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¿A quién canta Astor Piazzolla?

/ por Angelo Narváez

«¿Sabe, Osvaldo, lo que decía siempre mi papá Nonino?», le preguntó Piazzolla a Pugliese
cuando en 1974 Natalio Gorin logró sentarlos en una misma mesa, «que los grandes músicos
del tango son italianos o hijos de italianos, y que los mejores son los que tienen ancestros en
Puglia. Usted lleva el sello en el apellido, y nosotros, los Piazzolla, somos de Trani». Quizás. En
realidad no lo sé. Los Troilo vienen de Venecia, y el Negro Juárez tenía tanto de italiano como
Gardel.

Astor Piazzolla nació un 11 de marzo de 1921 en Mar del Plata, pero dijo sus primeras
palabras en inglés, en el East Village de Manhattan. En el Nueva York de Bonano, Colombo,
Gambino, Genovese y Lucchese, el Nueva York de la prohibición. Como muchos descendientes
de italianos, Piazzolla pensó que el boxeo podría ser una bella forma de ganarse un lugar en el
mundo. Giacobbe La Motta, el toro salvaje del Bronx, el mito de Scorsese, le explicó a Piazzolla
(dicen que de un solo golpe) que el boxeo era cosa de sicilianos y calabreses.

«Probemos entonces con el tango», pensó Nonino, y de algún modo se las arregló para reunir
los 18 dólares que costaba el bandoneón del aparador y entregárselo al pibe para que
entendiera que sus manos estaban hechas para otro tipo de golpes. Para el fuelle. No se le hizo
difícil aprender. En 1935 Piazzolla se enteró que Gardel viajaba a Nueva York para grabar El
día que me quieras y sobre la marcha decidió que lo conocería. Biógrafos y familiares cuentan
que congeniaron sin complicaciones y que Piazzolla le hizo de intérprete: todos recuerdan la
escena en que de canillita, de suplementero, le indicara las calles de la ciudad al Zorzal. «Mirá,
pibe, el fuelle lo tocás bárbaro, pero el tango lo tocás como un gallego», le dijo Gardel. Quizás
fue entonces que Piazzolla decidió que en adelante sería definitivamente pullés.

«Quizá llamándote Charlie te acordarás del pibe de 13 años que vivía en Nueva York, que era
argentino y tocaba el bandoneón. Además trabajó de canillita contigo en El día que me quieras.
Te puse Charlie cuando me preguntaste en tu casa cómo se decía Carlitos en inglés, ¿te
acordás cuando te llevé un muñeco de madera que había tallado mi viejo? Esa mañana me
dedicaste dos fotos, una para Vicente Piazzolla y otra para “el simpático pibe y futuro gran
bandoneonista”. De 1934 a hoy, 1978, pasaron 44 años, y realmente no te fallé... Era la
primavera del 35’ y había nacido el dúo Gardel-Piazzolla. Soy un tipo de suerte. Algún día nos
encontraremos en el último piso. Esperáme, pero... no te mueras nunca», le escribió Piazzolla a
Gardel el 78’. Año complejo ese, el 78’. El año y la década también.

Fue también un 11, pero no de marzo, sino de septiembre, y en 1973, que Allende, el plan
Vuskovic y la vía chilena al socialismo pasaron a formar parte del recuerdo y de un imaginario
colectivo de derrotas continentales. O de triunfos, dirán otros. Infames ellos. Fue al poco
tiempo que a Helvio Soto nadie le sacó de la cabeza la idea de una producción cinematográfica
donde se mezclara el relato histórico, la crítica y la propaganda. Y nadie le sacó de la cabeza
que debía ser Piazzolla quien musicalizara el recuerdo y el imaginario del exilio. Il pleut sur
Santiago de estrenó en 1975.
«Yo hice mucha música para el cine y nunca pregunté al director o a los productores para
dónde pateaban. Lo único que pedía era libertad para crear, para hacer lo mío», le dijo
Piazzolla a Natalio Gorin. Pasaron pocas semanas y tras el sueño de Helvio Soro caería
también la lluvia sobre Buenos Aires. Los nombres de Videla, Massera y Agosti se hicieron
comunes al tiempo que los argentinos se encontraban en París con los brasileros del 64’ y con
los uruguayos y los chilenos del 73’. Salieron de Argentina Julio Cortázar y Osvaldo Pugliese.
También salió Diana, su hija.

Al poco tiempo, Sábato y Borges acudieron a la Casa Rosada invitados por Videla. Adolfo Bioy
Casares no asistió aquella vez, aunque sí lo hizo el 4 de abril del 79’ junto a Piazzolla: «¡Qué
invitación! Me mandaron a buscar, que es distinto. Vinieron dos tipos de negro con un sobre y
una carta donde decía que el presidente Videla me esperaba tal día a tal hora. Tengo el libro
por ahí, con las fotos de todos los invitados, como decís vos: Eladia Blázquez, Daniel Tinayre,
Olga Ferri, Tauriello. Había pintores, actores, estaba yo, estaban todos», le dijo Piazzolla
también a Gorin. Ya le había dicho también que «lo único que pedía era libertad para
crear, para hacer lo mío».

Pero, ¿cómo no invitarlo si había musicalizado el mundial del 78’? El disco lo grabó en Milán,
entre diciembre del 77’ y enero del 78’. «El fútbol pasa», dijeron una vez Simon Collier y María
Susana Azzi, y Piazzolla lo sabía. Pero a quien no se le olvidó fue a Videla. Y a Cortázar
tampoco.

«A mí me gritaron fascista en París por haber ido a ese almuerzo con Videla, cosa que me
costó la amistad con Julio Cortázar. Un día nos encontramos en la embajada de México en
París y me dio vuelta la cara. Después, unos amigos comunes me explicaron por qué. Me
pareció muy imbécil de su parte, antes de tomar esa actitud tendría que haberme preguntado
en qué circunstancias fui a la Casa de Gobierno», le dijo a Gorin. Lo que ese día Piazzolla no le
dijo a Gorin fue que, además de Cortázar, Diana también le dio vuelta la cara (se encontrarían
en México, claro, pero eso fue después).

Atrás quedó Videla para Piazzolla cuando apareció Alfredo Ignacio Astiz. Era ya el 3 de abril
de 1982 cuando el ejército argentino lanzó la Operación Georgias; tres semanas duró,
mientras que la otra, la Operación Paraquet, la de los británicos, hizo suyas las Malvinas el 25
de abril. Dicen ellos, los otros, infames, que Astiz fue un héroe, que resistió a los británicos con
un puñado de hombres y un par de vehículos. Ellos, los otros, los de la patria de la cual somos
todos extranjeros, aún celebran al comando Los Lagartos de Astiz. Claro que no cuentan que
ya desde el 78' Suecia y Francia lo buscaban; no cuentan que ese mismo 78' Astiz se infiltró
entre los exiliados argentinos en París y que escapó a Alemania cuando lo descubrieron.
Tampoco cuentas que un año antes supo hacer desaparecer a Dagmar Hagelin y a las monjas
francesas.

«En el caso de Los Lagartos debo confesar que sí, que me equivoqué. Yo estaba haciendo unos
recitales en el Regina, pocos días antes de la guerra de las Malvinas, y me impactó lo que
parecía un hecho heroico, la toma de las islas Georgias del Sur. Yo no sabía quiénes eran,
simplemente vi un grupo de argentinos poniendo el pecho por su país. Entonces les dediqué
un tema que tenía escrito y que estaba sin nombre. A los pocos días viene un amigo radical
que actuaba en Franja Morada y me dice: “¿Qué hiciste, loco?” Y me contó todo. Ahí me
desayuné, supe quién era el capitán Astiz. Ese mismo día lo borré del repertorio, pero no tiré
el tema porque era muy lindo: es la "Tanguedia" de El Exilio de Gardel, la película de Pino
Solanas». Vaya paradoja esos tangos sobre la ausencia, el recuerdo y el regreso que se le
ocurrirían.

Pasaron los años, pasaron Videla, Massera, Agosti, y también pasó Astiz. Pasaron los años,
llegó Alfonsín y ahí estuvo también Piazzolla el 83’, según cuenta Ricardo Lagos en sus
memorias. La democracia, dice Lagos, llegó a la Argentina musicalizada por Beethoven, por la
Novena sinfonía, por su cuarto movimiento, por los versos de Schiller, bajo dirección de
Piazzolla. «Muy emocionante, como la propia intervención de Alfonsín a favor del porvenir
democrático de Chile», le dijo Lagos a Juan Cruz Ruiz para El Clarín. Ese día, cuenta Osvaldo
Soriano, Julio Cortázar estaba de paso por Buenos Aires para ver la ciudad una última vez sin
milicos en las calles antes de dejarse morir en París. Alfonsín no lo invitó, pero de haberlo
hecho me gusta pensar que Cortázar convenientemente habría olvidado la dirección. Quizás
por imaginar esa disgregación imaginaria del último Cortázar en Buenos Aires es que siempre
me gustó más que Borges. Es cierto que Cortázar y Piazzolla no se saludarían más, que un
almuerzo puede valer una amistad. Quizá la muerte a veces es sensata y le permitió a Cortázar
nunca escuchar a Piazzolla decir que «a nosotros, los argentinos, nos faltó un personaje como
Pinochet. Quizás a la Argentina le faltó un poco de fascismo en un momento de su historia».

En cualquier caso, recuerdo haberle leído alguna vez a Blanchot (o a Derrida, uno de los dos)
que con Balzac la literatura asistía a la desaparición del autor y daba paso a la autonomía del
relato. Quizás también Astor Pantaleón Piazzolla Manetti debía desaparecer cada vez que
tomaba el bandoneón para que Astor Piazzolla pudiese entrada en escena. «También los
genios se equivocan», le dijo “El Flaco” Menotti a Bruno Passarelli, cuando dirigía a la
Sampdoria en el 97'. Eso sí, se lo dijo en Génova, lejos del Adriático calabrés, veneciano y
pullés.

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