo posible. La construcción del poema es en consecuencia la
construcción de la Obra, inacabable, ilimitada, tantálica. Y en ella se posibilita única-
mente la creación de la eternidad. Toda su producción es un camino hacia lo eterno a
través de la consecución de la desnudez esencial, pues en el fondo la esencia nuda es
lo infinito. Como indicó Blasco, la única función de la poesía fue primero expresar la
inefable y misteriosa esencia de las cosas para después otorgarle la expansión entitativa,
es decir, crear nombrando, dar existencia a las realidades del universo creándose a la
vez a sí mismo.36 Juan Ramón apura el mero nombre de las cosas pues con el nombre
alcanza su esencia. Pero esa esencia conseguida en el poema no habita en el mundo
sino en su conciencia, habitáculo de ilimitada perfección, de posible trascendencia
en la medida en que se deja habitar por lo infinito.37 Juan Ramón va construyendo un
Universo de perfección sagrada en la Obra que es trabajo de purificación con la pala-
bra. Así se construye a sí mismo. «Somos aristócratas por ascender o querer ascender a
un ser que todos debemos estar creando porque estamos aspirando a crear y creando
nuestro yo superior, nuestro mejor descendiente».38 Creamos nuestra perfección como
nuestro mejor logro o somos hijos de nuestro propio trabajo perfeccionador: «el más,
el más, camino único de la sabiduría». Además, «la belleza es una categoría ontológica
y, a la vez, una categoría ética».39 No es la estética clásica sino la recuperación que de
ésta hace Krause40 la que integra en uno los tres principios de lo bello, lo bueno y lo
verdadero. Como Unamuno, el poeta de Moguer creaba su alma con perfección moral
pues también el hallazgo del amor era la verdad que lo explicaba todo. «El amor más
completo, amor, tú eres, / con la sustancia toda / (y con toda la esencia) / en los sentidos
todos de mi cuerpo / (y en todos los sentidos de mi alma) / que son los mismos en el
gran saber». Mas, a diferencia de aquél, en su conciencia habitaba un dios de creciente
35
Recuerda Arturo del Villar que en unas notas para la edición no realizada de Dios deseado exponía Juan
Ramón su desastrosa educación en los jesuitas, y el motivo de su agradecimiento a Dios. «Una de las luchas
diarias de mi vida, desde mi adolescencia, y sobre todo después de salir del colegio de los jesuitas, ha sido
y sigue siendo pensar en Dios sin todo ese aparato y achaque que le han puesto los hombres durante tantos
siglos sobre su infalibilidad. Yo querría que al decir yo ‘Gracias, Dios’ (y yo suelo dar gracias al Dios posible
más que pedirle sino cosas grandes y no de utilidad práctica) no me representara un ídolo, un ente idolá-
trico». Arturo del Villar, «El primer encuentro de JRJ con el Dios deseado», Cuadernos Hispanoamericanos,
557 (1996), págs. 98–109.
36
Blasco, Op. cit., pág. 262.
37
Se ha apuntado también al platonismo de su última etapa. Rubén Soto, «Meditaciones en torno al Dios
deseado y deseante de Juan Ramón Jiménez», Exégesis, 14 (2001), 39-40, págs. 87-94. Derek W. Flitter, «La
despedida platónica de Juan Ramón Jiménez: «Dios deseado y deseante», «De ríos que se van», y la poética
del buen morir», en Trevor J. Dadson y Derek W. Flitter, (eds.), Ludismo e intertextualidad en la lírica española
moderna, Birmingham: University Press, 1998, págs. 38-56.
38
Las raíces de un krausismo común en ambos poetas se dejarían ver en esa superación inacabable del ser
humano que se sostiene en sus poéticas. «Aristocracia de intemperie», en Política poética, cita Mª Ángeles
Sanz Manzano, «Reflexiones de Juan Ramón Jiménez sobre la contribución de la poesía al 'progreso' espiritual
del individuo», Letras de Deusto, 83 (1999), págs. 253-268.
39
Blasco, Op. cit., pág. 247.
40
Aullón de Haro, Op. cit., pág. 267.
37
expansión, desplegado en su inacabable búsqueda de la belleza.41 Unamuno, en su
construcción de una ética ontológica, crea un alma para crear el punto de encuentro con
Dios, Juan Ramón crea el dios posible de su propia alma, que es la poesía, y es el alma
la que crea («Que mi palabra sea la cosa misma, creada por mi alma nuevamente»). El
alma es el espacio vital y espiritual desde donde se hace la poesía o es la poesía misma
(«es mi alma»), como se repite y repite una y otra vez en tantos poemas desde mucho
tiempo atrás. ¿Cómo crean alma y Dios, dios del alma en el poema?
[un libro] es una cosa sagrada, viviente, revividora, eternizadora, como lo son la
Biblia, el Corán, los Discursos de Buda[...] Y sólo pueden sentir lo apocalíptico, lo
41
Como concluye Ceferino Santos-Escudero residía en su conciencia «toda la belleza posible, y esa conciencia
enriquecida y magnificada llega a identificarse con la totalidad del dios». Símbolos y Dios en el último Juan
Ramón Jiménez, Madrid: Ed. Gredos, 1975, pág. 529.
38
revelador de comerse un libro los que sienten cómo el Verbo se hizo carne a la vez
que se hizo letra y comemos, en pan de vida eterna, eucarísticamente, esa carne y
esa letra. Y la letra que comemos, que es carne, es también palabra [...].42
Poema de letra y carne adquiere ahora una dimensión eucarística que va más mucho
más lejos que el carácter genesíaco y poiético que animaba sus primeras composiciones.
«El pan vivo es la palabra» (392, 11-IX-28) rezará análogo el verso de Cancionero. En
toda esta reflexión lingüística y poética don Miguel hunde sus raíces en las vivas aguas
del cristianismo.
En el momento en que Juan Ramón puso el pie en el estribo del coche, en River-
dale, para iniciar su viaje a Argentina dijo sentir una invasión de luz que le atravesó las
«ventanas abiertas» de su propia infinitud, el infinito que cabía en él. Y esta vivencia de
infinito se hace ahora invasiva y arrastrante, no contenida ya por el filtro del lenguaje.
Versículo, ritmo, símbolos y emociones se ven envueltos por la vivencia mística que
cautiva su poema. En Juan Ramón estalla y cubre como una marea el «deseado» anhelo
de infinito que afirma al poeta como el «dios deseante» a través de su propia creación.
Y la poesía, que no había sido tiempo atrás sino un poner nombre a las cosas para que
por él fueran todos los que no las conocen a las cosas, para crear otro mundo puro que
salvara a las cosas, halla de pronto la finalidad de ese mundo creado, la razón última
de su vida. Ese mundo no se crea para los hombres, ni para salvar las cosas del caos
temporal, se crea ahora para dios: «por ti, he creado un mundo para ti», «en el mundo
que yo por ti y para ti he creado». El último poemario juanramoniano se ha construido
sobre una dualidad pronominal que especula complejamente el yo-tú. Afirma la crítica
que este mundo poético-espiritual creado se ha hecho a través del infinito y para el
infinito propio yo del poeta. Si este dios no es sino la expansión ilimitado del yo, su
propio dios inmanente, ¿por qué Juan Ramón desdobla dialécticamente el sujeto de
su propia expansión?, ¿por qué lo percibe exterior y otro al propio esfuerzo creador?
La oposición dual diferencia tanto como confunde «yo-ti»: «que tú eras tú […] que yo
era yo» porque el poema se ha emplazado en la propia identidad divina y la identidad
divina del sujeto. Creo que el poeta ha introducido la alteridad y no sólo la infinitud
cabida y lograda en su propio pozo creador. Sobre la experiencia poética, sobrepasada
ésta, se impone la experiencia mística inesperada.
Mas este mundo creado para dios no es dedicado a Dios, puesto que todo viene
de Él, como entendía don Miguel: «Y al ser buena te la vuelvo / por ser tuya, Señor
mío, / Creador de los poetas, / Poeta del Infinito». Unamuno reconocía la procedencia
sagrada de su verbo y deseaba el consuelo de ser criatura creada y creadora, es decir, el
consuelo de ser él mismo en Dios. Juan Ramón ha creado un mundo al que dios al fin
visita: «tú tenías seguro que venir a él» porque la creación toda se hizo en esperanza.
Este mundo creado para dios se ha logrado en el progreso de la creación del dios de su
conciencia. El mundo creado «por ti» no es la devolución de la criatura unamuniana a
su único Creador, sino el esfuerzo del espíritu en la esperanza permanente, el límite del
horizonte en el que la conciencia del poeta se confunde con su «dios deseante» en un
mismo ser, conciencia extendida en lo interminable, como cielo y mar se confundían
42
Miguel de Unamuno, Cómo se hace una novela. Intr. de Francisco Ynduráin. Bilbao: Asociación de Amigos
de Unamuno, 1986, pág. 24.
39
en la primera experiencia mística de su viaje desde Nueva York. Desde Diario de un
poeta recién casado, el poeta tomó clara certeza de ser conciencia extendida, inmen-
sa, inagotable. La exigencia de perfección le obligó a ser incesantemente conciencia
«recreadora» del poema, es decir, de su mundo y de su dios: «el universo que por
ti me recreaba yo». Animal de fondo deja atrás aquel pasado y descubre un instante
nuevo. La expresión «me recreaba» reconoce la no plenitud de un sujeto reflexivo. El
poeta se abre ahora hacia un presente nuevo en transitividad. Durante toda su vida,
creaba pero no hallaba, se expandía pero no se rebasaba. Lo que Juan Ramón halla es
la iluminación gratuita, la presencia, la llegada del dios creado por el poeta en quien
se actualiza esa epifanía: «El dios que es siempre al fin, / el dios creado y recreado y
recreado / por gracia y sin esfuerzo. / El Dios». El dios que se ha ido recreando mil veces
en cada poema, en esperanza, es ahora el único posible y con mayúscula: «El Dios».
Pocos han aceptado el tránsito de su dios inmanente a una verdadera trascendencia y él
mismo se reafirmó en que siempre habló sólo de su dios inmanente. La ambigüedad de
la palabra «fin», ¿finalidad, consecución?, deja el poema ante interpretaciones abiertas.
Las palabras posteriores del poeta aclarando la gestación del poemario no ayudan a
clarificar ese paso, aunque el instante extasiado de este verso sí se nos propone como
una excepción.
La poesía es no sólo un espacio de encuentro entre ambos, sino una fusión o con-
fusión de voces pues, cuando el poeta canta la esencia de Dios, es Dios mismo quien
habla en el poema: «que cuando el canto de tu esencia canta / el hombre acaba y el
43
Así lo explica el poeta en sus «Notas». Juan Ramón Jiménez, Animal de fondo, Madrid, Taurus, 1981. Pról.
de Ángel Crespo, pág. 174.
40
que canta es Dios» (1043, 22-IV-29). La palabra que canta la esencia de Dios se hace
presencia misma de Dios, voz de Dios, como ya afirmaba la tradición hebrea. Pero en
Unamuno, la búsqueda de Dios, —Dios que se eleva con mayúscula—, pasa necesa-
riamente por la realidad del Hombre. El hombre encierra el potencial divino que le
llevó a ser el Hombre. Para llegar a Dios es preciso pasar por el Cristo y llegar al Cristo
descubre la identidad en plenitud humana y divina: «Tú me has hecho encontrarme,
Cristo mío [...] soy lo que soy: un dios, un yo, un hombre!» (32, 14-III-28). El Dios que
busca el poeta es posible por el dios que anida en su humanidad, pero en Unamuno es
sustancial la distancia entre ambos. La poesía del hombre resulta así un hilo de filiación
divina: poeta-Poeta gracias al hombre-Hombre.
A su vez, debemos nombrar a Dios para crearlo y crearnos: «Si aciertas a Dios / a
darle su nombre propio, le harás / Dios de veras, y al crearle / tú mismo te crearás» (394,
11-12- IX-28). Entre los judíos, Nombre es identificado con Dios, Dios es el Nombre
inefable y santo. El Nombre de Dios lo representa todo, da sentido a todas las palabras.
El verdadero Nombre actualiza al verdadero Dios. Fray Luis explicaba que Dios sólo
se dio nombre a sí mismo tras la creación del hombre porque éste «no le podía ver
en esta vida» por lo que «era necesario que se nombrase». El Nombre se hace para el
hombre. A través de esta teoría del nombre que el místico tomaba de la Cábala para
demostrar a partir de sus nombres que Cristo es Dios, Unamuno da otro salto menos
voluntarista y más místico hacia la afirmación de Dios. Acertar a dar a Dios su verda-
44
José Ramón Alcántara Mejía, La escondida senda: poética y hermenéutica en la obra castellana de Fray Luis
de León, Salamanca: Universidad de Salamanca, 2002, pág. 185. Los nombres de Dios se desarrollan en la
Summa de Santo Tomás, cuestión I.13.
41
dero nombre es darle la esencia, el ser de Dios verdadero. Concluía Fray Luis que Dios
«quiso humanarse nombrándose», algo que hace entender mejor el verso unamuniano
de que Cristo es Nombre más que Palabra. Si las letras guardan la esencia de aquello
que significan, el poeta se acerca hasta el significado misterioso de ellas interpretando
la verdad última de las letras de Cristo contenidas en su Cruz: «Letra de la Cruz, el
I.N.R.I. / […] / cifra de la soledad» (58, 25-III-1928). Y desde la total soledad saldrá él
también a la busca del Padre.
Cancionero nombra a Dios con corazón hebreo y busca la fe con la teología pauli-
na que alimentó su larga lectura de fuentes protestantes, porque la fe tan ciega como
imposible que le esquivó toda su vida reaparece en estos momentos terminales. Fue la
45
Ariel Bension, El Zohar en la España musulmana y cristiana. Un estudio del Zohar, la Biblia del misticismo
judaico, y del ambiente español en que ha sido revelado. Prólogo de Miguel de Unamuno. Renacimiento,
1931. Con una segunda edición en Nuestra Raza, Madrid, 1934. Nuevas ediciones de Ariel Bension, en
Palma de Mallorca: Olañeta Editor, 1981 y Sevilla: Renacimiento, 2009. Citamos por la última, facsímil, con
estudio de Miquel Beltrán Munar. Granada: Universidad de Granada, 2010.
46
Ibidem, pág. 11.
47
Ibidem, pág. 12.
48
Op. cit. pág. 72. El conocimiento hondo de la Biblia puede verse en Alonso Shökel, Mis fuentes están en ti:
Estudios bíblicos de literatura española, Universidad Pontificia de Comillas, 1998. Recoge el estudio «Poesía
bíblica de Unamuno», publicado en Cuadernos bíblicos, nº 10 (1984), págs. 1-46.
49
Op. cit., pág. 184.
42
fe, y no Dios, el auténtico problema unamuniano, la brecha entre razón y adhesión.
Crecía la pasión de Dios conforme menguaba la manera racional de aprehenderlo. Una
lectura atenta de Cancionero nos permite ahora entrar en la intimidad escondida que
el propio poeta no podía ver. Unamuno siempre quiso crear a Dios («creer es crear»)
para que El a su vez nos cree. En su último libro de poemas quiere crear la fe liberando
el sentimiento, «el canto de tu entraña». Crear el poema es crear la fe, nombrar la fe
tapando la voz de la duda. Crear el creer se nutre del amor como savia del poema.
Unamuno llega a crear amor para suplir el creer, o quizá porque amar es el creer. En
San Manuel Bueno, síntesis del proceso espiritual de todos estos años, amar por no
creer será la única manera de dar un sentido a la vida de quien cree que no cree, pues
será el medio de querer creer. En el Cancionero, porque se ama se cree, en la misma
medida en que porque se ama se crea –y don Miguel se sabe amando a Dios en quien
no sabe si cree—. En el mundo sólo posible de la poesía se ama lo que se nombra y
se nombra aquello que se ama, de modo que la relación en la palabra entraña amor
necesariamente: «la palabra es el amor» (1046, 24-IV-29). El Dios nombrado/creado/
amado en Unamuno es por ello íntimamente personal, posible, el hallazgo del «Tú»
que puebla sus poemas.
43
zen, el maestro Eckhart, o la mística española de San Juan de la Cruz, que desean
verse guiados por la iluminación divina. En los versos que comentamos Juan Ramón
apela al Ser Superior, no nombrado directamente, sino designado a través de una de
las cualidades divinas para el conocimiento de la verdad última que su poesía busca.
La Inteligencia es en la mística judía uno de los diez aspectos de la manifestación de
Dios, junto con la Grandeza, Sabiduría, Misericordia, etc. La esencia de la inteligencia
divina es la palabra, según afirman los libros sagrados del hinduismo. Cuando pide el
poeta el nombre «tuyo, suyo, mío» de las cosas establece tres referentes básicos en el
nombrar poético: el nombre del yo, la conciencia, el nombre del tú, lo infinito esencial,
el nombre de ellos, los otros hombres conducidos a la creación nueva del poema. El
«nombre exacto de las cosas» funde así conciencias, unifica el ser. Y la teoría del nom-
bre afirma que éste es la cosa misma. La poesía conduciría así a una nueva realidad
esencial unificada en el Todo.
Treinta años más tarde, en su última poesía mística, el poeta recobra su esencial
teoría del nombre ante el hallazgo de aquello perseguido a lo largo de su vida: «Yo
he acumulado mi esperanza / en lengua, en nombre hablado, en nombre escrito». La
poesía es el ansia interior, la esperanza del encuentro hecha nombre. «Nombrador del
universo» el poeta no es sino quien un día encontrará el nombre verdadero y único.
Y ahora al fin, el poeta ha hallado «El nombre conseguido de los nombres», el único
nombre que sustituye toda la «nombradía» anterior.50 El «nombre conseguido» es un
fruto que se evidencia en hallazgo. La crítica se ha centrado en este verso hallando
en él la culminación de toda la poética creadora juanramoniana. Tiempo atrás, Juan
Ramón diferenciaba la creación poética de la actitud religiosa. Decía entonces: «lo que
intenta el poeta es crear ‘aquí, ahora y gratuitamente’ la eternidad con la belleza que
el religioso pretende encontrar ‘allí, luego y como mérito’ ». A la luz de estas palabras
y como continuación de ellas, debería entenderse el sentido de este poema. La poesía
es, en efecto, buscar el Nombre de los nombres, y no resulta casual que ese sea el
primer título que dio al poema y con el que figura en los manuscritos originales del
autor.51 El nombre «conseguido» significa la plenitud de un proceso, de una meta vital
mantenida durante años. Y no es otro que el nombre de Dios innombrable, el Nombre
sobre todo nombre. Al fin todas las cosas que poblaban su universo poético se sustituyen
por lo «igual y uno», y cuando se llega a esa simplicidad suprema se hace la verdad,
la evidencia que lo ilumina todo, «la transparencia, dios, la transparencia». Cuando la
multiplicidad y los colores (los sentidos) se aquietan, −«Se me están convirtiendo en
uno y en un Dios»−, el poeta queda «paralizado» ante lo uno, igual y blanco. Y en esa
quietud de la nada-infinito se hace un dios. Hallar a dios detiene por fin el movimiento
de las cosas, −«Ahora puedo ya detener mi movimiento» (cambio, creación)−, pues
el poeta deja de crear mundos para ser en lo pleno, para ser «el mar que yo decía» o
lo inmenso nombrado. Esto es, ser es decir, o decir la plenitud es serla.
50
Juan Ramón Jiménez definía, «un poeta, un nombrador del Universo, le encontrará, un día, el nombre
verdadero y único, un nombre que defina toda la verdad metafísica y moral y que suponga toda la belleza
moral y física». Véase el apartado sobre poesía y poetas en Metamorfosis. Ideolojía (1897-1957). Antonio
Sánchez Romeralo (ed.), Barcelona: Anthropos, 1990.
51
Dios deseado y deseante: animal de fondo. Op.cit. pág. 281.
44
Junto a las consideraciones poetológicas, otras se acercan a la espiritualidad hinduis-
ta que contagia al poeta desde hace muchos años. Ceferino Santos Escudero dedica
precisamente un capítulo de su libro al Nombre en sus relaciones posibles con Tagore y
otros textos espirituales hinduistas. Es importante añadir aquí que las teorías del lenguaje
en el hinduismo se vinculan con las ideas de Absoluto y de conciencia. El lenguaje es
lo propio de la conciencia humana en su estrato más hondo donde se funde con el
Ser. Por ello «el Ser Absoluto no está fuera, o más allá del lenguaje; su esencia es el
lenguaje. El lenguaje es el vínculo entre el ser en su carácter atemporal, unitario e im-
personal, y el ser en tanto experiencia contingente sujeta al tiempo y particularizada».52
A este Absoluto Bhartrhari lo denomina «Absoluto sonoro». El éxtasis juanramoniano
se identifica plenamente, como he señalado arriba, con el hallazgo de lo uno eterno
por encima de lo diverso temporal. La sílaba Aum –recuerda por otra parte Santos
Escudero− es en el hinduismo el Espíritu eterno, su último fin, y conociéndola lo que
uno desea lo hace suyo.53 No es muy lejana esta idea a la de la mística judía que habla
del Nombre Místico de Dios. Su Nombre es el único puente de comunicación entre
Dios y los hombres. Según un cabalista español existía un Nombre Sagrado de Dios
de cuarenta y dos letras. En el judaísmo el Principio del Nombre de Dios significaba
la total concentración de poder. De hecho, la Torah sigue siendo hoy el único camino
para alcanzar a Dios pues allí es donde está impreso su nombre, donde se ofrece la
verdadera Revelación de su Nombre. Sólo desde estas bases de las místicas orientales
podemos acercarnos a una lectura profunda del complejo concepto de «nombre» en
el Dios deseado y deseante.
Unamuno, por un lado, define a Dios como Verbo, luego su propia creación es
a imagen de la de Dios. La Palabra, con poder de demiurgo, todopoderosa en Dios,
es una conquista voluntarista en el poeta. Unamuno define la poesía como palabra y
Dios como Verbo. Por ello, la Palabra es sanadora del alma: «Cúrame con tus palabras,
Señor» (55, 25-III-1928) y culmina con la Santa Palabra puesta en Cruz. Su última obra,
Cancionero, se acerca más que nunca a eternizar su propio testamento poético-vital
mediante la inmersión en la Palabra Eterna, la fe en el Verbo. Como confiesa el propio
autor: «todas las albas me remozaba el espíritu releyendo en el Nuevo Testamento,
cerca de la mar, que es el Testamento Eterno» .54 Busca la fe en el Verbo porque el Verbo
es el Dios vivo. Juan Ramón, por su lado, crea en un largo proceso literario «el dios
posible» tras «una sucesión de encuentros con una idea de dios».55 Exclama al fin: «Y
yo he llegado, ya he llegado / en mi penúltima jornada de ilusión». En 1936 Unamuno
no desea crear la idea de Dios sino que desea crear la comunión con la realidad de
Dios Padre, al que define como el Otro Personal. Juan Ramón alumbra en el poema el
Nombre que transparenta porque es iluminativo: «Tu voz de fuego blanco», la luz. El
instante conseguido de «Lo mágico esencial nombrado» permite poner Nombre a dios,
el Dios. El Verbo divino unamuniano es cristiano, el Nombre de dios juanramoniano ha
52
Gavin Flood, El hinduismo, Madrid: Akal, 2008, pág. 275.
53
Op. cit., pág. 415.
54
Poesía completa III, Madrid: Alianza Editorial, 1987, pág. 45.
55
Así lo explica el poeta en sus «Notas». Juan Ramón Jiménez, Animal de fondo, Madrid, Taurus, 1981. Pról.
de Ángel Crespo, pág. 172.
45
buscado raíces más lejanas. «La Conciencia es superior al Verbo», escribirá el andaluz.
Pero en ambos poetas la conciencia es el espacio intrínseco de lo divino. En los dos,
la creación del dios de la conciencia terminará siendo encuentro en la conciencia con
el Dios deseado.
Si Dios no sufre, hace sufrir, y si no es su vida, pues que Dios vive, un ir haciéndose
conciencia total cada vez más llena, es decir, cada vez más Dios, es un ir llevando las
cosas todas hacia sí, un ir dándose a todo, un hacer que la conciencia del todo que
es Él mismo, hasta llegar a ser Él todo en todos παντα εν πασι según la expresión
de san Pablo, el primer místico cristiano.57
Esta misma Conciencia divina como meta fue el hallazgo del dios de la conciencia
que Juan Ramón formuló en Animal de fondo como «el destino / de todos los destinos»,
el «dios del venir», el origen del ser que es a su vez llamada, «tu origen que es mi fin». La
necesidad de una conciencia interior en Juan Ramón había ido creciendo en su obra
a medida que se avanzaba en la purificación de la poesía. Juan Ramón se acercaba a
la conciencia del Unamuno que él conocía −«cada conciencia quiere ser ella, quiere
56
Blasco encuentra para Juan Ramón un punto de referencia básico en el krausismo que comparte con
Unamuno. La «conciencia» unamuniana sería para él la más próxima a la juanramoniana. «Pero esta con-
ciencia individual, que cada hombre se crea en el tiempo de su historia personal, en primer lugar no surge
del vacío sino que en cada hombre «canturrea» y «duerme» la humanidad pasada («Lectura e interpretación
del Quijote», en OC, III, 856), que es el abono en el que brota nuestro ser y del que se alimentan nuestras
vidas («Paisajes del alma», en OC, I, 1066); y, en segundo lugar, esta conciencia nunca se pierde, sino que
−al morir− pasa a enriquecer la conciencia colectiva de la que surgirá el mundo de mañana. Cfr. «Dimensión
mundana y social del ser, según Unamuno», Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno, XII (1962), págs.
31 y ss. Pues bien, de este fondo surge la idea juanramoniana de conciencia [...] Pero el poeta de Moguer da
un paso más hasta identificar esa conciencia de la humanidad con Dios», en Juan Ramón Jiménez, Antología
poética. Javier Blasco (ed.). Madrid: Cátedra, 1987, pág. 88.
57
Op. cit., pág. 233. Sin embargo, este punto de partida común originado por el momento intelectual de
la época dará lugar a desarrollos paralelos de diferentes resoluciones.
46
ser Dios»58− cuando formula en sus «Notas» de Animal de fondo: «Mis tres normas
vocativas de toda mi vida: la mujer, la obra, la muerte se me resolvían en conciencia,
en comprensión del «hasta qué» punto divino podía llegar lo humano de la gracia del
hombre; qué era lo divino que podía venir por el cultivo».59 Así, definirá en Ideolojía:
«La conciencia total del universo es dios, o dios es la conciencia del universo total».60
Sobre este principio avanzarán los dos hacia el encuentro posible.
58
En Del sentimiento trágico decía Unamuno: «La conciencia, el ansia de más y más, cada vez más, el hambre
de eternidad y sed de infinitud, las ganas de Dios, jamás se satisfacen; cada conciencia quiere ser ella, quiere
ser Dios», pág. 235. «El dolor universal es la congoja de todo por ser todo lo demás sin poder conseguirlo,
de ser cada uno el que es, siendo a la vez todo lo que no es, y siéndolo por siempre. La esencia de no ser
no es sólo un empeño en persistir por siempre, como nos enseñó Spinoza, sino, además el empeño por
universalizarse; es el hambre y sed de eternidad y de infinitud. Todo ser creado tiende no sólo a conservarse
en sí, sino a perpetuarse, y además a invadir a todos los otros, a ser los otros sin dejar de ser él, a ensanchar
sus linderos al infinito, pero sin romperlos. No quiere romper sus muros y dejarlos todos en tierra llana,
comunal, indefensa, confundiéndose y perdiendo su individualidad, sino que quiere llevar sus muros a los
extremos de lo creado y abarcarlo todo dentro de ellos. Quiere el máximo de individualidad con el máximo
también de personalidad, aspira a que el Universo sea él, a Dios», pág. 232.
59
Animal de fondo, pág. 174.
60
Op. cit. 37-57.
61
Aullón de Haro, «Idealismo y positivismo en estética: Krause», en Pensamiento y literatura en España en
el siglo XIX. Idealismo. Positivismo. Espiritualismo. Yvan Lissorgues y Gonzálo Sobejano (coords.). Toulouse:
Presses Universitaires de Mirail, 1998, pág. 267.
62
Una referencia completa de las ediciones puede verse en la Tesis de Mª Jesús Alonso Seone, Budismo y
medios de comunicación: un análisis sociológico. Universidad de Santiago de Compostela.
47
be: «El budismo no lo entendemos ni lo sentimos, estoy seguro». En una carta a Pedro
Mújica le habla de su «lectura de una biografía de Buda». Y en otra ocasión rechaza
la aspiración budista de suprimir el sufrimiento, que es el padre de la personalidad.
Si el budismo resulta incompatible con el agonismo del vasco, la espiritualidad de la
India va penetrando a través de Krause y Shopenhauer, cuyos principios evidencian
una relación con la filosofía del Vedânta. El concepto del ser como Dios y Absoluto se
entiende desde la filosofía oriental, y la idea krausista de pan-en-teísmo se halla cerca
a la Gîta en su intento de conciliación de teísmo y panteísmo, según apunta Aullón
de Haro.63 Si Unamuno fue traductor de Shopenhaeur, Juan Ramón lo será de Tagore.
La presencia del indio se confirma a partir de 1915 y 1917, y la analogía entre ambos
ha sido suficientemente trabajada y lugar común para la crítica.64 Baste recordar los
setenta y cinco títulos de temática oriental encontrados por Ceferino Santos Escudero
en la Biblioteca de Moguer, aparte de los correspondientes a los fondos de Puerto Ri-
co.65 No obstante, el poeta siempre negó la relación de influencia que le atribuían con
Tagore y refería la autoría de las traducciones a Zenobia más que a sí mismo.66 Quizá
más interesante sea el impacto de la publicación en 1931 de un libro que recogía el
ciclo de conferencias pronunciadas por el poeta indio donde se maduraba su idea de
Dios, La Religión del hombre.67 En este punto divergen claramente Unamuno y Juan
Ramón, pues la crisis espiritual del vasco es anterior, mientras que Juan Ramón se abrirá
a caminos eclécticos en su búsqueda espiritual. El acercamiento a una mística no cris-
tiana no impone dependencia precisa hacia fuentes concretas como estamos viendo,
porque Juan Ramón referirá una experiencia espiritual vivida y no una conceptualización
religiosa de la que precisamente huyó desde muy temprano.
La conciencia tiende a ser más conciencia cada vez, a concientizarse, a tener con-
ciencia plena de toda ella misma, de su contenido todo. En las profundidades de
63
Pedro Aullón de Haro, Op. cit.
64
Gail Anne B Mirza, «The Hindu Concept of Pure Consciousness in the Poetry of Juan Ramon Jiménez,
Rabindranath Tagore, and W.B. Yeats: A Comparative Study», Dissertation Abstracts International, 38 (1977)
2103. Yong Tae Min , «Tres etapas del orientalismo en Juan Ramón Jiménez», Cuadernos Hispanoamericanos,
125 (1981) págs. 284–301. Shyama P Ganguly, «Algunas consideraciones sobre la recepción de Tagore en
Juan Ramón Jiménez», Estudios de hispanismo contemporáneo. Actas... New Delhi. Embassy of Spain, 1990,
p. 95–102. Christine Steffen, «Hinduism in Animal de fondo by Juan Ramón Jiménez», Studies in Twentieth
Century Literature, 15 (2) (1991), págs. 229-246. Timothy L. Kill, «Light and Silence: Unity in Rabindranath
Tagore and Juan Ramón Jiménez», Proceedings of the Xth Congress of the International Comparative Litera-
ture Association/Actes du Xe congrès de l'Association internationale de littérature comparée, v. II, New York,
1985, págs. 620-625. Arturo A. Fox, « Replanteamiento del misticismo de Juan Ramón en Animal de fond»,
Hispania, 88 (2005), págs. 235-244.
65
Op. cit., pág. 526.
66
Así lo corrobora examinando los papeles de Puerto Rico Soledad González Ródenas, Juan Ramón a través
de su biblioteca: lecturas y traducciones en lengua francesa e inglesa (1881-1936). Sevilla: Universidad de
Sevilla, 2005, pág. 58.
67
Ceferino Santos Escudero, «Presencia del pensamiento hindú en el último Juan Ramón Jiménez», Razón
y Fe, 875 (diciembre de 1970), págs. 6-7.
48
nuestro propio cuerpo, en los animales, en las plantas, en las rocas, en todo lo vivo,
en el Universo todo, hemos de creer con la fe, enseñe lo que nos enseñare la razón,
que hay un espíritu que lucha por conocerse, por cobrar conciencia de sí, por serse
−pues serse es conocerse−, por ser espíritu puro.68
Unamuno, desde su gran crisis espiritual, concluye que Dios es la Conciencia Todo
que el hombre proyecta porque ama y, en paradójica reciprocidad, el hombre es reflejo
de la Conciencia divina. La Conciencia Universal brota del amor como fruto del amor
a todo. Y en consecuencia el Universo se descubre como Persona. En medio de estas
aguas panteístas Unamuno busca siempre al Dios personal.
El amor personaliza cuanto ama. Sólo cabe enamorarse de una idea personalizán-
dola. Y cuando el amor es tan grande y tan vivo, y tan fuerte y desbordante que
lo ama todo, entonces lo personaliza todo y descubre que el total Todo, que el
Universo es Persona también, que tiene una Conciencia, Conciencia que a su vez
sufre, compadece y ama; es decir, es Conciencia. Y esta Conciencia del Universo,
que el amor descubre personalizando cuanto ama, es a lo que llamamos Dios.69
68
Del sentimiento trágico, pág. 234.
69
Ibidem, pág. 192.
Concha Zardoya, "La ‘humanación’ en la poesía de Unamuno", en Poesía española del siglo XX, t. I, Madrid:
70
49
La idea de la conciencia juanramoniana es uno de los conceptos más complejos
de su poesía. Su verdadero alcance fue valorado con precisión por Ceferino Santos
Escudero: «‘Conciencia’ es una palabra clave para filiar al dios juanramoniano». En los
cincuenta y siete poemas de su última obra se repite setenta y cuatro veces.71 Coincide
con el vasco en su ascensión hacia el Todo así como en su retorno al alma del Cosmos.
Esta Conciencia cósmica ha sido el punto más relacionado con el hinduismo. Pero avanza
en su identificación plenificante con Dios alejándose del sufrimiento que supone para
el vasco el sueño de Dios en su conciencia. En efecto, en el pensamiento unamuniano
–y Cancionero arrastra esa sombra pese a su deseo de superación− nosotros soñamos
a Dios mientras Él nos sueña. Proyectamos la Conciencia desde nuestras conciencias
en un infinito despliegue que busca la consistencia ontológica pero que nunca toca al
Dios real, el ser verdaderamente reclamado por la conciencia.72 Unamuno establece
una dialéctica de recíproca creación entre la contingencia limitada y la trascendencia
pretendida. La afirmación de Dios, en consecuencia, es necesaria para afirmar nuestra
existencia contingente, por lo que se hace ruego: «Yo no soy sino en tu ser» (400, 16-
IX-28). El «sueño» juanramoniano tiene incuestionable relación con los modos de soñar
a Dios de Unamuno y Machado. Este sueño en belleza y espejismos se afirma como
sueño aceptado, como dios en inmanencia construido por sí mismo: «en todos está el
sueño de este dios / que yo fabrico de la gloria de mis noches», pero en una dimensión
cósmica y eterna que lo arranca de sus propios límites: «coronas planetarias de mis días
/ coronas de mis días de mis días». El «sueño» se ha hecho amanecer, occidentes eternos,
glorificación de la evidencia. «Estar despierto yo ¡qué maravilla!». Porque el sueño es
por fin «el sueño conseguido».
71
«Presencia del pensamiento hindú…» O. cit., pág.12.
72
Mediante los juegos de narradores y marcos narrativos, Unamuno plasmó en Niebla el sueño del sueño,
la creación de la creación, que nos dejaba inanes ante la nada.
73
Véase la nota 56. «Mi dios es la conciencia sucesiva del mundo; la suma de conciencias que los hombres
clarividentes han ido acumulando para el futuro de cada día», Ideolojía, Op.cit., 3756.
74
Del sentimiento trágico, pág. 225.
50
es la conciencia». Y el fin también. Se explica así la afirmación de que por encima, o
por debajo, del Verbo o de la Acción, está siempre la Conciencia. Los símbolos que
el poeta utiliza para definirla quieren mostrar el espacio de Dios a través de su expe-
riencia. La Conciencia es «aire» −invisible, intangible, transparente y omnipresente
en todo y en todos, el aliento del ser −, pero a la vez es «fondo» –la esencia oculta, la
realidad oculta tras las capas de toda apariencia, la identidad final −. Confluyen y se
confunden poeta («animal de fondo de aire») y dios («fondo / de esa conciencia toda
que eres tú») en el fondo del fondo («Pero, tú, dios, también estás en este fondo»). Por
ello, si la conciencia antes rodeaba al poeta, es decir, externa y envolvente como el
aire que no se ve, ahora la posesión mística le vuelve al centro de sí que es el centro
de Dios («ahora el halo es de dentro») y su conciencia mora en el centro de su dios («y
yo, poseedor, en medio, ya, de tu conciencia, dios»), como Dios mora en su fondo.
Deseado-deseante, poseído-posesor, dentro-fuera, uno-otro en inconfundible orien-
talismo. La conciencia es antes de ser en sombra oscura, en ese ser que aprisiona y
cansa, identidad anterior al ser, ser antes del tiempo: «y vi que era mi nombre sin mi
nombre, / sin mi sombra, mi nombre, / el nombre que yo tuve antes de ser / oculto en
este ser que me cansaba». Como también en Unamuno la Conciencia debe liberarse
de la materia: «Dios es, pues, la personalización del Todo, es la Conciencia eterna e
infinita del Universo, Conciencia presa de la materia y luchando por libertarse de ella».75
La conciencia, dios deseante, es «pozo» que jamás se sacia y, a su vez, dios deseado,
encuentro con lo que siempre había estado dentro de él. Aquello que ahogaba en el
pasado se descubre ya como «este pozo que era, sólo y nada más ni menos, / que el
centro de la tierra y de su vida».
75
Del sentimiento trágico, pág. 192.
51
yo hablo de Dios hablo sólo de conciencia».76 Por ello, Dios es dios, pues Juan Ramón
ni aspira a que trascienda ni busca su realidad. Pero igualmente cierto es que ese dios-
conciencia nos lleva hasta el Dios alma del Universo del panteísmo tanto hinduista como
romántico. Juan Ramón se busca conciencia ilimitada, y la infinitud de su conciencia le
responde hablando a su conciencia. Allí donde no habita nadie, «mar desierto», mora
dios: «Mar desierto, con dios / en redonda conciencia / que me habla y me canta, /
que me confía y me asegura». Blanco, uno, quieto y redondo, Juan Ramón ha tocado
su propio infinito.
EL CORAZÓN DE DIOS.
52
Para Unamuno el regreso a la infancia, «vuélveme a la infancia», es el regreso a la
canción, que no es sino el regreso a la fe. El poeta lamenta haber crecido a su pesar,
pues así el sol de la razón anegó la canción, pero en la noche final se recupera la voz
primera, la esencia misma con la que nació. Infancia y vejez se tocan. «Vuelvo a cantar
de nuevo mi primera canción [...] Al alba de mi vida cantando se cerró / y hoy mi dulce
ocaso se me abre la canción» (17, 11-III-28). Unamuno llega maltrecho en brazos de la
vejez hasta el puerto de Dios que no es sino el de la infancia: «En un cascarón de nuez
/ arribé a Ti navegando; / iban el azul remando / las alas de mi niñez» (1481, 3- VII-
30). Como idéntico es el hallazgo de la infancia en Animal de fondo: «Conciencia de
hondo azul del día» y «Conciencia hoy de vasto azul, / conciencia deseante y deseada,
/ dios hoy azul, azul, azul y más azul, / igual que el dios de mi Moguer azul, / un día».
Sólo en la raíz de la infancia es posible la revelación. Don Miguel toda su vida había
nombrado a Dios pero chocaban sus palabras contra la orilla de un silencio. Cuando en
Cancionero nombra a Dios lo llama por su nombre, Dios, y sobre todo por el nombre
de su fe, Padre: ««Papaíto, papaíto» / es el grito» (899, 14-III-29). Este es el verdadero
nombre de Dios desde los ojos de la infancia y desde el Abba de su lectura bíblica. La
infancia en Unamuno es el tiempo de la creencia.
¿Es la infancia-senectud la orilla del Tú? Al menos, así lo pide el poeta: «Lindan-
do con tus orillas […] Deslíndame la conciencia, /hazme tuyo, todo entero» (67, sin
fecha). Cuando Unamuno nombra a Dios en sus últimos poemas parece descubrir
al otro lado de sus palabras al Otro trascendente. Dios es un Tú reiterado en cada
línea, como una sombra pegada a los versos del poeta: «Misterio de Dios: ¿Él? / Él no,
sino tú. / Tú son ya dos: / El y yo. / Y esta es toda la luz.» (72, 28-III-28). El Tú afirma
a Dios fuera de su sueño. Por ello su poesía devuelve a Dios su «tuidad» que es su
propio ser. A Dios se le habla como Padre, Señor y Hombre, pero su Tú más cierto es
el Hombre, expresado bajo múltiples simbolismos que lo cristifican. Pero la paradoja
de su creadora creencia no cesa, ya que, sólo el Hombre puede afirmar a Dios: «En
nombre del Santo Nombre / proclamaré Dios a Dios; / luego en nombre de los dos /
he de firmarlo: Yo, el Hombre» (1007, 9-IV-29). Es la Humanidad divina del Cristo la
que media elevando la Humanidad hasta Dios. Una de las mayores diferencias entre
las múltiples convergencias espirituales de ambos poetas es el tratamiento del Cristo,
crucial en el pensamiento unamuniano desde Del sentimiento trágico y presente hasta
sus últimos versos. El Cristo, el mediador entre la humanidad y la divinidad, es bisagra
que le permite al poeta tocar lo divino desde su propia humanidad, la que le permite
más que escribir dios con minúscula, escribir Hombre con mayúscula. El Cristo es la
posibilidad de romper ese espejo que reverbera Imágenes Creadas y creador, Creador
y criaturas, Sueño que sueña lo soñado. Por el contrario Juan Ramón expresa a Gullón:
«Yo soy una persona que busca a Dios, pero no como Unamuno. Yo no le circunscribo
a Cristo, y en mi obra no le llamo así nunca. Yo digo «Dios» y lo veo de manera muy
distinta a como lo veía Unamuno».78
78
Op. cit., pág. 92.
53
28)−. ¿Dónde habita el Dios unamuniano: en el poema como único espacio posible
de trascendencia o en su conciencia como construcción de un deseo imposible? El
poeta crea y es creado, alumbra y es alumbrado. Si el Cristo era una bisagra entre
Hombre-Dios, la poesía es una bisagra entre creador y creación: «la palabra, pues crea,
es creadora, / no creación; / el poeta, palabra, crea luz, / la luz le crea» (830, 9-III-29).
Son las palabras de San Agustín las que descubren el espacio exacto en que habita
Dios: «El / más cerca de mí que yo mismo» (40, 16-IX-28).79 Es éste el punto exacto
en el que Unamuno roza el deseo místico; que quien habita fuera habite dentro, «aun
más adentro que el centro, / pásame!» (34- 14-III-28). En algunos momentos el deseo
amoroso se convierte en hallazgo: «más dentro aún que mis entrañas arde/ el fuego
eterno que encendió los soles» (32, 14-III-28). La conciencia, como espacio de amor,
se ha convertido en el lugar íntimo de todo encuentro.80
79
La misma expresión de indudable acento amoroso se usa a la muerte de Concha: «Está aquí/ más dentro
de mí que yo mismo;/está aquí, sí». Concha habita más dentro que él mismo, como Dios habita más dentro
de sí que él mismo. En el fondo más íntimo de la conciencia residen sus presencias esenciales.
80
En Del sentimiento trágico varias veces había expresado este principio de amor que se ha hecho realidad.
«Y Dios no es sino el Amor que surge del dolor universal y se hace conciencia», pág. 225. «Y ese vasto yo
dentro del cual quiere cada yo meter al Universo, ¿qué es sino Dios? Y por aspirar a Él le amo, y esa mi
aspiración a Dios es mi amor a Él», pág. 232.
81
Así, Azam, descubre una religiosidad oriental: somos conciencia antes de nacer y seremos conciencia
después de morir. A esa suma de conciencias, la Conciencia, el Todo, volvemos tras la muerte. Y cree el autor
que el poeta quiere alcanzar el ser personal de Dios a través de la poesía. Juan Ramón Jiménez, Selección
de poemas. Gilbert Azam (ed.). Madrid: Castalia, 1987.
82
Ángel Crespo recoge las primeras críticas a Animal de fondo que adelantaban la disputa a la que iba a
verse sometida el poemario, ¿inmanencia o trascendencia? Juan Ramón Jiménez, Animal de fondo, Op. cit.,
págs. 9-59. Véanse también las páginas dedicadas al »Dios deseado y deseante» en Francisco Garfias, Juan
Ramón, Madrid: Taurus, 1958, págs. 171-185.
83
Ibidem, pág. 170.
54
un hallazgo, como una realidad de lo verdadero suficiente y justo».84 El dios del poeta
es ya hallazgo de una realidad, pero de cuál: ¿su infinita conciencia, la creación de
su conciencia? Sus notas explican: «Hoy concreto yo lo divino como una conciencia
única, justa, universal de la belleza, que está dentro de nosotros y fuera también y al
mismo tiempo».85 Uno y otro, dentro y fuera. Creo que Juan Ramón está hablando
ahora de Dios.
Partiendo del krausismo, acuñaron desde sus primeros pasos la idea de la concien-
cia interior y de Dios como horizonte. Su obra se dedicó a la «creación del dios de la
conciencia». Este empeño constante y obsesivo encontró en la última vuelta del camino
una luz de hallazgo de aquello deseado. Don Miguel y Juan Ramón durante toda su
vida sostuvieron la lucha por la creencia o la perfección. Al fin, sus poemarios finales
han superado el estéril especular de la conciencia gracias al triunfo del amor. Dios se
muestra como revelación en el sentimiento y su luz viene del amor y no de la razón.
«[…] devánate el corazón. / El corazón es ovillo / que nos regaló el Amor» (63, 27-III-
1928) aceptaba don Miguel. «Tu corazón, sol, dios, es lo que quema, / y el sol ¡al fin!
se llama corazón de Dios» resumía Juan Ramón. Sus poemas expresan todavía el vaivén
constante entre la duda y la fe, el dios y el Dios, la conciencia y el Ser. Unamuno ha
sostenido un tono salmódico, en el que el diálogo con su Dios ha tomado un cariz de
enfrentamiento-sumisión propio del judaísmo. En Juan Ramón, su Dios sólo ofrece la
experiencia de la iluminación y la gratitud. Si el primero refleja una tradición bíblica,
el segundo se inserta en la más pura espiritualidad oriental. El Dios de Unamuno es
cristiano; pasa necesariamente por el misterio y el sufrimiento de Cristo. Diríamos que
el krausismo (la dimensión divina de lo humano) ha terminado conduciendo al autor
hasta una interiorización profunda de la fe de su infancia. El dios de Juan Ramón es
desconocido («dios el que tú seas») y es invasiva luz del Cosmos («un ser de luz, que es
todo y sólo luz / […] un dios en ascua blanca». El mismo krausismo le ha trasportado
hasta vivencias panteístas anidadas en el fondo del fondo de la pura conciencia, donde
se toca a dios cuando desaparece el ego. Los dos han experimentado el hallazgo en
los márgenes de la razón. La conciencia ha sido creación para convertirse al fin en
hallazgo. ¿Se halla aquello que se crea?, ¿se cree en lo que se halla? Amaron aquello
que buscaban o lo buscaron porque lo amaban. Son lo mismo «amor y lucha», rezaba
el verso de don Miguel, como también el dios juanramoniano se enredaba con él «en
lucha hermosa de amor».
84
Ibidem, pág. 172.
85
Ibidem.
55
56
EL BEATO JOHN HENRY NEWMAN Y
EL BEATO DOMINGO BARBERI, PASIONISTA
Domingo Barberi nace el 22 de junio de 1792 y es bautizado dos días más tarde.
Sus padres, José Barberi y María Antonia Pacelli, son labradores y disfrutan de una
situación económica no muy desahogada.
1. SU AFICIÓN AL ESTUDIO
«Desde que tuve conocimiento sentí gran ilusión por el estudio. Recuerdo que,
todavía muy pequeño, lloraba a mi madre para que me buscase el abecedario. Al fin lo
conseguí; pero mi pobre madre no disponía de medios económicos para mandarme a
la escuela. Entonces me arreglaba como podía. Si encontraba a alguien que sabía leer,
le rogaba insistentemente que me enseñase.
1
El título original es «Huellas de la divina misericordia para la conversión de un pecador» y ha sido publicado
en español con el título «Un apóstol de la unidad», Verbo Divino, Estella 1973.
57
Al morir mi madre, yo quedé huérfano, casi desnudo y en la calle. Un tío me re-
cogió y me llevó a su casa, donde permanecí más de once años, hasta que me hice
religioso... Procuraba cuidarme bien, pues me quería mucho, pero tampoco disponía
de medios económicos para mandarme a la escuela. Así, desde la muerte de mi madre
hasta que entré religioso, tuve que abandonar el estudio y dedicarme totalmente a las
labores del campo».
«Hijo de pobres campesinos, sin cultura y sin medios para adquirida y, en cambio,
lleno de miserias y pecados, jamás hubiera podido imaginarme que Dios me des-
tinase para cosas de su gloria...
Por las fiestas de Navidad de aquel mismo año (1813), yo estaba de rodillas rogando
al Señor en mi pequeña y pobre habitación -y me parecía que lo hacía con fervor-
que se dignase proveer a las necesidades de su Iglesia. Entonces sentí una voz interior
con la claridad con que se entienden las palabras articuladas, no quedándome la
menor duda de que tales locuciones venían de Dios.
Esta voz me dijo que yo estaba destinado a anunciar el Evangelio y a traer a los ex-
traviados al camino de la salvación, pero sin especificar cómo, cuándo, dónde, ni a
quienes, si a infieles, a herejes o a cautivos cristianos. Me parece que sólo se grabó
en mi mente que mi misión no estaría restringida únicamente a los católicos. Yo
quedé como aturdido ante este anuncio, sin saber de qué modo podría cumplirse.
Sin embargo, así como no podía dudar de que venía de Dios, tampoco podía dudar
de que llegaría a realizarse».
Aunque sin la menor idea de cómo se cumplirían estos designios del Señor, Domingo
era lo suficientemente inteligente como para comprender que aquí no se trataba de un
problema suyo, sino de Dios. Lo que a él le tocaba era corresponder a la gracia.
Siendo ya postulante en el convento del Santo Ángel (San Miguel Arcángel) de Ve-
tralla, Italia, tuvo lugar otra intervención divina, importantísima para Domingo y para
58
la futura historia religiosa de Inglaterra.
Merece destacarse aquí el hecho de que en la misma iglesia y ante ese mismo altar,
muchos años antes, San Pablo de la Cruz (1694-1775) había tenido la consoladora visión
de sus hijos, los Pasionistas, en Inglaterra. Estos dos acontecimientos impresionaron
profundamente a John Henry Newman, sobre todo la víspera de su conversión, y le
ayudaron, sin duda, a decidirse.
A pesar de todas las dificultades, que no enumeramos aquí para no alargamos de-
masiado, Domingo llegó a ser sacerdote. Luego, sería profesor de filosofía y teología,
superior local y provincial, escritor fecundo, gran pensador y, sobre todo y lo que más
caracteriza su vida, un hombre de Dios, muy santo y con una vocación del todo especial
a trabajar por el retorno de Inglaterra a la fe católica de Roma.
También fue el primero que sacó la Congregación Pasionista fuera de Italia, fundan-
do conventos en Bélgica y en Inglaterra, donde sólo pasó los últimos ocho años de su
vida (1841-1849). En tan corto espacio de tiempo, sin embargo, recibió en la Iglesia
católica de Roma al que luego sería cardenal John Henry Newman, al famoso escritor
P. Faber, a varios catedráticos de la universidad de Oxford y probablemente también a
María José Prout, fundadora de las religiosas pasionistas inglesas de vida activa. También
gozó de la amistad especial del cardenal Wiseman, primer arzobispo de Westminster,
nacido en Sevilla, España, aunque de padres ingleses. Dicho cardenal fue el promotor
de la fundación pasionista de San José, en Londres, y se ofreció a predicar en todas las
fundaciones pasionistas en las Islas Británicas.
Tal era en Domingo su deseo de ir a Inglaterra, que su primer viaje desde el Conti-
nente quiso hacerlo no desde Calais (Francia) a Dover (Inglaterra), que hubiera sido lo
más normal, sino desde Boulogne a Southampton. ¿Por qué? Porque en Boulogne la
catedral estaba encima de una colina y, a pesar de sus achaques y de su precario estado
de salud, quería subir a lo más alto de la torre para ver ya desde allí las lejanas costas
de Inglaterra. Domingo pensaba para sí: si en la travesía por barco muriera, tendría al
59
menos el consuelo de Moisés, que no pudo entrar en la Tierra de Promisión, pero al
que el Señor le concedió el consuelo de contemplarla desde lejos.
2
Cf. Keith Beaumont, 15 días con el cardenal Newman, Ciudad Nueva, Madrid 2010, pp. 45-46.
60
Ya católico, tuvo especial predilección por el rosario, que ayuda a contemplar los
misterios de la fe con María, la madre de Jesús.
Los amigos de Newman sabían que su vida estaba marcada por tiempos reservados
para la oración y el coloquio con Dios. Pastor con un gran sentido de responsabilidad,
recomendaba a los fieles que considerasen la oración más como un privilegio que como
un deber u obligación.
La visita de Domingo a Littlemore tuvo lugar el 24 de junio de 1844. Por esa época
los tractarianos estaban pidiendo insistentemente una prueba de la santidad de la Iglesia
católica de Roma en Inglaterra. Uno de sus argumentos más frecuentes era que, si la
Iglesia de Inglaterra carecía de la nota de la unidad, la de Roma, al menos en Inglaterra,
carecía de la nota de la santidad.
«Si los católicos quieren convertir a Inglaterra, que vengan aquí descalzos a nuestras
ciudades industriales; que prediquen al pueblo como san Francisco Javier; que sopor-
ten el ser agredidos y pisoteados, y entonces admitiré que ellos son capaces de hacer
lo que nosotros no podemos y que son mejores que nosotros... Que echen mano de
las verdaderas armas de la Iglesia y en eso mostrarán ser la verdadera Iglesia... ¡Qué
gran día aquél en que surjan en su comunión santos varones como san Bernardo o
61
los Borromeo! ... Sólo la fe y la santidad son irresistibles».3
Como dice un autor (Meriol Trevor), «en el P. Domingo, Newman encontró, por
primera vez, la santidad heroica y la reconoció inmediatamente».
62
que, por fin, también él piensa hacerse católico, como lo dice él mismo en su libro
Apología pro vita sua y en una carta de ese día a una hermana suya.
Domingo sale del convento pasionista de Aston Hall a la diez de la mañana y llega
a Oxford a las diez de la noche, totalmente calado por la lluvia y en un estado que da
pena. Dalgairns ha salido a esperarlo a Oxford y le lleva a Littlemore, adonde llegan
una hora más tarde.
« ¡Qué espectáculo para mí -escribía Domingo al P. General- el ver a mis pies a John
Henry Newman, pidiéndome que oyera su confesión y le admitiera en el seno de la
Iglesia católica! Allí junto al fuego, comenzó su confesión con extraordinaria devoción
y humildad... Al día siguiente, a las seis de la tarde, Richard Stanton, Frederic Bowles
y Newman hicieron su profesión de fe... Luego, terminé la confesión de los tres con
la absolución sacramental».4
63
mundo cristiano. El cardenal Wiseman informó inmediatamente de ella al Papa Gre-
gorio XVI, que envió una bendición apostólica especial a Newman y alabó el celo del
P. Domingo. El humilde pasionista permaneció lleno de gozo y de agradecimiento al
Señor, y adondequiera que iba –Londres, Boulogne, Ere y Aston-, organizaba cultos
especiales en acción de gracias.
«Todo lo que he sufrido desde que salí de Italia –escribía también al P. General- ha
sido abundantemente recompensado por este feliz acontecimiento».
Y en una de sus cartas, hablando de su amor y devoción por la Iglesia Católica: «Esas
grandes y ardientes verdades que he aprendido, siendo joven …, las he encontrado im-
presas en mi corazón con una fuerza nueva y cada vez más grande por la Iglesia Católica
Romana. Esta Iglesia ha añadido al simple evangelismo de mis primeros maestros, pero
no ha oscurecido, diluido ni debilitado nada».
Siendo párroco de St. Mary, Newman había recuperado, con mucho esfuerzo,
no sólo la comunión eucarística semanal, sino también el oficio diario de la oración,
dos prácticas prescritas en los manuales litúrgicos anglicanos pero caídas en desuso
en aquella época. También había descubierto el breviario romano, que comienza a
practicar regularmente casi diez años antes de su conversión al catolicismo. Ahora, en
la Iglesia católica descubre el privilegio incomparable de tener a Cristo en la misma
casa en que vive, en el sagrario, y se pasa largas horas rezando, día y noche, ante el
Santísimo Sacramento.
64
damente el pensamiento de esta Iglesia. A menudo se ha puesto de relieve su gran
influencia en el último concilio, hasta el punto de que Jean Guitton lo llamara «el
pensador invisible del Vaticano II».
« Hemos de conceder un nuevo mérito a nuestro nuevo Beato y éste fue el de haber
llevado en sí mismo la imagen más perfecta para ganar la estima y admiración de
Newman. Domingo es como su padre espiritual desde entonces y, después de su
conversión, por algún tiempo, auténtico padre espiritual al que Newman consulta
sus mayores problemas».
Como ya se ha indicado anteriormente, dos son las cosas que más impresionaron
a Newman antes de dar este paso: el plan misterioso de la divina providencia sobre
Domingo para la conversión de Inglaterra, y la santidad de este docto y humilde religioso
pasionista. Newman conocía también la misteriosa visión de S. Pablo de la Cruz de sus
hijos en Inglaterra, visión que se cumplía ahora. Lo cuenta así el mismo Newman en
su libro «Apología pro vita sua»:
Sin embargo, donde más claramente consta esta influencia de Domingo en la con-
versión de Newman es en la carta que, muchos años más tarde, escribiría él mismo al
cardenal Parocchi, Vicario de Roma, y de la que ofrecemos aquí lo siguiente:
65
la de otros. Tenía tal aspecto de santo que… con sólo verle me impresionaba del
modo más singular… No es, pues, de maravillar que yo llegara a ser su convertido
y penitente…».5
5
Carta al cardenal L. M. Parocchi, cuando éste le pidió su opinión acerca de su padre en la fe. Cf. Beato
Domingo Barberi, Pasionista, o. c.,137-138.
66
EPÍLOGO
Estos dos hombres maravillosos –los Beatos Domingo Barberi y John H. Newman-
tienen un claro sentido de su misión. Newman repetía a menudo: «Yo tengo una tarea
que cumplir». Domingo estaba tan seguro de su misión, como de su propia existencia.
Ambos recorrieron un doloroso viacrucis. Aunque por caminos diversos, la conver-
gencia de los mismos, en un período crítico de la vida espiritual de Newman y de la
historia de Inglaterra, es una prueba maravillosa de la providencia y del amor de Dios
por esta nación.
Quiera Dios que los dos sean canonizados al mismo tiempo. Ese día sí que
sería grande para las iglesias católico-anglicana y católico-romana, y para la
Congregación Pasionista.
67
68
UNA IGLESIA «PARA» Y «DE» LOS CRUCIFICADOS: LA
ECLESIOLOGÍA DE LA CRUZ DE JON SOBRINO*
Yuanhu Fu
Doctorando en la Universidad
Pontificia de Salamanca
«La teología de la liberación [...] yo considero como una secuela de las ‘teologías de
la cruz’ [...] porque en el contexto preciso, en el que ha nacido, ha sabido dar a ésta
un relieve particular, tan original como fiel a la gran tradición»1. Así valora S. Bretón la
teología de la liberación. Y otro teólogo, Lotar Ullrich, afirma que «una teología concreta
y coherente de la pasión y muerte de Jesús es lo que persiguen los teólogos latinoameri-
canos de la liberación cuando arremeten contra una interpretación quietista de la cruz,
de la que fácilmente se puede abusar para mantener la violencia y la injusticia sociales,
e intentan poner de relieve la dimensión liberadora de la cruz de Cristo»2.
Jon Sobrino L. Boff son teólogos de la liberación que han presentado de una forma
más elaborada y sistematizada la teología de la cruz de la liberación4.
1
S. Breton, «Teología de la liberación», Staurós 14 (1990) 33.
2
L. Ullrich, «Pasión y muerte de Jesucristo», en: W. Beinert (dir.), Diccionario de Teología Dogmática, Barcelona
1990, 517.
3
Cf. I. Ellacuría, «El pueblo crucificado», en: I. Ellacuría–J. Sobrino (eds), Mysterium Liberationis. Conceptos
Fundamentales de la Teología de la Liberación, Vol.2, Madrid 1994, 196-204.
4
Cf. Novoa Pascual, «La cruz como criterio de conocimiento y hermenéutica teológica», Staurós 15 (1991)
37.
69
Sobrino pone de relieve la historicidad de la cruz en toda su reflexión cristológica
siendo fiel a su método fundamental teológico: el Jesús histórico como punto de partida
de la cristología, plantea «una ‘teología de la cruz’ desde la cruz de Jesús»5, y considera
que tal teología de la cruz ante un mundo que formalmente produce la muerte, un
mundo de crucificados ha de ser una teología de la subjetividad práxica, es decir, de qué
hacer con ese mundo. La respuesta según él es «salvarlo encarnándose en él y cargando
con su pecado»6, y la cruz liberadora y la entrega amorosa de Jesús es el fundamento
de esta subjetividad práxica. Sobrino es muy consciente de que su reflexión teológica
está fundamentada en la cruz y el Crucificado. En la introducción de su famosa obra
Jesucristo liberador. Lectura histórica-teológica de Jesús de Nazaret7, en las primeras líneas
él directamente muestra que su obra «escribiendo desde América latina y en concreto
desde El Salvador con frecuencia se nos ha ocurrido titularlo Jesucristo crucificado»8.
En La fe en Jesucristo. Ensayo desde las victimas9, la obra cristológica más importante
entre sus escritos teológicos, publicada 7 años más tarde de Jesucristo liberador Lec-
tura histórica-teológica de Jesús de Nazaret, indica que «las víctimas de este mundo»,
«los pueblos crucificados» son «el desde dónde»10 de su obra, y en toda su obra hace
una co-remisión entre el Crucificado y los crucificados mostrando la dimensión socio-
histórica de su cristología.
PRIMERA PARTE
El panorama de la reflexión teológica sobre la misma de Jon Sobrino
1 El punto de la partida de su reflexión eclesiológica
En general el método teológico de la eclesiología de la liberación es el mismo que
el de la teología de la liberación. Por consiguiente resulta una circularidad entre la ecle-
siología de la liberación y la teología de la liberación: la segunda da el sello liberador
a la primera, y la primera concreta especialmente en el tema de la Iglesia lo que es la
segunda. Todo esto se puede constatar en la reflexión eclesiológica de nuestro autor
Jon Sobrino. Por ejemplo, en su obra Resurrección de la verdadera Iglesia de los pobres.
Lugar teológico de la eclesiología (Santander 1984), el primer capítulo es un artículo
5
Cf. J. Sobrino, «Teología de la cruz en el Sínodo», Sal Terrae 74 (1986) 263-266.
6
J. Sobrino, «Teología de la cruz...», Sal Terrae 74 (1986) 264.
7
J. Sobrino, Jesucristo liberador Lectura histórica -teológica de Jesús de Nazaret, Madrid 1991.
8
J. Sobrino, Jesucristo liberador..., 11.
9
J. Sobrino, La fe en Jesucristo: Ensayo desde las víctimas, Madrid 2007.
10
J. Sobrino, La fe en Jesucristo..., 14.
70
sobre el método para la teología de la liberación en general11. Sobrino lo recoge en esta
obra recopilatoria como parte de la metodología. Para él, el punto de partida será, en
la parte objetiva la realidad de la Iglesia actual, y en la parte subjetiva la fe realizada
de la Iglesia como respuesta a Dios. «La reflexión teológica sobre la Iglesia debe partir
objetivamente de la realidad actual de la Iglesia en lo que ésta tiene de cristiana, es
decir, de manifestación actual de Dios. El objeto a reflexionar es la Iglesia y el punto
de partida es su misma realidad, y no en primer lugar y en directo una doctrina sobre
ella. […] Subjetivamente la reflexión debe comenzar a partir de la fe eclesial realizada,
es decir, desde la respuesta concreta al Dios que se sigue manifestando. Aunque técni-
camente hay que distinguir entre revelación de Dios en el pasado y manifestación de
Dios en la actualidad, es evidente que la fe actual sólo puede ser respuesta a la actual
manifestación de Dios»12.
71
Entre ellos destacamos «Teología de la cruz en el Sínodo», que primero fue publicado
en Sal Terrae, 74 (1986), y mas tarde en varias revistas más14, y el magnifico monográfico
sobre la comunión eclesial, «Comunión, conflicto y solidaridad eclesial» aparecida en
la monumental obra de la teología de la liberación, Mysterium liberationes. Conceptos
fundamentales de la teología de la liberación vols. I, II (Madrid 1994).
— Los pobres como el principio constitutivo de la Iglesia. Para Jon Sobrino son los
pobres quienes constituyen el principio de la estructuración, organización y misión de
la Iglesia. También son el lugar teológico de la construcción de la Iglesia, el centro de su
totalidad, la mediación última de la realidad transcendental de la Iglesia, la encarnación
y manifestación del Espíritu de Jesús15. En una palabra, la Iglesia de los pobres es el
cuerpo histórico de Jesucristo, la forma histórica de la Iglesia de Jesús de hoy.
— Extra pauperes nulla salus (fuera de los pobres no hay salvación). La tesis Extra
pauperes nulla salus, por lo menos a mí personalmente me resulta una afirmación
escalofriante. Y eso no por ser una afirmación novedosa respecto a la afirmación tradi-
cional clásica de la Iglesia ya desde el tiempo de la patrística: extra eclesiam nulla salus
(fuera de la Iglesia no hay salvación), sino porque según tal afirmación sobre el lugar de
salvación, la Iglesia se quedará sin ser el lugar de salvación, si no son los pobres el lugar
de salvación18. Pero de verdad, siendo consciente de su tesis novedosa, escandalosa y
en cierta medida contracultural, nuestro autor la defiende dando razón de ella. Pero
respecto al tema debemos recordar o saber que tal afirmación no es exclusiva de Jon
Sobrino, sino que es una opinión de muchos teólogos de la liberación, ni tampoco fue
él el primero que tuvo esta intuición, pero es cierto que él es quien ha profundizado
14
En Diakonia 41 (1987) 3-20; Sendero 31 (1988) 36-48; Staurós 9 (1988) 13-23.
15
Cf. J. Sobrino, Resurrección de la verdadera Iglesia..., 99ss.
16
J. Sobrino, El principio-misericordia. Bajar de la cruz a los pueblos crucificados, Santander 1992, 32.
17
Cf. Sobrino, Resurrección de la verdadera Iglesia..., 138.
18
Cf. J. Sobrino, Fuera de los pobres no hay salvación. Pequeños ensayos utópicos-proféticos, Madrid 2008,
99s.
72
en dicha tesis19.
SEGUNDA PARTE
La cruz en la reflexión eclesiológica de Jon Sobrino: una eclesiología en
la perspectiva de la cruz y de los crucificados de hoy
1. Los pobres-crucificados como trasfondo de la realidad de la Iglesia
Como ya hemos mencionado antes, la realidad de la Iglesia para Jon Sobrino es uno
de los dos puntos de partida de la reflexión eclesial (la realidad como punto de partida
objetivo, y la fe eclesial como punto de partida subjetivo). Una afirmación como tal
no quiere estar en contra ni abandonar la doctrina sobre la Iglesia que ya está hecha,
sino que la doctrina en sí misma sin la realidad concreta de la Iglesia, es decir, sin la
manifestación actual de Dios en la Iglesia, no puede ser historizada adecuadamente,
y es históricamente ineficaz, aunque puede ser verdadera.
19
Cf. J. Sobrino, Fuera de los pobres..., 99s.
20
J. Sobrino, Resurrección de la verdadera Iglesia..., 17.
21
Según Jon Sobrino la utilización de «los signos de los tiempos» en el quehacer teológico ya es una decisión
teológica y presupone una concreta experiencia de la fe (cf. Jon Sobrino, «Los ‘signos de los tiempos’ en la
teología de la liberación», Estudios eclesiásticos 248-249 (1989) 249.)
73
Para Jon Sobrino, como para otros teólogos de la liberación, hoy día los signos de
los tiempos son el mundo de los pobres, de las víctimas, de la inhumanización. Y afirma
que el mundo de hoy es «una inmensa cruz y una injusta cruz para millones de inocen-
tes que mueren a manos de verdugos, pueblos enteros crucificados»22. Es este mundo
cruel el lugar del quehacer teológico. «El lugar teológico es el lugar en que acaecen los
actuales signos de los tiempos y ese lugar es el mundo de los pobres»23. La realidad de
la Iglesia no es cualquier realidad, sino una realidad generada de la fidelidad a los signos
de los tiempos del mundo. Es decir, una respuesta a estos signos de la Iglesia de acuerdo
con la fe y la voluntad de Dios. Insistiendo en que los signos de los tiempos de hoy es
el mundo de los pobres, para Jon Sobrino la realidad de la Iglesia generada de ellos
tiene como centro una misión evangelizadora de la Iglesia dirigida «a» y centrada «en»
los pobres24, una misión empezada desde la opción tomada por los pobres, de modo
que la autenticidad e identidad de la Iglesia consisten en esa misión25. Es tal misión la
que corresponde a la manifestación actual de Dios y sus planes. Es por eso que nuestro
teólogo salvadoreño insiste firmemente en sus dos afirmaciones, aun sorprendentes y
discutibles para el círculo teológico: el lugar social-teologal es el mundo de los pobres
y el lugar eclesial es la Iglesia de los pobres26.
22
Cf. J. Sobrino, El principio-misericordia..., 16.
23
Jon Sobrino, «Los ‘signos de los tiempos’...», 261.
24
Cf. J. Sobrino, Resurrección de la verdadera Iglesia..., 18.
25
Cf. J. Sobrino, «Opción por los pobres», en J. J. Tamayo (dir.), Nuevo Diccionario de Teología, Madrid 2005,
682.
26
Cf. J. Sobrino, Jesucristo liberador…, 48-52
27
J. Sobrino, Resurrección de la verdadera Iglesia..., 108.
74
citado es el crucificado, el mismo Cristo resucitado presenta a la Iglesia con las llagas
del Crucificado (Jn 20, 24-27); por lo tanto, desde el punto de vista del Cristo global,
el Cristo Crucificado-Resucitado, las mismas preguntas se pueden responder con estas
afirmaciones neotestamentarias también: lo que sabe la Iglesia sobre lo último será que
«Dios entregó al Hijo» (Rm 4, 25), que «la fuerza y la sabiduría de Dios es escándalo
para los judíos y locura para los gentiles» (1 Cor 1, 23s); esperamos la liberación como
Abraham «esperando contra toda esperanza» (Rm 4, 18); hemos de «tener los mismos
sentimientos de Cristo, tomando condición de siervo, humillándose a sí mismo y ha-
ciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (Col 1, 24) y somos salvados
porque «Cristo murió por nosotros» (Rm 5, 8).
Según nuestro autor, todas estas afirmaciones nos dicen una sola verdad: «La Iglesia
que surge de la resurrección no olvida que el resucitado es el crucificado»28 y «lo que
capta de plenitud, tanto en la resurrección de Cristo como en su propio surgimiento,
pasa por superación de un escándalo: el abandono al que Jesús es sometido en la cruz
por parte de Dios, y el abandono histórico de sus discípulos»29.
Así que la Iglesia surge en el proceso cruz-resurrección. Ahora la Iglesia, como cuer-
po histórico de Cristo, no lo es de cualquiera sino «en cuanto ofrece a Cristo aquella
esperanza y praxis liberadoras, aquel sufrimiento que pueden hacerlo presente como
resucitado y como crucificado»31.
28
J. Sobrino, Resurrección de la verdadera Iglesia..., 104.
29
J. Sobrino, Resurrección de la verdadera Iglesia..., 104.
30
J. Sobrino, Resurrección de la verdadera Iglesia..., 104.
31
J. Sobrino, Jesucristo liberador..., 51.
32
J. Sobrino, «Resurrección de una iglesia popular», en: AA.VV., Cruz y resurrección. Presencia y anuncio de
una iglesia nueva, México 1978, 93.
75
pobres»33. A partir de la Iglesia de los pobres, viendo las cosas desde otro punto de vista,
la eclesiología de la liberación afirma que el Espíritu de Jesús toma privilegiadamente
carne histórica en los pobres en cuanto constituye a partir de ellos a la iglesia como
cuerpo del crucificado34.
Para nuestro jesuita son los pobres el «lugar estructural» donde se mueve el Espíritu
de Jesús. Pero una realidad como ésta sobre la acción del Espíritu y la presencia de
Dios no es demostrable sino discernible. Por tanto la Iglesia de los pobres como una
Iglesia re-surgida por la fuerza de Espíritu es algo que se acepta o no se acepta: es una
cuestión de toma de postura ante tal hecho. Si reconocemos que el Espíritu renueva
la vida, la hace nueva y distinta, la plenifica de manera insospechada como aconteció
con la resurrección de Cristo, aceptaremos que la Iglesia de los pobres es la obra del
Espíritu Santo, es la verdadera Iglesia de Jesús35.
Para verificar que la Iglesia de los pobres es verdadera Iglesia, y más aún es la ver-
dadera Iglesia, Sobrino analiza las cuatro notas tradicionales de la verdadera Iglesia:
unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad. Toma como criterio el hacer un análisis
de la Iglesia de los pobres demostrando la existencia de la primera sustancia eclesial en
ella misma: la fe, la esperanza, el amor, la persecución, la misión de la Iglesia, etc.36.
Afirma que «la Iglesia de los pobres es realmente Iglesia y que en ella se realizan mejor
las notas características», ella «es hoy la forma histórica de la Iglesia de Jesús»37.
Pero para comprender bien la argumentación que hace Jon Sobrino, hay que
entenderla desde dentro de esa Iglesia, si no, no nos parece posible, porque, como
dice él mismo al final del análisis: «en el fondo no hemos hecho más que presentar
una Iglesia estructuralmente que quiere vivir hoy según el don de Dios, presente en
el crucificado Jesús y en los crucificados de la historia, y que se diferencia de otras
formas de ser Iglesia basadas, consciente o inconscientemente, en la asimilación a este
mundo y sus poderes»38.
76
de la vida de Jesús. Es cierto que hay muchos principios de la vida de Jesús que pueden
servir para unificarla a ella misma complementariamente, por ejemplo: su fidelidad,
su esperanza, su servicio. Pero para nuestro teólogo salvadoreño es la misericordia de
Jesús el principio más estructurante de la vida de Jesús, no es una actitud «regional»
sino que es lo que está en su origen, es lo que configura su vida, su misión, y es lo
que le dirige hacia su destino. Por tanto, la misericordia debe ser también el principio
estructurante de la Iglesia.
Es verdad que muchos textos de los sinópticos nos han mostrado un Jesús de
misericordia. Jesús siente compasión de la gente (Mt 14, 14), tiene misericordia de
los enfermos, cura a los leprosos (Mc 1. 41), devuelve la vista a dos ciegos (Mt 20,
34); se conmueve ante la muchedumbre que no tiene qué comer, los sacia con la
multiplicación de panes (Mc 8, 2ss), le da lastima de la viuda que perdió a su hijo, se
lo devuelve mediante la resurrección (Lc 7, 13), y él mismo proclama la misericordia
como principio de su actuar (Mt 9, 3. 12, 7). Todo esto nos dice que en la vida de
Jesús el sufrimiento de la gente, de los pobres, de los marginados, de los débiles, es el
trasfondo de su actuación.
Esta misericordia como reacción de Dios al sufrimiento también tiene que tenerla
el hombre, ya que tenemos que ser misericordiosos como lo es Dios mismo (Lc 6. 36).
Pero hay que recalcar que esta misericordia no se puede entender como una conmi-
seración sentimental o como una actitud paternalista, sino como «una reacción ante el
sufrimiento ajeno que se ha interiorizado, que se ha hecho una misma cosa con uno
mismo, para salvar. [...] es reacción primera y última, desde la cual cobrarán sentido
40
J. Sobrino, La fe en Jesucristo, 128.
41
J. Sobrino, La fe en Jesucristo..., 128 y 129.
77
otras dimensiones del ser humano»42.
Sobrino ve al buen samaritano como la imagen del hombre bueno y cabal. La mise-
ricordia del hombre tiene que ser como la del buen samaritano ejercitada de diversas
maneras según sea el herido en el camino. Cuando el herido es todo el pueblo, como
así ocurre en América Latina, la misericordia se torna necesariamente en justicia43, por
tanto la justicia es el primer fruto de la misericordia.
b) La Iglesia de la misericordia
Recalcando la misericordia como la realidad de Jesús, de Dios y del hombre cabal,
Sobrino también describe con ella a la Iglesia, y opina que «el principio-misericordia es
el que debe actuar en la Iglesia de Jesús, y el pathos de la misericordia es lo que debe
informarla y configurarla»44. Así que la Iglesia debe hacer una relectura de la parábola
del buen samaritano, para que se convierta o se presente una Iglesia samaritana, es
decir, una Iglesia de la misericordia como lo es su Dios y su Señor Jesucristo.
El mundo como el lugar de la Iglesia es una realidad lógicamente exterior a ella mis-
ma, así que la Iglesia no puede centrarse en sí misma, sino tiene que ser des-centrada
para que sea una Iglesia que sale de sí misma para ir al camino en el que se encuentra
el herido. Si la Iglesia se comporta así, se asemeja fundamentalmente a Jesús, su fun-
dador, él no se predicó a sí mismo, sino que toda su existencia, su vida fue para «otro»:
la salvación y la liberación del hombre.
Para Jon Sobrino aunque en el mundo existen muchas heridas tanto físicas como
espirituales, pero no se pueden igualar sino que entre ellas hay una jerarquía, a saber,
hay algunas que son más graves y comunes que otras. La pobreza, según Sobrino, es la
herida mayor en el mundo: «el mayor sufrimiento [...] lo que constituye la pobreza que
lleva a la muerte y a la indignidad que le es aneja»46. Esta gran herida es evidentemente
con mucha mayor radicalidad en el Tercer Mundo que en el Primero.
Esa herida mayor, para la Iglesia que es una y católica, es referencia para las Igle-
sias locales –tengan las heridas que tengan–, que tienen que historizar su misericordia
42
J. Sobrino, «Espiritualidad y seguimiento de Jesús», en: I. Ellacuría–J. Sobrino (eds.), Mysterium liberationis.
Conceptos Fundamentales de la Teología de la Liberación, Vol.2, Madrid 1994, 454.
43
Cf. J. Sobrino, «Espiritualidad y seguimiento..., 454; R. Aguirre y F. J. Vitoria, «Justicia», en: I. Ellacuría–J.
Sobrino (eds.), Mysterium liberationis. Conceptos Fundamentales de la Teología de la Liberación, Vol.2, Madrid
1994, 556.
44
J. Sobrino, El principio-misericordia..., 38.
45
J. Sobrino, El principio-misericordia..., 39.
46
J. Sobrino, Resurrección de la verdadera Iglesia..., 41.
78
en esa herida mayor; toda la Iglesia tiene que atender a esa herida. «Si una Iglesia
local no atiende a esa herida mundial, no podrá decirse de ella que está regida por el
‘principio-misericordia’»47.
Jon Sobrino ve que en la Iglesia hay grandes dificultades para reaccionar con mise-
ricordia y para mantener ésta misma. Primero, porque, le cuesta poner la supremacía
del reino de Dios sobre ella misma y poner la supremacía de la misericordia sobre
el egocentrismo. Segundo, porque es difícil de mantener la misericordia cuando por
defender al «herido» se enfrenta con los «salteadores» y más aún, cuando estos «sal-
teadores» reaccionan. Todo esto nos explica por qué la Iglesia no pocas veces cae en
la tentación del «rodeo» del sacerdote y del levita.
TERCERA PARTE
La reflexión de la «comunión» eclesial desde los crucificados de Jon
Sobrino
En este apartado trataremos de la reflexión eclesiológica de la comunión eclesial de
Jon Sobrino. Es cierto que este apartado se puede poner en el apartado anterior junto
con aquellos puntos de la reflexión eclesiológica(s) de Sobrino. Aquí le presentamos por
separado porque en nuestra opinión, primero, esta reflexión de la comunión eclesial
desde una perspectiva histórica y liberadora es una relevante aportación de nuestro
autor a la eclesiología de la liberación entre tantas de sus aportaciones eclesiológicas,
y segundo, porque el ver la comunión eclesial de nuestro autor desde una perspecti-
47
J. Sobrino, El principio-misericordia..., 41.
48
J. Sobrino, «Espiritualidad y seguimiento...», 455.
79
va de los crucificados de la historia puede ayudarnos los católicos a profundizar más
en el conocimiento ecuménico y a avanzar más en el ecumenismo con otras iglesias
cristianas.
Para construir la comunión, primero hay que superar la división, pero la división
es una consecuencia de «algo», es decir, hay «algo» que ha producido la división. Para
llegar a ser comunión, lo más importante es vencer ese «algo». Según Sobrino, ese
«algo» es los ídolos de la muerte y el anti-reino. Son ellos los artífices de la división
de la Iglesia, pues la comunión eclesial se desarrolla alrededor del Dios de la vida, de
Jesús y del reino50.
49
Esta propuesta apareció en una conferencia con este mismo título pronunciada en el Congreso «La sabiduría
de la cruz hoy» con ocasión de celebrar el segundo centenario del fallecimiento de San Pablo de la Cruz, fun-
dador de la Congregación Pasionista, en el año 1975, dos años más tarde de la publicación de su famosa obra
El Dios crucificado, y publicada en La sapienza della croces oggi, Atti del congreso internazionale (Roma), en el
mismo año. El mismo artículo después fue recogido en el libro La teología de la cruz, en castellano, publicado
el año 1979 en Salamanca; tal libro ya lo hemos citado anteriormente en algunas ocasiones.
50
Cf. J. Sobrino, «Comunión, conflicto y solidaridad eclesial», en: I. Ellacuría–J. Sobrino (eds.), Mysterium
liberationis. Conceptos Fundamentales de la Teología de la Liberación, Vol.2, Madrid 1994, 232.
80
que genera la verdadera y duradera comunión eclesial.
Sobre el uniformismo anterior al Vaticano II, Sobrino afirma que hoy prácticamente
es anacrónico por el nuevo espíritu del Vaticano II. Es rechazado por a-histórico y a
veces anticristiano, porque «ha sido un uniformismo pretendido a base de sometimiento,
no de libertad ni de gracia»51. Como nos indica también J. I. González Faus, es cierto
que la comunión se crea por «el espíritu», no por una fuerza proveniente de alguna
autoridad o de algún miembro preeminente52.
Según los historiadores, de hecho en los primeros tres siglos de la Iglesia, Roma fue
su «centro», no por otra cosa sino por tener allí su sede el primado del testimonio de la
fe y de la caridad, ya que los dos grandes apóstoles Pedro y Pablo dieron el testimonio
del mayor amor allí junto con miles de mártires. Por tanto hay que saber que el que
Roma fuera el centro de toda la Iglesia, no tenía apenas que ver con que fuese la capital
del imperio, sino con el inmenso testimonio que había en ella.
Pero ¿cómo debemos ver o comprender hoy la función de Roma con respecto a la
comunión? Sobrino no niega que Roma tenga una importante función, pero lo que él
quiere recalcar es que no hay que confundir los planos de la comunión: «Roma puede
51
J. Sobrino, «Comunión...», 233.
52
J. I. González Faus, Antropología, en: I. Ellacuría–J. Sobrino (eds.), Mysterium liberationis. Conceptos Fun-
damentales de la Teología de la Liberación, Vol.2, Madrid 1994,57.
53
J. Sobrino, «Comunión...», 234.
81
recoger, bien o mal –como lo muestra la historia– lo que ocurre en las iglesias locales,
pero no genera la realidad de las iglesias locales ni aquello que atrae a las demás igle-
sias. Es centro de administración, de vigilancia, de animación en el mejor de los casos,
pero no es necesariamente centro de sustancia eclesial real, ni tiene por qué serlo,
aunque ojalá lo sea»54.
Con todo esto hemos visto que para nuestro jesuita el centro eclesial que genera la
comunión es cambiable a lo largo de la historia.
Para nuestro autor, en una iglesia como tal, su movimiento va hacia fuera, no ha-
cia dentro de sí misma ni tampoco hacia las demás iglesias con las que ella vive en la
comunión, sino que la comunión es con el «otro»: el mundo de pueblos crucificados.
Una iglesia como ésta es una iglesia que no busca su propio interés sino el del «otro»,
no se preocupa primeramente por la comunión intraeclesial para ser «salvada», «recu-
perada» de la división, sino que se preocupa por la vida, la salvación, la liberación de
los pobres y los crucificados, como así lo hizo Jesús de Nazaret hasta ser crucificado y
asesinado. La Iglesia de los pobres está en plena comunión con los crucificados de la
historia, y con ello llega a estar en comunión con el Crucificado. Dice nuestro autor
que no hay comunión con el Crucificado sin la interpelación constante a que «toda la
Iglesia se ponga en la periferia, en la impotencia de los pobres, a los pies de un Dios
crucificado, para desde allí alimentar la esperanza cristiana y propiciar la necesaria
eficacia de la acción de la Iglesia»56. Esto encaja perfectamente con el «efecto Mateo»
(Mt 16, 25): «la Iglesia que está obsesionada con su propia comunión la pierde, pero la
que vive y se desvive por estar en comunión con el mundo de los pobres la gana. A la
Iglesia que busca efectivamente el reino de Dios para los crucificados de ese mundo,
todo lo demás se le da por añadidura»57.
En realidad los crucificados necesitan la comunión de la Iglesia con ellos. Esta co-
munión entre la Iglesia y los crucificados tiene una eficacia histórica que consiste en
generar comunión eclesial. Un relevante ejemplo es lo que ocurrió y sigue ocurriendo
en la Iglesia de El Salvador, una iglesia de pobres que lucha por la vida(,) y la justicia
del pueblo salvadoreño, que es un pueblo entero crucificado. Esta iglesia, por luchar
por el pueblo crucificado, por estar con él, por comulgar con él, ella misma ha sido
54
J. Sobrino, «Comunión...», 235.
55
J. Sobrino, «Comunión...», 235.
56
J. Sobrino, Resurrección de la verdadera Iglesia..., 133.
57
J. Sobrino, «Comunión...», 236.
82
una iglesia crucificada, padeciendo tremenda persecución y asesinatos en todos sus
niveles: prelados, sacerdotes, laicos. Es esta iglesia la que ha atraído a muchas iglesias
locales del mundo a estar con ella, a solidarizarse no sólo con ella misma, sino también
con su pueblo crucificado. Sobre todo cuando descubrieron sobre el terreno que el
pueblo era verdaderamente un pueblo crucificado, que padecía de todo tipo de in-
justicia y opresión. Es también en este momento cuando, al descubrir la cruel realidad
del pueblo salvadoreño, estas iglesias locales supieron con profundidad por qué la
iglesia salvadoreña había sufrido y había sido perseguida: por estar en comunión con
el pueblo crucificado, por defenderlo ante los opresores y los poderosos. Por eso estas
iglesias locales empezaron a emplearse con más fuerza y caridad, fuertemente estaban
en comunión con la iglesia salvadoreña hasta que, muchos de sus miembros sufrieron
persecución y aún asesinatos, como sufrieron los miembros de la misma iglesia de El
Salvador. De este modo ha aparecido una viva y verdadera comunión intraeclesial y
una comunión más global: la comunión intraeclesial y con los crucificados, porque
en este caso ya no hay distinción de la iglesia salvadoreña o iglesia española o iglesia
norteamericana, etc., todas ellas son consideradas una sola Iglesia y luchan juntas por
el pueblo salvadoreño crucificado. Tampoco hay distinción entre «tu gente» y «mi
gente», toda la gente salvadoreña sufriente es la gente de todas las iglesias que están
en comunión con la iglesia salvadoreña, ni hay «misioneros (profesionales)», porque
todos ellos se sienten nativos de la tierra salvadoreña crucificada, ya que la gente de
allí es su gente.
Además de la iglesia de El Salvador que atrae a otras iglesias locales, hay más, por
ejemplo, la de Brasil, la de Sudáfrica y la de algunas partes de la India y de Sri Lanka.
Hoy día, son estas iglesias, las iglesias de los pobres, las que producen comunión eclesial
y se hacen centro en un determinado momento de la historia de la Iglesia universal.
La legitimidad de la comunión eclesial desde la perspectiva de los crucificados de la
historia según Jon Sobrino, también se puede verificar desde el punto de vista de la
sacramentalidad de la comunión con el Crucificado como Pueblo sacerdotal. Como
expresa L. A. García Dávalos, (que) la Iglesia es el Pueblo sacerdotal, su comunión con
el Sumo Sacerdote, el Crucificado, es imposible sin la comunión con los crucificados
de la historia, en que se verifique la autenticidad con Él58. Teniendo en cuenta la di-
mensión histórica de la comunión con el Crucificado, dice también J. Moltmann: «(la
comunión con el Crucificado) es practicada allí donde los cristianos se sienten solidarios
con los hombres que, en la sociedad, viven manifiestamente a la sombra de la cruz:
los perseguidos»59.
58
C.f. L. A. García Dávalos, El carácter sacerdotal del pueblo de Dios: paradigma para una comprensión
eclesial, México 2000, 177s.
59
J. Moltmann, La Iglesia, fuerza del Espíritu, Salamanca 1978, 125s.
83
siervo doliente de Yahvé, los pueblos crucificados de este mundo, son los que han
sido puestos por Dios para ser ‘luz de las naciones’. El Crucificado, por serlo, es el que
‘atrae todo hacia sí’»60.
Ante todo, queremos recordar al teólogo alemán J. Moltmann quien hace unos 35
años ofreció al mundo cristiano una preciosa propuesta teológica sobre el quehacer
del ecumenismo en un artículo titulado Ecumenismo bajo la cruz62. En este artículo
J. Moltmann opina que «el núcleo del movimiento ecuménico hacia la unidad de la
Iglesia consiste en partir de la cruz de un único Señor»63. Ahora casi todas las iglesias
cristiana están de acuerdo con esta propuesta teológica de J. Moltamann. Por supuesto,
este artículo ha sido una gran aportación teológica del teólogo alemán.
Así pues, ahora tenemos aquí a Jon Sobrino, otro teólogo, pero de nuestra Iglesia
Católica, que nos ha ofrecido otra respuesta teológica del ecumenismo desde otra
perspectiva, no igual a la de J. Moltmann, aunque ambas son perfectamente comple-
mentarias. A continuación vamos a exponer esta propuesta de nuestro autor.
60
J. Sobrino, «Comunión...», 237.
61
J. Sobrino., La fe en Jesucristo..., 15.
62
Cf. J. Moltmann, «Ecumenismo bajo la cruz», en: Chr. Duquoc (ed.), Teología de la cruz..., 164-178.
63
J. Moltmann, «Ecumenismo bajo...», 164. En el artículo J. Moltamnn, comienza en directo preguntándose:
«¿en qué otro lugar podría encontrarse la unidad de la Iglesia sino en el único Señor de la Iglesia y en el in-
divisible ofrecimiento de su vida divina por la salvación del mundo?» Y respondiéndose después a sí mismo:
«la unidad ecuménica de la Iglesia puede ser solamente una unidad en la verdad; y esa verdad que hace
posible y que exige unidad en la verdad, omnicomprensiva y salvífica, de su muerte sacrificial en la cruz sobre
el Gólgota» 164.
84
Sobrino, en su libro El principio-misericordia. Bajar de los crucificados de la cruz,
recalca (Sobrino) la misericordia como principio radical para hacer Iglesia, una iglesia de
modelo samaritano (Lc 10, 25-37) que se solidariza con el herido en el camino. Dice:
«Muchas otras cosas pueden y deben decirse de una Iglesia regida por el ‘Principio-
Misericordia’. Su fe, ante todo, será una fe en el Dios de los heridos en el camino,
Dios de las víctimas. Su liturgia celebrará la vida de los sin-vida, la resurrección de un
crucificado. […] Su ecumenismo surgirá y prosperará –y la historia demuestra que así
ocurre– alrededor de los heridos en el camino, de los pueblos crucificados, los cuales,
como el Crucificado, lo atraen todo hacia sí.»64. Así que según él, estar alrededor de los
crucificados –usamos la expresión más representativa y liberadora–, estar en comunión
con ellos, tal comunión hace llegar el ecumenismo a surgir y más aún, a prosperar.
La comunión que genera la Iglesia de los pobres por estar simplemente en comunión
con los crucificados de la historia, es del tipo de la solidaridad, es decir, viene de soli-
darizarse mutuamente, dicho bíblicamente, es «llevar unos las cargas de los otros» (Gal
6, 2). Según Pablo, esta forma de solidarizarse es cumplir la ley de Cristo. Este «llevarse
mutuamente» es mejor que la forma de ayudar unas iglesias a otras cuando están en
necesidad, lo cual (que) suele funcionar así en la Iglesia o entre las iglesias. La Iglesia
de los pobres genera perfectamente el proceso del N. T. de «llevarse mutuamente».
Porque cuando la Iglesia de los pobres y su pueblo crucificado atraen a otras Iglesias y
éstas atraídas se acercan a ellos con todo tipo de apoyo: material, pastoral, asistencial,
etc., la iglesia de los pobres en este momento no sólo recibe, no sólo es llevada por estas
iglesias que se le acercan, sino que ella misma también da y lleva a estas iglesias. En
palabras del mismo Jon Sobrino: «por su parte, la Iglesia de los pobres lleva a las otras
Iglesias cuando les ofrece ante todo la pobreza misma, el lugar ideal de la conversión y
de la fe cristiana, el lugar de la vida en comunidad que supera el endémico individua-
lismo y el lugar de la trascendencia que supera el romo positivismo; cuando les ofrece
una fe, una esperanza, un compromiso, una creatividad, un amor hasta el martirio, un
sentido en definitiva que suele estar ausente en aquellas; cuando les ofrece acogida y
perdón –la acogida es automáticamente perdón al Primer Mundo y sus iglesias, aunque
a los pobres ni siquiera se les ocurra pensar en ello–, cuando les ofrece gracia, aparece
el don de Dios(,) inesperado, inmerecido y encontrado allí donde menos parece que
puede ser encontrado: en los pobres»65. Entonces «solidaridad significa compaginar dos
dimensiones cristianas fundamentales: la disponibilidad a dar –praxis transformadora en
lenguaje técnico– y la disponibilidad a recibir –la gracia–, de esa forma se va creando
comunión eclesial verdadera y cristiana. Y esta comunión se va ensanchando hasta ser
comunión verdaderamente ecuménica, con otras iglesias»66.
Esta solidaridad de función ecuménica tiene otro nivel que también tenemos que
recordar: la solidaridad del sufrimiento común. Este nivel de solidaridad no es como el
que acabamos de exponer, que es una solidaridad de dar el apoyo y recibir la gracia,
sino ambas parte de aquellas iglesias en que todas están en sufrimiento y pobreza,
ambas necesitan ayuda y se ayudan, se animan y se hermanan mutuamente. Este
64
J. Sobrino, El principio-misericordia..., 44.
65
J. Sobrino, «Comunión...», 238.
66
J. Sobrino, «Comunión...», 240.
85
tipo de «llevarse mutuamente» lleva a las iglesias a un verdadero ecumenismo. Esto
de igual modo lo ha visto J. Moltmann, aunque Jon Sobrino pone más acento el en el
primer nivel de la solidaridad. Expresa el teólogo alemán: «yo creo que el verdadero
ecumenismo nace de la pobreza común y del sufrimiento común. [...] La comunión
en las cosas negativas precede siempre a la comunión en las cosas positivas, y sin la
comunidad en el ecumenismo negativo no habrá comunidad en el ecumenismo po-
sitivo. […] El verdadero ecumenismo comienza donde ponemos en común nuestra
pobreza, nuestras enfermedades, nuestras caídas y nuestra pasividad y tomamos parte
recíprocamente en ellas. [...] El ecumenismo comienza siempre con la participación
fraternal en el sufrimiento bajo la cruz»67.
«La disposición a darlo todo por su liberación». ¿Qué simboliza este «darlo todo»
radicalmente? ¡La vida! Dar la vida demuestra la radical y verdadera disposición. Sin
duda, la Iglesia salvadoreña es una iglesia local, todo lo que tiene ella es lógicamente
suyo. Si preguntamos, ¿cuál o cuáles cosas, aunque siendo cosas de la Iglesia salvadoreña,
pero al mismo tiempo también son de otras iglesias, es decir, otras iglesias también las
consideran con derecho como cosas suyas? Responderíamos: Mons. Romero, los siete
mártires jesuitas y otros tantos mártires salvadoreños. Estos grandes hombres, hermanos
de la Iglesia de Jesucristo, fueron asesinados para los hermanos crucificados, dicho en
palabras gráficas: ellos fueron crucificados para sus hermanos crucificados como lo fue
Jesús. Decimos otra vez: Mons. Romero y sus mártires –ellos representan una iglesia de
mártires– siendo miembros de una iglesia local, ahora son de todas las iglesias cristianas
del mundo. Esto no por imposición, sino por reconocimiento de otras iglesias locales u
67
J. Moltmann, «Ecumenismo bajo la cruz...», 172.
68
J. Moltmann, «Ecumenismo bajo la cruz...», 164
69
J. Sobrino, «Comunión...», 237.
70
J. Sobrino, «Kibera. Sacudida e invitación a la conversión y la liberación», Pasos 129 (2007) 3.
86
otras iglesias cristianas. Baste recordar que Mons. Romero es venerado como el mártir
cristiano más importante del siglo XX además de Martín Luther King por la Iglesia An-
glicana, con un nicho puesto en el frontal de la Abadía de Westminste junto con otros
nueve mártires de otras iglesias distintas. Es por eso que refiriéndose al martirio de Mons.
Romero y de otros muchos hombres y mujeres mártires de la Iglesia salvadoreña, dice
Sobrino: «son las iglesias como la de El Salvador las que generan comunión eclesial»71.
No hay otro servicio mejor a la comunión que tomar en serio tantas muertes de mártires,
proponer a los mártires, por ejemplo los de América Latina, como los testigos actuales
de la fe72. Desde la misma óptica J. Moltmann expresa: «‘los mártires son la semilla de
la iglesia del mañana’, dice la experiencia de la iglesia primitiva. También hoy ocurre
mismo: Johannes Schneider y P. Delp. Dietrich Bonhoeffer y Maximiliano Kolbe, y otros
muchos desconocidos que dieron su vida no pertenecen a una confesión concreta,
sino a toda la cristiandad de la tierra. Con su muerte hablan a todos los que viven y
creen, para que todos podamos unirnos y ser libres»73. Hasta este momento merece ser
mencionada una frase del Papa Juan Pablo II pronunciada en el año jubilar 2000: «el
ecumenismo de los santos, y de los mártires, es tal vez el más convincente»74. Lo que
pasa es que lamentablemente el avance de la canonización de Mons. Romero pasa
ahora por muchas dificultades, y esto es sabido por toda la iglesia. Probablemente su
proceso de canonización resultará ser el más largo de la historia75
Las iglesias que están con los crucificados no sólo están en comunión pacíficamen-
te, sino también en una tremenda unión. Unidas porque juntas están luchando por la
liberación de los crucificados –cosa nada fácil que les hace no pensar en otras cosas
como el poder, la gloria, el privilegio mirando al Crucifidado-Liberador; unidas porque
en cuanto el sufrimiento es común, tienen que pensar en la solidaridad y la animación
mutuas, en la superación del sufrimiento; unidas porque por estar con los crucificados,
son iglesias que están en lo más inferior en la historia, –no con poder como algunas o
muchas iglesias que están arriba en la historia– la herencia que tienen ellas es el Cru-
cificado –a quien confiesan como su Señor– y los crucificados, con quienes están en
comunión; para ellas el Crucificado y los crucificados son la perla preciosa por la que
vale la pena vender todo para conseguirla76. Si las iglesias de los pobres están unidas
de esta manera, pues, lógicamente las que no están unidas es porque no se comportan
como las iglesias de los pobres, no buscan lo que estás iglesias buscan, no tienen los
intereses que tienen las iglesias de los pobres, sino que buscan poder, influencia política,
protección excesiva de los poderes actuales. Y su interés es ser una iglesia que está arriba
en la historia, no abajo con los crucificados, los pobres, los débiles, los marginados, y
son todos estos los que concretamente han causado la división de la Iglesia. A todo esto
Jon Sobrino lo llama «antisolidaridad activa» porque todo este comportamiento de esas
71
J. Sobrino, «Comunión...», 237.
72
J. Sobrino, «Comunión...», 242.
73
J. Moltmann, «Ecumenismo bajo la cruz...», 171.
74
Juan Pablo II, Tertio millenio adveniente, Nº 37.
75
Respecto a los siete jesuitas asesinados el año 1989 en la Universidad Centroamericana de El Salvador, todavía
ni se ha iniciado su canonización: el asunto es más problemático y difícil que el del Mons. Romero.
76
Cf. J. Sobrino, «Comunión...», 236s.
87
iglesias demuestra su no-interés por los crucificados. Esto se verifica según la opción –es
lo fundamental– en favor o en contra de los pueblos crucificados. A esta «antisolidari-
dad activa» nuestro teólogo también la considera como «el pecado fundamental». «Si
por las razones que fueren, una o varias iglesias miran más por sí mismas que por los
pueblos crucificados, la comunión no crece, aunque puedan existir relaciones, ayudas
a otras iglesias. Si peor aún, algunas iglesias –por lo que hacen y sobre todo por lo que
no hacen– estuvieran en contra de los pueblos crucificados, entonces la comunión en
la Iglesia de Jesús es simplemente imposible»77. Este «pecado fundamental» también
configura un tipo de conflicto entre el Dios de la vida y los ídolos, porque «el mayor
cuestionamiento a la comunión eclesial es si las iglesias hacen la opción en favor o en
contra de las víctimas»78.
Concluimos este apartado dando una opinión personal. A mi juicio nos queda todavía
una cosa más que decir. Hoy día, aunque nos esforzamos en construir el ecumenismo,
avanzamos muy lentamente. Podemos enumerar muchos éxitos, pero el conjunto del
movimiento es una andadura tan lenta que incluso parece frustrante: todavía las igle-
sias están divididas, y dentro de una iglesia determinada, cada una también lleva en
cierta medida una tensión de desunión. Sin embargo, el Crucificado y los crucificados
nos hacen interpelarnos a nosotros mismos: ¿cómo podemos seguir estando divididos
y odiarnos mutuamente ante el Crucificado y a la vez confesar que somos su cuerpo?
¿Cómo podemos todavía esforzarnos por el poder, el privilegio, por nuestras «propias
verdades» y muchas veces por nuestras ideologías doblegándonos unos a otros y de-
jando a un lado a los crucificados que sufren terriblemente? El asunto está muy claro,
todo esto que hay entre nosotros los cristianos es una contradicción con la voluntad
del Señor (Jn 17, 21), una gran ironía para los crucificados de la historia, un testimonio
negativo ante el mundo. Ante el Crucificado y los crucificados hay miles de razones para
la unión, en cambio ante la división y la desunión, aunque haya millones de razones,
ninguna de ellas vale nada ni es verdadera. En último término: el Crucificado y los cru-
cificados nos exigen un ecumenismo radical. En un cierto sentido hemos de decir, ante
los éxitos que tengamos, que no debemos gloriarnos, sino convertirnos cada vez más,
construir el ecumenismo con una conversión radical y un caminar humildemente con
Dios: «El verdadero ecumenismo no puede darse sin la conversión interior. En efecto,
los deseos de la unidad surgen y maduran de la renovación del alma, de la abnegación
de sí mismo y de la efusión generosa de la caridad» (UR 7).
A MODO DE CONCLUSIÓN
Hemos andado con Jon Sobrino el camino de «la cruz» siguiendo sus reflexiones
eclesiológicas. En este «camino» hemos sentido la profundidad de la reflexión eclesioló-
gica de la cruz de Sobrino y notado la cuantía de la cruz en su pensamiento teológico.
Considerando la suma importancia que tiene la cruz para la totalidad de la teología y
para el comprensión de la fe, Sobrino reflexiona e interpreta sobre Dios, el mundo y
el hombre, y la correlación entre ellos. A Sobrino el mundo es un mundo de pecado e
injusticia, en el cual vive el hombre como pobre y crucificado, esperando la liberación,
77
J. Sobrino, «Comunión...», 240.
78
J. Sobrino, «Comunión...», 241.
88
Dios es el que da liberación y está dispuesto a pagar cualquier precio por alto que sea
debido a que es un Dios de amor, y precisamente así ocurrió de una manera inaudita y
sin igual –dio la salvación al hombre entregando a su único Hijo en la cruz–. El mundo
opresor y explotador, el hombre pobre y oprimido y el Dios-amor liberador: si eso es
la realidad del mundo, del hombre y del Dios, bajar a los crucificados de la cruz se
convierte en la mayor tarea de la Iglesia y de la historia. No podemos hacer el encuentro
con el Dios liberador cristiano si no nos fijamos en el Crucificado, no podemos caminar
en la andadura de la liberación si no cargamos con la cruz. Esto es lo que ha querido
expresar el pensamiento teológico de la cruz de Jon Sobrino.
«La teología –en tanto que teología de la cruz– no solamente habla sobre los sig-
nificados de la cruz de Cristo haciendo una interpretación de la misma, sino que ella
misma se convierte en ‘teología crucificada’ -como decía K. Barth en estrecho paren-
tesco con Lutero- y -podríamos añadir nosotros- en teología crucificante. Esto hace de
ella una teoría crítica de la liberación. En consecuencia, su Sitz im Leben habrá que
buscarlo en aquellos que viven ‘bajo la cruz’, que padecen ‘el sufrimiento de este
mundo’, los ateos y los dejados de las manos de Dios, los despreciados y abandonados
de los hombres, los oprimidos y los que se hacen deudores de ellos»79. La eclesiología
de Jon Sobrino queda bien reflejada en esta afirmación de J. Moltmann. Hemos visto
que la eclesiología de la liberación de nuestro autor es una eclesiología de la cruz,
una eclesiología crucificada y crucificante. La última juzga y llama vigorosamente a
la conversión y al compromiso liberador. Más aún, juzga y crucifica a toda la teología
misma, como dice el mismo Sobrino: «(la cruz) es el fin de toda teología cristiana»80,
«toda teología cristiana que sea fiel a su origen bíblico, y sea por ello histórica, tiene
que tomar absolutamente en serio los signos de los tiempos para su reflexión»81. Los
signos de los tiempos de hoy, de acuerdo con Puebla, se pueden resumir: el grito del
Crucificado entre los crucificados que pide liberación –«El crucificado, presente en los
crucificados, llora y grita: ‘tengo hambre, estoy encarcelado, me encuentro desnudo’»
(Puebla 13) –. Una verdadera eclesiología cristiana debe ser una eclesiología desde los
signos de los tiempos, una eclesiología liberadora histórica y escatológicamente para
llegar al final de la misión liberadora para que todos los oprimidos, pobres, marginados,
infelices, crucificados sean liberados; para que una eclesiología realice un reino de Dios
de «sí ya», y sea creíble nuestra salvación escatológica (la liberación en plenitud). La
Iglesia y todos nosotros cristianos tenemos que recordar estas palabras proféticas de
D.Bonhoeffer: «!Sígueme! fue la primera y la última palabra de Jesús a Pedro», y de
J. B. Metz: «Ahora es la hora del seguimiento para la Iglesia». En este caso Sobrino nos
ayudará con su teología de seguimiento y su eclesiología de la cruz profundamente
marcada con el carácter del «seguimiento».
Por último, como creyentes post-pascuales, siempre hemos de tener presente que
el Crucificado es el Resucitado. Esto es el último relato de Sobrino. El Resucitado con
el acontecimiento de pascua ha hecho un tiempo nuevo, una historia nueva, él mismo
se ha hecho Señor, este tiempo es el tiempo que está bajo su señorío, el señorío del
Resucitado. Y la Iglesia que él mismo fundó debe ser también Iglesia del Resucitado
y de los resucitados a parte de ser Iglesia del Crucificado y de los crucificados. Por lo
79
J. Moltmann, El futuro de la creación, Salamanca 1979, 83.
80
Cf. J. Sobrino, «Cristología desde…»441, 452-463.
81
J. Sobrino, «Jesús en América Latina…», 251.
89
tanto tenemos que vivir ya como resucitados, como hombres nuevos, en que la última
fuerza liberadora viene de este espíritu y realidad. Esto es lo más novedoso de toda la
historia, pues sin este espíritu de vivir como resucitados y la realidad del señorío de
Cristo en el tiempo presente, ni la teología, ni la fe tendrá ningún sentido (1 Cor 15,
14), más aún, ni la historia ni su fin alcanzará su sentido definitivo.
90
DIOS Y EL SUFRIMIENTO1
LA CUESTION
Sin ninguna duda no existe para el hombre cuestión más agobiante que esta: ¿cómo
puede un Dios, si existe, permitir el atroz sufrimiento del mundo, quedarse mirando,
mientras éste no cesa de propagarse a través de los tiempos? La humanidad ha escuchado
repetir infinitas veces todas las posibles respuestas y, frente a la gravedad de la cuestión,
las ha juzgado siempre insuficientes y las ha rechazado. Porque esta cuestión es como
una herida abierta, mortal, para la cual no hay remedio. Pero, careciendo de remedio,
¿no se deberá al menos buscar calmantes? Lo hacemos continuamente todos. Queda
examinar si son eficaces y en qué medida. En general nos vienen ofreciendo muchos,
a algunos nos aferramos con avidez y puesto que no existe curación global, nos es dado
el valor de una solución temporal. Haremos el inventario de esta farmacia humana.
Más allá de todo el remedio humano, Dios ofrece en Jesucristo su propio remedio,
diverso de todos los otros. Es necesario igualmente valorar si conviene y si alcanza a
dar buena prueba de si. Y aunque supongamos que sea la más aceptable, no pierde
fuerza la cuestión inicial: ¿cómo puede un Dios – y ahora, propiamente este Dios de
Jesucristo - que se define bueno, habituarse a esta enorme masa de sufrimiento de los
hombres y del mundo? ¿Esta cuestión que clama al cielo no es más fuerte que todas las
respuestas que se pueden esperar de allá arriba?
1
Título original Gott und das Leid. Informationszentrum Berufe der Kirche,1984; versión italiana en ed. Nova
Millennium Romae.2010.
91
como la experiencia del odio, de la desesperación frente al sentido de la existencia.
Se pueden, por ello, entender aquellas visiones del mundo que consideran cualquier
placer o alegría como la parte superficial (en algún sentido) y el sufrimiento como el
verdadero fundamento que está a la base del ser del mundo. Y quien quiera distraer
la mirada no puede hacer otra cosa que ver delante de si el fin y pasar su vida siendo
esclavo del temor a la muerte (Heb.2,15). ¿Qué actitud puede tomar el hombre frente
al sufrimiento? Distinguimos tres.
1. El fatalismo
Quiero decir prácticamente la «muerte liberadora», llamada un tiempo «suicidio».
Se capitula frente a un sufrimiento insoportable, suponiendo que esto es una derrota,
un fracaso. ¿Y si esta no fuese así? ¿ no será ya una reencarnación (como castigo de esta
muerte)? Si en este sueño han anhelado «venir a los sueños» deseando «en la región
oscura, la de los confines de la cual ningún viajero ha retornado», como examina el
ingenioso Hamlet. La mayor parte de aquellos que se suicidan no desarrollan tanto su
pensamiento. Estos no ven más que el instante presente, no ven más que a sí mismos
y dejan a los otros continuar sufriendo. La solución es puramente egoísta.
2. La rebeldía
En nuestros días han sido erigidos monumentos imponentes al hombre que se rebela
contra el sufrimiento; la antigüedad ya conocía numerosos casos. Se plantea todavía la
cuestión de contra quien se rebelan. Raramente contra Dios, porque en general quien
se rebela es bastante inteligente para comprender que un Dios cruel es en si mismo una
contradicción que no puede existir. Por tanto quien se rebela contra nadie, se rebela
por sí mismo, como signo de la grandeza humana. Pero, ¿no se desvanece en nada,
desde el momento que nadie está allí presente para conocerle? Sigmund Freud, quien,
en sus últimos años de vida, sufría en manera indecible, escribe en una carta: Desde
el momento que soy profundamente no-creyente no existe a quien acusar ni existe
lugar en el que se pueda presentar. Más todavía: Aunque si mi queja queda muda,
permanece como desafío. Por tanto el hombre en rebeldía conoce su contradicción
más íntima.
92
La mayor parte de los caminos inventados por los hombres y calificados como «mís-
tica» van en esta dirección. También hacia la «espiritualización» radical, distanciándose
de toda la problemática de la esfera mental y sobrepasando el «yo» prisionero de sí
mismo, para llegar a ser una cosa sola, más allá de la conciencia limitada en un universo
que no tiene conciencia.
Pero es sobre todo la dirección del comunismo la que necesita resolver las objecio-
nes. ¿Qué cosa ha llegado a alcanzar en sus numerosas empresas por todo el mundo?
¿Ha dado pasos hacia la eliminación del sufrimiento? ¿Sus gulag son mejores o incluso
peores que el sistema de Auschwitz? ¿No representa el gran obstáculo al agruparse de
la humanidad en un frente único, hoy necesario, contra los grandes males del mundo?
Y si el modelo soviético no gusta y estamos a la busca de una forma más humana ¿Cuál
entonces podemos encontrar, si continuamos recogiendo el surgir histórico auténtico
del sistema que provienen todos del mismo postulado: Es necesario arrancar al hombre,
por medio de un ateísmo radical, cualquier perspectiva hacia un más allá, de modo
que el pueda entregarse en cuerpo y alma al programa de transformación de la tierra
para desembocar en la paz eterna del humanismo positivo?
Este postulado de ateísmo se puede encontrar en algún otro que, enemigo claro
de los presuntos ideales del comunismo, aspirara a una humanidad mejor, la del
superhombre: F. Nietszche. Pero no consideraba en ningún modo la abolición del
sufrimiento del mundo; porque esta abolición la aparecía no tanto imposible, sino no
deseada porque cortaba al hombre lo que tiene de mejor: Su naturaleza de animal
agresivo y depredador. Sobre la estela de Darwin, Nietszche, no tenía otro objetivo sino
el de obtener la selección de la «bestia rubia», la más despiadada, capaz de romper
toda la tabla de los valores existentes hasta el momento en que aparecía después su
93
vulgar semblante: El de Adolf Hitler. «La voluntad de poder» nietscheana (como esencia
misma del ser, de la cual se debe apropiar) ha tenido ocasión de manifestarse en la
última guerra mundial.
Pero, superada esta confrontación, se debe cuestionar su tesis según la cual el hombre
es puesto en el mundo para luchar y dar lo mejor de si mismo, y preguntar ¿Cuáles son
los aspectos que expresan su decadencia, la lucha o el deseo de paz? No es que Nietzs-
che haya augurado las catástrofes de la humanidad, que haya previsto las que nosotros
vivimos hoy, pero forma parte de su lucidez el reconocerlas como la consecuencia
ineludible de esto que el describe como «el» advenimiento del nihilismo, del cual él se
reconocía como el principal representante. Nihilismo que se muestra principalmente
en el concepto, que se propaga irrevesiblemente, de que «Dios ha muerto» y con él ha
muerto también la fe en la existencia de una verdad y valores auténticamente durables.
Que un tan horizonte comporta para la mayoría de los hombres (porque pocos podemos
ser superhombres) una multiplicación del sufrimiento, mientras al tiempo mismo se le
priva de cualquier esperanza de una compensación en el más allá, a esto Nietszche
puede al fin – antes de caer en la locura – responder suponiendo un «eterno retorno
de sí mismo» en un mundo que el calificaba como monstruo eternamente rumiante.
Este podría ser para los presuntos superhombres una feliz prospectiva, pero para la
masa de los otros la expresión de una pesadilla espantosa.
Además de estas tres vías – la resignación, la fuga o el presunto ‘empeño’ – ¿hay una
cuarta vía en la cual la humanidad puede intentar afrontar el problema del sufrimiento
del mundo con alguna esperanza de salida? No habría ciertamente alguna, sino fuera
el grito ideal del optimismo al cual sucumbimos todos más o menos sin reflexionar,
sino poniéndose una venda delante de los ojos, venda que en otra época, más realista,
por ejemplo, en el alto y bajo Medievo, preferían no ponerse para mirar mejor con los
ojos despiadamente como era entonces y es todavía hoy el mundo. Eran de la época
más o menos cristianos.
94
pecado puede haber transformado, oscurecido, el carácter de este fin, pero no puede
haberlo causado.
Esto significa por tanto que Dios puede utilizar el sufrimiento, poco importa de
donde proviene, para fines buenos, directamente excelentes. ¿Se trataba de excep-
ciones o se puede en algún modo generalizar esta frase? El sufrimiento, ¿puede tener
a veces un sentido positivo? ¿Es posible extender esta afirmación?. Esto obliga a volver
la mirada hacia Jesucristo.
La otra figura es la del Siervo de Yahvé (Is.53), el cual, por sus heridas , sufre los
peores ultrajes y al fin la muerte y por todo esto no viene solamente glorificado por
Dios mismo sino que recibe igualmente la promesa: Yo te daré en premio una multitud.
Job permanece un precursor que queda en el pasado, el Siervo de Yahvé es uno que
acompaña en el espíritu y encuentra su figura histórica en la interpretación cristiana
de la cruz.
2. La práctica de Dios
La pasión de Jesucristo permanece como un misterio al cual uno no puede acercarse
sino es con profundo respeto. Jesús mismo no lo ha conocido anticipadamente, aunque
95
si previamente ha distribuido el fruto: «Nadie me quita la vida, sino que yo mismo la
doy» (Jn.10,18). «Tomad y comed, esto es mi cuerpo…Bebed todos porque esta es mi
sangre, sangre de la alianza que será derramada por la multitud en remisión de los
pecados» (Mt.26,27s). El dispone de su sufrimiento. Pero esto ¿en qué consiste? No
en absoluto en una tortura física, que en aquella época una gran mayoría de hombres
debían soportar como él. Pero, si damos fe a los textos, se dice algo muy profundo: en
el abandono en aquel Dios que, de manera del todo particular, llama su Padre, con el
cual está ligado como ninguno otro y en el ‘seno’ del cual él reposaba desde siempre.
«Ninguno conoce al Padre sino el Hijo» (Mt.11,27). Ninguno por tanto puede vivir un
tal abandono de parte de Dios si no el Hijo. Es el sufrimiento más profundo que puede
existir: saber, por experiencia, quien es Dios y haber perdido este Dios (aparentemente
para siempre). Y aquí tocamos el punto decisivo. Esta pasión, según los textos del Nuevo
Testamento, no adviene, como dicen hoy muchos teólogos para manifestar que Dios se
siente solidario con cada uno que sufre. La noción de solidaridad expresa ciertamente
algo de correcto – se ve el hecho de que Jesús es crucificado entre dos malhechores –
pero eso no basta ni de lejos para asegurar la cualidad de este sufrimiento. Es preciso
utilizar la noción de sustitución conocida a partir del Siervo de Yahvé. Uno parece poder
expiar por las culpas de muchos. Israel lo sabía. Estamos aquí sobre el buen camino,
pero no todavía en la meta.
Es necesario saber otros modos en los que ha sido único. En los cánticos del Siervo
parece ser un hombre. Jesús es ciertamente un hombre y más que esto: Es el Hijo del
Padre. Y por esto su pasión no es tanto el sufrimiento más intenso que haya existido,
como se ha dicho, sino que puede ser expiación por todos, porque tiene el poder de
descender todavía más en la profundidad de todos los pecados y de todo el sufrimiento
del mundo y de transformarlo en una obra de amor supremo. Amor supremo no solo
de aquel que se sacrifica, sino de aquel que lo sacrifica: Dios ha amado tanto al mundo
que le ha donado su Hijo (Jn.3,16), para reconciliarlo consigo por medio de este Hijo
que se ha cargado de todas las culpas (2ª Cort. 5,19-21). Este es el mensaje cristiano
como lo proclama el Nuevo Testamento y este mensaje en su integralidad puede arrojar
luz sobre nuestro problema, Dios y el sufrimiento.
En la existencia de Jesús no está solo la pasión, está entre su vida terrena de operario
y de predicador y su resurrección del Padre en la cual él porta en la vida eterna sus llagas
transfiguradas. El cristianismo no es una religión del solo sufrimiento; éste es precedido
del trabajo en el mundo para cambiarlo y es seguido de una vida frente a Dios en el
que todas las pruebas y todo el sufrimiento pasado encontraron su refugio.
96
que Cristo en su pasión ha superado todo sufrimiento y colocado en nuestro puesto,
de modo que ningún sufrimiento, por cuanto de repugnante y perverso sea, podrá
superar el suyo y será en el contenido.
Muchos filósofos y pedagogos han juzgado útil una cierta medida del sufrimiento:
«Un hombre que no ha estado expuesto a la prueba permanece inmaduro», sabían
ya los griegos. Pero donde sobreabunda el exceso, la insoportabilidad, la irresponsa-
bilidad en el mal infligido, toda filosofía y pedagogía enmudece. Más allá de su elogio
del sufrimiento sobresale el silencio incluso en Nietszche: Por la locura de la que fue
preso, no elaboró ninguna teoría.
Existe no obstante, más allá de cualquier teoría, una palabra, que en el fondo no
habla, sino que sufre y soporta: Porque Jesucristo, en cuanto Hijo de Dios es la palabra
definitiva al mundo de parte de su Creador y Padre; y esto que en ella es definitivo,
es el hecho que la corrobora el Hijo en la palabra del abandono extremo y en la que
sucede la revelación suprema del amor de Dios por el mundo.
4. Acción y pasión
Puesto que Jesús entra libremente en su pasión, e incluso (según la expresión de
distintos Padres de la Iglesia) «nació para poder morir», su pasión representa efectiva-
mente el punto culminante del trabajo que se le ha encargado sobre la tierra. Esto no
es extraño como puede parecer a primera vista. La palabra latina «labor» significa al
mismo tiempo trabajo y pena. Traer al mundo a un niño para una mujer es insepara-
blemente la dos cosas: Dura fatiga y dolor, ¿Dónde en el mundo es real fecundidad
sin dolor? El grano debe morir para dar mucho fruto. Ninguna obra de arte ve la luz
sin tantas veces la muerte del artista. Cuántos adolescentes para alcanzar la madurez
deben pasar a través de una soledad que le parece incomprensible. Ninguno encuentra
verdaderamente a Dios sin desilusión y lágrimas. Ninguno ama el mundo – como San
Francisco en su Cántico de las criaturas – sin una forma de estigmatización. El sufri-
miento es igualmente buen servidor de Dios, como la alegría. Para el Crucificado, la
97
sobrecarga pasiva y dolorosa de su naturaleza humana y la aceptación activa y libre
de esta sobrecarga, constituyen igualmente una sola cosa, llegando a ser fecunda de
manera mucho más profunda que el dolor de la mujer que da a luz.
98
discriminación racial u opresión del proletariado de cualquier especie. Para esto no es
necesario ser cristiano, aunque los cristianos deben ser la vanguardia de la humanidad
para toda exigencia entre aquellos que se rebelan y se resignan.
Durante su acción pública, Jesús ha hecho signos con los cuales podría reconocérsele
como Mesías. A la cuestión de Juan Bautista que desde su prisión hace preguntarle si
él es el esperado, responde: «Id a referir a Juan esto que habéis oído y visto: Los ciegos
recuperan la vista, los cojos caminan, los leprosos son curados, los sordos recuperan el
oído, los muertos resucitan, a los pobres se les predica la buena noticia (Isaías lo había
predicho, Mt.11,5). Resucitar los muertos es un privilegio, pero los beneficios a cada
uno que sufre – una gota sobre una piedra caliente – es el símbolo no tanto de lo que
Dios dona como gracia a los hombres, sino lo que los hombres deben darse los unos
a los otros. No es en vano que la Biblia alaba y recomienda a los médicos (Siracida,
38). De un modo extraño hace inmediatamente otra recomendación: No tomar la
muerte muy trágicamente. Toda habilidad humana debe dedicarse tanto por la cura
de los enfermos como para el progreso, siempre reconociendo el límite insuperable:
La muerte como signo de la potencia divina sobre la existencia finita. Esta toma de
conciencia es humillante: Es insensato querer prolongar indefinidamente una vida que
muere. Y todavía la Biblia dice que es una fortuna morir «pleno de días». Esta puede al
mismo tiempo alabar la esterilidad de la mujer y el estado del eunuco que se preservan
de un mal mayor, o por otra parte una muerte precoz preserva de una vida esclava
(Sab,3,19; 4,7). La prueba contraria se ofrece en los romances utópicos que disponen
de personajes fantasmagóricos ya centenarios (por ej. La estrella de aquellos que no
son nacidos» de Wefer o «el mejor de los mundos» de A. Huxley).
El hombre sobre esta tierra es un luchador contra potencias que alcanzan a veces
hasta un cierto punto, pero que permanecen eternamente superiores. Los virus y los
microbios que resisten en la lucha con los nuevos medicamentos demuestran esta ver-
dad con ironía. No es verdad que escrutamos con aprehensión el tiempo por venir en
el cual las máquinas habrán liberado al hombre de todo trabajo y en los cuales no se
sabrá ya con que «entretenimiento» escaparse del aburrimiento o como se dice «matar
el tiempo». Cierto, aunque los deportes comportan momentos de lucha, ¿no son una
simple imagen de esto que es verdaderamente cercano, que lo que colma la vida es
la lucha por la existencia?
99
5. Dios y el sufrimiento
Una solución teórica del problema de cómo conciliar el sufrimiento del mundo con
la bondad de Dios lo hemos excluido. Una visión total de este misterio viene refutada
mientras nos encontramos en la lucha. Volviendo la mirada sobre el Crucificado aban-
donado de Dios, es como su tiniebla interior se hace luz que ilumina todo. El apóstol
no quiere «saber nada, sino a Jesucristo y Crucificado. Sin recurrir a la sabiduría del
lenguaje, para que no sea reducida a nada la cruz de Cristo» (1ª Cort.2,2; 1,17). La
tiniebla se encuentra en el grito del Crucificado: ¿por qué? (Mc.15,34). Interrogante del
sufrimiento extremo que no recibe respuesta: No puede recibir ninguna porque lo que
viene portado y encarado aquí es el pecado del mundo, el absurdo al cual no puede
darse respuesta. Pero aquel que grita el grito; el interrogante y el interrogador es al mis-
mo tiempo aquel que entrega el propio espíritu en las manos del Padre (desaparecido)
(Lc.23,46), el Hijo que con su pregunta da, a pesar de todo, fe al Padre que se vuelve
a otra parte. El silencio sin respuesta no destruye la fe del Hijo en el Padre.
Esto permite decir que el sufrimiento de este mundo está en el corazón de Dios,
el que viene de la naturaleza o aquel que, más grave, proviene de la libertad humana
y que los hombres se infligen como venganza; que Dios no puede simplemente dejar
pasar, sino que debe juzgar. Todo esto está en Dios. Es una ilusión óptica del hombre
‘filosofo’, el pensar que el sufrimiento adviene «de abajo» y que «allá arriba» un Dios
inmenso en su bienaventuranza lo mira desinteresado. Todos los puños del hombre en
rebeldía elevados hacia el cielo apuntan en la dirección equivocada.
El hombre que sufre y grita en su agonía, está en Dios. Esta, porque el mundo entero,
como es, con toda su sangre, sus lágrimas, ha estado proyectado y creado en Cristo,
dicho como mayor precisión, « ha sido elegido en Él… hijos adoptivos por medio de
Jesucristo. Este es el beneplácito de su voluntad. En el nosotros encontramos la reden-
ción, por obra de su sangre, la remisión de las culpas» (cf. Ef.1,4-7). Somos «alcanzados
libres por su sangre preciosa, la del Cordero sin culpa y sin mancha, elegidos antes de
la creación del mundo» (1ª Pd.1,19). Esto quiere decir que el amor de Dios ha, desde
siempre, asumido en anticipo todo el sufrimiento del mundo. Un amor divino trinitario,
del cual ninguno, ni en el tiempo ni en la eternidad podrá profundizar las dimensiones,
100
del cual no sabremos decir sino que sobrepasa cualquier forma de sufrimiento que no
tendrá respuesta, no excluyéndola, sino incluyéndola. Un amor que puede asumir el
riesgo de toda la locura y los crímenes de la libertad humana, pero que no ha tenido
necesidad, para ser amor, de manifestarse totalmente para probar al mundo entero
que «el amor es más fuerte que la muerte y los infiernos» (Cant.8,6).
101
102
MUERTE DE JESÚS, SIGNIFICADO TEOLÓGICO
Enumeración de dimensiones y perspectivas
0.INTRODUCCION
La profundidad de significado de la muerte de Jesús, de su morir y de su estar muerto
se ha expresado y vivenciado en la vida de la Iglesia con riqueza de conceptos y de
imágenes y sobre todo en la celebración sacramental. Se ha señalado siempre a la luz de
la Pascua y refiriéndolo al misterio de la Encarnación, dejándose instruir por la revelación
de Dios. «Fue crucificado, muerte y sepultado» se proclama en la confesión de fe. Esto
reclama reflexionar sobre el ser de Jesús, su actuar, su misión, su provenir del Padre, y
a su vez recibe la iluminación definitiva desde la consumación con Él inaugurada. Los
diversos niveles de aproximación se necesitan y no se excluyen, permanecen siempre
abiertos al Misterio insondable del Dios Creador, Redentor y Consumador.
Por tanto el significado teológico de la muerte de Jesús brota del Misterio del Padre,
asumido en el Hijo y expresado y manifestado por el Espíritu.
1
La COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL (CTI) ha abordado el significado teológico-salvífico otorgado a
la muerte de Cristo, en los siguientes documentos: «Cuestiones selectas de Cristología» (1979), especialmente
IV. Cristología y Soteriología; «Teología-Cristología-Antropología» (1981), especialmente en II.B.El aspecto tri-
nitario de la cruz de Jesucristo o el problema del «dolor de Dios», «La conciencia que Jesús tenía de su mismo
y de su misión» (1985) y en «Cuestiones selectas sobre Dios Redentor»(1994).
103
destino trágico que tuvo que prever para su vida? Dentro de esta perspectiva bíblica
se ofrece, en un tercer momento, los elementos de reflexión que se presentan en los
distintos escritos. Después de las primeras fórmulas interpretativas que ponen palabras
de fe a lo acontecido se señala la revelación en clave paulina, jóanica, petrina. Una
segunda parte de la reflexión presenta, las grandes categorías y sistemas teológicos que
han explicitado el significado teológico. Y por último, la tercera parte señala las dimen-
siones de significación que la muerte de Jesús en cruz expresa: trinitarias, cristológicas,
soteriológicas, eclesiales, escatológicas, místico-políticas.
Junto con estas fórmulas existen otras contemporáneas en las que se resaltan otros
dos aspectos: Las que señalan el carácter escandaloso e ‘insensato’ de esta muerte del
justo que queda abolido por la experiencia de su resurrección. Y las que hacen entrar a
la muerte de Cristo en el designio de Dios, mostrando que todo se ha cumplido «según
las Escrituras». En este designio la muerte de Jesús adquiere un «valor escatológico»;
es decir, se trata de un acontecimiento definitivo con un valor universal. Más allá de
esta realidad polisémica, el «’por nosotros’ constituye por tanto la primera expresión
formalmente soteriológica del acontecimiento Jesús, sobre la base del símbolo indicado
por el propio hecho: la muerte ha sido destruida por la vida; el incidente escandaloso
de la muerte se inscribe en un designio que le supera y lo transforma. Desde esta
2
LÉON-DUFOUR.X. VERGOTE, A. BUREAU,R. MOINGT, J. Mort pour nos péchés. Recherche pluridisciplinaire
sur la signification rédemptrice de la mort du Christ. Publications des facultes universitaires Saint Louis. Brux-
elles. 1979
104
perspectiva el hecho ya no es opaco, sino portador de un sentido inagotable. Este
sentido se concentra en el por nosotros y responde coherentemente a todo lo que fue
la vida de Jesús, es decir, con su ‘proexistencia’. Lo mismo que vivió por nosotros, sus
hermanos, murió también por nosotros»3. La preposición «por» en griego se expresa
con diversas preposiciones: hyper, peri, anti, dia, mostrando así una gran riqueza de
matices no perceptibles a primera vista4. Se ha de incluir también la dimensión del
«en nuestro lugar».
La fórmula «por nuestros pecados» es menos frecuente, aunque quizá sea más pri-
mitiva. Es una variante del «por nosotros» que precisa su motivación. En la carta a los
Romanos se articulan están dos expresiones: «Cristo, siendo nosotros todavía pecadores,
murió por nosotros» (5,8). En 1ª Cor 15,3 se recoge otra fórmula central: «Cristo murió
por (hyper) nuestros pecados, según las Escrituras». El conjunto de fórmulas kerigmá-
ticas neotestamentarias constituidas por la preposición «por» constituyen la matriz de
la explicación de la doctrina cristiana de la salvación por la muerte y resurrección de
Jesús. Implícita en estas primeras formulaciones está la referencia ya al don del Padre y
a la donación del Espíritu: «mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo
nosotros todavía pecadores, murió por nosotros» (Rm.5,8 ; 8,32).
3
Cf. SESBOÜÉ,B, Jesucristo, el Único Mediador. Ensayo sobre la redención y la salvación.Ed. Secretariado
Trinitario. Salamanca. 1990. Tomo I, pág.128.
4
Cf. KASPER, W. Jesús, el Cristo. Ed. Sígueme. Salamanca, 1979 (3ª ed.) afirma: «El hyper tiene en estos con-
textos un triple significado: 1. Por amor nuestro; 2. En nuestro favor; 3. En nuestro lugar. Las tres significaciones
resuenan conjuntamente y en, en ellas se piensa cuando se trata de expresar la solidaridad de Jesús como
centro más íntimo de su ser de hombre» (pág.267)
105
b. ¿Cómo vivió y entendió Jesús su muerte?5 «Dar su vida en rescate
por muchos» (Mc.10,45)
La necesaria cooperación personal y libre del Señor en la obra de salvación y
comunión en respuesta al plan de Dios ha sido abordada en la reflexión teológica de
todos los tiempos de modos diversos. En algunas épocas iba unido a la cuestión de la
pasibilidad del Hijo en su humanidad y en otros momentos centrada en la cuestión de
la libertad de Cristo en su pasión y muerte6. Hoy se aborda principalmente desde la
reflexión histórico-critica y la interpretación teológica subsiguiente. El trasfondo último
de esta problemática es la voluntad de superar el abismo que determinados usos de
la metodología exegética ha establecido entre el llamado Jesús histórico y el Cristo de
la fe o dicho con otra terminología, la conciencia de Jesús y el dogma de la Iglesia7. Se
hace además importante señalar este apartado para subrayar el modo humano que la
redención adquiere en Jesucristo muy subrayado en la reflexión católica8.
5
Jesús ha vivido y entendido su muerte en el horizonte de la ‘hora’. Ésta se dibuja en su horizonte histórico
de anuncio del Reino y del hecho de reconocerse como el Profeta escatológico, el Hijo del Hombre, el Hijo
de Dios. La reflexión sobre el destino ‘staurológico’ o al menos servicial y sufriente – en la estela del destino
profético- está ya señalado en los relatos evangélicos. Los esquemas interpretativos que la Comunidad Cristiana
postpascual utiliza para expresar lo acaecido en el Misterio Pascual tienen su origen, al menos implícito en el
mismo Señor. Está sin duda aquí planteada la cuestión de su conciencia.
6
Cf. STÖHR,J. «Reflexiones teológicas en torno a la libertad de Cristo en su Pasión y muerte» en AAVV, Cristo,
Hijo de Dios y Redentor del hombre. III Simposio Internacional de Teología de la Universidad de Navarra. Ed.
Universidad de Navarra. Pamplona 1982, págs.805-850. Se presenta la problemática en la elaboración de
esta cuestión en las diversas escuelas teológicas.
7
Algunas afirmaciones de la reflexión bíblica de R.Bultmann cuestionando el modo cómo Jesús habría
afrontando su muerte abriendo la posibilidad a un desmoronamiento radical en el último momento y se-
ñalando que su valor salvífico está únicamente en la intervención posterior del Dios resucitándolo y en el
anuncio pascual de la nueva existencia acogida en la fe ha abierto el espacio para una reflexión profunda
sobre este aspecto. Su afirmación era: «Y uno no puede ocultarse a sí mismo la posibilidad de que muriera
desesperado» (cf.R. BULTMANN. Das Verhäaltnis der urchristlichen Cristusbotschaft zum historischen Jesus
(Hiedelberg 1965) pág. 11-12, citado en G ONZÁLEZ DE CARDEDAL, O. Cristología, BAC. Madrid 2001.
Pág.98.
8
Otros autores desde la reflexión exegética, superando las limitaciones metodológicas de Butmann han abor-
dado la cuestión: SCHÜRMANN,H. El destino de Jesús: Su vida y su muerte. Ed.Sígueme. Salamanca 2003.
La obra es un conjunto de artículos en las que aborda la cuestión ¿Cómo vivió y entendió Jesús su muerte?
Su respuesta está elaborada en torno a la categoría de proexistencia. BASTIN, M. Jésus devant sa passion. Ed.
Cerf.Paris.1976; GUILLET, Jésus devant sa vie et sa mort. Ed. Aubier. Paris 1971, especialmente las págs.159ss).
LÉON-DUFOUR, X. Jesús y Pablo ante la muerte. Ed. Cristiandad, Madrid, 1982. Todas las obras de Cristo-
logía a partir de los años 70 dedican un apartado, más o menos extenso a esta cuestión. Entre los autores:
KASPER, Jesús el Cristo, SCHILLEBEECKX,La historia de un Viviente, DUQUOC, Cristología. GONZÁLEZ FAUS,
La humanidad Nueva; AMATO,A. Jesús, el Señor , SOBRINO,J Jesucristo Liberador.OCARIZ F, MATEO-SECO,
L.F, RIESTRA, J.A. El Misterio de Jesucristo. Ed. Eunsa.4ª Ed. Pamplona.2010.
106
desde la categoría de la ‘hora’ y del centramiento en la expectativa de un fracaso es
muy importante9. Los gestos de la Última Cena expresan esta realidad de asunción
de la voluntad del Padre. La discusión en algunos autores se centra en las categorías
empleadas por Jesús o desde las que pudo entender o manifestar el horizonte stauro-
lógico en que se ofrecía la salvación de Dios10. Los gestos sobre la copa con su sentido
escatológico y sobre el pan en su actitud de ofrenda expresan la confianza radical y
fiducial del que entrega su propia vida en un acto radical de solidaridad y sustitución
en manos del Padre, esperando en Él y de Él la salvación y la comunión para toda la
humanidad. Esta radicación humana de la asunción del morir en el plan de Dios se
ilumina radicalmente desde la resurrección. Es ella la que nos permite comprender el
sentido último de lo allí sucedido.
9
Como síntesis del planteamiento es válida la afirmación BALTHASAR, H. «Crucifixus etiam pro nobis» en
Revista Católica Internacional Communio año 2 (1980)I, págs.7-17.«...no es posible que Jesús sufra realmente
algo, quizá incluso algo significativo, y que Dios – como si fuera una decisión posterior – encuentre que eso
significativo, es suficiente para la reconciliación del mundo consigo. No es que Jesús – en la pasión o antes
de ella – pudiera percibir con claridad que lo sufrido ‘contrapesa’ el pecado del mundo; ese juicio, tanto
antes como durante la pasión, queda por completo reservado a Dios, a quien él se somete obedientemente
como ‘cordero de Dios’. Pero tampoco es licito prescindir por completo de la conexión entre quien sufre y
el sentido de su sufrimiento» (pág.11)
10
La CTI en el documento «Cuestiones selectas de Cristología» (1979), IV. «Cristología y Soteriología» lo
expresa así: «Si Cristo hubiera desesperado de Dios y de su propia misión, su muerte no podría entenderse
como el acto definitivo de la economía de la salvación…Aunque abierto a la voluntad del Padre, Jesús pudo,
sin embargo considerar diversas preguntas: ¿Concedería el Padre éxito a la predicación del Reino, o sería un
fracaso la salvación escatológica de Israel?....Jesús obtenía respuestas positivas a estas preguntas, puesto que
tenía conciencia de ser el mediador escatológico de la salvación…Pero no era necesario que Jesús concibie-
ra y expresara su actitud fundamental de pro-existencia o el modo de servir pro-existencialmente hasta la
muerte, según las categorías y esquema precedentes de la tradición del culto israelita, como, por ejemplo,
la ‘muerte expiatoria y vicaria del mártir por los demás’ o el modo propio de la pasión del ‘Ebed Yaweh’ (cf.
Is.53). como si Jesús las hubiera hecho personalmente propias. En realidad, Jesús podía entender y vivir más
profundamente esos conceptos en virtud de su actitud pro-existencial. Pero no es lícito, bajo ningún aspecto,
concebir la actitud pro-existencial de Jesús como algo ambiguo, puesto que esa actitud incluye el afecto y el
conocimiento prontos en el sujeto que se entrega. (cf. apartado B).
11
Cf. BARTH, G. Il significato della morte di Gesu’. L’interpretazione del Nuovo Testamento. Ed. Claudiana.
Turín.1995.
107
último y realizará lo en ella contenida. Estas afirmaciones centrales, probablemente
prepaulinas, recibirán desarrollo en las interpretaciones de la cruz y de la muerte que
desarrolla toda la teología neotestamentaria. De las primeras formulas «de contraste»
que afirman la intervención de Dios para anular el mal causado por el hombre («voso-
tros le matasteis, pero Dios le resucitó de entre los muertos» Hc.2,23-24) se subrayan
las que van explicitando el sentido salvífico de lo sucedido. El apóstol Pablo12 tomará
imágenes del AT viendo su consumación y realización en Jesucristo, cordero inmolado,
sacrificio pascual, propiciatorio. En 1ª Corintios se ofrecen las claves, «al cual hizo Dios
para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención» (1,30).Las
categorías teológicas de entrega, sacrificio, expiación, reconciliación, justificación, nueva
creación, redención serán asumidas y transformadas en un sentido nuevo13.
12
Es amplísima la reflexión sobre la teología paulina y específicamente su teología de la cruz. Algunas obras
PITTA, A. Il paradosso della Croce: saggi di teologia paolina. Ed. Piemme.Spa. Casale 1998; RINALDI,B La
presenza della croce nella principali lettera di S.Paolo. Ed.Fonti vive. Basella 1972; PEREZ GORDO, A. «La cruz
interpretada por S.Pablo» Rev. Burguense, 36/1 (1995) págs. 9-60; PASTOR-RAMOS, F. La salvación del hombre
en la muerte y resurrección de Cristo. Ensayo de teología paulina. Ed. Verbo Divino. Estella 1991.
13
Cf. PULCINELLI, G. La morte di Gesù como espiazione. La concesione paolina. Ed.San Paolo. Milano.
2007,
14
Un modelo: SCHEIFLER, J.R. «El salmo 22 y la crucifixión del Señor» en Rev. Estudios Bíblicos. Vol. XXIV
(1965) págs.5-83.
108
y sustitución; ofrecerá la idea de la muerte de Cristo como reconciliación con Dios y
origen de vida nueva participando en su morir por el bautismo (Rm.6,4) y la eucaristía
(1ªCort.11,26).
La reflexión medieval tiene su hito en San Anselmo para quien el Redentor realizó
una obra singular (por su muerte, a la que no estaba sometido, y por el valor infinito
de la unión hipostática) que supera en la presencia del Padre el reato de las culpas. En
esta obra del Hijo se realiza el designio salvífico de toda la Trinidad. En este sistema, la
fórmula ‘por nosotros’ significa principalmente ‘ a favor nuestro’ y no ‘en lugar nuestro’.
La reflexión tomista subraya la eficacia de la entrega de Aquel que es la Cabeza de la
Humanidad. Cristo en su sufrimiento y su muerte no es un mero sustituto sino más
15
Así lo señala la CTI en el documento «Cuestiones de Cristología» (1979) en el apartado IV. Cristología y
soteriología.
16
Cf. BALTHASAR, H. Teodramática. Ed. Encuentro. Madrid. 1995. Tomo IV, La acción señala cinco elementos
que toda reflexión teológica ha de tomar en cuenta: «(1) La entrega del Hijo por el Padre para la salvación
del mundo. (2) El ‘intercambio’ entre el sin pecado y los pecadores (comprendido, en principio de un modo
radical por los Padres, sólo ha llegado a ser desarrollado íntegramente en la modernas variantes de las teorías
sobre la sustitución). (3) La consiguiente liberación del hombre (rescate, redención). (4) Pero, por encima de
esto, su introducción en la vida divina, trinitaria. (5) El conjunto aparece como la realización de una iniciativa
del amor divino» (pág.293)
17
Cf. ORBE, A. Introducción a la teología de los siglos II y III. Ed. Sígueme. Salamanca 1988, especialmente
capítulos 38, la cruz, 39, la muerte de Cristo. RAHNER, H.Mitos griegos e interpretación cristiana. Ed.Herder.
Barcelona 2003, págs.75-92.
18
Cf.AYAN CALVO, J.J. «Aproximación al pensamiento sobre la muerte y resurrección de Cristo en las tres
tradiciones patrísticas» en Rev. Stauros 38 (2002) págs. 37-82.
109
bien la cabeza representativa de una humanidad regenerada.
La teología del siglo XX ha estado marcada por los estudios bíblicos y sus nuevos
métodos, por los nuevos contextos culturales y por el influjo de realidades sociales
valoradas desde nuevas perspectivas22. Ha primado la preocupación por la sistematiza-
ción de la cuestión del Jesús histórico, el replanteamiento del sentido de las categorías
bíblicas y teológicas para referirse al significado de la muerte de Jesús heredadas de la
tradición y de la reflexión teológica anterior23. La penetración del discurso trinitario en
el misterio pascual y más en concreto en la cruz ha caracterizado algunas de las décadas
del siglo XX y por otra parte la búsqueda de la implicación histórica de la muerte de
Jesús en el modo de afrontar la conflictiva social que provoca el mal.
19
Cf. BOURGINE, M.B. «Crux sola. La christologie de Luther à la lumière de sa theologia crucis» en Rev. Irenikon
LXXI (1997) pág.476-45; LXXII (1998),pág.62-83. También la obra de GHERARDINI, B. Theologia crucis. L’eredita
di Lutero nell’evoluzione teologica della Riforma. Ed. Paoline. Roma 1978; cf. LOEWENICH, W. Theologia crucis.
Visione teologica di Lutero in una prospecttiva ecuménica. Ed. Dehoniane. Bologna, 1975.
20
Cf.WILLEMS, B.A. Soteriología. Desde la Reforma hasta el presente. En Historia de los Dogmas. Tomo III,
cuaderno 2c. Ed. BAC.Madrid. 1975.
21
Entre las autores clásicos: RIVIERE, Le dogme de la redemption. Étude Theologique. Paris 1914 y después
ampliado en cuatro Tomos. I-IV. Paris 1933; HUGON, R.P. Le mystère de la Rédemption. Paris.1915.
22
Una presentación sintética de esta reflexión en la teología de la liberación latinoamericana.: TAVARES, S.S. Il
mistero della Croce nei teologi della liberazione latino-americani. Pontificium Athenaeum Antonianum. Roma
1999; LOIS, J. «La cruz de Jesús y la Teología de la Liberación» en Rev. Staurós 29 (1998) págs.41-52.
23
Una obra que analiza esta cuestión en 4 cristologías es.: VITORIA CORMENZANA, F.J. ¿Todavía la salvación
cristiana? Los diseños soteriológicos de cuatro cristologías actuales: ‘Jesús, el Cristo’. ‘El Dios crucificado’,
‘Cristología desde América Latina’ y ‘La humanidad nueva’. Ed. Eset, Vitoria 1986. Tomo I-II. Tambien IAM-
MARRONE, G.Risurrezione, norte di Croce e vita storica di Gesú nella cristología sistematica contemporánea.
Herder. Miscellanea Frascescana. Roma 2003.
110
III. DIMENSIONES TEOLÓGICAS IMPLICADAS A LA HORA DE EXPRESAR
EL SIGNIFICADO TEOLÓGICO DE LA MUERTE DE JESÚS.24
a. Teológico-trinitarias
1. Es la muerte del Hijo eterno del Padre como acontecimiento histórico. Por ello re-
conocimiento de que «uno de la Trinidad ha padecido»(cf.DS,432)25. Así se puede
afirmar que la muerte de Jesús pertenece a la «automanifestación de Dios»; en algún
sentido es «muerte de Dios». «Si decimos que el Logos encarnado murió solamente
en su realidad humana e implícitamente entendemos eso en el sentido de que esta
muerte no afectó a Dios, no decimos más que una verdad a medias, silenciando
la auténtica verdad cristiana. Cierto que el ‘Dios inmutable’ no experimenta ‘en sí
mismo’ ninguna historia temporal y por tanto ninguna muerte, pero él mismo ( y
no solo ‘lo otro’) tiene por la encarnación una historia en lo otro. Así esta muerte
expresa precisamente (al igual que la humanidad de Cristo) a Dios tal como es y tal
como quiso ser para nosotros en una resolución libre y eternamente válida»26. El que
muere con muerte verdadera es el Hijo de Dios. Así lo señala Santo Tomás: Cristo
estuvo muerto durante un Triduo27. «Aunque Cristo murió como hombre – escribe
San Juan Damasceno – y su alma se separó de su cuerpo inmaculado, la divinidad
permanece inseparable de ambos: del alma y del cuerpo» (De Fide Ortodoxa, III).
En el Símbolo de la fe profesamos que el Hijo de Dios fue sepultado, cosa que, en
rigor, no podría atribuirse de no haber permanecido la divinidad, unida hipostáti-
camente al cuerpo sepultado. «El abismo de lo sucedido es inconmensurable. La
Palabra eterna del Padre, se hizo hombre para llevarnos a Él; ahora está muerto, y
sus labios sellados con el silencio de la muerte. Al mismo tiempo que le envuelve
el silencio, ese cuerpo muerto es palabra irreversible, con la definitividad de la
muerte, del amor de Dios a los hombres: ‘Tanto amó Dios al mundo, que le entregó
su Hijo Unigénito’ (Jn.3,16)»28.
24
Existe una problemática que aquí únicamente señalo que es la referente a la extrañeza que suscita en
determinada sensibilidad contemporánea la afirmación cristiana de que la salvación sucede en la muerte del
Señor. En el trasfondo sin duda existe el peligro de deformar el verdadero sentido de su entrega que hacen
surgir determinadas imágenes de Dios. Algunas obras LEITES, N. Le meurtre de Jésus moyen de salut?. Embarras
des théologiens et déplacements de la question. Ed. Cerf.Paris 1982; DENEKEN, Le salut par la croix dans la
théologie catholique contemporaine (1930-1985) Ed. Cerf. Paris 1988.
25
Cf. CHÉNÉ, J, «Unus de Trinitate passus est» en Rev.Recherches de Science Religieuse (1965) págs.545-
588.
26
RAHNER, art.» Jesucristo» en Sacramentum Mundi. Tomo IV, págs..66-67. También la referencia a la realidad
de la muerte en pág.822-823.
27
Cf. TOMAS DE AQUINO Sum. Theol.,III.q.50,a.2 sed.c)
28
MATEO SECO, L.F. «Muerte de Cristo y Teología de la Cruz» en AAVV, Cristo, Hijo de Dios y Redentor del
hombre. III Simposio Internacional de Teología de la Universidad de Navarra. Ed. Universidad de Navarra.
Pamplona 1982, págs.699-747, pág.705. El Catecismo de la Iglesia católica recoge en su nº 625 la siguiente
cita de San Gregorio Niceno: «Dios (El Hijo) no impidió a la muerte separar el alma del cuerpo, según el orden
necesario de la naturaleza, pero los reunió de nuevo, uno con otro, por medio de la resurrección, a fin de ser
El mismo en persona el punto de encuentro de la muerte y de la vida deteniendo en Él la descomposición de
la naturaleza que produce la muerte y resultando El mismo el principio de reunión de las partes separadas»
(Ord. Catech.16).
111
2. La cruz es liturgia de obediencia que manifiesta la unidad entre el Padre y el Hijo en
el Espíritu Eterno29. «El sacrificio de Jesús en la cruz no sólo fue passio, sino tam-
bién actio. El último aspecto, la ofrenda voluntaria de sí al Padre, con su contenido
neumático, es el aspecto más importante de esta muerte. El drama no es un con-
flicto entre el sino y el individuo. Al contrario, la cruz es una liturgia de obediencia
que manifiesta la unidad entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Eterno»30. Desde el
Misterio Pascual, en unidad inseparable, el discurso trinitario sobre Dios adquiere
subrayados especiales31.
29
Teología de la cruz y misterio trinitario es un tema muy recurrido en la teología contemporánea. Algunas de
sus implicaciones las ha puesto de relieve, entre otros, CODA, P. Acontecimiento Pascual. Trinidad e historia.
Ed. Secretariado Trinitario. Salamanca 1994.
30
CTI, «Cuestiones selectas sobre Dios Redentor» II. La redención bíblica: La posibilidad de la libertad.
nº.11.V.
31
Reseñar la riqueza de reflexión suscitada por la obra de MOLTMANN, El Dios Crucificado y sus obras si-
guientes, Trinidad y Reino de Dios, El camino de Jesucristo. Aunque a decir verdad su planteamiento camina
en otra dirección centrado en el grito del abandono (cf.AA.VV. Sulla teología della cruce. Ed. Queriniana.
Brescia 1974.
32
Es muy numerosa la bibliografía sobre la cuestión de la relación entre Dios y el mal a partir de la reflexión
sobre la pasión y la muerte del Señor. Cf. DEL CURA ELENA, S., «El ‘sufrimiento’ de Dios en el trasfondo de la
pregunta por el mal. Planteamientos teológicos actuales» en Revista Española de Teología, v.LI (1991) cuad.
2-3 págs.331-373.
33
Cf, MÜHLEN, H. La mutabilitá di dio. Verso una teología della croce in discussione con la cristología della
Chiesa antica. Ed. Queriniana. Brescia 1974; SEQUERI, P.A. «Cristologie nel quadro della problemática della
mutabilita e passibilita di Dio: Balthasar, Küng, Mülhen, Motmann, Galot» Rev. La Scuola Cattolica» nº.1-2 (1977)
págs.114-151; VIVES, J, «La inmutabilidad a examen» en Rev. Actualidad Bibliográfica (1977) págs.111-136.
34
Cf. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristología,oc.pág.116. Aborda también ampliamente el significado de la
cruz y la muerte de Jesús en su obra La entraña del Cristianismo Ed. Secretariado Trinitario. Salamanca.1997.
especialmente las págs.523-618.
35
Cf. DURRWELL, F.X. La mort du Fils. Le mystére de Jésus et de l’homme. Ed, Cerf. Paris. 2006.
36
Cf. «Morte di Gesù e definitività della rivelazione cristiana» en AA:VV. La Sapienza della Croce. Atti del Con-
gresso Internazionale. Roma 13-18 Ottobre 1975. Elle di Ci. Leumann (Torino) 1976. Tomo I, págs.50-60.
Traducción española, Teología de la Cruz. Ed. Sígueme. Salamanca 1979.,pág. 98 ss.
112
través de la acción de Dios mismo en la infinita libertad de Dios»37.
b. Cristológicas
La muerte de Jesús se ha de pensar a partir de la resurrección en un sentido y a
partir de la encarnación en otro, revelándose en ella su identidad.
2. Su obra realiza y no solo manifiesta la eterna voluntad salvadora del Padre. El sentido
que Él da a su muerte, abriéndola a la acción del Padre no sólo testimonia sino que
realiza en tanto que obra humana, del Primogénito de la Humanidad, la respuesta
necesaria a la oferta de Dios, consumando así la obra de Dios en nosotros. En esta
línea se ha de entender el sentido radical de la solidaridad que se hace sustitución
y representación.
37
Cf. RAHNER, K. oc. traducción española, pág. 109. En esta misma perspectiva se expresa P.Tillich al analizar
el carácter del Mediador de la revelación (cf. Teología Sistemática. Ed. Sígueme. Salamanca 1982, T.I. pág.
181).
38
La novedad del discurso que coloca en el centro la muerte del Hijo ha sido puesto de relieve por algunos
teólogos contemporáneos de la tradición protestante. Algunos de ellos: JÜNGEL, E. Dios como misterio del
mundo. Ed. Sígueme. Salamanca. 1984; recogiendo su aportación, RODRÍGUEZ GARRAPUCHO, F. La cruz
de Jesús y el ser de Dios. La teología del Crucificado en Eberhard Jüngel. Ed. Universidad Pontificia de Sala-
manca. Salamanca 1992. Desde la perspectiva católica LAFONT, G. Dios, el tiempo y el ser. Ed. Sígueme.
Salamanca.1991, especialmente págs.130-266. En la página 11 afirma: «Dios es la justura de la muerte y del
ser: tal podría ser el título de este libro».
39
Cf.AA.VV. Quale volto di Dio rivela il Crocifisso? Ed. OCD.Roma 2006.
40
Cf. BALTHASAR,H. «Creación y Trinidad» en Rev. Communio 3 (1988) pág.189.
41
Cf. RATZINGER, J BENEDICTO XVI. Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección.
Ed. Encuentro. Madrid. 2011, especialmente el apartado titulado: «La muerte de Jesús como reconciliación
(expiación) y salvación». Págs..267 ss.
113
«En su morir sucede la salvación no solo se anuncia la voluntad eternamente
salvadora de Dios. La muerte tiene un sentido y contenido propios; no es la mera
consecuencia de una predicación llevada hasta el final. Ni es la mera condición para
poder ser ofrecido a los hombres como Resucitado y Señor de la gloria, por el Padre.
La muerte es la prueba suprema, la hora suprema, el lugar supremo de la revelación de
Dios y de su puesta en nuestro lugar de pecadores, ‘privados de la gloria de Dios todos’
(Rm.3,23). La idea sinóptica de la necesidad de subir a Jerusalén, de ser bautizado con
un bautismo de sangre y de beber el cáliz que le está impuesto (Mc.10,35-45) junto
con la idea joánica de ‘la hora’ muestran que la muerte tiene un valor autónomo. Esta
valoración propia de la muerte como causa de la salvación diferencia las cristologías
de redención de las cristologías de ilustración»42.
114
en el todo del mundo y se ha convertido en determinación permanente, de tipo
ontológicamente real, para este mundo»44.
5. La Iglesia brota de este mismo acontecer pascual de muerte y resurrección. «La Iglesia
o reino de Cristo, presente actualmente en misterio, por el poder de Dios crece visi-
blemente en el mundo. Este comienzo y crecimiento están simbolizados en la sangre
y en el agua que manaron del costado abierto de Cristo crucificado (cf. Jn.19,34) y
están profetizados en las palabras de Cristo acerca de su muerte en la cruz: Y Yo,
si fuere levantado de la tierra, atraeré a todos a mi (Jn.12,32). La obra de nuestra
redención se efectúa cuantas se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio
del cual Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado (1ª Cor.5,7)»46.
6. Su muerte y resurrección es el juicio definitivo de Dios sobre la humanidad. Se han
inaugura los tiempos nuevos. La cruz y muerte del Señor es el signo definitivo de
la alianza de Dios con la humanidad. Es acontecer y anticipación escatológica del
Juicio de Dios sobre la Humanidad47.
d. Místico-políticas
1. La muerte del Hijo de Dios desvela el compromiso de Dios con la justicia y con
la llegada de su Reino concentrado en el «amor hasta dar la vida». La cruz y su
muerte víctima de la injusticia se hace reclamo de un mundo nuevo que brota del
compromiso de Dios con las víctimas de la historia48. En su muerte, Jesús nos ha
revelado su misteriosa y radical identificación con todos los sufrientes de la historia
humana: los que son víctimas de la libertad humana en su dimensión personal y
44
RAHNER, art. Muerte en Sacramentum Mundi. Tomo IV, págs..823
45
Cf. GONZÁLEZ DE CARDEDAL. «Jesucristo redentor del hombre. Esbozo de una soteriología crítica» en Cristo
Redentor del hombre, 18 Semanas de Estudios Trinitarios, Salamanca 1986, págs. 85-168; «La soteriología
contemporánea» en Rev. Salmanticensis. Vol.XXXVI (1989) págs.267-317.
46
CONCILIO VATICANO II. Constitución Lumen Gentium, 3.
47
.cf. LUPO, A.M. La croce di Cristo segno definitivo dell’alleanza tra Dio e l’uomo . Ed. Cipi-Pul. Roma
2005.
48
Cf. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción sobre algunos aspectos de la Teología de
la Liberación (1984) y Instrucción sobre libertad cristiana y liberación (1986)
115
la objetivada en mecanismos y estructuras49 de pecado y en los sufrientes, víctimas
de la fragilidad de la condición humana.
2. La muerte de Jesús fuente de un nuevo humanismo. El humanismo que brota de
la muerte de Jesús antepone valores y comportamientos, habiendo previamente
liberado la libertad en su entrega, que revelan la novedad y la eficacia de su morir
«entregando la vida». La ética de la compasión y de la solidaridad, la kénosis como
origen de la ética del amor que en la desposesión gratuita es semilla de una nueva
humanidad tiene su origen en el valor teológico de la muerte de Jesús.
3. Origen de una «mística de ojos abiertos»50. El reconocimiento de que el «otro es
alguien por quien Cristo ha muerto» ha de despertar el reconocimiento del valor
absoluto de toda persona y el compromiso por erradicar y acompañar todo dolor
humano ofreciendo sentido y posibilidad de asunción del dolor.
49
Cf.ELLACURIA, I, SOBRINO,J . Mysterium Liberationis. Conceptos fundamentales de la Teología de la Libera-
ción. Ed.Trotta. Madrid 1990. La categoría de «Pueblo Crucificado» se inserta en esta misma reflexión.
50
Cf. METZ, JB. Memoria Passionis. Una evocación provocadora en una sociedad pluralista. Ed. Sal Terrae.
Santander.2007. Gran parte de la obra de esta autor está construida desde esta opción de teología política.
116
INDICE
Presentación............................................................................................. 3
Dios y el Sufrimiento.
(Hans Urs von Balthasar)......................................................................91
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118
119
120