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GRACIELA GRAHAM
¿Es posible con el litoral constituir un discurso tal que se caracterice por no
emitirse desde el semblante? Ahí está la cuestión que no se propone más que
por la literatura llamada de vanguardia, la cual está ella misma hecha de
litoral: y por lo tanto no se sostiene del semblante, pero por eso no prueba
nada más que la rotura, que sólo un discurso puede producir, con efecto de
producción. La escritura hizo maravillas en la ciencia. Pero la física va a tener
que tener en cuenta el síntoma que se produce por la polución del unwelt”[1]
Comienzo con la cita de Lacan para abrir paso al interrogante que aquí me ocupa.
¿Cómo se podría plantear una política del psicoanálisis? Que Lacan diga que el
psicoanálisis comanda, que está a la cabeza de la política, no implica necesariamente
que esté diciendo que exista una política del psicoanálisis. ¿Por qué cuando dice
“nuestra política”, entendemos allí psicoanálisis?
Quisiera anotar al respecto, solamente como una nota a pie de página, que Lacan dijo
hasta el final de su enseñanza que hablaba de síntoma en el sentido en que Marx
hablaba de síntoma social. De la misma manera que dijo en el seminario que
tituló L’ínsu... la plusvalía es el homologo del plus de gozar[2].
Freud inventó un nuevo lazo social entre los hombres que Lacan matematizó como el
discurso del psicoanalista. Ese discurso es el reverso del discurso del amo y se obtiene
de medio giro del discurso de la histérica. Todo esto es importante, puesto que las
histéricas con su lucha con su resistencia con su batalla por hacerse escuchar
subvirtieron el poder psiquiátrico.
Gesto político si los hay, puesto que además a través de esa escucha Freud descubre
un hecho escandaloso subversivo que debería hacer temblar los cimientos de todas las
normativas. El hombre no es dueño de sí mismo no es más el centro de sí mismo hay
algo que piensa en él hay un sujeto en él que él desconoce, hay un saber sobre él
mismo que no sabe. Esto es una declaración política, yo diría de alta política. Cambia
el lugar de los sujetos, es una declaración subversiva, subvierte el poder.
De eso se trata la política, no podemos hablar de política sin tener en cuenta el lugar
del agente del dominio, del que comanda y lo que subvierte eso, lo que se opone a
eso.
Y lo que comanda el discurso llamado del psicoanalista es un vacío, un lugar que solo
está ocupado por una apariencia.
Sin embargo el psicoanálisis también implica una política y estas palabras también son
política.
La presencia del analista: no tiene nada que ver con la presencia pública del analista.
O sí tiene que ver, cuando un analista habla en público: ¿Desde donde habla?
Pero, ¿hay una política del psicoanálisis? ¿Qué tipo de saber tiene que ser una
disciplina para que conlleve una política?
Una cosa es que alguien pueda utilizarlos como herramientas de poder, otra cosa es
que esos saberes sean políticos.
Ahora bien sabemos porque Lacan dice sin tapujos que el discurso analítico no es una
teoría no es una ciencia y que el psicoanálisis, al igual que el marxismo no es una
concepción del mundo.
Entonces venimos diciendo algunos que: pareciera que por algún motivo, estos gestos
tanto de Freud como de Lacan estos gestos subversivos, que cambian el lugar del
sujeto y del saber en el mundo no terminan de realizarse, son una y otra vez
rechazados, ocultados escamoteados dentro de la comunidad analítica.
Dije recién intencionalmente, que Freud “separó para siempre” al saber psiquiátrico
cuando constituyó el campo freudiano. No es cierto, la psiquiatría, la medicalización, la
psicoterapia, se confunden todo el tiempo con el análisis. Y esto por parte de los
propios psicoanalistas.
Por ejemplo Lacan decía que la psicoterapia es una ideología. No está ni bien ni mal,
las ideologías son necesarias, aunque se diga que estamos en la era del fin de las
ideologías, cosa que no es para nada comprobable, existen multitud de prácticas que
se arrogan saber cual es el bien de alguien, que es lo que le conviene a alguien, todas
esas prácticas, son ideológicas.
Esa es la vertiente política que está en relación al poder, que Foucault y muchos otros
denuncian y de la que a veces los psicoanalistas nos hacemos cómplices.
Esa forma de encerrar los cuerpos, tanto en los neuropsiquiátricos, cómo en las
cárceles, esa forma de clasificar algunas conductas sexuales de perversas y
convengamos que no se hace este diagnóstico sin una gota aunque sea pequeña de
rechazo y reprobación, –¡qué lejos estamos de Lacan que lamentaba que el
psicoanálisis no hubiera inventado una nueva perversión!–, cada vez que hacemos esto
estamos realizando un gesto político que tiene que ver con la disciplina que el poder
impone a los sujetos y a los cuerpos.
Tanto la psicopatología como la psiquiatría forman parte “del poder que detenta la
medicina de decidir sobre el estado de salud mental de un individuo”. El Poder
Psiquiátrico.
Todo el tiempo nos acosa lo que Lacan llamaba la connerie mental y que traducimos
como boludez mental. Ella nos hace clasificar, juzgar, pensar que sabemos que es lo
bueno o lo malo para nuestros analizantes, que es mejor ser neurótico que loco, y
mucho mejor que ser perverso. Nos hace creer que esas clasificaciones tienen que ver
con el ser, tanto tienen que ver con el ser que son esenciales, de manera que si
pertenecen a la esencia de alguien ¡chau!, están fritos eso no cambiará. Entonces
aparecen algunos que se llaman a sí mismos psicoanalistas, en la televisión, en ámbito
público, político. Dictaminando “los violadores no tienen cura”, los “asesinos tal o cual
cosa”.
Claro, nos pasa a todos, algunos más advertidos y algunos de nosotros más
inadvertidos. Es muy difícil nuestra praxis, nos exige todo el tiempo estar en un borde,
en una cornisa. Rectificar a cada paso y para colmo el paso anterior casi nunca se
puede contabilizar como ganado, puesto que cada vez es caso por caso. Recibir cada
caso como si fuera el primero, es lo que Freud nos dice que es la forma de acoger a
cada analizante, y claro todo el tiempo nos caemos.
“El hecho de haber enunciado la palabra inconsciente, no es otra cosa que la poesía
con la cual se hace la historia. Pero la historia como lo dije alguna vez, la historia es la
histérica. Freud lo sintió bien, si él ha fabulado alrededor de la histérica, eso es
evidentemente un hecho histórico (entonces político en términos marxistas). Marx era
igualmente un poeta, un poeta que tuvo la ventaja de haber logrado hacer un
movimiento político. Por otro lado si clasificó a su materialismo de histórico no fue sin
intención, puesto que eso es lo que se encarna en la historia. (20 diciembre de 1977
“Momento de concluir”).
Está claro que hay cosas que no andan, y que, esas cosas que no andan, los
psicoanalistas, tomados por una especie de locura que nutre su origen en su propia
experiencia, quiero decir en el tiempo en que hicieron ellos mismos un análisis,
pudieron apercibirse que, en esas cosas que no andan, en los trastornos de la
subsistencia, hay algo que se puede mover.
Pero siempre me gusta recordar un párrafo de Paul Veyne “El arqueólogo escéptico” En
las actas que publicamos en co-edición con Letra Viva del coloquio que se realizó en
París en el Centro Pompidou y que se llamó “El infrecuentable Michel Foucault”:
“Foucault no pretende que las diferencias sexuales son solo verbales, que la locura no
existe y que los locos no son locos, como se ha creído a menudo ‘locos son incluso
muy aburridos’, agregaba Foucault. Sexualidad y locura, no son quimeras, ideologías,
prejuicios: todo esto existe, pero es imposible saber qué son, desprender a la
sexualidad o a la locura de las concepciones sucesivas que la humanidad concibió y
separar la cosa en sí y el discurso. Foucault no pretende tampoco, que las
enfermedades han cambiado en el curso de la historia. Él afirma más bien que esas
realidades no son alcanzadas más que a través de discursos implícitos”.
Los analistas tendríamos que tener esto como una guía, las coordenadas de una época
histórica están dadas por los discursos que la recorren. En esos discursos, en la
creación de esos discursos intervienen los filósofos, los científicos, los psicoanalistas.
Cuando esos discursos cambian, cambia la subjetividad. El sujeto de la ciencia no
existía antes del siglo XVII. Sobre ese sujeto opera Freud, reintroduciéndolo en la
ciencia. Es una cita de Lacan del seminario XI. Freud reintroduce ese sujeto forcluido
de la ciencia.
Si esto es así, como analistas no nos enfrentamos más que con el caso por caso, más
que con singularidades, no tenemos otra posibilidad que la media-verdad, no podemos
a través de un caso, otro caso, otro caso, alcanzar una verdad general, llamada por
ejemplo perversión, solo estamos persuadidos de que algo en nosotros (el “discurso” o
bien el lenguaje mismo) piensa más lejos de lo que nosotros pensamos. Puesto que
“no se puede hablar en cualquier época, de cualquier cosa”, es decir que cada época
dice y ve lo que ella puede percibir a través los discursos que la recorren. Entonces,
objetivación y subjetivación, no son cosas independientes una de otra; es de su
desarrollo mutuo y de su lazo recíproco de donde nacen las afirmaciones, consideradas
como verdaderas.
Y después está la pequeña política, la que hace que algunos se agrupen en contra de
otros, que alguno detente la facultad y el poder sobre los textos y los seminarios de
Lacan.
Esa política que hace que cada grupo cuide su quintita, la de las pequeñas diferencias,
no digo que no sea importante, todos tenemos que lidiar también con eso. Pero
volviendo al principio y la importancia de la conectiva, esa no es la política del
psicoanálisis, de eso hubiera hablado si se trataba de psicoanálisis y política.
Referencias
[1] Jacques Lacan LITURATERRE Lituraterre. Publicado originalmente en la
revista Littérature, nº 3, 1971, número consagrado a “Literatura y psicoanálisis”.[1]
[2] Jacques Lacan “L´insu. Que sait de l´une bevue s´aile a mourre 1976 Seminario
inédito
[3] Michel Foucault “El poder psiquiátrico” Fondo de cultura económica 2005
[4] Para ver este asunto de la separación de la psiquiatría y el psicoanálisis, operada
por Freud: Jean Allouch “Letra por Letra” Edelp 1993