1. Según Lazarus y Folkman (1986), quienes desarrollaron la teoría
transaccional del estrés, este se define como un proceso de interacción entre el individuo y su entorno, donde el primero evalúa los eventos a su alrededor como amenazas hacia su bienestar. Esta interacción se produce en la percepción y valoración que la persona realiza de las situaciones potencialmente estresantes y de sus propios recursos para afrontar estas demandas. Además, el estrés es una respuesta adaptativa que puede ser beneficiosa para aumentar y mantener el rendimiento y salud. Sin embargo, tanto el exceso cuantitativo y cualitativo, puede afectar negativamente a las personas, constituyéndose así en uno de los principales factores de riesgo de diversas enfermedades (Amigo, 2003; Elias, Siew & Chong, 2011; Oblitas, 2010). 2. Niveles excesivos de estrés generan tensión psicológica y cambios corporales que pueden afectar negativamente la salud, tanto a corto como largo plazo. Así pues, cuando una persona se encuentra ante una situación estresante se activa el sistema nervioso simpático, se secretan epinefrina, norepinefrina y catecolaminas, además, se activa el eje hipotálamo-adenohipófisis- corteza suprarrenal, secretándose glucocorticoides. Estos cambios generan efectos fisiológicos directos que elevan lípidos, la presión arterial y la actividad hormonal, así como disminuyen la inmunidad celular. Esta situación, en combinación con otros factores, genera que la persona padezca de diversas enfermedades como el cáncer, asma, diabetes mellitus, problemas cardiovasculares, alteraciones del sueño, entre otros (Lazarus & Folkman, 1986; Monat, Lazarus & Reevy, 2007).
El estrés académico se refiere a un proceso sistémico, de carácter adaptativo y principalmente
psicológico que se presenta en tres momentos. Primero, cuando el alumno se ve sometido, en contextos académicos, a una serie de demandas que bajo su propia valoración son percibidas como estresores. Segundo, cuando estos últimos generan un desequilibrio sistémico (situación estresante) que se manifiesta en un conjunto de síntomas (indicadores del desequilibrio). Tercero, cuando ese desequilibrio obliga al alumno a realizar acciones de afrontamiento que restauren el equilibrio sistémico (Barraza, 2005, 2007, 2008).