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El jaguar

En nuestra mitología el jaguar es un dios fuerte, inteligente y poderoso; encarna la belleza y la


ferocidad, los dos polos opuestos. Es el padre que da origen al cruzarse con una mujer a nuestras
razas mesoamericanas.El dios jaguar está vivo. Los ritos lo hacen resurgir del ámbito
cosmogónico y del inframundo. Salen en Oaxaca, en los valles, la sierra o la costa; en Chiapas,
en la selva lacandona, en los Altos o en el Soconusco.Las máscaras que los personifican son
magníficas piezas, la mayoría talladas en madera, policromadas con incrustaciones de dientes,
piel, cerdas o espejos, según el estilo estético tradicional de la región. Otras representaciones
son las estatuas en cerámica de Amatenango, Chiapas; las recamadas de chaquira de los
huicholes de la Sierra del Nayar; los pintados o los bordados en textiles.Pero, donde más se
enseñorea este dios jaguar es en el actual estado de Guerrero. Aparecen en Chichihualco, en las
misteriosas danzas que ahí se realizan. Son de admirar la máscara laqueada de Olinalá, los
cascos tallados magistralmente en Teloloapan -donde están plasmados varios personajes, como
en el teatro griego- y no se diga las danzas del jaguar de Chilapa. El jaguar, el bien y el mal, por
ejemplo, son representados por un solo actor.En la Montaña de Guerrero hay un pueblo pequeño
y aislado que se llama Zitlala. Los primeros días de mayo salen los jaguares en un rito
impresionante. Hay unos riscos cercanos con cuevas, que son templos de veneración, en las que
se ven pinturas rupestres, probablemente de origen olmeca, la más antigua ele nuestras culturas.
Ahí está la imagen del dios jaguar haciendo el amor con una mujer.El rito empieza en la noche.
Suben al pico más alto, con hachones encendidos, a celebrar una ceremonia que nunca ha sido
presenciada por extraños, donde curiosamente, desde tiempos prehispánicos, comulgan con
tortillas y mezcal como alimentos divinos. A la mañana siguiente bajan por delante las mujeres
con sus músicos, bailando. Van ataviadas con sus vistosos trajes: una amplia falda con cenefas
horizontales -bordadas en brillantes colores con animales y plantas de la región-, un huipil
blanco, también bordado, y las casadas con un collar de ámbar brincándole en el pecho.Por otro
lado, en un recodo del río, casi seco pues es de estiaje, van apareciendo los jaguares. Surgen
chapoteando o bajan brincando de las laderas de las montañas. Portan un casco hecho de tiras de
cuero con ojos saltones en tubos, cerrados con espejos que encandilan con la luz del brillante
Sol y fauces rugientes con colmillos de jabalí. Van rodeados de seres del inframundo y sus
máscaras humanas llevan adheridos animales que habitan en las cuevas de la noche:
murciélagos, serpientes o alacranes venenosos; portan un gran sombrero de petate y un traje de
costal. Luego desaparecen y quedan los jaguares. Se van juntando, rugiendo, en una gran rueda.
En el centro está un anciano chamán que dirige la lucha. Salen dos al centro blandiendo un fuete
cuyas puntas tienen piedras. Saltan los felinos, se atacan bramando hasta dejar alrival en el
suelo, derrotado. Viene otro y otro hasta quedar el que no ha caído, victorioso. Éste será el que
reinará. Su poblado, al que representa, tendrá todo el año la primacía. Entonces regresan los
seres del inframundo, rodeando a su jaguar; algunos heridos desaparecen en la maleza. Han
pasado horas bajo un Sol pesado y seco. Cae la tarde y con ella ¡la primera lluvia ele la
temporada! Llegan al centro del pueblo los jaguares rodeados de su corte abominable y bailan
juntos con hombres, mujeres y niños, alzando los brazos y empapados con el agua fresca que
cae del cielo.

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