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28 de septiembre de 2018

LENGUAJE INCLUSiVO/ UNA PROPUESTA PARA EL


AULA
Me nombro. Te nombran.
Cómo sacudir el lenguaje sexista sin quedarse en el intento.
Por Sandra Aguilar

¿En qué casos usar la “e”? ¿En qué casos usar la “x”? ¿De qué da cuenta el uso del
“lenguaje inclusivo”? ¿Da cuenta del tipo de auditorio que estoy suponiendo o de las
presencias de los cuerpos que están efectivamente allí presentes? ¿Cuál es el sentido de
desmontar el binarismo de género cuando entre el auditorio no hay personas trans o género
fluido? ¿Es solo para quedarme tranquila con mi conciencia bienpensante tolerante de la
diversidad? ¿O nos vamos a hacer cargo del efecto del nombrar que ejercemos como
sujetxs que tomamos la palabra? ¿Contemplaremos cómo quieren ser nombradas las
personas que tenemos delante?

Esto de sacudir el lenguaje sexista y arrebatarle la posibilidad de nombrar en términos


universales suma años. Allá por los 90, la amplia difusión de las tecnologías de la
información e Internet nos presentó una nueva grafía: el arroba, que integra en un recurso
gráfico las formas masculina y femenina. Así se inauguró una de las estrategias, pero no la
única. Hoy la vemos aparecer en un puñado de mensajes y correos, con un claro corte
generacional y cierto tinte demodé. Mientras, en las redes abundan las “x” y la “e”. Unos
años antes, en los 70, en el movimiento feminista circulaba que aquello que no se nombra
no existe, tensionando la necesidad de nombrar lo femenino y a las mujeres.

Más adelante, tanto desde el activismo intersex como el trans pincharon el uso del @ –y el
de la barra– por mantener el binarismo de género y sostener los esencialismos biológicos,
lo cual no contempla estas existencias. Corrían los años 2000. Así, el * (asterisco) fue
promovido por el activismo de las personas trans e intersex. En la escena local esa irrupción
está estrechamente vinculada a Mauro Cabral, activista intersex, de la organización GATE.
Criar la lengua del desacato, siguiendo a la maestra Valeria Flores, implica fugarse de las
normas establecidas, de un lenguaje que nos ha violentado sistemáticamente en su vocación
totalizadora y universalizante. En ese sentido no deberíamos pretender normalizarlo,
docilizarlo. Mauro Cabral en un poema publicado en “Interdicciones” donde abogaba por el
uso del asterisco terminaba diciendo:

“El asterisco no se impone./De todas las cosas,/Esa./Esa es la que más nos gusta.”

Cabe preguntarnos ¿en qué medida el uso compulsivo de la “e” no vuelve a estabilizar algo
que viene siendo sacudido? El modo progresivo en que la “e” se instituye, en algunas
aulas en ocasiones es incómodo y en otras es, bien al contrario, lo “esperable”.

El aula: lugar para la inestabilidad

Entrar al aula y preguntarle a lxs estudiantes cómo quieren ser nombradxs. Preguntar por el
marcador de género, concretamente: pronombres. ¿Con qué pronombres se identifican las
personas que integran el alumnado de ese lugar, en ese momento? Así, cada unx de lxs
estudiantes se nombra, y en ese gesto nos corremos de posiciones autoritarias en tanto
docentes para que la afirmación esté en manos de ellxs. De Dean Spade, activista trans
estadounidense, tomo esta propuesta y otra más: no pasar lista ni leer la lista en voz alta
hasta que lxs estudiantes se nombren. Algunxs elegirán sobrenombres, otrxs quizás no
quieran usar el nombre que consta en sus DNI, por obsoleto para sus vidas. El gesto fértil
radica en poner a lx docente en posición de escucha, oír lo que la otra personas tiene para
decir de sí y salirnos de los supuestos universales de un lenguaje sexista, androcéntrico y
heteronormado.

Esta propuesta puede ser desestabilizante no sólo en términos de la performatividad del


lenguaje sino también del vínculo político-pedagógico tradicional que habita en las aulas,
donde se supone una relación de poder en la cual docentes ocupamos un lugar jerárquico,
vertical, apoyado -entre otras cosas- en la distancia afectiva -y artificial- que postuló la
pedagogía moderna. Distancia que se apoya en el trato desde los apellidos, marcando una
impersonalidad y un supuesto de universalidad de los cuerpos que habitan las escuelas, sean
lxs docentes o lxs estudiantes. En ese sentido, esta práctica en la cual lxs estudiantes se
nombran nos posiciona en un lugar de escucha de la otredad. Nos corremos del lugar de
nombrar solo por ocupar ese rol jerárquico. Habilitamos la posibilidad de construir otros
vínculos políticos-pedagógicos. Al atender cómo se auto-perciban estamos desmantelando
la lengua del mandato, así como interrumpiendo e interviniendo la gramática escolar que
conocemos. Desmontar el lenguaje del mandato implica muchos otros ejercicios e
intervenciones. Ésta es apenas una propuesta de trabajo en el aula, pero hay mucho más
para desarmar.Siasta acá…

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