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El uso del agua

En materia agraria, el uso del agua es absolutamente vital y toda legislación debe
preservar los derechos de la comunidad sobre este recurso. No obstante, la
constitución vigente “reconoce y garantiza a los particulares el uso y aprovechamiento
de caudales de agua que se destinen al desarrollo de actividades agrícolas o
industriales” (art. 136). Un último párrafo dispone la emisión de una legislación futura
que garantizará la función social de las aguas, legislación que nunca ha sido emitida.

La organización campesina
En materia agraria, el sujeto de toda transformación es el campesino que para el efecto
debe estar organizado adecuadamente. La constitución refiere exclusivamente a a la
cooperativa y al programa denominado “desarrollo de la comunidad”; ambas
instituciones de carácter paternalista que lejos de concientizar al campesino en
relación con su papel rector de su propio desarrollo, lo organizan para desarrollar
labores económicas o de construcción de obras públicas en forma “voluntaria”, pero
sin darles la facultad de participar en los otros campos de la vida nacional, ni siquiera
en acciones tendientes a lograr una reestructuración del régimen de tenencia de la
tierra, que sería de suma utilidad para el campesino.

El campesino no es un trabajador
En relación con las normas laborales, la Constitución de 1965, establece una serie de
principios fundamentales aplicables a todos los trabajadores asalariados. En las
mismas hay, sin embargo, algunos casos claramente discriminatorios que afectan
precisamente a los trabajadores de campo.
En primer lugar, los principios de justicia social aludidos se aplican exclusivamente a
los trabajadores asalariados, haciendo abstracción de la gran masa campesina cuyo
trabajo se reduce al cultivo de minifundios y a labores adicionales de artesanado y
comercio y que por tanto no recibe ninguna protección del Estado y es sustraída por
lo mismo de los beneficios del seguro social. Este fenómeno es altamente
discriminatorio y constituye la base “legal”, por omisión, para la explotación inicua que
se hace del campesinado, en su acceso a los bienes de producción (tierra y agua) en
condiciones inconcebibles por lo alto de la renta o de los servicios adicionales que
debe prestar (colonato) roturación de tierras, preparación de pastos, etc.; o bien en la
adquisición de insumos para la producción agrícola (precios prohibitivos de
fertilizantes, instrumentos de labranza, semillas o la obligación de comprar cantidades
fijas, etc.); o en la obtención de créditos a intereses usureros o, finalmente, en la
comercialización de sus productos, circunstancia en que se aprovecha de sus ingentes
necesidades o de la carencia de medios o de técnicas de almacenamiento, para
esquilmarlos con precios inconcebiblemente bajos. En esta forma, POR OMISIÓN, la
Constitución de la República y las leyes agrarias subsiguientes, sustraen de la
protección social obligada del Estado. – en materia laboral cuya legislación es
eminentemente tuitiva – a una porción mayoritaria de trabajadores, porción que es
precisamente la que vive en las peores condiciones económicas.

Sería interesante analizar el origen de tan fatal omisión: ¿fue debida a que, por la
costumbre inveterada de nuestros legisladores y constituyentes, las normas que nos
rigen son copias más o menos auténticas de legislaciones extranjeras – en el caso del
derecho de trabajo, la paternidad es europea pasando por la ley costarricense – lo que
dio lugar a que el campesino “pequeño propietario” se le considerara un miembro nato
de la clase media, comparándolo con los pequeños propietarios agrícolas europeos?
¿o fue más bien debido a las incongruencias propias de nuestros sistemas económicos
– y su correspondiente estructura jurídica que hacen convivir dos regímenes
diferentes; el capitalista que rige oficialmente las relaciones de producción industrial y
las agrícolas de tipo plantación y el feudal, que se reserva para la explotación agrícola
de tipo hacienda y que es régimen no escrito, consuetudinario y no reconocible
oficialmente porque somos un país moderno? ¿o puede deberse a que, en última
instancia, nos vemos todos dentro de un sistema capitalista a nivel mundial, en el que
jugamos el papel de país productor de materias primas agrícolas y que, para poder
jugarlo a satisfacción de las minorías exportadoras, es necesario que los principios del
liberalismo puro – la igualdad – se apliquen entre los sectores sociales, a pesar de su
enorme desequilibrio económico, y que por consiguiente, las ventajas que el Código
de Trabajo aportó con sus leyes protectoras a los trabajadores asalariados, no deben
abarcar a los otros, los “condenados de la tierra”, porque, ya protegidos, podrían
convertirse en sectores peligrosos y conflictivos? Dejo la respuesta, de orden
“metajurídico”, a un análisis histórico y político. Baste, por el momento, señalarlo como
una monstruosidad que vivimos cargando sobre nuestra conciencia desde los
principios de nuestra nacionalidad.

Es cierto que el artículo 109 preceptúa una especial protección del estado para la
artesanía e industrias populares, tipias de la nación. Esa protección tiene como fin
preservar su autenticidad y gozarán de las facilidades crediticias necesarias para
promover su producción y comercialización. Sin embargo, se trata en primer lugar, de
una esfera relativamente reducida de la actividad artesanal nacional, puesto que se
aclara que son las típicas. Dejan fuera de esa protección, la propia producción agrícola
independiente, de la que se habló antes y el enorme número de empresas artesanales
que aún subsisten en nuestra economía, dedicadas a la producción de artículos de
consumo no “típicos”. El interés notorio de ese artículo es el cultural (más adelante se
refiere concretamente al arte y folklore nacionales), que es de indudable importancia
en el país, aunque generalmente las actividades de las entidades públicas encargadas
de ese campo, suelen estar hondamente impregnadas de una finalidad turística,
totalmente ajena al concepto cultural que debe presidir esta acción estatal. Por las
circunstancias apuntadas, ese artículo no viene a disminuir de ninguna manera la
gravedad del problema mencionado en los párrafos anteriores.

El campesino es discriminado
La discriminación con el trabajador del campo no se limita a esa mortal omisión. El
inciso 9 del mencionado artículo 114, se refiere al trabajo de los menores de catorce
años que queda prohibido terminantemente, salvo las excepciones establecidas en la
ley. ¿en qué plano queda un principio que tiene excepciones? En el plano de la filosofía
del derecho, esa incongruencia es imposible de admitir, si principio hay, éste es
absoluto por naturaleza. En el plano del ajusticia, la excepción es injusta por
antonomasia. En el plano de la justicia social, la excepción es inhumana. Sin embargo,
allí la tenemos y la ley que establece las excepciones es precisamente el código de
trabajo, y se refiere prácticamente al niño campesino que por las condiciones de
extrema pobreza de sus padres, se ve compelido a trabajar desde los 7 años. Tenemos
aquí un caso típico de una ley que establece, principios de justicia social totalmente
inaplicables, porque la realidad socio – política nacional no ha sido tomada en cuenta
por el legislador que emite su norma en forma teórica.

Otro caso de discriminación es el contenido en el inciso 17 del mismo artículo, que se


refiere a la obligación de pagar al trabajador en moneda de curso legal, salvo para el
campesino que puede recibir “a su voluntad” productos alimenticios hasta por un treinta
por ciento de su salario. Asimismo, la obligación del pago de un aguinaldo se deja
sujeta, para los trabajadores del campo, a una ley que se emitirá, la que establece con
suma liberalidad los casos de excepción.

El sector indígena

Especial mención merece el artículo 110 que estatuye la política de integración a la


cultura nacional de los grupos indígenas de Guatemala. Aun cuando no sea
propiamente un problema agrario, tiene indudablemente una relación directa con el
campesinado, toda vez que la mayor parte de la población rural, especialmente en el
altiplano occidental es indígena. Lo escueto de la norma aludida no permite realmente
un análisis profundizado sobre el alcance de la palabra “integración” que se incorpora
por primera vez a un texto constitucional. Sin embargo, si quisiéramos interpretar su
sentido partiendo de un análisis de la realidad nacional, no podríamos sino encontrar
en él un contenido discriminatorio, pues hace suponer que es la cultura indígena la
que debe integrarse a la nacional, que para el efecto, sería una cultura ladina.

No creo que sea este el marco dentro del cual pueda discutirse un problema de tanta
trascendencia para la vida futura del país, porque es toda la legislación nacional la que
adolece del mismo defecto; elaborada y adoptada plenamente por el sector ladino del
país, desconoce por completo la escala de valores, la concepción del hombre y de la
comunidad, el abanico de intereses individuales y sociales e incluso el idioma del otro
sector, el indígena, al que se impone. He ahí una notoria diferencia de actitudes entre
dos hombres guatemaltecos frente a la misma legislación; uno, la adopta porque se
siente interpretado por ella, el otro, la ignora, no la comprende y llega a temerla porque
transgrede su propio “etos” cultural. Desde el punto de vista de la filosofía del derecho,
nuestra ley considerada globalmente no puede ser considerada como la estructura
reguladora de las relaciones sociales que se dan en una realidad dada, que como la
denominara Recasens Siches fuera de su contenido vital. Bien al contrario, es la norma
producto de una concepción cultural determinada, impuesta a otra, sin preocuparse
siquiera de si se la comprende lingüísticamente, si no en su contenido.

Si bien es este un problema que atañe a toda la legislación guatemalteca, adquiere


dimensiones dramáticas al referirse a lo agrario (la tierra y su producción). Más que
ninguna otra rama del derecho, el agrario deviene de normas consuetudinarias. La
costumbre fue la primera norma de conducta que reguló la tenencia y el uso de la
tierra, desde los albores mismos de la humanidad y es ésta ciertamente la primera de
las relaciones sociales de producción y, desde entonces, ha sido la fuente primordial
del derecho positivo. Mas en el agro guatemalteco, las costumbres elaboradas por los
siglos de relaciones sociales y económicas establecidas dentro de un marco cultural
maya, no solamente son desconocidos por la ley agraria, sino que son sustituidas por
las propias de la cultura agrícola europea. ¿es esta la integración de que habla el texto
constitucional? De ser así, no hace sino corroborar la realidad de la superposición e
imposición de una legislación a una realidad social distinta culturalmente.

Para concluir con este punto, no cabe duda que, mientras los legisladores no conozcan
objetivamente la realidad nacional, ni se nutran en ella para conformar los criterios que
constituyan la base fundante de la legislación nacional, nunca podrá la sociedad
guatemalteca integrarse realmente en un solo etos cultural que la configure como
nación. Mucho menos, podrá lograrse una reforma agraria, que parta de la
participación directa, personal y responsable de todos los campesinos.
CONCLUSIÓN

Dentro del marco jurídico guatemalteco no se ha desarrollado un régimen de aguas


que rija el uso y aprovechamiento con fines agrícolas e industriales, lo que representa
un obstáculo para los derechos de los campesinos especialmente ya que se
encuentran desprotegidos frente a la agroindustria que en muchos casos se ha
apropiado indebidamente de los cauces de los ríos y esto afecta la seguridad
alimentaria de las comunidades indígenas y campesinas.

RECOMENDACIÓN

La creación de un régimen de agua que garantice el uso y aprovechamiento del agua


a favor de los campesinos y las comunidades indígenas como parte subsidiaria de una
reforma agraria acorde a la realidad guatemalteca.

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