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Fragmentos de la Carta sobre el Romanticismo a Cesare D’Azeglio (1823)

(Traducción de Nora Sforza para la Cátedra de Literatura Italiana de la FFyL – UBA)

Muy preciado señor,

[...] La palabra romántico es aplicada en diversos sentidos, por lo que creo una
verdadera necesidad exponerlos.
[...] Este pobre romanticismo tiene también significados francamente diferentes en
Francia, en Alemania, en Inglaterra. Una tal diversidad, o una mayor confusión reina, si
no me engaño, en estas partes de Italia donde se ha hablado de él, dado que creo que, en
algunas, el tal nombre no haya sido proferido, si no alguna vez casualmente, como un
término de magia. En Milán, donde se ha hablado de él mayormente que en otros
lugares, la palabra romanticismo ha sido utilizada, si no me engaño tampoco aquí, para
representar un complejo de ideas más razonable, más ordenado, más general, que en
ningún otro lugar.

[...] [En tal sistema] es necesario distinguir dos partes principales: la negativa y la
positiva.
La primera tiende principalmente a excluir el uso de la mitología - la imitación servil de
los clásicos- las reglas fundadas sobre hechos especiales y no sobre principios
generales, sobre la autoridad de los pedantes y no sobre el razonamiento, y
especialmente esa de las así llamadas unidades dramáticas, de tiempo y de lugar puestas
por Aristóteles.
Por lo que respecta a la mitología, los Románticos han dicho que era una cosa absurda
hablar del falso reconocido come se habla de lo verdadero, por la sencilla razón de que
otros, otras veces, la han tenido por cierta; es una cosa fría introducir en la poesía lo que
no llama a ninguna memoria, algún sentimiento de la vida real; cosa aburrida el cantar
nuevamente a este frío y este falso; cosa ridícula cantarles nuevamente con seriedad,
con un aire reverencial, con invocaciones, se diría casi ascéticas.
Los Clasicistas han opuesto que, alzando la mitología, se desnudaba a la poesía de
imágenes, se le quitaba la vida. Los Románticos respondieron que las invenciones
mitológicas traían, a su tiempo, desde la conformidad con una creencia común, una
espontaneidad, una naturaleza, que no puede revivir en las composiciones modernas,
donde desentonan. Y para probar que éstas pueden vivir (¡y qué vida!) sin ese medio,
citaban a las más elogiadas [...] especialmente La Divina Comedia y la Jerusalem, en las
cuales tiene una parte importante, es más, fundamental, un maravilloso sobrenatural,
más que el pagano; y las rimas espirituales de Petrarca y las políticas y las mismas rimas
de amor; y el Orlando de Ariosto, donde en cambio de dioses y de diosas, suben a
escena magos y hadas. [...] Y citaban juntas varias obras extranjeras, que gozan de una
alta fama, no sólo en los países donde nacieron, sino entre las personas cultas de toda
Europa.
Otro argumento de los Clacisistas era que en la mitología se encuentra un conjunto de
sabias alegorías. Los Románticos respondían que, si bajo aquellas patrañas existía
realmente un sentido importante y razonable, era necesario expresar esto
inmediatamente; [...]
Para probar luego, también con hechos, que la mitología bien podía gustar, también en
la poesía moderna, los Clacisistas aducían que el uso no se había interrumpido jamás
hasta entonces. A esto los Románticos respondían que la mitología, difundida
perpetuamente en las obras de los escritores griegos y latinos, compenetrada con ellas,
participaba naturalemente de la belleza, de la cultura y de la novedad de aquéllas por los

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ingenios que, en el resurgimiento de las letras, buscaban esas obras con curiosidad, con
entusiasmo, y también con una reverencia supersticiosa, como era muy natural; y que
[...] esa práctica, transmitida de generación en generación con los primeros estudios, y
transformada en doctrina, no sólo había podido mantenerse sino, como acontece con las
prácticas abusivas, iba creciendo hasta invadir casi toda la poesía y transformarse en el
fundamento y el alma aparente. Pero, concluían, ciertas absurdidades pueden
ciertamente continuar, por más o menos tiempo, pero hacerse eternas jamás.

[...] Tales, si mal no recuerdo, dado que escribo de memoria y sin tener bajo mi vista
ningún documento de la discusión, eran las principales razones alegadas pro y contra la
mitología.
Le confieso que las de los Románticos me parecían entonces y me parecen más que
nunca sumamente concluyentes. Por cierto, la mitología no está muerta, pero la creo
mortalmente herida; considero que Júpiter, Marte y Venus terminarán igual que
Arlecchino, Brighella y Pantalone, quienes también tenían muchos y feroces y algunos
ingeniosos sostenedores; también entonces se dijo que excluyendo a esos respetables
personajes se quitaba la vida a la comedia: que se perdía una gloria particular a Italia
(¡adónde va a parar a veces la gloria!); también entonces se escucharon lamentaciones
patéticas, que ahora nos maravillan, no sin un poco de risa, cuando las encontramos en
los escritos de este tiempo. De la misma manera, tengo por seguro que se hablará
generalmente, dentro de no mucho, de la mitología y de su fin.
Entiendo por fin, como lo entendían los Románticos y aparecía en sus poesías, el cesar
de ser una parte activa de la poesía;

[...] Pero la razón por la cual considero detestable el uso de la mitología [...] para mí es
que el uso de la fábula es idolatría. Ud. sabe mejor que yo que ésta no consistía
solamente en la creencia de algunos hechos naturales y sobrenaturales; éstos no eran
otra cosa que la parte histórica; pero la parte moral estaba fundada en el amor, en el
respeto, en el deseo de las cosas terrenales, de las pasiones, de los placeres llevado hasta
a la adoración, en la fe en esas cosas como si fuesen el fin, como si pudieran dar la
felicidad, salvar. Desgraciadamente, la idolatría en este sentido puede subsistir también
en los intelectos persuadidos de la verdadera Fe: digo la idolatría y no temo de abusar
del vocablo cuando San Pablo la ha aplicado expresamente a la avaricia, como también
ha llamado Dios de los golosos al vientre.

Ahora, ¿qué es la mitología conservada en la poesía si no esta idolatría? [...] Y no puede


decirse que el lenguaje mitológico, usado como lo es en la poesía, sea indiferente a las
ideas, y no se transfunda en aquéllas que el intelecto posee.[...]

Junto con la mitología, los Románticos quisieron excluir la imitación de los clásicos.
[…] Lo que los Románticos combatían es el sistema de imitación, que consiste en
adoptar e intentar reproducir el concepto general, el punto de vista de los clásicos. […]
Este sistema de imitación […] fundado en la suposición a priori que los clásicos han
encontrado todos los géneros de invención […] existe desde el resurgimiento de las
letras. […] Siempre se ha arrojado alguna palabra de desprecio contra la imitación
servil, siempre se ha elogiado y recomendado la originalidad; pero al mismo tiempo
siempre se ha propuesto la imitación. En resumen, siempre se ha predicado el pro y el
contra, como venía mejor en el momento, sin confrontarlos jamás ni establecer un
principio general. Esto querían los Románticos que se hiciese […] pedían que se
reconociese expresamente que, aunque los clásicos hubiesen escrito cosas bellísimas,
sin embargo ni ellos, ni ningún otro, ha dado ni dará jamás un tipo universal, inmutable,
exclusivo de perfección poética. Y no solamente mostraron abstractamente lo arbitrario

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y lo absurdo de ese sistema de imitación, sino que comenzaron también a indicar
concretamente muchas cosas evidentemente irracionales introducidas en la literatura
moderna por medio de la imitación de los clásicos. […] Y dado que de la imitación
ciega y, por así decir, material, se desciende fácilmente a la caricatura, se produjo, una
mañana, que todos los poetas italianos, quiero decir aquellos que habían compuesto o
muchos o pocos versos italianos, se transformaron ellos mismos (idealmente, se
entiende) en tantos pastores, habitantes en una región del Peloponeso, con unos nombres
ni antiguos ni modernos, ni pastorales ni otra cosa; y, en casi todas sus composiciones,
de cualquier género, y sobre cualquier sujeto, hablaban, o colocaban algún signo de sus
rebaños o de sus zampoñas, de sus pastos y de sus campos.

[…] El hombre que en el acto de componer se encuentra entre la regla y su sentimiento


deberá proponerse este curioso problema: ¿soy o no soy un gran hombre? […] ¡Oh,
fíese de su genio, si lo tiene. ¡Fíese! En verdad, la experiencia puede inspirar mucha
confianza.

[…] Donde luego las opiniones de los Románticos eran unánimes, me ha parecido, y me
parece, que era en esto: que la poesía debe proponerse como objeto la verdad, como
única fuente de un gozo noble y durable; dado que aquello que es falso puede bien
entretener a la mente, pero no enriquecerla ni elevarla; y este mismo entretenimiento es,
por su misma naturaleza, inestable y temporal, pudiendo ser, como es deseable que sea,
destruido, es más, transformado en algo fastidioso. […] No quiero disimular ni a Usted
(lo que constituiría un pobre y vano artificio) ni a mí mismo, porque no deseo
engañarme, cuán indeterminado, incierto y vacilante en la aplicación resulte el
significado de la palabra “verdad” en relación con los valores de la imaginación. El
sentido obvio y genérico no puede ser aplicado a éstos, en los cuales todos están de
acuerdo que deba haber algo de inventado, lo que significa algo falso; la verdad […] es,
pues, algo diferente de eso, que generalmente se quiere definir con esa palabra y, para
decir mejor, es algo no definido.

[…] El sistema romántico, emancipando a la literatura de las tradiciones paganas,


quitándole la obligación, por así decir, de una moral voluptuosa, soberbia, feroz,
circunscripta en el tiempo […] ciertamente tiende a hacer menos difícil el introducir en
la literatura a las ideas y a los sentimientos que deberían informar cualquier discurso. Y,
por otra parte, proponiendo también en términos generalísimos la verdad, lo útil, lo
bueno, lo razonable, confluye […] con las palabras al objetivo del cristianismo; no lo
contradice, al menos en los términos.

[…] Si debiese escribir estos pensamientos para publicarlos, me sentiría obligado a


poner rápidamente aquí muchas restricciones, para que otros no creyesen, o no quisiesen
creer que yo crea que el sistema romántico hará espiritual a toda la literatura, hará de los
poetas tantos misionarios, etc. Pero escribiéndole a Ud., si dudo de mis ideas, tengo al
menos la satisfacción de estar seguro de que serán tomadas según su medida.

Brusuglio, en las cercanías de Milán, 22 de septiembre de 1823

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