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Caricatura en Colombia: entre la intolerancia y la

resistencia
La caricatura es un género artístico que refleja la realidad al tiempo que divierte, hace reflexionar,
aflige y, sobre todo, comunica. Pero como su intención es retratar un suceso de manera exagerada
o recargada, no ha sido siempre bien recibida.

Desde su creación como género singular, la caricatura se consideró peligrosa porque podía
utilizarse como un arma para tumbar o desmentir gobiernos. En el siglo XIX, Honoré Daumier
(1808-1879), uno de sus iniciadores, ayudó a crear este mito con sus fuertes críticas y burlas al rey
Luis Felipe de Francia, y por una de sus caricaturas, titulada Gargantúa, fue apresado.

En Colombia la caricatura también ha sido rechazada, juzgada y censurada, especialmente cuando


ha tocado temas como el descontento con los gobiernos, los conflictos sociales sin resolver y la
miseria, o cuando se ha burlado de figuras públicas, la cuales no han llegado a comprender que el
fin de estos dibujos es exagerar o ridiculizar esas realidades para divertir, no para herir.

Al igual que en Europa, el uso de pasquines fue una práctica común en nuestro territorio durante la
Colonia para combatir a los opositores políticos y, según Beatriz González, estos fueron los
primeros ejemplos de caricatura verbal en el país. En la Nueva Granada aparecieron pasquines en
las plazas públicas denunciando la opresión española de manera anónima, que era la única forma
de tener cierta “libertad” para expresar la inconformidad.

Durante el siglo XIX, que en Colombia fue marcado por numerosas guerras civiles, se usó la
caricatura como una herramienta poderosa en las pugnas políticas, con la ventaja de que el dibujo
permitía una comprensión más fácil por parte de la población mayormente analfabeta. Así, este
arte se fue introduciendo en las viñetas y cabezotes de la prensa de la época con lo que se cree
eran plantillas importadas adaptadas a los temas nacionales.

El uso del zoomorfismo, es decir, atribuirles características animales a personajes de la vida


pública, fue corriente durante esta época como una manera de exaltar los odios partidistas, pero
como estos dibujos aparecían en la prensa sin el nombre del autor, era muy difícil hacer
acusaciones directas por ellos.

Mayoría de edad y censura


Una de las primeras víctimas de la represión en medio de la aparente libertad de expresión que
existía en el siglo XIX fue Alberto Urdaneta (1845-1887), quien trajo de Europa una técnica de
dibujo llamada “retratos cargados”, que le dio a la caricatura un momento de esplendor en nuestra
historia.
Casi nadie escapó a la sátira de Urdaneta y su periódico El Mochuelo que el gobierno no tardó en
clausurar, al tiempo que apresaba a su director. Por este motivo, Urdaneta se vio obligado a salir
del país.

Bajo el gobierno de la Regeneración (1886-1903) se adoptó la Ley 61 de 1888, conocida como


“Ley de los Caballos”, acompañada del Decreto 389, que amenazaba con el cierre a los periódicos
que llegaran a traicionar al gobierno. En virtud de esta ley fue perseguido el caricaturista Alfredo
Greñas (1857-1949), quien dirigía el periódico El Zancudo, desde el que criticaba al gobierno.
Greñas fue autor de una caricatura que alteraba el escudo de Colombia, considerado un símbolo
intocable, por lo que fue acusado de irrespeto a la patria y llevado a prisión y luego al exilio en
Costa Rica.

Para el primer tercio del siglo XX, la caricatura se había convertido en una sección habitual en los
diarios del país, y las continuas divisiones partidistas favorecieron su uso para denunciar y
combatir al opositor o animar odios. Paradójicamente, fueron los propios diarios los que salvaron a
muchos caricaturistas de la persecución o el exilio al censurarlos en algunas ocasiones y
reemplazar su trabajo con contenido internacional o de variedades.

La difusión de revistas, diarios y semanarios donde trabajaban caricaturistas permitió la expansión


de este oficio, así como la sofisticación de su calidad artística. Los temas favoritos de los
caricaturistas siguieron siendo el descrédito del gobierno, las inconformidades del pueblo y la burla
a los líderes políticos.

La mayoría de edad de la caricatura como género periodístico en Colombia se le atribuye a


Ricardo Rendón (1894-1931), hábil retratista que plasmó como nadie las realidades políticas del
país y cuya muerte dejó en la prensa un gran vacío. Fue precisamente gracias al trabajo de
Rendón y de otros caricaturistas que en Colombia comenzó a formarse la “opinión pública”.

Con la llegada de la dictadura de Rojas Pinilla (1953-1957) y por medio del Decreto 3000 se
estableció la censura en estos términos: “Las personas que por cualquier medio redacten, editen,
auxilien o difundan escritos o publicaciones clandestinas en las que se haga burla o irrespete a las
autoridades legítimamente constituidas [...] serán sancionadas con relegación a colonia penal
hasta por dos años. […] Si la burla o los irrespetos son al Presidente de la República, la pena
máxima puede aumentarse hasta una tercera parte”.
Esta medida produjo una disminución palpable en las caricaturas políticas en la prensa colombiana
durante aquellos años.
Represión en tiempos de democracia
Bajo el Frente Nacional se consolidó la idea de una “gran prensa” esto es, de los principales
diarios, que fueron invitados a apoyar los gobiernos de unidad. Sin embargo, esta aparente
armonía no estuvo exenta de episodios de intolerancia, como cuando el símbolo del escudo
nacional fue nuevamente usado para una caricatura, esta vez por Juan Cárdenas.

A raíz de esta caricatura a Cárdenas se le abrió un proceso por el delito de lesa patria, y después
de ser detenido y puesto en libertad por las autoridades decidió salir del país.

En los años noventa va ser la Corte Constitucional la que se sume a la intolerancia y persecución a
la libertad de expresión en Colombia, cuando se opuso a la novedosa técnica conocida del
fotomontaje, que se usaba en revistas y periódicos para burlarse de personajes de la vida política.

La Corte describió estas caricaturas como “abusivas, desproporcionadas y denigrantes en alto


grado; no se compadecen con el ejercicio de la libertad de prensa”. Después de este concepto, los
fotomontajes fueron restringidos en diversas publicaciones.

A finales del siglo pasado, hay también que destacar el papel de Jaime Garzón (1960-1999) en la
caricatura colombiana, pues introdujo la caricatura en la televisión, y creó personajes sacados del
común: el celador, la empleada doméstica, el tinterillo, el embolador, el estudiante de izquierda,
que aparecían con toques exagerados de la realidad.

Su irreverencia ante la cruda realidad del país le permitió alcanzar uno de los mejores momentos
del humor político que ha tenido Colombia. Sin duda, la muerte de este caricaturista “sin pluma ni
papel”, como lo describió Eduardo Arias, dejó un profundo silencio en los medios de comunicación
que nos obliga a reflexionar sobre lo que consideramos libertad de expresión.

En años recientes la caricatura también ha sido atacada. Cuando Harold Trujillo, "Chocolo", fue
invitado al XIII Salón Regional de Artistas del Eje Cafetero en Armenia, en 2009, realizó un mural
que criticaba la violación de los derechos humanos que implicaban los llamados “falsos positivos”.
Este dibujo fue censurado por el Ministerio de Comunicaciones, entidad que el día antes de la
inauguración del salón mandó a cubrirlo.

Es bien sabido que hay temas que pueden considerarse intocables en las artes gráficas, como la
religión o el origen racial. Desafortunadamente Colombia no escapa de haber perseguido la
caricatura por expresar la libertad de pensamiento en todos los casos que aquí he reseñado.

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