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Trabajo e Institución
Marx ha concebido al trabajo como la esencia del hombre. Por su parte, Hegel
ha sostenido que es el espíritu el que determina esta esencia. Aunque hablan de la
naturaleza humana en términos de procesos, es decir, de historia; sin embargo, ambos
yerran.
En efecto, Marx ha reducido la historia al trabajo. Por ello, él mismo sostiene
que la humanidad está aún en la prehistoria. Solo cuando se alcance la sociedad sin
clases, se escribirá la verdadera historia de la humanidad. Por su parte, Hegel ha tratado
de describir las distintas manifestaciones del espíritu como sendas objetivaciones del
mismo en la civilización. La sucesión de objetivaciones del espíritu sería la historia.
Marx y Hegel habrían perdido de vista la dimensión propia de la historia: los
acontecimientos. Esta pérdida tiene lugar porque ambos tratan de crear un monismo, sea
político, sea económico, para explicar los demás procesos constitutivos de la historia
que no necesariamente aparecen bajo estas dos categorías.
Si la dimensión propia de la historia son los acontecimientos, entonces lo que
Marx ha descrito está más cerca de la naturaleza que de la historia, pues el trabajo es, en
realidad, la continuación del proceso natural aunque mediado por la acción humana. El
trabajo es el proceso a partir del cual la civilización se desarrolla y se diferencia
finalmente de la naturaleza. En cierto sentido, podríamos decir que el trabajo es la
causa eficiente de la historia.
Por el otro lado, si la dimensión propia de la historia son los acontecimientos,
entonces lo que Hegel ha descrito debe entenderse como la causa final de la historia,
pues los procesos están explicados desde el final de los mismos. Este es el sentido de la
“inversión” marxiana: ver los procesos históricos desde la causa eficiente, no desde la
causa final. Sin embargo, a despecho de Marx y sus seguidores, la historia sigue siendo
vista desde afuera, sea económico o conceptual el principio que la anima. Por ello, el
final de la historia, para Marx, aunque está determinado, está aún por escribirse. Para
Hegel, en cambio, la historia ya culminó desde el momento en que decidimos hablar de
ella.
Entre ambas causas, existe, sin embargo, un mediador. Este mediador está en el
plano de la existencia. Sin él, la historia no puede tener lugar, pues él es el que
experimenta el proceso histórico. Este mediador no es permanente, es discontinuo. Este
mediador es un acto, un acto por el cual se confronta la necesidad a la libertad; o mejor,
un acto por el cual la voluntad se confronta con el acontecimiento. El hombre ejerce su
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libertad solo en este acto fundamental que le permite conjurar, en cierto modo, al
acontecimiento. Ambos, el acto de la voluntad y el acontecimiento, son accidentes en el
proceso que vincula al trabajo con la institución. El acto de la voluntad nunca se ejerce
ni en el trabajo ni en la institución. Por el contrario, el acto de voluntad siempre es algo
excepcional en la vida de los hombres, pues no constituye cualquier tipo de preferencia
o elección. Se trata más bien del momento en el que los procesos toman otro rumbo.
Esto solo ocurre cuando el acontecimiento tiene lugar. Para que ello suceda es necesario
que la cadena se rompa. En ese momento, se toman las decisiones pertinentes y se hace
ejercicio de la voluntad.
Pues bien, entre la causa eficiente y la causa final hay un proceso que está
mediado por la voluntad y por el acontecimiento. ¿Qué dimensión se encuentra entre el
trabajo y la política? ¿Qué dimensión está plagada de actos de voluntad y de
acontecimientos, de actos que transforman la necesidad en finalidad? Aquí es donde
realmente se desarrolla la historia. Este ámbito es el vacío entre dos engranajes, el de la
necesidad mecánica y el de la necesidad teleológica. Se sabe que ambos órdenes, el de
la política y el del trabajo, pueden padecer acontecimientos, pero los sufren de manera
excepcional, es decir, de suerte que el proceso regular se rompe por un momento. Ahí,
ambos procesos se ven interrumpidos por un orden exterior, el orden de lo excepcional.
Se trata del ámbito excepcional por antonomasia. Se trata del ámbito de la
transformación de la materia en espíritu y del espíritu en materia: la religión.
El trabajo y la institución son, pues, el comienzo y el fin de la historia, pero no la
historia. Si la historia es existencia, entonces el trabajo y la institución son sus
principios externos. La existencia toma cuerpo a partir de ellos, como si se tratase de
una sustancia que se va moldeando a medida que el proceso tiene lugar. La causa
eficiente le da el impulso, la causa final le da la finalidad. Con respecto a estos
principios, la historia, en tanto existencia, sería pura interioridad. Sin embargo, con
respecto a la regularidad de los procesos, la existencia, en tanto historia, sería pura
exterioridad, pues el acontecimiento siempre proviene desde el exterior de los procesos.
¿Qué es la historia entonces? La historia es el despliegue de la existencia.

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