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DESDE HUACHO-PERÚ
Historia de un cañoncito
Hace unas semanas, mi profesora de comunicación nos encargó a mí y a unos compañeros leer esta
tradición.
A continuación les voy a dejar un breve resumen de ella. El que desee leer la tradición completa
puede hacerle click a la imagen de abajo.
Según Palma no había un peruano que conociera bien su tierra y a los hombres de su tierra como Don Ramón Castilla.
Para él la empleomanía era la tentación irresistible y el móvil de todas las acciones de los hijos de la patria. Don Ramón
iba en su primera época de gobierno. Era el día de su cumpleaños (31 de agosto de 1849) y corporaciones y particulares
fueron al Palacio a felicitar al supremo mandatario. Entonces se le acercó un joven y le obsequió un dije para reloj. Era
un microscópico cañoncito de oro. El presidente le agradeció, cortando frases de una manera peculiar muy propia de él.
Luego pidió a unos de sus ayudantes que pusiera el dije sobre la consola de su gabinete. Don Ramón se negaba a tomar
el dije en sus manos porque estaba seguro de que el cañoncito estaba cargado y no era conveniente arriesgarse. Los días
pasaron y el cañoncito permanecía sobre la consola, siendo objeto de conversación para los amigos del presidente, quien
no se cansaba de decirles: -“¡Eh! Caballeros hacerse a un lado, no hay que tocarlo, el cañoncito apunta y no sé si la
puntería es alta o baja, no hay que arriesgarse, retírense que respondo averías”.
Tantas eran las advertencias de Don Ramón, que la gente empezó a pensar que el cañoncito era algo más peligroso que
una bomba o un torpedo. Al cabo de un mes el cañoncito desapareció de la consola, para ocupar sitio entre los dijes que
adornaban la cadena del reloj de su excelencia. Por la noche el presidente dijo:“¡Eh! Señores ya hizo fuego el cañoncito,
puntería baja y poca pólvora, proyectil diminuto, ya no hay peligro, examínenlo”. Lo que había sucedido es que el que
entregó el regalo aspiraba a una modesta plaza de inspector en el resguardo de la aduana del Callao, y que Don Ramón
acababa de darle el empleo.
Esta tradición es una de mis favoritas y acaba con una moraleja en la que Palma nos dice que los
regalos que los chicos hacen a los grandes son, casi siempre, como el cañoncito de Don Ramón.
Traen entripado y puntería fija. Esto quiere decir que cuando un joven hace un regalo a alguien
mayor, es porque espera algo a cambio.
El rosal de Rosa