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Pensamiento situacional.
Sin desligarnos de estos conceptos nuestro punto de vista más que filosófico es
pedagógico y nuestro objetivo es entender la inteligencia a través de objetivos
educativos.
En reflexiones anteriores hemos visto la inteligencia emocional. No quiere decir
que la misma es emotiva. La inteligencia es una facultad espiritual que tiene como
objeto el ser. Pues bien, en este caso, para la educación, seleccionamos al sistema
emocional como ámbito de ser, esta realidad son las vivencias emocionales de la
persona con el objetivo de integrarlas, armonizarlas y equilibrarlas de forma
orgánica. Responde a nuestra visión de la persona como ser-psicofísico” y es parte
de nuestra teoría de Inclusión intrapersonal ya que integra la intelección.
La inteligencia situacional, de forma similar, es educar a la inteligencia para
discernir las situaciones de vida cotidiana. No quiere decir que la inteligencia es
situacional, como si fuera relativa a las situaciones que se presentan en nuestras
vidas.
El Pensamiento Situacional o Conciencia Situacional o Conciencia de la
Situación es una representación mental y comprensión de eventos vividos,
gentes, interacciones, condiciones ambientales y cualquier otro tipo de
factores de una situación específica que puedan afectar al desarrollo de mis
actividades humanas, mi comportamiento, mis decisiones y mi propia
personalidad. Formulado en términos simples en la consciencia situacional, la
persona educada en este tipo de pensamiento, “sabe o prevé lo que ocurre para
poder discernir lo que debe hacer”. Educar este tipo de pensamiento trae las
siguientes ventajas para la vida:
grado de entendimiento que se alcanzó del problema y de sus causas. Hay que
tener en cuenta que los problemas no solo son inevitables en el curso de la vida
sino que forman parte de una incansable rutina de la que nadie está exento.
Probablemente el resultado más triste (y el más costoso) que produce este
circuito vicioso sea la negación de un hecho fundamental de la naturaleza
misma de los problemas: y es que cada uno de ellos en realidad nos
presenta una oportunidad. Los problemas son SIEMPRE potenciales
oportunidades, más allá de su intensidad, de su gravedad o de la gran
contrariedad que ocasionen. Emerger victorioso de un problema cambia el
estado de una persona: lo hace crecer, lo fortalece, aumenta su experiencia y
su capacidad de enfrentar futuras contrariedades.
Cuando el problema surge ya nada puede hacerse con respecto a él,
simplemente ya está allí. Pero esto es una cosa y otra muy distinta es la forma que
tome nuestra reacción. Sobre ella si tenemos control, esto sí está a nuestro
alcance.
El problema en sí es sólo un conjunto de hechos, es algo completamente
impersonal; somos nosotros quienes le insuflamos vida y lo convertimos en
una entidad activa, dominante. Entonces el problema crece y muta de un estado
a otro volviéndose ingobernable. Para vencer es indispensable saber anticiparse e
interpretar la realidad circundante evitando el estado emocional y activar la
racionalidad. A esto apuntar forjar un pensamiento situacional, que lo que
aprendamos también sirva para la vida y para estos casos innegables de toda vida
humana.
La reacción primaria cuando se presenta el problema debe ser solamente
una larga pausa. No hacer y no decir nada: desactivar los circuitos nerviosos.
Inmediatamente después debe activarse la razón y debe ser enfocada
estrictamente al análisis y a la evaluación del problema, es decir a los hechos
concretos que éste presenta. En esta tarea es también recomendable tomarse
todo el tiempo que fuese posible, el tiempo debe jugar siempre a favor de la
solución y no del problema.
Luego del análisis racional del problema como conjunto de hechos debemos
ejercer una primera respuesta. Esta primera respuesta debe ser sólo eso: una
aproximación a la solución, un acto que “acote el terreno” en el que se
desenvuelven los hechos, un esfuerzo para evitar que el problema tome más
proporciones de las que ya ha alcanzado. Esta primera respuesta es una forma de
aplicar “paños fríos” a la situación. Un “paño frío” clásico es la serenidad que
pueda demostrarse (no la indispensable que debe tenerse sino aquella que puede
exhibirse). Otro “paño frío” útil es la comunicación activa con todas las personas
que puedan verse involucradas en la solución del problema, informándoles de los
hechos y evitando que tomen cualquier acción que proyecte el problema más allá
de los límites que estamos fijando. Otra acción rápida debe establecer con claridad
los conductos autorizados para el tratamiento del problema.
Una vez que hemos tomado una oportunidad, sabremos que hemos elegido el
camino correcto cuando disfrutamos lo que hacemos, y veamos que todo fluye y nos
sale bien.
Pero si, por el contrario, empezamos a encontrar obstáculos en el camino o las
cosas empiezan a salirnos mal, no debemos declinar tan rápido y procurar superar
estos obstáculos, teniendo en cuenta que las cosas podrían mejorar más adelante, o
que la oportunidad que hemos tomado podría conducirnos a mejores oportunidades.
Sin embargo, si el camino presenta demasiadas dificultades, así como debemos
tener la capacidad para identificar y aprovechar una oportunidad, debemos también
tener la capacidad para reconocer que tomamos el camino equivocado y para dar
marcha atrás.