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El viacrucis de Massiel Pacheco

Por Alicia Hernández

Nota: Este relato es la reconstrucción de los hechos a partir de diversas entrevistas. A Massiel
Pacheco se le prohibió hablar ante los medios de comunicación.

Cuando la Guardia Nacional allanó la casa de Massiel, ¿qué esperaba


encontrar? Quizás más niples, un arsenal de miguelitos, botellas
de cristal preparadas para hacer cócteles molotov o toda una
colección de armas debajo de su cama. Cargados con sus botas,
cascos, chalecos antibalas, su fuerza, su autoridad, su “tenme
miedo” en los ojos y su “señora, quítese de en medio si no quiere
que esto sea peor”, cruzaron la puerta de madera marrón, con una
pegatina rasguñada, descolorida por el tiempo, en la que todavía se
puede leer “Corazón del Pueblo”.

La casa, de apenas 50 metros cuadrados, estaba como si un


huracán hubiera pasado por ella: franelas de tamaño minúsculo
por todos lados, acá un carrito de plástico, allá un peluche de
dinosaurio, acullá una pequeña pila de pañales; en las rejas de
la ventana del salón, diez perchas de las que colgaban un par de
pantalones y unas tantas franelas, estas de mayor tamaño, aún
húmedos. La Guardia Nacional se paseó por el escueto espacio
moviendo, buscando, escudriñando cada esquina de la casita
del barrio Villa Zoila, en la Cota 905, mientras Massiel trataba de
hacerse invisible en prisión.

Días antes, como cada mañana, Massiel Pacheco fue al Parque


Generalísimo Francisco de Miranda. En la acera de enfrente hay
decenas de puestos que venden desde cigarrillos, golosinas y
tostones, hasta zumo de naranja recién exprimido, hamburguesas o
cachapas. Desde los seis años de edad, ella iba los fines de semana
para estar con su mamá. Los compañeros de trabajo, algunos con
más de cuatro décadas vendiendo comida en la zona, la recuerdan
cuando era chamita y vendía chupetas con mensajes: “Te quiero”,
“Eres lo más dulce”, “Me gustas”. Su cabecita de pelo rizado apenas
levantaba un metro del suelo cuando aprendió que había que trabajar
de lunes a lunes vendiendo arepas para llevar una a su mesa. Pronto
también supo de los sinsabores del oficio cuando un señor le pagó
con un billete de 50 bolívares (¡50 bolívares de entonces!) que resultó
ser falso. La niña lloró todo el día.

Hace cuatro años Massiel se hizo cargo del puesto en el que se


pueden comer arepas, empanadas y perro calientes. Con solo 21,
esta muchacha es el sustento de su familia: tres hermanas menores,
la abuela, el esposo de la mamá, a quien le dio un ACV hace unos
años, y su mamá, también enferma. Y Santiago, el sol de su vida,
que ya tiene dos añitos.

Esa mañana del 1° de abril abrió el pequeño almacén que tiene el


carrito para tomar la harina de maíz y empezar la faena, pero junto
a sus utensilios de trabajo vio algo. Un bulto informe envuelto en
papel periódico. Al abrirlo encontró unos tubos y unos pinchos.
No sabía qué era. Llamó a su tío Carlos, que trabaja con ella, pero
este tampoco supo decirle. Llamaron a los amigos: el que vende
la chicha, la señora del jugo... También llegó Arquímedes Liendo,
quien además de tener una mesita para llamadas telefónicas es
quien coordina la asociación de los buhoneros de la zona.

–Me dejaron una cosa en el puesto. Yo no sé qué es– dijo Massiel,


con algo de temor, mostrándole los que serían los clavos de su
calvario.
–Mi negra, creo que esos son explosivos caseros. Tienes que
llamar a la policía y denunciar esto. Encima es peligroso, aquí con
ese poco 'e bombonas de gas que hay. A ver si esta vaina explota–
contestó Arquímedes, quien, dicen, en su momento formó parte de
algún cuerpo militar.
–Regálame una llamada, me quedé sin saldo– y llamó a M.V., del
destacamento permanente de la Guardia del Pueblo que opera en
Parque del Este.

El uniformado le dijo que no estaba en la zona, sino en un operativo


especial en Bello Monte, al oeste de Caracas. Ese día, la opositora
María Corina Machado pretendía entrar a la Asamblea Nacional,
desafiando la decisión del Tribunal Supremo de Justicia de aprobar,
horas antes, el allanamiento de su inmunidad parlamentaria.
Desde el 12 de febrero anterior, el país estaba cruzado por protestas
contra el gobierno de Nicolás Maduro. Las amenazas, detenciones y
muertes encabezaban las noticias.

Massiel guardó el paquete hasta el mediodía, cuando llegaron los


milicianos. Fueron a su puesto a almorzar y les contó. No denunciaron,
ni se lo comunicaron a sus superiores. Tomaron el paquete,
lo manipularon, lo llevaron dentro del parque, le hicieron chistes.
“¿Se lo vas a vender a los guarimberos de Altamira? Sácate una
platica ahí”. Incluso, se tomaron fotos con los artefactos. Luego, se
los devolvieron. A las 2 de la tarde volvió a llamar a M.V., quien le
sugirió que pusiera aquello aparte. Haciéndole caso, ella lo metió en
un bolso y lo acomodó en un sitio donde no acarreaba mayor riesgo.
Al parecer, un anónimo alertó que alguien en el parque tenía
un artefacto incendiario que pretendía vender. Integrantes de la
Guardia del Pueblo –no de Parque del Este, que conocen a la vendedora
por años, sino de La Urbina–llegaron, tomaron jugo, pasearon,
comieron. Y esperaron. Una llamada y enseguida Massiel se vio
rodeada. Le pidieron los niples. Llamó de nuevo a M.V.: “Me están
detienen...”. Su viacrucis estaba comenzando. La tiran al suelo, la
agarran del pelo, la golpean, le ponen las esposas y se la llevan en
una moto. Con el mismo cuidado se llevan los supuestos explosivos.

***

El miércoles 2 de abril, una nota de prensa difundida por el Ministerio


del Poder Popular para las Relaciones de Interior, Justicia y Paz
informa que se decomisaron tres niples “que iban a ser utilizados
para cometer ataques terroristas en el estado Miranda” como parte
de un plan que incluía la convocatoria de la ex diputada Machado a
concentrarse en la plaza Brión de Chacaíto. La denuncia “oportuna”
de un transeúnte provocó la detención de Massiel Nathaly Pacheco
Miranda, de 21 años de edad, quien “tenía en su poder los artefactos
explosivos”. Según este comunicado, “la implicada le mostró
los niples a una persona que practicaba la economía informal en el
lugar, quien posteriormente guardó dentro de un carrito de comida
un bolso de color amarillo”.

Horas después, la presentadora del noticiero meridiano del canal


oficial Venezolana de Televisión anuncia que “durante la marcha
opositora” del día anterior había sido detenida una mujer de 21 años
“que portaba material explosivo en su bolso”. El periodista al que
da paso abre su intervención con un “se siguen capturando a terroristas”
y entrevista a Sergio Rivero, comandante de la Guardia del
Pueblo. El militar explica: “Nuestros entes de inteligencia nos habían
informado de que posterior a esto (la concentración de Machado)
iba a haber una oleada de violencia” (sic). Detalla que había un
cordón de seguridad a cuatro cuadras de la plaza y que allí vieron a
una ciudadana “con una postura muy sospechosa”. Para trasladarse
de la concentración opositora, en Chacaíto, al puesto de comida de
Massiel Pacheco, en Parque del Este, hay que recorrer, exactamente,
tres estaciones de metro: Chacao, Altamira y Miranda.

Rivero dice que las investigaciones están abiertas, que aún no se


sabe si la mujer está ligada a algún partido político “de la derecha”,
pero que es de la Cota 905. Y que llevaba tres niples. Tanto en la
nota de prensa como en las declaraciones que dio el comandante al
canal del Estado, se repite que los derechos humanos de la detenida
fueron debidamente respetados “al momento de la aprehensión y
(que Massiel) deberá enfrentar todo el peso de la ley”.

***

Primero aguantas que te llamen puta, perra, basura. Que te


golpeen y te dejen moratones negros, que los grilletes se te hinquen
en la carne por dos días. Te conviertes de verdad en un perro, lleno
de rabia. En la cárcel es distinto. No te maltratan, pero ya no eres
un ser humano, sino un número. No hay cama. Esas son pa’ las
que tienen plata. Duermes en un colchón y compartes celda con
una infanticida, traficantes, asesinas, machas. Y solo rezas una y
otra vez el padrenuestro y los salmos, los que te sabes de memoria.
Yo siempre pienso en el salmo 23, “el señor es mi pastor, nada me
faltará”, nada me faltará, confortará mi alma, me guiará por sendas
de justicia... justicia. Justicia donde acaban de golpear y apuñalar a
una reclusa por haberse robado un celular. Justicia. Jehová, hazme
invisible, ayúdame a ser prudente. Dame luz, dame luz porque solo
pienso en sus ojitos, en sus manitas, dame luz para no sentir este
odio y este miedo.

***

“Fue absolutamente una detención arbitraria. Fue vejada. Le


decían todo el rato perra y puta”. Jeannette Prieto habla con una voz
dulce, pero cansada. Han sido meses intensos y el Foro Penal Venezolano
no ha parado. Lleva varios casos de estudiantes detenidos.
Antes de encargarle este, le dijeron que era especial: “Rompe con el
perfil, no es estudiante, no es política, al contrario: es chavista”. Ella
preguntó si era militante, pero le explicaron que no, que era chavista
por convicción. “No tengo problema en defenderla, es alguien a
quien se le están violando sus derechos humanos, es perseguida
política y no importa qué piensa porque todos somos venezolanos”,
explica y, frente a un marrón claro, entorna sus grandes ojos verdes,
perfectamente maquillados, enmarcados por unas leves ojeras que
“deben ser de algún antepasado árabe”.

A la joven buhonera le imputaron terrorismo individual, cargo


sobre el que pesan de 25 a 30 años de cárcel. También, ocultamiento
de armas explosivas, con una pena de 20 a 25 años. El día de la
audiencia sus abogados solicitaron anular el caso argumentando
que no había sido detenida infraganti. El juez desestimó la petición
y acordó privarla de su libertad por peligro de fuga y riesgo de obstaculización
de la justicia. A Jeannette Prieto el fallo le pareció una
cruel ironía: “Massiel ni siquiera tiene pasaporte”.
Se demoró ocho días para que finalmente, el 11 de abril, pasara al
Instituto Nacional de Orientación Femenina (INOF), una cárcel para
mujeres. La penalista bebe su jugo de patilla y dice que, a pesar
de que es un centro penitenciario, Massiel recibió aquí mejor trato
que en la Comandancia General del Pueblo en Maca, todavía en
los predios de Petare, de donde salió con un hematoma enorme en
el brazo y fue maltratada psicológicamente. Para Jeannette Prieto
se trataba de dar un claro mensaje: decirle a la gente humilde que
protesta porque no tiene agua, luz o porque no le llega la comida:
“No sigan protestando, a ustedes también les toca”.

***

Dreymi Miranda, la madre de Massiel, no ha podido llegar a


Caracas. Se levantó muy adolorida y con una migraña que la ha
dejado en cama. Su voz es nerviosa, agitada. Pide entre frase y frase
que ojalá no le pase nada a su hija. Sabe que, mientras habla por
teléfono, ella está en el parque “por necesidad”. Atropella las palabras
para explicar que siente rabia, impotencia, miedo, rabia, rabia,
llanto. Han sido muchos cambios. Agradece al cielo y a la licenciada
Jeannette la ayuda recibida.

La señora Dreymi apenas tiene 42 años. No había votado nunca.


De hecho, no estaba inscrita en el año 98. Se inscribió más tarde
para votar por Hugo Chávez y, cuando hizo cambio de residencia,
siguió “resteada” con el Partido Socialista Unido de Venezuela en
Aragua. Su hija vota por el comandante “desde que tiene uso de
razón” y edad para ello, o sea, en tres ocasiones.

–Pregunte a mis compañeros de trabajo, a los vecinos, a la familia.


Licenciada, pregunte cómo me afectó, cómo se sintió mi familia con
todo.
– ¿Y si hubiera elecciones mañana?
–Mi familia toda ha sido chavista. Chávez murió. No quiero
responder. Tengo miedo. Se ha resentido todo el mundo.
Y repite una y otra vez la misma palabra conjugada en distintos
modos: decepción.

Le dio un dolor muy grande cuando escuchó de un ministro que su


hija era terrorista; “sin averiguar, a ella, que no tuvo derecho a nada,
la ven como terrorista”; “cuando mi hija trabaja, menos mal que mi
familia sabe cómo somos, y mis clientes”. El escarnio público al que
se ha visto sometida Massiel y su familia, el que tanta gente se
acercara a su casa –el ministerio publicó la dirección completa–, y el
miedo a las represalias, le han hecho pensar en moverse de la Cota
905. “Pero no tengo dinero”.
***

El 2 de mayo, Prieto consigna ante el Ministerio Público un escrito


con más de veinte pruebas entre testimoniales, experticias y peri-
ciales. Quedaban 13 días para cumplir el lapso de 45 en los que
debe culminar la acusación; tiempo muy corto para que la Fiscalía
procesara tantas pruebas “en un caso en el que se ve claramente
que ella es inocente”.

Unos días después, Massiel hablaba por teléfono y le deseaba feliz


cumpleaños a su hermana, la más cercana a ella, la que se ha encargado
del pequeño y ha visto su cambio de humor, sus llantos, quien
lo ha limpiado cada vez que veía la foto de su “mami” y vomitaba
al buscarla y ver que no estaba. “No te preocupes, que pronto nos
vamos a ver”, sollozaba, mientras se sentía en los días más oscuros,
donde no encontraba a su dios por ningún lado.

Prieto toma una sopa de cebolla mientras cuenta que se llegó a


un acuerdo con la Fiscalía que estipula que no había elementos
suficientes para presentar una acusación. Se consideraba prudente
liberarla mientras transcurre el juicio con la condición de presentarse
en los tribunales cada ocho días. Es el 9 de mayo. Lleva 39 días
sin ver a su hijo Santiago, quien aún es lactante.

Cuando llega por fin la boleta y sale del INOF, son cerca de las 12
de la noche. La recibe su familia. Santiago la mira, extrañado. La
abraza y de nuevo se separa para mirarla y volverla a abrazar. En ese
momento, Massiel sintió que el alma le volvía al cuerpo.

***

Son las 6 de la tarde y en el Parque del Este todos empiezan a


recoger sus corotos. Guardan los botes de salsas, las bombonas, la
materia prima con la que se ganan su jornal, barren la zona y echan
agua con detergente para eliminar restos de comida y aceite. Desde
lo sucedido, un vigilante se encarga todas las noches de vigilar la
zona para que no les “siembren” nada. Los vendedores se enfrentan
a una nueva lucha. Ahora quieren desalojarlos de ahí. Dicen que
no saben de dónde viene la orden, pero tienen la idea de que es un
“castigo” por haber testificado, todos juntos: “A la familia no se le
deja sola”.

Massiel sigue atendiendo, como todos los días, su puesto. Ahora


vende comidas porque cuando le devolvieron su carrito estaba roto.
Se ha pintado los ojos, se ha puesto máscara de pestañas y se ha
planchado el pelo para ver si así espanta la tristeza. Mira al frente
y piensa en lo que le pidió a Jehová en su reclusión, que le deje
ser buena madre, buena hija y, ojalá, algún día, buena esposa. Y
cose con su mente el traje morado que ella y Santiago llevarán, en
promesa, a partir del año que viene, durante seis Semanas Santas.

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