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25 Aniversario de la Facultad de Psicología de la UAM

Acto Académico: 19 de Mayo de 2008

Haciendo historia entre los vericuetos de mi memoria


JOSÉ MARÍA RUIZ VARGAS

Somos memoria. Sí, somos memoria y, por ello, contadores de historias. Esencialmente,
los seres humanos somos contadores de historias, historias acerca de nuestras experiencias,
acerca de nuestro pasado individual y colectivo. Nos pasamos la vida entera contándonos
unos a otros historias de lo que nos sucede. Esa es la base de las relaciones humanas: contar a
otros nuestras experiencias para compartir vivencias y emociones, y para construir la imagen
social de nuestro yo. Los niños empiezan a hablar sobre el pasado, es decir, empiezan a
compartir con otros sus experiencias, casi tan pronto como comienzan a hablar, y no dejarán
de hacerlo como adolescentes ni como adultos ni un solo día de toda su vida.
Cada persona es autora de la historia de su propia vida, una historia que va escribiendo
lentamente, día a día, a medida que construye y comparte su pasado. Porque al contar nuestras
experiencias (a nosotros mismos y a los demás) estamos, en realidad, construyendo y
reconstruyendo simultáneamente nuestros yoes. A través de las “historias” que nos contamos
unos a otros diariamente, se va configurando la imagen que cada cual tiene de sí mismo, se va
construyendo nuestro yo, y se acaba creando el propio autoconcepto, la propia identidad, es
decir, quiénes somos, cómo somos, de dónde venimos, a qué grupo pertenecemos y a dónde
nos dirigimos.
Sí, los seres humanos somos contadores de historias natos y, precisamente por eso, somos
las historias que contamos, y ello es así porque, al compartir con otros lo que nos sucede,
desarrollamos, mantenemos y reforzamos los vínculos sociales con los otros, con el grupo,
con la sociedad. Todo lo cual nos permite afirmar que, en el fondo, todos somos historiadores
personales.
Y, por esa razón, me van ustedes a permitir que les cuente una historia. Una historia de
esta Facultad de Psicología de la UAM o, más propiamente, “mi historia” de esta Facultad.
Comparto con Le Goff la idea de que la memoria es “la materia prima de la historia” y, por
eso, yo recurriré a mis recuerdos. Pero, es que, además, parto del convencimiento de que sólo
desde nuestras memorias podremos construir la “historia humana” –permítanme dicha
expresión– de nuestra facultad; es decir, el drama de sus protagonistas, la “biografía” de sus
personajes. “La historia –ha escrito recientemente Castilla del Pino– la hacen los historiadores
y queda. Pero el drama o lo cuenta el personaje del mismo o desaparece”.
Mi vida académica tiene la misma edad que la Universidad Autónoma de Madrid: 40
años. Soy de la primera promoción de licenciados de esta universidad y, aunque mi memoria
no pueda recuperar todo lo vivido, la experiencia vital acumulada en esta institución no dejará
nunca de ejercer su influjo sobre mi conducta y sobre mi actitud acerca de esta casa y sobre la
vida en general.
Reconstruir la historia de 40 años vividos, primero como estudiante y a continuación
como profesor, sería una empresa, además de imposible, probablemente aburrida. Por eso,
dejaré que mi memoria actúe como actúa la memoria humana, esto es, seleccionando lo que
considera más significativo.
Si bien este año estamos celebrando el 25 aniversario de la creación de esta Facultad de
Psicología, dicha creación, como la mayor parte de las cosas importantes en la vida, no surgió
entonces ex novo (era el año 1983), sino que fue la culminación de un proceso de búsqueda de
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una identidad institucional y epistémica que había comenzado bastantes años antes.
Prácticamente, comenzó el primer año en que echó a andar esta universidad. Recuerdo
perfectamente –y estoy seguro de que mis compañeros de promoción aquí presentes también
lo recordarán– que nuestro primer curso (entonces llamado de “comunes” en la Facultad de
Filosofía y Letras, ubicada en la calle Alfonso XII, esquina al Retiro) nos lo pasamos
reivindicando la creación de la especialidad de Psicología, porque, si bien dicha especialidad
había aparecido incluida en el catálogo de especialidades de Filosofía desde el primer anuncio
de la puesta en marcha de la nueva Universidad Autónoma de Madrid, siendo estudiantes de
primero pudimos comprobar que las garantías de que al año siguiente se impartirían las
enseñanzas de Psicología eran realmente muy escasas. Las razones eran muy básicas y
difícilmente confesables. Tanto, que hoy ruborizarían a más de uno; porque, el problema
fundamental para poner en marcha los estudios de Psicología era la falta absoluta de un
profesorado competente. Nosotros no dejábamos de responder afirmativamente a las múltiples
encuestas que nos pasaban para comprobar si, en efecto, había gente interesada en estudiar
Psicología, pero los responsables académicos se las veían y se las deseaban para encontrar al
profesorado adecuado que impartiese el currículo de Psicología siquiera al año siguiente.
Pero, al año siguiente, el curso 1969/70, nosotros empezamos a estudiar la especialidad de
Psicología.
Aquel segundo curso recuerdo que ocurrieron algunas cosas que resultaron de especial
trascendencia. La primera, que D. Manuel Úbeda Purkiss, más conocido como el Padre
Úbeda, un dominico gran conocedor de la neurofisiología de entonces, que se había formado
en Chicago en el Laboratorio de Neurofisiología de Magoun y Moruzzi, aceptó dirigir la
especialidad de Psicología. El P. Úbeda se rodeó aquellos primeros años de un grupo de
profesores jóvenes muy ilusionados que, a pesar de la precariedad absoluta de medios, nos
transmitieron su ilusión y su confianza en que la Psicología llegaría a hacerse un hueco con
todo derecho tanto en la propia universidad como en la sociedad española. Allí estuvieron
desde el principio impartiendo aquella docencia tan novedosa como provisional personas
inolvidables como los profesores Julián Mesa (“Psicología I”), Juan Del Val (“Psicología
genética de la inteligencia”), Santiago González Noriega (ya fallecido; “Introducción al
Psicoanálisis”), entre otros. El P. Úbeda dirigió el Departamento de Psicología durante tres
años más y continuó como Profesor hasta que su delicada salud se lo permitió. Su
fallecimiento, no obstante, no se produjo hasta bastantes años después. Personalmente,
siempre lo recordaré como mi mejor profesor. He sentido por él siempre un gran respeto y un
cariño muy especial.
De aquel año guardo otro recuerdo especialmente vívido, el día en que nos presentaron
oficialmente a los alumnos a la Dra. Jesusa Pertejo. Recuerdo que, una tarde de primavera de
1970, y, en nuestra propia aula, el P. Úbeda nos presentó a la Dra. Pertejo: una mujer joven,
guapa, de pelo rubio recogido en un discreto moño y elegantemente vestida de riguroso luto
entró acompañada de varios profesores, y fue invitada a tomar asiento en uno de los sillones
del estrado. El P. Úbeda esbozó una breve semblanza científica de aquella mujer, destacando
sus estudios en la Universidad de Ginebra y sus rigurosos trabajos en el campo de la
psicomotricidad. Aquella misma tarde también supimos que la Dra. Pertejo había enviudado
recientemente y era madre de siete hijos. La dramática circunstancia en la que aquella mujer
aceptaba pasar a formar parte del profesorado de Psicología de la UAM, con el consiguiente
cambio de residencia familiar de Valencia a Madrid, recuerdo que tuvo un considerable
impacto emocional en la mayoría de nosotros y generó, desde el principio, entre el alumnado,
un especial cariño hacia ella. Con los años, la Profesora Pertejo se haría cargo de la Dirección
del Departamento de Psicología y, hasta su jubilación en 1986, trabajó con absoluta entrega
como profesora y luchó durante muchos años como Directora para que Psicología de la UAM
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ocupase el lugar que se merecía. La Profesora Jesusa Pertejo falleció en Julio de 2007.
Personalmente, creo que es una de las personas con las que esta Facultad tiene pendiente una
deuda mayor. Valgan estas palabras sencillamente para rememorar su figura y, si fuese
posible, para hacer público nuestro compromiso de resarcir en un futuro próximo dicha deuda.
La provisionalidad en la que nos movíamos aquellos años iniciales era de tal calibre que
los alumnos nos acercábamos cada septiembre a formalizar la matrícula para el siguiente
curso con un desconocimiento total y absoluto acerca de qué asignaturas íbamos a cursar.
Mas, no cabe duda, de que los responsables de ir tejiendo –como diríamos hoy– “on line”
nuestro improvisado curriculo, trabajaron con rigor y con tino, porque nuestro Tercer año
(estamos en el curso 1970/71) supuso cursar asignaturas con un gran peso específico en la
formación de cualquier psicólogo. Por ejemplo, “Psicología Fisiológica”, a cargo del P.
Úbeda; “Psicodiagnóstico”, a cargo de la Dra. Pertejo; “Psicología Experimental”, con Julián
Mesa; “Psicología del Niño y del Adolescente”, con Juan del Val y Pilar Soto; o “Psicología
Social”, con Alejandra Ferrándiz (fallecida hace pocos años en la plenitud de su vida). Aquel
tercer curso llevó incluida otra novedad: toda la enseñanza de la Psicología fue trasladada a la
entonces recién inaugurada Facultad de Medicina de la UAM. Desde la perspectiva actual,
aquel primer traslado estaba marcando, de hecho, el inicio de otra de las señas de identidad de
Psicología: su carácter errante. Porque desde aquel curso de 1970 hasta el definitivo traslado a
este edificio en Octubre de 1989, la sede de Psicología estuvo yendo de un rincón a otro de
los sucesivos campus de la Autónoma. Como si de un reflejo de su falta de definición
epistemológica se tratara, Psicología necesitó muchos años para definir y conseguir un lugar
propio en esta universidad.
En Octubre de 1971, se inauguró este campus de Cantoblanco. La primera promoción
andábamos ya por nuestro cuarto curso y a Psicología le fue asignado uno de los módulos de
la facultad de Fª y Letras. Sin embargo, aquel nuevo asentamiento sólo duró lo que dura un
curso escolar. Al año siguiente, nos trasladamos a la Facultad de Ciencias, ni más ni menos.
De Ciencias, donde si no recuerdo mal permaneció dos cursos, Psicología se trasladaría a
Económicas, donde se mantuvo hasta el traslado definitivo a su propio edificio, el actual;
aunque antes las autoridades consideraron oportuno ampliar el habitat de los psicólogos, y, en
un gesto de generosidad sin límites, nos concedieron un extraño y atípico edificio, construido
en los más desolados confines de este campus, y que siempre será recordado por el
significativo nombre de “Galeras”. En aquel bloque chato y feo de dos plantas, se impartió
durante bastantes años la docencia de 1º y 2º de Psicología. Allí, además, tuvieron su primera
sede la Biblioteca y los primeros laboratorios (Psicobiología y Psicología experimental).
Aunque la incorporación de aquel edificio supuso para muchos profesores un auténtico
quebradero de cabeza y una fuente ineludible de estrés, por la sencilla razón de que algunos
días te veías en la tesitura imposible de terminar una clase en la sede de Económicas y al
minuto siguiente tener que estar empezando una clase en “Galeras” o viceversa (una proeza
necesariamente ligada al don de la ubicuidad); a pesar de ello, decía, yo personalmente guardo
un recuerdo muy cálido y muy cariñoso de nuestras particulares “galeras”.
Mientras tanto, y entre ese ir y venir de un lado a otro, Psicología fue haciéndose mayor y,
lo que empezó siendo un Departamento de la Facultad de Filosofía, dio un gran paso adelante
y alcanzó el estatus de Sección, lo que implicaba un grado considerablemente mayor de
autonomía respecto a su facultad matriz. Siendo ya una Sección de Filosofía, en Psicología se
fueron creando departamentos, se renovó el plan de estudios y se empezó el proceso
imparable de reivindicación de la independencia total y la consecución del estatus de facultad.
Como en todo proceso de crecimiento, la sensación de independencia y de mayor autonomía
fue siempre por delante de los hechos, y ese convencimiento acabaría jugando un papel

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crucial en la consecución del objetivo marcado de separar administrativamente la Psicología
de la Filosofía y de justificar epistemológicamente el estatus científico de nuestra disciplina.
La primera promoción de la Autónoma acabamos nuestra licenciatura en 1973, y yo firmé
mi primer contrato como docente de esta universidad el 1 de Octubre de 1974. Con ello
quiero decir que he sido testigo de toda la evolución y progreso, no sólo de la UAM, sino de
nuestra Facultad de Psicología. Visto con la perspectiva que dan los años, podría parecer que
el proceso de creación de la Facultad de Psicología se produjo de un año para otro y sin más
problema que la reorganización administrativa que una institución de esa naturaleza requiere.
Nada más lejos de la realidad, porque la creación oficial de una facultad de Psicología en
aquel contexto académico y político, en el que la Psicología no sólo era una perfecta
desconocida sino que, y esto era mucho peor, eso de la psicología se consideraba que no valía
para nada y, además, para eso ya estaba la Filosofía, tal empresa resultó en principio bastante
utópica. Sin embargo, ni el profesorado ni los alumnos de Psicología dudamos en ningún
momento de que aquél era un objetivo legítimo y necesario. A tal convencimiento se unió la
ilusión con la que los profesores trabajábamos en cualquiera de los múltiples asuntos que
aquella aventura requería. Explicábamos nuestras asignaturas con verdadera pasión,
organizábamos seminarios entre los propios profesores para ir refinando y definiendo cada
vez con mayor rigor y actualidad los contenidos de las asignaturas que entendíamos debían
configurar el mejor currículo de los estudios de psicología; vivíamos casi en un continuo
debate epistemológico sobre los fundamentos de la ciencia de la Psicología; organizábamos
congresos de carácter nacional e internacional sobre los nuevos enfoques que iban definiendo
los derroteros de nuestra disciplina en los países más adelantados; teníamos grupos
permanentes de discusión teórica, etcétera, etcétera. Se me agolpan los recuerdos sobre
aquellos años, sobre aquel período constituyente, y todos se me aparecen envueltos en una
ilusión y un entusiasmo arrolladores. Fueron, aquéllos, unos años verdaderamente
apasionantes y decisivos para todo lo que vino después.
Todos, en mayor o en menor medida, fuimos protagonistas imprescindibles de aquella
aventura académica, pero creo que no haría justicia a nuestra historia si no mencionase
explícitamente el trabajo de algunos compañeros por considerar que resultó trascendental. Por
muchas razones, entre las que no disimulo las personales, quiero destacar, en primer lugar, la
influencia del Profesor José Luis Fernández Trespalacios. El Prof. Trespalacios llegó a
nuestra universidad, como Catedrático de Psicología, el curso 1975/76, y se hizo cargo de la
asignatura “Psicología General”, que se impartía en primer curso (posteriormente, esta
materia se desdoblaría en dos asignaturas, Psicología General I y II, impartidas en 1º y 2º
cursos, respectivamente).
A veces se ha pensado, y todavía hay gente que opina así, que donde más difícil resulta
ejercer alguna influencia, ya sea sobre los alumnos ya sobre la propia marcha de la Psicología,
en general, es a través de la docencia en primer curso. Desde ese nivel tan aparentemente
insignificante, parece difícil que el trabajo docente trascienda más allá de tu propia aula. Sin
embargo, abundan las historias que demuestran que tal cosa no es así. Veamos.
Al año siguiente de su llegada, el curso 1976/77, el Prof. Trespalacios tomó una decisión
que resultaría trascendental: eligió como libro de texto obligatorio para la asignatura
“Psicología General”, una obra que acababa de ser traducida al español y que suponía una
novedad absoluta respecto a los manuales de Psicología General existentes. Se trataba de la
obra de Lindsay y Norman Procesamiento de información humana, que había sido publicada
originalmente en 1972 bajo el título Human information processing y que estaba teniendo un
impacto sin precedentes en la psicología anglosajona. Aquí fue publicada en 3 volúmenes,
entre 1975 y 1976, por la editorial Tecnos, y la traducción había corrido a cargo del Prof.
Julio Seoane y Carmen García Trevijano. No quisiera extenderme en detalles que pudieran
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resultar irrelevantes, pero sí quiero subrayar que la elección de aquel texto significó, en mi
opinión, un hito a destacar en nuestra particular historia, porque supuso el primer paso para la
introducción en nuestra universidad y en nuestro país del nuevo y revolucionario paradigma
de la “Psicología cognitiva del procesamiento de la información”. Desde aquel año, con aquél
y con otros textos similares, prácticamente todas las promociones de Psicología de la UAM
han iniciado su formación psicológica estudiando los fundamentos de la psicología desde la
perspectiva del moderno cognitivismo. Para los profesores que compartíamos entonces la
docencia de la Psicología General con el Prof. Trespalacios, trabajar aquel texto y enseñarlo a
nuestros estudiantes supuso empezar a conocer los presupuestos epistemológicos de la “nueva
psicología”, una aventura científica que influyó inmediatamente en la carrera académica en
ciernes de muchos de nosotros y que, en mi caso particular, determinó y configuró mi
compromiso científico hasta el momento presente con la psicología cognitiva (precisamente,
al año siguiente inicié la recogida de datos para mi Tesis Doctoral, “Memoria icónica y
esquizofrenia: Fases iniciales de procesamiento y déficit cognitivo”, bajo la dirección del
Prof. Trespalacios, que presenté y defendí en 1979).
El Prof. Trespalacios se trasladó, pocos años después (1980), a la UNED, pero sus
enseñanzas y su concepción de la Psicología dejaron una huella imborrable y decisiva en
nuestra forma de contemplar y abordar los problemas psicológicos. José Luis Fernández
Trespalacios ha fallecido este Enero pasado, siendo catedrático y profesor emérito de la
UNED. Sirvan estas palabras de reconocimiento sincero a su labor y de tributo sentido a su
persona.
El hueco dejado por la marcha del Prof. Trespalacios a la UNED sería paliado de
inmediato por la llegada a nuestro Departamento de otra persona muy especial. En Octubre de
1980, se incorpora al Departamento de Psicología General, como catedrático de Psicología, el
Profesor Isidoro Delclaux Oraá. El Profesor Delclaux había estudiado Psicología en la
Universidad de Reading (Reino Unido) y transmitió desde el primer día una visión muy
actualizada sobre cómo entender y enseñar la Psicología, perspectiva que encajó de inmediato
con nuestras ideas y actitudes absolutamente positivas hacia el nuevo movimiento de la
Psicología Cognitiva. Delclaux era un hombre muy dinámico, extraordinariamente
pragmático, divertido y de un vitalismo desbordante. Inmediatamente, formó un grupo de
trabajo en el que primaban la eficacia, las ideas y el compañerismo. A los pocos meses de su
llegada, empezamos con los preparativos de una “reunión científica” que marcaría un hito en
la historia de la psicología española. En efecto, bajo el título genérico de “La Psicología bajo
el punto de vista del procesamiento de la información”, durante los días 29 y 30 de Mayo de
1981, se celebró en la UAM una reunión científica en la que un número considerable de
profesores e investigadores españoles presentaron y debatieron acerca de los fundamentos
teóricos del nuevo paradigma cognitivo del procesamiento de la información, la investigación
de los procesos cognitivos básicos y las posibles aplicaciones del nuevo enfoque teórico. Los
trabajos allí presentados aparecieron publicados en 1982, en una obra compilada por Isidoro
Delclaux y Julio Seoane, titulada Psicología Cognitiva y Procesamiento de la Información
(Madrid, Editorial Pirámide). Los historiadores de la psicología española conocen bien el alto
impacto de esta obra en toda la psicología de habla hispana. Mas el Prof. Delclaux no limitó
su trabajo a cuestiones teóricas, sino que se implicó muy activamente en la renovación de los
planes de estudio, en la selección de un profesorado de calidad y en la puesta en marcha de
ambiciosos proyectos de investigación.
Pero el destino quebró por completo las ilusiones y los proyectos de aquel compañero y
amigo, y los de todo su grupo de trabajo, cuando la mañana del 19 de Febrero de 1985, el
avión de Iberia que lo trasladaba de Madrid a Bilbao, su ciudad natal, se estrelló contra el
monte Oiz mientras realizaba maniobras de aproximación. No hubo supervivientes en aquella
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catástrofe aérea. Isidoro Delclaux sólo tenía 42 años. Nunca desaparecerá su inefable figura
de mi memoria ni de la de esta Facultad, que generosamente instituyó hace años un premio a
la excelencia investigadora que lleva su nombre.
Mas la vida seguía, y entre duelo y reparación, entre alegrías y frustraciones, el trabajo
constante y persistente en pos de la consecución de una Facultad independiente no había
parado ni un momento. De hecho, la tragedia aérea que acabó con la vida del Prof. Delclaux
se produjo casi dos años después de que la Facultad de Psicología de la UAM fuese una
realidad. A finales de la década de los 70, la Sección de Psicología había alcanzado, de hecho,
un estatus administrativo muy cercano al de una Facultad: contaba cada vez con más
catedráticos, que propiciaron la creación de Departamentos. Inicialmente fueron 3, dirigidos
por el Prof. Pedro Ridruejo –fallecido recientemente–, el Prof. Miguel Cruz Hernández y la
Profa. Romano (ya fallecida también). Pocos años después, los 3 departamentos se ampliaron
a 5, para quedar finalmente convertidos en los 4 actuales tras el decreto sobre “las áreas de
conocimiento”. Además, nuestra Sección había renovado y actualizado su Plan de estudios, y
disponía de la figura de un “Coordinador” para su representación en la Junta de Facultad
(Filosofía y Letras). Sólo faltaba la aprobación en Consejo de Ministros de la creación oficial
de las facultades de Psicología (si exceptuamos el caso de la Complutense de Madrid, que
venía funcionando como facultad desde fínales de los 70). La aprobación se produjo en
Septiembre de 1983 con la creación de 4 nuevas facultades de Psicología: la de la Universidad
de Barcelona, la de Valencia, la de la UNED y la de la Autónoma de Madrid (representadas
en este Acto por sus actuales Decanos).
El nacimiento de nuestra Facultad exigió de inmediato la elección de su equipo de
gobierno. Nuestra querida compañera y amiga Rocío Fernández-Ballesteros tuvo el honor de
gobernar nuestros destinos en aquellos momentos tan excitantes y esperanzadores. Rocío
llevaba varios años como Coordinadora de la Sección de Psicología y, más o menos, un año
antes de la creación de la Facultad, el entonces Decano de Filosofía, el Prof. Carlos Tibaut,
precisamente para facilitar dicho proceso, creó la figura de “Vicedecano para Psicología”, que
recayó en la propia Rocío. Corría el año 1982, y las conversaciones, las consultas y las
gestiones del entonces Rector de la UAM, Julio González Campos (también recientemente
fallecido), y del entonces Decano de Filosofía, el Prof. Tibaut, se sucedían a diario en su
búsqueda de argumentos a favor de la creación de una facultad de Psicología en nuestra
universidad.
En contra de lo que pueda parecer, y esto es historia que debe ser conocida, en el propio
seno de Psicología surgieron voces discordantes con aquel proyecto, profesores que se
oponían y que hicieron todo lo que estuvo en sus manos para que nuestra Sección de
Psicología no se convirtiera en Facultad. Pero la posición favorable de la inmensa mayoría de
nosotros y la eficaz gestión de nuestra “Vicedecana para Psicología”, más la voluntad
decidida del Rector González Campos y del Decano Carlos Tibaut, hicieron posible la
culminación del proyecto.
En el otoño de 1983, e inmediatamente después de la constitución de nuestra Facultad, la
Profesora Fernández-Ballesteros fue elegida Decana de Psicología. Pero, permitidme que,
antes de referirme al primer equipo de gobierno de nuestra facultad, haga una brevísima, pero
absolutamente justa, referencia a nuestra primera decana.
Porque la profesora Fernández-Ballesteros es otra de esas personas que merecen una
especial mención en ésta mi particular historia. Guardo recuerdos muy claros y nítidos de los
comienzos de su labor docente en la UAM. Estaba yo en 5º curso (1972/73) cuando una
colaboradora, no sé de quién, ofertó un Seminario sobre el test de Rorschach. Mis amigos y
yo nos enrolamos en aquel curso y allí nos encontramos con una mujer joven y elegantísima,
que explicaba aquel test de las manchas de tinta con gran conocimiento y dominio. Desde
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entonces, he admirado su trabajo, un trabajo serio, riguroso e inabarcable sobre el
psicodiagnóstico, la evaluación conductual, el envejecimiento saludable, etc. He tenido y
tengo la suerte de haber colaborado con ella en diferentes proyectos, y he vivido siempre con
verdadero regocijo sus frecuentes y siempre merecidos reconocimientos nacionales e
internacionales a su labor en el campo de la Psicología. La profesora Fernández-Ballesteros
es, sin duda, uno de nuestros más valiosos activos tanto a nivel de la psicología española
como de la psicología mundial. Y no quiero perder esta oportunidad para expresarle
públicamente mi reconocimiento y el orgullo legítimo de ser su compañero en esta casa.
¿Y cuál fue el primer equipo decanal? El trabajo intenso de nuestra primera Decana se vio
facilitado por el entusiasmo y el buen hacer de sus colaboradores. En concreto, aquel primer
equipo decanal lo constituyeron, como Vicedecano de Profesorado, Francisco Rodríguez
Sanabra (fallecido –vaya para él nuestro mejor recuerdo); Vicedecano de Investigación, José
Miguel Fernández Dols; Vicedecana de Ordenación Académica, Esperanza Ochaíta, y José
Gutiérrez Terrazas como Secretario. Rocío repitió mandato y el nuevo equipo estuvo formado
por: José Luis Zaccagnini (Profesorado); José María Naranjo (Ordenación académica); José
Gutiérrez Terrazas, que continuó como Secretario, y, en Investigación, nuestro querido y
añorado Ángel Rivière, fallecido en 2000, antes de cumplir los 51 años, y a cuya memoria la
Facultad ha dedicado el nuevo Salón de Grados.

El camino estaba trazado y nosotros empezamos a recorrerlo. Quince años después de la


creación de la Universidad Autónoma de Madrid, había nacido la Facultad de Psicología.
Desde entonces, como ha señalado el Decano, nuestra Facultad ha contribuido con seriedad,
rigor y fundamento científico al crecimiento y al prestigio de la UAM y de la Psicología de
nuestro país. Mas éste es un asunto sobre el que otros (sobre todo, nuestros exdecanos)
hablarán a continuación con más datos y argumentos que yo. Nuestra historia, desde entonces,
continuó su camino librando las batallas en las que los grupos humanos convertimos los
lances propios de la convivencia diaria. Lo cual no significa que haya sido una historia
inconfesable. Ni mucho menos. Los primeros 25 años de nuestra Facultad han estado
constituidos por la misma materia prima con la que se construye cualquier historia humana:
intereses y motivaciones, emociones y sentimientos, agravios y desagravios, risas, lágrimas y
desafectos y, sobre todo, mucho entusiasmo, mucho trabajo y una plena dedicación a nuestros
estudiantes.
Sabemos que la memoria nunca cuenta todo lo que sabe, como también sabemos que los
años la suavizan a la hora de evocar el pasado más remoto. Es un hecho empíricamente
constatado que las emociones desagradables se desvanecen más rápidamente en nuestra
memoria que las agradables. Y ello nos ayuda a explicar por qué, a medida que nos acercamos
a ese período de la vida calificado oficialmente como “vejez”, se produce en nuestras
evocaciones un claro efecto de positividad acerca de lo vivido. Y es que nuestra memoria está
irremediablemente sesgada hacia la felicidad.
La mía, también. A pesar de lo cual, estoy seguro de una cosa: aún aceptando la ineludible
querencia de mi memoria por lo agradable de nuestra historia común, el largo período
recorrido como grupo entre los muros de esta institución ha tenido que ser necesariamente tan
excitante y tan enriquecedor como yo lo recuerdo, por la sencilla razón de que, a día de hoy,
sigo viviendo como el mayor de los privilegios poder trabajar y enseñar en nuestra Facultad
de Psicología.
Muchas gracias.

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