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Ingmar Bergman

ESCENAS DE LA VIDA CONYUGAL


Traducción: Amanda Beatriz Pérez
Versión: Álvaro Ahunchain

Personajes

JUAN
MARIANA
SRA. PALACIOS
FOTÓGRAFO
PEDRO
CATALINA
SRA. JUÁREZ
ARTURO
PORTERO
MADRE
EMA
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1. Pánico e inocencia

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Oscuridad. Se escucha la voz de una periodista, la Sra. Palacios.

SRA.PALACIOS (amable): Siempre empezamos con una pregunta de


rutina, para quitarles nervios.

JUAN: No estoy nervioso.

MARIANA: Yo tampoco.

SRA.PALACIOS (más amable): Mucho mejor. La pregunta es: (se


enciende la luz, ella está entrevistando a Juan y Mariana, mientras un
Fotógrafo los retrata) ¿Cómo se definirían a sí mismos en pocas
palabras?

JUAN: No es fácil.

SRA.PALACIOS: Bueno, tampoco será tan difícil.

JUAN: Quiero decir que puede malinterpretarse.

SRA.PALACIOS: ¿Por qué?

JUAN: Sí, puede parecer una fanfarronada si me describo como súper


inteligente, exitoso, joven, equilibrado, sexi. Un hombre de mundo,
educado, gran lector; alguien que cae bien a los demás. No sé qué
más puedo agregar: buen amigo. Gran amigo, hasta con gente que
no tiene mi mismo nivel. Me gusta el deporte. Excelente padre de
familia. Y buen hijo. No tengo deudas y pago mis impuestos. Respeto
al gobierno, incluso cuando no se sabe bien adónde va. No soy
religioso. ¿Alcanza con eso o quiere más detalles? Soy un amante
grandioso. (A Mariana) ¿O no?

SRA.PALACIOS (sonríe): Y usted, Mariana, ¿qué dice?

MARIANA: Bueno, qué puedo decir yo ahora. Estoy casada con Juan y
tengo dos hijas.

SRA.PALACIOS: Ajá.

MARIANA: Por el momento, no puedo agregar otra cosa.

SRA.PALACIOS: Piense un poco.

MARIANA: Creo que Juan es bastante agradable.

JUAN: Gracias, muy amable.

MARIANA: Estamos casados desde hace diez años.

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JUAN: Acabo de prolongar el contrato.

MARIANA: A lo mejor yo no tenga una apreciación tan clara sobre mis


cualidades como Juan. Pero si tengo que ser sincera, estoy bastante
contenta de vivir la vida que llevo. Es una buena vida, si es que
entiende lo que quiero expresar. Sí, qué más puedo decir entonces.
¡Ay! ¡Qué difícil que fue esto!

JUAN: Tiene un lindo cuerpo.

MARIANA: Te burlás. Yo trato de tomar la pregunta con seriedad.


Tengo dos hijas, Cristina y Eva.

JUAN: Recién lo dijiste.

SRA.PALACIOS (se levanta): Podemos volver a la pregunta más


tarde. A propósito, ¿qué les parece una foto de ustedes con las niñas,
aquí con papá y mamá?

MARIANA: En cualquier momento llegan de la escuela.

SRA.PALACIOS: Bien. Entonces empecemos a juntar algunos datos.


Me gustaría saber qué edad tienen.

JUAN: 48, pero bien llevados, ¿no?

MARIANA: Y yo 42.

JUAN: Los dos venimos de un ambiente indecentemente burgués.

MARIANA: El padre de Juan es médico.

JUAN: Y mi madre es… nada. Una mamá.

MARIANA: Mi padre abogado. Desde el principio se resolvió que yo


también sería abogada. Soy la menor de cuatro hermanos. Mi madre
formó una gran familia. Ahora lo toma con un poco más de calma.

JUAN: ¿De veras? (sonrisa burlona)

MARIANA: Lo raro es que de verdad los dos nos sentimos bastante a


gusto con nuestros padres. Nos vemos a menudo. Nunca tuvimos
ningún conflicto serio.

SRA.PALACIOS: ¿Y dónde trabajan?

JUAN: Yo soy docente universitario.

MARIANA: Y yo me especialicé en derecho de familia y estoy


empleada en una firma de abogados. Más que nada divorcios y cosas
parecidas. Lo interesante es que uno todo el tiempo toma contacto
con…

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FOTOGRAFO: ¿Podrían ser tan amables de mirarse? Así, así. Yo sólo


quiero… Perdón…

MARIANA: Es terrible lo ridículo que uno se siente.

SRA.PALACIOS: Sólo al principio. ¿Cómo se conocieron?

MARIANA: Eso lo puede contar Juan.

JUAN: Sí, por favor, ¡eso sí que es interesante!

MARIANA: En todo caso no se trató de amor a primera vista.

JUAN: Los dos teníamos muchos grupos de amigos y entonces nos


topábamos en mil lugares. Además fuimos militantes políticos
durante muchos años y nos metimos en un grupo de teatro
estudiantil. Pero no nos dimos mucha bola. Mariana pensaba que yo
era engreído.

MARIANA: Él tenía una relación muy comentada con una cantante y


eso le dio cierta imagen y lo hizo insoportable.

JUAN: Y Mariana tenía diecinueve años y estaba casada con un


imbécil cuyo único mérito era ser el hijo mimado de un padre rico.

MARIANA: Pero era muy cariñoso. Y yo estaba muy enamorada.


Además quedé embarazada casi enseguida. Y eso también tuvo su
importancia.

SRA.PALACIOS: ¿Pero cómo sucedió…?

JUAN: ¿Que nos juntáramos? Fue idea de Mariana, obvio.

MARIANA: Mi hijito murió enseguida de nacer y entonces mi ex y yo


nos divorciamos con cierto alivio. A Juan lo había abandonado esa
cantante y estaba algo menos creído. Nos sentíamos un poco solos y
apaleados. Así que le propuse juntarnos. No estábamos para nada
enamorados, solo tristes.

JUAN: En pareja crecimos mucho y nos aplicamos en serio a los


estudios.

MARIANA: Entonces nos fuimos a vivir juntos. Creímos que nuestras


madres no nos iban a perdonar, pero ni se preocuparon. Al contrario,
pasaron a ser buenas amigas. De repente fuimos aceptados como
Juan y Mariana. Después de unos seis meses nos casamos.
Estábamos enamorados.

JUAN: Terriblemente enamorados. Éramos el matrimonio perfecto.

MARIANA: Y así siguió.

SRA.PALACIOS: ¿Ninguna complicación?

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MARIANA: No tuvimos preocupaciones económicas. Tenemos buena


relación con los parientes y amigos de los dos lados. Y trabajos
provechosos que además nos gustan. Estamos sanos.

JUAN: Etcétera, etcétera. Seguridad, bienestar, comodidad y lealtad.


Parece sospechosamente logrado.

MARIANA: Por supuesto que igual que cualquier otra pareja tenemos
nuestras discrepancias. Eso es claro. Pero en todo lo esencial estamos
de acuerdo.

SRA.PALACIOS: ¿Nunca pelean?

JUAN: Sí, Mariana se enoja mucho.

MARIANA: Pero como a Juan le cuesta mucho enojarse, enseguida se


me pasa.

SRA.PALACIOS: Todo eso suena fantástico.

MARIANA: Alguien nos dijo, creo que fue anteayer, que la falta de
problemas es un grave problema. Eso es bastante cierto. Una vida
como la nuestra siempre tiene sus peligros. Somos muy conscientes
de eso.

JUAN: El mundo se va al diablo, pero yo cultivo mi propio jardín.


Todos los sistemas políticos se volvieron corruptos. Me descompone
empezar a pensar en estos nuevos evangelios de la salvación. Tengo
la opinión impopular de reivindicar el derecho a cuidar lo mío y los
demás, que se arreglen.

MARIANA: No pienso como Juan.

SRA.PALACIOS: Ah… ¿sí? ¿Qué piensa entonces?

MARIANA: Creo en la compasión.

SRA.PALACIOS: ¿Y qué quiere decir con eso?

MARIANA: Que si toda la gente aprendiera desde la niñez a


preocuparse por los demás, el mundo sería distinto, estoy segura.

FOTÓGRAFO: Siéntense quietos. Mantengan esa expresión. Así.


Gracias.

MARIANA: Ahí vienen las nenas. Les voy a decir que se arreglen un
poco.

(Mariana sale apurada y se la escucha hablar con las hijas. Juan


intercambia una sonrisa amable pero insegura con la entrevistadora
que en ese preciso instante no sabe qué va a preguntar)

JUAN: Si vamos a hablar en serio, la cosa no es tan fácil.

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SRA.PALACIOS: ¿Qué quiere decir?

JUAN: Me gustan los discursos de Mariana sobre la compasión. Es


bueno para apaciguar conciencias. Pero creo que uno necesita alguna
clase de técnica para poder vivir y estar satisfecho con su vida.
Deberíamos adiestrarnos para no andar preocupándonos por todo.
Admiro por encima de todo a la gente que es capaz de vivir la vida
como si fuera una broma. Yo no puedo. No tengo sensibilidad para
eso. De esto no vamos a hablar en la revista, ¿no?

SRA.PALACIOS: No, es demasiado complicado para el nivel de


nuestras lectoras. Y espero que me disculpe por decirlo así. (Pausa)

JUAN: ¿Y de qué vamos a hablar ahora?

SRA.PALACIOS: Ah, tengo un montón de preguntas.

Entra Mariana con dos niñas invisibles.

MARIANA: Pasen chiquitas. Eva a upa de papá y Cris conmigo.

Tomas del fotógrafo.

JUAN: Quietita, Eva, por favor.

FOTOGRAFO: A ver esas sonrisas, niñas… ¿Qué pasa con esa nena
que no sonríe?

MARIANA: Cristina, ¡vamos!

FOTÓGRAFO: Ya está, ya está, ya la tengo. No las molesto más.

MARIANA: Bueno, vayan a la cocina.

JUAN: (malhumorado) ¿Puedo hacer una llamada?

SRA.PALACIOS: Claro.

FOTÓGRAFO: Sí, lógico.

Juan se va hacia el fondo y habla por celular.

SRA.PALACIOS: Creo que no nos vemos desde la época de la escuela.

MARIANA: ¿Te encontraste con algún compañero?

SRA.PALACIOS: La verdad que no. (Toma el tema). Se ve que vos y


Juan la pasan bien, ¿no? Quiero decir que son felices. Todo lo que
cuentan suena tan fantástico.

MARIANA: No sé si lo que tenemos es perfecto. Pero está claro que la


pasamos bien. Que somos felices.

SRA.PALACIOS: ¿Cómo definirías la palabra felicidad?

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MARIANA: ¿Tengo que responder eso?

SRA.PALACIOS (Seria): ¡Es una revista femenina!

MARIANA: No, no. Si dijera algo sobre la felicidad, Juan se reiría de


mí. No, no puedo.

SRA.PALACIOS (con picardía): Tratá de no escabullirte.

MARIANA: La felicidad es… estar satisfecho. No me hace falta nada, a


no ser el verano, que viene pronto. (Pausa) Me gustaría que fuera
siempre así. Que nunca cambiara nada.

SRA.PALACIOS (tomándole el gusto): ¿Y qué tenés que decir sobre la


fidelidad?

MARIANA: Pero por favor…

SRA.PALACIOS: Ayudame a poner un poco de sal y pimienta a esta


nota. Juan es muy encantador, pero cuando estaba presente no se
habló mucho de nada.

MARIANA: ¿Fidelidad?

SRA.PALACIOS: Fidelidad, sí. Entre hombre y mujer, entre esposos,


por supuesto.

MARIANA: Fidelidad. ¿Qué se podría decir sobre eso?

SRA.PALACIOS: En tu trabajo debés haberte encontrado con…

MARIANA: La fidelidad nunca puede ser una obligación. No se puede


prometer. Existe o no existe. Me gusta serle fiel a Juan, por eso soy
fiel. Pero uno nunca puede decir que…

SRA.PALACIOS: ¿Siempre le fuiste fiel?

MARIANA (con frialdad): Ahora me parece que nos adentramos


demasiado en lo personal.

SRA.PALACIOS: Perdón. Sólo me cabe una última pregunta, mientras


él no está. ¿Qué tenés que decir del amor? Tenés que decir algo
sobre el amor. Es la constante de esta serie de entrevistas que se
hable del amor.

MARIANA: ¿Y si no quiero?

SRA.PALACIOS: Tendría que inventar algo yo y no sería ni la mitad de


interesante.

MARIANA: A mí nadie me dijo nunca qué es el amor. Y ni siquiera


estoy segura de que sea necesario saberlo. Pero si querés una buena
descripción, agarrá la Biblia. Ahí San Pablo describe lo que es el

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amor. Lo malo es que esa definición nos aplasta. Si el amor es eso


que dice San Pablo, entonces sería muy raro que alguien pudiera
haberlo sentido alguna vez. Pero como discurso para los casamientos
está bien. Yo pienso que basta con que uno sea amable con la
persona con la que vive. La ternura también es algo bueno. El buen
humor, la tolerancia, la camaradería. Ambiciones moderadas de parte
de los dos. Si se pueden dar esos ingredientes entonces… Entonces
no es tan importante eso del amor.

SRA.PALACIOS: ¿Por qué te molesta tanto?

MARIANA: En mi profesión me encuentro todo el tiempo con gente


que se derrumba por exigencias afectivas imposibles de satisfacer. Es
terrible. Me gustaría que…

SRA.PALACIOS: ¿Qué te gustaría?

MARIANA: No sé. No lo sé expresar. Pero querría que la gente… Que


no nos obligaran a jugar un montón de roles que no podemos
cumplir. Que pudiéramos tomarlo de forma más simple. ¿No te
parece?

SRA.PALACIOS (alerta): ¿Que la vida fuera un poco más romántica?

MARIANA: No, no es eso. Al contrario, más bien. Ahí ves qué mal me
expreso. ¿No podríamos hablar un poco de comida y de las nenas? Al
menos eso es más concreto.

SRA.PALACIOS: Es posible que nos hayamos salido del tema.

MARIANA: Seguro que sí. (Sonríe amablemente)

SRA.PALACIOS: Bueno, ¿cómo conciliás la profesión con la casa?

Cambio de luz.

Juan y Mariana están en un living, con Pedro y Catalina. La atmósfera


es alegre. Juan lee en voz alta una nota de una revista femenina.

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JUAN (lee): Mariana tiene unos ojazos que parecen iluminados desde
adentro. Entonces le pregunto cómo concilia la casa con la profesión
y ella sonríe como protegiendo un dulce secreto y contesta un tanto
esquiva que funciona bien, que Juan y ella se ayudan. Es cuestión de
entendimiento, dice de pronto, y se levanta porque justo entra Juan y
se sienta en un hermoso sofá de estilo. Él coloca el brazo alrededor
de su hombro como protegiéndola y ella se acurruca contra él con
una sonrisa de seguridad y confianza. Entonces los dejo y por
supuesto me doy cuenta de que se alegran de que yo desaparezca,
para poder estar nuevamente en paz. Dos personas jóvenes, fuertes,

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felices, positivas, conformes con la vida. Pero que sin embargo en


ningún momento han olvidado colocar al amor por encima de todo.

En el momento en que Juan termina su lectura irrumpe un aplauso


espontáneo. Luego buscan sandwiches de la fuente y levantan las
copas de vino.

MARIANA: ¡No! ¡Lo de mis ojos es muy fuerte! Cuando lo vi llamé a la


revista para que lo cambiaran, pero me dijeron que ya era muy tarde.

JUAN: Yo me enojé porque de los míos no dijo nada. ¡Cata! ¡Mirá


bien! ¿No ves ninguna secreta luz en mis ojos?

CATALINA: A mí me parece más una sombra. Pero bastante sexi.

PEDRO: ¡Mirá la bola que te da mi mujer!

CATALINA: (a Juan) ¿Querés escaparte conmigo?

MARIANA: Me parece que a Juan le vendría bien cambiar un poco.


Está tan fiel…

PEDRO: ¿Estás segura?

MARIANA: Y bueno, por lo menos le creo, ¿no, Juan?

PEDRO: (a Catalina) ¡Aprendé vos!

CATALINA: Sí pero seguro que Juan miente mucho mejor que vos.

JUAN: Mirá, podrá sonar aburrido, pero no tengo fantasías.

PEDRO: Ese es el tema: la gente que no tiene fantasías miente


mucho mejor que la que tiene demasiadas.

CATALINA: Pedro adorna sus versos con demasiados detalles. A


veces me emociona realmente.

MARIANA: (a Pedro) A propósito leí tu artículo en la Revista. Hasta yo


entendí de qué trataba.

PEDRO: Lo escribió Cata.

JUAN: (a Cata) ¿Resultaste tan inteligente vos?

PEDRO: Yo estaba en Buenos Aires cuando llamaron para encargar el


artículo y Cata se puso a a escribirlo y me lo mandó por mail.

MARIANA: ¿Pero entonces por qué decía que era tuyo?

CATALINA: No pasa nada, no te asustes. No me pega. Siempre


trabajamos juntos.

JUAN: Envidiable.

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PEDRO: No dirías eso si supieras cómo la pasamos juntos. Para decir


verdad justo ahora es un infierno. ¡Salud, mi amor! No pasa nada si
digo eso cuando estamos con ellos, ¿no?

MARIANA: (se ríen) ¡Pedro!

CATALINA: No le den bola. A veces es tan bestia.

PEDRO: Me dijo bestia. Me siento muy honrado.

JUAN: Bueno, no aclaren que oscurecen… (se ríe)

PEDRO: No, no tenemos que olvidar que nosotros vivimos bajo una
apariencia feliz, que no podemos manchar con emociones de mierda.
¡Salud, Mariana! y gracias por la comida. Puede que yo no envidie tu
felicidad cursi, pero tu genialidad en el arte de la cocina es algo…

MARIANA: No, Cata es mejor cocinera que yo.

CATALINA: Lo malo es que él cree que yo le enveneno la comida.


(ante la incomodidad general). Es una broma.

PEDRO: Muy común en nuestra casa.

JUAN (desviando la cuestión): ¿Un cafecito?

MARIANA: No, dejá Cata, no te preocupes. Las nenas levantan la


mesa y lavan los platos. Las soborno, ¿sabés? Les gusta ganar plata.
Ahora están ahorrando para el verano.

JUAN: (a Pedro) ¿Querés un cigarro?

PEDRO: Gracias, dejé de fumar.

JUAN: ¿En serio? Felicitaciones.

CATALINA: Se puso tan insoportable que le rogué que volviera a


fumar. Pero ahora no fuma. Sólo para irritarme. Yo no lo puedo dejar.
Quedaré llena de arrugas como una momia y moriré de cáncer, pero
que así sea. (a Mariana) ¿tenés algo para el dolor de cabeza? Todo el
día fue una tortura, como tener una aguja clavada. Te acompaño. Así
los muchachos pueden intercambiar sus secretos patéticos con
tranquilidad.

Cambio de luz. Los hombres quedan estáticos. Cenitales sobre las


mujeres.

CATALINA: Sólo quería salir de ahí. Me emborracho y me pongo tan


peleadora. ¡Pobre Pedro! Se convierte en una rata asustada...

MARIANA: Si querés podés acostarte en la cama un momento.

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CATALINA: No, no hace falta. Acá estamos bien. Sos un amor,


Mariana.

MARIANA: Parece que están pasando un mal momento.

CATALINA (se ríe): ¿Sólo malo?

MARIANA: ¿Por qué no se separan por un tiempo?

CATALINA: Imposible, querida. Al contrario, nos vamos de viaje al


exterior, un largo viaje de negocios. Toda nuestra economía está
basada en que nos mantengamos juntos. Tenemos todo a nombre de
los dos, ¿entendés? Nuestra empresa en Argentina depende de que
hagamos todo juntos. Si nos separamos se nos cae la estantería. Es
impensable.

MARIANA: ¿No podrían trabajar juntos como compañeros y vivir cada


uno su vida?

CATALINA: No creas que no lo probamos. Pero Pedro dice que con


otras se vuelve impotente. Y creo que justo en eso es en lo único que
dice la verdad. Si lo dejo se vuelve loco. Y lo raro es que como
amante es tan tierno. Me encanta acostarme con él. Pero sin dejar de
tener a otro, obvio.

MARIANA: ¿No salís con nadie ahora?

CATALINA: No, Julio me dejó.

MARIANA: ¡Ah!

CATALINA: Julio no aguantaba vivir una doble vida. Y yo no aguanto


no tenerla. Así que ahora se desató el infierno, ¿entendés? Siento
tanto odio por mi marido que podría torturarlo hasta matarlo. (se
ríe).

MARIANA: ¿No ves ninguna salida?

CATALINA: En este momento no.

MARIANA: ¿Lo hablaste con él?

CATALINA: Dice que puedo hacer lo que mierda quiera. Lo único que
le interesa es ver cuánto podemos humillarnos.

MARIANA: ¿Te parece que necesite ver a un médico?

CATALINA: Se analizó un tiempo pero se cansó y dijo que el siquiatra


era un idiota total.

MARIANA: ¿No podés salir de todo eso?

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CATALINA: Una mañana cuando me desperté no estaba en la cama.


¿Sabés adónde había ido?

MARIANA: No.

CATALINA: Había subido ocho pisos y estaba parado en la cornisa del


techo mirando hacia la calle. Cuando le rogué que entrara me dijo
que no tenía que preocuparme. ¿Sabés qué le dije? Tirate. Dale. Y él
me dijo que no me iba a liberar tan fácil.

MARIANA: ¿Pero no es cierto que tiempo atrás andaban muy bien


juntos?

CATALINA: Lo que siento por él es… un cariño sin esperanza.


¿Volvemos adentro? Me siento mejor.

Ahora vuelven a moverse los hombres.

PEDRO (ebrio): Es tan perfecto que da asco.

JUAN: ¿Qué?

PEDRO: El matrimonio de ustedes. Juan y Mariana. Mariana y Juan.


Es sensacional. Casi dan ganas de llorar. En realidad, dan ganas de
pinchar con una aguja ese hermoso globo. ¡Salud por ustedes!

CATALINA: ¿Llevan como 10 años, no?

MARIANA: Acabamos de festejarlos.

PEDRO: Y ningún cadáver en el placar.

JUAN (se ríe): Eso nunca se sabe.

MARIANA: A nosotros nos gusta el orden.

PEDRO: Ya lo ves, Cata. Nos dejamos estar un poco con el orden vos
y yo. Pero ahora vamos a cambiar eso, ¿no? La semana que viene la
llamo a Mariana y reservo hora para que se encargue de nuestro
divorcio.

CATALINA (ebria): ¡Ay, qué lástima que Pedro se arrepiente siempre


cuando se pone sobrio! Porque ahí le empieza a funcionar la
calculadora a todo trapo. Y empieza: Acepto el divorcio si Catalina no
exige la cuenta del Citi. Y entonces yo contesto: Es mi plata. La gané
yo. Y entonces Pedro dice que es él el que la duplicó o cuadruplicó y
que yo me puedo quedar con la maldita fábrica. Entonces contesto
¡que fantástico! pero ¿qué carajo voy a hacer con una fábrica en
Argentina, que cada vez está peor? Entonces Pedro dice que me
puedo quedar con toda la mierda de acá, con el apartamento y la
casa de la playa y el gimnasio y las lanchas y coches y las pinturas y
las acciones y obligaciones. Entonces yo contesto que gracias, qué

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considerado por enchufarme esa enorme carga de impuestos.


(transición) Perdón por arruinar nuestra encantadora velada con
temas tan triviales, pero cuando Pedro empieza a hablar de nuestra
separación, ya sé cuánto tomó y cuándo va a empezar con los
insultos.

PEDRO: Es justo lo que yo te decía, Juan. Catalina es un hombre de


negocios. Además es una artista genial, y tiene un coeficiente
intelectual de no sé cuánto. Está fuerte. Cómo pude alguna vez llegar
a meterme entre las piernas de ese monstruo de perfección, es un
enigma para mí.

CATALINA: (a Mariana) Llamame un taxi, Mariana, por favor.

PEDRO (exaltado): ¿Por qué? Juan y Mariana están envueltos para


regalo. Es muy edificante para su moral poder pispiar el círculo más
bajo del infierno. Me pregunto si existe algo más espantoso que ver
todo ese odio en una pareja. ¿Qué les parece? Sí, Catalina y yo
somos dos chiquilines. Muy adentro de Catalina hay una nenita
chiquita que llora porque se cayó y se lastimó y no vino nadie a
consolarla. Y yo estoy sentado en la vereda de enfrente, nunca
maduré y lloro porque Catalina no me quiere, a pesar de todo lo
malvado que soy con ella.

CATALINA: Tenemos que agradecer algo. Y es la certeza de que nada


puede ser peor que esto. Ya estamos maduros para la separación.

PEDRO: Siempre que firmemos todos los papeles delante de testigos.


(a Mariana) Te llamamos en la semana.

MARIANA: Yo los ayudo con mucho gusto. Y hay un especialista en el


estudio que los puede asesorar en los acuerdos económicos

CATALINA: Incluso si nos ponemos de acuerdo en lo económico,


nunca me vas a dejar ir. Lo sé.

PEDRO: ¿Pensás que sos tan imprescindible, mi adorada?

CATALINA: Por lo pronto me obligás a acostarme contigo, porque con


otras no podés.

PEDRO: Tu capacidad de lastimar es ilimitada y ahora que terminaste


con Julio entraste un poco en pánico, ¿no? Sólo te queda el pobre y
paciente Pedro.

CATALINA: ¿Creés que no tengo otros? Perdonen ustedes que vaya


directo al grano, pero Pedro quiere la verdad. Te voy a decir una
cosa: me das tanto asco, quiero decir físico, que yo pagaría por
acostarme con cualquiera con tal de expulsarte de adentro mío.

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PEDRO (declamando): Y así pasó una nueva jornada para alabanza


de Dios.

CATALINA: Asqueroso de mierda…

PEDRO (declamando): Pero Tú sigues guiando nuestro camino a la


salvación.

Catalina le tira la copa a Pedro en la cara. Éste empieza a reírse y


saca el pañuelo para secarse. Catalina llora y sale corriendo. Juan
seca la alfombra.

PEDRO: Espero no la mancha salga. Cualquier cosa no dudes en


mandarme la cuenta. ¿Me das un café? De veras tenés que
disculparnos. Por lo general no nos comportamos de esta manera.
Pero pasa que ustedes son nuestros únicos amigos. Perdoname.
Perdonanos. Ahora te pido que llames un taxi. Si toma, no maneje.
Me voy a llevar a mi borrachita a casa, así podemos seguir y terminar
nuestra escena. El final no suele ser apto para todo público.

Sale.

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MARIANA: ¿Te parece que dos personas puedan vivir juntas toda la
vida?

JUAN: Es una absurda tradición que heredamos no sé de dónde.


Tendríamos que tener un contrato que se renovara cada año, o que
se pudiera rescindir.

MARIANA: ¿Nosotros también?

JUAN: No, nosotros no.

MARIANA: ¿Por qué nosotros no?

JUAN: Vos y yo somos la excepción que confirma la regla. Nos


sacamos la lotería.

MARIANA: ¿Entonces pensás que siempre vamos a vivir juntos?

JUAN: Yo qué sé.

MARIANA: ¿No lamentás a veces no poder acostarte con otra?

JUAN: ¿Vos sí?

MARIANA: A veces.

JUAN (sorprendido): ¿Me estás jodiendo?

MARIANA: Bueno. En teoría.

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JUAN: ¿Será que tengo un problema? Yo no tengo esa clase de


fantasías. Yo estoy contento.

MARIANA: Yo también. Nosotros hablamos el mismo idioma.

JUAN: Para mí lo de ellos es por la plata.

MARIANA: No. Yo me encuentro con eso en mi trabajo todo el


tiempo. A veces es como si el tipo y la mujer jugaran al teléfono
descompuesto. Es como escuchar a los dos soltando un discurso
programado previamente. Y a veces es el silencio universal.

JUAN: No sé qué es peor.

MARIANA: Sentate que tengo que hablar contigo.

JUAN: Pará, qué pasa.

MARIANA: No, no tengas miedo. No es nada peligroso.

JUAN: Entonces, ¿qué es?

MARIANA: Estoy embarazada.

JUAN: Yo sabía. Yo sabía. ¿Por qué me lo negaste?

MARIANA: No te quería preocupar.

JUAN: No estoy para nada preocupado.

MARIANA: ¿Y qué vamos a hacer ahora?

JUAN: ¿Querés decir que querés abortar?

MARIANA: Quiero que los dos razonemos. Después hacemos lo que


hayamos decidido juntos.

JUAN: Me parece que lo tenés que decidir vos.

MARIANA: ¿Por qué?

JUAN: Es muy claro: es un problema tuyo. De tu cuerpo.

MARIANA: ¿Querés decir que te es indiferente que tengamos otro


hijo?

JUAN: Indiferente para nada.

MARIANA: Quiero saber lo que te parece. Honestamente.

JUAN: No es tan fácil.

MARIANA: ¿Querés tener otro hijo?

JUAN: No tengo nada en contra. Hasta podría estar bueno.

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MARIANA: Pero no te entusiasma. Contestame con franqueza.

JUAN: ¡Por qué carajo tengo que ser yo el que es franco todo el
tiempo! ¿No podés decir lo que sentís vos? (PAUSA) No entiendo
cuándo nos descuidamos, qué pasó. Tomaste tus píldoras todo el
tiempo. ¿O no?

MARIANA: En el viaje me olvidé.

JUAN: ¡Ah carajo! ¿Por qué no me dijiste?

MARIANA: Pensé que no pasaba nada.

JUAN: Querías tener otro hijo.

MARIANA: No sé. Pensé que si quedaba embarazada era porque a lo


mejor teníamos que tenerlo.

JUAN: ¡Dios mío!

MARIANA: ¿Qué te pasa?

JUAN: Y se supone que sos una profesional que aconseja en toda


situación lo importante que es la planificación familiar. ¡Qué
disparate!

MARIANA: Sí, pude haber sido irracional.

JUAN: Entonces te decidiste. Y no hay nada más que hacer. ¿O sí?

MARIANA: Pensé que a lo mejor te iba a alegrar.

JUAN: Claro, muchas gracias. Estoy encantado.

MARIANA: Estoy en el tercer mes.

JUAN: Te sentís bien.

MARIANA: Nunca me sentí mejor.

JUAN: Bueno, al menos nuestras madres van a estar contentas. ¿Qué


pensás que van a decir las chiquilinas?

MARIANA: Tienen una tolerancia a toda prueba. Así que una tontería
más o menos de parte nuestra no tiene ninguna importancia. Nos van
a perdonar.

JUAN: ¡Ajá! ¡Salud! entonces que la o el que venga sea bienvenido. Al


final de cuentas puede estar bueno. Te ponés tan mimosa cuando
estás con panza.

Sigue un largo silencio. Entonces Mariana empieza a llorar. Juan la


mira sorprendido.

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JUAN: ¿Qué pasa?

MARIANA: Nada.

JUAN: Qué tenés.

MARIANA: Nada.

JUAN: Es poco creíble que vos y yo querramos tener más hijos.

MARIANA: Creés eso.

JUAN: Me parece que a los dos nos aterroriza el llanto del bebé y eso
de amamantarlo y cambiarle los pañales y cuidarlo y levantarse de
noche y todo ese baile horroroso. Los dos lo sentimos como algo
superado.

MARIANA: Me siento tan culpable.

JUAN: ¿Por qué?

MARIANA: Primero quiero otro hijo y juego con eso y me alegro y


después, cuando es un hecho, me arrepiento de ser una coneja. Es
de locos.

JUAN: Bueno, calmate.

MARIANA: Es mi cuarto hijo, Juan. Uno murió y a este lo estoy


matando.

JUAN: ¡No, por Dios, así no se puede razonar!

MARIANA: Yo razono así.

JUAN: Hay que ser prácticos.

MARIANA: No.

JUAN: ¿De qué se trata entonces?

MARIANA: De amor. (pausa) Es como si una dejara de sentirse real.


Tampoco vos sos real. Ni las nenas. Y entonces aparece esto del
bebé. Eso es real. Y entonces estamos ahí con nuestra maldita
comodidad y cobardía y vergüenza. Podríamos tenerlo. Ahora estoy
madura para parir.

JUAN: No entiendo. Hablás como si ya te hubieras hecho el aborto.

MARIANA: En algún sentido lo hice.

JUAN: Pero no te podés juzgar por sólo haberlo pensado.

MARIANA (gritando): Esto es serio, Juan. Es decisivo para nuestro


futuro.

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JUAN: No entiendo ni una palabra de todo lo que decís.

MARIANA: ¡Juan!

JUAN: Sí.

MARIANA: ¿No podríamos aceptar este bebé y alegrarnos con él? ¿No
podríamos ser un poco irresponsables y dejarnos llevar, quererlo
aunque haya sido un error?

JUAN: Ya te dije que banco. Así que no necesitás volver a insistir. Sos
vos la que complicó la conversación. No yo.

MARIANA: Entonces nos decidimos.

JUAN: Perdón, pero ¿qué decidimos?

MARIANA: Decidimos tener otro hijo.

JUAN: Digamos que sí.

MARIANA: Me siento bastante aliviada.

JUAN (amable): No es nada sorprendente que uno quiera y a la vez


no quiera.

MARIANA: No.

JUAN: Más bien es una regla.

MARIANA: No se trataba del bebé.

JUAN: No, por supuesto.

MARIANA: Se trataba de nosotros.

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Cambio de luz. Mariana está acostada. Juan la toma de la mano.

JUAN: ¿Cómo te sentís?

MARIANA: Mas o menos, gracias.

JUAN: ¿Fue feo?

MARIANA: Pasable.

JUAN: El médico dijo que descanses un par de horas y nos vamos


para casa.

MARIANA: Quiero dormir.

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JUAN: Pensé que nos podemos ir para afuera una semana. Puedo
pedirme unos días. La llamé a mamá y le pregunté si podía cuidar a
las nenas y quedó encantada.

MARIANA: Estaría bueno.

JUAN: Ayer almorcé con Gustavo y Sergio. Parece que Seba se va de


embajador.

MARIANA: Qué bueno. ¿Llamaste para cancelar el almuerzo con los


Delfino?

JUAN: No, me olvidé. Ya llamo.

MARIANA: ¿Hablaste con mis padres?

JUAN: Les dije que te tuvieron que hacer una pequeña intervención y
que se hizo de inmediato porque el médico tenía que viajar al
exterior.

MARIANA: ¿Qué dijo mi mamá?

JUAN: Se quedó dudando. (pausa) ¿Querés que la llame y hablás con


ella?

MARIANA: No, no.

JUAN: ¿Te duele?

MARIANA: Maso.

JUAN: Quería preguntarte por la casa de afuera. ¿Podés o…?

MARIANA: Sí, puedo.

JUAN: Tendríamos que hacer un lindo porche y pintarlo de azul.

MARIANA: ¿Nos alcanza la plata?

JUAN: No puede salir tan caro.

MARIANA: Hablá con Gustavo.

JUAN. Sí, lo voy a llamar (silencio).

MARIANA: Juan.

JUAN: Sí, mi amor.

MARIANA: Agarrame la mano.

JUAN: ¿Está bien así?

MARIANA: Sí.

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JUAN: Todo bien, entonces.

MARIANA (solloza): Me arrepiento tanto. (Juan no contesta, le


sostiene la mano) Es una locura.

JUAN: Mañana te vas a sentir mejor.

MARIANA: ¿Qué hice?

JUAN: No tiene sentido pensar así.

MARIANA: No.

JUAN: En un par de semanas te vas a olvidar.

MARIANA: ¿Te parece?

JUAN: Estoy seguro. Dormí un poco.

MARIANA: Sí.

JUAN: Descansá que vengo a buscarte en dos horas.

MARIANA: Sos tan bueno. Afuera vamos a pasar lindo. Vamos a


comer rico y a dormir mucho. Y a mirar la tele. Y a no pensar.

MARIANA: Sí.

JUAN: Que duermas bien.

MARIANA: No te olvides de cancelar lo de los Delfino.

JUAN: No.

Mariana está sola. Cierra los ojos pero no puede dormir. Se queda
mirando el techo. Las lágrimas le corren por el rostro. Suspira una y
otra vez.

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2. El arte de barrer bajo la alfombra

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JUAN: ¿Qué te pasa?

MARIANA: Pensalo. Cada día, cada hora, cada minuto de nuestras


vidas está metido en un casillero. Y en cada casillero está escrito lo
que vamos a hacer. Si de repente aparece uno vacío nos ponemos
ansiosos y lo llenamos con cualquier garabato.

JUAN: Pero tenemos nuestras vacaciones.

MARIANA: No entendés. De todas maneras no tiene sentido hablar de


eso.

JUAN (amable): Entonces ¿qué tenés?

MARIANA (sacude la cabeza): Estoy angustiada.

JUAN (sonríe): ¿Te peleaste con tu madre?

MARIANA: Me agota.

JUAN: Entonces sólo resta formular el deseo de que la amorosa dama


muera tan pronto como sea posible. Llamala y decile que hoy no
vamos.

MARIANA: ¿No quedamos de acuerdo en que la ibas a llamar vos?

JUAN: No, querida. Es tu madre. Te doy mi apoyo moral.

MARIANA: Sí.

JUAN: El primer y débil tiro de la gran revolución. ¿No contesta? Qué


bien.

MARIANA: Hola, Buen día, ¿cómo te sentís? Me alegro. ¿Papá salió?


Ah. Eso está bien. Mamá, hay una cosa que lamentablemente tengo
que decirte (larga pausa habla la madre) Exacto. ¿Cómo adivinaste?
Porque quiero estar con Juan y las nenas y que estemos solos y
juntos un domingo entero. No, no nos vamos a ir a ninguna parte.
No, sólo que no queremos ir a cenar (habla la madre) Sí, mamá, vos
tenés que ser una alegría y no una obligación (Habla la madre) Sí,
entiendo. Entiendo. Sí, no lo sabía. Eso no me lo habías contado.
(Habla la madre) No tan encantada, para ser honesta. No, no, olvidá
todo esto, querida mamá. No, no (habla la madre) Sí, ahora vamos
como estaba acordado. Sí, está muy bien.Gracias. Saludos de Juan.
Adiós, mamita. Cuelga

JUAN: La revolución se ahogó en sus pañales.

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MARIANA: Viene la tía Elsa y tiene un regalo para vos. (Rabiosa)


¡Qué horror!

JUAN: Igual fuiste valiente (La besa).

MARIANA: ¿Volvés para la cena?

JUAN: Claro.

MARIANA: Me gustaría que nos metiéramos en la cama y nos


abrazáramos y no nos levantáramos en toda la semana. Y así
lloraríamos los dos juntos.

JUAN: No elegimos esa vida.

MARIANA: ¿La elegimos nosotros o nuestras mamás?

JUAN: Tenés manía de persecución de madre.

MARIANA: ¿Vos elegiste esta vida?

JUAN: Me niego a vivir bajo la presión de la eternidad.

MARIANA: Imaginá que empezáramos a traicionarnos.

JUAN (incómodo): Mariana, por favor.

MARIANA: Si me enamorara de otro, ¿qué dirías?

JUAN: Te mataría por supuesto.

MARIANA: (lo besa). ¡Adiós querido!

JUAN: Adiós (la besa).

MARIANA: ¡Esperá un momento! Me voy contigo.

JUAN: ¿No es mejor que lleves tu auto?

MARIANA: No, me quedo en la ciudad. Así de noche vamos juntos al


teatro.

JUAN: Sí, pero las nenas…

MARIANA: Juana viene a limpiar hoy y le pido que se quede con ellas.
Esperame que les aviso.

JUAN: Bueno, pero estoy apurado.

MARIANA: Sólo un minuto.

Mariana sale. Juan toma el celular, y escribe y envía rápido un sms,


con cara de preocupación.

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MARIANA: Pase, por favor siéntese. En qué le puedo ser útil.

SRA. JUÁREZ: Me quiero divorciar.

MARIANA: ¿Cuánto tiempo estuvo casada?

SRA. JUÁREZ: Veinte años.

MARIANA: ¿En qué trabaja?

SRA. JUÁREZ: Siempre fui ama de casa.

MARIANA: ¿Cuántos hijos tienen?

SRA. JUÁREZ: Tenemos tres. Ya son adultos.

MARIANA: Entonces está sola.

SRA. JUÁREZ: Está mi marido, por supuesto.

MARIANA (se ríe): Por supuesto. ¿Está en casa todo el tiempo?

SRA. JUÁREZ: No, es profesor universitario.

MARIANA: ¿Por qué quiere divorciarse?

SRA. JUÁREZ: El nuestro es un matrimonio sin amor.

MARIANA: ¿Es esa la razón?

SRA. JUÁREZ: Sí.

MARIANA (con cuidado): Pero estando casados de tanto tiempo. Fue


siempre así o…

SRA. JUÁREZ: Siempre fue así, sí.

MARIANA: Y ahora que los hijos no están quiere separarse, ¿es eso?

SRA. JUÁREZ: Mi esposo es una buena persona. No tengo ninguna


queja contra él. Es muy correcto. Fue un padre maravilloso. Nunca
peleamos.

MARIANA: Todo suena muy bien.

SRA. JUÁREZ: Pero no hay amor. Nunca hubo.

MARIANA: Perdón por preguntar, pero ¿no habrá conocido a algún


otro hombre?

SRA. JUÁREZ: No, nada de eso.

MARIANA: ¿Y su esposo?

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SRA. JUÁREZ: Nunca me engañó, por lo que sé.

MARIANA: ¿No se van a quedar muy solos?

SRA. JUÁREZ: Sí, puede ser. Pero prefiero eso a vivir así.

MARIANA: ¿En qué se manifiesta esa falta de amor?

SRA. JUÁREZ: No se manifiesta en nada.

MARIANA: No entiendo.

SRA. JUÁREZ: Sí, es difícil de explicar.

MARIANA: ¿Le dijo a su esposo que quiere el divorcio?

SRA. JUÁREZ: Por supuesto. Hace quince años. Fue bastante


comprensivo, pero me pidió que esperara hasta que nuestros hijos
fueran adultos. Y ahora llegó el momento.

MARIANA: ¿Y él qué dice?

SRA. JUÁREZ: Me pide que lo piense. Veinte veces me preguntó qué


había de malo en nuestro matrimonio para que me quisiera divorciar.
Cuando le dije que falta amor, me preguntó qué tipo de amor. Y le
contesté cien veces que no lo sé.

MARIANA: ¿Cómo fue la relación con sus hijos, quiero decir, en


cuanto a los sentimientos?

SRA. JUÁREZ: Nunca los quise. De eso estoy segura. Pero fui una
madre bastante buena de todos modos. Hice lo mejor que pude. (Ríe)
Sé precisamente lo que está pensando.

MARIANA (en falta): Ajá. ¿usted lee los pensamientos?

SRA. JUÁREZ: Pienso que usted opina que soy una mujer descarada y
sin moral. Que tengo todo lo que se puede desear pero no lo acepto.
Compañerismo, lealtad, cariño, amistad, satisfacción, seguridad.

MARIANA: Puede ser que haya pensado algo así.

SRA. JUÁREZ: Ahora le voy a contar algo, abogada. Ando por ahí con
una imagen de mí misma. Y de ninguna manera concuerda en ningún
punto con la realidad.

MARIANA: Perdone una pregunta, una pregunta personal, señora


Juárez. No es así que con el amor…

SRA. JUÁREZ: ¿Qué pensaba decir, doctora?

MARIANA: No sé.

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SRA. JUÁREZ: Me imagino que tengo capacidad para llegar a amar,


pero me siento encerrada. Lo penoso es que esta vida que llevé hasta
ahora sólo fue cortando mis posibilidades más y más. Tengo que
hacer algo. Así que mi primer paso debe ser obtener el divorcio. Creo
que mi marido y yo nos obstaculizamos mutuamente de manera…
mortal.

MARIANA: Lo que dice asusta.

SRA. JUÁREZ: Sí, es terrible. La verdad es que pasa algo muy


peculiar. Mis sentidos, quiero decir la vista, el oído, lo sensorial,
comienzan a decepcionarme. Yo puedo por ejemplo decir que esta
mesa es una mesa, puedo verla, puedo tocarla. Pero la experiencia es
mínima y árida, si me entiende.

MARIANA (de repente): Creo que entiendo.

SRA. JUÁREZ: Eso pasa con todo lo demás, también: la música, los
aromas, el rostro y las voces de la gente. Todo se vuelve más pobre y
gris, sin valor.

MARIANA: ¿Cree ahora que va a encontrar algún otro hombre?

SRA. JUÁREZ (se ríe): No, nada de eso. No me hago ilusiones.

MARIANA: ¿Puede hacer comprender a su esposo esta ruptura?

SRA. JUÁREZ: Él cada vez se vuelve más amargo y odioso y dice que
soy una loca menopáusica.

MARIANA: Lo mejor sería que pudiera convencer a su marido de


aceptar el divorcio.

SRA. JUÁREZ: Dice que se niega por mi bien. Dice que me voy a
arrepentir.

MARIANA: Pero ¿está totalmente decidida?

SRA. JUÁREZ: No tengo ninguna opción. ¿Entiende, doctora, lo que


quiero decir?

MARIANA (reticente): Sí, creo que sí.

Cenital solo sobre Mariana. Llama por el celular. Es Juan el que


contesta, al otro lado del escenario.

MARIANA: Hola, perdoná que moleste.

JUAN: Está bien.

MARIANA: Se me ocurre que podríamos almorzar juntos.

JUAN: Por supuesto. Aunque yo como poco y nada al mediodía.

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MARIANA: Nos vemos en el bar a las doce y media. Beso.

Juan pone cara de preocupación y llama por teléfono.

JUAN: Hola. Imposible ahora, mi amor. Tengo otro compromiso.


Bueno, no lo puedo resolver, lo lamento.

Corta. Suena el celular. Juan putea y contesta.

JUAN: Mamá, cómo estás. Claro, ¿qué pasa? ¿La mamá de Mariana?
¿Qué pasó? Preocupada de qué. No, no, no. Te lo juro. Mariana y yo
estamos lo más bien. No pasó nada. Bueno, tu intuición esta vez le
erró, ¿viste? Creo que tendrías que llamar a la mamá de Mariana y
pedirle que se ocupe de algo importante en lugar de chusmear por
teléfono. Ahora estoy complicado, mamá, estoy en una reunión. Sí,
nos vemos. Beso. (Cuelga) ¡Uf! ¡Puta madre!

(cuando vuelve a concentrarse en lo que escribe se asoma Arturo)

ARTURO: Hola.

JUAN: Hola.

ARTURO: ¿Molesto?

JUAN: Sí, gracias.

ARTURO: En qué andás.

JUAN: ¿No tenías que estar dando clase?

ARTURO: Sí, pero los estudiantes están protestando por alguna causa
noble, así que me la suspendieron.

JUAN: Qué lindo. Viva la revolución, abajo la educación.

ARTURO: Estoy podrido.

JUAN: Somos dos.

ARTURO: ¿De qué sirve trabajar acá? ¿A alguien le importa?

JUAN: Esto es sólo el principio.

ARTURO: Si pudiera fumar un cigarrillo. Estoy sin fumar desde hace


seis días. Está bravo.

JUAN: ¿Tenés problemas de abstinencia? Tomá.

ARTURO (suspira, lo toca, lo disfruta): ¡Ah! Pero no puedo. Igual me


siento mejor.

JUAN: Prendelo. Después te vas a remorder y y eso también es


bueno. Hay que tener miedo de gozar.

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ARTURO: Juan, vine para decirte algo.

JUAN: Contame.

ARTURO: Ayer terminé de leer tu tesis de doctorado.

JUAN: ¿Te gustó?

ARTURO: No entendí nada.

JUAN: ¿No entendiste la tesis o no entendés la poesía de Rimbaud?

ARTURO: ¿Mariana la leyó?

JUAN: A Mariana no le interesa la poesía.

ARTURO: ¿Pero vos le interesás?

JUAN: ¿Eso a qué viene?

ARTURO: Nada. Olvidate.

JUAN: La quiero editar. Decime qué te pareció antes de que vaya a la


editorial.

ARTURO: No tenés que hacer eso.

JUAN: ¿Qué?

ARTURO: Ir a la editorial.

JUAN: ¿Es tan mala?

ARTURO: No es eso...

JUAN: Querés decir que no importa. Que es un histeriqueo privado.

ARTURO: Te voy a contar una cosa.

JUAN: Sí.

ARTURO: En nuestro grupo éramos varios los que creíamos que vos
ibas a llegar muy lejos. Pensábamos que eras fenomenal. Avanzabas
más rápido que todos nosotros y te envidiábamos y estábamos un
poco celosos.

JUAN: ¿Qué tiene eso que con la tesis?

ARTURO: No sé. Se me ocurrió.

JUAN: ¿Estás seguro de que no la leíste influido por la abstinencia de


tabaco?

ARTURO: Es muy probable.

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JUAN: Se la pienso mostrar a otro antes de meterla en el cajón.

ARTURO: Pero, claro, Juan.

JUAN: O mandarla a distintas editoriales. Para que quede bien claro


lo mala que es.

ARTURO: Te dolió.

JUAN: Para nada. Gracias por la mierda que me echaste.

ARTURO: Perdoname.

JUAN: Chau.

ARTURO: Chau. Dejé el manuscrito en bedelía. Besos a tu mujer.

JUAN: Adiós.

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En un bar.

MARIANA: Mirá, fui a un par de agencias de viaje y levanté estos


folletos. Son excursiones en grupo; después uno se separa del resto y
hace sus planes. Pero sale mucho más barato.

JUAN: ¿Adónde querés ir?

MARIANA: A cualquier parte.

JUAN: ¿A qué se debe esto?

MARIANA (pausa): ¿No te parece divertido?

JUAN: No sé.

MARIANA: Bueno, nos olvidamos del tema. (Junta los folletos)

JUAN: ¿Te pone mal?

MARIANA: Cuando estás de mal humor siempre decís que no me


preocupo por nuestro matrimonio. ¿No es así? Ahora pensé en
preocuparme por nuestro matrimonio.

JUAN: Muy considerado de tu parte.

MARIANA: ¿Por qué sos irónico?

JUAN: No. De verdad creo que fue considerado. Pero lo que pasa es
que no tengo ganas de irme de viaje.

MARIANA: Entonces todo va a ser como siempre.

JUAN: Podrías mandar a las nenas con tu hermana.

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MARIANA: No si nos quedamos en casa.

JUAN: ¿Y por qué no?

MARIANA: Le parecería bastante raro.

JUAN: ¿Y con eso, qué?

MARIANA: No, no va. Las nenas también pensarían que pasa algo
raro.

JUAN: ¿Tenemos que depender tanto de lo que piensen los demás?

MARIANA: Ahora sí que no entiendo adónde querés llegar.

JUAN: ¿Te parece que la vida es aburrida?

MARIANA: No. ¿A vos sí?

JUAN: No sé. ¿Podrá estar la vida organizada de manera tan poco


sólida que de golpe se vaya todo al diablo? Sin darnos cuenta.

MARIANA (silencio): ¿Querés decir nosotros?

JUAN: ¿Será que estamos siguiendo una huella sin pensar, que nos
lleva directo al cementerio?

MARIANA (indaga): ¿Pasó algo, Juan?

JUAN: Nada. Me tengo que ir.

MARIANA: Acordate que esta noche tenemos teatro.

JUAN: ¿Qué hay que ir a ver?

MARIANA: “Casa de muñecas” de Ibsen.

JUAN: Uf.

MARIANA (repentinamente): ¿Sabés que te quiero mucho y tengo


pánico de perderte?

JUAN: Okey.

---

Mariana y Juan dentro de un auto.

JUAN: Ahora vendría bárbaro una buena película de acción. “Casa de


muñecas” deja exhausto a cualquiera.

MARIANA: Muy buena la actriz que hacía de Nora.

JUAN: Sí, pero la obra es demasiado vetusta, eso lo pensaba hasta


Strindberg.

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MARIANA: Le daba envidia.

JUAN: Pasaron cosas en los últimos cien años, pero no en el sentido


que Ibsen esperaba.

MARIANA: ¿Ah sí?

JUAN (ríe, bosteza): El tema de la mujer es un capítulo terminado,


Mariana. Ahora las mujeres pueden hacer todo lo que quieran. Lo
lamentable es que no les da la gana.

MARIANA: Ah, ¡qué interesante!

JUAN: Las mujeres se hacen las víctimas. Es mucho más cómodo. Y


eso implica ante todo no tener ninguna responsabilidad cuando las
papas queman. Siempre pensé que había algo patético en las
feministas.

MARIANA: No digas esos disparates en público, por favor.

JUAN: Es así. En la facultad, hay dos mujeres que no sirven para


nada, pero todo el tiempo están tratando de sabotearse entre ellas.

MARIANA: Ese es un argumento de peso.

JUAN: ¿Alguna vez escuchaste hablar de una orquesta sinfónica


femenina? Pensá en más de cien mujeres con molestias menstruales
tocando el Himno a la Alegría.

MARIANA: Suerte que nadie te escucha.

JUAN: Las mujeres se buscaron el mejor papel desde el principio. Y


no lo quieran soltar, justo ahora que lograron lo que siempre
quisieron: la conciencia de culpa de los hombres, que les da increíbles
ventajas sin necesidad de mover un dedo. El otro día escuché a una
decir “¿No es verdad que las mujeres tenemos un don especial para
el cariño?” Me maté de risa. Es ese tipo de frases propagandísticas las
que ustedes utilizan cuando quieren salirse de una situación difícil.
Entonces me gustaría preguntar: ¿No tienen las mujeres un don
absolutamente especial para la crueldad, la brutalidad, la vulgaridad
y la indiferencia? (se ríe) No creo ni una sola palabra de lo que digo y
por lo demás me cago en todo.

Ambos se preparan para ir a la cama.

MARIANA: Cuando éramos jóvenes teníamos tantas esperanzas.

JUAN: ¿Te acordás cuando casi nos encerraron en casa por haber
participado en el desfile del 1º de mayo?

MARIANA: Al menos creíamos en el futuro de la humanidad.

JUAN: Estabas muy fuerte como socialista.

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MARIANA: ¿Y ahora?

JUAN: ¿Ahora qué?

MARIANA: ¿Sigo estando fuerte?

JUAN: Por supuesto. ¿Cómo no?

MARIANA: También estuve pensando en eso.

JUAN: ¿Será siempre así, que dos personas que viven juntas mucho
tiempo se cansan un poco?

MARIANA: Cansar no nos cansamos.

JUAN: Casi no.

MARIANA Es solo que tenemos mucho que hacer. Y de noche


terminamos reventados.

JUAN: Mariana, no fue ningún reproche.

MARIANA: Eso me pregunto.

JUAN: Palabra de honor.

MARIANA: Pero nos gustamos de todas formas.

JUAN: Pero no de ese modo. Al menos no tanto.

MARIANA: Sí.

JUAN: Sólo se trata de que nuestra vida en común se llenó de


formalismos.

MARIANA (dolida): No es tan divertido como antes. Pero habrá


quienes lo pasan peor. Hay otras cosas además del sexual, ¿no?

JUAN (se ríe): ¡Pero Mariana!

MARIANA (casi llorando): Si no estás conforme, buscate una amante.


Yo hago lo más que puedo.

JUAN (ácido): Sí, justo eso.

MARIANA: Ahora ponés esa cara.

JUAN: No pongo ninguna cara.

MARIANA: Esa cara y ese tono, soltá lo que querés decir.

JUAN: No vale la pena.

MARIANA: No, hablá.

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JUAN: A veces me pregunto por qué siempre nos trancamos con ese
problema. La culpa de tu madre.

MARIANA: ¡Justo!

JUAN: ¿Vamos a terminar esta conversación ahora y nos vamos a la


cama? Es muy tarde.

MARIANA: Eso es típico tuyo. Primero prendés la mecha, y cuando


me alterás, te querés ir a dormir.

JUAN: ¡Mariana! (pausa) Sufrís de una ambición desmedida. ¿Pero no


podrías excusar a nuestra pobre vida sexual de tus ambiciones?

MARIANA: Primero me ladrás porque no me esfuerzo y después


porque me esfuerzo.

JUAN (se rinde): Mi amor. No te pongas mal. Fue una pavada


empezar con ese tema.

MARIANA: Creo que hay algo que tiene que dejarse escondido, a la
sombra, protegido de la transparencia.

JUAN (en total retirada): Si te parece.

MARIANA: Estoy convencida. Nos lastimamos y queda todo ahí


cuando vamos a la cama. Es como acostarme en una cama de clavos.

JUAN (se ríe): Sí, sí.

MARIANA (con suspicacia): ¿De qué te reís?

JUAN: De la cama de clavos.

MARIANA: ¿Es gracioso?

JUAN: ¿No podemos acostarnos y punto?

MARIANA: ¿Te parece que te doy poco amor?

JUAN: El amor toma tiempo.

MARIANA: Entonces recibís muy poco.

JUAN: Los dos recibimos poco. Y damos poco.

MARIANA: Por eso quería que nos fuéramos de viaje.

JUAN: No creo que el amor dependa de pagar una tasa de embarque.

MARIANA (lo besa): Sos un amor, aunque seas idiota.

JUAN: Gracias, bombón.

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MARIANA (lo besa): Tenés tus buenos momentos, pero en el medio


todo es terriblemente mediocre.

JUAN: A nuestra edad se destruyen diez mil células cerebrales por


día. Y nunca se reponen.

MARIANA (lo besa): Contigo deben ser diez veces más, tan bobo sos.

JUAN: Y vos sos dulce aunque ladres.

La besa y le agarra un pecho. Ella le quita con cuidado la mano. Él se


ríe un poco, se levanta y bosteza. Mariana sonríe, con un poco de
culpa.

JUAN: Ahora estoy casi dormido.

MARIANA: Esperame.

Mariana habla con una de sus hijas invisibles.

MARIANA: Pero, Cris, ¿no dormís? Pausa. ¿Por qué no? Pausa. ¿Qué
cosas horribles soñás, mi amor? Pausa. Pobrecita…

Besa a la niña imaginaria y vuelve a su cama.

JUAN: Buenas noches.

MARIANA: Buenas noches querido.

JUAN: ¿Pusiste la alarma?

MARIANA: Sí, por suerte me acordé. (Pausa) ¡Juan! Si querés hacer


el amor…

JUAN: Ya fue. Ya fue. Buenas noches, querida.

MARIANA: Buenas noches y que duermas bien.

JUAN: ¿Con qué cosa horrible sueña nuestra hijita?

MARIANA: Con la guerra. Apaga una veladora y apagón.

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3. Paula

MARIANA: ¿Ya llegaste? Pensé que volvías recién mañana. ¡Qué


alegría! ¿Tenés hambre? Y yo hecha un desastre. ¡Qué bueno que
viniste! Las nenas duermen, nos acostamos temprano, no había nada
en la tele. ¿Qué querés que te prepare?

JUAN: Nada, comí de todo en el avión. Catalina y Pedro te mandan


saludos. El lunes te llaman a la oficina.

MARIANA: Ah, ¿otra vez la misma historia? Qué lástima.

JUAN: Me parece que es como si no supieran qué hacer.

MARIANA: Les pedí que contrataran un abogado cada uno pero no


querían. ¿No querés que te lleve una bandeja a la cama?

JUAN: No, me parece mejor acá.

MARIANA: Y yo que estaba preocupada de que te enojaras conmigo.

JUAN: ¿Por qué?

MARIANA: Vos sabés. No estuve nada simpática cuando hablamos


ayer por teléfono.

JUAN: Ah, no fue nada.

MARIANA: Te llamé apenas cortamos, pero lo apagaste.

JUAN: Estaba cansado.

MARIANA: Me parece que me porté como una tarada contigo.

JUAN: Olvidate del tema, ¿sí?

MARIANA: ¡Ay/! Me mareo de hambre. Mirame, bajé casi dos kilos.


¿No se nota?

JUAN: No.

MARIANA: Se siente. A veces me digo ¿por qué no se puede ser


gordo y estar de buen humor? ¡Pensá qué lindos seríamos! ¿Te
acordás de la tía Miriam y el tío David? ¡Lo divertidos que eran y lo
bien que pasaban juntos! Cada noche se acostaban y la cama crujía y
se agarraban de la mano y estaban tan contentos los dos. ¿Querés
que me ponga linda? Sé que te gusta. Vení, querido, vamos a
acostarnos. Vos estás cansado y yo también, aunque dormí un ratito
antes de que vinieras. ¿Qué pasa, Juan? ¿Estás triste por algo? ¿Pasó
algo? Contame.

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JUAN: Me enamoré de otra. Vine un día antes para decírtelo. Es


ridículo y a lo mejor es una cagada. Casi seguro. La conocí en el
congreso de junio. Era secretaria y traductora. Está estudiando. Va a
ser profesora de inglés y francés. No es especialmente linda. Vos casi
creerías que es fea. No sé adónde me va a llevar esto. No sé nada.
Estoy totalmente confundido. Pero estoy contento. Tengo terrible
culpa por vos y las nenas. No me parece justo, pero... Quiero decir
que… Decí algo, por favor.

MARIANA: No sé qué decir.

JUAN: Esta historia tiene dos años. Pero yo pensaba: a lo mejor se


me pasa.

MARIANA: Es raro.

JUAN: ¿Qué es raro?

MARIANA: Que nunca haya sospechado nada. Incluso estábamos


mejor que antes. Estabas tan amoroso. ¿Qué vamos a hacer ahora?

JUAN: No sé.

MARIANA: ¿Te querés divorciar? ¿Te vas a casar con ella? ¿Por qué
además tenés que hablar de esto justo esta noche? ¿Por qué tanto
apuro?

JUAN: Nos vamos a París mañana de tarde.

Mariana lo mira, calla.

JUAN: Dejame borrarme de todo al menos por un tiempo. De todos


modos me tenía que ir en otoño. Y Paula consiguió una beca y
pensaba aprovecharla. Quiero estar con ella. No puedo estar sin ella.

Mariana lo mira, calla.

JUAN: La verdad es que cuando estoy en casa quiero largar todo.


Estoy harto y con miedo.

Mariana lo mira, calla.

JUAN: Sé que te parecerá ridículo y no tengo excusas.

MARIANA: ¿Cómo podés saber lo que pienso?

JUAN: Es así, Mariana. No hay nada que se pueda hacer.

MARIANA: Vamos a dormir. Es tarde. Y mañana tenés que salir


bastante temprano.

JUAN: Tengo una reunión a las nueve.

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MARIANA: Entonces vamos.

Van a la cama.

JUAN: ¿Sabés si mi traje gris está acá? Lo estuve buscando.

MARIANA: Está en la tintorería.

JUAN: Ah.

MARIANA: ¿Lo querés llevar al viaje?

JUAN: Sí.

MARIANA: Tengo el recibo, si querés retirarlo.

JUAN: No voy a tener tiempo.

MARIANA: Si querés lo levanto yo. También te puedo hacer la valija.

JUAN: No, gracias.

MARIANA: Acá tenés todo lo que necesitás, camisas limpias y ropa


interior, así que ya te las podés llevar. ¿No querés usar el saco azul
con el jean? Te hacen más joven.

JUAN: Si te parece…

MARIANA: ¿Cuánto tiempo te vas?

JUAN: No sé. Depende.

MARIANA: ¿De qué?

JUAN: Me dieron ocho meses de licencia.

MARIANA (golpeada): ¿Eh? ¿Y te creés que me voy a quedar


esperándote ocho meses?

JUAN: Es tu decisión, a mí no me importa. ¿Sabés cuánto tiempo


aguanté esto? No quiero decir esto con Paula sino la idea de
separarme de vos, de las chicas y la casa. ¿Podés adivinar?

MARIANA: No lo digas.

JUAN: Cuatro años. No porque no me gustaras.

MARIANA: Basta, es suficiente.

JUAN: No, tenés razón. Para qué.

MARIANA: ¿De qué vas a vivir? Tenés que pasarle plata a las nenas.

JUAN: No te preocupes. Tengo para arreglarme.

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MARIANA: Entonces tenés ingresos que no conozco.

JUAN: Sí.

MARIANA: ¿Cómo es eso?

JUAN (enojado): ¿Querés que te cuente? Te cuento. Vendí un terreno


que tenía y además pedí un préstamo. Desde el primero de abril el
banco te va a pagar diez mil para vos y las chicas. Hasta nuevo aviso.
Después vamos a ver qué hacemos cuando vuelva a casa. Hablá con
algún abogado de tu oficina, si querés, me importa un carajo. Decime
tu precio. No pienso llevarme nada. Salvo mis libros, si no te molesta.
Voy a desaparecer, escuchá bien. Me voy a volver invisible. Voy a
pagar todo lo necesario. Yo no preciso nada. Lo único que me
interesa es salir de acá y de todo esto. ¿Sabés qué es lo que me
cansó más de todo? Eso de todos los días de qué vamos a hacer, con
qué tenemos que tener cuidado, lo que va a decir tu mamá, lo que
van a interpretar las nenas, cómo vamos a arreglar los almuerzos y si
no debería invitar a mi papá, que si viajamos o no viajamos a Brasil,
que vamos a festejar Navidad, Pascua, Reyes, los cumpleaños, toda
esa mierda… Sé que soy injusto. Sé que tuvimos una buena vida. Y
de veras creo que todavía te amo. Sí, sé que de alguna manera te
quiero más ahora que encontré a Paula. Pero ¿podés entender esta
amargura? No sé de qué otra forma llamarla. Nadie puede
explicármelo por la simple razón de que no tengo a nadie con quien
hablarlo.

MARIANA: ¿Por qué no me dijiste nada?

JUAN: ¿Qué querías que te dijera? ¿Que me aburre ir a la cama


contigo? ¿Que tengo ganas de pegarte cuando te sentás tan derechita
a tomar la sopa en un jarrito? ¿Y las chiquilinas, siempre
maleducadas? ¿Por qué las criamos así? ¿Me lo podés decir? No te
culpo, Mariana. Sólo que todo se fue al carajo y no sé por qué.

MARIANA: Debo haber hecho algo mal.

JUAN: Nada que ver. Ni vos ni yo nos equivocamos. Todo es por


simple azar, una casualidad atroz.

MARIANA: Pobrecito.

JUAN: No quiero tu compasión. Está todo vacío. Lo único que hay es


mortificación. Y todo lo que digamos o hagamos provoca dolor.

MARIANA: ¿No podés evitar viajar?

JUAN: Es imposible.

MARIANA: Pero te lo ruego con todo mi corazón.

JUAN: Es inútil.

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MARIANA: ¿No podés postergar el viaje algunos meses por lo menos?


No me das ni siquiera una chance. Creo que esto lo podemos
arreglar. Creo que podríamos encontrar otra forma. A lo mejor Paula
me podría entender mejor que vos. Podría encontrarme con ella y
razonar. Está mal romper todo, justo cuando empezamos a decirnos
la verdad.

JUAN: Ya sé para dónde vas: ¿qué van a decir nuestros padres? ¿qué
va a pensar mi hermana? ¿Y nuestros amigos? ¿Qué van a decir las
nenas y las madres de sus compañeritos de clase? A la mierda con lo
que quieran decir. Sí, me cago en todo eso. Pienso comportarme
como un canalla. Lo necesito.

MARIANA: No era eso lo que quería decir.

JUAN: Ah, sí, ¿qué querías decir?

MARIANA: Nada.

Se han acostado en la enorme cama matrimonial y apagado las luces.

MARIANA: Me olvidé de poner la alarma. ¿A qué hora tenés que


levantarte?

JUAN: Ponela cinco y media.

MARIANA: ¿Querés que le cambie el tono? Éste es horrible. Igual yo


me despierto antes. No te preocupes (de golpe). Quiero que me
cuentes de Paula.

JUAN: ¿Para qué?

MARIANA: No sé, quiero. Quiero saber cómo es. ¿Tenés una foto?
Seguro que sí.

JUAN: Mariana…

MARIANA: Por favor.

JUAN: Extrae dos fotos del bolsillo del saco. Acá tenés. Una es de
hace dos años. La otra es de un pasaporte que se sacó hace poco.

MARIANA: Es linda. Lindos pechos, parece. ¿No?

JUAN: Sí.

MARIANA: ¿Se tiñe el pelo?

JUAN: No sé, es posible.

MARIANA: Tiene una preciosa sonrisa. ¿Qué edad?

JUAN: Veintitrés. Nunca tuvo suerte con los hombres.

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MARIANA: ¿Te mortifica?

JUAN: Sí. Es demasiado espontánea. Yo no quiero saber nada pero se


empeña en contar toda su biografía erótica. Es bastante feo, porque
sufro de celos retrospectivos. Dice que no pone grandes esperanzas
en lo nuestro. Dice que sabe que voy a volver contigo. Sobre todo es
bastante infantil pese a sus veintitrés años. Es terriblemente celosa,
te tiene pánico. Sobre todo es insegura. Trato de ayudarla lo más que
puedo. Es bastante raro y me confunde.

MARIANA: ¿La pasan bien en la cama?

JUAN: Al principio era horrible. Pero cambió cuando nos fuimos de


viaje por una semana.

MARIANA: Se fueron juntos…

JUAN: Sí, ¿te acordás que fui a dar una conferencia a Chile en abril?

MARIANA: Sí.

JUAN: Fuimos a un hotelito pulguiento y hacíamos el amor día y


noche.

MARIANA: Y yo confiada.

JUAN: No sólo confiada. Los dos nos refugiamos en una existencia


protegida herméticamente.

MARIANA: ¿Protegida de qué?

JUAN: De la verdad. Todo bien dispuesto, todas las grietas cubiertas,


todo funcionando. Nos ahogamos.

MARIANA: Y ahora tu Paulita viene a despertarte a una nueva vida...

JUAN: Yo que sé. Quiero vivir.

MARIANA: ¿Es Paula la que te hace creer esas pavadas? ¡Qué


ingenuo sos!

JUAN: No empieces.

MARIANA: Perdón.

JUAN: Yo sé que esto es una catástrofe, tanto para vos como para
mí. Traté de liberarme varias veces, pero fue imposible. No me suelta
y estoy loco por ella. Al principio me resistí pero ahora dejo que todo
se vaya al carajo.

MARIANA: Lo único que te pido es que posterguen el viaje.

JUAN: Paula nunca lo aceptaría. Estoy decidido.

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MARIANA: ¿No puedo conocerla?

JUAN: No quiere ni oír hablar de vos.

MARIANA: De veras te metiste en un lío.

JUAN: Al revés. Me salvé. Toda la vida tuve que ser tan


asquerosamente bien educado, inteligente, equilibrado y considerado.

MARIANA: Vení y acostate. Quiero que te acuestes conmigo. Nadie se


va a enterar. Por la vieja amistad.

Ella apaga la luz. Ya casi está amaneciendo. Se acuestan juntos y ella


tiene de inmediato un profundo orgasmo. Luego comienza a llorar con
el rostro escondido entre las manos. Después se serena, abraza con
dulzura y a la vez con fuerza a su marido y lo besa varias veces. Se
miran con cariño y desesperación.

MARIANA: Ahora recostate en mi falda y vamos a dormir así.

JUAN: No creo que pueda. Prefiero irme enseguida.

MARIANA: No, acostate y cerrá los ojos. Vas a ver que te dormís. Los
dos necesitamos dormir. Mañana va a ser un día cansador.

JUAN: Me avergüenzo tanto.

MARIANA: Esperemos un poco. Ahora somos sólo vos y yo. Nos


quedan algunas horitas. Sólo vos y yo.

Finalmente se duermen abrazados.

Mariana se despierta de golpe. Juan se está terminando de vestir.

MARIANA: ¿Querés la boleta de la tintorería?

JUAN: Dale.

MARIANA: Tomá, mi amor. Se la da.

JUAN: Ya termino de armar la valija.

MARIANA: ¿Te avergüenza que te ayude?

JUAN: Me parece impropio.

Se ríen indefensos.

MARIANA: ¿Vas a consultar los mails?

JUAN: Claro. Las cuentas por favor pagalas con cheque.

MARIANA: Otra cosa. ¿El plomero que iba a venir a arreglar el baño?
¿Hablaste o lo llamo yo?

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JUAN: Lo llamé como diez veces pero no lo encontré. Cancelame el


dentista, haceme el favor. Seguro que me olvido.

MARIANA: ¿Qué hacemos con el cumpleaños de tu padre? Si lo


llamás y le explicás todo, me sacás un peso de encima.

JUAN: Le mando un mail.

MARIANA: No te olvides. Otra cosa. ¿Qué le querés decir a la mujer


de la limpieza?

JUAN: Es lo que menos me importa.

MARIANA: ¿Por qué te enojás?

JUAN (pausa): Mirá, es mejor que lo sepas. Nos descubrió a Paula y a


mí una mañana, hace como un mes. Yo no sabía que habían
cambiado de día y de repente apareció en el dormitorio. (Pausa) Fui a
la cocina, le di una plata y le pedí que no me delatara. (Pausa) ¿Por
qué no decís nada?

MARIANA: Okey.

Se doblega.

JUAN (amable): ¿Qué tenés?

MARIANA: Va a pasar.

Él toma el sobretodo.

JUAN: Chau.

MARIANA: ¿Qué querés que les diga a las nenas?

JUAN: Lo que quieras.

MARIANA: ¿Les tengo que decir que te enamoraste de otra y nos


abandonaste?

JUAN: Creo que es una forma perfecta de decirlo. Además tiene la


ventaja de ser cierto. No espero ninguna comprensión.

MARIANA: Cristina lo va a sentir mucho. Está tan atada a vos ahora,


se pasa hablando de vos.

JUAN: Decile que la culpa es mía. Doler, les va a doler siempre. Me


voy. Chau mi amor, cuidate.

MARIANA: Adiós.

Se quedan allí quietos, asustados e inseguros. Él se inclina para darle


un beso en la boca pero ella retira la cara. Él se ríe.

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JUAN: A lo mejor vuelvo en una semana.

MARIANA: Ojalá. No sé cómo voy a salir adelante.

JUAN: Chau, Mariana.

Se va. A través de la ventana Mariana lo ve subirse al coche. Después


de varios intentos, el auto se enciende y hace su recorrido hasta
desaparecer. Se iluminan dos camitas pequeñas, donde duermen dos
niñas invisibles. Mariana se sienta un momento y las mira dormir.

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4. Valle de lágrimas

Suena el timbre. Mariana, va y abre, después de controlar frente al


espejo cómo luce.

JUAN: ¡Hola!

MARIANA: ¡Hola, pasá!

JUAN: Perdón por llegar tarde, pero tuve un problema con el auto.
(La besa en la mejilla) ¡Qué linda estás!

MARIANA: Qué bueno que te guste. Lo compré hace unos días, pero
me arrepentí. Pero adelante, pasá.

JUAN: Hace mucho que no nos vemos. ¿Más de medio año?

MARIANA: Siete meses. ¿Qué pasó?

JUAN: Paula se fue de viaje por una semana.

MARIANA: Ah… ¿Qué querés tomar?

JUAN: Whisky. Sin hielo.

MARIANA: ¿Ahora estás tomando whisky?

JUAN: A veces. ¿Las nenas?

MARIANA: Las mandé a dormir a lo de mamá.

JUAN: ¡Ah! Bueno, es mejor.

MARIANA: No te olvides más de los cumpleaños por favor. ¿No tenés


agenda en el teléfono? Anotátelos y ponete un alerta. Les compré
regalos como que eran tuyos, pero me descubrieron. Las podrías
llevar a comer una cajita feliz. O al cine. Es bastante horrible que
nunca las llames. Hablan poco de vos últimamente.

JUAN: Paula es celosa, ¿qué querés que haga?

MARIANA: ¿Cómo te dejás dominar así?

JUAN (cansado): Qué querés. ¿Y vos cómo estás?

MARIANA: Podría ser peor.

JUAN: Para qué te llamé. No podemos hablar de nada sin hacernos


mal.

MARIANA: Entonces tengo una idea brillante. Brindemos…

JUAN: Excelente.

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Cuando se paran la abraza y la besa en la boca. Ella lo deja hacer


tras una pequeña protesta. Después se miran con una sonrisa
espontánea.

MARIANA: Estás más gordo.

JUAN: Y vos impresionante.

MARIANA: Primero el vino. Después vemos.

JUAN: (lo descorcha y sirve dos copas) ¿Viste que Martín se vuelve a
casar?

MARIANA: Sí.

JUAN: Esta nueva que se consiguió, es una idiota total. Pero parece
que tiene plata. ¡Salud, (prueba el vino) muy bueno!

MARIANA: No es nada del otro mundo.

JUAN: Estoy muy contento, me salió una cátedra en la Universidad de


Cleveland. Mucha plata. Y me voy por un buen tiempo. Estoy tan
cansado de la mediocridad que hay acá. Así que me mudo el mes que
viene.

MARIANA: Felicitaciones.

JUAN: Y ahora viene la pregunta no pronunciada: ¿Vas a llevar a


Paula a los Estados Unidos? Y la respuesta es… cha channnnn: no. Me
hartó. Estoy podrido de sus berrinches y escenas y lágrimas y gritos y
reconciliaciones…

MARIANA: (levantando la botella) ¿Querés más?

JUAN: No, está bien. Riquísimo. Perdoname que hable tanto, pero
estoy de tan buen humor, desde que me salió ese trabajo.

MARIANA (calma): Entonces podríamos hacer el divorcio, ¿no?

JUAN: Como quieras.

MARIANA: Sí. Sería bueno. A lo mejor quiero volver a casarme.

JUAN: ¿Estás con alguien?

MARIANA: Qué curioso te me pusiste. ¿Más vino?

JUAN: Mirá vos… Quién iba a decir que te ibas a conseguir un


amante, ¿eh?

Ella le sirve más vino rodeándole con sus brazos. Se inclina sobre él y
lo besa en la boca.

JUAN: Veo que cambiaste los muebles.

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MARIANA: ¿Te parece mal?

JUAN: No.

MARIANA: Me mudé a tu escritorio.

JUAN: ¿Y qué hiciste con mis cosas?

MARIANA (alegre): Están en un depósito. Vendí todo en Mercado


Libre, muebles, cuadros, adornos, y compré todo nuevo. ¿Te parece
que tendría que haber esperado? ¿Tendría que haber hecho un año
de luto?

JUAN: No. No.

MARIANA: Te molestó.

JUAN: No, para nada. Es lo justo.

MARIANA: Además me desprendí de la cama de dos plazas.

JUAN: ¿Por qué?

MARIANA: Así que como ves, se impuso la castidad.

JUAN: ¿Y tu amante entonces?

MARIANA: Todavía pienso que por el momento es mejor que nos


encontremos en su casa.

MARIANA: ¿Por las nenas, querés decir?

MARIANA (sonrie): ¡Qué bobo! Al revés. Lo que ellas quieren es que


me vuelva a casar.

JUAN: Te quedó linda la casa.

MARIANA (Se ríe): ¿Y la tuya qué tal?

JUAN: Vivimos en el piso 10 de una torre de hormigón. Es lo más


parecido a como siempre imaginé al infierno.

MARIANA: No pensé que creyeras en el infierno.

JUAN: A Paula le encanta el infierno.

MARIANA: ¿Y entonces? ¿Qué es de tu vida?

JUAN: Pienso que, aunque tenga la ilusión de imaginarme otra cosa,


todo evoluciona, cambia, pero lo único que se mantiene es la soledad.
La soledad más absoluta. Podés imaginarte con otros. Podés
conectarte con gente por la religión, la política, el arte, el amor… Pero
la soledad es lo único que sobrevive. Hay que vivir con la convicción

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de la soledad. Solo así podés aceptar con un poco de satisfacción el


sinsentido de la vida.

MARIANA: Palabras. Palabras. Palabras.

JUAN: Sí. Uno habla solo para conjurar el gran vacío. (Se inclina) ¿De
qué te reís?

MARIANA: Estás tan teórico.

JUAN: ¿Y vos?

MARIANA (calma): Todos los días me pregunto qué fue lo que hice
mal para que pasara lo que nos pasó.

JUAN (sarcástico): ¿Por qué no vas a terapia?

MARIANA: Veo a un psicólogo dos veces por semana. Dentro y fuera


del consultorio.

JUAN: ¿Ese es tu amante?

MARIANA: Nos acostamos varias veces pero siempre fue un desastre.


Así que nos dedicamos de lleno a mi interesante vida espiritual.

JUAN: ¿Y a qué conclusión llegaron?

MARIANA: A ninguna.

JUAN: Al menos hubo un resultado (bosteza)

MARIANA: Si querés irte a tu casa…

JUAN: No, para nada.

MARIANA: Si no acostate acá y dormí un poco, te despierto en una


hora.

JUAN: Sos tan linda.

MARIANA: No te pongas zalamero, hacé el favor. Acostate.

Pero Juan la abraza y la besa largo rato en la boca. Ella se queda


quieta con el rostro vuelto hacia arriba y los ojos cerrados y se deja
besar. Cuando él le coloca la mano sobre el pecho, se encorva y le
saca la mano.

MARIANA: No, así no.

JUAN (sonriendo): ¿Cuál es el problema?

MARIANA: No quiero que mañana te vayas y te vuelva a extrañar.


¿No entendés que te quiero mucho? Estoy bien. Tengo amigos y un
amante. Tengo mis hijas y un trabajo que me gusta. Pero estoy atada

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a vos. No sé por qué. No quiero vivir con nadie más. Los otros
hombres me aburren mucho. No te lo digo para extorsionarte. Sólo te
digo cómo es. Por eso se vuelve terrible que empieces a besarme y
nos acostemos. Porque me abro del todo. Y después…

JUAN: Vos sabés que te sigo queriendo.

MARIANA: ¿Por qué mentís?

JUAN: Si queremos ir a la cama ¿por qué no? Eso muestra que


todavía nos extrañamos.

Mariana le permite besarla varias veces. Él la acaricia cada vez más


fuerte. El diario cae al suelo. La arrastra hacia él y comienza a
desabotonarle la blusa. Entonces ella se libera y se levanta, se
arregla el pelo y se prende la blusa de nuevo. Sacude la cabeza.

MARIANA: No, no quiero.

Mariana está por llorar pero logra contenerse.

JUAN: Si querés me voy…

MARIANA: No, quedate.

JUAN (amable): Me gustás tanto.

MARIANA (amable): Estoy histeriqueando, ¿no?

JUAN (amable): Sí, pero está todo bien.

MARIANA: El otro día estaba revisando cajones y me encontré con


una foto mía de cuando tenía diez años. Me miro a mi misma y ya no
me reconozco. La verdad es que no sé quién soy. Para nada. Siempre
hice lo que la gente me decía que hiciera. Siempre fui obediente.
Pero nunca pensé en qué era lo que yo quería. En ese mundo
estrecho que nos hicimos vos y yo había tanta brutalidad, tanta
crueldad, que asusta. Comprar seguridad cuesta muy caro: el precio
que se paga es la destrucción de la personalidad. Ahora me pregunto
si estoy perdida sin remedio.

Mariana lo mira. Juan se durmió. Ella lo despierta.

MARIANA: Andate para tu casa a dormir.

JUAN. Sí. Perdoname. Sí. Me voy.

MARIANA: Llamá cada tanto a tus hijas, no te olvides.

JUAN: Sí, claro. Te lo prometo.

MARIANA: ¿Cuándo te vas a Estados Unidos?

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JUAN: Calculo que en un mes.

MARIANA: Avisame con tiempo.

JUAN: Te llamo. O te mando un correo.

MARIANA: ¿Y cuándo hacemos el divorcio?

JUAN: ¿Pensás casarte de nuevo?

MARIANA: No sé.

JUAN: Me gustaría esperar un poco antes de decidir nada.

Mariana está muy triste. Juan la abraza, también en estado de gran


confusión. De pronto comienzan a besarse. Mariana se aferra a él. Se
van contra la pared, sonrientes.

MARIANA: Quedate a dormir.

JUAN: Dale.

Se van a la cama, se acuestan y se acarician con enorme cariño,


callados. Entonces suena el celular.

MARIANA: No te preocupes. No es nada.

JUAN (algo agitado): ¿Es el tipo?

MARIANA: Sí.

JUAN: ¿Sabe que estoy acá?

MARIANA: Obvio.

JUAN: ¡Qué pesado!

MARIANA: A ver.

Mariana se levanta y atiende el celular. Juan la observa y escucha su


conversación.

MARIANA: Hola, no puedo hablar ahora. Sí, se quedó. Sí. Lo siento


pero es así. No sé. Sería muy amable de tu parte no volver a llamar.
Tratá por una vez de portarte como un adulto. Cuidate.

JUAN: ¿Estás enamorada de él?

MARIANA (lo mira largamente): A veces hacés preguntas tan idiotas


que me dan ganas de matarte.

JUAN: Me tengo que ir.

MARIANA: ¿No podés quedarte?

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JUAN: No, imposible. Me voy a casa. Esto no me hace bien.


Perdoname.

Ella le besa la mano. Él se va.

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5. Analfabetos

Juan pasa al otro lado de la puerta. Mariana la cierra. Pero enseguida


Mariana toca a la puerta y Juan habla, sentado en una silla, del otro
lado.

JUAN: Adelante.

MARIANA: (pasando) Cómo estás. Perdoname la hora. Mi madre


llamó justo cuando iba a salir y se puso muy pesada. ¿Qué contás de
la vida?

JUAN: Estoy con una gripe que vuelo. Hubiera preferido cancelar,
pero si te vas al exterior, no hay otra que firmar los papeles ahora,
¿no?

MARIANA: ¡Pobre, das pena! Espero que Paula te trate muy bien.

JUAN: Yo engripado y ella con una especie de virus estomacal. Todo


muy romántico.

MARIANA: Vas a ver que todo se arregla.

JUAN: Se te ve bien.

MARIANA: Puede ser.

JUAN: ¿Por algo en especial?

MARIANA: Siempre es lindo viajar. (le muestra su vestido) ¿Qué te


parece?

JUAN: Lindo.

MARIANA: (le extiende unos papeles) Acá tenés el convenio. Vichalo


y si te parece bien lo firmamos y listo.

JUAN: ¿Hace falta que lo lea?

MARIANA: Bueno, está el reparto de los bienes gananciales. Tendrías


que verlo.

JUAN: (ácido) ¿Coñac?

MARIANA: Sería ideal.

JUAN: Si estaré en decadencia que me lo dieron como único pago de


una conferencia. (sirve) Tomá. ¡Salud! Y, ¿qué tal?

MARIANA: Bien. El coñac no me mata, pero si fue tu salario…

JUAN: (Bebe de un trago) Ahora sí.

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MARIANA (luego de una pausa): Qué difícil, ¿eh?

JUAN: ¿Qué es lo difícil?

MARIANA: Divorciarse.

JUAN: Son papeles.

MARIANA: ¿Cómo podés trabajar en un lugar tan horrendo? ¿No


podemos sentarnos ahí y apagar la luz de arriba? Es matadora.

JUAN: El sofá tampoco es especialmente cómodo.

MARIANA: Lo podemos hacer más cómodo. (pone las piernas sobre


una silla)

JUAN: ¿Querés más coñac?

MARIANA: Sí, gracias. ¿Estás solo esta noche? ¿Hay alguien en el


edificio?

JUAN: Nadie. Está vacío. El único que está a esta hora es el portero,
abajo.

MARIANA: ¡Qué lindo!

JUAN: ¿Qué es lo lindo?

MARIANA: Nada. Que estoy a gusto.

JUAN: Acá.

MARIANA: No especialmente. A gusto con la vida. Para serte sincera,


estoy bastante enamorada.

JUAN: ¿De ese David todavía?

MARIANA: ¿David?, Ah, sí. No. Eso pasó.

JUAN: Ajá.

MARIANA: Me parece también que empecé a liberarme. Y eso es


bastante bueno. Muy bueno.

JUAN: ¿Qué querés decir con eso?

MARIANA: No te preocupes. Dame un beso.

JUAN: Tengo gripe..

MARIANA: Dale, qué importa. Quiero.

JUAN (la besa): ¿Y ahora?

MARIANA: Mejor. (Se desabrocha la blusa).

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JUAN: ¿Qué querés?

MARIANA: Es lo que había pensado. Aquí y ahora. Sobre la alfombra.


¿Qué te parece? ¿No sería lindo? ¿Qué te pasa? ¿Tenés miedo del
portero? Podés trancar la puerta. Vení. Y, ¿qué se siente? (sonriendo)
Mi pobrecito, que le va tan mal en la vida. Así, así, ahora la pasamos
bien, ¿no? Besame. Siempre me gustó que me besaras. Ahora ponete
así, mirá (lo da vuelta y ella se le sube encima). Cerrá los ojos.
Agarrame de acá. Sí, así está bien. Así es maravilloso… Sí, sí. Mirá si
aparece el portero (sonriendo) Entonces lo dejamos participar.
Porque somos tan liberados, no tenemos límites. Y tenemos toda la
noche para nosotros. Sólo tomamos y hacemos el amor y mañana
presentamos los papeles. ¿Hay algún baño cerca?

JUAN: A la izquierda del pasillo.

Mariana abre la puerta y desaparece. Juan va hasta su escritorio y


mira algo distraído los papeles del divorcio desparramados sobre la
mesa. Aparece el portero.

PORTERO: Buenas noches profesor.

JUAN (sobresaltado): Qué susto, es usted. Buenas noches.

PORTERO: Tiene trabajo fuera de hora.

JUAN: Sí, un poco.

PORTERO: Debe ser por supuesto su secretaria la que fue al baño.

JUAN: ¿Qué? Sí, la secretaria, sí.

PORTERO: ¡Ajá! buenas noches entonces, profesor.

JUAN: Nos vamos enseguida.

PORTERO: Por mí pueden quedarse toda la noche.

JUAN: No es la idea.

PORTERO: Le deseo felices fiestas.

JUAN: Gracias, lo mismo yo. Gracias, gracias, buenas noches.

El portero se va. Juan se sienta al escritorio y comienza a leer con


seriedad los papeles del divorcio. Mariana entra despacio, se para
detrás de él y lee sobre su hombro.

MARIANA: ¿No podemos firmar el acuerdo y luego salimos y


festejamos? ¿No sería un grandioso final para un largo y feliz
matrimonio?

JUAN: Quiero llevármelo y leerlo tranquilo.

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MARIANA: ¿Qué querés decir? ¿Vamos a cambiar el convenio después


de tantas discusiones?

JUAN: ¿Por qué te enojás?

MARIANA: No me enojo.

JUAN: Sí, te molestaste.

MARIANA: Estoy enojada pero me voy a aguantar, como me aguanto


siempre contigo.

JUAN: Pero, Mariana, ¿qué pasa?

MARIANA: Nada.

JUAN: Recién éramos tan amigos.

MARIANA (conteniéndose): Acordate que el martes es el cumple de


Eva.

JUAN: ¿Me olvido de los cumpleaños de las chicas?

MARIANA: No, porque siempre te aviso con tiempo. Vendría bien que
le pagaras el grupo de viaje del colegio. Yo no tengo fondos.

JUAN: ¿Cuánto cuesta?

MARIANA: Creo que alrededor de tres mil dólares.

JUAN: ¿Estás loca? ¿De dónde saco tres mil dólares ahora? Imposible.

MARIANA: Pedile a tu madre.

JUAN: Ya le pedí demasiado.

MARIANA: Yo no tengo plata. La ortodoncia de Cristina salió más de


mil.

JUAN: Eva que no viaje. Yo tampoco tengo plata. No le va a va a


hacer mal entender que no puede tener todo lo que se le ocurra.
Además está tan maleducada.

MARIANA (se da por vencida): Está en la edad difícil.

JUAN: Dejás que te pasen por arriba.

MARIANA: No es tan fácil. Yo hago lo que puedo. Pero siempre me


pelean. Como si todo fuera por mi culpa.

JUAN: Deberías hacerte respetar.

MARIANA: ¿Qué pavadas decís?

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JUAN: Bueno, allá vos. Yo pago un platal para mantenerlas y encima


impuestos sobre eso. Entonces no tiene sentido que además tenga
que pagar gastos inútiles. No dice nada de eso el convenio. ¿O sí?

MARIANA: Las chiquilinas no tienen la culpa de que tengamos más


gastos porque te fuiste con otra.

JUAN: Eso es algo que jamás pensé escuchar de vos.

MARIANA: Pero lo pensé siempre.

JUAN: Está bien. Yo hablo con ella. El problema es que no tenemos


comunicación ninguna. Cuando viene a casa se tira en un sofá a
chatear con el celular o jugar esos jueguitos. Si trato de hablarle me
contesta con monosílabos. Y con Paula es peor. La chiquilina es
abominable. Lo único que la hace formular una oración con sujeto,
verbo y predicado es que la soborne con plata. Fuera de eso se pasa
en la computadora y se olvida de lo demás. Horas. No muestra
ningún sentimiento hacia mí. Es mucho más fácil con Cristina.
Aunque es tan aniñada. ¿Te parece que tenga un retardo? Me asusta
un poco.

MARIANA: Qué ridículo quedás hablando así de tus hijas. Ridículo e


infantil.

JUAN: Pero es así. No me dan placer. Las traje al mundo por


equivocación y después tuve que pagar una increíble cantidad de
plata para mantenerlas. Ya me harté del papel de padre y me permito
pensar tan mal de mis hijas como ellas piensan de mí. ¿Qué tengo
que hacer para tener contacto, proximidad, cariño y todo eso? No, yo
prefiero hacer mi papel de billetera con dos patas. Ya me superaron.
Y sé que la indiferencia es mutua. (Pausa) ¿Por qué no decís nada?
¿Estás enojada ahora?

MARIANA: Estoy pensando.

JUAN: ¿Vos pensás?

MARIANA: ¿Te acordás lo contento que estabas cuando yo andaba


con mi panza al aire? ¿Y qué ansioso estabas porque Eva tuviera un
hermano? ¿No te acordás cómo me ayudabas a cuidarlas? Te
adoraban. (Con tristeza) ¿Te acordás de aquellas noches de febrero
en la playa, durmiendo los cuatro bajo el cielo estrellado? ¿Por qué
salió todo así? ¿Por qué se fue todo al carajo? ¿Adónde se fue todo
aquello?

JUAN: Los niños crecen. Las relaciones se rompen. El amor se seca.


Es así.

MARIANA: A veces pienso que los dos tuvimos mucha suerte y de


pronto se nos acabó la enegía y aquí estamos, pobres y amargados.

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JUAN: Te voy a decir algo obvio. Somos analfabetos emocionales.


Podemos llegar a saber todo sobre nuestro cuerpo y la raíz de pi al
cuadrado o lo que sea pero ni una palabra sobre nosotros mismos.
Estamos abandonados, ignorantes, llenos de remordimientos y
ambiciones derrumbadas. ¿Más coñac?

MARIANA: Bueno. Cuándo te vas

JUAN: No me salió la invitación. Marché. No es que me importe,


pero…

MARIANA: No me digas...

JUAN (bebe): Como siempre, hubo algún juego sucio. Primero se


postergó lo del viaje y no había por qué pelear. Después de golpe no
había plata. Más tarde viajó otro que no tiene ni la mitad de mi
curriculum. ¡Salud! (Bebe) El mes que viene cumplo cuarenta y
nueve. Con suerte pueda vivir unos treinta años más. Pero
objetivamente soy un cadáver. Estoy tan asquerosamente cansado. A
veces Paula dice que estoy terminado y hace la valija. Además creo
que me engaña. Pero no me importa demasiado. Alguien me escupió
y me estoy ahogando en esa escupida. (se ríe).

MARIANA: Es notable…

JUAN: ¿Qué es notable?

MARIANA: Estoy acá sentada escuchándote. Y tendría que sentir algo.


Pero no siento nada. A lo mejor lástima. Cuando vine esta tarde se
me ocurrió que podría acostarme contigo para saber si sentía algo.
No sentí nada más que amistad. ¿Sabés qué creo, Juan? Creo que me
liberé de vos.

JUAN: Te felicito.

MARIANA (grita): Me pudrís con tus sarcasmos idiotas. Me parece


genial que te haya ido mal. Me parece fantástico que Paula te
engañe. Podés suicidarte si tenés ganas. Lástima que sos tan cagón.

JUAN (tranquilo): ¡Cuánto te odio, hija de puta! Me acuerdo que


pensaba eso sobre todo cuando nos acostábamos y me hacías sentir
tu indiferencia. Después ibas al baño, y te sentabas en el bidé y te
lavabas y lavabas como si lo mío fuera asqueroso. Entonces yo
pensaba: “la odio”. Podía haberte matado. Tenía ganas de hacer
polvo esa resistencia blanca y dura que resplandecía en vos. Pero lo
único que te decía era lo bien que habíamos pasado.

MARIANA: Entonces explicame por qué ahora tengo un hombre que


amo. Amo su cuerpo, me gusta su olor. Hago todo lo que me pide.
Me encanta que me agarre fuerte, que me apriete. Yo contigo odiaba
todo lo que no estaba convenido y regulado. Ya no soy así.

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JUAN: Esperá un poco y vas a ver. Después de un tiempo se van a


casar y va a empezar todo otra vez, hasta que te encuentres un
nuevo amante que te libere.

MARIANA: No era todo por el sexo.

JUAN (rabioso): No. Hay algo que se llama ternura. Pero qué sabés
vos de eso.

MARIANA: Más que vos, seguramente, imbécil.

JUAN: ¿Sabés lo que hacías todo el tiempo? Usabas tu sexo como una
mercancía. Si había sido bueno, me recompensabas con un polvo. Si
no, te vengabas evitándome. ¡Qué mierda! Cuando pienso cómo te
portabas me resulta grotesco. Eras peor que una puta.

MARIANA: Porque no querías ver la verdad.

JUAN: ¿Qué verdad, a ver?

MARIANA: Si yo me vengaba con mi sexo, como decís, ¿qué tiene de


raro? Nunca podía hacer lo que quería. Cuando pienso todo lo que
soporté y de lo que me liberé, me dan ganas de gritar. ¿Y sabés qué?
Estás ahí sentado quejándote de que te pasaron por arriba con
intrigas. Y es justo que sea así. Te lo merecés. Y espero que te
aprieten bien la garganta, parásito inútil.

JUAN: Te fuiste al carajo.

MARIANA: ¿Y qué? Pero la diferencia es que yo no me doy por


vencida. Pienso seguir, ¿sabés? Pienso vivir la realidad como es.

JUAN (acerca los papeles del divorcio): ¡Entonces firmemos esta


mierda tan rápido como sea posible y nos repartimos los cubiertos de
plata y los regalos, y nos decimos chau y qué lástima que fuera una
porquería todo de principio a fin.

MARIANA: No me siento responsable de vos. Soy capaz de


arreglarme sola y cuidar a mis hijas sola. ¿Te creés que no me di
cuenta lo que quisiste decir toda la noche? ¡Que no te querés
divorciar!

JUAN (sorprendido): Ja, qué gracioso.

MARIANA: Entonces firmá.

JUAN: Sin falta.

MARIANA: ¡Juan! Querés volver. Reconocé que lo pensaste.

JUAN: ¿Y qué, está mal? Lo reconozco. ¿Es eso lo que querías


escuchar? Estoy podrido de Paula. Extraño nuestra casa. Soy infeliz y
voy cuesta abajo y tengo miedo y me siento solo.

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MARIANA: ¿Solo? (luego de una pausa): Me pregunto cómo sería.

JUAN: Sería mejor que antes. ¿No te parece? (Pausa) ¿No?

MARIANA: Sería una gran equivocación.

JUAN: ¿Cómo podés estar tan segura?

MARIANA: ¿Cuántas veces te tengo que decir que no siento nada por
vos, más que una compasión rudimentaria?

JUAN: Por favor.

MARIANA: (Conmovida) ¿Te acordás cuando te rogué para que


volvieras? ¿Cómo me humillé y lloré y te imploré? Hasta le pedía a
Dios tenerte de vuelta. Si pienso en lo que me hiciste durante los
últimos años casi me descompongo de rabia. Si supieras cuántas
veces soñé que te mataba, que te pegaba hasta matarte, que te
clavaba un cuchillo. ¡Si supieras qué bien me siento de poder decirte
todo esto ahora!

JUAN (sonriendo de golpe): Lo único que pienso es que sos una


hembra que me calienta como nadie.

MARIANA: Y lo único que pienso yo es que sos patético.

JUAN: ¿No querés más coñac?

MARIANA: ¡Uy, nos tomamos casi toda la botella! ¿No estás


borracho?

JUAN: Sí.

MARIANA: Deberías liberarte del pasado, de todo. Y empezar de


nuevo.

JUAN: No tengo ganas.

MARIANA: A lo mejor, algún día llegamos a ser muy buenos amigos y


se termina esta farsa.

JUAN: Eso es imposible. La farsa empieza en la cuna y termina en la


tumba.

MARIANA: Te quiero. (Desesperada) Seguimos atados, carajo.

JUAN: ¿No podemos quedarnos un rato más?

MARIANA: Sí, claro. Si te portás bien.

JUAN: Vamos a casa.

MARIANA: ¿Querés decir a mi casa?

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JUAN: Claro. Yo no tengo casa.

MARIANA (sacude la cabeza): No.

JUAN: ¿Por qué no?

MARIANA: Porque en mi casa hay un hombre que me está esperando


y que no le gustaría que volviera con olor a coñac y sin los papeles
firmados.

JUAN: ¿Es muy celoso?

MARIANA: No. Conoce mi tendencia masoquista. ¿Sabés lo que dijo


antes de que saliera? Ahora vas a acostarte con tu ex. Después vas a
volver devastada y sin los papeles firmados. Y me vas a dejar.

JUAN: ¿Vas a contarle que nos acostamos?

MARIANA: (Sonríe) No, ni pienso. ¡Vení!

JUAN: ¿Y los papeles?

MARIANA: Ya fue. Cambié de idea.

JUAN: Muy bien.

MARIANA: Estos papeles no tienen ningún sentido. Tomalos.


Rompélos si querés.

JUAN: Dame una lapicera.

MARIANA: Hacé lo que quieras.

JUAN: ¡No te vayas!

MARIANA: Es tarde. ¿Puedo pedir un taxi?

JUAN: Marcá cero para salir.

MARIANA: ¿Venís?

JUAN: Me quedo un rato más.

MARIANA: ¡Vení conmigo!

JUAN: No.

MARIANA: ¡Vení, Juan!

JUAN: Me parece que tenés que quedarte otro rato.

MARIANA: No quiero quedarme más.

JUAN: Por favor no te vayas.

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MARIANA: ¡No empieces, por favor Juan! Estás borracho.

JUAN: ¿No te vayas, eh?

MARIANA: ¡Soltame!

JUAN: No pienso dejarte ir.

MARIANA: No seas ridículo.

JUAN: No seas vos ridícula.

MARIANA: Dame la llave.

JUAN: Me importa un carajo. Ahora veo cómo susurra la cabeza bien


planeada de Mariana: “¿Qué hago ahora? ¿Se volvió loco? ¿Me querrá
pegar?”

MARIANA: Si querés saber, pienso que sos un imbécil redomado. Y


cómico.

JUAN: ¿Ah sí, cómico? ¿Por qué no te reís entonces? Me parece más
bien que estás asustada.

MARIANA: Dejame llamar al taxi.

JUAN: Sentate acá.

MARIANA: Es precisamente lo que tendría que haber esperado de


alguien como vos.

JUAN: ¡Callate!

MARIANA: ¿Creés que te tengo miedo, imbécil?

JUAN: ¡Dije que te callaras! (La golpea).

MARIANA: Estás loco. (Le pega de nuevo).

Sigue una pelea brutal, enloquecida, llena de odio que dura hasta que
ambos se quedan sin fuerzas. Los dos están sangrando y furiosos
pero agotados. Se sientan en rincones opuestos del cuarto,
resoplando extenuados.

MARIANA: ¿Podés darme la llave así voy al baño y trato de parar la


sangre?

JUAN: No te dejo ir.

MARIANA: ¡Dame la llave, hijo de puta!

Él la tira al suelo y la patea demencialmente. Ella trata de protegerse


la cara con las manos.

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JUAN: Te mataría. (Grita) ¡Te mataría!

Entonces se cansa. Cae inmóvil doblado en dos. De pronto todo


queda quieto en la fría habitación. La luz del techo ilumina con fuerza
la escena. Los muebles están caídos. Hay manchas de sangre en la
alfombra. Los objetos del escritorio fueron a parar a cualquier lado.
Silencio.

JUAN: ¿Cómo estás?

MARIANA: ¿Me dejás ir?

Juan abre la puerta y ella desaparece en el corredor oscuro. Él queda


sentado, las manos temblando y respirando profundamente como si
temiera ahogarse en el aire enrarecido.

JUAN (grita): ¿Te ayudo?

MARIANA (desde afuera): Andate a la puta que te parió.

Él se levanta despacio y va hasta el escritorio. Busca algo por un


momento. Encuentra los papeles del divorcio y firma el original y las
copias. Mariana vuelve apenas arreglada. Firma al lado de él. Dobla
los papeles y los guarda en el portafolio que abrocha. Se pone los
guantes.

MARIANA: Mañana sin falta los llevo al juzgado.

JUAN: Okey.

MARIANA: Adiós.

JUAN: Adiós.

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6. En el medio de la noche, en una casa oscura, en algún lugar


del mundo

MARIANA: Mami.

MADRE: Hola.

MARIANA: ¿Cómo está tu pie?

MADRE: Bien, gracias, el dolor pasó pero por supuesto que me siento
discapacitada.

MARIANA: ¿Cuándo creía el doctor que podrías volver a trabajar?

MADRE: No antes de la semana que viene.

MARIANA: Tenés que armarte de paciencia.

MADRE: Me siento aquí en la silla y no llego a nada.

MARIANA: ¿Podés dormir de noche?

MADRE: El pie no me deja darme vuelta en la cama. Pero no quiero


quejarme. ¿Te hago preparar algo? Yo ya tomé un tecito.

MARIANA: Mami, perdoname que llegué tan tarde.

MADRE: No hay problema. ¿Te preparo una tostada?

MARIANA: No, gracias.

MADRE: ¿Y una galletita con mermelada?

MARIANA: No, gracias, estoy haciendo régimen.

MADRE: Sos loca.

MARIANA: Y hago ejercicio. Treinta minutos por día. Y además


Enrique y yo jugamos al tenis dos veces por semana. Es bueno,
creeme.

MADRE: Sí, quería preguntarte una cosa: ¿Venís a la ceremonia de


dispersión de las cenizas de tu padre?

MARIANA: ¿Cuándo va a ser?

MADRE: Habíamos pensado el dieciocho.

MARIANA: Esperá que me fije (mira su agenda). Va a ser difícil. De


mañana tengo una causa en el juzgado y va a ser bastante larga.
¿Las van a tirar al mar?

MADRE: Eso quería él. Tus otros hermanos vienen.

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MARIANA: ¿No podrán cambiar el día?

MADRE: El dieciocho era nuestro aniversario.

MARIANA: Por favor, mamá. Es una formalidad. No me podés pedir


que me desaparezca de mi trabajo por eso.

MADRE: Vos sabrás tus prioridades.

MARIANA: No puedo.

MADRE: Está bien. Olvidate.

MARIANA: Cristina y Eva te mandan saludos. Prometieron venir a


visitarte.

MADRE (regocijada): ¡Qué lindo! ¿Podés creer que Eva vino antes de
ayer con su noviecito? Me resulta más difícil con Cristina, pero claro,
es la imagen del abuelo.

MARIANA: Pobre papá.

MADRE: Estuve pensando bastante sobre nuestro matrimonio.


Especialmente estando aquí sentada por culpa del pie y con mucho
tiempo para pensar.

MARIANA: ¿Y a qué conclusión llegaste?

MADRE: Nada. Y es eso lo que me sorprende.

MARIANA: ¿Qué querés decir?

MADRE: Tuvimos una buena vida. A veces no nos hablábamos, es


cierto, pero no peleábamos nunca. No nos permitíamos humillar ni
insultar al otro. Nos callábamos y chau. Era mejor así.

MARIANA: Ajá.

MADRE: Lo extraño, sí. Pero no me siento más sola ahora que cuando
él vivía.

MARIANA: Es feo escuchar eso.

MADRE: ¿Por qué? Los dos estábamos muy ocupados, él en lo suyo,


yo en lo mío.

MARIANA: ¿Puedo preguntarte una cosa, mamá?

MADRE: Lo que quieras.

MARIANA: Espero que no te moleste…

MADRE: Decí.

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MARIANA: ¿Cómo se llevaban en la cama?

MADRE (pausa): Papá tenía más interés que yo.

MARIANA: ¿Y?

MADRE (irritada): ¿Qué más querés saber? Él se servía. Y yo lo


dejaba hacer. Nunca me resistí. Me parecía que era mi obligación
estar a disposición. Además tuvo otras mujeres. A veces era bastante
repugnante.

MARIANA: ¿Y vos?

MADRE: ¿Yo?

MARIANA: ¿Tuviste otros hombres?

MADRE: Cuando él y yo nos habíamos comprometido me enamoré de


otro hombre y quise romper. Pero mis padres no me dejaron. Y así
fue.

MARIANA: ¿Nunca lo odiaste a papá?

MADRE: Él me gustaba.

MARIANA: Pero mamá, no es posible.

MADRE: Él tenía sus vueltas. Yo también. Pero teníamos una regla


que nos enseñaron nuestros padres: cada uno se hace responsable
de sus actos.

MARIANA: ¿Te arrepentís?

MADRE: No. Pero tampoco puedo dejar de pensar en nuestro silencio


heroico.

MARIANA (conmovida): ¿Te reprochás algo?

MADRE: No sé. Pero es muy raro que dos personas vivan juntas una
vida entera sin…

MARIANA: Sin conectarse.

MADRE: Puede ser.

MARIANA: ¿Y te parece que fue tu culpa?

MADRE: Hicimos lo mejor que pudimos. Él desapareció y se llevó su


vida. Pero también la mía.

MADRE: Siempre tuve un poco de miedo de vos.

MARIANA (sonriendo): ¿Miedo? ¿De mí?

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MADRE: Siempre fuiste tan capaz.

MARIANA: ¿Te puedo preguntar otra cosa?

MADRE (sonriendo): Bueno…

MARIANA: ¿Por qué estabas tan furiosa conmigo cuando Juan y yo


nos divorciamos hace cinco años? Fue él el que se consiguió otra
mujer y se fue.

MADRE: No estaba furiosa. Estaba triste.

MARIANA: Pero me criticabas todo el tiempo.

MADRE: No me acuerdo.

MARIANA: Todo era por mi culpa.

MADRE: ¿Dije eso?

MARIANA: Sí. Podías haberte puesto de mi lado esa vez. Y haberme


ayudado un poco. Pero no.

MADRE: Era papá el que estaba furioso, no yo.

MARIANA (sonriendo): Así es la cosa. (Mira el reloj) Dios, me tengo


que ir. Mañana charlamos más.

MADRE (de repente): Fue lindo hablar.

MARIANA (en camino hacia afuera): Chau mamá, mejorate.

MADRE: Saludá a Enrique y a las nenas.

Mariana sale. Juan está sentado en su escritorio trabajando. Ahora


usa anteojos.

ARTURO: Que tengas un buen fin de semana.

JUAN: Lo mismo digo.

ARTURO: Escuché que te encargaron una investigación. No sé si


felicitarte.

JUAN: No hay por qué. Con viento a favor, de acá van a demorar en
echarme unos dos años.

ARTURO: ¡Qué triste!.

JUAN: Por lo demás es un estudio estúpido. No es nada más que una


jugarreta política.

ARTURO: ¿No podés hablar con Hernández y ofrecer tus servicios?

JUAN: Ya lo hice.

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ARTURO: ¿Y?

JUAN: Es un payaso, el payaso número uno de la administración


pública. Va a ser una muy buena carrera política en el gobierno.

ARTURO: Ah, sí. Bueno, adiós. ¿Te acostaste con Lena?

JUAN: No.

ARTURO: Pero te tiene caliente, ¿no?

JUAN: ¿Y a vos?

ARTURO: Por supuesto.

JUAN: No creo que vaya a animarme.

ARTURO: ¿Te das por vencido?

JUAN: Llamalo como quieras.

ARTURO: Al menos me mantengo en forma. Hago gimnasia, juego al


tenis. Nado. Voy al spa. Me cuido el peso. Así que si se diera un
acercamiento, no me voy a achicar.

JUAN: Bien por vos. Chau.

Sale Arturo, entra Ema.

EMA: ¿Qué van a hacer con tu señora hoy de noche?

JUAN: Estamos ocupados.

EMA (sonríe): ¡Qué pena! Resulta que hago una pequeña reunión y
pensé que ustedes podían venir si no tenían algo más divertido que
hacer. Seremos siete u ocho personas.

JUAN: Lástima, pero es imposible.

EMA (sonriendo): Buen fin de semana, de todas maneras.

JUAN: Gracias, lo mismo digo.

EMA: ¿No podemos encontrarnos alguna vez?

JUAN: No tengo tiempo.

EMA: ¿Te cansaste?

JUAN: ¡Por favor, Ema!

EMA: Si querés que terminemos, podés decirlo directamente y no


poner pretextos.

JUAN: Perfecto. Terminemos.

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EMA: Gracias por el aviso.

JUAN: No quiero lastimarte.

EMA (se ríe): No, pero…

JUAN: Si me permitís, tengo que terminar este maldito informe.

EMA (amargada): Por supuesto, Juan, no voy a molestar. Gracias por


todo el tiempo pasado. Fuiste un amante encantador, aunque algo
distraído.

JUAN (se ríe): Gracias a vos. También te corresponde la nota más


alta.

EMA: ¿Hay alguna otra?

JUAN: Para hablar sinceramente sí.

EMA: ¿Quién?

JUAN: No te lo voy a decir.

EMA: ¿Es alguien que yo conozca?

JUAN: Muy probable.

Ema: ¿Es Lena?

JUAN: Ahora no digo nada más.

EMA: Entonces es Lena.

JUAN: En todo caso no es Lena.

EMA: Gracias. Es una linda mujer. Pero es demasiado joven y un poco


extravagante.

JUAN: No es Lena.

EMA: Es lo mismo. Adiós, querido.

JUAN: Adiós y que lo pases bien.

EMA: Me parece que sos una mierda. ¿Te acordás de la última vez
que fuiste a hacerte el carné de salud y notaron que te habías
achicado unos centímetros? Bueno, es eso. (Se sienta)

JUAN (haciendo eco): Qué es eso.

EMA: La explicación es que sos tan creído… tan consentido y


pretencioso. Te achicaste, Juan. Estás cada vez más cerca de
desaparecer.

JUAN: Buen dato.

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EMA: Me gustás, imbécil.

JUAN: Andate.

EMA: Bueno… Avisá cuando te hayas cansado de los pechos juveniles


de Lena y extrañes mis formas chatas pero mucho más maternales.

JUAN: No es Lena.

EMA: Es demasiado joven para vos, Juan.

JUAN: No es Lena.

EMA: Tengo mi intuición. Y me doy cuenta de que estás terriblemente


interesado en una mujer.

JUAN: Puede ser.

EMA: Y no puede ser nadie más que Lena. Adiós.

JUAN: Adiós.

Ema se va y entra Mariana. En cuanto lo ve se ilumina y lo besa


rápidamente en la boca.

MARIANA: ¿Esperaste mucho?

JUAN: No, recién llegué.

MARIANA: Esto es tan divertido que no se puede creer. Ayer estuve


en la casa de la playa y ordené todo. Puse la calefacción, prendí la
heladera y limpié y compré comida. Como en los viejos tiempos.

JUAN: Esperá un momento ahora, ¿cuántos años hace que estuve ahí
por última vez?

MARIANA: Unos seis o siete, más o menos.

JUAN: ¿Y vos?

MARIANA: Mirá, a Enrique no le fascina. Así que alquilamos en otros


lugares. A veces pasa que las chicas y yo vamos para un feriado,
pero cada vez menos.

JUAN: ¿Y tu esposo cómo está?

MARIANA: Estresado, por supuesto. Y con presión alta, pero eso les
pasa a todos. ¿Cómo está tu esposa?

JUAN: Creo que bien. Está en Chile y descansa un poco.

MARIANA: Qué genial que nuestros respectivos estén de viaje al


mismo tiempo.

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JUAN: Me parece que es algo casi indecente.

MARIANA: ¡Totalmente!

Se enciende el escenario. Es la casa de la playa.

JUAN: Esto está como siempre.

MARIANA: Un poco venido abajo, pero...

JUAN: ¿Cómo te sentís?

MARIANA (algo evasiva): Tendrías que entrar el auto al garaje para


que no lo vean los vecinos.

JUAN: Después. Ahora vamos al dormitorio.

MARIANA: (sonriendo) Estoy tan nerviosa como si fuera la primera


vez.

JUAN: Sí, pero no es.

Se acuestan en la cama doble y se toman las manos. Al principio


callados.

MARIANA: ¿En qué pensás?

JUAN: Pienso si fuiste vos la que me enganchó la última vez o si fui


yo.

MARIANA: Fue hace un año casi.

JUAN: ¿Qué fue lo que te hizo decidir?

MARIANA: No sé. Te vi tan solo, sentado en ese bar. Así que fue
natural que me acercara.

JUAN: Me gustó mucho.

MARIANA: Y ahí me regalé como la mejor: “¡venite a mi casa! Mi


marido está afuera y no vuelve hasta el viernes.

JUAN: Y ahora festejamos un año.

MARIANA: No.

JUAN: ¿Qué querés decir?

MARIANA: Festejamos veinte. Nos casamos hace veinte años.

JUAN: Tenés razón. Veinte años.

MARIANA: Toda una vida. Toda una vida juntos. (De pronto se larga
a llorar)

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JUAN (amable): ¡Mi amor!

JUAN: ¿Qué pasa?

MARIANA: Estás más lindo que nunca.

JUAN: Alguien me dijo que me había achicado. Eso no es cierto. Creo


que por fin encontré mi tamaño verdadero.

Se le ensombrece la cara.

MARIANA: Qué tenés.

JUAN: De repente se me ocurrió que recién ahora empezamos a ser


sinceros.

MARIANA (sonríe): Al principio de nuestro matrimonio te fui infiel


varias veces. De verdad.

JUAN: ¿Ah sí?

MARIANA: ¿Te impresiona?

JUAN: No sé. Sí.

MARIANA: En un tiempo bastante corto tuve tres historias con tipos


que no conocés.

JUAN: ¿Y entonces?

MARIANA: Me cansé.

JUAN: ¿De mí?

MARIANA: No, de ellos. No eran la clase de libertad que deseaba. Así


que me adapté. ¿Te acordás de “Casa de muñecas”? En lo exterior las
relaciones entre hombres y mujeres cambiaron. Pero en realidad son
iguales que hace cien años. ¿No es cómico?

JUAN: ¿Aprovechás esa experiencia con tu marido?

MARIANA: Claro, miento todo el tiempo.

JUAN: Yo también.

MARIANA: ¿Ves?

JUAN: A Susana no le interesa la verdad.

MARIANA: ¿La amás?

JUAN: Me gusta tomar el desayuno con ella.

MARIANA: ¿Y ella está dispuesta a colocarte la chata dentro de unos


años?

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JUAN: Dice que sí.

MARIANA: ¡Te sacaste la lotería!

JUAN: Si fuera así, no la engañaría contigo.

MARIANA: A lo mejor nos querés a las dos.

JUAN: Sentir amor es un don. Y yo no lo tengo.

MARIANA: Primero tu madre que te adoraba y creía que eras un


genio. Después toda la fila de mujeres que se portaron de la misma
manera que tu madre. Me pregunto qué es lo que sabotea tu
madurez.

JUAN (sincero): Ahora sé la verdad y no es muy alentadora.

MARIANA: A ver.

JUAN (contento): Nunca fui adulto.

MARIANA: Eso ya se sabe.

JUAN: Me da vergüenza pero la verdad es esa. Soy un nene chico con


genitales. No crezco. Por eso Ana es una buena esposa.

MARIANA: ¡Pobre Ana! ¿Querés saber cómo la paso con Enrique?

JUAN: Contame.

MARIANA: Si me disculpás que lo diga, es algo puramente sexual.

JUAN: Ajá.

MARIANA: Enrique es muy convincente en ese asunto. ¿No te gusta


que hable así?

JUAN: No mucho.

MARIANA: Pero no dependo de él. Vivo con él. Está bien. Me escapo
contigo. Está bien. Si encuentro algún otro que me convenga, sirve
igual.

JUAN: ¿A eso llamarías libertad?

MARIANA: Por ahora es libertad.

JUAN: ¿Y estás feliz?

MARIANA: ¿Estás celoso?

JUAN (duramente): Deberías escribir una novela. Te prometo que la


aplaudirían todas las sacerdotisas de la liberación femenina. Pensá en
la sabiduría que alcanzamos después de tantas lágrimas. Es

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grandioso. Yo percibo mi pequeñez y vos tu grandeza. ¿Podría ser


mejor? Estamos hablando tan tranquilamente de nuestros respectivos
cónyuges. Casi están acá en la cama con nosotros. Formamos un
grupo sexual espiritual del más alto nivel. Qué asco.

MARIANA (de pronto apenada): Entiendo lo que querés decir, pero no


me parece tan terrible.

JUAN: Ahí, ¿ves? Esa es la gran diferencia entre nosotros. Yo me


resisto a aceptar el sinsentido. Me gustaría tener algo en qué creer.

MARIANA: A mí no.

JUAN: Deberías dedicarte a la política.

MARIANA (seria): No es mala idea.

JUAN: ¿Prometés no volver a hacer aparecer a ese atleta de los


orgasmos?

MARIANA: Ni una palabra sobre él.

JUAN: Vení. Abrazame. Me congelo.

MARIANA: ¿Creés que vivimos en la confusión total?

JUAN: ¿Vos y yo?

MARIANA: No, todos.

JUAN: ¿A qué le llamás confusión?

MARIANA: A que secretamente vemos que todo se derrumba. Y que


no sabemos adónde ir.

JUAN: Sí. Pero estamos acá. En la simplicidad de la noche, en una


casa oscura, en algún lugar del mundo estoy contigo y te abrazo. Y
vos me abrazás.

MARIANA: Buenas noches mi querido.

JUAN: Buenas noches.

MARIANA: Que duermas bien.

Apagan una veladora. Oscuridad.

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