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PRESENTACIÓN DE LA NOVELA DE J.J.

ARMAS MARCELO,

RÉQUIEM HABANERO POR FIDEL

Juancho Armas Marcelo y yo somos amigos desde hace más de 500


lunas. Nos conocimos cuando éramos los mejores, al sur de la
resurrección, justamente la noche que Bolívar traicionó a Miranda.
Hemos visto pasar los años que fuimos Marilyn con calima e incluso a
punto del estado de coma, pero hasta hemos hecho confitura con el
fruto del árbol del bien y del mal. En esa larga singladura hemos caído
en el vicio de escribir, fantaseado con casi todas las mujeres y al final se
ha visto que fue bueno dejar en la playa las naves quemadas. Esto no
puede gustar a la vez a tirios, troyanos y contemporáneos, y por ello los
dioses de sí mismos, tanto en Madrid, distrito federal, y así en La
Habana como en el cielo, tratan de cerrar las puertas de la Orden del
Tigre. Pero hasta el Niño de Luto e incluso el cocinero del Papa saben
que es imposible impedir la celebración de la intemperie. Y este es
Juancho, todo en él escritura literaria, que ahora entona un Réquiem
habanero por Fidel.

Estoy seguro de que conocen la trayectoria y la obra de Juancho, su


pensamiento expresado a través de una ruta en los medios que a
menudo ha sido recogida en libros, su ADN futbolístico con genoma
que contiene cromosomas amarillos y mitocondrias madridistas, su
díptico sur-andino y su trilogía habanera, que no cubana, como a veces
la llaman. Porque La Habana es una cosa y Cuba otra, lo mismo que
ocurre con Nueva York y Estados Unidos. Y es que hay ciudades que,
aunque finalmente controlan el pálpito de un país, huelen a país
distinto del que son bandera.

Y eso Juancho lo sabe mejor que cualquiera de nosotros, porque conoce


el latido habanero; quienes se han criado junto al salitre del Malecón, en
el territorio entre Guanabacoa y Santiago de las Vegas, respiran de otra
manera, entienden mejor la fugacidad de las cosas. Yendo hacia el Este,
ya en Matanzas es distinto, y por Santa Clara y Camagüey ya es Cuba
en estado puro, hasta llegar a la Antilla secular del naciente. Y allí en el

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Emilio González Déniz, Sala Ámbito de El Corte Inglés. Las Palmas de G.C. 16 de mayo de 2014
pequeño pueblo de Birán, en la Cuba más genuinamente postcolonial,
vino a nacer Fidel Castro Ruz, que a los 14 años fue llevado a estudiar a
La Habana, al otro extremo de la isla, pero que nunca perdió esa
retranca oriental, dicen que gallega por su ascendencia paterna. Tenía
ancestros canarios a través de su madre, pero como solo se conocía su
primer apellido en las noticias del comienzo de la revolución, los de mi
pueblo, que son muy dados a adjudicarse cunas y paternidades, decían
que era familia de los Castro isleños, lo mismo que aseguraban
incorrectamente ser paisanos de Juan Negrín, e incluso oí afirmar en mi
niñez que en mi pueblo nació el tipo que mató a Lenin, que había
viajado a Rusia con la División Azul y que era conocido como Rasputín.
Es evidente que para la gente de mi pueblo documentos, fechas y datos
históricos son menudencias de gente muy tiquis-miquis.

Pero esa retranca, que yo creo más gallega que canaria, es en buena
medida la que ayudó a Fidel a marcar la distancia y convertirlo en un
ser alado, bien es cierto que los de Granma tuvieron buenos maestros en
los de Pravda para forjar el culto a la personalidad desde una voz única
y excluyente, aunque parece ser que un tal Goebbels y otro tal Queipo
de Llano también sabían mucho de crear mitos con pies de barro desde
la repetición atosigante del mismo mensaje dicho de mil maneras. Y ese
Fidel que es el dios oriental que descendió sobre La Habana, ya
apuntaba maneras en Sierra Maestra, y el destino (vamos a llamarlo
destino para no forzar) hizo desaparecer con cierta premura a los Che
Guevaras y Camilos Cienfuegos que podrían hacerle sombra, y cuando
el destino necesitaba ayuda, pues se le ayudaba, como ocurrió con
Arnaldo Ochoa y Tony de la Guardia.

¿Y los cargos intermedios de la revolución no se han hecho preguntas


durante más de medio siglo? Claro que sí, pero la gente se lo piensa
mucho antes de mover ficha cuando ve que empiezan a pasarle cosas
raras a Guillermo Cabrera Infante y a Heberto Padilla, ambos por sacar
la lengua a pasear, cuando se persigue a Reinaldo Arenas y a Virgilio
Piñeira por homosexuales, cuando condenan a 14 años de silencio a
Antón Arrufat porque no les sonaron bien sus piezas teatrales y hasta

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acusan de contrarrevolucionario al gran Lezama Lima porque escribía
“raro” y eso no cuadraba con el realismo socialista. Se enquistan en una
creencia a la que les da pereza analizar, porque seguramente es más
cómodo seguir en la ceguera para la que están bien entrenados,
amparados en la tremenda coartada del exterior, que los marcó desde el
principio en Playa Girón y en la crisis de los misiles de octubre de 1962.

Da igual que sea muy evidente lo que ocurre con los “marielitos”, los
Ochoa o los Padilla. Y eso que el proceso a Heberto Padilla significó un
antes y un después del idilio de los intelectuales internacionales de
prestigio con la revolución cubana: Susan Sontang, Juan Goytisolo,
Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y sobre todo, lo que
más dolió fue el distanciamiento de Simone de Beauvoir y Jean-Paul
Sartre, hasta entonces, 1971, paladines externos del castrismo.

Y sin cambiar de capítulo, podríamos hablar de la vida y milagros de


Max Marambio, del “Titón” Gutiérrez Alea, del miedo cerval que Raúl
Castro tiene a Fidel, o del equilibrio inestable que han mantenido
algunos deportistas, músicos y troveros supuestamente adscritos al
proyecto revolucionario.

A estas alturas, ustedes se preguntarán qué es todo este discurso, si se


supone que estoy aquí para hablar de la novela de Juancho. Pues eso,
que no he hecho otra cosa desde que empecé, porque las respuestas a
muchas de estas preguntas están en Réquiem habanero por Fidel, otro
gallego perpetuado en el poder que parece inmortal, pero que empieza
cayéndose de bruces desde una tarima, sigue entregándole el cetro a su
hermano Raúl y no acaba de acabar, aunque sus partidarios se jactan de
que ha escapado a más de 200 atentados; otros hablan de 600 lo que
convierte a Castro en una especie de pato de feria para el tiro al blanco,
y esta es una imagen que le gustará tan poco como la de “bongosero de
la historia” que le adjudicó Carlos Fuentes en aquella grabación
acusatoria de una conversación del mexicano con Heberto Padilla. Pero
no se muere, y los rumores lo matan una y otra vez, y siempre
reaparece, una veces con Chávez, otras con Lula, otras con Oliver Stone.

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Juancho es un centrocampista de la escritura, y por ello puede
organizar, bajar a defender y subir al gol. Es tan clásico que finalmente
resulta ultramoderno, y lo mismo puede armar un diálogo sosegado y
profundo, como el que entablan en su ficción Miranda y Bolívar, que
sigue una línea casi detectivesca cuando se mueve por el doble fondo
de la dictadura de Pinochet. ¿Qué iba a hacer con Fidel Castro? ¿Una
novela con dictador, siguiendo la estela de Asturias, Gabo, Roa Bastos,
Vargas Llosa y el referente inicial de Valle-Inclán?

Pues lo mismo le habría salido otro Tirano Banderas muy versado en los
cuadernos de Marta Harnecker. Y utilizó un recurso muy sinuoso en el
que Castro no está nunca y está siempre. Es una novela con Fidel pero
sin él, no le da voz porque seguramente es mejor solución que el
Comandante hable por los hechos. Hay un pasaje de la novela en la que
aparece el propio Juancho, ironizando sobre sí mismo, supongo que
presumiendo de mestizo como lo hizo con un taxista mulato de otra isla
caribeña, que, sorprendido por la transparencia de su piel le dijo
aquello de “¿mestizo? Pero si es usté blanquito del tó. ¿Dónde se ha
visto un mestizo blanco?”.

Y para ello utiliza una estructura aparentemente muy sencilla, pero que
es muy compleja, porque se combinan el monólogo dramático con la
narración en primera persona, que a veces deja dialogar a terceras voces
y a menudo se vuelve hacia adentro en monólogos interiores, sobre
todo inducidos por Darsy Galarza, una psiquiatra a la que envía Raúl al
narrador, tal vez para que lo reeduque, porque ella es de la revolución,
pero menos. Y así se va definiendo la personalidad del que cuenta, un
testigo excepcional que lo ha visto todo y no ha querido pensar nada,
pero que ahora, ya jubilado y en el papel de taxista chivato, empieza a
pensar porque, una vez más, la avisan que Fidel se ha muerto. También
hay ensoñaciones que funcionan como coros griegos y el sonsonete de
la voz de Mami, su esposa al teléfono, que es una especie de conciencia
realista.

Para hacer esto hay que saber jugar en muchas ligas, conocer a los
clásicos y beber no solo de sus mitos sino de sus procedimientos. Y esa
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apariencia frugal que tiene la novela, con ese cubaneo constante de los
personajes, con esa mamadera de gallo continental trasplantada a la
isla, contiene un diálogo cervantino entre la realidad del
desmoranamiento de una época, en el que la esposa del protagonista es
el Sancho Panza con ritmo de danzón.

A la vez, la historia personal del protagonista, su matrimonio, sus


andanzas en el regazo de la revolución y la evolución de las
expectativas de su hija, son la metáfora de medio siglo de historia
cubana, una isla del tamaño de Andalucía y doce millones de habitantes
que al amparo de la extinta Unión Soviética, del que ha sido el brazo
armado muchas veces, se ha movido desde Angola y Vietnam hasta
Bolivia y Venezuela. Y no enlazó con Pekín (Beijin, se dice ahora)
porque antes Fidel mandó al Ché a Bolivia cuando se cansó de escuchar
sus quejas sobre el apoltronamiento de la nomenklatura soviética.

Y si en la forma esta novela su autor bebe de los clásicos, en el fondo


también, porque es la representación de la enorme capacidad del ser
humano para corromperse cuando alcanza el poder, y entonces le entra
el deseo irrefrenable de conservarlo y aun aumentarlo a toda costa. Es
una adicción que destruye todo lo que hay a su alrededor, y la padecen
todos los que consiguen controlan más poder que los que lo rodean,
sean el Rey David, Ciro el Grande, Alejandro, Julio César, Gengis Khan,
Saladino, Enrique VIII o Simón Bolívar. Los grandes autores de la
literatura universal conocían esa flaqueza y la vemos reflejada en Ayax,
Edipo, Medea o Hamlet, por citar solo algunas corrupciones literarias,
reflejos nítidos de las humanas y que estoy seguro que han merodeado
por la escritura de esta novela.

En algunas de sus obras, Juancho transita “otras voces, otros ámbitos”,


y podemos aplicarle las palabras de Truman Capote: “Un día, comencé
a escribir sin saber que me había encadenado de por vida a un noble
pero implacable amo". Y al servir fielmente al amo de la literatura
puede desafiar al propio lector, como hicieron Faulkner, Lezama o
Cortázar. Cuando alguien le dice que tal novela le ha resultado
trabajosa de leer, él siempre responde: “Haber estudiado más”.
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Emilio González Déniz, Sala Ámbito de El Corte Inglés. Las Palmas de G.C. 16 de mayo de 2014
Por otra parte, Juancho es capaz también de ser absolutamente directo
cuando quiere (ya dije que puede jugar en todas las demarcaciones del
campo), pero existe la idea estúpida de que la claridad es fácil y que los
libros fáciles son pobres (y me da la risa cuando me acuerdo ahora de El
extranjero de Camus o de Crónica de una muerte anunciada de García
Márquez). Detrás de esa difícil sencillez hay una complejidad inusitada,
que se deja cortar como la mantequilla. Así también sabe escribir
Juancho, y así ha escrito esta novela, que es de una enorme riqueza
estructural y conceptual, pero que se deja leer con esa facilidad que
engancha.

Quiero resaltar la utilización del humor como recurso estilístico. No se


trata solo de esa clonación del habla habanera, que también, sino de esa
manera a veces esperpéntica con que a menudo maneja momentos de
gran calado con la aparente ligereza de un gag intranscendente; este
recurso surge sobre todo cuando hace hablar por teléfono a Mami, la
esposa del protagonista. Y este es un asunto que también merece unas
notas, porque cuando estamos hablando de algo tan serio como la
angustia de un hombre, que es la de un pueblo, cuando hablamos de
hechos tan tremendos como fusilamientos, exilios y encarcelamientos, el
humor ha de ser utilizado con mucho pulso, el que le sobra a Juancho
para salir airoso de tal desafío y hacer de su novela un libro muy
atractivo para cualquier tipo de lector, porque tiene varios niveles de
entendimiento, e incluso algunos –muchos- mensajes que no están
escritos, porque ni siquiera es baladí el nombre, María Callas, que
impone con sorna a la ruidosa perra del vecino.

¡Ah, sí, el protagonista-narrador! Tanto hablar de él y no sabemos quién


es. ¿Quién va ser? Pues el descendiente de cimarrón Walter Cepeda -
Gualtel, mi negro, lo llama la esposa cuando lo quiere cabrear, que es
casi siempre- coronel retirado de la Seguridad del Estado, durante años
hombre de toda confianza de Raúl Castro, y que ahora ha devenido en
taxista soplón que traslada y vigila turistas en una desvencijada berlina
europea que llama “Merceditas”, porque ya de Mercedes solo le queda
el emblema que se tambalea en el centro del capó. Ese es el hombre, esa

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Emilio González Déniz, Sala Ámbito de El Corte Inglés. Las Palmas de G.C. 16 de mayo de 2014
es la duda, esa es la magnífica novela Réquiem habanero por Fidel cuya
lectura recomiendo porque es buena hasta para rebatirla. ¿Quieren que
les diga si Fidel Castro se murió, al menos al final de la novela? ¿Pero,
Mami, cómo va a morilse alguien que es inmoltal? ¡Gualtel, negrón, pero
si se murió hasta el Papa polaco que nos trajeron en el 98, y eso que
hablaba con Dios!

Pues a lo mejor sí… o no. Eso quien lo sabe seguro es la hija de Walter
Cepeda, coronel reti… Bueno, ¡la hija de Gualtel, carajo!, que anda la
niña por un cabaret de Barcelona bailándose el capitalismo con acordes
de blues yanqui. Pregúntenle… o, mejor, lean la novela.

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Emilio González Déniz, Sala Ámbito de El Corte Inglés. Las Palmas de G.C. 16 de mayo de 2014

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