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-¿Al ser un libro tan extenso, hay una clave para su consulta?
-Es un libro de crítica radical, esto es, problematiza el tema del arte moderno y el
contemporáneo tratando de ir a las raíces causales de estos fenómenos mediante una
concepción que relaciona los hechos de arte con los sociales, políticos, económicos de
nuestro tiempo. Por otra parte es una especie de historia no oficial de la Bienal, una
biografía no autorizada del mayor evento artístico de nuestro país. Se trata entonces de una
crítica que, cuando analiza y ejerce el criterio -ese es el sentido de la crítica- afirma otras
cosas, explícitas o no, pero afirmaciones que tienen que ver con otro país, con otra
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América Latina, libres y auténticos. Espero que esto lo perciba quien lea los diferentes
ensayos que se publican y constate que todos ellos confluyen en un cauce que no es otro
sino el deseo de una liberación social que traerá un arte y una vida más humanizados.
-Muchos de los materiales que se han seleccionado para la presente edición sí que lo
fueron mientras se desarrollaban los acontecimientos bienales, pero el haberlos reunido en
un conjunto, permite mostrar ahora la coherencia y continuidad en el pensamiento que
guió la redacción de los mismos en cada momento. Para fortalecer esta idea se incluye en la
presente edición un 60% de material inédito.
-Sí, porque cada texto toma distancia del presente capitalista y su arte. Ese distanciamiento
permite juzgar a este último desde las exigencias políticas y estéticas de nuestro tiempo,
que debe ser el de la sociedad, o el tiempo de los pueblos. Esto significa reflexionar sobre
lo que ha pasado y pasa en nuestras artes visuales desde el entendimiento crítico de la
situación o realidad impuesta por el llamado “mercado”, con lo cual, espero enriquecer los
discursos , sensibilidades y prácticas artísticas que se van elaborando desde los espacios y
los tiempos contrarios a la globalización neoliberal.
-Experiencias como aquellas suelen ser únicas. Nos hemos reunidos después de su
autodisolución, no todos ni regularmente, pero ya no para actuar en conjunto pues cada
uno ha tomado su camino. Con Edgar Marín y Eduardo Moscoso tenemos el proyecto de
abrir un taller-galería, pero aún no lo hemos concretado.
-He visto que en su libro se plantea que el arte moderno en Ecuador fue
neocolonial y dependiente, si es como Usted dice, ¿cómo entiende entonces la
gran literatura de los años treintas y la gran pintura que también surgió en
esos tiempos?
-No es una variación porque “la modernidad a secas” se identificó con el capitalismo y
terminó siendo una modernidad seca, a la cual se le castró aquellos elementos de
democracia real, de librepensamiento, universalistas, que en cambio las modernidades
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-No fue un sueño, o si lo fue, parecería que hoy esas mayorías siguen soñándolo, pero
despiertas. Tan evidente es lo que le digo que a cien años del triunfo montonero radical,
hoy, para ser “progre” en Ecuador hay que apoyarse en la memoria y la experiencia
bolivariana y alfarista. Por otra parte es verdad que los mejores momentos del arte
moderno en nuestro país pasaron y, actualmente, aquellas actividades, al menos las
promovidas desde la institucionalidad, es decir las dominantes, propagan formas
globalizadas etiquetadas de “arte contemporáneo”.
-Desde cuando los socialcristianos y las fuerzas del llamado “centro político” instauraron el
neoliberalismo en lo social y económico.
-Sí, con la Bienal, por eso el libro toma este hecho como el punto de partida para señalar el
paso del arte moderno institucionalizado al arte de la globalización, pero desarrollando su
análisis desde la orilla opuesta y no para describir simplemente dicho cambio, sino para
interpretarlo a la luz de los aportes críticos de obras de arte que han creado una tradición
diferente así como desde las lecturas críticas de este presente globalizado.
indignados españoles y griegos, confían en que les sacarán del laberinto en el que “los
mercados”, es decir la multinacionales, les han metido.