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LA DICTADURA NAZI

Resumen de los capítulos del libro de Ian Kershaw


Carlos E. Rojas Camacho – Profesor de Atix

3. Política y economía en el estado nazi


Son muchas las versiones que circulan acerca de la relación entre política y economía
que se desenvolvió a lo largo del régimen nazi. La mayoría de estas investigaciones
tienen su origen en la dificultad de establecer una caracterización esquemática del
régimen encabezado por Hitler.
Para los analistas marxistas, debido al método materialista histórico de análisis, se
tiende a interpretar que en las sociedades capitalistas son las necesidades de la
economía las que empujan a los países a ejercer sus acciones políticas. Es decir, la
economía predomina sobre la política. Sin embargo, siguiendo esta línea, en estudios
tempranos de esta escuela se caracterizó al régimen nazi, Hitler incluido, como títeres
de los intereses del capital nacional alemán.

 Primero, es claro que había una creciente disponibilidad entre poderosos sectores
de la elite industrial mucho antes del avance político nazi para descartar a la
República de Weimar en favor de una solución autoritaria más digerible que
restaurara la rentabilidad, en primera instancia por medio de la represión a los
obreros. En segundo lugar, dentro del sector industrial, de muchas maneras
escindido y desorientado por la crisis económica de principios de los años treinta
había una creciente tendencia, en medio de la profunda recesión, aun entre los
sectores de la industria no particularmente bien dispuestos hacia los nazis, a
tolerar al menos una participación nazi en el gobierno para así proporcionar el
marco político dentro del cual el capitalismo podría reproducirse a sí mismo.
Así, frente a la crisis económica y la creciente amenaza de una revolución proletaria, el
partido y programa Nazi aparecía como la última esperanza de los capitales nacionales
de Alemania.

Interpretaciones
Tim Mason sostiene que la política interior y exterior de 1936 del gobierno
nacionalsocialista se volvieron más independientes de la influencia de las clases
económicas dominantes, y hasta en algunos aspectos esenciales iban en contra de sus
intereses colectivos.
La amplia exclusión de los representantes de la industria de los procesos de toma de
decisiones; el extraordinariamente rápido crecimiento del papel económico del estado,
al hacer pedidos a la industria y con ello crear mercados, a la vez que actuaba como un
factor decisivo en la producción; la transferencia de la competencia capitalista de una
lucha por los mercados a una lucha, dentro de una economía dominada por el
armamento, por materia prima y mano de obra, lo cual condujo a poner en peligro a
sectores enteros.
Karl Dietrich: "Los estudiosos -aparte de los escritos marxistas sobre historia-coinciden
en que no es posible encontrar en las Fuentes nada que demuestre la presencia de
alguna influencia industrial decisiva sobre las decisiones de política exterior y de guerra
de Hitler".
Así, por encima de todas las disputas y divisiones dentro de la industria se alzaba la
autoridad y los intereses del movimiento nazi mismo.
Ahora, se tiende a creer que el estado nazi era un organismo de un poder único,
cuando en realidad cabría hacer una distinción de al menos tres facciones: el partido,
la wermacht (ejército) y los grandes intereses económicos.
La relativa autonomía del fascismo deriva, por una parte, de las contradicciones
internas dentro de la alianza de poder y, por otra, de las contradicciones entre las
clases dominantes y las dominadas. La "compleja relación" del fascismo con las "clases
dominadas" es en realidad "precisamente lo que hace que el fascismo sea
indispensable para mediar un restablecimiento de la dominación y hegemonía
políticas".
Común a todas las teorías marxistas resumidas aquí es la aceptación de un cierto grado
de autonomía del estado nazi con respecto al poder, incluso de las más poderosas
fuerzas capitalistas. EI máximo nivel de autonomía concedido es el del enfoque de
Mason, ya que equivale a una primada de la política por sobre la economía; el mínimo
corresponde a la interpretación de Poulantzas, según la cual esa autonomía dura solo
por un muy breve periodo de tiempo, el necesario para reafirmar la posición
dominante del capital monopólico.
Kershaw se inclinará por una posición que interpreta la situación de la siguiente
manera: el estado nazi y los capitales encontraron puntos en común, y ambos
proyectos de desarrollo, tanto del seguimiento de un programa ideológico por parte
del partido, como el enriquecimiento de las empresas alemanas (con el proceso de
“arianización”, que no era sino la apropiación de empresas judías y otras minorías por
parte del capital alemán) coincidieron y no fue sino hacia el final del régimen que estos
empezaron a resquebrajarse fuertemente. Es decir: al capital alemán no le causó
molestia alguna el accionar del estado, mientras se enriquecía gracias a su accionar.
Sin embargo, la política nazi terminó por inclinar la balanza a su favor; en palabras de
Hitler: “la nación no vive para la economía”, sino más bien que “la economía, los
dirigentes económicos y las teorías…, todos le deben un ilimitado servicio en esta lucha
por la autoafirmación de nuestra nación”.
4. Hitler: ¿“amo del Tercer Reich” o “dictador débil”?
Personalidad, estructura y “el factor Hitler”
Mucho se discuter acerca del papel de la figura de Hitler en el gobierno Nazi, siendo
que esto no favorece en nada el esclarecimiento de por qué una sociedad altamente
desarrollada y educada se convierte el escenario del mayor genocidio de la primera
mitad del s. XX.
Es claro que Hitler era portavoz de una welstanchauung (cosmovisión) propia, en la
cual “el problema judío” era parte importante. Ahora, para los años sesnta, varios
estudios habían dejado al descubierto el “caos de dirigencia” del gobierno nazi,
tomando en cuenta que el poder se construía, o en el convergían, al menos tres
intereses o poderes nacionales. Este “cártel de poder” terminaría cediendo ante la
figura de Hitler y el partido Nazi, pero el camino es todavía largo para que esto llegue.
Ahora, no podemos decir que Hitler haya usado una estrategia de “divide y vencerás”
planeada maquiavélicamente, sino que aplicaba otro principio cuando se discutían
asuntos burocráticos (de los cuales prefería estar alejado, por preservar su propia
imagen y que el führer se viera como por encima de las disputas facciosas, y siempre
con la palabra final), aplicaba el principio del darwinismo social. Es decir, esperaba que
el más fuerte se imponga antes de prestar atención a la diversidad de propuestas; por
lo que se cada vez se hizo más recurrente que el führer diera su venia para algún
proyecto cuando ya había una propuesta unificada por parte de sus ministros o
agentes.
Hitler siguió siendo primero y sobre todo un propagandista con un ojo en la
presentación de una imagen y la explotación del momento oportuno, sus declaraciones
ideológicas deberían, por lo tanto, ser vistas más como propaganda que como “firmes
declaraciones de intenciones”. Es imposible deducir la política interior [en medidas
específicas] a partir de las premisas ideológicas de Hitler.

Evaluación del poder de Hitler


Hitler era sumamente sensible a cualquier intento de imponer la menor restricción
legal o institucional a su autoridad, que debía estar completamente libre de trabas, ser
teóricamente absoluta y estar contenida en su propia persona. “La ley constitucional
en el Tercer Reich”, manifestó Hans Frank, jede de la Asociación de Abogados nazi, en
1938, “es la formulación legal de la voluntad histórica del Führer, pero la histórica
voluntad del Führer no es la de cumplir con condiciones legales previas para su
actividad”.
Así, el estilo de gobierno hitleriano era lo contrario a algo burocrático. Esto lo impuso
como una figura carismática; y aun cuando el partido perdía apoyo popular, el Führer
lo mantenía e incluso lo ganaba.
Hitler incluso cedía en algunas ocasiones aun después de haber dado su autorización
de alguna medida legislativa, cuando estas le acarreaban un posible amago de
impopularidad entre las masas. En estas ocasiones los proyectos firmados se volvían
letra muerta. Asuntos archivados y olvidados.
Una vez en guerra, una cadena de éxitos de la Blitzkrieg (tipo de estrategia, guerra
relámpago; golpes rápidos y destrucción de la maquinaria de producción del enemigo)
ocultó durante un tiempo la subyacente debilidad de la economía de guerra alemana
que los nazis fueron incapaces de movilizar y que solo comenzó a operar con alguna
eficiencia cuando ya el país tenía la espalda contra la pared.

5. Hitler y el Holocausto
El Holocausto o el genocidio de aproximadamente 6 millones de judíos (y otros grupos,
la URSS perdió 22 millones de personas en este conflicto) durante el régimen nazi
tienen como problema el de explicar las razones por la que tal atrocidad fue hecha.
Así, no basta con el deseo de una sola persona, Hitler, para que esta se diera, sino que
la maquinaria que se movió para tal ‘tarea’ fue cuando menos numerosa. Así, un
resaltamiento de Hitler como principal o único responsable, no solo no tiene sentido,
sino que puede ser inapropiado para un análisis crítico del proceso.
Se sabe que Hitler jamás habló en términos concretos acerca de la “solución final”, ni
siquiera en su círculo más íntimo; así que no habría sido una política cuidadosamente
planeada. Los campos de concentración no empezaron a matar judíos en las cámaras
de gas sino hasta 1942, y las primeras víctimas de estos fueron los soldados soviéticos
que iban siendo tomados como prisioneros.
Más bien, aunque Hitler era el “generador ideológico y político” de la “solución final”,
un “objetivo utópico” podía ser traducido a una dura realidad “sólo a la incierta luz de
las manifestaciones de propaganda fanática del Dictador, ansiosamente tomadas como
órdenes para la acción por hombres deseosos de demostrar su fidelidad, la eficiencia
de su maquinaria y su indispensabilidad política”.
Como Hitler hablaba con frecuencia de destruir a los judíos, y la destrucción de los
judíos efectivamente se produjo, se saca la lógicamente falsa conclusión de que la
“intención” expresada por Hitler tiene que ser la causa de la destrucción,
Antes, la política de la limpieza étnica de Alemania y la Lebensraum (o espacio vital; es
decir, Alemania y los territorios que iba conquistando) significaban el desplazamiento
forzoso de los judíos fuera de estos territorios (aunque esto significara la muerte de
muchos de estos, pero no así su genocidio directo, a nivel industrial). Se habló de
movilizarlos a Palestina, a Madagascar, y en último, esperando una rápida victoria
sobre el enemigo bolchevique, movilizarlos al oriente.
De hecho, esto último fue lo que comenzó a tomar cuerpo. Se empezó a movilizar a los
judíos prisioneros a campos de concentración cerca a la intersección de vías
ferroviarias, con la intención de irlos movilizando a oriente, en los territorios que le
ganarían a la Unión Soviética.
Hitler, como mencionamos antes, prefería no entrometerse en asuntos burocráticos
de manera específica, cuidando su imagen y por cierta desidia a esos asuntos
mundanos. Antes, prefería que sus Gauleiter (especie de gobernador de localidad,
región) se hicieran cargo de esos asuntos, dejándoles espacio para que tomen medidas
a su guisa, alentados ideológicamente por él. Así, el esperaba que las tierras
conquistadas al oriente se constituyeran a Alemania como un espacio libre para los
alemanes; lo que equivalía a que estos Gauleiter administraran a su guisa las
ejecuciones y el limpiamiento de esas tierras. Uno de esos Gauleiter anotó en su
informe que reactivar la “cuestión judía” había sido útil para revitalizar la caída moral
de la clase media baja.
Cuando conquistaron Polonia, de repente se encontraron con un aumento de cerca de
tres millones de judíos en sus manos de la noche a la mañana, de modo que su exilio
se volvía una tarea imposible. “La idea asesina de antisemitismo, que antes existía de
una manera general, abstracta, comenzó a tomar forma en un proyecto concreto. La
decisión de asesinar a millones en ese momento todavía no había sido tomada. Pero
en la práctica y en el pensamiento un paso en esa dirección ya estaba dado”.
Para el verano de 1942, ante la imposibilidad de seguir avanzando en la URSS, la
“solución final”, como la conoce la historia, estaba ya en plena vigencia. Para fines de
1942, una alta proporción de las víctimas del Holocausto –según los propios cálculos
de la SS, cerca de cuatro millones– ya había sido asesinada.
El consenso creciente entre los investigadores es que la realización de la “solución
final” se trató de un largo periodo de radicalización en la búsqueda de “una solución
para la cuestión judía” entre la primavera de 1941 y el verano de 1942 –como parte de
un inmenso programa general de reasentamiento y de “limpieza étnica” para Europa
central y oriental, frustrado por la imposibilidad de derrotar a la Unión Soviética en
1941-, marcado por diversas fases de aguda escalada. La expresa aprobación y sanción
de Hitler de cada etapa en esa escalada de matanza de judíos no es puesta en cuestión
en ninguna parte.
Sin la fanática voluntad de Hitler para destruir la judería, que cristalizó sólo en 1941
con un objetivo realizable de exterminar físicamente a los judíos de Europa, el
Holocausto casi seguramente no se habría producido. Pero tampoco se habría
convertido en realidad, como lo ha hecho notar Streit, sin la activa colaboración de la
Wehrmacht –la única fuerza todavía capaz de frenar al régimen nazi-, y tampoco sin el
consentimiento que llegaba hasta la activa complicidad de la burocracia de la
administración pública, que se esforzó por cumplir con los requerimientos de la
creciente discriminación , o de los líderes de las industrias de Alemania, que fabricaron
los equipos de la muerte e instalaron fábricas en los campos de concentración.

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