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Historia del
Pensamiento
Nacional y
Universal
Programa Nacional de Formación
de Dirigentes y Fortalecimiento Institucional
Instituto Nacional de Capacitación Política
Autoridades
Florencio Randazzo
Ministro del Interior
Norberto García
Subsecretario de Asuntos Políticos y Electorales
Indice de contenidos
Prefacio................................................................................................7
Proyectos Nacionales...........................................................................45
Proyectos Nacionales en América Latina. Escena Uno. Escena Dos. Las Dos Naciones. La inde-
pendencia: 1810-1825. El modelo agro - minero - exportador: 1880-1930: Estados modernos,
sociedades antiguas. El retorno del Proyecto Nacional y Popular: 1930-1960. Industrialización,
inclusión y autonomía económica. Centralidad del Estado. Industrialización por Sustitución de
importaciones. Redistribución de la renta. Desarrollo de servicios sociales y educativos. Organi-
zación sindical e inclusión política. Fuertes liderazgos políticos individuales. Enfrentamiento con
las potencias hegemónicas. El neoliberalismo: Presencia y resistencias.1980-2001. ¿Renacen
los proyectos nacionales en América Latina?
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PREFACIO
El primer Módulo del Programa Nacional de Formación de Dirigentes y Fortalecimiento Insti-
tucional refiere a “Historia del Pensamiento Nacional y Universal”. Y no es casual que así sea, ya
que el primer objetivo del curso es trabajar por la reafirmación de la conciencia nacional y recu-
perar nuestra identidad. Para ello, resulta indispensable adentrarnos en nuestra historia de ideas,
de proyectos, de encuentros y desencuentros, conocer cómo a través de casi doscientos años de
autogobierno fuimos delineando –o no- una idea de país y de proyecto nacional.
Quienes trabajaron junto a nosotros en la elaboración de los contenidos son especialistas en la
temática que analizaron. En el primer bloque, que nos introduce en el pensamiento clásico, obser-
vamos como poco a poco se van delineando las ideas que van a dar sustento a la teoría política
en Occidente, de la cual nosotros somos herederos. Los ideales de la ciudad Estado, los principios
del bien común y la lógica del poder serán algunos de los contenidos.
Posteriormente, haremos un recorrido que nos llevará al análisis de la construcción del pensa-
miento moderno. Los conceptos de sociedad civil y Estado en su versión moderna nos ayudarán
a ir completando un universo de ideas que se perfeccionarán con las nociones de derechos indivi-
duales y más cerca de nuestra época: soberanía popular, división de poderes e imperio de la ley,
plataformas ideológicas de las revoluciones europeas y americanas.
Asimismo, la emergencia de la cuestión social, las tensiones entre lo público y lo privado, el
descrédito de la política serán otros aspectos a desarrollar, para luego, en base a la reflexión y
elaboración de un pensamiento verdaderamente crítico, ingresar en nuestra Argentina.
Y más allá de juicios de valor acerca de los personajes de nuestra historia, la propuesta consiste
en realizar un análisis de construcción de la identidad a partir de la confrontación y debate de
ideas. Pensar esa identidad nacional, ese destino de grandeza, que a dos años del Bicentenario
aún no se cumplió. Ideas de Mariano Moreno, de San Martín, de Belgrano, de Alberdi, y de otros,
muchas veces manchadas con sangre derramada por compatriotas.
Por último, luego de hacer un pasaje por los distintos momentos de nuestra historia, convocar
a la reflexión acerca de nuestra pertenencia latinoamericana, la recuperación de un proyecto na-
cional que nos aglutine en torno a un modelo de país integrado e integrador, promotor de igualdad
de oportunidades, con fuerte conciencia nacional y conocedor de los desafíos que, como nación,
la realidad actual nos impone.
Finalmente, en estas páginas, intentaremos dar algunas herramientas para la comprensión de
lo que somos, de donde venimos y definitivamente, como nación, como sociedad, y como país
hacia donde queremos ir.
1 - Director del Instituto Nacional de Capacitación Política, Ministerio del Interior, Presidencia de la Nación.
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Unida d 1
Algunas cuestiones
constitutivas
de la Teoría Política2
Dr. Miguel Ángel Rossi3
2 - La presente exposición fue pensada bajo la modalidad de una clase, en tal sentido la escritura pretende responder y reproducir el registro de la oralidad.
Asimismo dicha clase se complementará en el transcurso del dictado de la materia, siendo conscientes que es necesario utilizar mayores mediaciones para
explicar determinados autores y problemáticas.
3 - Dr. en Ciencia Política, Universidad de San Pablo; titular de Filosofía, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires; Asociado a cargo de
la cátedra de Teoría Política, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. Investigador del CONICET.
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El otro aspecto por el cual diría que Aristóteles es en cierto sentido también el padre de la cien-
cia política se debe a su atenta observación empírica como anclaje decisivo en la construcción
de modelos teóricos. Aristóteles inicia una clasificación y comparación de los distintos sistemas y
constituciones políticas, haciendo gala de métodos inductivos, deductivos, analógicos, construc-
ción de silogismos plausibles que asombran a nuestros contemporáneos.
En Aristóteles se puede ver, también, el vínculo que traza entre estructura social, básicamente
las clases sociales, claro que en el mundo antiguo no hablamos de clases sino de estamentos, con
respecto a los regímenes políticos, y ahí Aristóteles hace una observación aguda, incluso de carác-
ter prescriptivo, pues se da cuenta que no puede haber democracia real sin democracia social. No
puede haber democracia cuando la población de un ethos4 determinado vive por debajo de la línea
de la pobreza, pero Aristóteles no es un teórico del orden a la manera platónica, por esa razón se
orienta más al problema de la gobernabilidad y, en consecuencia, su preocupación por la estabilidad
política. Así se entiende su observación no sólo teórica, sino también empírica e histórica de que
los mejores gobiernos y polis son compuestos mayoritariamente por el estamento medio. Es decir,
la necesidad de tener un cuerpo social o una estructura social, donde la mayoría de la población
no esté excluida. Todas estas observaciones cobran existencia sólo cuando Aristóteles reflexiona
acerca de la politeia5 como régimen político. El desafío de hoy es que nadie esté excluido.
Sin embargo no debemos olvidar que la democracia ateniense (que en su forma pura llamamos
politeia) tuvo un sesgo muy elitista y si bien su visión del espacio público fue la más amplia, si se
la compara con otros regímenes políticos, sabemos a ciencia cierta que las mujeres, los metecos6,
los esclavos, quedaban excluidos.
Asimismo, Aristóteles no niega el registro de sociabilidad que también está presente en el
espacio doméstico, incluso postula la idea de comunidad social entre el hombre y la mujer. Pero
la politicidad, sólo situada en el espacio público, se juega en otra dimensión cualitativamente
diferenciada al terreno doméstico.
Por último Aristóteles también plantea la relación entre política y economía. Se da cuenta de que
cuando la economía transgrede el espacio público, la política se termina deconstruyendo, porque
justamente la política tiene que ver con esta reivindicación de la decisión, esta reivindicación del bien
común. Entonces, lo que ya de alguna forma se puede percibir en Aristóteles, incluso asumiendo un
auténtico anacronismo, es que quien tiene que imponer la agenda al mercado es justamente la política,
la política como esencialidad de la decisión. Miren cuantas cosas se pueden observar en Aristóteles.
Al incursionar en la Edad Media es claro que se imponen a nivel teológico y en términos de
paradigmas los pensamientos de Agustín de Hipona y Tomás de Aquino. En ambos pensadores
puede observarse la recepción y reelaboración de la tradición antigua clásica. En el caso de Agus-
tín su anclaje en el platonismo, en el caso de Tomás en el aristotelismo.
Tomás de Aquino, dicho sea de paso, es el primero que hace una traducción de la política de
Aristóteles en Occidente, le toca vivir en el contexto del siglo XIII, un siglo más que interesante. Si
4 - Tengamos presente que el término ética deriva de ethos, término griego que podemos traducir por costumbres, porque justamente las costumbres eran
lo que regían las conductas en las comunidades antiguas. Aquí nos referimos a ethos en el sentido del espacio vital de una comunidad, incluyendo sus prácticas,
costumbres, es decir sus condiciones materiales y simbólicas de existencia.
5 - si bien Aristóteles asume el criterio clásico para distinguir entre regímenes puros e impuros, supera dicho criterio al definir también al régimen en fun-
ción de todas las magistraturas y no sólo en función de quien detenta el poder soberano. Es decir, asigna gran importancia a la función deliberativa. Recordemos
que el criterio clásico es: ¿quién gobierna? y ¿Cómo gobierna? si para el interés común o el interés particular.
La politeia es para Aristóteles un régimen puro y su conformación resulta de una mezcla de democracia y oligarquía, pero sólo tomando las virtudes de esos
regímenes y no sus vicios. A veces puede inferirse que la politeia sería una aristocracia del estamento medio.
6 - El término meteco significaba simplemente un extranjero que vivía en una ciudad-griega. Generalmente se dedicaban a las cuestiones comerciales y
muchos de ellos tenían gran poder económico, pero estaban excluidos de la ciudadanía.
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bien es común que los manuales sitúen la Modernidad a partir del siglo XV, es relevante advertir
que la Modernidad como proceso, parafraseando a Hegel, como corriente subterránea, se inicia
bajo el horizonte epocal de los siglos XII y XIII.
No quiero ahora adentrarme en las nociones de Tomás de Aquino, pero sí notar que a partir
del él se percibe la sociedad política desde un registro natural, deconstruyendo, de esta forma, un
modelo fuertemente teocrático característico del agustinismo político7. Recordemos que antes de
Tomás el derecho natural estaba enteramente subsumido en el derecho sobrenatural. En contrapo-
sición, Tomás, siguiendo a Aristóteles, percibe a la sociedad política como una función natural de
la organización humana, independientemente de que se fuera religioso, cristiano o no, generando
así una apertura para interpretar la política con códigos exclusivamente políticos. Obviamente que
hablar de la naturaleza humana en la actualidad sería peligroso. Pues sabemos que no existe tal
naturaleza, por lo menos pensada en términos de inmutabilidad y como si escapase a una dimen-
sión histórica. Por tal razón, hoy hablamos de condición humana. Pero lo cierto es que cuando
Tomás utiliza y redefine la categoría de phisis aristotélica, lo hace – como dijimos anteriormente-
para romper un modelo teocrático en el que estaba subsumida la política.
Ingresando en lo que podríamos denominar, con ciertas reservas, el primer rostro de la Moderni-
dad, nos encontramos con pensadores fronterizos. Pensamientos que encarnan dos cosmovisiones
en tensión: medieval y moderna. Me refiero básicamente a las cosmovisiones de Lutero, Maquia-
velo y Moro. Si bien la tradición fue justa con Maquiavelo (independientemente de la observación
anteriormente puntualizada de compartir con Aristóteles el rótulo de padre de la ciencia política),
no fue justa con Tomás Moro, en tanto que también podría aplicársele al pensador inglés el rótulo
de padre de la Sociología. Pues en su texto Utopía, Moro interpreta la categoría de justicia desde
un registro social, por no decir sociológico, en lugar de ontológico, teológico o metafísico, como era
propio del mundo Antiguo y Medieval. Vamos a ver, por ejemplo, cómo Moro, y esto tiene una ac-
tualidad insoslayable, analiza el tema del robo en el contexto de una Inglaterra que inicia su primera
transformación burguesa y que, en consecuencia, expropiaba a los campesinos de sus tierras.
En este escenario, Moro se niega a hacer una lectura del robo en términos morales y analiza
el robo como consecuencia de la dinámica social, analiza el robo como una problemática social,
dándose cuenta de que la mejor forma de terminar con el robo, analizado en términos de efecto,
es acabar con sus causas, sobresaliendo entre ellas: la propiedad privada y la falta de trabajo.
Desde tal óptica, Moro percibe a la sociedad como un sistema de relaciones sociales, otorgándole
importancia epistémica a las relaciones causales y adelantando la proposición durkheniana de que
la interpretación de un hecho social (efecto) sólo es entendible por otro hecho social (causa) y no
buscar explicaciones extrasociales.
La segunda parte del programa, abarca problemáticas de la teoría política moderna y contem-
poránea que, en su primera variante, me refiero a la teoría política moderna, estuvo dada por
el paradigma contractualista. Aquí ya estamos en plena Modernidad. Y dentro de estos autores
contractualistas, suele estudiarse comunmente en la mayoría de los programas académicos a
Hobbes, Locke -a quien suele referenciarse como uno de los padres del Liberalismo- y Rousseau.
A posteriori, suele ponerse énfasis en el pensamiento de Hegel, incluso como crítico del Contrac-
tualismo y finalizar con Marx; tal es, por ejemplo, el recorrido que propone Bobbio en muchos
de sus textos.
7 - Sin lugar a dudas, el agustinismo político traiciona las premisas de Agustín, al igual que también lo hace el cesaropapismo. Pues para Agustín tanto la
Ciudad de Dios como la Ciudad del diablo, no están localizadas ni institucional ni geográficamente. De ahí que sea inválido identificar a la Ciudad de Dios con
la Iglesia y la Ciudad del diablo con el Estado.
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8 - Usualmente el término polis suele traducirse como ciudad-estado, sin embargo si nos atenemos al aspecto político habría que traducirlo como estado,
para significar el elemento de autarquía que caracteriza a la comunidad política. Por otro parte, un estado podía reunir en torno a él, varias ciudades. Asimismo
no hay que olvidar que las polis eran comunidades agrarias y no poseían el arquetipo de las ciudades urbanas.
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cualitativos (propio del mundo antiguo), y apuesta, también, por el concepto de igualdad (corazón
de la Modernidad), pero que al mismo tiempo no sea una igualdad formal o abstracta, sino que
sea una igualdad que se haga cargo de las diferencias (excluyendo el elitismo de la espacialidad
clásica), y de esta forma contribuir a consolidar un espació público mucho más pluralista y rico.
Por tal razón, entiendo que uno de los desafíos de la teoría política contemporánea es reivindicar
la idea de Nación, pero no desde una hermenéutica de la homogeneidad, sino integrando plurali-
dad de sentidos, auque más no sea por el hecho, y en este punto superando al esquema liberal,
de estar pensando las diferencias también en el espacio público.
Y ahí se conforma el Estado, aunque después vamos a ver que hay distintas nociones de Estados, por-
que una perspectiva es la del Estado contractualista, otra visión, muy crítica a la del Contractualismo va a
ser el Estado Hegeliano. Otra cuestión es la visión del Estado en Marx. Para Hegel el Estado no se remite
meramente a una cuestión jurídica o formal, sino que el filósofo alemán comprenderá al Estado integrado
por dimensiones que también forman parte de él, como es por caso el ámbito cultural, las costumbres,
etcétera, recuperando Hegel, en este punto en particular, el concepto de politicidad del mundo clásico.
Resumiendo, mientras que en la antigüedad el Estado se pensaba como una categoría natural,
en la modernidad el estado se piensa como una categoría artificial, producto de la celebración
del contrato de los individuos; es decir, de las voluntades individuales. Entre los autores contrac-
tualistas están, aunque no exclusivamente, Hobbes, Locke y Rousseau; y si bien parten de una
analítica común: Estado de naturaleza-Sociedad Política; no obstante, sus propuestas van a re-
sultar muy diferentes. Para Hobbes el hombre es el lobo del hombre y, en este sentido, interpreta
al estado de naturaleza como un estado de guerra de todos contra todos. La superación de dicho
estado de belicosidad va a depender, para Hobbes, de la celebración de un contrato por parte de
las voluntades individuales que va a resultar en la fundación de la sociedad política. Para Locke,
en cambio, el estado de naturaleza es ya un estado pre-social. Incluso este pensador legitima la
propiedad privada en dicho estado y, por tanto, encuentra que una de las funciones centrales del
Estado político refiere a la protección de la propiedad privada.
Tomando un segundo eje para la comparación que venimos trabajando, ahondemos en la se-
mántica que la economía encuentra en estas dos cosmovisiones.
El Mundo Antiguo se caracterizó por una economía de la subsistencia, en virtud de que la pro-
ducción estaba subordinada a la satisfacción de las necesidades comunitarias, que eran limitadas
a la mera reproducción de la vida. Incluso, siguiendo a Polanyi9, podemos decir que el mundo an-
tiguo conoció la idea de mercado, pero este estaba subordinado a la dinámica social. Mientras que
en la modernidad podemos hablar de una economía de mercado, que adquiere su especificidad en
el fenómeno de la acumulación y las derivaciones que dicho fenómeno conlleva.
En el Mundo Antiguo existió un cierto tipo de acumulación, de ahí la observación de Aristóteles en
La Política bajo el tópico de la crematística; pero sin lugar a dudas, lo que jamás conoció el mundo an-
tiguo fue el fenómeno de la inversión. Intentaré explicarla de forma muy sencilla: supongamos un sujeto
que crea un objeto. Y uno podría preguntar ¿quién crea al objeto? El sujeto. Pero he aquí que el objeto
empieza a cobrar autonomía al punto que el objeto se subjetiviza y el sujeto se objetiva, se cosifica. Vale
decir, se invierte la relación. Un ejemplo de esto sería el mercado, uno prende la radio y dice el mercado
está nervioso, como si el mercado fuera un ente vivo, un sujeto vivo. No se trata aquí de efectuar una
axiología en torno al mercado, sino de poner de relieve una problemática crucial: cómo compatibilizar su
dinámica con el sentido más propio de la política, que no es otro que realizar el bien común.
Un tercer eje para pensar la diferencia entre el Mundo Antiguo y el Mundo Moderno refiere a la
noción de naturaleza. Si el hombre antiguo y el hombre medieval se sentían en comunión con la
naturaleza, como parte de la naturaleza, incluso reivindicando a veces un pensamiento animista. En
la modernidad, en cambio, se pierde esa comunión del hombre con respecto a la naturaleza, y ésta
es pensada, ahora, como materia prima que hay que producir y hay que explotar. Esta es otra de las
características importantes de la Modernidad con respecto al Mundo Antiguo. Bueno, es claro que
podríamos considerar otros posibles ejes, como la categoría de trabajo, la noción de razón, contem-
plativa en la antigüedad, y pragmática o instrumental en el Mundo Moderno, pero creemos que los
ejes anteriormente mencionados son suficientes para poner de relieve profundas diferencias.
9 - Karl Polanyi, La gran transformación, buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007
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Unida d 2
Pensamiento
político moderno (i)
Dra. Paula Biglieri 10
La tradición liberal
La tradición liberal tiene entre algunos de sus máximos exponentes a John Locke (1632-
1704) e Immanuel Kant (1724 – 1804). Los supuestos teóricos fundamentales parten de
hacer hincapié en el individuo y en sus capacidades para definir y perseguir racionalmente
sus propios intereses, como logro de objetivos particulares. La característica principal reside
en el valor primordial que se le otorga a la esfera privada que es ubicada en el corazón de la
sociedad civil.
El principio de la libertad de las personas es el eje de fundamental de esta perspectiva (li-
bre albedrío). La preocupación primaria del modelo teórico liberal está centrada en la correcta
realización de las garantías individuales (que incluso son tomadas en un sentido ontológico)
que el ordenamiento político debe asegurar. Consecuentemente, el pensamiento liberal resulta
sensible a cualquier intromisión que perturbe el ámbito de la libertad individual, de forma tal
que la defensa de ésta y de la autonomía de los ciudadanos frente a cualquier tipo de orde-
namiento del poder político, se establezca como la problemática central. La igualdad básica
de los liberales es la de los ciudadanos ante la ley, la igualdad de la libertad (universalidad de
los derechos ciudadanos).
John Locke en su Segundo ensayo sobre el gobierno civil (1689), recurre a la doctrina de
los derechos naturales o jusnaturalismo para fundamentar estos principios. Según ésta, todos
los hombres (indistintamente) poseen por naturaleza ciertos derechos esenciales aglutinados,
en sentido amplio, bajo el concepto de propiedad: derecho a la propiedad de la vida, a la pro-
piedad de la libertad y a la propiedad de las posesiones materiales. Derechos factibles de ser
conocidos a través del uso de la razón y que, en tanto derechos naturales, son anteriores a toda
construcción política.
Por lo tanto, deben ser reconocidos y respetados por cualquier tipo de ordenamiento no natural
que se de en los hombres. Estos derechos forman parte del núcleo duro y puro del modelo de
ciudadanía liberal, que considera a ésta como un status en relación con la posesión de deter-
minados derechos inherentes a la persona, los cuales bajo ningún aspecto pueden ser descono-
cidos. Locke, con su argumento jusnaturalista, deja establecido así un límite infranqueable que
todo poder político debe respetar y, además, establece una distinción clave de la era moderna:
la de la esfera pública y privada.
Para Locke la sociedad civil y el poder político son espacios diferentes, que no deben confun-
dirse y, por sobre todo, nunca deben fundirse. El poder político es creado para cumplir un obje-
tivo básico y desde su origen tiene claros límites marcados por la ley (tanto natural como civil).
El poder político supremo reside en el poder legislativo quien debe actuar de acuerdo al bien
común, dirimir los conflictos entre privados y garantizar la propiedad. Sin embargo la soberanía
mora, en última instancia, en el pueblo. Porque así como el consenso da lugar a la fundación de
la sociedad civil a través de un pacto, el funcionamiento del poder político también se rige por el
consentimiento mayoritario.
Siendo, según se ha dicho ya, los hombres libres e iguales e independientes
por naturaleza, ninguno de ellos puede ser arrancado de esa situación y some-
tido al poder político de otros sin que medie su propio consentimiento. Éste se
otorga mediante convenio hecho con otros hombres de juntarse e integrar en
una comunidad destinada a permitirles una vida cómoda, segura y pacífica de
unos con otros, en el disfrute tranquilo de sus bienes propios, y una salvaguardia
mayor contra cualquiera que no pertenezca a la comunidad. (...) Una vez que
un determinado número de hombres ha consentido en constituir una comunidad
o gobierno, quedan desde ese mismo momento conjuntados y forman un solo
cuerpo político, dentro del cual la mayoría tiene derecho a regir y a obligar a
todos. (Locke: 1983, § 95).
Evidentemente, cuando Locke se manifiesta a favor de un poder político que se rija por el
consenso de la mayoría, hace referencia a los representantes del pueblo en el poder legislativo.
La política debe quedar acotada a determinados ámbitos institucionales y subordinada a reglas y
funciones determinadas. No se delibera en el seno de la sociedad civil sino en el órgano principal
del gobierno: el poder legislativo. La participación ciudadana queda restringida al acto de elección
de los representantes. La acción política queda acotada a la función de impartir justicia en caso
de conflicto entre particulares y en el resguardo de la propiedad privada. La sociedad civil queda
definida como la esfera de acción privada de los individuos completamente deslindada, anterior
y legitimadora del espacio político. Los ciudadanos convierten sus derechos naturales en civiles y
con ello adquieren también obligaciones, limitaciones y libertades.
Finalmente cabe señalar que Locke deja abierta la puerta para una legítima rebelión ciudadana.
Si el poder político no cumple con su objetivo de proteger la propiedad y avasalla la esfera privada
o deja de cumplir las funciones para las cuales fue creado, entonces el poder soberano regresa al
seno del pueblo que instituirá un nuevo poder representativo.
Immanuel Kant retoma algunos aspectos característicos de la corriente jusnaturalista. Recurre a
la figura del contrato y a la dicotomía estado de naturaleza – sociedad civil. El estado de naturaleza
es una situación incierta e insegura. En él puede darse el caso de que exista la adquisición de algún
bien o la estipulación de contratos entre individuos particulares. Pero tal posesión o contratación
sólo tiene un carácter puramente precario. Lo mismo sucede con el más valioso de los derechos
naturales: la libertad. Su efectivo ejercicio puede verse fácilmente amenazado o avasallado. Por lo
cual es un deber de los individuos transformar el estado de naturaleza en una sociedad civil.11
El consenso implícito del contrato va a ser el fundamento legítimo de la constitución de la socie-
dad civil. Kant enfatiza el aspecto asociativo del contrato (al igual que Locke) y aclara que tal figura
11 - Cabe mencionar que el pensamiento de Kant posee una vertiente republicana que hace presente fundamentalmente a través de la noción de una
comunidad ciudadana que pone su acento en la deliberación. El filósofo alemán reivindica a la política desde el terreno de la opinión (doxa) anclada en el sentido
común y la moralidad práctica de los propios individuos. Asimismo desarrolla, lo que en términos kantianos podemos denominar “pensamiento extensivo”, vale
decir la idea de ponernos en el lugar de los otros para considerar consecuentemente sus posturas deliberativas como si fueran las nuestras. Con el resultado
de acentuar la idea de consenso.
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es una construcción de la razón con finalidades prácticas que no puede se corroborada empírica-
mente (Kant: 1993, 36-37, 43-44). De esta forma, el derecho natural deviene en derecho externo
(positivo) y emerge el Estado como ordenamiento jurídico y la sociedad en tanto sociedad civil.
El derecho es una limitación de la libertad de cada uno a la condición de
su concordancia con la libertad de todos, en tanto que esta concordancia sea
posible según una ley universal; y el derecho público es el conjunto de leyes
externas que hacen posible tal concordancia sin excepción. Ahora bien: dado
que toda limitación de la libertad por parte del arbitrio de otro se llama coac-
ción, resulta que la constitución civil es una relación de hombres libres que
(sin menos cabo de su libertad en el conjunto su unión con otros) se hallan, no
obstante, bajo leyes coactivas; y esto porque así lo requiere la razón misma, y
ciertamente la razón pura, que legisla a priori sin tomar en cuenta ningún fin
empírico (todos los fines de esta índole son englobados bajo el nombre genérico
de felicidad). (Kant: 1993, 26).
La primera consecuencia de tal afirmación es que la justificación y legitimación última del
Estado se encuentra en la razón. La segunda es que el ámbito de acción del Estado queda li-
mitado por todo aquello que se engloba bajo el genérico “felicidad”. Es decir, el ámbito privado
(que habita en la sociedad civil) queda delimitado y protegido de toda intromisión pública.
(...) los hombres piensan de modo muy diverso, de suerte que su voluntad
no puede ser situada bajo ningún principio común, síguese de ahí que tampoco
puede ser situada bajo ninguna ley externa conforme a la libertad de todos.
(Kant: 1993, 26-27).
Los principios a priori a partir de los cuales es posible la institución de un
Estado son: 1. la libertad de cada miembro de la sociedad, en cuanto hombre; 2.
la igualdad de éste con cualquier otro en cuanto súbdito; 3. la independencia de
cada miembro de una comunidad, en cuanto ciudadano. (Kant: 1993, 27).
El primer principio, hace referencia a la felicidad. Establece un ámbito donde los hombres
deben actuar de manera autónoma y establecer sus prioridades de cómo buscar su felicidad y
bienestar individual. Kant se opone a cualquier tipo de intervención estatal, en este sentido, por
considerarla paternalista. Un estado que actúa con benevolencia y pretende señalar a sus súbditos
la manera de ser felices, trata a los individuos como seres incapaces de dirimir que es beneficioso
o perjudicial para ellos mismos. Tal Estado es el de mayor despotismo porque evita que los indivi-
duos procuren la satisfacción de sus deseos particulares a través del uso de la razón y los vuelve
pasivos e incapaces de poseer derechos.
El segundo principio, implica la igualdad abstracta de los individuos ante la ley. A partir del cual
Kant escinde el ámbito de lo económico-social de la esfera política.
Esta igualdad general de los hombres dentro de un Estado, en cuanto súbdi-
tos del mismo, resulta, sin embargo, perfectamente compatible con la máxima
desigualdad, cuantitativa o de grado, en sus posesiones, ya se trate de una su-
perioridad corporal o espiritual sobre otros, o de riquezas externas (...) Más según
el derecho (...) todos, en cuanto súbditos, son iguales entre sí, porque ninguno
puede coaccionar a otro sino por medio de la ley pública. (Kant: 1993, 29).
Evidentemente, Kant también ataca a través de este principio la jerarquización medieval y sus
prerrogativas político-sociales hereditarias. Pero al hacerlo defiende también la organización social
a través del mercado (sin importar las desigualdad que genera) y erige al Estado como el espacio
de la igualdad abstracta.
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El tercer principio, refiere a la veta más republicana de Kant: la pertenencia a una comunidad
política como ciudadano en cuanto co-legislador.
Todo derecho depende de leyes. Pero una ley pública que determina para
todos lo que des debe estar jurídicamente permitido o prohibido, es el acto de
una voluntad pública, (...) tal voluntad no puede ser sino la voluntad del pueblo
entero. (Kant: 1993, 33).
Si bien, sólo pueden acceder a la categoría de ciudadanos quienes son capaces de cumplir
con la ética liberal de ser “su propio señor” y, en consecuencia, no dependen de ningún otro
individuo de la comunidad; únicamente la capacidad de legislar puede pertenecer a la voluntad
colectiva del pueblo. En este punto Kant postula el dispositivo de la representación política como
una ficción, un “como sí”.
Este contrato (...) se trata de una mera idea de la razón que tiene, sin embargo,
su indudable realidad (práctica), a saber, la de obligar a todo legislador a que dicte
sus leyes como si éstas pudieran haber emanado de la voluntad unida de todo un
pueblo, y a que considere a cada súbdito, en la medida que éste quiera ser ciu-
dadano, como si hubiera expresado su acuerdo con una voluntad tal. Pues ahí se
halla la piedra de toque de la legitimidad de toda ley pública. (Kant: 1993, 37).
Kant nuevamente recurre al consenso a través del ejercicio de un debate racional, como forma
de establecer una legislación y un ordenamiento político legítimo. Un buen legislador debe ser
aquel que legisle “como si” su voluntad emanara de la voluntad común del pueblo. Debe ser
el representante de la voluntad ciudadana, por tanto, tiene que permitirse la escucha atenta de
la opinión pública. Vale decir, tiene que evaluar las distintas posiciones expresadas en la deli-
beración pública y legislar considerando los diferentes puntos de vista, en pos de alcanzar un
consentimiento generalizado.
En el esquema kantiano, la opinión pública, ocupa el papel central de ser el nexo entre la so-
ciedad civil y el Estado. En este aspecto, diferencia el uso de la razón en dos: público y privado.
El uso privado es entendido en relación con la obediencia y el lugar del trabajo, es decir, donde se
desempeñan los individuos en la sociedad civil. En cambio el uso público, es pensado en relación
con el uso crítico de la razón. Sólo el juicio libre, en el marco adecuado (la comunidad de lectores)
puede impulsar el progreso y la ilustración. La opinión pública se enmarca en el uso público de la
razón, como ámbito para la deliberación y generación de consensos racionales.
Kant a diferencia de Locke, niega el derecho de resistencia. En la medida que como ciudadanos
hemos sido partícipes en la construcción de la legislación, sería irracional revelarse contra las
leyes que nos hemos dictado a nosotros mismos. Por lo mismo, delimita claramente uno y otro
uso de la razón. Si los usos se mezclan, implica desconocer la diferenciación entre sociedad civil
y Estado y, en tal sentido, trastocar el orden establecido.
Los tres principios referidos dibujan el ideal ciudadano de Kant, así como su concepto de
sociedad civil y representación. El ciudadano kantiano hace acuse de la ética liberal dado que
debe ser autónomo, capaz de definir sus intereses particulares y perseguirlos racionalmente, es
decir, ser un individuo ilustrado libre de “ajena tutela”. La sociedad civil es presentada como
el ámbito de la desigualdad y los intereses privados, ajena y anterior a la política. Mientras
que el mecanismo de representación, a través de la opinión pública, constituye el nexo entre la
sociedad civil y el Estado.
20
Bibliografía
Biglieri, P., (2004), “Sociedad civil, ciudadanía y representación: el debate de los clásicos de la modernidad”.
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Bobbio, N. y Bovero, M., (1979), Sociedad y Estado en la filosofía moderna. El modelo iusnaturalista y el
modelo hegeliano-marxista. Buenos Aires, FCE, 2000.
Kant, I., La Crítica del Juicio. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1990.
Locke, J., (1662) Segundo tratado sobre el Gobierno Civil Buenos Aires: Agora, 1983.
Unida d 3
Pensamiento político
moderno (ii)
La tradición demócrata. Modelos de democracia radical: Jean Jacques Rousseau y Karl Marx.
La tradición demócrata
El postulado central de la propuesta política de lo que podemos considerar como una perspec-
tiva demócrata es el de autogobierno ciudadano. Los modelos de democracia radical propuestos
por Jean Jacques Rousseau (1712 – 1778) y Karl Marx (1818 – 1883), a pesar de sus diferencias,
plantean la necesidad de un ciudadano auto-conciente y, en consecuencia, plenamente partici-
pativo. Posición que los lleva a negar la representación política, tanto en términos liberales como
corporativos, y a postular la necesidad de una identidad plena entre sociedad civil y Estado.
Rousseau, desde la primera frase del Capítulo I del primer libro Del Contrato Social o Principios
del Derecho Político (1762), plantea el problema de la democracia de manera radical y cuestiona
los ordenamientos políticos vigentes de entonces. “El hombre ha nacido libre y por doquiera está
encadenado” (Rousseau, 1988: 10). La sociedad civil le ha quitado al ser humano su libertad na-
tural, lo ha sometido a otros hombres y esclavizado bajo leyes inicuas. La sociedad civil, tal como
está constituida, es injusta. A partir de este planteamiento, trabaja tanto analítica como normati-
vamente, tres momentos: el estado de naturaleza, la sociedad civil (inicua) y la república.
El hombre del estado de naturaleza es un hombre primitivo que se encuentra en estado de pu-
reza. Rousseau lo considera un momento positivo porque el hombre, en esta instancia, aún no ha
sido corrompido por el desarrollo de la civilización. Se encuentra en un estado de perfecta libertad.
Manejar su voluntad individual libremente, es su condición básica por naturaleza. El hombre salva-
je del estado de naturaleza no es un ser social, ni político, ni moral. Por el contrario, es un animal
como otros que merodea buscando satisfacer sus necesidades, evitar el dolor y conservar la vida.
Al carecer de vida social, en consecuencia también se ve desprovisto de razón y habla porque es
ajeno a todas aquellas características de la vida en comunidad. El ser primitivo es solitario, ocioso,
independiente y piadoso. Lejos se encuentra de desarrollar una cultura del trabajo o de ser hostil
con sus congéneres.
Parece en primer lugar que, no teniendo entre sí los hombres en ese estado
ninguna clase de relación moral, ni de deberes conocidos, no podían ser ni bue-
nos ni malos, y no tenían ni vicios ni virtudes, a menos que, tomando estas pala-
bras en un sentido físico, se llame vicios en el individuo a aquellas cualidades que
pueden perjudicar su propia conservación, y virtudes a las que pueden contribuir
a ella; en cuyo caso, habría que calificar de más virtuoso a quien menos resisten-
cia oponga a los simples impulsos de la naturaleza. (Rousseau: 1988, 233).
Evidentemente, el hombre natural no tiene virtudes ni vicios y no puede ser ni bueno ni malo
porque no se relaciona con sus pares. Las desigualdades que existen entre los hombres sólo son
22
físicas, pero tampoco cuentan al no tener contacto con otros hombres. Por lo tanto, la igualdad es
un atributo natural del género humano al igual que la libertad.
Sin dudas, desde esta la lectura del estado de naturaleza, Rousseau critica tanto a Hobbes
como a Locke. Para Rousseau el problema es encontrar las cualidades reales del hombre natural
y contraponerlas con las ya adquiridas dentro de un orden social. A Hobbes lo critica fundamen-
talmente porque entiende que la naturaleza del hombre es violenta y que tomado por pasiones,
como la vanagloria y deseos de poder, puede ser brutal con sus pares. A Locke porque cree que
el hombre en el estado de naturaleza era industrioso y buscaba acumular riquezas.
Finalmente todos, hablando sin cesar de necesidad, de avidez, de opresión,
de deseos y de orgullo, han transferido al estado de naturaleza ideas que habían
cogido en sociedad. Hablaban del hombre salvaje y pintaban al hombre civil.
(Rousseau: 1988, 207).
Las características que Hobbes, Locke y posteriormente Kant encuentran en el estado de na-
turaleza, Rousseau las ubica en la sociedad civil. Sólo un ser con necesidades más allá de las
naturales, adquiere posesiones y busca riqueza. Un ser que siente pasiones, como el orgullo y la
necesidad de gloria, es un ser social que desarrolla esos sentimientos porque se relaciona y puede
compararse con sus pares.
La emergencia de la sociedad civil más que una solución, para Rousseau, es un problema. La
transición desde el estado de naturaleza hacia la sociedad civil es descripta como un proceso
histórico. El avance de la civilización trae aparejado la decadencia del género humano porque en
la medida en que el hombre se vuelve cada vez más sociable y, por tanto se aleja de sus carac-
terísticas naturales, es cada vez más dependiente, débil, más desigual y puedo ser sometido por
otros hombres.12 Pero el momento culmine de la fundación de la sociedad civil es la aparición de
la propiedad privada.
El primero al que, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió decir esto
es mío y encontró personas lo bastante simples para creerle, fue el verdadero
fundador de la sociedad civil.(...) El primer sentimiento del hombre fue el de su
existencia; su primer cuidado, el de su conservación. Los productos de la tierra
le proporcionaron todos los socorros necesarios, el instinto los llevó a usarlos.
(Rousseau: 1988, 248-249).
El desarrollo del cultivo de la tierra trae consigo la propiedad privada. A su vez, la fundación de
la propiedad privada engendra la desigualdad y la opresión entre los hombres al dividirlos entre
propietarios y no propietarios y entre ricos y pobres. Evidentemente para Rousseau el derecho a
la propiedad privada no es natural, sino más bien una creación corrompida de los hombres que lo
enajena de sus atributos naturales principales: la libertad y la igualdad. Por lo tanto la sociedad
civil es el ámbito de la desigualdad y la opresión. Los propietarios dominan e imponen su voluntad.
La voluntad de la libertad natural individual cesa de existir bajo la imposición de la dominación de
los ricos sobre los pobres.
Pero la emergencia de la sociedad civil aún no ha producido una sociedad política. Es decir, la
existencia de la sociedad civil no necesariamente genera un ordenamiento político. Rousseau para
institucionalizar el poder político recurre, como todos los jusnaturalistas, al contrato. En efecto,
esta sociedad civil roussoniana que tanto se asemeja al estado de naturaleza de Hobbes, provoca
12 - Rousseau afirma que el surgimiento de la civilización es producto de accidentes naturales que obligaron a los hombres a ponerse en contacto con
otros hombres. Así, es que a través de un lento proceso desarrollando relaciones humanas estables y fue perdiendo su pureza natural. Se tornó más blando y
sus necesidades fueron cada vez mayores.
23
que el hombre aprenda a compararse, que busque dinero y honores, que se vuelva vanidoso y que
el anhelo de infinitas posesiones desate interminables disputas.
(...) a la igualdad rota siguió el más horroroso desorden; así fue como las usur-
paciones de los ricos, los bandidajes de los pobres, las pasiones desenfrenadas
de todos, ahogando la piedad natural y la voz aún débil de la justicia, volvieron a
los hombres avaros, ambiciosos y malvados. Entre el derecho del más fuerte y el
derecho del primer ocupante se alzaba un conflicto perpetuo que no terminaba
sino mediante combates y asesinatos. La sociedad naciente dio paso al más ho-
rrible estado de guerra (...). (Rousseau: 1988, 264).
Así, bajo estas circunstancias los ricos, a sabiendas del peligro constante que corren sus vidas
y sus bienes, proponen crear instituciones que le sean favorables. De tal manera a través de un
pacto la sociedad civil inicua, instaura un orden político también injusto. Efectivamente, los ricos
proponen un pacto que lleva consigo mismo un engaño; porque si bien es presentado como una
solución para proteger a los débiles de la opresión, contener a los ambiciosos y asegurar a cada
uno la posesión de lo que le pertenece, los resultados son otros.
Todos corrieron al encuentro de sus cadenas creyendo asegurar su libertad; por-
que con suficiente razón para sentir las ventajas de una organización política, no
tenían bastante experiencia para prever sus peligros (...). (Rousseau: 1988, 266).
La aceptación del pacto es la institucionalización de la desigualdad y el dominio de unos sobre
otros. La sociedad civil constituida en los términos de este pacto formaliza también la diferencia-
ción entre sociedad civil y ordenamiento político. Esta dicotomía así establecida es ilegítima para
Rousseau porque fija el sometimiento de unos sobre otros. La aprobación del pacto inicuo insti-
tuye una magistratura, es decir, la prerrogativa de que ciertas personas puedan ejercer el poder
político, pero que bajo estas condiciones sólo apuntala aún más la injusticia que implica la falta
de libertad y la desigualdad.
Recuperar la libertad y la igualdad es la solución propuesta por Rousseau para superar situa-
ción de injusticia de la sociedad civil. Pero éstas ya no pueden darse en términos naturales sino
en términos civiles. Por eso Rousseau plantea la necesidad de un contrato social que anule la
distinción entre la sociedad civil y el ordenamiento político y que cree una verdadera república.
El contrato social que da origen a la república es propuesto como un acuerdo cualitativamen-
te diferente al pacto inicuo de la sociedad civil corrupta. La república democrática de Rousseau
es fundada por un contrato social que establece una asociación donde todos los participantes
ceden todos sus derechos a la voluntad general y pasan a ser integrantes de ésta. Justamente
la voluntad general, como cuerpo político, está compuesta por la totalidad de los coasociados.
Así, el pueblo es reconocido como único e indiscutible titular de la soberanía popular porque
ese cuerpo político está constituido por ciudadanos libres e iguales. La soberanía popular es,
entonces, el ejercicio de la voluntad general que se conforma a partir de la participación activa
de los ciudadanos y se manifiesta en las leyes que dicta. Por lo tanto, la obediencia a la ley es
la obediencia a la voluntad general, lo que implica la obediencia a las leyes que uno mismo se
dicta en cuanto ciudadano.
Para Rousseau una verdadera asociación política no debe estar cimentada en la sumisión de
la mayoría del pueblo a una persona o grupo, sino ser un ordenamiento donde todos participan
en las decisiones públicas y obedecen. De esta manera, la república democrática, nacida a partir
del contrato social, implica una sociedad civil identificada con el ordenamiento político porque es
una asociación entre un grupo de hombres para formar una voluntad general y obedecerla. Es
decir, todos quienes forman parte de la sociedad civil integran la voluntad general y viceversa. El
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resultado buscado por Rousseau es que cada uno recupere la voluntad de la libertad, pero ya no
de manera natural e individual sino de manera civil y general.
El ciudadano requerido en la república roussoniana es aquel producto de una rigurosa educa-
ción moral. Un ciudadano virtuoso que responsablemente participa en la formación de las leyes
como miembro del cuerpo soberano y que se somete a ellas como súbdito. La voluntad general es
la expresión del bien público y nunca puede estar en contra del propio interés del ciudadano por-
que los intereses colectivos siempre preservarán los intereses de aquel. Esto es así en la medida
que la voluntad general nunca puede estar compuesta de parcialidades y, en consecuencia, no es
lo mismo que la voluntad de la mayoría.
La voluntad general es siempre recta y siempre tiende a la utilidad pública. El
pueblo siempre quiere su propio bien pero no siempre lo ve, jamás se corrompe
al pueblo pero se lo engaña. Hay mucha diferencia entre la voluntad general y la
voluntad de todos, la primera mira el interés común, la segunda al interés privado y
no es más que la suma de voluntades particulares: pero quitad de estas voluntades
los mas y los menos que se destruyen entre sí, y queda por suma de las diferencias
la voluntad general. Para que haya voluntad general que no haya sociedad parcial
en el Estado, y que cada ciudadano opine por sí mismo. (Rousseau: 1988, p. 35)
Es decir, el ciudadano debe ser virtuosamente demócrata, parte activa de la voluntad general
(es decir, autogobernado) cumplidor de sus obligaciones y respetuoso como súbdito de los dictá-
menes de la ley. Los individuos deben ser ciudadanos con una moral auto-impuesta muy severa
porque un ciudadano debe pensar y actuar como miembro de una comunidad y no como una
voluntad individual aislada en la búsqueda de sus intereses privados.
La propuesta política defendida por Rousseau, en consecuencia, niega la representación polí-
tica. La soberanía reside en el pueblo (conjunto de ciudadanos) tiene un carácter inalienable. Es
decir, a ningún grupo o persona puede tener el derecho a hacer leyes en lugar del cuerpo ciu-
dadano en general. Nadie puede ejercer en nombre de la ciudadanía la responsabilidad ejecutar
su libertad. Por tal motivo la voluntad general debe ser constantemente consultada. Además, la
expresión de la voluntad general tiene que garantizarse suprimiendo facciones, grupos de interés,
partidos políticos y extremos de riqueza y pobreza entre la población. Finalmente cabe señalar que
la voluntad general es indivisible y absoluta.
El contrato social es un acuerdo para formar una sociedad civil justa que establece la voluntad
general al mismo tiempo que se funde en ella. Desdibuja la diferenciación entre sociedad civil y
Estado y elimina la idea de representación política. Además, constituye una vertiente fundamental
para considerar la noción de libertad en relación con la voluntad, en tanto, solamente se es autén-
ticamente libre en el ámbito de la voluntad general pues únicamente en ésta el hombre adquiere
plena objetividad y racionalidad. De esta forma, quiebra con la concepción de libertad entendida
como libre albedrío presentada por la perspectiva liberal. Este mismo concepto de libertad es
posteriormente retomado tanto por G. W. F. Hegel como por Karl Marx, pues para ambos filósofos
el concepto de ciudadanía reviste el sello de la universalidad o generalidad. Dicho concepto abre
las puertas para pensar una superación del sentido de democracia formal del liberalismo; porque
los ciudadanos al ser conscientes de que sus propias necesidades están unidas al destino de la
comunidad, y adquieren también conciencia de las necesidades de los demás. Así, el ser genérico
será el ser racional, en tanto, pondrá en marcha una racionalidad comunitaria.
Para el marxismo la construcción de una ciudadanía ideal se enmarca, al igual que Rousseau,
en un modelo democrático de plena participación (en abierta contraposición con el ordenamiento
formal de igualdad en cuanto a derechos del esquema liberal) en donde los individuos son capaces
25
de apartarse de sus intereses egoístas porque se recuperan como seres genéricos; y toman un
concepto de libertad que no está escindido de la esfera comunitaria. Marx también entiende que
este modelo sólo es realmente factible en la medida que se deje de lado la dicotomía planteada
por el pensamiento liberal y, en consecuencia, el hombre egoísta y aislado de la sociedad civil
(del ámbito privado) y el hombre abstracto y moral de la comunidad política (del ámbito público)
se superan dando lugar al ser genérico. En otras palabras, cuando desaparezca la diferenciación
sociedad civil – Estado y se deje atrás el sujeto alienado. Al respecto Marx planteó:
La emancipación política es la reducción del hombre de un lado a miembro
de la sociedad civil, a individuo egoísta e independiente, y del otro a ciudadano,
a persona moral. Sólo cuando el real hombre individual recoge en sí al ciuda-
dano abstracto, y como hombre individual se convierte en ser social en su vida
empírica, en su trabajo individual, en sus relaciones individuales, sólo cuando el
hombre reconoce y organiza como fuerzas sociales sus forces propes y por eso
no se separa más la fuerza social en forma de fuerza política, sólo entonces se
cumple la emancipación humana. (Marx: 1973, pp. 58-59).
Es decir, un ciudadano realmente democrático basado en el famoso principio “de cada quién
según sus capacidades a cada cual según sus necesidades”, que no solamente es igual y libre en
relación con sus conciudadanos en términos abstractos de derecho sino en términos concretos de
materialidad, en una comunidad que de lugar a la emancipación del género humano.
Alcanzar una ciudadanía plena y con ello la verdadera democracia supone para Marx
entrar en la etapa del comunismo como momento superador del capitalismo. Llegar a este punto
significa superar la dicotomía sociedad civil – Estado y que el hombre alcance la plenitud del ser
genérico. Por tanto, el concepto mismo de representación no es más que la expresión de la aliena-
ción política padecida por los individuos en el capitalismo. El hecho de que exista representación
política no es más que la plasmación de la escisión entre el hombre social del político. Marx busca
identificar al verdadero sujeto de la historia que lleve adelante la superación de la alienación. Ésta
implica básicamente la superación del sujeto escindido, que en el plano ideal es libre e igual con
sus conciudadanos pero en el plano material sometido y desigual.
Para ello critica la Filosofía del Derecho de Hegel y plantea que el sujeto verdadero vive en el
mundo material y, en consecuencia, el mundo material no debe deducirse del mundo ideal. Sino
por el contrario, el mundo ideal tiene que entenderse a partir del mundo material. Como observa-
mos, para Hegel la representación corporativa es la mediación esencial entre el individuo aislado
de la sociedad civil y el Estado.
Para Marx, por el contrario en los Estados modernos la participación política de los ciuda-
danos es ideal, pero la realidad se juega en el espacio de la sociedad civil, ámbito de la prose-
cución de los intereses egoístas de los individuos, del mercado y la producción. La verdadera
democracia implica la resolución de la alienación entre la comunidad política y el individuo, por
medio de la disolución de la distinción de la sociedad civil (ámbito de los intereses privados) y el
carácter social de la vida política (ámbito público). La propuesta política planteada en los Ma-
nuscritos económicos filosóficos (1844) postula que el principio formal se convierta en idéntico
al principio material.
En este punto Marx da entrada al proletariado, grupo social que por el lugar objetivo que le cabe
en la sociedad, es el encargado de llevar adelante la transformación revolucionaria que emancipe
la humanidad. El proletariado pasa a ocupar el lugar de sujeto de la historia que para Hegel tiene
la idea o razón. El proletariado es una clase radicalmente encadenada en la esfera de la sociedad
civil que posee un carácter universal debido a sus sufrimientos universales. La clase obrera se
26
encuentra en el peor lugar de la sociedad porque padece la explotación y la pobreza originada por
la organización social del modo de producción capitalista.
Al recibir la irracionalidad concentrada de la sociedad capitalista la emancipación de la clase
proletaria significa la liberación de la sociedad en su conjunto. En ese sentido, Marx traslada el pro-
blema de la soberanía contemplado por Rousseau a un problema de clases. La clase obrera debe
ser el sujeto a través del cual se logre una soberanía distribuida igualitariamente entre los todos los
ciudadanos, permitiendo así el efectivo ejercicio de la libertad como voluntad general hacedora.
Ahora bien, la alienación producida por el capitalismo parte del seno de su forma de orga-
nización productiva: la separación del trabajador de sus medios de producción. El punto principal
señalado por Marx es que el trabajador no sólo corre la misma suerte que el objeto producido sino
que también se convierte en siervo de éste. El producto que elabora el trabajador se transforma
en un objeto extraño y con poder independiente sobre él. No sólo no puede apropiarse de lo que
produce sino que son otros quienes se adueñan de los objetos producidos. Además, dichos objetos
tienen por finalidad el intercambio en el mercado, espacio donde el trabajador mismo es consi-
derado un objeto más a intercambiar o un costo más de la producción. Así, el ser humano queda
enajenado de una de sus características genéricas esenciales: ser productor universal.
Dado que Marx entiende que las relaciones económicas de intercambio y producción son tam-
bién relaciones sociales, la alienación en el trabajo acarrea la enajenación social. La consecuencia
más grave es que hace extraños entre sí la vida individual de la genérica, dejando lo individual
separado de lo social y lo social de lo político. De allí la separación de la sociedad civil, entendida
como ámbito de intercambio y producción y espacio de los intereses egoístas y el Estado, como
ámbito ideal donde todos los ciudadanos son libres e iguales en cuanto a derecho.
La verdadera democracia sólo puede tener lugar en la sociedad comunista. La victoria
sobre la alienación depende, en primera instancia, de la superación de la propiedad privada. Por-
que la apropiación privada de la producción social se ubica en la médula de la alienación en el
trabajo, que a su vez es considerada como la base de la alienación en la política. Por ello lo que
se requiere para alcanzar la sociedad comunista es una completa reorganización de la sociedad
en su conjunto: un cambio revolucionario que elimine la escisión sociedad civil – Estado. La futura
sociedad comunista debe basarse en la abolición positiva de la propiedad privada en cuanto origen
de la alienación para alcanzar la apropiación de la esencia humana.
La nueva sociedad traerá aparejado el retorno del hombre en cuanto ser genérico, es decir, en
cuanto ser social parte de una intersubjetividad. Allí, tendrá lugar el verdadero ciudadano poseedor
de una plena conciencia comunitaria. La sociedad comunista no estará basada en la búsqueda
individual de los intereses egoístas, sino en la plena conciencia de los sujetos de que la comunidad
y su propia existencia dependen mutuamente.
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Bibliografía
Biglieri, P., (2004), “Sociedad civil, ciudadanía y representación: el debate de los clásicos de la modernidad”.
Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales. México: año XLVII, núm. 191, mayo-agosto de 2004.
Cohen, J. L. y Arato, A., Civil Society and Political Theory. Massachusetts: MIT Press, 1997.
Marx, K., En torno a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Buenos Aires: Contraseña, 1973.
Santillán, J.F., (1988), Hobbes y Rousseau. Entre la autocracia y la democracia. México: FCE, 1996.
28
Unida d 4
La construcción
de la identidad nacional
Orígenes y desafíos actuales.
Dr. Ernesto Ferreira 13
Introducción
En este trabajo pretendemos aportar herramientas conceptuales que permitan reflexionar
acerca del modo en que se ha construido nuestra identidad nacional, los distintos proyectos
de país que han emergido de tal construcción y el lugar que, consecuentemente, nos asigna-
mos en el contexto latinoamericano. Destaquemos, precisamente el sentido de “construcción”.
Partimos de la base de que la “identidad nacional” no es algo dado, adscripto a determinado
espacio geográfico y demográfico, sino –por el contrario- el resultado de los procesos histó-
ricos, sociales, políticos y económicos que permiten construir homogeneidad de un modo
circunstancialmente establecido, esto es, sujeto a mutaciones y cambios, a redefiniciones
permanentes, a categorías fluidas.
No se pretenderá, entonces, alcanzar una esencia prescriptiva (un catálogo cerrado de cómo
debe ser un “auténtico argentino”) sino que se intentará indicar algunos factores que permitan
describir los diferentes modos en que se han sucedido distintas concepciones de la “argentinidad”
que han entrado en conflicto entre sí.
La identidad nacional
Asumiendo un abordaje antropológico, seguiremos a Gustavo Lins Ribeiro14 en cuanto a que
los modos de representar colectividades se basan en estereotipos. Así, los argentinos sería-
mos creativos, geniales, nostálgicos, arrogantes, agresivos, europeizados. Estas imágenes se
construyen simbólicamente, no son innatas ni resultado de la observación de un supuesto “ser
nacional”. Si, sólo por hipótesis, estuviéramos de acuerdo en alguno de los términos empleados
La Organización Nacional
La Nación Argentina, luego de casi 40 años de luchas intestinas, se da una Constitución en
1853. Se inicia de este modo lo que se ha denominado el período de la Organización Nacional
durante el cual se construirán los pilares del Estado Argentino.
Sin que resulte necesario desentrañar en profundidad el surgimiento y concepto de Estado
moderno, pues ello nos alejaría del tema central, desde la definición weberiana de Estado, que lo
conceptúa como la agencia u organización que reclama con éxito el monopolio en el ejercicio de
la coacción legítima imponiendo una coordinación imperativa, como desde perspectivas jurídico
formales que lo definen como una comunidad jurídicamente organizada integrada por tres elemen-
tos esenciales:
Territorio: ámbito de validez espacial de un ordenamiento jurídico determinado.
Población: ámbito de validez personal de un ordenamiento jurídico determinado.
Poder político: factor de integración esencial que presenta dos modalidades. A) Externa: que
supone el concepto de soberanía, entendida como la no sujeción a la voluntad de otros Estados
15 - Shumway, Nicolás La invención de la Argentina. Ed. Emecé. Bs. As. 2002. pág. 319
30
19 - La idea de relaciones interestructurales dialécticas y asimétricas, en un tiempo y lugar determinado (momento estructural) está extraída de los
conceptos desarrollados por el Prof. Juan Carlos Rubinstein en su artículo “Autonomía del Estado y Cambio Social”.
20 - Este consumo ideológico común, reprodujo -con ciertos matices, claro está- en los términos “Civilización” y “Barbarie” del Facundo sarmientino,
la contraposición entre “Civilización” (Francia) y “Kultur” (Alemania), resultado de la pretensión universalizante de los ideales de la Revolución Francesa
identificado con Francia (llevado, paradojalmente, en las bayonetas napoleónicas) enfrentada a la reivindicación germana de las artes y artesanías, lo indivi-
dual, lo particular, del “bildung” (“formación” y “educación”), frente a la ciencia, la tecnología y la razón presentadas como pautas homogeneizadoras. Podría
señalarse que, así como la pretensión universalizante civilizadora de los franceses no era más que un intento por expandir una particularidad bajo premisas
que se presentaban como comunes a toda la humanidad (ciencia, razón, tecnología, materialismo), la “civilización” impuesta por nuestra élite oligárquica era
–también y principalmente- un aparato ideológico de legitimación de su posición dominante.
32
La concentración de riqueza y poder que este proceso supuso, aumentó la distancia social
existente entre la élite y los conglomerados criollos e inmigratorios a los que sometían, a partir de
su marginación de la vida política. La paradigmática figura del “doctor” como administrador del
aparato del Estado y las oligarquías provinciales, poco más que delegaciones del Poder Ejecutivo
Nacional, permitieron construir un sistema de alianzas en que se distribuían los cargos ejecutivos,
legislativos y judiciales del Estado entre los miembros de los estamentos privilegiados.
José Luis Romero sostiene que: “...Un sentido de aristocracia, de superioridad social, comenzó
a aflorar en los hombres de la generación directora del ´80; La conciencia del abismo que los
separaba de ese conjunto heterogéneo que estaba por debajo de ellos robusteció su certidumbre
de que eran de distinta condición, hijos auténticos del país y amos del suelo. Pero al mismo tiem-
po se robusteció en ellos cada vez más la convicción de que tenían un derecho incuestionable a
beneficiarse, como clase patricia, con la riqueza que el conglomerado criollo-inmigratorio creaba,
multiplicando las posibilidades de sus propios bienes, antes improductivos...”.21
En la élite que venimos analizando coexistía la adhesión a las corrientes innovadoras de la bur-
guesía europea (desde el iluminismo, al liberalismo y el positivismo filosófico) con la firme convic-
ción de un derecho “sagrado” a la conservación de las bases tradicionales de su poder económico
y social. Esta discordancia no debe sorprender, pues un fenómeno parcialmente análogo ocurría en
los países centrales. Es que, contemporáneamente, en Europa se producía un conflicto entre el ca-
pitalismo maduro y un proletariado con alto grado de sindicalización y fuertemente politizado (con
conciencia de clase, en términos marxistas), que no era desconocido por las élites autóctonas.
Sin embargo, la debilidad y falta de organización de los estratos populares en nuestro país –que de
algún modo habían sido desplazados por la derrota de Rosas en la batalla de Caseros y la ausencia
de cuadros propios que las dirigieran, permitieron que durante casi 20 años, la oligarquía gobernante
centrara su atención en las disputas de poder originadas en su seno o en espacios sociales cercanas al
mismo. Los conflictos directos entre el “capital” y el “trabajo” en la Argentina sólo presentarán un volu-
men e intensidad socialmente relevantes a partir de los últimos años del siglo XIX. Hasta ese momento,
esos conflictos “europeos” aparecían a los ojos de la oligarquía local, como fenómenos exóticos, ante
los que se acudía a los principios del librecambio o a la simple represión, sin perjuicio de que cuando
esa conflictividad emergió por factores endógenos, se los negó como fruto de ideologías foráneas o
“extrañas al sentir nacional” –una frase que, valga la digresión, tendría resonancias en el terrorismo de
Estado que se impuso, con efectos terribles y en otros contextos, casi un siglo después22.
Esta actitud de la oligarquía local no debe sorprender. Con los matices propios de las diversas
realidades y tradiciones históricas, es similar al proceso que se produjo en Europa desde el as-
censo y triunfo del liberalismo burgués (que significó una ideología revolucionara frente al Ancien
Regime) hasta su repliegue “defensivo” ante la aparición de lo que sintéticamente podemos enun-
ciar como la “cuestión social”.
Siguiendo en este tópico a Reinhard Künhl, es posible describir las etapas que condujeron al
liberalismo, desde una ideología “agresiva”, de cambio social, a una posición “defensiva” frente a
las nuevas realidades que le tocó enfrentar, una vez alcanzado el poder político.
En la tradición liberal, el objetivo del Estado (con sus fines “personalistas”) no era la gracia
divina o la fama del soberano; sino el bienestar de los ciudadanos (burgueses, podríamos agregar).
21 - Romero, José Luis. Las ideas políticas en la Argentina. F.C.E., 1959, pág. 181
22 - Vemos aquí una posible –y peligrosa- utilización del concepto de “identidad nacional” que se efectúa desde el poder para señalar a sus opositores
como ajenos a la comunidad.
33
La consecuencia de esta concepción es que los propios ciudadanos (burgueses) ejerzan el poder
político. Y, en esta línea de ideas, es el poder legislativo –del modo en que lo concibieron Locke y
Montesquieu- el que consagra la participación de la burguesía en la configuración política.
El primer objetivo –como solución constitucional de compromiso entre el absolutismo y los
liberales- consistía en hacerse con el poder legislativo a fin de que esta división de poderes limi-
tara la arbitrariedad del monarca absoluto, aún cuando la lógica interna del liberalismo conduje-
ra, en una etapa posterior, a que el propio poder ejecutivo emanara de la voluntad popular. Sin
embargo, el Parlamento no estaba proyectado para tener carácter de poder del Estado, pues no
debía representar intereses y deseos, sino únicamente la razón, desde que lo que se pretendía
era encontrar lo razonable y útil sin tener que acudir a la violencia, con argumentos racionales y
como fruto de un debate de ideas.
Este modelo de parlamentarismo necesita de un componente esencial para funcionar adecua-
damente: que dentro del mismo no exista una contradicción insoluble de intereses, sino matices,
diferencias de opinión que puedan superarse a través de la discusión racional. Evidentemente,
cuando el proletariado obtuvo, luego de ingentes luchas reivindicativas, una “cabeza de playa” en
los órganos deliberativos, los problemas que se suscitaron ya no pudieron resolverse dentro del
esquema que vengo describiendo.
Pero, sin adelantarnos a etapas posteriores, lo cierto es que la tarea del Parlamento “clásico”
consiste en controlar al Ejecutivo, para evitar unas injerencias arbitrarias en el ámbito social y una
perturbación de la vida económica, dejada en manos de los intereses de cada individuo. No se
trata –tanto-, de un equilibrio de poderes sino del predominio del “poder supremo” (según la idea
de Locke derivada de su contractualismo de dos fases: el “agreement” y el “trust”)23, esto es el
Parlamento constituido por los representantes del pueblo.
Nos dice Künhl: “De la función del parlamento –idealmente el representante de la razón general
y sociológicamente la representación de la burguesía- se siguen también una situación especial del
diputado, una cierta capacidad del votante, así como una estructura característica de los partidos....
el diputado parlamentario no era representante de un determinado grupo, sino del pueblo entero.
Es éste un deseo que encontramos desde las constituciones liberales del siglo XIX...Pero un
acuerdo mutuo sobre la base de una discusión pública orientada por el bienestar común, sólo es
posible si previamente ya existe un acuerdo sobre qué es el bienestar común. Esto es, cuando la
composición social del parlamento es relativamente homogénea (...) Dado que los poseedores eran
al mismo tiempo personas de formación intelectual –el requisito para la formación es la posesión-,
quedaba asegurada la homogeneidad social de los electores y los diputados parlamentarios” 24 (lo
destacado me pertenece.)
La idea que emerge del análisis del autor citado es que la relativa homogeneidad, clave para el
funcionamiento del parlamentarismo, estaba garantizada por la extracción social de los diputados,
provenientes de las clases poseedoras e intelectuales, pues sólo dichas capas tenían derecho
al voto. Y entonces, no había chance alguna de que se produjera un conflicto insuperable en el
marco de esa matriz institucional (como el que sobrevendría después con la contraposición entre
burgueses y proletarios) sino sólo unos contrastes entre las fracciones de una misma clase, cuyas
disputas se vinculaban a los diferentes tipos de posesión (comerciantes vs. terratenientes o, in-
dustriales vs. comerciantes).
23 - El desarrollo de esta idea de contractualismo en dos “tiempos” encuentra mayores desarrollos –que exceden la temática de este trabajo- en el
prólogo de Joaquín Abellán a los Dos ensayos sobre el gobierno civil de Locke, publicado por Ed. Plantea-De Agostini. Barcelona, 1996
24 - Künhl, Reinhard Modelos de dominación pública. El liberalismo en “Introducción a la Ciencia Política” de Wolfang Abendroth y Kurt Lenk. Editorial
Anagrama, Barcelona, 1971, págs. 68-69.
34
Pero es evidente que la pretendida representación de los intereses del conjunto del pueblo en esos
parlamentos, sólo podía mantenerse mientras la realidad social garantizara que todo individuo podía
alcanzar, a través de su esfuerzo individual, “un billete de entrada” a ese esquema. La realidad social
de la Europa de la segunda mitad del siglo XIX, vino a poner en crisis esta matriz. La irrupción del prole-
tariado como actor político y social, que termina de consolidarse con la segunda Revolución Industrial,
exigiendo participación a través del derecho al voto, forzó a un cambio en las instituciones, aún cuando
–por ejemplo- en el Reino Unido el voto universal sin restricciones se sancionó recién en 1918.
Es que se enfrentaban intereses opuestos e inconciliables, que no podían encontrar una síntesis
en el marco del parlamentarismo que venimos describiendo, pues, precisamente faltaba la premisa
de “Homogeneidad” a la que hiciéramos referencia. En la medida en que las capas no burguesas
irrumpen en la vida política pública y toman posesión de segmentos de sus instituciones, participan-
do en la prensa, en los partidos y en el parlamento, el arma de la publicidad como garantía de control
de los actos del Estado, se vuelve en contra de quien la forjó, esto es, contra la propia burguesía.
El liberalismo entonces, una vez en el poder la burguesía constituida como clase dominante
frente al “proletariado” industrial que se le oponía, sufrió una reinterpretación de sus principios
para adecuarlos a las nuevas circunstancias, para poder justificar las prerrogativas de la burgue-
sía y evitar que se llevaran a la práctica las consecuencias últimas del armazón ideológico del
liberalismo doctrinario.
Se delinea entonces el modelo burgués del Estado de Derecho en el cual los hombres libres
e iguales de derecho “...regulan sus mutuas relaciones mediante contratos privados, libremente
acordados, tanto si se trata de cuestiones políticas, económicas o de otro tipo. Esta concepción
del contrato está hecha a imitación del proceso de cambio entre poseedores de mercancías que
compiten libremente. Tanto el horario laboral, como el matrimonio, las relaciones comerciales y los
acuerdos del parlamento, así como las instituciones del Estado, son el resultado de unos acuerdos
pacíficos entre unas partes jurídicamente iguales...”.25
El Estado liberal debía limitarse a elaborar unas reglas generales (normas jurídicas) acerca de
las relaciones interpersonales, similares a las de un Código de tránsito, que se fundaran en la
protección de la libertad y la propiedad privada, asumiendo una actitud neutral frente al contenido
de los acuerdos elaborados por los individuos. En síntesis, se postula una consciente renuncia a
todo intento de configurar, desde el Estado, a la sociedad civil (ámbito reservado a la autonomía
de la voluntad sujeta a la ley, que le provee de seguridad y previsibilidad). Si se aspiraba, de
algún modo, a la “justicia social”, ese objetivo debía alcanzarse en forma espontánea, gracias al
funcionamiento de las leyes del mercado que concede a todo individuo –y esto es casi un artículo
de fe semirreligiosa en todas las versiones del liberalismo- las posibilidades de ascenso social
correspondientes a su eficacia.
En la práctica, los principios sufrieron una evidente refutación, pues cuando la burguesía se
hizo cargo del poder o de parte de él, en modo alguno se alcanzó la igualdad de derechos en
sentido material.
Sobre el punto, sostiene Jürgen Habermas: “...La democracia liberal se desarrolló en el marco
de una sociedad estructurada de forma completamente jerárquica. La formación de la voluntad
política quedó limitada de hecho a los estamentos superiores. La base real del Estado liberal no
fue nunca un orden de ciudadanos en competencia en igualdad de oportunidades, sino una estruc-
tura estable de rangos sociales, asegurada por la formación y la propiedad...”.26
Concluye su análisis Kühnl afirmando que: “...Todos estos cambios de rumbo del liberalismo sig-
nifican una manifiesta renuncia a los principios democráticos por los que la burguesía había lucha-
do antaño en su propio interés, pero cuya extensión a las masas obreras no querían admitir...”29
En este contexto, no resulta sorprendente la alianza entre los liberales alemanes y el canciller
Otto von Bismarck en la instauración del Imperio Alemán, como consecuencia de la victoria obte-
nida sobre Francia en la guerra de 1870-1871. En concreto, la burguesía alemana renunció a sus
postulados políticos y se contentó con la satisfacción de sus intereses económicos, lo que permitió
la instauración de un régimen semi-parlamentario en el que el Emperador no respondía ante el
pueblo sino ante Dios.
Asimismo, la administración del conflicto social que fue en aumento en el Imperio, si bien
parece contradictoria, no lo es. Concretamente, Bismarck utilizó dos métodos simultáneos y com-
plementarios para contrarrestar el poderío de la clase obrera: la represión (la “ley de socialistas”
de 1878 es un ejemplo) y las concesiones. Paradojalmente, ambos mecanismos supusieron, en el
caso alemán y en todos los que siguieron su ejemplo, una expansión del aparato y poder estatal:
más policía, para ponerlo en términos generales, más procesos y condenas severas contra los
“revoltosos”, pero también una embrionaria legislación social en forma de leyes de accidente de
trabajo, pensiones, etc., verdaderos antecedentes del “Estado de bienestar”. Más aún si tenemos
en cuenta que una fracción no menor del propio movimiento obrero alemán fue “seducido” por
la esperanza de una revolución “desde arriba”. Ejemplo paradigmático de este “reformismo” es la
posición que asumió en un momento determinado el socialdemócrata alemán Ferdinand Lasalle,
cruelmente denostado por Karl Marx, por ese motivo.
Este extenso análisis de las reinterpretaciones a las que el liberalismo fue sometido en Europa
se justifica porque, precisamente, el proyecto de la generación del ´80 en nuestro país, se apoyó
en esa ideología reformulada para instaurar su régimen. Es evidente que, en nuestro caso, apare-
cen otras variables, como el “aluvión” inmigratorio y la ausencia de una Revolución Industrial, pero
lo cierto es que el “orden y progreso” que se predicaba encontraba su apoyatura ideológica en la
imitación de los procesos socio-políticos europeos –esencialmente- y norteamericanos.
Las élites que en nuestro país realizaron su proyecto modernizante tenían plena convicción
de la legitimidad de su acción social. Junto con los ferrocarriles y las modas francesas se im-
portaron visiones del mundo e instituciones políticas que, lejos de resultar consecuencias de
una presión de las fuerzas sociales para limitar el poder de las clases dominantes (como había
ocurrido en Europa), constituyeron un armazón superestructural para institucionalizar su po-
sición hegemónica, a través de las alianzas entre las fracciones de la clase poseedora que se
sucedieron, con nitidez, entre 1880 y 1916.
Esta matriz no fue adaptada a las consecuencias “no deseadas” del éxito de su proyecto histó-
rico, con lo que se bloqueó el acceso a toda participación en la toma de decisiones a los nuevos
grupos emergentes. Las reivindicaciones de éstos actores eran percibidas como peligrosas para
los poseedores del poder y como una amenaza al modelo de acumulación y distribución del ingre-
so (agroexportador) del que se consideraban artífices y legítimos usufructuarios. Se impuso así
un modelo que, aunque aparentemente exitoso en el corto plazo, se basaba en la exclusión, antes
que en una idea nacional unificadora, generando una “sociedad de opositores” que dejaba en el
camino un modelo de desarrollo que pudiera parecerse a una “empresa comunitaria”
te, pues no lo es sino durante la elección de los miembros del Parlamento; en cuanto éstos han sido elegidos, se vuelve esclavo y no vale nada. El uso que hace
de la libertad en los breves momentos que la posee, merece que la pierda”. (Prélot, Marcel Historia de las ideas políticas, pág. 481)
29 - Kühnl, Reinhard, op. cit, pág. 89
37
Con la primer presidencia de Julio Argentino Roca (1880-1886), eliminadas las últimas ame-
nazas de “la montonera” con la ejecución del “Chacho” Peñaloza y resuelta la “cuestión de la ca-
pital” con la federalización de la ciudad de Buenos Aires se inicia la instauración de ese proyecto,
que perdurará por casi 35 años.
Las élites provincianas que se aglutinaban en la “Liga de Gobernadores” vieron en este oficial a
un gobernante capaz de doblegar a los grupos porteños. Asimismo, los hacendados de la provincia
de Buenos Aires, en una pirueta propia de la “real politik” abandonaron el autonomismo a ultranza
que los había caracterizado hasta ese momento y se plegaron al proyecto de “Paz y Administra-
ción”, rebautizado por Sarmiento –irónicamente- como “Remington y empréstitos”.
Tanto el telégrafo como el ferrocarril cumplieron una doble función: la más evidente, consistente
en dar fluidez al modelo agroexportador al permitir el desarrollo de las comunicaciones y trans-
portar a los puertos la producción destinada a ultramar e internar las importaciones, y una menos
explícita, pues ambos instrumentos técnicos resultaron medios eficaces para ubicar a las milicias
allí donde se las requiriera para ahogar toda oposición que amenazara al régimen.
Asimismo, el modelo antes descripto vino a confirmar la preeminencia de la ciudad-puerto so-
bre el resto del país, bajo la presidencia de un provinciano que –paradojalmente- había llegado a
la presidencia para, supuestamente, doblegar a los porteños.
Y su política de “Paz y Administración” provocó consecuencias inmediatas: incremento explosi-
vo de indicadores de “civilización” y “progreso”: las cabezas de ganado que pastaban en las tierras
conquistadas al indio, las hectáreas de trigo sembradas, los kilómetros de alambrados, telégrafos
y ferrocarriles tendidos cada año, las escuelas fundadas, el aumento de las exportaciones e im-
portaciones; los capitales extranjeros invertidos y los empréstitos acordados eran todos elementos
que cimentaban la euforia de las élites dueñas del poder.
La concepción de Roca, y en definitiva, la proposición del proyecto de país que se implemen-
taba se observa claramente en el mensaje del año 1882: “...He creído interpretar fielmente las
aspiraciones de la opinión pública y las necesidades más vitales de nuestro país, poniendo toda
solicitud en la conservación de la tranquilidad y la paz, interés supremo de los pueblos. Es a su
amparo y observando una política firme, franca, liberal y circunspecta, que el Poder Ejecutivo ha
consagrado toda su atención al perfeccionamiento de la administración...”.30
30 - Solomonoff, Jorge N. Ideologías del movimiento obrero y conflicto social. Buenos Aires. Ediciones Tupac. 1988. Pág. 152.
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a las que achacaba las dificultades en la consolidación de la Nación como Estado Moderno. Am-
bos veían en la inmigración el instrumento que aportaría al país no sólo mano de obra, trabajo
e industrias, sino también cultura, civilización y progreso. Esto lo llevó a Alberdi a sostener que
“en América, gobernar es poblar y poblar es facilitar la inmigración”. En cuanto al destino de los
criollos e indígenas Sarmiento llegó a sostener que para lo único que servían era para el abono de
las tierras; mientras que para Alberdi eran dignas de ser rescatadas, siempre que adoptaran como
propios los nuevos principios.
Estas inquietudes de dos personalidades rutilantes en la lucha contra el rosismo, fueron plas-
madas en la Constitución de 1853, al establecer que el gobierno nacional fomentaría la inmigra-
ción europea. Al mismo tiempo, se facultaba al Congreso nacional y a las provincias, dentro de
su jurisdicción, para que promovieran la inmigración y destinaran tierras de propiedad nacional
o provincial para ser colonizadas (arts. 67, inc. 6 y 107). El preámbulo era un llamado a “todos
los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”, garantizándoles los mismos de-
rechos que a los nativos, e inclusive exceptuándolos de algunas de las obligaciones que se les
imponían a estos últimos.
Algunas cifras, parciales y aproximadas, nos servirán para ilustrar este fenómeno.
En 1816 la población era de 500.000 habitantes con minoría de europeos; tuvieron que pasar
40 años para que la población se duplicara. En 1874 llegó a 2.000.000 de habitantes. Recién
en 1895 la población llega a 4.000.000, pero el aumento del porcentaje de habitantes urbanos
llega al 42%. Entre 1895 y 1914 la población llega a 8.000.000, la mayoría extranjeros (58%),
persistiendo el mayor asentamiento en las ciudades más que en los ámbitos rurales.
Hasta 1880 se impulsó decididamente la colonización de tierras públicas y la inmigración. En
este periodo existió una inmigración, controlada y apoyada totalmente por el Estado, tanto a nivel
Nacional como Provincial. La inmigración planificada consistía en un contrato que realizaban las
provincias o el gobierno nacional con los particulares, a cambio de tierras públicas o subsidios,
y al mismo tiempo se encargaban de promocionar y organizar en Europa la inmigración hacia
nuestro país. Estos contratos especificaban la nacionalidad que debían tener los inmigrantes que
en principio fueron ingleses, galeses, alemanes, suizos y franceses. Como se puede apreciar la
inmigración era totalmente selectiva.
Al fracasar el sistema de inmigración planificada, al igual que los planes de colonización, en
lugar de poblar el campo y cultivar el desierto los inmigrantes se desplazaron a las ciudades, re-
forzando así el proceso de urbanización.
Este fracaso respondió en particular a que no existió una oferta abierta de tierras a bajo costo
para los nuevos colonos. Los nuevos territorios, conquistados al indio, se distribuyeron en enormes
extensiones entre los antiguos propietarios, los “héroes de la conquista”, los grandes financieros y
los especuladores, conformando una estructura de propiedad de la tierra marcadamente latifundista.
Cercada la colonización, que no tuvo frontera abierta, la adquisición territorial significó un importante
incremento de tierra y riquezas para el grupo ganadero que consolidó su poder. Y el Ejército Nacio-
nal, más que aportar seguridad y ahorrar esfuerzos a los productores, vino a garantizar que los nue-
vos territorios que se iban incorporando al Estado Argentino no fueran ocupados por los colonos.
Es evidente que el fracaso de la colonización planificada no es casual o inocente, sino que res-
ponde a una política de distribución de la riqueza que busca consolidar la posición de las élites.
La única excepción a esta dinámica de concentración se verificó en la Provincia de Santa Fe, lo
que permite explicar –entre otras causas- el surgimiento un movimiento como la “Liga del Sur” y
de un partido político, como el liderado por Lisandro de La Torre que se opusieron al Régimen.
39
En “La economía Argentina”, Aldo Ferrer nos dice que, hacia el final del período (1914), las
explotaciones de más de 1000 has. representaban el 8,2 % del número total de unidades pro-
ductivas y ocupaban el 79,4% de la superficie total. Las que superaban las 5000 has. equivalían
al 1,7% de las explotaciones, abarcando el 49,9% de la superficie.31
Al mismo tiempo se sigue fomentando la inmigración, para abastecer a las grandes estancias de
mano de obra abundante y barata para la ganadería y la agricultura. Sin embargo, rápidamente la
demanda de brazos para estas actividades se verá satisfecha, por lo que los ingentes remanentes
se dirigirán a los núcleos urbanos.
En este período que comienza hacia 1880-1890, se verificó la mayor afluencia inmigratoria de
nuestra historia. De 1904 a 1913 fue de 1.538 240 extranjeros, y según el censo de 1914, de los
2.300.000 foráneos que residían en el país, el 70% lo hacia en áreas urbanas. La afluencia de
la masa inmigratoria generó una serie de problemas, tales como el crecimiento desmesurado de
Buenos Aires, la carencia de viviendas, falta de higiene y la proliferación de enfermedades. A esta
situación desfavorable, deben sumarse los malos tratos por parte de los empleadores y del resto
de la sociedad que sufrían los inmigrantes. La llegada de este elemento poblacional, proveniente
en su mayoría de los países mediterráneos europeos (España e Italia), expulsado de sus países de
origen por la dinámica propia del capitalismo produjo, hacía principios de siglo XX, la desilusión de
la elite nacional que esperaba ingleses, franceses y alemanes. El pensamiento mágico e idealizado
respecto al inmigrante europeo desapareció, modificándose radicalmente.
Este cambio de actitud frente a la inmigración es fácilmente perceptible en el mensaje presiden-
cial del presidente Luis Sáenz Peña en 1894, en el que suenan las primeras alarmas:
“La liberalidad de nuestras costumbres y de nuestras leyes ha consagrado el libre acceso de los
extranjeros al territorio nacional; pero es necesario que esa gran conquista de la civilización y de la
humanidad no comprometa nuestro orden político ni nuestra seguridad social. Aquel que invoque
la hospitalidad debe merecerla por su vida anterior y por su conducta subsiguiente. Si su entrada
o su permanencia en nuestro suelo llegaran a constituir una amenaza contra nuestras instituciones
o nuestra sociabilidad, el Poder Ejecutivo, representante de la soberanía nacional, debe hallarse
habilitado para contrarrestarla, negándole su entrada o decretando su salida del país. Este dere-
cho es de legislación universal y los acontecimientos del presente y las eventualidades del porvenir
nos aconsejan incorporarlo a nuestros códigos”. 32
La invitación generosa del preámbulo de la Constitución del 53-60 dirigida “a todos los hom-
bres del mundo que quieran habitar el suelo argentino” se condicionaba. Una cosa era poner
hombro y espalda para cargar las bolsas de cereal, otra muy distinta (y repudiable) poner brazos
y cerebro para cuestionar el orden imperante y repensar el país.
Estos activistas, que llegaron a la Argentina como emigrantes por motivos económicos o como
exiliados políticos, trajeron consigo la ideología y sus posiciones en las controversias ideológicas,
así como las tradiciones que habían consolidado en su patria.
En el proceso que va desde 1880-1916, se advierte que el Estado Argentino construye los pi-
lares para establecer los diversos mecanismos de control social para hacer frente a un fenómeno
de explosión demográfica (fruto de la inmigración) que era a un tiempo alentado y lamentado, por
sus consecuencias no queridas.
un preexistente clima de violencia política, que tuvo por objeto el disciplinamiento de la sociedad
civil para eliminar cualquier resistencia a este nuevo esquema.
La destrucción del Estado de Bienestar en la Argentina que se inició en 1976 y se profundizó en
la década del ‘90, supuso la destrucción de las conquistas sociales y una pretensión de regresar a
los períodos de capitalismo salvaje, pretendiendo que el Estado abdicara de su rol configurador de
una sociedad más justa y dejando a los sectores más desprotegidos a merced de las apetencias
del capital. Esta situación, cuyas consecuencias aún se sienten en nuestros días, tiene implican-
cias más graves en virtud del fenómeno globalizador que recorta las atribuciones soberanas de los
Estados, ante la emergencia de grupos trasnacionales que cuentan con una masa crítica de poder
que permite doblegarlos y que, además, pretende cristalizar una división internacional del trabajo
que ahonda las diferencias entre las sociedades opulentas y las que no alcanzan a producir la
riqueza mínima para satisfacer las necesidades fundamentales de su población.
Este escenario es el que se presenta en nuestros días, con el consiguiente desafío por recuperar
las capacidades estatales que permitan poner límites a la avidez de los grandes capitales y reasu-
mir la necesaria autonomía para reiniciar la senda del desarrollo económico con justicia social.
Reflexiones finales
Estimamos que la identidad nacional resulta una construcción cultural heterogénea y conflictiva
resultante de procesos sociopolíticos e imposible de petrificar en cánones prescriptivos, pues su
definición depende tanto de las configuraciones concretas del poder estatal como de los fenóme-
nos de inclusión y exclusión a determinados grupos que acontecen en el marco de la sociedad
civil. Invitamos, entonces, a tomar conciencia que cada intervención en nuestro pasado común
como nación –más allá de la valoración positiva o negativa que le asignemos- es un modo de
intentar resignificar nuestra identidad.
Creemos que es mucho más útil y fructífero el señalamiento y descripción de ese proceso de
construcción colectiva de identidad que la pretensión de imponer un catálogo que defina lo “au-
ténticamente” argentino, pues tal pretensión puede tener consecuencias políticas funestas si se
llega a la conclusión de que todo aquel que no reúne tales características no merece la calidad
de integrante de la Nación. Un ejemplo trágico de la utilización de la “identidad nacional” en este
sentido, lo encontramos en el rol que pretendió asumir el “Partido Militar” en nuestro país desde
1930 hasta 1983, desde que (en particular durante el autodenominado Proceso de Reorganiza-
ción Nacional) la definición de lo “argentino” fue manipulada para que resultara funcional a un
modelo autoritario, de exclusión y de eliminación de los opositores.
Proponemos la asunción del principio democrático como axioma y baremo superador de las
antinomias y divergencias acerca del significado de la “nacionalidad” como único camino que per-
mite construir la identidad nacional como una pluralidad de sentidos que abarque a todos aquellos
que estamos ligados por un pasado, un presente y un futuro en común. Ello permite cimentar
firmes lazos de solidaridad a partir de esa pluralidad abarcativa que invita a transitar juntos la
empresa comunitaria que implica participar en una “Nación”
Consideramos que aquella ficción orientadora que pretendió que la Argentina debía ser la punta de
lanza de la “europeización” de América debe superarse toda vez que es una construcción que reproduce
una dicotomía entre la Argentina con los demás países latinoamericanos que es falsa, pues comparti-
mos con ellos problemáticas y tradiciones similares. Hoy más que nunca es necesaria reivindicar las
pretensiones sanmartinianas de una Patria Grande Americana que, adecuadas a la nueva hora, permitan
consolidar el bloque regional en el marco de los nuevos desafíos que impone el fenómeno globalizador.
44
Bibliografía
Lins Ribeiro, Gustavo “Tropicalismo y europeísmo. Modos de representar a Brasil y Argentina” en La antropo-
logía brasileña contemporánea. Contribuciones para un diálogo latinoamericano. Grimson, Lins Ribeiro, Semán
(Compiladores). Ed UNSAM-ABA-CAPES-PROMETEO LIBROS.
Solomonoff, Jorge N. Ideologías del movimiento obrero y conflicto social. Buenos Aires. Ediciones Tupac.
1988
45
Unida d 5
Proyectos Nacionales
Prof. Carlos Ciappina 34
Escena uno:
Clase: Seminario de América Latina en un colegio secundario de la Universidad de La Plata,
Argentina. Tema: gobiernos nacional –populares en América Latina.
Los alumnos presentan a un mexicano que estaba en un Congreso Latinoamericano de Comu-
nicación en la Universidad.
Charla del profesor argentino del Seminario con el mexicano: ¿que está haciendo?, ¿que le pa-
rece el país que visita?.
El mexicano es Sociólogo y trabaja en la Universidad de Oaxaca.
El tema del día en la clase del día es Lázaro Cárdenas, el gran líder popular mexicano.
El argentino, con cierta reserva, le pide al mexicano (a quien acaba de conocer) a participar de
la clase, pero el mexicano propone dar la clase sobre Cárdenas. El argentino acepta y la clase se
desarrolla durante dos horas normalmente.
Los alumnos preguntan, cuestionan, el profesor argentino participa, Lázaro Cárdenas y su con-
texto comienzan a aparecer y mostrar las similitudes con el caso argentino de la década del 40.
La clase termina y todos quedan encantados con los resultados de la misma.
¿En cuantos lugares del mundo un docente que proviene de 8.000 kms. de distancia, ingresa a
una clase y trabaja con los alumnos compartiendo idioma, códigos culturales , procesos históricos
similares sin ningún problema y con total naturalidad.?
Sólo en América Latina, una sola nación compuesta de muchas repúblicas.
Escena dos:
Profesor de la Universidad de Florida de visita en Argentina explicando las posibilidades de
la Universidad de Florida para capacitar a los municipios y los gobiernos provinciales en gestión
pública y administración.
El profesor no habla castellano, pero es muy crítico de la reelección de Bush, de las políticas
hacia América Latina y el mundo de su país, de la necesidad de mejorar las condiciones sociales
de América Latina. El profesor es un consultor, pero uno liberal (centroizquierda en el lenguaje de
EEUU) y uno no puede no pensar en que es cordial, sensible y amigo.
Escuchamos con atención su exposición sobre lo que podría enseñarnos su Universidad en el
tema de gestión pública y las promesas de becas, viajes y cursos.
Cuando termina su relato, la funcionaria argentina que lo escuchaba atentamente hace la pre-
gunta fatal: ¿podemos ir nosotros a capacitar a los municipios y Estados norteamericanos , a la
vez que usted les enseña a los nuestros?
La reunión continuó mas de media hora más, pero el profesor norteamericano nunca pudo
responder a la pregunta inicial. Todos los argentinos presentes quedamos con las sensación de
que no lo hacía por maldad sino que simplemente estaba fuera de su “horizonte de sentido” que
nosotros, latinoamericanos les enseñáramos a los del Norte.
Al sur del río Colorado, en cambio, el estado único se fue subdividiendo en múltiples repúblicas,
débiles, empobrecidas y empeñadas en distanciarse unas de otras.
Sin embargo, a lo largo de nuestra corta historia independiente, el péndulo de los proyectos
de nación (“de la patria chica”, “de la patria grande”) latinoamericanos ha oscilado varias veces,
y quizás hoy, este nuevamente corriendo hacia el viejo sueño de una gran nación realizada por la
realización de sus pequeñas naciones.
Hemos elegido cuatro momentos para demostrar que América Latina ha sido y es una sola
nación y que los procesos histórico-sociales que se desarrollaron en ella tienen rasgos comunes
en el pasado.
No lo hacemos por el mero placer de recorrer el pasado, sino porque hoy estamos nuevamente
frente a la oportunidad de reconstruir el proyecto de la nación latinoamericana, que será a su vez
el resultado de la realización nacional y popular de sus “patrias chicas”.
Vamos a analizar estos cuatro momentos de nuestra historia como gran nación tomando en
cuenta algunos principios generales de análisis aplicables a cada uno de los momentos elegidos:
1. El rol de las clases populares y las elites.
2. El lugar de América Latina en la inserción internacional del trabajo.
3. El impacto de la ubicación dependiente en la cuestión del desarrollo-subdesarrollo.
4. La desigualdad social como sistema y su correlato político.
5. La emergencia de movimientos populares igualitarios en las distintas épocas.
6. El rol de los gobiernos nacionales y populares.
América Latina nace a la vida liberándose del poder imperial de España. Imperio en decadencia,
pero imperio al fin. Con todas las fuerzas y recursos de un Imperio (el segundo de su momento)
la empresa de liberarse parecía , a los ojos de los “sensatos” de su época , una tarea temeraria,
incierta y seguramente desigual.
Baste decir que en todas las grandes batallas de la independencia, en cualquier lugar de
América Latina, los ejércitos del rey superaban en número y pertrechos a los patriotas. La última
gran batalla por nuestra independencia en Ayacucho (1825) se libró entre las fuerzas de Antonio
José de Sucre, con 6.000 soldados provenientes de todos los rincones de Sudamérica y las
tropas del virrey del Perú La Serna, quien tenía 9.320 hombres, excelentemente pertrechados,
equipados y armados.
48
35 - Manifiesto que dirige a los pueblos interiores del virreinato del Perú el Exmo. Sr. Dr. D. Juan José Castelli”; 1811.
36 - Castelli a la Junta de Buenos Aires; Laja, 18 de mayo de 1811 (en el día memorable de las Piedras.
37 - Bernardo de Monteagudo. “Ensayo sobre la necesidad de una federación general de los estados hispanoamericanos, y plan de su organización”.
1811.
49
sentimientos, sino también a la consolidación de la obra que mueve los pasos de los seres que
habitan el nuevo mundo 38
-El interés de América es el nuestro, por eso nuestras armas harán obsequio de sus triunfos
al continente entero. 39
-La independencia que propugnamos para los pueblos no es una independencia nacional; por
consecuencia ella no debe conducirnos a separar de la gran masa que debe ser la Patria America-
na a ningún pueblo, ni a mezclar diferencia alguna en los intereses generales de la revolución. 40
-Unidos íntimamente todos los pueblos americanos, por vínculos de naturaleza y de intereses
recíprocos, luchamos contra los tiranos. 41
Podríamos extendernos en muchísimas más citas de los líderes independentistas.
La gran obra de la independencia fue, pues, una obra exitosa y de carácter continental y popu-
lar. ¿Porqué no permaneció como tal?.
Dos poderosas razones se conjugaron para que esto no ocurriera: una interior, las elites criollas
prefirieron mantener y reforzar sus privilegios y la otra (exterior) encontraron en la vinculación
con al economía central (Europea) la clave para crecer hacia fuera. De esta forma cada región de
América libre de España se esforzó en estrechar vínculos con las elites europeas e intentó ordenar
cada región en un país organizado según sus propias conveniencias. De la nación única, se pasó
paulatinamente a las repúblicas particulares gobernadas desde una gran ciudad en detrimento del
resto de las regiones. De la unión a la competencia, de esta a la división y por este camino a la
debilidad continental y la dependencia.
Varias consecuencias económicas, políticas y sociales devienen de esta nueva realidad e influ-
yen (hasta hoy debiéramos decir)en la conformación de nuestras naciones:
Se constituyen al mismo tiempo un mercado nacional moderno, un sistema político republicano
y un Estado Nacional con todos los atributos de la modernidad. Pero la nuestra es una moder-
nidad “prestada”, generada por la necesidad de un mundo externo a nosotros, regida por los
parámetros de un orden económico-social europeo, atenta a las necesidades y demandas de ese
orden y no a las tradiciones , experiencias y necesidades de las mayorías latinoamericanas.
Las elites que detentan la posesión de la tierra (en sus vertientes hacienda, plantación y de
extracción minera) son , en cada país, los impulsores de este proceso. Tienen, sin embargo, un
proyecto nacional: una nación bien delimitada en sus fronteras, con sus ejércitos profesionales,
con una política exterior que diferencia claramente cada país latinoamericano y los pone en com-
petencia para posicionarse mejor frente a las necesidades del mercado central. (son bien conoci-
das , por ejemplo, las tensiones entre Brasil, Argentina , Chile y México por liderar este proceso).
Este “Nuevo Orden” asentado económicamente en la demanda externa, ideológicamente en la
tríada positivismo – liberalismo-darwinismo social y políticamente en las repúblicas oligárquicas
conservadoras, muestra a fines del siglo XIX su “éxito”: América Latina parece entrar de lleno en
la modernidad y el progreso: las ciudades se expanden, los servicios urbanos (agua, electricidad y
hasta subterráneos) se desarrollan, florecen los puertos, ferrocarriles y caminos, aparecen la gran
prensa, los sistemas educativos , los teatros y eventos culturales todos rigurosamente copiados
de la experiencia europea.
Una mirada más atenta descubre, sin embargo, los límites de esa modernidad: las condiciones
de vida de la inmensa mayoría de la población (centralmente rural) empeoran, los sistemas de
trabajo en haciendas, plantaciones y minas son cada vez más opresivos y distan cada vez más de
ser “modernos”: en vez de avanzar hacia relaciones laborales capitalistas , los campesinos y peo-
nes cobran en especie, con vales, o directamente se aprovisionan en la tienda de “raya”, la mano
de obra rural en vez de ofrecer su trabajo en un mercado “libre” es retenida a través de sistemas
casi feudales, como las deudas o el uso liso y llano de la represión policial-militar. En las ciudades
las incipientes industrias y fábricas emplean una mano de obra considerada exclusivamente como
herramienta y en condiciones de vida cada vez más precarias.42
La modernidad de este proceso se asienta en realidad en un retroceso creciente de las rela-
ciones económicas y sociales de las mayorías latinoamericanas. Digámoslo claramente: cuanto
más exitosa es la inserción de cada país en el modelo exportador –importador, más “atrasada” es
la situación de sus mayorías rurales (los peones y campesinos de A. Latina) y peor la condición de
sus trabajadores urbanos. Es una etapa de retroceso y represión para las mayorías populares.
Estos Proyectos Nacionales son, por lo tanto particularistas, excluyentes y antipopulares porque
no pueden dar respuesta a las necesidades latinoamericanas por definición: están construidos
para atender a la realidad de la economía central y a la elite local y tampoco son modernos si
entendemos por modernidad el desarrollo de una sociedad al estilo europeo.
Esta dualidad , a mayor éxito en la apertura a la economía central - mayor atraso del conjunto
de la sociedad volverá a repetirse en nuestra historia.
La paradoja es, en este caso el enorme éxito de este modelo en presentar un proyecto nacional
de estas características como un “progreso”, como el único momento en que los países de Amé-
rica latina tuvieron crecimiento y riqueza.
42 - Carmagnani, Marcello. “Estado y Sociedad en America Latina, 1950-1930. Colección crítica, Grijalbo. España.
51
También es asombroso ver cómo se ha hecho un lugar común referirse a este período como una
etapa de paz y prosperidad como si nada ni nadie hubiera cuestionado ese “orden”. La verdad
es bien otra: a todo lo largo de América Latina hubo resistencias, planteos críticos, propuestas
alternativas y rebeliones a lo largo de todo el período:
“Cerca de 30 millones de hermanos, cuya historia actual y cuyo porvenir, son
los mismos, como son idénticos los vicios y virtudes de su civilización, permane-
cen aislados en pequeños grupos y sobrellevan con dificultades y sin gloria, como
una consecuencia de su debilidad, las injusticias, los peligros y las acechanzas con
que para hacerles presa, los atacan los gobiernos de naciones más poderosas” 43
“En virtud de que la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos mexicanos no
son más que dueños del suelo que pisan sin poder mejorar en nada su condición
social ni poder dedicarse a la industria o a la agricultura, por estar monopolizadas
en unas cuantas manos, las tierras, montes y aguas ; por esta misma razón , se ex-
propiarán, previa indemnización, la tercera parte de ese monopolio, a los poderosos
propietarios de ellos, a fin de que los pueblos y ciudadanos de México, obtengan
ejidos, colonias, fundos legales para pueblos o campos de sembradura o de labor y se
mejore en todo y para todo la falta de prosperidad y bienestar de los mexicanos”. 44
“En el derroche irresponsable y sin contralor, se ha disipado la riqueza del país
con la cual estaríamos en condiciones de abordar con éxito la ejecución de las
obras públicas que la civilización impone. Gravita sobre el país, comprometiendo
su presente, el peso de una deuda enorme, de inversión casi desconocida, que
pasará a las generaciones futuras como herencia de una época de desorden y de
corrupción administrativa. El presupuesto es ley de expoliación para el contribu-
yente, de aniquilamiento para la industria, de traba para el comercio y de despil-
farro para el gobierno. El pueblo ignora el destino real de las sumas arrancadas a
su riqueza, en la forma de impuestos exorbitantes, porque el Congreso no cumple
el deber de examinar las cuentas de la Administración para hacer efectivas las
responsabilidades emergentes de los gastos ilegales y de la malversación de los
dineros públicos. 45
“El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país.
La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno
no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país. Por eso el libro
importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres na-
turales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al
criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa
erudición y la naturaleza.” 46
“Aparece como una causa específica de dispersión la insignificancia de los
vínculos económicos hispano-americanos. Entre estos países no existe casi co-
mercio, no existe casi intercambio. Todos ellos son, más o menos, productores de
materias primas y de géneros alimenticios que envían a Europa y Estados Unidos,
de donde reciben, en cambio, máquinas, manufacturas, etcétera. Todos tienen
una economía parecida, un tráfico análogo. Son países agrícolas. Comercian, por
43 - Manifiesto de la Unión Americana. Santiago de Chile 1867). En: “Colección de ensayos y documentos relativos a la Unión y Confederación de los
pueblos Sudamericanos. Santiago de Chile, 1867, Págs. 464 y ss. Citado por Ortega Peña y Duhalde José Luis. El manifiesto de Felipe Varela y la cuestión
nacional, Eudeba, 1974.
44 - Plan de Ayala. Emiliano Zapata, Morelos, México, 1911.
45 - Hipólito Yrigoyen- Argentina, 1905.
46 - José Martí. Cuba.1870.
52
tanto, con países industriales. Entre los pueblos hispanoamericanos no hay co-
operación; algunas veces, por el contrario, hay concurrencia. No se necesita, no
se complementan, no se buscan unos a otros. Funcionan económicamente como
colonias de la industria y la finanza europea y norteamericana.” 47
Las citas son más que elocuentes. A lo largo y lo ancho de nuestras repúblicas, hubo clara con-
ciencia de las limitaciones de esos proyectos oligárquico-liberales y clara percepción de que así como
afectaba por igual a los pueblos de toda América latina, también era latinoamericana la salida.
Con diversa intensidad , dicho modelo (un modelo nacional-popular) se despliega por América
Latina durante los treinta años que suceden a la década de 1930.48
En términos generales podríamos definir este modelo de la siguiente manera:
Redistribución de la renta
Al mismo tiempo que se expandía la industria nacional crecía el tamaño de la clase obrera en
las ciudades. Esta clase se transformó en el principal sostén de los gobiernos de este período en
la medida que el estado desplegó una serie de medidas destinadas a generara mejores ingresos
y condiciones laborales. No sólo aumento de salarios sino la mejora sustancial en el sistema de
jubilaciones, pensiones y derechos sociales que significaron de hecho y derecho una fuerte redis-
tribución del ingreso hacia los trabajadores.
En los países de carácter rural, esta redistribución adquirió el carácter de redistribución de la
tierra, tal el caso del México de Lázaro Cárdenas (1934-40) y la Reforma agraria o el Gobierno
del Movimiento Nacional revolucionario de Bolivia con Paz Estensoro (1952-58).
48 - Trías Vivian. “Getulio Vargas, Perón y Battle Berres. Herrera. Tres rostros del populismo. Revista nueva sociedad. 1978
54
a la educación general. Paradójicamente, una crítica frecuente de las elites en América Latina es
señalar el carácter autoritario de estos gobiernos que tenían un compromiso muy fuerte con la
enseñanza universal.
inclusión social y política. En este sentido, resulta claro que “el desarrollo” en América Latina no
tenía (y de hecho no ocurrió) que seguir los patrones de las sociedades europeas donde el “de-
sarrollo” industrial se produjo a costa de la mano de obra industrial, la distribución de la renta se
produjo sólo a partir de la década de 1960 y inclusión social y política se conforma después de la
hecatombe que significó la Segunda Guerra Mundial.
Siguiendo la lógica explicativa que hemos señalado al inicio del trabajo, es necesario señalar
que a fines de los sesenta, se vuelve cada vez más difícil para nuestros países, el continuar con
las políticas de inclusión económicas, sociales y políticas.
Dos procesos que se retroalimentan son los responsables de esta situación:
Externamente: Europa y en particular EEUU. se recuperan rápidamente después de la Se-
gunda Guerra Mundial y se embarcan en un proceso de reconstrucción económica que genera
una expansión enorme de las actividades productivas con alta inversión tecnológica, y en par-
ticular con el crecimiento desmesurado de las grandes compañías transnacionales de carácter
productivo y financiero. Al mismo tiempo , luego de los acuerdos de Bretón Woods, se afinan
los mecanismo internacionales que irán construyendo un entramado económico-político inter-
nacional que pugnará por limitar y controlar la esfera de intervención económica de los estados
nacionales a escala planetaria, en tanto y en cuanto resulten obstáculos para el despliegue
ilimitado de la economía de mercado.
Internamente: Las elites latinoamericanas, recuperadas de los efectos de la crisis liberal y
aliadas con el conglomerado transnacional y los regímenes dictatoriales latinoamericanos, se pro-
ponen recuperar la iniciativa.
Resulta crucial en este contexto, la crisis del petróleo de los ´70 y la aparición en los países
centrales de un mirada que primero se denominó neoconservadora (los gobiernos “fundacionales”
de Margaret Tatcher en Inglaterra y Ronald Reagan en Estados Unidos, en 1978-79 respectiva-
mente) , para luego constituirse en un MODELO económico-político y social que se denominará
genéricamente como NEOLIBERALISMO.
Los principios neoliberales frente a la economía y la sociedad no son necesariamente una
reedición de los postulados de la economía “clásica” (D. Ricardo,T. Malthus, A. Smith y J.S. Mill)
sino más bien una posición idealista que se emparenta más con el darwinismo social (las tesis
de H. Spencer sobre el rol y destino de los más aptos aplicado a las sociedades humanas y no
sólo a la evolución biológica) y el pensamiento individualista de pensadores y economistas como
Cournot, Menger y Walras:
“ por oposición a la economía clásica, esta escuela (la neoliberal) tiene una
concepción individualista y no social, idealista y no realista, caracteres propios
del marco intelectual que arranca en 1860. Resulta muy simple encontrar estos
57
55 - En: Borón, A., Gambina, Julio y Minsberg Naum. Tiempos violentos. Neoliberalismo, globalización y desigualdad en América Latina. Clacso Libros, 2005
56 - Joseph Ramos. Revista de la CEPAL Nro 52. Agosto de 1997. Sgo. De Chile. Un balance de las Reformas Estructurales en América Latina.
58
57 - Minsburg, Naum. Trasnacionalización, crisis y papel del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. En: Neoliberalismo, globalización y
desigualdad en América Latina-CLACSO.Libros. Bs. As. 2004
58 - Ídem
59 - Calcagno, Alfredo. Ajuste estructural, costo social y modalidades de desarrollo en América Latina. CEPAL.
59
Cuadro 2
América Latina: Población pobre e indigente (a), 1980-1997 (en miles)
POBRES (B) INDIGENTES (c )
Total Urbana Rural Total Urbana Rural
1980 135..900 62..900 73.000 62.400 22.500 39.900
1990 200.200 121.700 78.500 93.400 45.000 48.400
60 - En: Calcagno, Alfredo. “Ajuste estructural, costo social y modalidades de desarrollo en América Latina.” CEPAL.
60
Cuadro 3
América Latina: Magnitud de la pobreza e indigencia (a), 1980-1997 (en porcentaje)
POBRES INDIGENTES
Total Urbana Rural Total Urbana Rural
1980 35 25 54 15 9 28
1990 41 36 58 18 12 34
1994 38 32 56 16 11 34
1997 36 30 54 15 10 31
Fuente: CEPAL, sobre la base de tabulaciones especiales de encuestas de hogares. (a) Estimación correspondiente a 19 países de la región. (b) Porcentaje
de hogares con ingresos inferiores a la línea de pobreza. Incluye a los hogares que se encuentran en situación de indigencia. (c) Porcentaje de hogares con
ingresos inferiores a la línea de indigencia.62
La extensión de los cuadros expresan mejor que cualquier palabra la magnitud del retroceso
de los sectores populares a lo largo del período de mayor despliegue del modelo neoliberal en
prácticamente todos los países latinoamericanos.
A diferencia de las repúblicas oligárquico-conservadoras del modelo agro-minero-exportador,
el neoliberalismo no presupone un proyecto nacional, ni siquiera excluyente y restrictivo . Pre-
cisamente su condición de existencia y expansión es la reducción, destrucción y eliminación
de toda aquella institucionalidad que implique un freno a la inserción rápida en la globalización
económico-financiera y cultural.
61 - Calcagno, Alfredo. “Ajuste estructural, costo social y modalidades de desarrollo en América Latina.” CEPAL.
62 - Calcagno, Alfredo. Ajuste estructural, costo social y modalidades de desarrollo en América Latina. CEPAL.
61
como indígenas mexicanos y no como seres que no son humanos. Vamos a pla-
ticar con la gente para que nos digan su palabra y les digamos nuestra palabra
porque ya vimos que con la sociedad nos entendemos . Para mí ser indígena
puede significar ser despreciado, no ser tomado en cuenta porque no tenemos
conocimientos y no tenemos escuelas donde estudiar. Pero ya no da pena ser
indígena porque eso significa que somos mexicanos y eso nos da mucho orgullo.
Nos da orgullo ser indios y ser mexicanos, las dos cosas”.63
“Luchamos por el derecho universal a una alimentación saludable y suficiente.
Luchamos por el derecho de los pueblos, de las naciones y de los campesinos a
producir sus alimentos. Rechazamos los alimentos transgénicos porque además
de poner en riesgo nuestra salud y nuestro ambiente, son el instrumento utili-
zado para que cinco empresas transnacionales puedan controlar los mercados.
Rechazamos también las patentes sobre cualquier forma de vida y en especial
sobre las semillas ya que con eso pretenden apropiarse de nuestros recursos y
del conocimiento asociado a ellos.”64
“Recuperar o controle governamental e público sobre o Banco Central e sobre
a política monetária. Impedir a autonomia do banco, como querem e estão fazen-
do os banqueiros e o FMI.
Realizar uma Auditoria Pública da dívida externa, como determina a Cons-
tituição. E Renegociar seu valor, pois já pagamos diversas vezes. E usar esses
recursos em educação, conforme proposta da CNTE (confederação nacional dos
trabalhadores em educação). Renegociar a divida publica interna, alongando seu
pagamento sem prejudicar o orçamento da União
Promover um verdadeiro mutirão nacional, debatendo junto à sociedade,um
projeto de desenvolvimento nacional, que garanta soberania nacional, e defina
como prioridade a garantia de trabalho para todos, o combate da desigualdade
social e uma verdadeira democracia política.”65
“El objetivo de todos es encontrar soluciones a los problemas concretos y
lograr, con la lucha y la unidad de los sectores populares, una Argentina con
justicia social, en la que se permita y se promueva la participación democrática
de todo el pueblo, para que podamos decidir sobre nuestro destino, libres de la
dominación de intereses ajenos a las necesidades de las mayorías.”66
“Nos hemos centrado en la lucha contra el hambre y la pobreza y la oposición a
las medidas de los gobiernos subordinados a las exigencias del FMI. Para esto, sin
abandonar el objetivo principal de lograr el trabajo genuino para todos los habitantes
de este país, constantemente nos hemos movilizado ocupando lugares públicos,
mostrando al conjunto de la sociedad la realidad que vivimos millones de argentinos,
reclamando del Estado la solución inmediata de nuestros problemas mas acuciantes
-como la educación, la salud, la provisión de los servicios indispensables para vivir
dignamente- y, principalmente, reclamando por nuestro derecho a una alimentación
digna, porque en un país que figura entre los grandes productores mundiales de
alimentos no nos resignamos a que nuestros hijos se mueran de hambre.”67
68 - Ídem
69 - Evo Morales. Líder cocalero, Bolivia 2002.
64
70 - Hugo Chavez Frías. Presidente de Venezuela. Mensaje anual a la Asamblea Nacional. Caracas, 17 de enero de 2003.
71 - Idem
72 - Idem
65
“La globalización tiene que operar para todos y no para unos pocos, y la bila-
teralidad, el multilateralismo y el regionalismo tienen que ser herramientas en la
búsqueda de un mundo más prospero y más seguro. América latina y Argentina
marchan hoy hacia el cambio y necesitan consolidar su crecimiento, lograr calidad
institucional, atraer inversiones productivas, aumentar su productividad, mejorar
la distribución del ingreso y crear empleo decente de manera constante.” 73
“La necesidad de esa reestructuración de las entidades multilaterales de
crédito, comenzando por el FMI, se evidencia cuando se escucha a su tecno-
cracia, plantear nuevas exigencias a medida que avanzamos en la solución de
nuestros problemas.
Por decenas hemos visto fracasar a distintos gobiernos, a distintos países,
aplicando estas recetas encerrados en un patético círculo vicioso.
A medida que crece la parte de las rentas nacionales que se deben destinar
al servicio de la deuda, se dedican cada vez más a tratar de atraer, desde los
mercados financieros, capitales especulativos para seguir incrementando el en-
deudamiento, y cada vez menos la atención de su crecimiento y las necesidades
de su pueblo. Así el gobierno de turno y el propio Estado pierden representati-
vidad ante los ojos de la mayoría de sus ciudadanos, lo que le va quitando toda
sustentabilidad a cualquier plan o programa. En esas condiciones ni se crece ni
se puede pagar la deuda.”74
“El Uruguay social, porque la mayor riqueza de un país es su propia gente y
porque la situación en este sentido compromete cualquier proyecto nacional.
Además quiero reafirmarlo en forma personal y muy clara: un gobierno progresis-
ta que no atienda y revierta de manera radical la actual realidad social del país
tal vez pueda ser gobierno, pero no será progresista. Y nosotros estamos compro-
metidos con un gobierno progresista.”
Los pobres, amigas y amigos, no son objetos de caridad. Son sujetos de dere-
cho. La pobreza no se combate con “medidas para pobres” sino con políticas de
ciudadanía e inclusión social”.75
“Para cambiar la historia, para transformar las carencias de hoy en los logros
de mañana, para convertir los sueños de la gente en derechos de los ciudadanos,
hay que pensar y actuar -como bien lo indica la convocatoria a esta conferencia-
más allá del neoliberalismo.
Un proceso que -en el caso de América Latina- involucra a un amplio arco de
gobiernos, fuerzas políticas y organizaciones sociales de nuestros respectivos paí-
ses. Cada uno a su manera, todos tratamos de resolver la herencia que nos dejó
el neoliberalismo. Una herencia que nos fue legada sin testamento alguno.” 76
“Y por eso al llegar acá no puedo menos que decir “gracias por este homena-
je”, pero también quiero reivindicar aquí que este homenaje es resultado de un
largo caminar común, un caminar que se hace sobre la base de valores e ideales
compartidos, un caminar común que se hace, primero, como dice San Martín,
para abatirnos frente a un enemigo común, que avizorábamos en 1817, pero un
caminar común que nos tiene que hacer repensar el que divididos seremos dé-
biles y reunidos los batiremos, sin duda alguna, a lo que son los nuevos desafíos
del siglo XXI. Distintos de los comienzos del XIX, cuando nos queríamos afirmar
en nuestra libertad y constituirnos como República. Pero a lo mejor ahora, en
este mundo global, para afirmar nuestra libertad y constituirnos como Repúblicas
soberanas, necesitamos también la misma unidad y la misma visión.”77
“Más allá de la integración económica que tenemos que tener, más allá de los
entendimientos profundos para poder avanzar en nuestro propio desarrollo, allá y
acá entendemos que el desarrollo de nuestros pueblos está vinculado a la capa-
cidad de crecer, de políticas públicas para tener cohesión social y más equidad y,
simultáneamente, abrir espacio a que todos seamos capaces de comprender los
100 años de un poeta, porque es parte de la belleza de la vida.” 78
En este confluir de movimientos sociales y partidos populares ha quedado muy poco espacio
para reivindicar, proponer y sostener las recetas tradicionales que desde el Consenso de Washing-
ton se propusieron para América latina.
En esta coyuntura, se abren nuevamente los horizontes para el resurgimiento del campo popu-
lar y los proyectos nacionales de cada país latinoamericano, que en la coyuntura de hegemonismo
unipolar actual, solo podrá lograrse si se logra el gran proyecto nacional latinoamericano. Si cada
nación latinoamericana persigue un proyecto nacional inclusivo, por fuerza deberán confluir en un
único proyecto nacional latinoamericano.
Casi como una reiteración del momento independentista, hay obstáculos externos e internos que
sólo pueden ser superados con una visión que deje atrás las miradas “chicas” y particularistas.
En el frente externo, los problemas que se derivan del peso del endeudamiento externo, los
subsidios de los países centrales a sus productos primarios e industriales, la reticencia de las
inversiones extranjeras a instalarse si no es con ventajas que no piden en sus países de origen
y la presión por la inserción indiscriminada en propuestas de libre comercio como el ALCA, sólo
podrán ser abordados en una relación de fuerzas más equitativa si los países de América Latina
se comportan como un bloque con objetivos comunes.
Los problemas de índole interno, vinculados a los externos pero que requieren decisión política
y apoyo popular hacia el interior de cada nación, sólo podrán ser abordados contando con el apo-
yo, presencia y reaseguro de los movimientos sociales que ganen la calle apoyando las medidas
nacional-populares de los gobiernos nacionales.
Estos últimos a su vez, tienen en los sectores populares (sus propios partidarios por un lado
y los de los movimientos sociales por el otro) el apoyo que vuelva sustentable su propuestas de
política económica en tanto y en cuanto estas recuperen la perspectiva de un proyecto Nacional,
popular, inclusivo y democrático que proponga un modelo de desarrollo desde América Latina
hacia un mundo global y no a la inversa.
No estaremos recorriendo caminos completamente nuevos. Las clases populares y los líderes
de América latina tienen historia y experiencias concretas y exitosas de proyectos nacionales inclu-
sivos y democráticos. Será, una vez más, y pese a todo, el momento de recomenzar el desafío.
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