La independencia de México fue la culminación de un proceso histórico ocurrido entre los
años 1810 y 1821 que llevó a que el virreinato de la Nueva España se separase de España y comenzara su andadura independiente. Si bien estos cambios políticos no tuvieron reflejo en las estructuras políticas, sociales y económicas virreinales que prácticamente se mantuvieron intactas. Hubo un intento de revolución social y política al principio con los movimientos de Miguel Hidalgo y José María Morelos desde 1810 hasta 1815 pero fueron derrotados y no tuvieron mayor trascendencia que el haber iniciado los enfrentamientos y dividir a la población. Antes de nada aclarar que esta guerra revolucionaria que se iba a desatar no era una guerra de México contra España como la historia oficial trata de imponer sino una guerra entre dos bandos compuestos por los mismos elementos de la sociedad novohispana: españoles, criollos, mestizos e indígenas que lucharon entre sí encarnizadamente. Fue una guerra civil total entre hermanos. Algo muy similar a lo que ocurrió en el resto de independencias hispanoamericanas a lo largo y ancho del continente. La independencia final no surgió de esas revoluciones populares, sino de un movimiento conservador que ante la caída del absolutismo de Fernando VII en 1820 reaccionó y trató de evitar que los liberales se hicieran con el poder. Estos grupos privilegiados, alta burguesía comercial, nobleza y alto clero, en connivencia con el virrey Juan Ruiz de Apodaca, impusieron al general realista Agustín de Iturbide como comandante de los ejércitos y ejecutaron un plan para lograr la independencia lo antes posible con la idea de evitar que los liberales impusieran su ideario. Iturbide se reunió con los insurgentes que aún quedaban y mediante el Plan de Iguala cesaron los enfrentamientos y días más tarde ante la llegada del nuevo capitán general enviado desde España por los liberales, Juan de O’Dojonú, Iturbide se reunió con él y firmaron los Tratados de Córdoba en el que se ordenaba a los ejércitos realistas el cese de las acciones militares y reconocía la independencia del Imperio mexicano. Finalmente se firmó el Acta de Independencia el 28 de septiembre de 1821 tras la toma pacífica de Ciudad de México por el Ejército Trigarante comandado por Iturbide. Se puede hablar de tres etapas o fases en este proceso histórico: 1ª etapa de 1810 a 1814-15: En este período en España gobernaba Napoléon Bonaparte a través de su hermano José I. Y en Nueva España se produjeron las revueltas de los curas Hidalgo y Morelos cuyo levantamiento se ejecutó en nombre del rey Fernando VII y para defender a la religión de los liberales franceses. Ambos fueron derrotados, fusilados y sus movimientos disueltos. 2ª etapa de 1814 a 1820: Napoleón es expulsado de España y Fernando VII vuelve al poder e impone de nuevo el absolutismo ilustrado derogando la Constitución liberal de 1812. En Nueva España fue un período de relativa calma con unos pocos ejércitos insurgentes que no ponían en riesgo la estabilidad del virreinato. El virrey Apodaca ofreció el indulto a los insurgentes para que dejasen las armas y muchos se acogieron a él. En 1817 tuvo que enfrentarse a una expedición organizada y encabezada por el militar liberal español Francisco Xavier Mina y el exfraile Servando Teresa de Mier que transportó desde Inglaterra y Estados Unidos 300 voluntarios ingleses y americanos que trataron de relanzar los enfrentamientos pero en poco tiempo fueron vencidos. 3ª etapa 1820- 1821: Alzamiento en España del liberal-masón Rafael de Riego que obliga a Fernando VII a jurar la constitución liberal de 1812. Estos hechos alarman a las oligarquías novohispanas que nunca habían apoyado a los insurgentes y organizan una conspiración para independizarse de España y así no caer en manos de los liberales. Es decir, ahora eran los realistas, los que habían defendido al virreinato, los que conspiraban y exigían la independencia. La caída de la corona española ante Napoleón y la soberanía En ayuda de estos revolucionarios vino la caída de la corona española en manos francesas en 1808 que llenó de inseguridad e incertidumbre todos los estamentos del virreinato. Ante la falta de rey o no aceptación del propuesto por Napoleón ¿cómo debía conducirse el virreinato? ¿En dónde estaba ahora la soberanía? El virrey José de Iturrigaray se reunió con la Real Audiencia de México el 15 de julio y llegaron a la conclusión de que nada había cambiado. Que la soberanía seguía depositada en el prisionero rey Fernando VII y que las instituciones y la estructura social y política del virreinato seguían igual. Pero no pensaban así los criollos del Ayuntamiento de México, reunido el 19 de julio, que se apoyaban en la vieja Ley de las Siete Partidas de Alfonso X El Sabio. Estás dejaban bien claro que si el rey desaparecía o se encontraba impedido para ejercer su gobierno se producía una retroversión de la soberanía en el pueblo y éste quedaba habilitado para reunirse en Juntas para administrar y gobernar en ausencia de dicho rey. Por ello, y basándose en estos preceptos, el Ayuntamiento de México propuso al virrey Iturrigaray la creación de una junta de gobierno en nombre del rey Fernando VII. El virrey estuvo de acuerdo, quizás pensando más en conservar el cargo, y convocó una junta el 9 de agosto de 1808 a la que asistieron representantes de todos los estamentos importantes de la sociedad novohispana. La Audiencia de México se mostró contraria a esta convocatoria ya que pensaban que ya existía la Junta Suprema de Sevilla pero aun así asistieron. Este fue el primer intento real de independizar la Nueva España de la metrópoli, pero no por odio o por supuestas injusticias, sino para mantener la gobernabilidad y estabilidad del territorio ante la incertidumbre que había con lo que ocurría en la metrópoli. Aun así, había aparecido una brecha en la sociedad novohispana que se iría ampliando con el paso del tiempo. Por un lado el Ayuntamiento que pedía que se gobernase desde la Junta de México y por el otro lado la Audiencia que no quería dicha Junta y que deseaba que todo siguiese como estaba y gobernar bajo la Junta Suprema de Sevilla, algo que sonaba más a mantenerse en el cargo ellos mismos que a necesidad o idoneidad política. Golpe de estado contra el virrey Iturrigaray La situación cada vez era más inestable. Por ello la Audiencia actuó rápidamente; el 15 de septiembre de 1808 envió a 300 soldados a tomar el palacio virreinal y deponer al virrey Iturrigarray y poner a uno nuevo: Pedro de Garibay. La Junta de Sevilla fue informada del hecho y procedió a reconocer al nuevo gobierno virreinal. La Nueva España ya no tendría una junta. Todo seguiría igual pero en vez de Iturrigaray sería Garibay el virrey. Éste sería sustituido a los pocos meses por un nuevo virrey enviado por la Junta de Sevilla: Francisco Javier de Lizana y Beaumont. Pero este estado de cosas no contentó a todos y las intrigas y conjuras siguieron produciéndose. En la ciudad de Valladolid (actual Morelia) se organizó un levantamiento que tendría lugar el 21 de diciembre de 1809, para imponer una junta soberana pero dichas intenciones fueron descubiertas y sus organizadores encarcelados. Tratado de Córdoba El 3 de agosto de 1821 llegó a San Juan de Ulúa enviado por el gobierno español el general Juan O’Donojú como nuevo capitán general (el cargo de virrey desapareció con la constitución liberal) de México. Una de sus primeras medidas fue el cese de las hostilidades por parte de los realistas y solicitar una entrevista con Agustín de Iturbide. Se reunieron en la villa de Córdoba en donde el 24 de agosto firmaron el Tratado de Córdoba en el que se reconocía la soberanía e independencia del Imperio Mexicano.
Conspiración de Querétaro y el cura Hidalgo
La situación en España no hacía más que empeorar y la convocatoria de las Cortes de Cádiz no iba a resolver nada para los reinos americanos. Las conspiraciones y reuniones clandestinas seguían produciéndose en Nueva España y no fue hasta el 16 de septiembre de 1810 en que se lanzó la conspiración de Querétaro, organizada y ejecutada por masones como Ignacio Allende, Juan Aldama y Miguel Domínguez. Estos supieron que la conspiración, que estaba planeada iniciarla el 1 de octubre de 1810 en San Juan de los Lagos (Jalisco), había sido descubierta y decidieron adelantar los acontecimientos. Los conspiradores sabían que la iglesia estaba muy aceptada popularmente y que un levantamiento sin contar con ella sería rechazado por el pueblo, por lo que utilizaron como lanzador de la revolución al cura Miguel Hidalgo y Costilla, que tenía gran predicamento entre los indígenas y fácilmente le seguirían. Y así fue. Los hechos que se conocen como el Grito de Dolores tuvieron lugar en la ciudad homónima. El cura Hidalgo en la misa del domingo del 16 de septiembre de 1810, considerado actualmente como el Día de la Independencia de México, arengó a los feligreses a armarse con lo que pudieran y a luchar contra el virreinato, supuestamente vendido a los franceses por la ocupación de estos de España. El contenido del supuesto grito no está claro y según la época y el historiador se da un texto u otro. Lo que es claro es que Hidalgo se levantó contra los gobernantes impuestos en la península por Napoleón y en honor de Fernando VII y de la virgen de Guadalupe, es decir, llamó a luchar contra los franceses liberales y a defender la religión, se supone que nada menciona de una independencia mexicana. Hidalgo de forma improvisada y sin ningún tipo de organización reclutó a cerca de 50000 personas malamente armadas para marchar sobre Ciudad de México. Con el estandarte de la virgen de Guadalupe como bandera, asaltó y tomó la ciudad de Guanajuato en donde realizó una encarnizada matanza de españoles, confiscó sus bienes y abolió el tributo indígena para atraerse a más soldadesca. Su campaña duró unos cuantos meses en los que esta tropa cometió numerosos desmanes y violencia gratuita que fueron criticadas incluso por compañeros de insurgencia. La aventura del cura Hidalgo terminó el 17 de enero de 1811 en el Puente de Calderón donde fue derrotado por los realistas, apresado y ejecutado por alta traición.