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La poesía de Vallejo fue recién asumida con devoción y orgullo después de su muerte en
1938. Desde entonces el imaginario popular acicateado por una crítica algo solemne ha
internalizado a Vallejo no sólo como su poeta nacional, sino como el poeta llorón que
retuerce sus tripas al son de "los golpes de la vida", "crece la desdicha" y "nací un día que
Dios estuvo enfermo". Diversos testimonios hablan sin embargo del lado chispeante de
Vallejo, último hijo de once hermanos, engreído y mimado por su familia en su tranquila y
feliz vida norteña en Santiago de Chuco. "Los testimonios de sus amigos (señaladamente
Orrego y Juan Espejo Asturrizaga)", dice el especialista Ricardo González Vigil,
"coinciden en mostrarlo bromista y juguetón, como un niño (rodeado del cariño de los
amigos, sacaba a relucir su emoción infantil)". Ciertamente este aspecto tiene un correlato
en su obra poética, aunque sean aquellos versos los menos citados, actitud fiel a la extraña
consigna de que la poesía cejijunta y deprimida tiene finalmente la virtud de la revelación.
Vallejo sufrió sus penas qué duda cabe de ello, pero también ejercitó los placeres, el humor
y un ludismo casi emparentado con la extravagancia.

Juan Domingo Córdoba publicó en 1995 "César Vallejo del Perú profundo y sacrificado",
relato afectuoso y sincero de su vida en contacto con la de Vallejo entre 1927 y 1932 en
Europa. En él cuenta sus primeros sobresaltos al enfrentarse a un Vallejo bastante disipado,
que arrastraba a sus amigos de café en café "por los derroteros de la borrachera haciéndoles
partícipes de sus consecuencias". Vallejo nunca tuvo buena cabeza para la bebida y perdía
el control con facilidad. Córdoba apunta la contradicción del Vallejo siempre ocupado
visitando los museos, conferencias, conciertos, teatro con esta explosión de furia etílica
deambulante terminando a bailar en el "Gypsy" o en "Les Noctambules" del Quartier Latin.
Alguna vez en "Les Noctambules", ebrio hasta las cachas, ingresó al lugar casualmente un
argentino de vozarrón petulante que luego de un rato empezó a protestar por la calidad del
whisky. Vallejo se paró al instante y violentísimo lo tomó de las solapas: "¡Ahora me las va
a pagar todas este compadrito!". Al separarlos Vallejo explicó que la queja del argentino no
hacía otra cosa que menospreciarlos, haciéndose el importante y adinerado para tomar
luego a todas las chicas.
"La vida es corta y se vive una sola vez", solía decir Vallejo a su amigo Córdoba, "como
dijo Whitman: ¡yo no llamo grande a esto, ni pequeño a eso otro, ¡lo que llena su período y
ocupa su lugar, es igual a cualquier otra cosa!". Vitalismo a cualquier precio, parecía rezar
Vallejo en ese entonces, sin que su soledad le "nublara nunca la conciencia de estar vivo".

Por otro lado, se coligen de estas confesiones una vanidad intrínseca al personaje Vallejo,
entregado sin tregua al viejo arte de la seducción, muchas de las veces con poco éxito.
Antes de salir con sus amigos y su inseparable bastón "se daba un vistazo a los zapatos,
volvía a cepillarse el traje acercándose al espejo se alisaba el cabello, para terminar con el
examen de las manos de dedos largos y fuertes". Siempre alegre, "dicharachero,
palomilloso con sus dichos, despropósitos, ocurrencias, observaciones y relatos reideros."

En el camino nunca dejaba de pasar una mujer atractiva. Y Vallejo no dejaba de inquietarse
exclamando: "¿Se han dado cuenta, zorrillos, cómo me ha mirado?; seguro que se ha
enamorado de mí, ¿y ustedes qué dicen?; ¿entonces creen, pero de verdad, creen?; no me
estarán engañando". Y cuando perdía su oportunidad al ver que otro conquistaba a la dama,
humano como cualquiera no dudaba en exclamar despechado: "Nada, nada, nada, la mejor
carne se la come el perro". Otras veces ponía pies en polvorosa bajo el temor de que los
amigos de las seducidas estuvieran merodeando y lo sorprendieran.

Las anécdotas divertidas y pícaras eran también parte de su repertorio. Tenía la historia del
pequeño hijo curioso que merodeaba en la zona media y púdica de su madre frente a sus
amigas y que al ser rechazado la delataba diciendo "ahí mi mamá tiene pelos". O la de su
compañero escolar onanista en su pueblo natal que era acosado mientras daba rienda suelta
a sus manipulaciones en un maizal con unos sonoros y sincronizados ¡hop, hop, hop!. No se
puede concluir esta pequeña sección somática con la mención a un magistral pedo en medio
de una función de cine experimental con audiencia copetuda y amanerada en París que para
Vallejo fue la mejor crítica que se le pudo hacer a lo que estaba siendo proyectado. Si el
autor de "España aparta de mí este cáliz" fue velado protagonista de las anécdotas es algo
que nunca queda claro.

No es esta una actitud nacida por la transformación generada por la distancia. Vallejo
incubó siempre esto desde joven, siempre ironizando alrededor de la cultura y sus
manifestaciones más respingadas. Así, con respecto a la literatura Vallejo a veces era un
majadero. Cuenta Juan Espejo Asturrizaga en "Cesar Vallejo. Itinerario del hombre" que en
Trujillo solía burlarse de poemas ajenos cambiándoles las rimas y los sentidos con tanto
ingenio que divertía a todos, y era algo que duraba días. También hacía estos juegos con
expresiones doctas, moralejas y máximas con una insistencia pueril. Su tendencia a ser
desequilibrante lo llevaba incluso a denostar su propia condición de poeta en tono divertido
presentándose a veces como vulgar y altamente monetarizado.

Una última. Haciendo cola en la Biblioteca Nacional Vallejo chocó accidentalmente al girar
con un señor elegantemente vestido desarmándole la fachada adusta arrojando sus anteojos,
su sombrero hongo y su bastón. Vallejo pidió disculpas pero el agraviado sólo le espetó su
poca adecuada manera de comportarse en sitio de cultura. Vallejo, irritado por la reacción,
volvió a excusarse, pero el señor continuó increpándolo hasta exclamar a voz en cuello:
"¿Usted sabe con quién está tratando? ¿Sabe por ventura quien soy yo?" Vallejo lo observó
perplejo. "¡Sepa usted que soy don Pedro de Osma!". Vallejo, ya sonriente e irónico le hizo
una venia y respondió: "Y yo qué culpa tengo, señor...". Gajes de poeta. (Luis Aguirre).

Artículo extraído de la revista Caretas: Vallejo sabía reír

http://www.caretas.com.pe/1999/1562/vallejo/vallejo.htm

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