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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA ANTIGUA
1er. cuatrimestre 2016
1
ÍNDICE
2
I
SELECCIÓN DE TEXTOS DE PRESOCRÁTICOS
1. HERÁCLITO
DK 22B1
Aunque este mi discurso (lógos) existe siempre
los hombres se vuelven incapaces de comprenderlo
tanto antes de oírlo como una vez que lo han oído;
pues aun cuando todo sucede conforme a este discurso
parecen no tener experiencia de él, teniéndola sin embargo
de palabras y obras tales
como las que yo expongo
cuando distingo cada cosa según su naturaleza
y exhibo cómo es;
pero al resto de los hombres
les pasa inadvertido cuanto hacen despiertos,
de la misma manera que les pasa inadvertido cuanto hacen mientras duermen.
DK 22B2
3
Mientras este mi discurso es común, la mayoría vive como si tuviera una mente propia.
DK 22B12
Para los que entran en los mismos ríos,
aguas fluyen otras y otras.
DK 22B17
La mayoría no repara en aquellas cosas con las que se topa, ni las conoce aunque las haya
aprendido, pero así lo imagina.
DK 22B32
Uno, lo único sabio (sophón), quiere y no quiere ser llamado con el nombre de Zeus.
DK 22B34
Incapaces de comprender habiendo oído,
a sordos se asemejan;
de ellos da testimonio el proverbio
‘aunque presentes, están ausentes’.
DK 22B40
La polimathía no enseña a comprender;
lo habría enseñando, si no, a Hesíodo y a Pitágoras,
así como a Jenófanes y a Hecateo.
DK 22B41
Una sola cosa lo sabio: conocer el designio que gobierna todo a través de todo.
DK 22B50
No escuchándome a mí sino al lógos
es sabio convenir (homologeîn) que todas las cosas son una.
DK 22B51
No entienden cómo lo divergente converge consigo mismo: armonía de tensiones opuestas,
como la del arco y la lira.
DK 22B53
Guerra (pólemos)
de todos padre es, de todos rey;
a unos como dioses coloca, a otros, hombres,
a unos esclavos hace, a otros, libres.
DK 22B54
Armonía invisible, mejor que la visible.
DK 22B55
De cuantas cosas hay vista, audición, aprendizaje, a ellas prefiero (hóson ópsis akoé
máthesis, taûta egò protiméo).
DK 22B56
Se engañan los hombres acerca del conocimiento de las cosas visibles, de la misma manera
que Homero, que fue [considerado] el más sabio de todos los griegos. A él, en efecto, unos
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niños que mataban piojos lo engañaron, diciéndole: ‘cuantos vimos y atrapamos, tantos
dejamos; cuantos ni vimos ni atrapamos, tantos llevamos’.
DK 22B57
Maestro de la mayoría, Hesíodo;
están seguros que éste sabe la mayor parte de las cosas,
quien no llegó a conocer el día y la noche:
en efecto, son una [sola cosa].
DK 22B61
Mar, agua purísima e impurísima;
para los peces, potable y saludable,
para los hombres, impotable y mortífera.
DK 22B67
El dios:
día noche, invierno verano,
guerra paz, saciedad hambre,
toma diferentes formas, al igual que el fuego,
que, cuando se mezcla con especias, es llamado según el aroma de cada una.
DK 22B80
Hay que saber
que la guerra es común,
y que la justicia es lucha,
y que todo sucede por lucha y necesidad.
DK 22B93
El señor de quien hay en Delfos el oráculo,
no dice ni oculta, sólo da signos”
DK 22B94
El sol no transgredirá sus medidas, si no, las Erinias, ayudantes de Díke, lo pondrán en
descubierto.
DK 22B101a
Los ojos son testigos más exactos que los oídos (ophthalmoì tôn óton akribestéroi
mártyres).
DK 22B102
Para el dios todas las cosas son bellas, buenas y justas; los hombres, en cambio, consideran
a unas injustas, a otras justas.
DK 22B107
Malos testigos son para los hombres los ojos y los oídos de los que tienen almas bárbaras
(kakoì mártyres anthrópoisin ophthalmoí kaì a barbárous psychàs echónton).
DK 22B108
De cuantos he escuchado los discursos,
ninguno llega al punto de comprender
que [lo sabio] es distinto de todas las cosas.
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DK 22B114
Los que han de hablar con comprensión
es necesario que se afirmen en lo que es común a todos,
así como una ciudad en su ley,
y mucho más firmemente aún;
todas las leyes humanas, en efecto, se nutren
de una sola, la divina;
extiende ésta su poder tanto como quiere
y es suficiente para todas
y aún excede.
DK 22B123
La naturaleza (phýsis) ama ocultarse.
DK 22B125
También el ciceón se descompone si no se lo agita.
DK 22B129
Pitágoras, hijo de Mnesarco, cultivó la ciencia más que todos los otros hombres, y
haciendo una selección de tales tratados, forjó una sabiduría propia: polymathía, saber
equivocado.
2. PARMÉNIDES
DK 28B1
1 Las yeguas que me conducen hasta donde llega mi ánimo,
2 me impulsaron, pues, guiándome, me llevaron hacia el camino
3 de la diosa, lleno de signos, la cual, respecto de todo, conduce aquí al hombre
que sabe.
4. Ahí fui llevado, pues ahí me condujeron las muy conocedoras yeguas,
tirando del carro, mientras las doncellas mostraban el camino.
6. El eje, que echaba chispas en los cubos, producía un silbido (pues estaba
presionado a ambos lados por ruedas circulares) cuando las Hijas del Sol, que
abandonaban la morada de la noche, se apresuraban a impulsarme hacia la luz,
quitándose con las manos los velos de sus cabezas.
11. Ahí se encuentran las puertas de los caminos de la noche y el día,
enmarcadas por un dintel y un umbral de piedra. Etéreas, ambas están
enmarcadas por grandes hojas, cuyas llaves, que se alternan, pertenecen a Dike,
la pródiga en castigos.
15. Las doncellas, calmándola, la persuadieron sagazmente con palabras
acariciantes para que de inmediato quitara de las puertas las trabas que la
clausuraban. Las hojas, al abrirse, produjeron un gran abismo, haciendo girar
unos después de otros los bronceados ejes en los cubos, fijados con clavijas y
bulones. Ahí, en medio de ellas, las doncellas dirigieron al carro y a las yeguas
directamente por el gran camino.
22 La diosa me recibió amablemente, tomó con su mano
23 mi mano derecha y, dirigiéndose a mí, pronunció estas palabras:
24 ¡Oh, joven, acompañado por guías inmortales y por las yeguas
25 que te conducen llegando hasta mi morada,
26 salud! No es un destino funesto el que te ha empujado a tomar
6
27 este camino (que, en efecto, se encuentra fuera y separado del sendero de
los hombres),
28 sino Themis y Dike. Es necesario, entonces, que te informes de todo:
29 tanto del corazón imperturbable de la bien redondeada verdad,
30 como de las opiniones de los mortales, en las que no hay verdadera
convicción.
31 No obstante, también aprenderás esto: cómo hubiera sido necesario
32 que lo que parece existiese realmente, abarcando todo incesantemente.
DK 28B2
1 Y bien, yo diré –y tú, que escuchas mi propuesta, acógela-
2 cuáles únicos caminos de investigación hay para pensar:
3 uno, que es y que no es posible no ser, es el camino de
4 Persuasión, pues acompaña la verdad;
5 el otro, que no es y que es necesario no ser. Te enuncio
6 que este sendero es completamente incognoscible, pues
7 no conocerás lo que no es (pues es imposible) ni lo
8 mencionarás.
DK 28B3
... pues lo mismo es pensar y ser.
DK 28B6
1 Es necesario decir y pensar que hay ser, pues es posible
2 ser, y la nada no es. Esto te ordeno que proclames;
3 pues <comenzarás> por este primer camino de investigación
4 y luego por aquel por el que deambulan los mortales que nada saben,
5 bicéfalos, pues la carencia de recursos
6 conduce en sus pechos al intelecto errante. Son llevados
7 como ciegos y sordos, estupefactos, gente sin capacidad de juzgar,
8 que considera que ser y no ser son lo mismo y no lo mismo.
9 El camino de todos ellos vuelve al punto de partida.
DK 28B7
1 Pues nunca dominará esto: que haya no ser. Aleja tú
2 el pensamiento de este camino de investigación,
3 y que la inveterada costumbre no te obligue, a lo largo
4 de este camino, a utilizar el ojo que no ve, el oído que
5 resuena, y la lengua; juzga con la razón la combativa
6 refutación que te he enunciado.
DK 28B8
1 Queda una sola propuesta de camino: que es. En el mismo hay muchas pruebas: lo
que es, es inengendrado e incorruptible, total, único, inconmovible y terminado.
5 Ni fue ni será, sino que es ahora, completamente homogéneo, uno, continuo. ¿Qué
génesis le buscarás? ¿Cómo y de dónde habría aumentado? No te permito que digas
ni que pienses que del no ser, pues no es decible ni pensable que haya no ser. ¿Qué
necesidad lo habría
10 impulsado a crecer antes o después, comenzando de la nada? De este modo, es
necesario ser absolutamente, o no; la fuerza de la convicción no permitirá que, a
partir del ser, nazca otra cosa a su lado, pues ni nacer ni morir le permite Dike,
aflojando las cadenas, sino que lo tiene.
15 El examen decisivo acerca de estas cosas reside en lo siguiente: es, o no es. Se ha
decidido, por necesidad, que uno sea impensable e innombrable (pues no es el
camino verdadero), y que el otro exista y sea auténtico.
19 ¿Cómo lo que es, podría ser después? ¿De qué forma podría nacer? Pues si nació, no
está presente, ni tampoco si alguna vez será. La génesis se extingue y las destrucción
es desconocida. Ni es divisible, pues es completamente homogéneo. No hay algo en
mayor grado, lo cual impediría su cohesión, ni algo en menor grado: está totalmente
colmado de lo que es
25 Es totalmente continuo: lo que es toca a lo que es. Inmóvil en los límites de grandes
cadenas, está presente sin comienzo y sin fin, pues la génesis y la destrucción están
muy alejadas: las rechazó la convicción verdadera.
29 Permaneciendo idéntico en lo mismo, está en sí mismo. Así, permanece indemne,
pues la poderosa Necesidad lo tiene en las cadenas del límite que lo clausura
alrededor, porque no es lícito que lo que es sea imperfecto.
33 En efecto: no tiene carencia alguna; si la tuviera, carecería de todo
34 Lo mismo es pensar y aquello por lo cual hay pensamiento; pues sin lo que es, en lo
que está expresado no encontrarás el pensar: no hay ni habrá nada aparte de lo que
es, pues la Moira lo obliga a permanecer total e inmóvil. Por eso son nombres todo
cuanto los mortales han establecido, en la creencia de que es verdadero: nacer y
morir, ser y no ser, cambiar de lugar y alterar el color exterior.
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42 Pero como hay un límite supremo, es perfecto por doquier, semejante a la masa de
una esfera bien redondeada, completamente equidistante a partir del centro; pues no
es posible que exista en grado mayor o menor aquí o allá.
46 Pues lo que no es, que le impediría alcanzar la homogeneidad, no existe; y lo que es
no es de tal modo de tener aquí o allá mayor o menor cantidad de lo que es, porque
es completamente inviolable.
49 Igual por doquier a sí mismo, está homogéneamente en sus límites.
50 Acá termino para ti el razonamiento confiable y el pensamiento acerca de la verdad;
a partir de acá, aprende las opiniones de los mortales, escuchando la engañosa
ordenación de mis palabras.
53 Ellos establecieron dos puntos de vista para dar nombre a las apariencias externas,
con los cuales no han hecho una unidad -en esto se han equivocado-;
55 juzgaron la existencia de formas opuestas y de ellas ofrecieron pruebas separadas las
unas de las otras; por una parte, el etéreo fuego de la llama, suave y muy liviano,
completamente semejante a sí mismo, pero no semejante al otro; por otra parte, lo
que es en sí su contrario, la noche oscura, forma espesa y pesada.
60 Te expreso toda esta ordenación cósmica probable para impedir que se te llegue a
imponer algún punto de vista humano.
DK 28B9
Pero como todo ha sido denominado luz y noche, y aquello que tiene sus propios
poderes fue nombrado gracias a éstos o a aquéllos, todo está lleno al mismo tiempo de luz
y de noche oscura, igual la una a la otra, pues, aparte de ellas, nada hay.
3. TUCÍDIDES
Contexto:
Quinto año de la Guerra del Peloponeso. La ciudad de Mitilene había aprovechado
la debilidad de Atenas durante una de las invasiones espartanas al Ática para intentar, sin
lograrlo, sacudirse el yugo de la ya tiránica liga ateniense. La respuesta de Atenas fue tan
rápida como contundente: inmediata pena de muerte para todos los varones mitileneos.
Pero mientras el trirreme se dirigía a Mitilene con la orden de ejecución de la sentencia, un
orador propuso rever la medida (cf. III, 1-36).
Discurso de Cleón
(37) Muchas veces ya en el pasado he podido comprobar personalmente que una
democracia es un régimen incapaz de ejercer el imperio sobre otros pueblos, pero nunca
como ahora ante vuestro cambio de idea respecto a los mitileneos. Debido a la ausencia de
miedos e intrigas entre vosotros en vuestras relaciones cotidianas, procedéis de la misma
manera respecto a vuestros aliados, y cuando os equivocáis persuadidos por sus
razonamientos o cedéis a la compasión, no pensáis que tales debilidades constituyen un
peligro para vosotros y no os granjean la gratitud de vuestros aliados; y ello porque no
consideráis que vuestro imperio es una tiranía, y que se ejerce sobre pueblos que intrigan y
que se someten de mala gana; estos pueblos no os obedecen por los favores que podéis
hacerles con perjuicio propio, sino por la superioridad que alcanzáis gracias a vuestra
fuerza más que a su benevolencia. Pero lo más grave de todo ocurrirá si ninguna de
nuestras decisiones permanece firme y si no nos damos cuenta de que una ciudad con leyes
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peores, pero inmutables, es más fuerte que otra que las tiene buenas, pero sin autoridad, de
que la ignorancia unida a la mesura es más ventajosa que el talento sin regla, y de que los
hombres más mediocres por lo general gobiernan las ciudades mejor que los más
inteligentes. Estos últimos, en efecto, quieren parecer más sabios que las leyes y salir
siempre triunfantes en los debates públicos, porque piensan que no pueden mostrar su
ingenio en ocasión más importante, y como consecuencia de tal actitud acarrean de
ordinario la ruina de sus ciudades; quienes, por el contrario, desconfían de su propia
inteligencia reconocen que son más ignorantes que las leyes y que están menos dotados
para criticar los argumentos de un buen orador y, al ser jueces imparciales más que
litigantes, aciertan la mayor parte de las veces. De este modo, pues, debemos actuar
también nosotros, sin dejarnos llevar por la elocuencia y la porfía dialéctica, y no daros así
a vosotros, el pueblo, consejos contrarios a nuestro sentir.
(38) Yo, por tanto, me mantengo en mi opinión, y me asombro por la actitud de quienes
han puesto de nuevo a discusión la cuestión de los mitileneos, ocasionando con ello una
pérdida de tiempo, lo que redunda sobre todo en beneficio de los culpables (pues, en este
caso, quien ha sufrido una injuria reacciona contra el que la ha cometido con una cólera
más apagada, mientras que la respuesta que sigue lo más cerca posible a la ofensa es la que
mejor obtiene la satisfacción adecuada); y me pregunto también con asombro quién será el
que se atreva a replicarme y pretenda demostrar que los crímenes de los mitileneos son
ventajosos para nosotros y que, por el contrario, nuestras desgracias constituyen un daño
para nuestros aliados. Y es evidente que el tal, confiando en su elocuencia, porfiará en
oponerse a nuestro terminante parecer procurando demostrar que la decisión no está
tomada, o bien, seducido por el soborno, intentará burlaros poniendo especial empeño en el
artificio del discurso. Lo cierto es que, en porfías de este tipo, la ciudad concede los
premios a los otros, mientras que para sí misma se reserva los peligros. Pero los
responsables sois vosotros, por celebrar inoportunamente tales certámenes, vosotros que
soléis ser espectadores de discursos, pero oyentes de hechos, que consideráis los hechos
futuros a la luz de las bellas palabras, en las que basáis sus posibilidades, y los ya
sucedidos a la luz de las críticas brillantemente expresadas, dando menos crédito al
acontecimiento que han presenciado vuestros ojos que al relato que habéis oído. No hay
como vosotros para dejarse engañar por la novedad de una moción ni para negarse a seguir
adelante con la que ya ha sido aprobada; sois esclavos de todo lo que es insólito y
menospreciadores de la normalidad. Por encima de todo cada una de vosotros anhela
poseer el don de la palabra, o, si no es así, que, en vuestra emulación con estos oradores de
lo insólito, no parezca que a la hora de seguirlos os quedáis rezagados en ingenio, sino que
sois capaces de anticiparos en el aplauso cuando dicen algo agudo; sois tan rápidos en
captar anticipadamente lo que se dice como lentos en prever sus consecuencias. Buscáis,
por así decirlo, un mundo distinto de aquel en que vivimos, sin tener una idea cabal de la
realidad presente; en una palabra, estáis subyugados por el placer del oído y os parecéis a
espectadores sentados delante de sofistas más que a ciudadanos que deliberan sobre los
intereses de su ciudad.
(39) De estos errores yo intentaré apartaros, demostrándoos que los mitileneos son
culpables de injusticia contra vosotros como ninguna otra ciudad lo ha sido. Porque yo soy
indulgente con quienes se han rebelado por no poder soportar vuestro imperio o forzados
por nuestros enemigos; pero cuando han cometido una tal acción los habitantes de una isla
provista de fortificaciones, que sólo podían temer nuestros enemigos por mar –en un
campo en que tampoco estaban sin defensa gracias a su escuadra de trirremes- y que vivían
autónomos y eran respetados por nosotros al máximo, ¿qué otra cosa han hecho estas
gentes sino urdir una agresión y promover la subversión más que lanzarse a una rebelión
(la rebelión, ciertamente, es propia de quienes han sufrido alguna violencia), y tratar de
destruirnos poniéndonos al lado de nuestros enemigos más acérrimos? Esto constituye, en
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realidad, un crimen más grave que si nos hubieran hecho la guerra por su cuenta para
aumentar su poder. No les han servido de ejemplo las desgracias de otros pueblos, de
cuantos ya han intentado apartarse de nosotros y han sido sometidos, ni su actual
prosperidad ha sido causa de indecisión a la hora de tomar una senda peligrosa; se han
vuelto, por el contrario, audaces ante el futuro y, abrigando esperanzas superiores a su
poder pero inferiores a su ambición, han emprendido la guerra con la determinación de
anteponer la fuerza al derecho; porque en el momento en que han creído poder superarnos
nos han atacado sin haber sido objeto de ofensa. Suele ocurrir que aquellas ciudades a las
que alcanza, plenamente y por poquísimo tiempo, una prosperidad inesperada se inclinan a
la insolencia; pero, por lo general, los éxitos que acontecen a los hombres conforme a
cálculo son más seguros que los que ocurren contra toda previsión y, por decirlo así,
resulta más fácil rechazar la adversidad que conservar la felicidad. Los mitileneos, ya
desde hace mucho tiempo, no debían haber recibido de nosotros en ningún aspecto un trato
diferente a los demás, y así no se hubieran insolentado hasta este punto; pues, en este caso
como en otros, la naturaleza lleva al hombre a despreciar a quien lo trata con respeto y a
reverenciar a quien lo hace sin concesiones. Sean, por tanto, castigados ahora en la forma
que su culpa merece, y no endoséis la responsabilidad a los aristócratas absolviendo al
pueblo. Porque todos os han atacado del mismo modo, cuando les era posible pasarse a
nuestro lado y estar ahora de nuevo establecidos en su ciudad; juzgaron, en cambio, más
seguro compartir el riesgo con los aristócratas y colaboraron en la rebelión. Pensad,
además, en los aliados: si imponéis las mismas penas a los que se rebelan forzados por
nuestros enemigos y a aquellos que lo hacen voluntariamente, ¿quién creéis que dejará de
rebelarse con un mínimo de pretexto, toda vez que en caso de éxito obtendrá la liberación y
en caso de fracaso no sufrirá ningún daño irreparable? Nosotros, por el contrario,
tendremos que exponer nuestras vidas y nuestro dinero frente a cada ciudad; y si la fortuna
nos acompaña, después de ocupar una ciudad arruinada, nos veremos privados de ahora en
adelante del tributo futuro, base de nuestra fuerza, mientras que, en caso de fracaso,
añadiremos nuevos enemigos a los que ya tenemos, y el tiempo que ahora dedicamos a
enfrentarnos a nuestros actuales adversarios, deberemos destinarlo a la guerra contra
nuestros propios aliados
(40) No debemos, por consiguiente, dejarles abrigar ninguna esperanza, ni fundada en la
elocuencia ni adquirida con dinero, de que obtendrán indulgencia so pretexto de que errar
es humano. Porque los daños no los han causado involuntariamente, sino que su
maquinación contra nosotros ha sido consciente; y sólo lo involuntario merece indulgencia.
Así pues, yo, igual ahora que al principio, peleo con empeño para que no volváis sobre
vuestras decisiones anteriores y para que no cometáis un error bajo la influencia de los tres
sentimientos más perniciosos para el imperio: la compasión, el placer de la elocuencia y la
clemencia. La piedad, en efecto, es justo que sea el pago que se dé a quienes están
animados del mismo sentimiento, y no a gentes que no corresponderán con idéntica
compasión y que, de necesidad, son siempre enemigos; en cuanto a los oradores que os
deleitan con su elocuencia, ya tendrán oportunidad de competir en otras ocasiones de
menor trascendencia, y no cuando la ciudad, por un breve momento de placer, pagará una
dura pena, mientras que ellos mismos en pago a su magnífica oratoria recibirán una
recompensa igualmente magnífica; la clemencia, en fin, se otorga a quienes tienen la
intención de seguir siendo amigos en el futuro, y no a aquellos cuya enemistad persiste
igual que antes y sin disminuir ni un ápice. Una cosa os digo en resumen: si me escucháis,
tomaréis medidas justas respecto a los mitileneos a la vez que útiles para vosotros, pero si
falláis de otro modo, vuestro veredicto no sea de gracia hacia ellos, sino más bien de
condena para vosotros mismos. Porque si ellos han actuado correctamente al rebelarse,
vosotros no deberíais ejercer el imperio. Y si, aun sin tener derecho, pretendéis ejercerlo a
pesar de todo, es menester que los castiguéis, en vuestro propio interés e incluso contra la
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equidad, o, en caso contrario, debéis renunciar al imperio y hacer el papel de hombres
honestos lejos de todo peligro. Determinaos a sancionarlos con la misma pena y a no
mostraros, una vez que habéis escapado de sus intrigas, menos capaces de reacción que
quienes las han tramado; reflexionad sobre lo que ellos verosímilmente hubieran hecho si
os hubieran vencido, tanto más cuanto que fueron ellos los primeros en cometer injusticia.
En la mayoría de los casos, quienes hacen mal a alguien sin ningún motivo prosiguen en su
acción hasta aniquilarlo, recelando del peligro que supone la supervivencia del enemigo;
porque quien ha sido víctima de una ofensa sin justificación, si logra escapar, es más
peligroso que un enemigo en pie de igualdad. No os traicionéis, pues, a vosotros mismos,
sino que, situándoos con el pensamiento lo más cerca posible del momento en que
sufristeis el agravio y recordando cómo hubierais llegado a darlo todo por someterlos,
pagadles ahora con la misma moneda sin dejaros ablandar por el inmediato presente y sin
olvidar el peligro que entonces pendía sobre vuestras cabezas. Castigadlos como se
merecen y dad a los otros aliados un ejemplo claro de que la pena para quienes se rebelen
será la muerte. Si comprenden esto, tendréis menor necesidad de descuidar a vuestros
enemigos para combatir contra vuestros propios aliados.
Discurso de Diódoto
(42) No censuro a quienes han propuesto de nuevo el debate sobre la cuestión de los
mitileneos, ni apruebo a los que se quejan de que se delibere repetidamente sobre asuntos
de la máxima importancia; pero pienso que dos son las cosas más contrarias a una sabia
decisión: la precipitación y la cólera; de ellas, una suele ir en compañía de la insensatez, y
la otra de la falta de educación y la cortedad de entendimiento. En cuanto a las palabras, el
que se empeña en sostener que no son una guía para la acción, o es poco inteligente o está
movido por algún interés personal: poco inteligente si piensa que es posible por algún otro
medio hacer conjeturas sobre hechos futuros e inciertos; y movido por algún interés si,
queriendo persuadiros a una resolución vergonzosa, piensa que no sería capaz de hablar
bien en defensa de una mala causa, pero espera poder desconcertar, mediante hábiles
calumnias, a sus oponentes y al auditorio. Y los más peligrosos son los que empiezan a
acusar al adversario de alarde oratorio al dictado del dinero. Porque si lo inculparan de
ignorancia, el orador que no lograra persuadir al auditorio se retiraría con una fama de
hombre poco inteligente más que de corrompido; pero bajo una acusación de corrupción,
aun el orador que consigue persuadir al auditorio resulta sospechoso, y el que no tiene
éxito, además de la fama de escasa inteligencia, se le considera corrompido. En esta
situación la ciudad no resulta beneficiada, porque se ve privada de consejeros a causa del
miedo. El éxito la acompañaría en muchas más empresas si los ciudadanos a los que me
refiero fueran incapaces de hablar, pues en muchas menos ocasiones la inducirían al error.
Lo que en realidad hace falta es que el buen ciudadano, en lugar de intimidar a sus
oponentes, muestre la superioridad de sus argumentos luchando con las mismas armas, y
que la ciudad sensata no acreciente los honores a quien bien le aconseja, pero que tampoco
le disminuya los que ya posee, y que no sólo no penalice al defensor de una moción que no
alcanza el éxito, sino que ni siquiera lo deshonre. De este modo será muy difícil que el
orador que tenga éxito, con miras a una consideración todavía mayor, diga algo en contra
de sus convicciones para complacer, y que el que no lo alcance trate de ganarse al pueblo
con el mismo procedimiento, recurriendo también él a la adulación.
(43) Nosotros hacemos justamente lo contrario. Es más, si se tiene siquiera la sospecha de
que alguien actúa en provecho propio, aun en el caso de que dé los mejores consejos, lo
vemos con malos ojos por esta infundada presunción de provecho personal y privamos a la
ciudad de una indudable ganancia. Se ha establecido la costumbre de que los buenos
consejos dados con franqueza no resultan menos sospechosos que los malos, de suerte que
se hace igualmente preciso que el orador que quiere hacer aprobar las peores propuestas
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seduzca al pueblo con el engaño y que el que da los mejores consejos se gane su confianza
mintiendo. A causa de estas argucias, sólo a nuestra ciudad no se le puede prestar un
servicio abiertamente y sin engaños, porque quien a las claras le ofrece un beneficio recibe
como pago la sospecha de que de alguna forma oculta va a obtener ganancias. Es preciso,
sin embargo, ante cuestiones de la máxima importancia, e incluso en estas circunstancias,
reconocer que nosotros os hablamos con una previsión que va algo más lejos que vuestras
consideraciones a corto plazo, y ello tanto más cuanto que nosotros somos responsables de
nuestra exhortación, mientras que vosotros no respondéis de la atención prestada a nuestro
consejo. Porque si tanto el orador que logra la aprobación de su propuesta como el
auditorio que la sigue se expusieran a los mismos daños, vosotros decidiríais con mayor
prudencia; ahora, en cambio, sucede que, cuando sufrís un revé, obedeciendo a la cólera
del momento tan sólo castigáis una opinión, la de quien os ha persuadido, y no vuestras
propias opiniones, a pesar de que, siendo muchas, se han unido al error.
(44) Ahora bien, yo no he salido a hablar para oponerme a nadie en defensa de los
mitileneos, ni tampoco para acusarlos. Porque nuestro debate, si somos sensatos, no versa
sobre su culpabilidad, sino sobre la prudencia de nuestra resolución. Si demuestro que ellos
son plenamente culpables, no por ello os animaré a matarlos, si no resulta ventajoso; y si es
que merecen una cierta disculpa, tanto peor, si esta disculpa no pareciera un bien para la
ciudad. Pienso que estamos deliberando más sobre el futuro que sobre el presente. Y en
cuanto al argumento en que insiste especialmente Cleón, esto es, que nuestro interés para el
porvenir, con miras a un menor número de rebeliones, estriba en que impongamos la pena
de muerte, ya, insistiendo a mi vez en nuestra conveniencia para el futuro, sostengo la
opinión contraria. Y os pido que, a causa del artificio de su discurso, no rechacéis lo que de
útil se encierra en el mío. Al ser su discurso más justo desde la óptica de vuestra actual
cólera contra los mitileneos, tal vez podrá atraeros; pero nosotros no estamos
querellándonos contra ellos, como para que nos sean precisas razones de justicia, sino que
deliberamos sobre ellos, para que nos reporten utilidad.
(45) Lo cierto es que en las ciudades la pena de muerte está establecida para muchos
delitos, incluso no iguales a éste, sino de menor gravedad; y, sin embargo, impulsados por
la esperanza, los hombres se arriesgan, y nunca nadie ha tomado la senda del peligro con la
idea de que se condenaba a no triunfar en su proyecto. ¿Qué ciudad al rebelarse ha
intentado la empresa con recursos bélicos a su parecer inferiores, bien propios, bien
procurados por la alianza con otras ciudades? La naturaleza ha dispuesto que todo el
mundo, tanto a nivel particular como público, cometa errores, y no hay ley capaz de
impedirlo, puesto que los hombres ya han recorrido toda la escala de penas agravándolas
progresivamente, por ver si sufrían menos daños de parte de los malhechores. Y es
probable que en tiempos antiguos las penas establecidas para los delitos fueran más suaves,
pero al seguir habiendo transgresiones, con el tiempo, la mayor parte de las penas acabaron
en la de muerte; y aún con ellas las transgresiones continúan. Hay que encontrar, por tanto,
algún motivo de miedo más terrible que éste, o admitir que éste, al menos, no supone
ningún obstáculo, sino que la pobreza, que azuzada por la necesidad inspira la audacia, la
riqueza, que con la desmesura y el orgullo engendra la ambición, y las otras situaciones de
la vida sujetas a las pasiones humanas, en la medida en que están dominadas en cada caso
por un impulso superior e irresistible, arrastran al hombre hacia los peligros. Y en todos los
casos la esperanza y el deseo –éste al frente y aquélla siguiendo, uno ideando el plan y la
otra sugiriendo el favor de la fortuna- provocan muchísimos daños y, al ser invisibles
tienen más fuerza que los peligros visibles. Y se agrega, en fin, la fortuna, que no
contribuye menos a exaltar los ánimos: a veces, en efecto, concede su favor
inopinadamente e incita al hombre a arriesgarse, incluso en condiciones de inferioridad, y
ello ocurre especialmente cuando se trata de ciudades, por cuanto que están en juego los
más grandes intereses –la libertad y el dominio sobre otros- y que, unido a la comunidad,
13
cada individuo se valora a sí mismo sin razón alguna, en más de lo que vale. Es una
palabra, es imposible –y es de una gran ingenuidad quien lo imagina- que la naturaleza
humana, cuando se lanza con entusiasmo a una acción, sea disuadida por la fuerza de las
leyes o por cualquier otra amenaza.
(46) Es preciso, por tanto, no tomar una decisión equivocada por confiar en la pena de
muerte como si fuese una garantía, y no dejar sin esperanza a los rebeldes respecto a la
posibilidad de cambiar de parecer y de cancelar la culpa en el más breve plazo posible.
Tened en cuenta que actualmente, si una ciudad que se ha rebelado comprende que no va a
triunfar, puede llegar a un acuerdo cuando todavía está en condiciones de indemnizarnos
de los gastos de la guerra, y de pagar el tributo en el futuro; pero con el otro sistema, ¿qué
ciudad, según vosotros, no se preparará mejor que ahora y no soportará el asedio hasta el
final, si da lo mismo llegar a un acuerdo pronto que tarde? Y para nosotros, ¿cómo no va a
ser un perjuicio gastar nuestro dinero en el asedio por no poder concluir un acuerdo y, en
caso de conquistarla, ocupar una ciudad arruinada y vernos privado en adelante del tributo
procedente de ella? ¡El tributo, que es la base de nuestra fuerza frente al enemigo! En
consecuencia, no debemos perjudicarnos a nosotros mismos por erigirnos en jueces severos
de quienes han cometido una falta, sino que más bien hemos de ver cómo, mediante
castigos moderados, podremos disponer en el futuro de ciudades poderosas en el aspecto
económico; y no debemos hacer depender nuestra seguridad del rigor de las leyes, sino de
la previsión de nuestras actuaciones. Ahora, sin embargo, hacemos justamente lo contrario:
si sometemos a un pueblo libre, incorporado por la fuerza a nuestro imperio, que, como es
natural, se ha rebelado para conseguir su autonomía, creemos que es necesario
escarmentarlo duramente. Lo que hay que hacer, en cambio, no es castigar severamente a
los pueblos libres cuando se rebelan, sino establecer una severa vigilancia antes de que
estalle la rebelión y tomar todas las precauciones necesarias para que la idea no se les
venga a las mientes; y cuando se ha sofocado una rebelión, imputar la culpa al menor
número posible de personas.
(47) Y a este respecto considerad vosotros mismos qué gran error cometeríais en caso de
dejaros persuadir por Cleón. Actualmente el pueblo os es favorable en todas las ciudades, y
o no participa en las rebeliones de los aristócratas o, si se ve forzado a ello, al punto se
convierte en enemigo de los rebeldes, y vosotros entráis en guerra contando con la alianza
de las masas populares de la ciudad que se os ha enfrentado. Pero si aniquiláis al pueblo de
Mitilene, que no participó en la rebelión y que cuando tuvo las armas en su poder os
entregó espontáneamente la ciudad, primero cometeréis la injusticia de dar muerte a
vuestros bienhechores y, en segundo lugar, ejecutaréis el más ferviente deseo de los
poderosos: en cuanto muevan a las ciudades a rebelarse, al punto tendrán al pueblo como
aliado, puesto que previamente vosotros les habréis hecho ver que está establecido el
mismo castigo para los culpables y para los que no lo son. Aunque sean culpables,
debemos fingir que no lo son, a fin de que el único elemento que todavía es nuestro aliado
no se convierta en enemigo. Y pienso que para el mantenimiento del imperio es mucho
más útil el hecho de que nosotros suframos de buen grado una injusticia que aniquilar con
justicia a aquellos cuya destrucción no nos conviene. Y en cuanto a la idea de Cleón
respecto a la identificación de la justicia y la utilidad del castigo, no se revela como posible
que en este caso coexistan.
(48) Vosotros daos cuenta de que esta propuesta mía es la mejor, y sin hacer excesivas
concesiones a la compasión y a la clemencia –sentimientos por los que tampoco yo
consiento que os dejéis seducir-, pero siguiendo mis consejos, acceded a lo que os
propongo: juzgad con clama a los mitileneos que nos envió Paques como culpables, y a los
demás dejadlos vivir en paz en su patria. Es ésta una resolución buena para el futuro y
temible, ya desde ahora, para nuestros enemigos; quien toma sus decisiones con prudencia
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es más fuerte frente a sus adversarios que aquel que, basándose en su fuerza, se lanza a la
acción de forma insensata.
II
SELECCIÓN DE TEXTOS DE SOFÍSTICA
Introducción
15
los de su escuela, e incluso los más recientes hasta Anaxágoras, todos o casi todos, se
hayan mantenido alejados de los asuntos públicos?
Hip. - ¿Qué otra razón crees, Sócrates, sino que eran débiles e incapaces de llegar con
su espíritu a ambas cosas, la actividad pública y la privada?
Sóc. -Luego, por Zeus, así como las otras artes han progresado y, en comparación con
los artesanos de hoy, son inhábiles los antiguos, ¿así también debe mos decir que vuestro
arte de sofistas ha avanzado y que son inferiores a vosotros los antiguos sabios?
Hip. - Hablas muy acertadamente.
Sóc. - Por tanto, Hipias, si ahora resucitara Bías, se expondría a la risa frente a vosotros,
del mismo modo que los escultores dicen que Dédalo, si viviera ahora y realizara obras
como las que le hicieron famoso, quedaría en ridículo.
Hip. - Así es, Sócrates, como tú dices. Sin embargo, yo acostumbro a alabar antes y
más a los antiguos y a los anteriores a nosotros que a los de ahora, para evitar la envidia de
los vivos y por temor al enojo de los muertos.
Sóc. - Piensas y reflexionas acertadamente, según creo. Puedo añadir a tu idea mi
testimonio de que dices verdad y de que, en realidad, vuestro arte ha progresado en lo que
se refiere a ser capaces de realizar la actividad pública junto con la privada. En efecto,
Gorgias, el sofista de Leontinos, llegó aquí desde su patria en misión pública, elegido
embajador en la idea de que era el más idóneo de los leontinos para negociar los asuntos
públicos; ante el pueblo, dio la impresión de que hablaba muy bien, y en privado, en
sesiones de exhibición y dando lecciones a los jóvenes, consiguió llevarse mucho dinero de
esta ciudad. Y si quieres otro caso, ahí está el amigo Pródico; ha venido muchas veces en
otras ocasiones para asuntos públicos, y la última vez, recientemente, llegado desde Ceos
en misión pública, habló en el Consejo y mereció gran estimación, y en privado, en
sesiones de exhibición y dando lecciones a los jóvenes, recibió cantidades asombrosas de
dinero. Ninguno de aquellos antiguos juzgó nunca conveniente cobrar dinero como
remuneración ni hacer exhibiciones de su sabiduría ante cualquier clase de hombres. Tan
simples eran, y así les pasaba inadvertido cuán digno de estimación es el dinero. Cada uno
de éstos de ahora saca más dinero de su saber, que un artesano, sea el que sea, de su arte, y
más que todos, Protágoras.
Hip. - No conoces lo bueno, Sócrates, acerca de esto. Si supieras cuánto dinero he
ganado yo, te asombrarías. No voy a citar otras ocasiones, pero una vez llegué a Sicilia,
cuando Protágoras se encontraba allí rodeado de estimación, y, siendo él un hombre de más
edad y yo muy joven, en muy poco tiempo recibí más de ciento cincuenta minas; de un
solo lugar muy pequeño, de Inico, más de veinte minas. Llegando a casa con ese dinero se
lo entregué a mi padre, y él y los demás de la ciudad quedaron asombrados e
impresionados. En resumen, creo que yo he ganado más dinero que otros dos sofistas
cualesquiera juntos, sean los que sean.
Sóc. – Muy bien, Hipias; es una gran prueba de tu sabiduría y de la sabiduría de los
hombres de ahora en comparación con los antiguos y de cuán diferentes eran éstos.
Antinomia nómos-phýsis:
16. Antifonte, DK 87 B 44
21
de la naturaleza: el vivir <se da>, para los hombres, a partir de las cosas convenientes,
mientras que el morir, a partir de las cosas no convenientes.
Col. IV
Y en cuanto a las cosas convenientes, las establecidas por las leyes encadenan a la
naturaleza; las establecidas por la naturaleza, en cambio, son libres. Así, lógicamente, las
cosas que producen dolor no benefician más a la constitución natural que las que regocijan;
por consiguiente, las cosas que producen aflicción tampoco serían más convenientes que
las que producen placer. En efecto, es necesario que las cosas verdaderamente
convenientes no produzcan daño sino provecho. Así pues, las cosas convenientes por
naturaleza ...
Col. V
... y quienesquiera que, tras haber padecido <un daño>, se defendieren y no fueren
ellos iniciadores de la acción; y quienesquiera que hicieren bien a sus padres incluso si
estos son malvados con ellos; y los que conceden a los demás el jurar y no son ellos
mismos tales que juran. Ciertamente, entre los casos mencionados alguien podría encontrar
muchas cosas que se hallan en conflicto con la naturaleza: hay, en ellos, un dolor mayor
cuando es posible uno menor, y un placer menor siendo posible uno mayor, y un padecer
siendo posible no padecer. Así pues, si alguna ayuda surgiese de parte de las leyes para
quienes aceptan tales cosas, pero para quienes no las aceptan sino que se oponen <a ellas>
surgiese una censura,
Col. VI
entonces la obediencia a las leyes no sería algo desventajoso. Ahora, sin embargo,
es manifiesto que lo justo por ley no es suficiente para ayudar a quienes aceptan tales
cosas: lo que <lo justo por ley> permite es, en primer lugar, padecer a quien padece e
injuriar a quien injuria; y tampoco impidió, en aquel entonces, que quien padece padezca ni
que quien injuria injurie. Y en lo que atañe al castigo, <lo justo por ley> no repone nada
más especial para el que ha padecido que para el que ha injuriado. En efecto, es necesario
que quien ha padecido convenza de que padeció a quienes habrán de aplicar el castigo, y
que demande para sí el poder obtener justicia. Pero, no obstante, en relación con estas
cosas, a quien injuria le resta la posibilidad de negarlo...
Col. VII
Y esto es algo más terrible: que la fuerza persuasiva de la acusación sea
igualmente grande en favor de quien acusa, de quien ha padecido y de quien ha injuriado.
Surge, en efecto, una victoria con palabras...
Fragmento B
Col. II
… <los> conocemos y también <los> reverenciamos; pero a los que se hallan
entre quienes viven lejos, ni los conocemos ni los reverenciamos. Y en esto, por cierto, nos
comportamos como bárbaros unos respecto de otros, puesto que todos nacimos por
naturaleza para ser semejantes en todo, tanto griegos como bárbaros.
Y es posible observar <esto> puesto que las cosas nacesarias son por naturaleza
tales para todos los hombres; y son pasibles, en virtud de ellas mismas, de ser obtenidas
para todos <por igual>; y en todas ellas ninguno de nosotros, ni bárbaro ni griego, se
distingue. Pues absolutamente todos respiramos el aire por la boca y por las narices y
comemos con las manos...
23
- Ahora entendí lo que dices –contesté yo-. Si es verdad o no, voy a intentar determinarlo.
Entonces, Trasímaco, contestaste que justo es lo conveniente, aunque a mí me impediste
que contestara eso. En rigor se agregó allí la referencia al más poderoso.
/b/ – Tal vez haya un pequeño agregado –dijo-.
- Aún no es evidente si es grande, pero sí es evidente que hay que analizar si dices la
verdad. Porque yo también estoy de acuerdo en que lo justo es algo conveniente; no
obstante tú estás agregando algo y dices que es lo que conviene al más poderoso, pero yo
no lo sé y hay que analizarlo.
PROTÁGORAS
Datos biográficos:
27
21. DK 80 A 1: Diógenes Laercio, Vidas, IX 50ss.
Protágoras, hijo de Artemón o, según Apolodoro y Dinón en el libro de sus Pérsicas, hijo
de Meandrio, oriundo de Abdera, según nos dice Heráclides del Ponto en su obra Sobre las
Leyes, quien nos informa también de que redactó la constitución de Turios ... Protágoras
fue discípulo de Demócrito ... Fue el primero en sostener que sobre cualquier cuestión
existen dos discursos mutuamente opuestos. Y fue el primero en aplicarlos con aquellos
con quienes departía. Por otro lado, dio inicio a una obra suya de esta manera: "El hombre
es la medida de todas las cosas, de las que son, en tanto que son, de las que no son en tanto
que no son" [B 1]. Afirmaba también que el alma no es nada más que las sensaciones,
según dice también Platón en el Teeteto, y que todo es verdadero. Otra obra suya
comenzaba del siguiente tenor: "Sobre los dioses no puedo saber si existen ni si no existen
ni tampoco cómo son en su forma externa. Ya que son muchos los factores que me lo
impiden, la oscuridad del asunto así como la brevedad de la vida humana" [B 4]. Por culpa
del inicio de este escrito suyo fue expulsado de la ciudad por los atenienses, que quemaron
también sus libros en el ágora, tras haberlos recogido de sus poseedores mediante un bando
público.
Mito de Prometeo:
31
Así que, si tan grande es el cuidado de la virtud por cuenta particular y pública, ¿te
extrañas, Sócrates, y desconfías de que sea ensañable la virtud? Pero no hay que extrañarse
de ello, sino mucho más aún de que no fuera enseñable.
¿Por qué, entonces, de padres excelentes nacen muchas veces hijos vulgares?
Apréndelo también. No es nada sorprendente, si yo decía verdad en lo anterior, que en este
asunto de la virtud, si ha de existir la ciudad, nadie pueda desentenderse. /327a/ Si,
entonces, lo que digo es así, y lo es por encima de todas las cosas, reflexiona tomando otro
ejemplo: si la ciudad no pudiera subsistir, a no ser que todos fuéramos flautistas, fuera cual
fuera la calidad que cada uno consiguiera; de que esto, tanto por cuenta particular como
pública, todo el mundo lo enseñara a todo el mundo; de que se castigara a golpes al que no
tocara la flauta bien, y de que a nadie se le privara de eso, como ahora a nadie se le priva
de los derechos legales y justos, ni se les ocultan, como se hace con otras técnicas. /327b/
Pues creo que la justicia y la virtud nos benefician mutuamente, y por eso, cualquiera a
quienquiera que sea le habla y le enseña animosamente las cosas justas y legales. Si fuera
así, y también respecto del arte de tocar la flauta pusiéramos todo empeño y generosidad en
enseñarnos unos a otros, ¿crees, Sócrates, que de algún modo los hijos de los buenos
flautistas se harían buenos flautistas mejor que los hijos de los mediocres?
Yo lo que creo es que el hijo de aquel que resultara el más dispuesto naturalmente
para el tocar la flauta, ese se haría famoso, y el que fuera incapaz por naturaleza sería
ignorado. /327c/ Y muchas veces, del buen flautista, saldría uno vulgar, y muchas otras,
del vulgar, uno excelente. Pero de cualquier modo todos serían flautistas capaces, en
comparación a los particulares y los que nada entendieran de la flauta.
De igual modo, piensa ahora que, incluso el que te parece el hombre más injusto
entre los educados en las leyes, ése mismo sería justo y un entendido en ese asunto, /327d/
si hubiera que juzgarlo en comparación con personas cuya educación no conociera
tribunales ni leyes ni necesidad alguna que les forzara a cuidarse de la virtud, es decir que
fueran unos salvajes, como los que nos presentó el año pasado el poeta Ferécrates en las
Leneas. En verdad que si te encontraras entre tales gentes, como los misántropos de aquel
caso, /327e/ bien desearías toparte con Euríbato y Frinondas, y te quejarías echando de
menos la maldad de los tipos de aquí. Ahora, en cambio, gozas de paz, porque todos son
maestros de virtud, en lo que puede cada uno, y ninguno te lo parece. /328a/ De igual
modo, si buscaras algún maestro de la lengua griega, no encontrarías ninguno, y tampoco,
creo, si buscaras quién ha enseñado a los hijos de nuestros artesanos aquel oficio que ellos
han aprendido de su padre, en la medida en que su padre y sus amigos de la misma
profesión podían adiestrarlos. ¿Quién más podría haberles enseñado? Creo que no es fácil,
Sócrates, que aparezca un maestro de esas cosas, mientras que es fácil, en cambio,
encontrarlo para las cosas inhabituales; y así sucede para la virtud y todo lo semejante. De
todos modos, si alguno hay que nos aventaje siquiera un poco para conducimos a la virtud,
es digno de estima.
/328b/ De estos creo ser yo uno y aventajar a los demás en ser provechoso a
cualquiera en su desarrollo para ser hombre de bien, de modo digno del salario que
pretendo, y aún: de más, como llega, incluso, a reconocer el propio discípulo. Por eso, he
establecido la forma de percibir mi salario de' la manera siguiente: cuando alguien ha
aprendido conmigo, si quiere me entrega el dinero que yo estipulo, y si no, se presenta en
un templo, y, /328c/ después de jurar que cree que las enseñanzas valen tanto, allí lo
deposita.
De este modo, Sócrates, yo te he contado un mito y te he expuesto un razonamiento
acerca de cómo la virtud es enseñable y los atenienses así lo creen, y de cómo no es nada
extraño que de buenos padres nazcan hijos mediocres, y de padres mediocres, excelentes.
Así, por ejemplo, los hijos de Policleto, coetáneos de Páralo y Jantipo aquí presentes, no
son nada en comparación con su padre, y lo mismo, otros de muchos artistas. /328d/ A
32
éstos no es justo echárselo en cara todavía. Pues en ellos hay aún esperanzas, ya que son
jóvenes.
33
un buen examen. Por eso no daré ahora ninguna explicación por mí mismo, sino que trataré
de hallarla con nuestro amigo.
Teod. Muy bien, Sócrates, haz como dices.
c Sóc. Y bien, Teodoro, te diré qué es lo que me sorprende de tu amigo Protágoras.
Teod. ¿Qué cosa?
Sóc. Las palabras iniciales de su tratado. En general, me agrada la afirmación de que lo que
parece a cada uno también es; pero me sorprende que no haya comenzado su Verdad con
estas palabras: la medida de todas las cosas es el cerdo, o el cinocéfalo, o cualquier otra
criatura aun más extraña, que posea sensaciones. Hubiera sido, en verdad, algo magnífico,
con esa presentación tan altanera que hace, que nos dijera, mientras nosotros lo
admirábamos por su sabiduría que estaba más allá de los mortales,
d que, en realidad, en cuanto al saber, no sólo no era superior a cualquier otro ser humano,
sino que ni siquiera era superior a un renacuajo. ¿Qué más podemos decir, Teodoro? Si lo
que cada hombre cree, como resultado de la percepción, es, sin lugar a dudas, verdadero
para él; si, precisamente nadie es mejor juez que uno mismo de sus propias experiencias,
tampoco nadie tiene derecho a considerar si es verdadero o falso lo que otro piensa, y si –
como hemos dicho más de una vez- cada hombre ha de tener para sí mismo sus propias
creencias, que serán todas correctas y verdaderas,
e entonces, amigo mío, ¿dónde está la sabiduría de Protágoras que os justifique su capacidad de
enseñar a los demás y la paga generosa que recibe por ello? Y, ¿dónde está nuestra
ignorancia o nuestra necesidad de ir hacia él, y de sentarnos a sus pies, si cada uno de
nosotros es la medida de su propia sabiduría? ¿Acaso debemos suponer que Protágoras
hablaba así para halagar los oídos de la multitud? Nada digo de mí mismo ni de la ridícula
notoriedad de que goza mi arte de obstétrico, y, por lo mismo, toda esta tarea de
conversación filosófica; pues examinar y comprobar las nociones y
162a opiniones de uno y otros, para ver si ellas son correctas, es un tedioso y monstruoso
despliegue de tontería, si sucede que la Verdad de Protágoras es realmente verdadera y no
se entretiene a sí misma con oráculos proferidos desde el recóndito altar de su libro.
Teod. Como has dicho, Sócrates, Protágoras era mi amigo, y no quisiera que mis
sentimientos sirvieran para refutarlo. Por otra parte, no querría contradecir mis
convicciones por refutarte a ti; en consecuencia, es mejor que vuelvas a Teeteto, cuyas
respuestas han demostrado siempre adecuarse perfectamente a lo que tú quieres decir.
b Sóc. Si te encontraras en la palestra de Esparta, Teodoro, ¿te limitarías a mirar a los
luchadores desnudos -algunos de los cuales tienen un aspecto bastante lamentable- sin
desnudarte tú mismo para comparar tu propia estampa?
Teod. ¿Y por qué no, si me escucharan con gusto y no se opusieran, del mismo modo que
espero persuadirte de que me permitas continuar ahora observando? Ya no tengo agilidad a
mis años; en lugar de forzarme a seguir tus ejercicios, asegúrate el éxito con un joven más
diestro que yo.
c Sóc. Bien, Teodoro, como dice el proverbio: “lo que a ti te gusta, no me disgusta a mí”.
Retornaré, pues, a la sabiduría de Teeteto, acerca del punto que acabamos de tratar: ¿no te
sorprendería que llegaras a ser de pronto más sabio que cualquier otro hombre o incluso
que cualquier dios? ¿O no creer que la sentencia de Protágoras se aplica tanto a los dioses
como a los hombres?
Teet. Creo que sí, claro. Y te diré, respondiendo a tu pregunta que, en verdad, estoy muy
d sorprendido. Cuando discutíamos sobre el significado de lo que a cada uno le parece real, y
lo es, en efecto, para quien piensa así, la cosa me pareció bastante satisfactoria; pero,
ahora, de pronto, toma un cariz muy distinto.
Sóc. Esto te sucede, amigo, porque eres joven; prestas fácilmente oído a lo engañoso, y te
convences. Protágoras o su representante tendrían una respuesta para el caso. Dirían:
“Buena gente que estáis ahí sentados, jóvenes y viejos, todo esto es una trampa. Os
34
e
detenéis demasiado en los dioses, cuya existencia o no existencia me niego expresamente a
discutir en mis discursos y en mis escritos y tenéis en cuenta argumentos del vulgo como
éste: ¡qué extraño que ningún ser humano sea más sabio que el más inferior de los
animales! Dais por sentado lo que parece probable, sin ofrecer jamás ningún tipo de
prueba. Si un matemático como Teodoro razonara así en geometría, bien poca cosa sería
considerado. De modo que tanto vosotros como Teodoro debéis considerar si permitiréis
que cuestiones de tanta importancia como ésta sean resueltas apelando a la mera
verosimilitud”.
Teet. Ni tú, Sócrates, ni nosotros, pensamos que esto sea correcto.
Sóc. Parece, entonces, que deberemos abordar la cuestión desde otro ángulo. ¿Acaso no es
lo que vosotros y Teodoro pensáis?
Teet. Ciertamente, debemos hacer eso.
38
que no toda representación es verdadera, en cuanto subyace a ella una representación. Y,
en consecuencia, la proposición de que toda representación es verdadera resultará ser falsa.
GORGIAS
31. Gorgias, 82 B 3: Sobre el no ser o sobre la naturaleza (Sexto Empírico, Adv. Math.
VII, 65ss.)
(65) Gorgias de Leontinos pertenecía al mismo grupo de los que eliminan el criterio, pero
no según el mismo punto de vista de los del círculo de Protágoras. Pues en su escrito Sobre
el no ser o sobre la naturaleza establece tres proposiciones principales. En primer lugar,
que nada es; en segundo lugar, que si es, no puede ser aprehendido por los hombres; en
tercer lugar, que si puede ser aprehendido, es, sin embargo, incomunicable e inexpresable a
los demás.
(66) Concluye que nada es de esta manera: si es, es lo que es o lo que no es o lo que es y lo
que no es. Pero ni lo que es es, como establecerá, ni lo que no es, como justificará; ni lo
que es y no es, como también enseñará. En definitiva, no hay nada que sea.
(67) Y, ciertamente, lo que no es no es. Pues si lo que no es es, será y no será a la vez. En
efecto, en tanto es pensado como algo que no es, no será; pero, en tanto es algo que no es,
inversamente será. Pero sería completamente absurdo que algo sea y no sea a la vez. En
definitiva, lo que no es no es. Y por otro lado, si lo que no es es, lo que es no será, pues
son mutuamente contrarios; y si a lo que no es le corresponde el ser, a lo que es le
corresponderá el no ser. Pero no es el caso que lo que es no sea; por tanto, tampoco será lo
que no es.
(68) Sin embargo, tampoco lo que es es. Pues si lo que es es, o es eterno o generado o
eterno y generado a la vez. Pero ni es eterno ni generado ni ambos, como mostraremos. En
definitiva, lo que es no es. En efecto, si lo que es es eterno (se debe comenzar por aquí), no
tiene ningún principio.
(69) Pues todo lo generado tiene algún principio, pero lo que es eterno, considerado en
tanto inengendrado, no tiene principio. Sin embargo, lo que no tiene principio es infinito.
Pero si es infinito no está en ninguna parte. Pues si está en alguna parte, aquello en lo que
está es diferente de él mismo y así de ningún modo será infinito lo que está contenido en
algo. Pues el recipiente es más grande que el contenido, pero nada es más grande que el
infinito, de modo que el infinito no está en ningún lugar.
(70) Y tampoco está contenido en sí mismo. Pues serán lo mismo aquello en lo que estaría
y lo que está en él. Y lo que es llegará a ser dos, espacio y también cuerpo: aquello en lo
que estaría es espacio y aquello que estaría en el él es cuerpo. Pero esto es absurdo. Por
tanto, lo que es tampoco está en sí mismo. De modo que si lo que es es eterno, es infinito, y
si es infinito, no está en ninguna parte, y si no está en ninguna parte, no es. Por tanto, si lo
que es es eterno, por principio tampoco es algo que es.
(71) Y tampoco lo que es puede ser generado. Pues si es generado, ha sido generado a
partir de lo que es o de lo que no es. Pero no ha sido generado a partir de lo que es. En
efecto, si es algo que es, no ha sido generado sino que ya es. Ni a partir de lo que no es.
Pues lo que no es no puede generar algo, puesto que el generador debe por necesidad
participar de alguna existencia. En definitiva, lo que es no es generado.
39
(72) Según esto mismo, tampoco puede ser ambos, eterno y generado a la vez. Pues estas
cosas se suprimen la una a la otra, y si lo que es es eterno, no se ha generado y si se ha
generado, no es eterno. Por tanto, si lo que es no es ni eterno, ni generado ni ambos, lo que
es no sería.
(73) Y por otro lado, si es, es uno o múltiple. Pero no es uno ni múltiple, como será
establecido. En definitiva, lo que es no es. Pues si es uno, o es cantidad, o continuo, o
magnitud o cuerpo. Pero cualquiera que sea de estos, no es uno: considerado en tanto
cantidad será divisible, siendo continuo será divisible. De igual modo, pensado como
magnitud no será indivisible y como cuerpo será triple: pues también poseerá largo, ancho
y profundidad. Pero es absurdo decir que lo que es no es nada de esto. En definitiva, lo que
es no es uno.
(75) Resulta fácilmente demostrable que tampoco es ambos a la vez, lo que es y lo que no
es. Pues si verdaderamente lo que no es es y lo que es es, serán lo mismo, en cuanto al ser,
lo que no es que lo que es. Y por eso no es ninguno de esos dos. En efecto, que lo que no
es no es, es algo convenido. Y ha quedado mostrado que lo que es es considerado lo mismo
que eso. Por tanto, éste [lo que es] no será.
(76) Y por otro lado, si verdaderamente lo que es es lo mismo que lo que no es, no es
posible que sean ambos, pues si son ambos, no son lo mismo y si son lo mismo, no son
ambos. De esto se sigue que nada es. Pues si no es lo que es, ni lo que no es, ni ambos y
fuera de esto no hay nada pensable, nada es.
(77) Pero debe demostrarse a continuación que aun en el caso de que algo sea, es
incognoscible e impensable para el hombre. Pues si las cosas pensadas, dice Gorgias, no
son cosas que son, lo que es no es pensado. Y esto es conforme a razón: pues del mismo
modo que si correspondiera a las cosas pensadas ser blancas, también correspondería a las
cosas blancas ser pensadas, si correspondiera a las cosas pensadas no ser cosas que son,
por necesidad correspondería a las cosas que son no ser pensadas.
(78) Por esto sana y salva es la conclusión: “si las cosas pensadas no son cosas que son, lo
que es no es pensado”. Y, por cierto, las cosas pensadas (pues así hay que comenzar) no
son cosas que son, como estableceremos. En definitiva, lo que es no es pensado. Y que las
cosas que son pensadas no son cosas que son, es manifiesto.
(79) Pues si las cosas pensadas son cosas que son, todas las cosas pensadas son y tal como
alguien las piensa, lo cual no es evidente. Pues no es el caso que si alguien piensa que el
hombre vuela o los carros corren por el mar, al punto el hombre vuela o los carros corren
por el mar. De modo que las cosas pensadas no son cosas que son.
(80) Además de estas cosas, si las cosas pensadas son cosas que son, las cosas que no son
no serán pensadas. Pues a los contrarios les corresponden cosas contrarias, y contrario a lo
que es es lo que no es. Y por esto, si a lo que es le corresponde el ser pensado, a lo que no
es le corresponderá totalmente el no ser pensado. Pero esto es absurdo, pues también Escila
y Quimera y muchas cosas que no son son pensadas. En definitiva, lo que es no es
pensado.
40
(81) Así como las cosas visibles se dicen visibles por esto, porque se ven, y las cosas
audibles, [se dicen] audibles por esto, porque se oyen, y no rechazamos las cosas visibles
porque no se oyen ni desdeñamos las cosas audibles porque no se ven (pues cada una debe
ser juzgada por su sensación propia y no por otra), así también las cosas pensadas, aunque
no se las vea con la vista ni se las oiga con el oído, serán por el hecho de ser aprehendidas
por su criterio propio.
(82) Así, si alguien piensa que los carros corren por el mar, aunque no vea estas cosas,
debe creer que hay carros que corren por el mar. Pero esto es absurdo. En definitiva, lo que
es no es pensado ni aprehendido.
(83) Y aunque fuera aprehendido, sería incomunicable a otro. Pues si las cosas son visibles
y audibles y, en general, perceptibles, las cuales precisamente subsisten afuera, de estas
cosas las visibles son aprehendidas por la vista y las audibles por el oído, pero no a la
inversa, ¿cómo pueden ser reveladas a otro?
(84) Pues aquello con lo cual las revelamos es el discurso, pero el discurso no es ni las
cosas que subsisten ni las cosas que son. En definitiva, no revelamos a los demás las cosas
que son sino el discurso, que es diferente de las cosas que subsisten. Del mismo modo que
lo visible no se vuelve audible ni a la inversa, lo que es no podría volverse discurso
nuestro, puesto que subsiste afuera.
(86) Por otra parte, no es posible decir que aquel modo en que las cosas visibles y audibles
subsisten, así también [le corresponde] al discurso, de suerte que sea posible que las cosas
que subsisten y son sean reveladas a partir de lo mismo que subsiste y es. Pues si también
el discurso subsiste, dice, difiere, sin embargo, del resto de las cosas que subsisten, y los
cuerpos visibles difieren sumamente de los discursos. En efecto, lo visible es captado por
un órgano y el discurso por otro diferente. En definitiva, la mayoría de las cosa que
subsisten no las muestra el discurso, como tampoco aquellas exhiben su recíproca
naturaleza.
(87) Siendo tales las dificultades planteadas por Gorgias, a partir de ellas el criterio de
verdad en cuanto tal desaparece. Pues de aquello que no es ni puede ser conocido ni [puede
ser] expuesto a otro, por naturaleza, no sería posible ningún criterio.
32. Gorgias, Encomio de Helana (§§ 8-14: análisis del lógos como posible causa de la
huida de Helena)
§ 8. Si fue la palabra la que persuadió y engañó al alma, con relación a esto tampoco es
difícil hacer una defensa y liberarla de la acusación de la siguiente manera. La palabra es
un poderoso soberano que con un cuerpo pequeñísimo y del todo invisible lleva a término
las obras más divinas. Pues es capaz de hacer cesar el miedo y mitigar el dolor, producir
alegría y aumentar la compasión. Mostraré cómo son estas cosas,
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§9. pues es necesario también mostrarlo a la opinión del auditorio. La poesía toda yo la
considero y la llamo palabra con metro. A los que la escuchan los invade un escalofrío
terrorífico, una compasión que arranca lágrimas y una aflicción doliente, y a partir de la
buena fortuna y las desventuras de otras acciones y cuerpos, el alma, por efecto de las
palabras, padece una afección propia. A continuación debo cambiar el argumento y pasar a
otro.
§10. Así los encantamientos inspirados a través de las palabras provocan placer y
ahuyentan el dolor, pues al mezclarse con la opinión del alma, el poder del encantamiento
la hechiza, la persuade y la transforma por medio de su seducción. De la seducción y la
magia se han descubierto dos técnicas que son errores del alma y engaños de opinión.
§12. ¿Qué causa impide que sobrevinieran a Helena encantamientos, no siendo ya joven,
de modo semejante a como si hubiese sido arrebata por la fuerza? Pues la fuerza de la
persuasión por la cual se dio este pensamiento, que efectivamente fue necesario, no merece
injuria pues tiene una fuerza propia. Pues el discurso que persuadió al alma obliga a la que
persuadió a obedecer lo dicho y a consentir lo hecho. El que persuadió, pues, en tanto la
obligó, comete injusticia, en cambio la que fue persuadida, en cuanto fue obligada por la
palabra, en vano goza de mala fama.
§13. Y que la persuasión, cuando se agrega a la palabra, impresiona al alma como quiere,
es necesario aprenderlo primero con relación a los discursos de los meteorólogos, quienes
quitando una opinión e introduciendo otra hicieron que las cosas increíbles y oscuras
aparezcan a los ojos de la opinión. En segundo lugar, hay que comprender los perentorios
combates verbales en los que un solo discurso escrito con arte deleita y persuade a una
gran multitud, aunque no sea dicho con verdad. Tercero, las contiendas de los discursos de
los filósofos en los que se expone también la rapidez del pensamiento, que hace que la
credibilidad de la opinión cambie fácilmente.
§14. La misma relación tiene el poder del discurso con respecto a la disposición del alma
que la disposición de fármacos con relación a la naturaleza de los cuerpos. Pues así como
entre los fármacos, unos extraen del cuerpo algunos humores y otros, otros, y hacen cesar
ya sea la enfermedad, ya sea la vida, así también de los discursos, unos causan dolor, otros,
deleite, otros temor, otros provocan audacia en quienes los escuchan, mientras que otros
envenenan y hechizan al alma con una persuasión maligna.
Fuentes
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