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Rojo: el origen del mal

Si hay algo que en Rojo marca un salto de excelencia es la

capacidad de dejar sin aliento al espectador de principio a

fin. La atmósfera de las primeras escenas advierte un

recorrido sombrío, perturbador. Un filme inusual a los

cánones del cine argentino, enmarcado en un retrato de

violencia y muerte. Con el impecable Dario Grandinetti a la

cabeza, no es desacertado calificarla como la mejor

película del año.

Luego de su paso por el Festival San Sebastián (ganó los

premios Mejor Dirección, Mejor Actor para Grandinetti y

Mejor Fotografía) y Toronto, la película de Benjamín

Nashtat llega a Argentina para situarnos en 1975, año

antesala para la última dictadura cívico militar. En este

clima social transcurre la realidad de una familia de clase

media, atravesada por un asesinato. Rojo puede ser vista

como un policial con tintes de western o como una

radiografía de la época más negra del país: hay detalles

minuciosos que ayudan a crear la hostilidad de los

escenarios, necesaria para el climax de suspenso buscado.

Hay un misterio, una muerte, una estafa y un detective que

coexisten en el mismo universo retorcido. A Dario

Grandinetti se le suman Andrea Frigerio, Diego Cremonesi y-

en un papel tenebroso para el recuerdo- el chileno Alfredo

Castro. Con Rojo, Nashtat elevó la vara de lo ambicioso y


lo consiguió: hay equilibrio y una estética cuidada (desde

el variado archivo de míticas publicidades a los paisajes

sobrecogedores, pasando por un desfile de bigotes prolijos)

que enaltecen la propuesta en un juego visual magistral.

En medio de la degradación social circulan los

protagonistas cargando culpas manchadas de sangre, bañados

por la luz roja del eclipse. Imponentes ante la presencia

del vértigo y débiles ante la humillación. Benjamín Nashtat

se da el lujo de producir una película tan disfrutable como

angustiante.

Puntaje: 10

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