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UNIVERSIDAD DE CHILE

Facultad de Ciencias Sociales /Fac. de Medicina


Magister en Psicología Clínica de Adultos

Trauma, Experiencia y Cultura.


Trauma, Experience and Culture.

Jaime Lavín

Universidad de Chile

Javiera Mahana

Universidad de Chile

Cristhian Saavedra

Universidad de Chile

Resumen
En este artículo, aspiramos a realizar un análisis crítico de los determinantes culturales que están a la base
de la emergencia del actual interés por el trauma. En primer lugar, nos interesa abordar la pregunta por si
nuestra época puede calificarse como multiplicadora de acontecimientos traumatizantes, o si más bien se
trataría de una merma en los recursos protectores del sujeto contemporáneo. Nos serviremos del concepto de
experiencia en contraposición al de acontecimiento, para dar cuenta del lugar del trauma en la cultura.
Intentaremos sentar las coordenadas básicas que permitan situar la conceptualización de lo traumático en la
actualidad, para finalmente poner en tensión dicha conceptualización con la desarrollada por el
psicoanálisis.

Palabras claves: Trauma, experiencia, cultura.

Abstract

In this article, we aspire to elaborate a critical analysis of the cultural determinants that are to the base of the
irruption of the current interest about trauma. First, we want to approach the question about if our time can
be qualified like the cause of several traumatic events, or if rather it would be a question of a decrease in the
protective resources of the contemporary subject. We will use the concept of experience in contraposition to
that of event, to justify the place of the trauma in the culture. We will try to sit the basic coordinates that
allow to place the conceptualization of the traumatic thing at present, finally to put in tension the above
mentioned conceptualization with the developed one for the psychoanalysis.

Key words: Trauma, experience, culture.

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I. Introducción
Asistimos a un interés creciente por el asunto del trauma y su tratamiento. Tal interés
resulta evidente al constatar la proliferación de la literatura concerniente al tema (Soler, C.
1998, Laurent, 2001, Belaga, 2005), la que va desde el asunto diagnóstico – con la primacía
de la lectura biológica reflejada en el diagnóstico de Trastorno por Estrés Post-Traumático
de los manuales de clasificación estadísticos- hasta lo que concierne a la dimensión política
y social del trauma, traducido en el interés del Estado por ubicarse en el lugar “reparador”
de los traumatismos a causa de la guerra, las catástrofes naturales, el terrorismo y la
violencia sexual.
En este análisis, entenderemos por actual lo que se ha llamado modernidad tardía o
postmodernidad.
Consideramos relevante realizar el análisis de los determinantes socioculturales del lugar de
lo traumático en lo actual, dado que ese lugar, ese discurso, tiene incidencias directas en la
práctica clínica.

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II. Freud y su conceptualización del trauma.


A partir de la obra freudiana, resulta pertinente establecer una distinción entre los diversos
tipos de “traumas” que en aquella se encuentran.
En la primera elaboración teórica que construye Freud, con respecto a la etiología de la
neurosis, se pone en primer plano la existencia de un acontecimiento traumático de índole
sexual en la niñez temprana de los sujetos, que a modo de “elemento extraño” genera la
aparición de síntomas. Se trataría de una experiencia de carácter sexual que, dada su
intensidad, resulta imposible de ser tramitada por el “aparato psíquico” durante una etapa
aún temprana de su desarrollo. Se trata de un acontecimiento que desborda a un “aparato
anímico” todavía en formación, y que por ende, presenta un potencial patológico. Este
acontecimiento, adquiere el carácter traumático a posteriori, al ser resignificado por una
segunda escena en lo cual lo sexual puede ser insinuado y que ocurre después de la
pubertad (Freud S. , 1895).
Esta postura etiológica es la que subsiste sin mayores modificaciones hasta 1897, momento
en que la Teoría de la Seducción cede lugar a la preeminencia de la fantasía en la vida
anímica de los neuróticos: el trauma supuesto era una fantasía histérica (“Ya no creo más
en mi ‘neurótica’”, le escribe Freud a Fliess en la carta del 21 de septiembre de 1897). “La
escena deja de tener estatus de realidad objetiva para pasar a ser realidad psíquica” (Insúa,
2008, pág. 17). En esta “realidad psíquica” el trauma freudiano continúa teniendo carácter
sexual, dice relación con la seducción de los adultos, de los progenitores: “esta seducción
tiene texto, va armando el fantasma y el Edipo, por tanto su carácter traumático está sólo
determinado por la pasividad de ese tiempo de la vida anterior al segundo despertar sexual”
(Insúa, 2008, pág. 17).
En 1920, Freud escribe “Más allá del principio del placer”, que marca un cambio con
respecto a la concepción clínica con la que venía trabajando hasta ese momento, en parte
influido por los efectos de la Gran Guerra y la conceptualización de las neurosis
traumáticas. Una de las novedades capitales en el texto, es la introducción de la Pulsión de
Muerte.
Los datos clínicos con lo que Freud trabaja en ese momento, son los relacionados con la
“compulsión de la repetición” de sucesos del pasado que no traen asociados ninguna
posibilidad de placer y “cuando tuvieron lugar no constituyeron una satisfacción”. Pone en
una misma serie el juego del niño que repite una impresión desagradable y la repetición de
la escena traumática en los sueños. Frente a la pregunta sobre qué finalidad tiene la
repetición de la escena traumática en los sueños, o de cualquier otra situación displacentera,
la respuesta que propone Freud es introduciendo la Pulsión de Muerte, es decir, definiendo
un ámbito de la vida psíquica que está más allá del principio del placer. En palabras de
Norberto Rabinovich, “semejante insistencia compulsiva para repetir traumas debería
contar con la fuerza impulsora de una tendencia a la destrucción. Destrucción de los lazos
de amor, destrucción de la pasión que tenemos por conservar la unidad e integridad de
nuestro propio cuerpo. La meta final es la destrucción de la vida misma” (Rabinovich,
2005, pág. 83).

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Recordemos que ya desde el “Proyecto”, Freud había planteado que el “aparato psíquico”
se rige por el principio del placer, es decir, por la tendencia de la actividad psíquica a evitar
el displacer el que está correlacionado con el aumento de las cantidades de excitación. El
placer estaría ligado a la descarga de dichas cantidades.
Al ubicar la “compulsión de la repetición” más allá del principio del placer, la está
ubicando como una tendencia más primitiva y elemental que el principio del placer que
sustituye. Por lo tanto, “el sueño traumático estaría en otro plano que el del principio del
placer y la realización de deseos”. (Insúa, pág.41).
En este momento del desarrollo de la obra de Freud, el acontecimiento traumático se
conceptualiza como la falla en la protección contra los estímulos, contra las grandes
excitaciones que desbordan el aparato. Freud distingue entre angustia, miedo y susto. La
angustia, es la expectación que prepara ante situaciones de peligro. En el miedo, a
diferencia de la angustia, se tiene un objeto determinado y el susto se conceptualiza como la
“invasión brusca, inesperada” Por lo tanto, la angustia protege ante el susto. El
acontecimiento traumático queda caracterizado por el factor sorpresa (no hay angustia
anticipatoria) y por la rotura de la protección contras las excitaciones.
En “Más allá del principio del placer” Freud (1920), plantearía que el aparato psíquico se
vería en la obligación de llevar a cabo la labor de ligar los montos de excitación, de tal
forma que resulte posible habilitarlo para la descarga futura. Lo traumático tiene la facultad
de interrumpir la ligazón que permite funcionar al principio del placer, poniendo a prueba
con ello la integridad y supervivencia del organismo.
Recapitulemos: Después que Freud abandona la teoría de la seducción, la sexualidad misma
se transforma en traumática. En este punto tenemos una concepción del trauma ligada al
fantasma, al Edipo, bajo la égida del principio del placer, ámbito en el cual el sujeto puede
responder a la angustia con síntomas. Cuando se trata del trauma ligado al más allá del
principio del placer (después de 1920), éste no tiene que ver con la construcción
fantasmática, sino se trata de un trauma que se relaciona con algún acontecimiento en el
que el factor sorpresa arrasa al sujeto y a sus posibilidades de ligar la cantidad de excitación
y energía.
Desde esta perspectiva, se puede suponer que el trauma, bajo la primacía de la Pulsión de
Muerte, adquiere un carácter de efracción, al modo de una efracción que afectaría al
“aparato psíquico” y a la posibilidad de simbolizar. Esto remite a pensar en algo que
desorganiza, que no puede ser elaborado ni puesto en palabras, lugar en que la noción de
trauma colinda con la amenaza de fragmentación psicótica. Así entendido, el trauma rompe
con la tradición, con el archivo (así como lo entiende J. Derrida), con la memoria.

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III. Antecedentes de lo Traumático en la cultura.

En el apartado anterior, hemos realizado un recorrido introductorio en la obra de Freud, con


el objetivo de precisar cómo conceptualiza lo traumático. Es sobre todo a partir de los
desarrollos teóricos de 1920, en donde resulta más clara la dificultad de separar los aspectos
socioculturales asociados al trauma de su dimensión puramente subjetiva. Parte de las
reflexiones de Freud en ese momento, arrancan de los efectos catastróficos de la Guerra.
Es también en 1920, cuando él se pronuncia con respecto al modo en que los médicos
militares austriacos trataban a los neuróticos de guerra.
En este apartado, nos detendremos a revisar algunos antecedentes que permitan precisar las
coordenadas básicas del lugar de lo traumático en la cultura. Nos centraremos en los
aportes de Walter Benjamin, en especial, los que abordan los efectos de la Modernidad y
los propiciados por la Primera Guerra Mundial. La obra de Benjamin se nos presenta como
una lúcida descripción de procesos que se iniciaron a principios del siglo XX y que aún no
concluyen.

Benjamin y la Civilización del Shock


En su ensayo consagrado a Baudelaire (1939), W. Bernjamin plantea que el hombre
moderno ha perdido la capacidad para tener y transmitir experiencias. La experiencia, para
el pensador alemán, se ha empobrecido. Las experiencias a las que alude Benjamin
corresponden a las que se narran, asociadas a las tradiciones individuales y colectivas. La
experiencia, así entendida, es solidaria con la huella que deja el acontecimiento, con la
memoria. Hablar desde la “propia experiencia” es hacerlo desde la autoridad que otorga la
“palabra y el relato”.
Benjamin sitúa en la Primera Guerra el punto de inflexión en el desarrollo de la conciencia
moderna, y en el proceso de “liquidación de la experiencia”, punto cúlmine de procesos de
cambios decisivos en la esfera de lo político, lo social y cultural: “Con la Guerra Mundial
comenzó a hacerse evidente un proceso que aún no se ha detenido. ¿No se notó acaso que la
gente volvía enmudecida del campo de batalla? En lugar de retornar más ricos en
experiencias comunicables, volvían empobrecidos” (Benjamin, 1936). La civilización
contemporánea a la guerra “se encontró súbitamente a la intemperie, en un paisaje en que
nada había quedado igual a excepción de las nubes. Entre ellas, rodeado por un campo de
fuerzas de corrientes devastadoras y explosiones, se encontraba el minúsculo y quebradizo
cuerpo humano” (Benjamin, 1936, pág. 112).
Benjamin se sirve de los desarrollos freudianos de “Más Allá del principio del placer”
(1920), para dar cuenta de esta destrucción de la experiencia del hombre moderno. Arranca
de lo que a su juicio es la tesis central del planteamiento de Freud: la conciencia surge en
lugar de la impronta mnémica. La conciencia se distinguiría así de la memoria en que el
proceso de estimulación no deja una perturbación perdurable de sus elementos, sino que
más bien se evapora en el fenómeno de la toma de consciencia. Para Freud, la conciencia
tendría como función la protección contra los estímulos, de la energía que obra en el mundo

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externo, tarea más importante incluso que la recepción de estos. La amenaza proveniente de
esa energía, “es la amenaza de shocks (…) a teoría psicoanalítica trata de explicar la
naturaleza de los shocks traumáticos ‘por la ruptura de la protección contra los estímulos’”.
(Benjamin, 1939)
A partir de los aportes de Freud, Benjamin argumenta que la transformación de la
experiencia del hombre contemporáneo se traduce en que para éste la experiencia ha
derivado en una “para la cual la recepción de shocks se ha convertido en regla” (Benjamin,
1939). Se trata de los shocks que forman parte de la cotidianeidad de sociedades marcadas
por la presencia de la “multitud y la máquina”, lo que guarda relación con la vida en
grandes ciudades y el automatismo exhibido por las conductas humanas, en respuesta a
dichos shocks de la Modernidad. La tecnología en este sentido, juega un rol fundamental en
la transformación de la cultura moderna, puesto que con la intrusión de las nuevas técnicas,
logra incluso modificar las expresiones artísticas en las cuales previamente se advertía de
manera tan vívida la experiencia.
La consecuencia de estas transformaciones sería “una toma de conciencia rápida, una
defensa frente al impacto, pues hay un flujo incesante de excitaciones que ponen a prueba
la tolerancia de los sujetos”, ya que “cuanto más normal y corriente resulta el registro de
shocks por parte de la conciencia menos deberá temer un efecto traumático por parte de
estos” (Echevarría, 1998). Esto se produce al precio de “esterilizar la conciencia para la
experiencia, lo característico del shock es no dejar huellas, quedar disuelto en la conciencia
en la medida que es tolerado por ella” (Echevarría, 1998, pág. 136).
Si bien el análisis benjaminiano se centra en los inicios del siglo XX, no podemos dejar de
considerar la actualidad de su planteamiento. En algún sentido, la transformación de la
época asociada a lo que podría calificarse como la “Civilización del shock” se ha
acrecentado hacia límites insospechados. Nos interesa ahora describir dicho
acrecentamiento, que ha llevado desde la Civilización del shock a la del trauma.

Laurent y la “Civilización del Trauma”.


Eric Laurent (2002), ha sido uno de los analistas que ha intentado dar cuenta del creciente
interés que hay por lo traumático. Para él, hay ciertos determinantes sociales que
permitirían explicar dicho interés. Postula que asistimos en nuestra civilización al “trauma
generalizado”. Después de la caída de los relatos que ordenaban el mundo y otorgaban la
posibilidad de identificaciones más o menos estables (la familia, las clases sociales, los
roles tradicionales de género), el hombre contemporáneo se ve enfrentado a la precariedad
cuando algún acontecimiento llega a desestabilizar los endebles “imaginarios de
seguridad”. (Belaga, 2005).
En un mundo transformado por la ciencia y la globalización económica, se generaría una
suerte de “incertidumbre fabricada” (Belaga, 2005) que intervendría todos los ámbitos de la
vida. Ante la inexistencia de un ideal común y un consecuente vacío subjetivo, el modelo
científico aparece como una posibilidad de responder a la incertidumbre otorgando un

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sentido. El discurso de la ciencia funcionaría como un “punto de capitón”, brindando


respuestas al sin sentido por medio de una descripción programada de los sujetos y del
entorno, intentando incluso, calcular de manera cada vez más precisa, todos los riesgos
posibles. Bajo esta lógica, el mundo operaría al modo de un “programa de computación”. Y
en la medida que esta causalidad toma consistencia, es que surge “el escándalo del trauma”,
como aquello que escapa a toda sistematización. Todo lo contingente, o aquello imposible
de programar, devendría trauma.
En este marco, cabe introducir lo que Eric Laurent (2002) define como trauma. Se trataría
de un acontecimiento, un episodio externo a la estructura. El trauma como acontecimiento
externo remitiría a lo contingente, a la irrupción de un real que sorprende de manera
inesperada.
En este sentido, el filósofo chileno Cristóbal Holzapfel (Holzapfel, 2007) reflexiona acerca
de las consecuencias del progreso científico y de la mentalidad racional. Desde la
perspectiva de pensamiento del filósofo y sociólogo francés, Jean Baudrillard, el autor
analiza algunas de las posibles utilizaciones y alcances de la racionalidad que sustenta el
desarrollo científico. La lógica concomitante a la racionalidad científica tendería a inhibir
aquello que no responda a una regularidad, buscando someter a una ley todo lo que pudiera
resultar azaroso. La ciencia al generar una causalidad predefinida, por medio de una
supuesta consistencia discursiva, determinaría la comprensión del concepto de trauma
como lo ligado a lo sorpresivo, o a la irrupción de una causa no programable.
Sin embargo, la vivencia de lo contingente no resulta traumática en sí misma, sino en
función del valor que adquiera para el sujeto. La particularidad del sujeto afectado
determinaría el que dicha vivencia se haga valer como trauma. En este sentido, lo
traumático se establece après coup, cuando algo de lo externo se liga con lo interno,
generándose un encuentro entre una fantasía y un acontecimiento sorpresivo externo que al
anudarse produce trauma. (Laurent, 2002).
En un marco más amplio, Laurent y otros, han intentado dar cuenta de la época actual al
describirla como la del momento del “Otro que no existe”, momento de crisis de los
discursos, los que habrían sufrido una creciente desmaterialización, lo que los haría
proliferar deshabitados: discursos vacíos. Tal propuesta es solidaria con las que
conceptualizan la llamada postmodernidad, que en términos simples se identifica con la
caída de los grandes relatos. Esto, traería aparejado una serie de “síntomas sociales”, tales
como la proliferación de la violencia (“la violencia postmoderna que se infiltra por
doquier”) y en las que se ubicaría esta generalización del trauma de la que habla Laurent.
Desde nuestra postura, las coordenadas culturales e históricas del trauma están presentes
desde la Modernidad. Es decir, planteamos que la generalización de lo traumático no es
síntoma de la llamada postmodernidad sino que se entiende como la radicalización de
procesos de cambios sociales y culturales que se iniciaron con la Modernidad misma.

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Espósito y el Paradigma Inmunitario


En la misma línea del análisis de Benjamin, se ubica el que realiza Roberto Espósito
(Esposito R, 2004; 2006) de la realidad contemporánea. En su análisis, que es de orden
político, pone de relieve “un cambio de fase” a propósito de dos acontecimientos políticos
mundiales cruciales de los últimos años: el derrumbamiento del sistema soviético en 1989 y
los atentados del 11 de Septiembre de 2001. Si bien, plantea Esposito, todo acontecimiento
colectivo es acompañado de un grado de impresivilidad -más si se trata de guerras o
revoluciones- siempre se puede decir que “fueron preparadas o, al menos, consentidas por
una serie de condiciones que las hicieron, si no probables, ciertamente posibles”. (Espósito
R, 2004) Los acontecimientos arriba mencionados, se escaparon de lo que, dentro del
contexto mundial, correspondía considerar como esperable; en general se acompañaron de
la sensación de sorpresa, fueron vividos como inesperados e incluso inverosímiles. La
impresión de Espósito es que a la hora de leer estos acontecimientos, se ha continuado
utilizando el marco político clásico (el de los derechos, de la democracia, de la libertad) el
que resulta insuficiente a la hora de dar cuenta de fenómenos más complejos y profundos.
Para él, hay otra escena, otra lógica que ha quedado velada en el uso de la filosofía política
moderna. Esa otra escena dice relación con la biopolítica, entendida como “implicación
cada vez más intensa y directa que se establece, a partir de cierta fase que se puede situar en
la segunda modernidad, entre las dinámicas políticas y la vida humana entendida en su
dimensión específicamente biológica”. Nunca antes, señala Esposito, el objetivo prioritario
del actual político, había sido la conservación de la vida. De esta manera, se instala la
preocupación por la conservación de la vida, con la práctica política se salvaguarda la vida
con respecto de los “peligros de extinción violenta que la amenaza”.
Los relatos salvíferos de la modernidad se hicieron más apremiantes cuando comenzaron a
“debilitarse las defensas que constituyeron la caparazón de protección simbólica de la
experiencia humana hasta ese momento, esto es, a partir de la perspectiva trascendente de la
matriz teológica” (Esposito, 2006)
El hombre moderno necesita de una “serie de aparatos inmunitarios destinados a proteger
completamente una vida que, por secularización de referencias religiosas, está
completamente entregada a sí misma” “es entonces que las categorías políticas
tradicionales como la de orden y también la de libertad asumen un sentido que los empuja
cada vez más hacia la exigencia de seguridad”. (Espósito R, 2004)

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IV. Discusión

Intentando formular una delimitación conceptual del trauma, la cual se vuelve necesaria a
partir del uso indiscriminado del término sobre todo en discursos diferentes, podemos
dilucidar algunos rasgos elementales sobre los cuales existe un cierto grado de aceptación,
y otros que pudiendo resultar menos consensuados, parecen de todos modos tener validez
desde la clínica.
Un primer grupo de características estaría dado por, el factor sorpresa que suele acompañar
al trauma, y que supone un estado de pasividad y vulnerabilidad no sólo para el aparato
psíquico, sino que para todo el organismo, amenazando o comprometiendo a cabalidad la
integridad y la supervivencia del mismo. Es decir, el individuo se vería enfrentado a un
estímulo que hace una aparición repentina, cuyo impacto resulta inevitable, puesto que se
ve forzado a intentar incorporarlo a su experiencia. La colisión inminente con dicho
estímulo hace patente para el individuo el riesgo de verse seriamente afectado, o inclusive
de morir a costa del mismo. Esto por lo general tiene un efecto desarticulador sobre el
aparato anímico, e impide su quehacer habitual. A tal grupo de elementos podríamos
llamarle “condiciones previas al trauma”, ya que en su gran mayoría corresponden al
contexto inmediatamente anterior a la irrupción de lo traumático. Sin embargo, cabe
precisar, que lo sorpresivo del evento no constituye por sí solo algo traumático, si no que
más bien cobra sentido en función de las particularidades del sujeto. En otras palabras, el
trauma siempre es el producto del entramado entre cualidades de lo interno y el suceso que
desde lo ajeno pone a prueba.
Entre las restantes cualidades del trauma encontramos, aquellas que versan específicamente
sobre las alteraciones generadas a causa de aquél, al interior del aparato psíquico, como la
suspensión de la capacidad de tramitación de los estímulos provenientes desde el exterior,
la interrupción de la simbolización al resultar imposible poner en palabras lo padecido, o la
alteración de gran parte de las funciones psíquicas.
Respecto de la pregunta acerca de nuestra época como potencial multiplicadora de
acontecimientos traumáticos, consideramos lo siguiente. No se trataría del aumento de
incidentes adversos en la actualidad, puesto que violencia y catástrofes han acompañado a
la humanidad desde siempre. Pensamos que la comprensión de los sucesos acontecidos,
desde el paradigma de la ciencia conlleva rotular como trauma todo aquello que escapa a la
lógica de la programación. Desde el paradigma inmunitario se abordaría con una lógica
científica biológica lo relativo a lo subjetivo, a lo humano, generando una sensación de
peligro e inseguridad. En este contexto, se entienden las denominaciones de “Civilización
del Trauma” o “Escándalo del trauma” como reflejo de un paradigma que opera a la base.
En este sentido, cabe preguntarse por el contexto histórico en que se localiza un posible
acontecimiento traumático. ¿Qué es lo que determina que un suceso devenga traumático
para un sujeto y para otro no? Para responder esta pregunta es necesario hacer mención al
concepto de experiencia. Es posible pensar que en la actualidad se rompe con la

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experiencia, entendida como tradición, como narración que se transmite en la cultura.


Trauma sería aquello que no se puede registrar, algo que no entra en la lógica de los
síntomas y la represión. En lo traumático no hay nada reprimido; en términos de Benjamin,
lo traumático no constituyó experiencia, concebida esta última en tanto huella del
acontecimiento que entra en asociación con el registro, con el acervo mnémico individual y
colectivo.
La perspectiva ofrecida por Benjamin permite incorporar en torno al trauma, la dimensión
cultural propia de nuestra época. Desde el análisis del autor en cuestión, las nuevas
condiciones de existencia impuestas por la modernidad tienen un tinte traumático al generar
la destrucción de la experiencia con otros, que le dé un sentido. Soler incluso plantea que
los discursos -nosotros podríamos decir, la experiencia- funcionan como pantalla, defienden
al sujeto de lo real, le dan sentido. La extinción de los metarrelatos -que otorgan un sentido
compartido a los acontecimientos de la existencia- supone una pérdida sensible dentro de
los recursos del sujeto.
Por otro lado la lógica de fondo, en torno a algunas consideraciones que plantean el
acrecentamiento de eventos traumáticos, es como antes mencionábamos la del paradigma
inmunitario. Vivimos en una época en la que la lógica de dicho paradigma se ha
radicalizado, lo que acarrea como consecuencia la intensificación de las demandas de
seguridad. De algún modo se ha invertido la relación entre peligro y protección, la demanda
de protección es ahora la que ocasiona la sensación de peligro. Puesto en términos
freudianos, se buscaría fortalecer la pantalla anti-estímulo, lo que no necesariamente se
correlaciona con un aumento de los quantum energéticos que amenazan al aparato.
Por otra parte, el aporte del psicoanálisis en gran medida pasa por el rescate de la
experiencia. El lugar de la subjetividad. De hecho, desde el psicoanálisis hoy encontramos
autores, como es el caso de Aceituno, que incluso llegan a sostener que el trauma no
solamente pone en aprietos al psiquismo del sujeto, sino que al mismo tiempo ejerce un rol
protagónico en la constitución de la subjetividad.
En síntesis, si bien resultaría exagerado catalogar de generadora de trauma a la época
actual, sí es posible de todos modos plantear que las condiciones de existencia impuestas
por la modernidad, efectivamente reducen los recursos discursivos con los que el sujeto
cuenta para enfrentar lo real, aquello que irrumpe de la manera más cruda en el vivenciar de
los sujetos. Siguiendo esta línea argumental nos aventuramos en afirmar que dicho
empobrecimiento de la experiencia es lo que resulta traumatizante en la cultura, dado que
hay algo que no está registrado, algo silenciado, vale decir, evidenciamos en el presente
artículo la pérdida de la posibilidad de tener y transmitir experiencias.
El psicoanálisis es una apuesta por la experiencia, por la narración, la huella, el registro;
como discurso constituye una tendencia contraria a la predominante en nuestra cultura.
El desafío implícito en lo anterior, tiene que ver con la extensión y difusión en de la
posición del psicoanálisis en lo cultural.
El trauma tiene una dimensión constituyente que no podemos desconocer, pero que a la vez
escapa al alcance de la presente formulación.

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No es difícil encontrar nexos entre dicha idea acerca del psicoanálisis y los planteamientos
de autores pertenecientes a la filosofía política, en cuanto relación constitutiva entre trauma,
violencia y civilización. Esto queda claramente ilustrado en los mitos fundacionales de
ciertas culturas, en las cuales el trauma del asesinato inaugura el orden social tales como el
asesinato de Caín, la lucha fraticida entre Rómulo y Remo, el padre devorado
canibalísticamente por la horda original.
Desarrollar dichos argumentos dadas su riqueza y complejidad, amerita un espacio propio,
por lo que en esta ocasión, y ciñéndonos a lo propuesto en un principio, nos contentamos
simplemente con apuntar los tópicos en cuestión y con alcanzar ciertos avances
conceptuales en relación los temas que hemos intentado abordar.

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Bibliografía

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