Você está na página 1de 14

Programa Nacional de Educación y Prevención sobre las

Adicciones y el Consumo Indebido de Drogas

Curso virtual: Cuidado y Prevención de Adicciones en el


Ámbito Educativo
Clase 11: Políticas Públicas. Estado y territorio.

Cuestión social y políticas sociales. Del estado mínimo al estado


reparador

Adriana Clemente

Hasta la crisis del 2003 las reformas en materia de políticas sociales de


atención a la pobreza operaron bajo el supuesto de que el problema no era el
desborde del sistema público por el empobrecimiento de vastos sectores de la
sociedad. Para los reformistas el problema era la ineficiencia del estado y los
problemas de mala administración con que históricamente se explica la mala
aplicación del gasto social. La ineficacia de los sistemas de prestación
centralizados y la falta de proximidad con el beneficiario serian parte
importante de los argumentos que justificaron, desde una perspectiva
subsidiaria, las reformas en este campo.

Esta clase reflexiona sobre las tensiones que se producen cuando el Estado
propone recuperar una función social protagónica en la atención de la cuestión
social. En esta última década, tanto en Argentina como en otros países de la
región, hay gobiernos populares que plantean la restitución de los derechos
sociales. Se trata de gobiernos populares que buscan incrementar la
plataforma de bienestar más allá de la posición que las personas ocupan en el
mercado de trabajo y así reducir las brechas de desigualdad que dejó el
modelo anterior. La posibilidad de avanzar en esa orientación produce
tensiones y entra en contradicción con la naturaleza de acumulación de la
economía de mercado que por su naturaleza de acumulación habilita nuevas
formas de exclusión. La tensión principal está en que los modelos de desarrollo
que necesitan del consumo para mantener activa la economía, también
generan expectativas de consumo que de no satisfacerse generan malestar
social.
Sobre los supuestos y entendimientos de las políticas sociales

¿Qué son las políticas sociales?

Para Sping Andersen (2000) las políticas sociales son la gestión


compartida de riesgos en una sociedad. Se trata de Intervenciones
específicas del Estado que se orientan - en el sentido que producen y
modelan - las condiciones de vida y reproducción de diferentes
sectores y grupos sociales, lo hacen operando en el momento de la
distribución secundaria del ingreso” (C. Danani, 2005). Se trata de
respuestas que se brindan desde el estado para atender necesidades
de diferente orden en materia de salud, educación, vivienda y otros
tópicos, en algunos casos temporarios y vinculados a una necesidad
transitoria.

El enfoque subsidiario en la política social propone que el Estado actúe con una
lógica que se denomina “malla de seguridad” o “últimas redes” en referencia a
la provisión de subsidios básicos (Moreno, Luis 2003). En el caso de los países
pobres la “malla de seguridad” se caracteriza por sus deficiencias (calidad y
cobertura) y la articulación de los propios beneficiarios como parte de la red de
asistencia. En un país federal y extenso como Argentina, con desigualdades
territoriales estructurales, el modelo residual de atención a la pobreza que
dómino a las políticas sociales hasta avanzado el 2000 adquirió diferentes
expresiones, según el sector que se trate (salud, educación, asistencia
directa), la región y provincia y la década en cuestión.

Por concepto las políticas públicas se basan en supuestos y entendimientos de


la realidad; es decir, el problema es una construcción social constituida por los
significados, entendimientos, discursos e imágenes (Lister, 2004). A su vez en
materia de política social, la relación entre necesidad y respuesta no es
univoca y merece algunas consideraciones.

¿Qué es una necesidad social?

La noción de “necesidad” como categoría de análisis es parte de un


amplio debate por sus implicancias al momento de definir las políticas
sociales, cuyo objeto es la provisión de satisfactores. Max Neef (1986)
plantea que lo determinado no son las necesidades, sino los
satisfactores. Resultando la elección de los satisfactores una
atribución del sistema (cultural y político) de la sociedad donde se
determinan qué necesidades serán o no satisfechas.
La década de los 90 permite ejemplificar el modo en que se establece esta
relación entre necesidades y satisfactores. Durante ese periodo y con picos que
se manifestaron a partir de 1994 fue evidente que el crecimiento exponencial
de la pobreza se explicaba por la destrucción de las fuentes de trabajo. Sin
embargo, en materia social en el mismo periodo se consignan innumerables
programas destinados a contener los estallidos sociales en las clases más
pobres, no así de los sectores medios. Entonces, es posible afirmar que el

Estado definió como sujeto de sus políticas a los que calificaban como pobres y
estableció satisfactores que atendían a ese perfil de población. Se trató de
proyectos de subsistencia, incompletos en su cobertura y proyección a
mediano plazo, pero efectivos en cuanto mantener la presencia del estado
(principalmente municipal) en los territorios con más concentración de
pobreza. Este modo de hacer política social se acompañó con un nivel
sostenido de gasto social que nunca compenso el ingreso de nuevos pobres
como usuarios del sistema público al que se le sumo la falta de inversión. Esto
último explica el deterioro en materia de infraestructura, equipamiento edilicio
y disponibilidad de insumos que se debió remontar a partir del 2003.

El tiempo transcurrido, más de 10 años, da cuenta de cómo los procesos de


dualización de la sociedad (destrucción de los sectores medios) y la
segmentación de las prestaciones sociales diferenciando el poder adquisitivo de
las personas, tienden a reproducirse y se instalan en la sociedad como algo
natural. La experiencia de estos años indica que la desinversión sufrida en
materia social a lo largo de más de 20 años, tiene consecuencias negativas que
se expresan de manera generacional y en proporciones dramáticas
especialmente en los sectores que ya en los 80 padecían necesidades
estructurales.

La pérdida del modelo de integración social, en tanto combinación de procesos


económicos y sociales tendientes a la movilidad social, no solo deja de moldear
la organización familiar, sino que somete a las familias a un devenir entre lo
público y lo privado, con bajos niveles de autonomía respecto del subsidio del
estado.

De Martino, (1998) cuando se refiere a la relación entre política social y


familia, habla de la tendencia neo-familiarista que caracterizó las políticas
sociales que acompañaron las reformas privatizadoras, en referencia a la
tendencia ideológica a hacer de la familia una unidad, económica y política, de
resolución de la racionalidad global del modelo de consumo.
Durante casi tres décadas de reformas económicas y desmantelamiento del
estado de bienestar se buscó reemplazar la acción del estado por las
“soluciones familiares” sin considerar que ese sujeto de reemplazo estaba a su
vez atravesado por la pérdida precarización su fuente de trabajo e ingreso. El
resultado de este periodo es que las familias pobres y las empobrecidas
suplieron la falta de ingresos monetarios de modo deficiente incompleto. Para
cuando el estado recupera protagonismo y asume políticas de cuidado
(asistencia y prevención) para muchos hogares los daños ya son irreparables.

Desde mediados de los 70 y avanzado el 2000 amplios segmentos de la


población padecieron un fenómeno con pocos precedentes como es la
movilidad social descendente y la inseguridad derivada de la descolectivización
del modelo. En ese sentido, a pesar de la recuperación económica y de los
niveles de empleo se hace necesario indagar sobre la dimensión colectiva de la
inseguridad social, en referencia a las múltiples consecuencias a largo plazo
que deja la desigualdad económica que son causa de conflictividad y diferentes
violencias sociales.

¿Qué es la cuestión social?

La definición de la cuestión social que se da una sociedad, no es unívoca y


supone la combinación de por lo menos cuatro elementos: a) la estadística que
nos indica la existencia de los problemas sociales implicados en la cuestión, b)
la explicación de la cuestión desde una u otra perspectiva, c) la visión colectiva
respecto a una amenaza para la integración de la sociedad y d) la percepción
de responsabilidad institucional (a las que se puede apelar o interpelar) sobre
esa cuestión.

Así por ejemplo, en el caso argentino habrá quien defina que la cuestión social
es la “desigualdad”, mientras que desde otra perspectiva más conservadora el
problema puede ser la “Inseguridad”. Atendiendo a que las dos definiciones
tienen indicadores ciertos, desde una visión integradora podemos acordar que
una definición de cuestión social es la que la mayoría de los miembros de una
sociedad consideran como principal amenaza al bienestar común. De ahí la
participación de los formadores de opinión, los educadores, los decisores
políticos sean de tanta importancia en la definición pública de la cuestión social
y la capacidad de establecer y/o imponer de manera velada para el conjunto
una definición dominante. El supuesto es que esta definición tiene
consecuencias que luego se ven en cómo se plasman los presupuestos
públicos, qué se prioriza en el gasto y como se avanza o retrocede en la
conquista de nuevos derechos sociales.
Dentro del campo de las políticas sociales la discusión de la cuestión social se
incorpora a partir de la crisis de empleo bajo la denominación de “nueva
cuestión social” problematiza los efectos desbastadores en la sociedad de las
políticas neoliberales aplicadas en las dos últimas décadas. Tomando el
componente transformador de la cuestión social, nos inclinamos por el enfoque
de Robert Castell (1995) que la define como “una aporía (incertidumbre)
fundamental en la cual la sociedad experimenta el enigma de su cohesión y
trata de conjurar el riesgo de su fractura...” En este sentido, hablar de cuestión
social es hablar de conflicto social.

En relación a las afirmaciones precedentes el campo de las políticas sociales es


un campo de conflicto que no se puede abordar desde una perspectiva
tecnocrática, ya que es en este campo donde se juega la discusión sobre el
gasto social y eso supone un modo particular de actuar (atenuando,
compensando o reproduciendo) la naturaleza excluyente de las reglas de
mercado capitalista. La calidad de las instituciones públicas, el desempeño de
sus profesionales, la superación y/o equiparación de la oferta pública con la
privada, son algunos de los desafíos que las políticas públicas deben afrontar
para contribuir a una mayor cohesión de la sociedad.

En Argentina el estado de bienestar que llevo a que el país se destacara por


sus altos niveles de integración y una clase media expandida desde mediados
del siglo pasado, se explica por dos vectores de movilidad. Uno histórico
referido a un sistema de educación pública muy extendida y otro refiere a un
piso de derechos que por acción de las políticas de gobierno, buscó que los
derechos sociales que se obtenían en el mundo de trabajo formal se
expandieran y beneficiaran a sectores que no estaban comprendidos en el
mismo. Este acuerdo que cimenta la función del estado de bienestar en
Argentina es institucionalizado el justicialismo (1946/1955) que toma y
potencia avances de la legislación social producida por los gobiernos de
Hipólito Yrigoyen (1916-1922 y 1928-1930). Esos acuerdos que planteaban un
rol clave del estado fueron sistemáticamente dañados por sucesivos golpes de
estado que buscaron volver a modificar la matriz redistributiva de la sociedad
Argentina, resultando la dictadura cívico /militar (1976/1982) y los 20 años de
reformas que la sucedieron la destrucción de ese modelo que culmino a inicios
del siglo con el 50 % de la población bajo línea de pobreza. .

Después del tsunami, ¿qué?

Hoy, a pesar de toda la inversión social sin precedentes realizada desde 2003,
los territorios se tornan hostiles. En el contexto urbano hay comunidades que
están atravesando situaciones de violencia como parte de la dinámica cotidiana
de convivencia. Entonces, estamos frente a una situación inédita. Por un lado
tenemos una legislación y una propuesta muy proactiva en materia de política
social, con un sujeto destinatario que en gran medida, no se siente interpelado
por esas políticas porque efectivamente para un amplio sector, la deuda social
todavía es inmensa y tiene consecuencias en las manera en que se restablece
la relación entre la sociedad y sus instituciones. Las instituciones de la política
social forman parte de ese universo de desencuentros.

Por ejemplo, existe una ley de niñez y adolescencia de avanzada (Ley 26061);
a la vez que no se sabe que con los niños y jóvenes cuando, como ocurre con
frecuencia, falla la red familiar para contenerlos. Hoy hay “mucha leyes”,
tantas como cada provincia y municipio interpreta los cambios propiciados por
la nueva Ley. Algo parecido pasa con la nueva Ley de Salud Mental (Ley
26657), se trata de leyes reparadoras que en sí mismas constituyen una
reivindicación. El sector de la educación tiene asignado el porcentaje del PBI
más alto de la historia Argentina, sin embargo observamos la dificultad que
tiene el sistema, principalmente para contener a los jóvenes en las aulas.
Estamos atravesando una situación inédita, ya que el comportamiento de
muchas instituciones públicas en muchos casos no se corresponde con la
recomposición que tuvieron estos sectores.

Entonces, por un lado legislación de avanzada y en paralelo situaciones


cotidianas que siguen mostrando cruelmente lo que dejo el largo proceso de
crisis (económica e institucional) al que aludíamos. La hipótesis básica, aunque
obvia, merece ser enunciada y radica en que las políticas actúan en un
contexto que determina sus resultados. No es posible disociar los resultados
actuales del pasado reciente, cuyos efectos se expresan en el modo en que se
apropian colectivamente los beneficios propuestos por el modelo de derechos
que hoy se propicia.

La mayoría de los problemas sociales se gestan a lo largo del tiempo y es


reduccionista la idea de que se pueden revertir tan rápidamente. La situación
de los jóvenes cuya salida temprana del sistema los ha dejada también fuera
de un mercado de trabajo y las violencias urbanas (comunitarias y domésticas)
son problemáticas que interpelan a los profesionales que entendemos el
abordaje comunitario como una instancia de intervención que colectiviza
soluciones. Hoy sufrimos un déficit de enfoque y procedimientos respecto a
cómo problematizar para su posterior abordaje, los nuevos fenómenos cuya
expresión conflictiva se impone y de algún modo determina la dinámica de
transformación en medios urbanos, que en el caso Argentino representa la
condición de más del 95 % de la población.

Sobre enfoques y categorías para comprender y explicar los cambios

¿Cómo interviene el estado en el bienestar?

Las intervenciones del Estado inciden de manera decisiva y a través de


diferentes mecanismos en el patrón distributivo de un país. Sin duda,
el gasto social es uno de los instrumentos potentes para la
redistribución del ingreso y comprende intervenciones con objetivos
de largo plazo (Educación y salud) y otras que poseen un impacto
distributivo más directo v de corto plazo. Entre estas últimas se
destacan las transferencias monetarias directas a las familias, ya sea a
través del sistema de seguridad social o por la vía de programas de
tipo asistencial. En general, se espera que estas transferencias tengan
un impacto significativo y rápido a la hora de revertir las
desigualdades pero esta expectativa no se condice con la lenta y
heterogénea reacción que pueden desplegar las familias pobres y sus
debilitadas redes de ayuda mutua.

En referencia al alcance de las políticas sociales como expresión del estadio de


bienestar que sustenta una sociedad es importante distinguir el enfoque de la
seguridad social y su lugar dentro del sistema completo de las políticas
sociales. Dentro del campo de las políticas sociales el sistema de la seguridad
social se distingue por agrupar a un conjunto de beneficios –en especie o
monetarios- dirigidos a asegurar la reproducción del trabajador y de sus
dependientes (Fleury, 1998). En esta línea, Castel (1997) señala la diferencia
entre seguridad social y ayuda social, en tanto enfoques de la política social.

Castel (2010) propone el concepto de descolectivización para describir el


proceso de pérdida de soportes colectivos que configuran la identidad del
sujeto con especial referencia al mundo laboral, pero también la pertenencia
de clase. Este proceso se complementa con el principio de individualización que
apela a la idea de que quien no puede “pagar” de otro modo debe hacerlo con
su persona. Se trata de una individualidad expuesta en exceso en proporción
directa a su fragilidad.

La seguridad social (pensiones, jubilaciones, asignaciones familiares) es un


medio de socialización generalizada de los riesgos al cubrir a los asalariados,
sus familias y, finalmente, a todos los que se inscriben en el orden del trabajo.
Por su parte, la ayuda social refiere a las prestaciones otorgadas para aquellos
cuya subsistencia no está asegurada por el trabajo o la propiedad. Esta
diferencia entre ayuda y seguridad es sustantiva al momento de indagar sobre
los programas vigentes y las hipótesis subyacentes en el tipo de prestación
que se brinda. Entonces la ayuda social refiere a los dispositivos que se da el
Estado para actuar de manera oportuna y temporal frente a contingencias y/o
situaciones que pueden requerir ese tipo de intervención.

Dentro del esquema de la protección social y como un logro se reconoce la


expansión de las transferencias monetarias directas a las familias como un
instrumento de la protección social al que también se lo llama esquema de
protecciones mínimas. Se trata de coberturas que logran cierta independencia
del mercado de trabajo formal y se constituyen en una interfase positiva entre
el sistema de ayuda y el de seguridad social. Es el caso de la Asignación
Universal por Hijo (AUH), que reconoce el derecho de los niños con
independencia de la inserción laboral de los padres.

Nuevos emergentes

La lógica reparadora de las políticas sustentadas en enfoques de derechos, que


busca cobertura y calidad de las prestaciones, cuando no puede contrarrestar
los nuevos problemas, en algún punto entra en crisis el enfoque y se vuelve
blanco de los sectores reaccionarios que prefieren retornar a la lógica de la
“ayuda social” en el sentido que le da Castel (1981) en vez de evolucionar a la
de la seguridad social, aun para los que están fuera del mercado trabajo
formal.

La recuperación económica, social y política de la sociedad Argentina en su


proceso de transición de un estadio critico a otro proactivo, nos impone la
necesidad de complejizar el diagnóstico y así poder actuar en torno a lo que
aún falta problematizar. El supuesto es que, el mercado por su naturaleza de
acumulación va a seguir desconociendo las ventajas de una sociedad integrada
bajo el paradigma de los derechos sociales. Es tarea de la política a través del
estado irrumpir en las reglas de exclusión propias del sistema de acumulación.
Esta afirmación hace al diagnóstico, del mismo modo que reconocer la
complejidad de la cuestión social, hace a la búsqueda de nuevas ingenierías
institucionales para superar las barreras de accesibilidad material y simbólica
que afecta a miles de familias que aún no han salido de lo que se denomina
condición de pobreza crítica.
Las intervenciones que asumen la complejidad de la problemática social, entre
otras cosas, debe neutralizar el pensamiento binario y/o homogeneizador. Se
vuelve necesario volver a reconocer especializaciones y que las instituciones de
proximidad proximidad (escuelas, centros de salud, jardines maternales, etc.)
actúen bajo el mismo paradigma.

En ese sentido, se propone pensar en elementos, que deberían ser


componentes de la política social, en cualquiera de sus modalidades y
alcances.

Un elemento es estudiar más seriamente los factores de accesibilidad. Puedo


tener una muy buena oferta de política social y no tener estudiados los
elementos que van a estar actuando como barrera para que esto se produzca.

Otro tema es el factor de pertenencia, que posibilita alguna adscripción. La


hipótesis sería que lo que están padeciendo los asentamientos esta población
es un proceso de descolectivización que por las relaciones de proximidad se
hace mas critico que para el resto de la sociedad (que también lo padece).
Entonces ¿Qué es lo que puede servir para recolectivizar y superar las brechas
que produce el propio modelo de consumo? ¿Qué rol puede cumplir la
participación política partidaria, la participación barrial como ejercicio de
afirmación de identidad compartida y como propician las políticas sociales
nuevos modos de integración por fuera de los patrones de consumo? ¿Cómo
participa la escuela de este debate y qué medida se siente interpelada a
contribuir con su acción a recolectivizar los vínculos dañados de esta sociedad?

En relación a los párrafos anteriores nos preguntamos por las tensiones que
imponen las políticas incrementalistas cuyo propósito es ser parte sustantiva
de un proceso redistributivo donde se puedan combinar políticas activas de
empleo con políticas sociales que posibiliten el progreso de las familias por la
vía del trabajo y el acceso a la salud, la educación y la vivienda digna.

Nos preguntamos por cómo se alcanza un piso bienestar que incluya a los más
pobres. En qué punto se encuentra dentro de una economía de mercado el
reconocimiento de los sectores con menos capital educativo para competir en
un mercado laboral tan competitivo. En este sentido se impone la generación
de instrumentos referidos a la institución de la política social con centralidad en
la escuela como instrumento de inserción social.

A modo de hipótesis y de cierre es posible afirmar que la superación de la


pobreza en una sociedad no es un tema solo económico, sino principalmente
político como quedó demostrado en el caso argentino cuando en los 90 el
crecimiento de la económica no se tradujo en desarrollo de la sociedad en su
conjunto. Hoy superada la crisis, debemos agregar que el tema también es
cultural en función del modo en que unos y otros sectores aceptan o no a su
capacidad de consumo como ordenador de la convivencia. En tal sentido, la
recuperación de un paradigma de bienestar no dependería solo de la ingeniería
de las políticas sociales como platean los tecnócratas, sino principalmente del
modo en que el conjunto de la sociedad se proyecta a futuro e interpela y
mejora por múltiples medios de acción colectiva con el protagonismo del actor
estatal como promotor y garante del bienestar.

Bibliografía

Castel, R. (1998). “La Gestión del riesgo social. España: Ed. Anagrama.

Castel, Robert. (1995). La metamorfosis de la cuestión social. Paidós.

Castel, Robert (2003). “La inseguridad social. ¿Qué es estar protegido?”.


Buenos Aires: Manantial.

Clemente, Adriana (2009). Políticas Sociales y Acceso a la educación, salud y


programas de alivio a la pobreza. En Impacto de la Descentralización en AL.
OEA.

Danani, Claudia (1996). “Algunas precisiones sobre la política social como


campo de estudio y la noción de población-objeto”. En: HINTZE, Susana
(organizadora). Políticas Sociales. Contribución al debate teórico-metodológico.
Buenos Aires. CEA-CBC. Universidad de Buenos Aires.

Manfred Max-Neef, Desarrollo a Escala Humana. Antonio Elizalde y Martin


Hoppenhayn (2004) www.max-neef.cl/.../Max

MORENO, Luis (2007). Lucha contra la pobreza en AL, Selectividad o


Universalismo. CSIC- Unidad de estudios comparados. Fundación Carolina.
http://dialnet.unirioja.es/servlet/oaiart

Adersen Gosta, Esping (2000). Fundamentos sociales de las economías


postindustriales, cap. 4. Barcelona: Ariel.
La educación territorializada: juventud, espacio e identidad.

Jorge Elbaum

...los adolescentes aparecen en la escena pública cuando la crónica periodística


los saca a la luz o bien por la transgresión a valores sociales instituidos.1

Pensar la relación entre el estado, la escuela y la comunidad supone poner en


debate el vínculo de la sociedad en su conjunto con los ejes de la socialización.
Implica, además, realizar un punteo crítico sobre el vínculo institucionalizado
entre las instituciones de socialización –de inclusión del Estado en la
subjetividad del ciudadano infante y adolescente, y reconocer los vínculos que
se establecen entre territorialidad y relaciones de dominación simbólica.

Uno de los ejes para abordar esta problemática es la vertiente de la Identidad


y la diversidad. Un segundo elemento se relaciona con la “especialidad guética”
aun presente (desde el ascenso del neoliberalismo en los 90), aunque hoy
cuestionado por lógicas territoriales superpuestas y –sobre todo—por la
revalorización del activismo político localizado. La identidad tiene su lugar en
las formas en que el “orgullo” popular asume su lugar de reivindicación. Y lo
tiene, también, en la relación conflictiva con una escuela que cuestiona su
identidad desde los saberes letrados y enciclopédicos.

La articulación entre los jóvenes, la escuela, lo popular y el territorio tienen


como factor de nexo posible al Estado, en la medida que asume la decisión del
“restablecimiento” de lo social. Esta generación de “puentes” requiere a su vez
de actores locales comprometidos en “limar las fronteras” trazadas por el
neoliberalismo. Los poderes que contribuyen a reeditar el estado ausente,
mientras tanto, se relacionan básicamente con una “teoría de la
responsabilidad”, un tironeo entre factores particularistas y la sobreproducción
de una exclusión como forma pasiva de construcción de identidad, sustentada
—en los últimos años— por el creciente poder simbólico de lo mediático.

La cultura mediática discrimina, cosifica y excluye a quienes recorren el camino


del “barrio”. Desconoce y ridiculiza, además, la carencias de capitales
económicos educativos, profesionales, culturales o sociales. Esto genera una
segregación sutil y contradictoria de las instituciones que tradicionalmente
orientaban y canalizaban las integraciones de los sectores juveniles populares.
Paradójicamente estas segregaciones sociales –fomentadas muchas veces por
instituciones que han perdido legitimidad social— brindan una forma de

1
Konterllnik y Jacinto:(1996: 24).
reconocimiento social limitado a quienes son expulsados. Cuando la escuela
media “nomina” enemigos internos a determinados jóvenes colabora en la
conformación de polarizaciones excluyentes.

Las exclusiones marginalizantes que sirven para constituir una identidad –y un


reconocimiento social dentro de la escuela y en el barrio-- son acompañados
por estigmatizaciones de sus estilos culturales. Dichos etiquetamientos suelen
ser parte de una política moral reificadora de fantasmas sociales recientes e
históricos que sus propias víctimas terminan construyendo como emblemas.2
Prácticas y discursos de peligro social reforzados por descreimientos en la
participación social y política colectiva, pública, como forma de canalización de
demandas y/o de “organización” del conflicto social.3 Y por el
resquebrajamiento —en el plano específicamente educativo— del “pacto
educador”, que imprimió de imaginarios ciudadanos y de promesas de ascenso
social a varias igeneraciones de argentinos. Estos procesos, relacionados con el
aumento de la criminalidad juvenil4y la autodesvalorización social5, exigen
profundizar sobre la conformación de nuevas significaciones juveniles y cómo
estas se expresan en relación, por ejemplo, a la institución escolar.6

2
La historia de nuestro país justifica en la actualidad dos tipos de fantasmas de
peligrosidad juvenil, ambos ligados a la idea del desorden: por un lado las que
hacen referencia a la lucha política de los años ’60 y ’70, y por otro al que
remite a la desestructuración moral producida por las costumbres juveniles
ligadas a los géneros rockeros, la droga y los estilos sexuales. Ambos niveles
de “subversión” ubican a los jóvenes en la mira de una necesaria ortopedia
social sistemática: son una masa pasible de ser vigilada y corregida.
3
Mekler (1993)
4
Según informaciones difundidas por el Servicio Penitenciario Federal la
edad promedio de los detenidos en las Unidades Penitenciarias de la
provincia de Buenos Aires es de 21 años, habiendo disminuido alrededor
de cinco años en los dos últimos dos lustros. El promedio actual de los
detenidos es de 21 años. Clarín, 23 de abril de 1996. Pág., 23
5
Kessler, (1996:151)
6
Este grupo etario es además objeto de políticas y definiciones públicas
sinuosas, contradictorias y “pesimistas” acerca de su éxito: muchas iniciativas
provenientes desde el estado son catalogadas como inútiles ante la indisciplina
de los sujetos a los que van dirigidas.
Muchos de los símbolos que estos grupos portan aún permanecen
desconocidas para las ciencias sociales y son abordados asiduamente desde
una perspectiva moralizante: en las escuelas se cuestionan las posturas
corporales, los tatuajes, las marcas en el cuerpo, las inscripciones en la
indumentaria, los aros, y otros signos identificatorios sin profundizar en los
sentidos que los generan, en la capacidad semiótica de los estilos sobre los que
se instituyen, ni en las re significaciones que les otorgan —luego de las
“importaciones” que se llevan a cabo dotando de sentidos particulares algo que
en su inicio fue un producto por ejemplo londinense o californiano— quienes
los usan y les confieren valor.

Las discriminaciones y diferenciaciones que producen estas pertenencias


juveniles parecen remitir a los recursos que cada grupo juvenil urbano pone en
ejecución cuando produce o adapta sentidos y cuando se vincula con otros
agrupamientos. Conformando procesos de identificación ligados con una
“institucionalización de la transgresión” que los jóvenes tienen “permiso” para
disfrutar en una etapa de su adolescencia. Esta suspensión de las
responsabilidades que ha sido catalogada como una “moratoria juvenil”,
suponen un contacto y un nexo con quienes “otorgan” tal autorización. Vínculo
que queda expuesto en las espectacularizaciones estéticas que acompañan los
usos de la ciudad que hacen estos grupos, y en los mecanismos comunicativos
que en ocasiones se convierten en expresiones valorativas de la sociedad.
Manifestaciones que no dejan de fragmentarse continuamente y que a pesar
de su rápida obsolescencia colaboran en la producción de sentidos que van
dejando huellas tanto en las prácticas que realizan como en las formas en que
los distintos colectivos entienden el mundo que los rodea.

Bibliografía

Elbaum, Jorge (1997). Salir a bailar. Discriminación y racismo en las


diversiones nocturnas. Buenos Aires: Ediciones del Instituto Gino Germani.

-- (1995) “El cuerpo como metáfora" en Espacios, Revista de la Carrera de


Sociología. UBA, No. 1.

-- (1996) “Comunicar lo joven” en Revista “Causas y Azares” No. 4. Revista de


Comunicación y cultura. Buenos Aires.
Kessler, G.: “Adolescencia, pobreza, ciudadanía y exclusión” en Konterllnik y
Jacinto: Adolescencia, pobreza, educación y trabajo. UNICEF/Losada. Bs. As.
1996.

Konterllnik y Jacinto (comps.) (1996). Adolescencia, pobreza, educación y


trabajo. UNICEF/ Bs. As: Losada.

Mekler, V. (1993). Juventud, educación y trabajo. Bs. As.: CEAL.

Você também pode gostar