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Revista ÁPICES DIGITAL

REDACCIÓN
Magdalena Cámpora
Diego Ribeira
Luis Ángel Della Giovanna
Raúl Lavalle
Editor responsable: Raúl Lavalle
Dirección de correspondencia:
Paraguay 1327 3º G [1057] Buenos Aires, Argentina
tel. 4811-6998
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nº 30 – 2018
Número dedicado a las letras uruguayas

Nota: La Redacción no necesariamente comparte las opiniones vertidas en esta


publicación.

1
ÍNDICE

“Roma”, un soneto, uruguayo en mitad (Darío y Lamberti) p. 3

José Enrique Rodó y sus “Lecturas” p. 5

Laila Neffa de de la Plaza y un soneto cósmico p. 6

Mario Rojman. Horacio Quiroga (poema) p. 7

“América” de Gastón Figueira (poema) p. 8

Fernando Sorrentino. El muliñán y el pelidonte p. 9

“Atardecer”, de Eliseo Salvador Porta p. 13

Un soneto de Ovidio Fernández Ríos p. 14

Juana de Ibarbourou y la mujer de Lot p. 15

Sobre “La uruguayita Lucía” p. 16

Roberto Fontaina, uruguayo y tanguero p. 18

Fernán Silva Valdés y los juegos de niños p. 20

De mi biblioteca uruguaya p. 22

Fotos montevideanas p. 24

Libros y otras cosas p. 26

2
“ROMA”, UN SONETO URUGUAYO
EN MITAD (Darío y Lamberti)
El poeta Carlos María Romero Sosa me cuenta, en una epístola
electrónica, una curiosa anécdota. Cierta vez Rubén Darío, en un café de
Buenos Aires, se encontró con Antonino Lamberti (1845-1925). Rubén
vio en el poeta ítalo-uruguayo (había nacido en Montevideo) un parecido
con Augusto, el emperador romano. Surgió entonces el desafío de
dejarlo por escrito, haciendo un verso por minuto cada uno. El resultado,
el soneto “Roma”, que copio abajo.

R.– Antonio Lamberti, el peristilo


L.– del sacro templo se alza en la colina,
R.– y llega una fragancia tibustina
L.– que acaricia a Horacio y a Camilo.
R.– Es la reina de Pafos y de Milo
L.– que dio la aurora de la luz latina,
R.– en donde halló por la virtud divina
L.– gesto la estatua, la palabra estilo.
R.– Amemos, Antonio, de tu Roma
L.– la armonía sagrada, que aún subsiste
R.– de la gloria fugaz que el tiempo doma
L.– y que en el verso, o piedra, que resiste
R.– /rosa del mármol, lirio del idioma/
L.– da la fragancia eterna de lo triste.

El lector podrá encontrarlo en la Red. Me limité a corregir algún


acento propio de época y a preguntarme si, en vez de “tibustina”, tiene
que decir “tiburtina”, de Tibur, antiguo nombre de Tivoli. En fin, ¡qué
suerte tuvo nuestra ciudad de poder reunir a estos dos hombres! Quizás
“Roma”, para mi gusto, valga más como ejercicio simpático que como
texto digno de felice recordación. En todo caso, conozcamos un poco
más a Lamberti y leamos “El poeta”, una pequeña muestra de su
modernismo.

Flotan las naves y el mar


Luminoso se ve entero
En cuatro versos de Homero,
El de más alto cantar.

Con relámpagos de estilo


Asalta y rinde murallas
Y gana y pierde batallas
En cuatro versos Esquilo.

3
Dante, que su pincel moja
En fuego, erige en un verso,
Como en un rojo Universo,
A Dite, la ciudad roja.

El poeta es el resumen
Del artista: fuego, luz;
El misterio de la cruz
Es la roja flor del numen.

A alguien quizás parezcan –incluso a mí– anticuados estos


versos. No obstante ello, los latinismos, la recurrencia a la Grecia
antigua y la cuidadosa elección de los vocablos se ordenan a mostrar la
conclusión: el poeta es el supremo artista, pues con la palabra nos puede
traer las demás artes. [W.M.]

4
JOSÉ ENRIQUE RODÓ Y SUS “LECTURAS”

De la dichosa edad en los albores


amó a Perrault mi ingenua fantasía,
mago que en torno de mi sien tendía
gasas de luz y flecos de colores.

Del sol de adolescencia en los ardores


fue Lamartine mi cariñoso guía.
Jocelyn propició, bajo la umbría
fronda vernal, mis ocios soñadores.

Luego el bronce hugoniano arma y escuda


al corazón, que austeridad entraña.
Cuando avanza en mi heredad el frío,

amé a Cervantes. Sensación más ruda


busqué luego en Balzac... y hoy, ¡cosa extraña!
vuelvo a Perrault, me reconcentro, y río…

JOSÉ ENRIQUE RODÓ

Muy pobre es todo lo que diga sobre Rodó y sobre este texto, que
obtuve de un viejo libro de lectura llamado Savia nueva. Nada más me
permito expresar aquí, con todo candor, mi coincidencia con el gran
humanista. También yo, como él cuando escribió tales versos, soy
entrado en años y vuelvo a las viejas lecturas de la niñez. Y las
encuentro muy sabias, porque me dieron un alimento espiritual para el
resto de mi largo caminar. Seguramente Rodó no pensó eso, pero dio
pábulo para que yo lo hiciera. [W.M.]

5
LAILA NEFFA DE DE LA PLAZA
Y UN SONETO CÓSMICO

Un silencio en arpegios mece auroras


y mundos en su música indecible.
Silencio creador, hondo, impasible,
mezquino colector de azules horas.

Silencio que convoca arrulladoras


estrellas con su música inasible.
Noble silencio vivo, de ostensible
ritmo en astrales sombras tejedoras.

Y la frente y el alma, en un silencio


de soledad y cifra en lo profundo,
se imantan de su música divina.

Mis universos giro en el silencio


que ya es el palpitar puro del mundo.
¡Sinfonía de Dios que me ilumina!

LAILA NEFFA DE DE LA PLAZA1

1
La autora nació en Montevideo y vive en Buenos Aires. De padres libaneses católicos,
fue educada en el árabe y en el español. Tradujo a Gibrán Jalil Gibrán y ha escrito
poemas, comentarios y ensayos. Este soneto procede de su poemario Por siempre la
rosa (Buenos Aires, 2017).Cumple aclarar que el libro tiene una bellísima impresión,
enriquecida más todavía con ilustraciones de Hermenegildo Sábat. Me agrada
especialmente el que he elegido, porque me recuerda, en sus sabios versos que incluyen
las palabras mezquino, azul y cifra, que nos obsequia el árabe, que hay un cosmos; y
me hace pensar en los sonidos del silencio y en la música de las esferas de la Oda a
Salinas. Y me llena de una paz que no siempre consigo. [R.L.]

6
HORACIO QUIROGA

Aquel ilustre oriental,


notable cultor del cuento,
puso fin a su tormento
con un trágico final.
En un momento crucial
de su vida atormentada,
tomó una huella plagada
“de amor, de locura y muerte”
y rubricando su suerte
emprendió la retirada.

Viviendo alucinaciones
de sombras y pesadillas,
un día ganó la orilla
a la muerte y sus presiones.
Multiplicó transgresiones
en la selvática fronda;
en ella dejó una honda
marca que nadie ha borrado,
donde vivió confinado
el hacedor de “Anaconda”.

Aquel escriba oriental,


autor de cuentos, relatos,
ejerció sus desacatos
más allá del bien y el mal.
Una enfermedad fatal
aceleró su momento;
entonces, como en un cuento,
le puso fin a su vida,
pero la parca inducida
no pudo con su talento.

MARIO ROJMAN1

1
Mario Rojman, El Payador Urbano, continúa cultivando, desde su sitio en la Red
(https://payadorurbano.wordpress.com/horacio-quiroga-2/) el noble arte de la
poesía y de la payada. Me permito destacar aquí la imagen de la muerte como una
“orilla” (“mas no desotra parte en la ribera”, había escrito el gran Quevedo). Le
agradecemos que nos permita reproducirlo aquí. [R.L.]

7
AMÉRICA

¡América, mi América coronada de sol,


árbol inmenso y pródigo, que a mi hogar das abrigo!
¡Oh madre de Bolívar, de Wáshington, de Artigas,
de San Martín, de Juárez! ¡oh luminosa América
de corazón virgíneo!

Tus Andes son cual brazos tendidos hacia el mundo,


llenos de un santo anhelo de solidaridad:
¡América de labios floridos de canción!
¡América de manos desbordantes de pan!

América, mi América,
que al porvenir avanzas
ofrendando a los pueblos
tu noble democracia.

En esta esplendorosa mañana te saludo,


y a ti, mi dulce América, elevo mi oración:
¡Ah, danos la serena majestad de tus Andes!
¡Danos la generosa pureza de tu sol!

GASTÓN FIGUEIRA1

1
Autor uruguayo del siglo XX. He copiado el texto tal como lo encontré en una
antología poética, con el prócer americano escrito con tilde. [R.L.]

8
EL MULIÑÁN Y EL PELIDONTE1
FERNANDO SORRENTINO

Cuando alguien le atribuyó la nacionalidad uruguaya a


Macedonio Fernández, este respondió con una de sus tantísimas y
geniales humoradas: “No tengo de uruguayo más que la circunstancia de
haber vivido siempre en Buenos Aires”.2
Desde luego, tal broma constituye una hipérbole, aunque puede
aplicarse a muchas meritorias personas que, nacidas en la orilla izquierda
del río de la Plata, han preferido afincarse definitivamente en la diestra
margen del “gran río color de león”.3
Tal es el caso de Constancio C. Vigil. Nacido en Rocha
(Uruguay) el 4 de septiembre de 1876, se radicó en 1903 en Buenos
Aires, hasta su fallecimiento el 24 de septiembre de 1954. Periodista y
empresario de éxito, fundó la Editorial Atlántida, donde nacieron
revistas al parecer eternas (1919), como Billiken y El Gráfico.

1
Agradezco al autor su permiso para volver a publicar este escrito. [R.L.]
2
Macedonio Fernández, “Carta abierta argentino-uruguaya” [1926], Papeles de
Recienvenido. Poemas. Relatos. Cuentos. Miscelánea, Buenos Aires, Centro Editor de
América Latina, 1966, pág. 47.
3
Leopoldo Lugones, “A Buenos Aires”, Odas seculares (1910). Menos feroz y más
gastronómico que Lugones, Cortázar caracterizó al río de la Plata como “río color café
con leche” (“Final del juego”, Final del juego, 1956).

9
Vigil tiene una extensa obra didáctica y de intención edificante,
que empezó en 1915 con El erial y se extendió hasta la década de 1940.
Nunca he ni siquiera hojeado ninguno de esos libros.
Pero, en cambio, en mi época de la escuela elemental, ¡cuánto he
disfrutado con la lectura de “los cuentos de Vigil” (como,
genéricamente, se los llamaba)! Eran libros de tapa dura y de fuerte color
anaranjado, y estaban profusamente ilustrados, no sé si todos ellos, pero
sí unos cuantos, por el dibujante gallego Federico Ribas (1890-1951). La
colección completa constaba de veintidós títulos: el primero era Misia
Pepa; el último, El casamiento de la comadreja. Este orden no es
cronológico, pues el cuento primigenio fue La hormiguita viajera
(1927).
“A la vejez, viruelas”: unas seis décadas más tarde, se me ocurrió
releer algunas de aquellas viejas historias de mi infancia, que, en
ediciones modernas —me hicieron añorar las de mi niñez— quedaron en
casa como reliquias de lecturas de mis hijos. Y debo confesar que,
aunque cargado (o, quizás, indigestado) de tantos años de lecturas de
toda índole, encontré en ellas un enorme placer.
Me encantaron en especial las que podríamos llamar
“arbitrariedades míticas”, presentadas por Vigil como verdades
inconcusas.
El Bosque Azul empieza con esta “verdad”:

Parece que todos los animales que están en el mundo


entraron por las tres puertas que había al principio. Por una
puerta pasaron los que andan en el agua; por otra, los que vuelan,
y por otra, los animales que viven en la tierra.
Por esta última puerta entraron, antes que todos, el
elefante, el león, el tigre y el oso, y la cerraron, para que no
entrara nadie sin su permiso.
Me vi obligado a preguntarme: “Entonces, ¿qué ocurrirá ahora?”
y, por ende, a continuar la lectura.
Después de algunos episodios, siempre amenos, arribamos al
importante momento en que se presenta un animal de curiosa anatomía:
En uno de aquellos días llegó a la puerta de entrada de los
animales terrestres uno que poseía cuatro patas escamosas y
largas, amplia cola con plumas blancas y negras, el pico chato y
los ojos grandes, que tenía en la barriga plumas y en el lomo un
caparazón como el armadillo llamado mulita.
Este animal tan raro golpeó la puerta y esperó que le
abrieran para entrar.

10
El recién llegado da desconcertantes respuestas:
El elefante preguntó:
—¿Su nombre?
—Muliñandupelicascaripluma.
—No entiendo. Escríbalo.
—No sé escribir.
—Bien. ¿Usted quiere entrar en el mundo?
—Para eso he venido.
—¿Usted sabe que aquí todos trabajan y que es preciso ser
útil en alguna forma?
—Desde luego que, si usted lo dice, así ha de ser.
—Usted no tiene trompa. ¿Cómo hace para comer?
—Como se puede.
—¿Y qué es lo que usted come?
—Lo que venga.
Por la manera en que el muliñandupelicascaripluma se revela
devoto de las respuestas evasivas, podríamos adscribirlo a la copiosa y
parasitaria caterva de políticos argentinos:
El león dijo:
—¿Cuáles son los servicios que prestará usted en el
mundo?
—Los que me correspondan —fue la respuesta.
—¿De qué se alimenta usted? —preguntó el león.
—De lo que conviene —contestó él.
A moción del hipopótamo, “que había probado repetir en voz
baja aquel nombre tan largo y que, al hacerlo, se fatigaba mucho”, la
asamblea de animales del Bosque Azul resuelve, por fin, abreviar el
nombre muliñandupelicascaripluma en el más sencillo muliñán, y así
continúa hasta el fin de la historia.
El Bosque Azul se publicó en 1943.
Aunque mi admiradísimo Marco Denevi tenía ya más de veinte
años,1 no se privó de leer tan divertido relato. Su cuento “Decadencia y
caída”2 narra la aparición, en una casa “aristocrática” de Buenos Aires,
de cierto animal extraño y, a la postre, catastrófico:

1
La fecha de nacimiento que se da habitualmente (1922) es errónea. Denevi nació en
1920, como lo demostró Juan José Delaney en su libro Marco Denevi y la sacra
ceremonia de la escritura (Buenos Aires, Corregidor, 2006).
2
En el volumen Hierba del cielo (Buenos Aires, Emecé, 1970).

11
[…] dije el pelidonte. Es el apelativo que, en vista de que
nadie sabía el nombre del animal, le adjudicó el niño Juan José.
Después supe que para ese bautismo se había inspirado en un
cuento del señor Vigil, que habla de cierto animal llamado
pelicascariplumidonte o cosa así, pero como
pelicascariplumidonte es muy largo y muy difícil de pronunciar
lo abreviamos a pelidonte.

Vemos que, como conviene a un fabulador de buena ley, Denevi


modificó, en pro de su comodidad narrativa, el nombre del animal, pero,
al igual que los asambleístas del Bosque Azul, prefirió abreviarlo.
Y, aunque yo creí haber olvidado por completo la historia del
muliñán, leída acaso hacia 1952, lo cierto es que ella permaneció
agazapada en algún recoveco de mi memoria, pues ahora me doy cuenta
de que más de un reflejo de ella aparece (y a mucha honra) en mi cuento
“El conejo de Ushuaia”.1

FERNANDO SORRENTINO

1
En el volumen El crimen de san Alberto (Buenos Aires, Losada, 2008).

12
ATARDECER

La guardia de eucaliptus gigantescos


enmudece y se viste de austeridad.
Una ráfaga de palomas
cae como granizo sobre el naranjal
que parece un templo.
Con la cabeza horizontal
un toro se aproxima, como un trueno;
y los potros elásticos,
con las crines enloquecidas
cruzan en friso bárbaro, fantásticos,
y tiembla la colina.
Más allá se condensa la majada
entre estornudos y lamentos…
Se oye el arroyo y, sobre mi cabeza,
encendida, volando hacia el ocaso,
cruza una garza rosa
con un fru-frú de alas de raso.

ELISEO SALVADOR PORTA1

1
Las librerías de la calle Tristán Narvaja me proporcionaron gratas sorpresas. Una de
ellas, Estampas, poemario de este poeta uruguayo que aquí copio. Fue publicado en
Montevideo, en 1943. El autor pertenece a ese curioso círculo de los médicos poetas.
En este particular, siempre es bueno leer a quienes cantaron las bellezas del campo. Mi
ejemplar porta, valga la redundancia, una dedicatoria firmada. [R.L.]

13
UN SONETO DE OVIDIO FERNÁNDEZ RÍOS

Nunca supe por qué me pareciste


siempre una flor para vivir un día,
una centella fugaz que alumbraría
en una noche solamente. Fuiste

mi buena amiga y de mi labio oíste


palabras de ternura y alegría;
y, aunque tu boca amable se reía,
siempre en tus ojos te encontraba triste.

Eras solo de un ser, alma y esencia.


En ti fue la visión de una existencia
que murió sin morir, pues no vivía.

Y, al cumplirse la ley severa y fuerte,


no pude sorprenderme con tu muerte
pues, sin saber por qué, ya la sabía.

OVIDIO FERNÁNDEZ RÍOS1

1
Poco y nada averigüé sobre este autor uruguayo nacido a finales del 1800. Todos los
caminantes de la vida somos como sombras, como muertos en vida. No somos más
vivientes que la señora a quien el poeta dirige sus versos. [W.M.]

14
JUANA DE IBARBOUROU Y LA MUJER DE LOT

CUAL LA MUJER DE LOT

Un perfume de amor me acompañaba.


Volvía hacia la aldea de la cita,
bajo la paz suprema e infinita
que el ocaso en el campo destilaba.

En mis labios ardientes aleteaba


la caricia final, pura y bendita,
y era como una alegre Sulamita
que a su lar, entre trigos regresaba.

Y al llegar a un recodo del camino


tras el cual queda oculto ya el molino,
el puente y la represa bullidora,

volví atrás la cabeza un breve instante,


y bajo el tilo en flor, ¡vi a mi amante
que besaba en la sien a una pastora!

JUANA DE IBARBOUROU1

1
Este bíblico soneto me animo a reescribirlo mentalmente, pues tomo al árbol como
auspicio favorable y me acerco a la muchacha. Trato de consolarla y le pido que me
ame. Para mi sorpresa, me responde que sí y comenzamos, tras cartón, a dar un paseo
unter den Linden. [R.L.]

15
SOBRE LA URUGUAYITA LUCÍA

En este número intentamos dedicar un poco de atención a las


letras uruguayas. Pero ahora me ocuparé un momento de una letra
“uruguaya” especial, porque La uruguayita Lucía es un tango de dos
santafecinos. La música es de Eduardo Pereyra; la letra, de Daniel López
Barreto. Hasta, forzando la cosa, podríamos decir que tiene algo de
brasileña, pues el segundo apellido del letrista creo es portugués.

(Recitado)
Y mientras en el cerro de los bravos 33 el clarín se oía
y al mundo una patria nueva anunciaba,
un tierno sollozo de mujer a la gloria reclamaba
el amor de su gaucho, que más fiel a la patria su vida le
entregó.

Cabellos negros, los ojos


azules, muy rojos
los labios tenía
la uruguayita Lucía,
la flor del pago ’e Florida.
Hasta los gauchos más fieros,
eternos matreros,
más mansos se hacían.
Sus ojazos parecían
azul del cielo al mirar.

Ningún gaucho jamás


pudo alcanzar
el corazón de Lucía,
hasta que al pago llegó un día
un gaucho que nadie conocía.
Buen payador y buen mozo,
cantó con voz lastimera.
El gaucho le pidió el corazón,
ella le dio su alma entera.

Fueron felices sus amores


jamás los sinsabores
interrumpió el idilio.
Juntas soñaron sus almitas
cual tiernas palomitas
en un rincón del nido.

16
Cuando se quema el horizonte
se escucha tras el monte
como un suave murmullo,
canta la tierna y fiel pareja,
de amores son sus quejas,
suspiros de pasión.

Pero la patria lo llama,


su hijo reclama
y lo ofrece a la gloria.
Junto al clarín de victoria
también se escucha una queja:
es que tronchó Lavalleja
a la dulce pareja
el idilio de un día.
Hoy ya no canta Lucía,
su payador no volvió.

No sé historia pero me animo a afirmar que en tiempos idos los


límites entre Uruguay y nosotros eran menos definidos que hoy.
Tampoco sabía, antes de ver el mapa, la ubicación de ese pago de
Florida, pero me animo también a admirar esos ojos de cielo (yo los
habría creído negros, en una moza campera). Y sé también que
nuevamente hallamos el tópico del amador que se va a la guerra y…
¡quién sabe si podrá volver!

El amor correspondido no halla aquí muchas dificultades, pues la


muchacha era linda y buena y el joven, además de buen mozo, poseía el
arte noble del cantor popular. Me permito, creo que no sin fundamento,
añadirle el título de laborioso. Pero ya sabemos que la guerra es terrible.
Vemos una bella sustitución poética, que quizá no hace justicia ni a
Lavalleja ni a Oribe ni a Fructuoso Rivera. Los ideales están por arriba,
pero es gran dolor para mí no poder seguir escuchando a los paisanitos.
Hubo en efecto varios dúos famosos: Buono - Striano, Gardel - Razzano,
Magaldi - Noda. También, La uruguayita Lucía y El Payador Buen
Mozo. Pero pensemos que el clarín trae la alegría de la victoria y la de la
memoria de estos horneros orientales… ¿Eran uruguayos? ¿Existían en
ese entonces Uruguay y Argentina? Respondan los que saben.
W.M.

17
ROBERTO FONTAINA, URUGUAYO Y TANGUERO

Roberto Fontaina (1900-1963), montevideano, fue escritor y


tanguero. Garufa y Niño bien creo que son sus tangos más conocidos.
Quedémonos un momento con el primero de ellos, que tiene música de
Juan Antonio Collazo y letra de Víctor Soliño y del mismo Fontaina.

Del barrio La Mondiola sos el más rana


y te llaman Garufa por lo bacán;
tenés más pretensiones que bataclana
que hubiera hecho suceso con un gotán.
Durante la semana, meta laburo,
y el sábado a la noche sos un doctor:
te encajás las polainas y el cuello duro
y te venís p'al centro de rompedor.

Garufa,
¡pucha que sos divertido!
Garufa,
ya sos un caso perdido;
tu vieja
dice que sos un bandido,
porque supo que te vieron
la otra noche
en el Parque Japonés.

Caés a la milonga en cuanto empieza


y sos para las minas el vareador;
sos capaz de bailarte la Marsellesa,
la Marcha a Garibaldi y El Trovador.
Con un café con leche y una ensaimada
rematás esa noche de bacanal
y al volver a tu casa, de madrugada,
decís: "Yo soy un rana fenomenal."

Es imposible medir méritos, si dos son los que hacen la letra.


Podríamos decir entonces que la hizo Juan Pueblo, porque Soliño,
oriundo de Bayona, Vigo, y Fontaina, que era uruguayo pero vivía en
Buenos Aires, prestaron su mano y su cálamo al pueblo, quien fue la
musa inspiradora de ambos vates. Lo que sí queda claro es que este
Garufa no era como Giuseppe el zapatero, porque trabajaba mucho pero
entendía no poco de parrandas.

18
A veces la canción popular da una épica de la parranda: no son
las laudes de quien es valiente en el combate… Salvo que por combate
se entiendan las amorosas lides, con seducción y “conquista.” Y Garufa,
este tordo de farras corridas, tiene hasta un uniforme militar, necesario
para el desfile en el centro; lugar que, desde Ovidio y su Arte de amar,
es el teatro principal del amor. Y en esta épica hay un Baco y una
Bacanal, de las cuales es necesario reposar, con un último café.

Ahora bien, ¿es una crítica o es un elogio lo que se dice de


Garufa? Quizá más lo primero que lo segundo. No obstante, en la vida
necesitamos alguna dosis de distensión, que toda clase de baile
suministra muy bien. Testigos, las marchas y las canciones de siempre.
Y Buenos Aires y Montevideo fueron pequeñas Europas para este
personaje de Fontaina.
W.M.

19
FERNÁN SILVA VALDÉS Y LOS JUEGOS DE NIÑOS

LOS CAROZOS

Los juegos de niños tienen


su época favorita:
la cometa en primavera;
en otoño las bolitas;
los trompos en el invierno;
y en los meses de verano,
cuando se alargan los días,
con carozos de damasco
se juega a “la payanita.”
¡A la payanita juego
con carozos de damas;
al aire libre y al sol
vamos a jugar, muchachos,
que tengo los dos bolsillos
llenos de ruido y verano!

Recojo cinco carozos,


luego los lanzo, hacia arriba
y los recibo en el dorso
de mi mano morenita.

¡Barajé! Uno, dos, tres,


los demás fueron al suelo;
uno a uno los recojo;
hay que tener vista y dedos.

Mientras uno lanzo arriba,


tomo rápido el del suelo,
y con éste ya en la mano
recibo el que va cayendo.

Ya están todos en mi mano;


ahora viene lo bueno:
con el índice y pulgar
hago un “puente” bien abierto.

Mientras echo uno al aire


van pasando uno tras otro
por el puente de mi izquierda

20
todos, todos los carozos…
“Como botón de chaleco”,
uno tras otro, tras otro.

Dicen que cada carozo


es un futuro arbolito,
y como ese dicho es cierto,
yo les aseguro, amigos,
que llevo, del pantalón,
un bosque en cada bolsillo.

FERNÁN SILVA VALDÉS1

1
En una antología encuentro “Juegos de niños”, de este gran poeta montevideano
(1887-1975). Es un poema que encierra otros tres. El segundo de dicha serie es “Los
carozos.” Su lectura me trajo recuerdos muy dulces de infancia; de una infancia que no
tuvo ningún lujo y que se entretenía con esos juegos tan inocentes. No me dejaron
ningún trauma y camino por la vida en paz; al menos con la relativo paz que se puede
tener en esta vida. [R.L.]

21
DE MI BIBLIOTECA URUGUAYA

Algo sobre mi muy pequeña biblioteca uruguaya


Como dice el pequeño título, no son muchos mis libros
uruguayos (¿quizás unos cuarenta?). Casi todos los he leído y los valoro
mucho. Proceden de librerías de viejo de Buenos Aires. Más aún, en un
congreso de literatura y folklore los expuse y el payador uruguayo
Saturno Santana, además de destacados hombres argentinos del folklore
(con perdón de otros muy valiosos, menciono a Horacio Ruiz, a José Del
Bono, a Raúl Chuliver), elogió mi humilde repertorio (creo que son
pocos pero todos buenos). Confieso que casi no dediqué tiempo a
seleccionar los que te muestro aquí, querido lector. Tendrás que
disculpar también mis malas condiciones de fotógrafo. Abajo ves una
edición de Ariel, del gran José Enrique Rodó, un intelectual que tuvo
notables méritos y fue un hombre tolerante en todo sentido. El ejemplar,
centenario, pues fue impreso en Madrid en 1919 y está precedido por un
estudio de otro gran escritor, el zamorano Leopoldo Alas, Clarín, quien
ejerció también con gran maestría el periodismo.

22
El otro es muy reciente y no he podido leerlo aún. “Reciente”
dese mi punto de vista, porque lo compré hace poco. Es una edición de
Montevideo, 1968. Integra la Antología del Cuento Uruguayo, publicada
porEdiciones de la Banda Oriental. Los autores aquí presentes son
Felisberto Hernández, Juan Carlos Onetti, Dionisio Trillo Pays, Giselda
Zani, Roberto Fabregat Cúneo, Serafín J. García, Alfredo Gravina y José
Monegal. La selección y un prólogo estuvieron a cargo del “destacado
crítico y ensayista Arturo Sergio Visca.” No me tardaré mucho en leerlo
pero me permito un comentario: los avisos de la televisión dicen
“Uruguay Natural.” No me opongo, pero me gusta mucho pensar en
Uruguay cultísimo… y muy folklórico.
R.L.

23
FOTOS MONTEVIDEANAS

En la Librería Linardi y Risso


En la siguiente sección, “Libros y otras cosas”, hablo de un
catálogo de la que tal vez sea la librería anticuaria más grande del cono
sur de América (pido perdón, si me equivoco). También decía que no
había visitado Montevideo. Pues bien, lo hice y visité el paraíso libresco
en cuestión. Como testimonio, abajo hay una foto en que acompaño a
Andrés Linardi, uno de los dueños. [R.L.]

24
John Masefield en Montevideo
La rambla de Pocitos tiene un monumento de homenaje a
Winston Churchill. El que se ve en mi muy mala fotografía.

Lo que llamó mucho mi atención es que los versos pertenecen a


John Masefield (1878-1967), laureado poeta inglés que, pienso, poca
gente lee hoy. En todo caso, soy uno de sus pocos lectores. No he podido
encontrar el texto en inglés de los versos que se leen en el monumento.
Quede este sencillo escrito como llamado a la búsqueda. [R.L.]

25
LIBROS Y OTRAS COSAS

La Librería Linardi y Risso, un paraíso libresco


No conozco Montevideo. Podría malamente decir en mi descargo
que no quiero una visita a las apuradas. Pero sin duda, cuando vaya,
peregrinaré a la librería anticuaria Linardi y Risso, especializada en
obras latinoamericanas, que existe desde 1944. Mis pobres palabras no
pueden reemplazar una visita al lugar, pero tuve una gran alegría al
recibir del Sr. Andrés Linardi un catálogo: “Ilustración y diseño del libro
en el Río de la Plata entre las décadas del ’30 y ’60.” La perfecta
descripción está acompañada de las correspondientes fotos. Me permito
elegir solo un título, botón de muestra. Me refiero a Oro de otoño,
poemas de Juan Burghi. No puedo omitir la cita de unos versos, quizás
de otro de sus libros, que hacen laudes de “La perdiz.” [R.L.]

Cuando el sol con brillo


da al campo el primer matiz,
se aparece la perdiz
muy oronda por el trillo.
Lleva su traje amarillo
de recortada capita,
y es tan gentil, tan damita,
que, por hilar una charla,
dan ganas de saludarla:
“Buenos Días, señorita…”

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Romancillo montevideano
Siempre digo que cometí pecado grave de omisión, pues no
conozco Montevideo. Hoy, en este mes de febrero, ando pensando en un
viaje, para vacaciones de invierno, y en enmendar en parte el yerro. Y
caigo de repente en la cuenta de que, cual un Ovidio de ínfima clase,
pongo algunas rimas en e o. pues bien, improviso en esta mesa de un
café de la Avenida Alvear este romancillo.
Ciudad noble y venerable
con tu fuerte y con tu cerro,
con vida pausada y culta
traída de tiempos viejos,
llega a ti en peregrinaje
un fatigado porteño.
Quizá el buen Dios me permita
descubrirte en tus secretos.
Antonio Portones

Ireneo en uruguayo
San Ireneo fue un santo muy destacado en la Iglesia. Seguro que
hay otros Ireneos en el santoral pero el más conocido nació en Esmirna,
si bien ejerció buena parte de su ministerio en Lyon, donde murió hacia
el año 200.

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Pero en Uruguay tiene alguna frecuencia la forma Irineo. No
quiero aburrir con citas pero la encuentro en algún cuento campero
uruguayo y en alguno de los personajes de Wimpi. Más aún, en el
mismísimo Irineo Leguisamo.
¿Cuál es la forma más correcta de escribir este nombre? No lo
sé… Más aún, prefiero quedar en paz con mi ignorancia.
R.L.

Cuchillas del Uruguay

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Tierra verde con cuchillas,
modelada por las manos
de gentes que eran sufridas
y ricas de su trabajo.
Es bueno volver a verte
en estos mis tiempos tardos:
a un vencido de la vida
recibes con un abrazo.
Gracias entonces te doy
desde el peso de mis años.
Wilson Machicote

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