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Adriana Clemente
Esta clase reflexiona sobre las tensiones que se producen cuando el Estado
propone recuperar una función social protagónica en la atención de la cuestión
social. En esta última década, tanto en Argentina como en otros países de la
región, hay gobiernos populares que plantean la restitución de los derechos
sociales. Se trata de gobiernos populares que buscan incrementar la
plataforma de bienestar más allá de la posición que las personas ocupan en el
mercado de trabajo y así reducir las brechas de desigualdad que dejó el
modelo anterior. La posibilidad de avanzar en esa orientación produce
tensiones y entra en contradicción con la naturaleza de acumulación de la
economía de mercado que por su naturaleza de acumulación habilita nuevas
formas de exclusión. La tensión principal está en que los modelos de desarrollo
que necesitan del consumo para mantener activa la economía, también
generan expectativas de consumo que de no satisfacerse generan malestar
social.
Sobre los supuestos y entendimientos de las políticas sociales
El enfoque subsidiario en la política social propone que el Estado actúe con una
lógica que se denomina “malla de seguridad” o “últimas redes” en referencia a
la provisión de subsidios básicos (Moreno, Luis 2003). En el caso de los países
pobres la “malla de seguridad” se caracteriza por sus deficiencias (calidad y
cobertura) y la articulación de los propios beneficiarios como parte de la red de
asistencia. En un país federal y extenso como Argentina, con desigualdades
territoriales estructurales, el modelo residual de atención a la pobreza que
dómino a las políticas sociales hasta avanzado el 2000 adquirió diferentes
expresiones, según el sector que se trate (salud, educación, asistencia
directa), la región y provincia y la década en cuestión.
Estado definió como sujeto de sus políticas a los que calificaban como pobres y
estableció satisfactores que atendían a ese perfil de población. Se trató de
proyectos de subsistencia, incompletos en su cobertura y proyección a
mediano plazo, pero efectivos en cuanto mantener la presencia del estado
(principalmente municipal) en los territorios con más concentración de
pobreza. Este modo de hacer política social se acompañó con un nivel
sostenido de gasto social que nunca compenso el ingreso de nuevos pobres
como usuarios del sistema público al que se le sumo la falta de inversión. Esto
último explica el deterioro en materia de infraestructura, equipamiento edilicio
y disponibilidad de insumos que se debió remontar a partir del 2003.
Así por ejemplo, en el caso argentino habrá quien defina que la cuestión social
es la “desigualdad”, mientras que desde otra perspectiva más conservadora el
problema puede ser la “Inseguridad”. Atendiendo a que las dos definiciones
tienen indicadores ciertos, desde una visión integradora podemos acordar que
una definición de cuestión social es la que la mayoría de los miembros de una
sociedad consideran como principal amenaza al bienestar común. De ahí la
participación de los formadores de opinión, los educadores, los decisores
políticos sean de tanta importancia en la definición pública de la cuestión social
y la capacidad de establecer y/o imponer de manera velada para el conjunto
una definición dominante. El supuesto es que esta definición tiene
consecuencias que luego se ven en cómo se plasman los presupuestos
públicos, qué se prioriza en el gasto y como se avanza o retrocede en la
conquista de nuevos derechos sociales.
Dentro del campo de las políticas sociales la discusión de la cuestión social se
incorpora a partir de la crisis de empleo bajo la denominación de “nueva
cuestión social” problematiza los efectos desbastadores en la sociedad de las
políticas neoliberales aplicadas en las dos últimas décadas. Tomando el
componente transformador de la cuestión social, nos inclinamos por el enfoque
de Robert Castell (1995) que la define como “una aporía (incertidumbre)
fundamental en la cual la sociedad experimenta el enigma de su cohesión y
trata de conjurar el riesgo de su fractura...” En este sentido, hablar de cuestión
social es hablar de conflicto social.
Hoy, a pesar de toda la inversión social sin precedentes realizada desde 2003,
los territorios se tornan hostiles. En el contexto urbano hay comunidades que
están atravesando situaciones de violencia como parte de la dinámica cotidiana
de convivencia. Entonces, estamos frente a una situación inédita. Por un lado
tenemos una legislación y una propuesta muy proactiva en materia de política
social, con un sujeto destinatario que en gran medida, no se siente interpelado
por esas políticas porque efectivamente para un amplio sector, la deuda social
todavía es inmensa y tiene consecuencias en las manera en que se restablece
la relación entre la sociedad y sus instituciones. Las instituciones de la política
social forman parte de ese universo de desencuentros.
Por ejemplo, existe una ley de niñez y adolescencia de avanzada (Ley 26061);
a la vez que no se sabe que con los niños y jóvenes cuando, como ocurre con
frecuencia, falla la red familiar para contenerlos. Hoy hay “mucha leyes”,
tantas como cada provincia y municipio interpreta los cambios propiciados por
la nueva Ley. Algo parecido pasa con la nueva Ley de Salud Mental (Ley
26657), se trata de leyes reparadoras que en sí mismas constituyen una
reivindicación. El sector de la educación tiene asignado el porcentaje del PBI
más alto de la historia Argentina, sin embargo observamos la dificultad que
tiene el sistema, principalmente para contener a los jóvenes en las aulas.
Estamos atravesando una situación inédita, ya que el comportamiento de
muchas instituciones públicas en muchos casos no se corresponde con la
recomposición que tuvieron estos sectores.
Nuevos emergentes
En relación a los párrafos anteriores nos preguntamos por las tensiones que
imponen las políticas incrementalistas cuyo propósito es ser parte sustantiva
de un proceso redistributivo donde se puedan combinar políticas activas de
empleo con políticas sociales que posibiliten el progreso de las familias por la
vía del trabajo y el acceso a la salud, la educación y la vivienda digna.
Nos preguntamos por cómo se alcanza un piso bienestar que incluya a los más
pobres. En qué punto se encuentra dentro de una economía de mercado el
reconocimiento de los sectores con menos capital educativo para competir en
un mercado laboral tan competitivo. En este sentido se impone la generación
de instrumentos referidos a la institución de la política social con centralidad en
la escuela como instrumento de inserción social.
Bibliografía
Castel, R. (1998). “La Gestión del riesgo social. España: Ed. Anagrama.
Jorge Elbaum
1
Konterllnik y Jacinto:(1996: 24).
reconocimiento social limitado a quienes son expulsados. Cuando la escuela
media “nomina” enemigos internos a determinados jóvenes colabora en la
conformación de polarizaciones excluyentes.
2
La historia de nuestro país justifica en la actualidad dos tipos de fantasmas de
peligrosidad juvenil, ambos ligados a la idea del desorden: por un lado las que
hacen referencia a la lucha política de los años ’60 y ’70, y por otro al que
remite a la desestructuración moral producida por las costumbres juveniles
ligadas a los géneros rockeros, la droga y los estilos sexuales. Ambos niveles
de “subversión” ubican a los jóvenes en la mira de una necesaria ortopedia
social sistemática: son una masa pasible de ser vigilada y corregida.
3
Mekler (1993)
4
Según informaciones difundidas por el Servicio Penitenciario Federal la
edad promedio de los detenidos en las Unidades Penitenciarias de la
provincia de Buenos Aires es de 21 años, habiendo disminuido alrededor
de cinco años en los dos últimos dos lustros. El promedio actual de los
detenidos es de 21 años. Clarín, 23 de abril de 1996. Pág., 23
5
Kessler, (1996:151)
6
Este grupo etario es además objeto de políticas y definiciones públicas
sinuosas, contradictorias y “pesimistas” acerca de su éxito: muchas iniciativas
provenientes desde el estado son catalogadas como inútiles ante la indisciplina
de los sujetos a los que van dirigidas.
Muchos de los símbolos que estos grupos portan aún permanecen
desconocidas para las ciencias sociales y son abordados asiduamente desde
una perspectiva moralizante: en las escuelas se cuestionan las posturas
corporales, los tatuajes, las marcas en el cuerpo, las inscripciones en la
indumentaria, los aros, y otros signos identificatorios sin profundizar en los
sentidos que los generan, en la capacidad semiótica de los estilos sobre los que
se instituyen, ni en las re significaciones que les otorgan —luego de las
“importaciones” que se llevan a cabo dotando de sentidos particulares algo que
en su inicio fue un producto por ejemplo londinense o californiano— quienes
los usan y les confieren valor.
Bibliografía