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Introducción
La metafísica es presupuesta en primer lugar como una disciplina o área del saber
humano. Esta presuposición depende de la previa distinción que se haya hecho entre su
actividad y la actividad de otras disciplinas, de modo que pueda diferenciarse con claridad
una de la otra. Al respecto, Stephen Mumford (2008) señala algunas nociones históricas
sobre la definición de la metafísica como saber independiente con su propio objeto de
estudio (lo que es, lo que existe), tratamientos y metodologías. Por ejemplo, nos menciona
la definición tradicional aristotélica, en la que se propone la metafísica como un saber
general y abstracto que excede el campo de lo empírico, y, por tanto, se distingue
claramente de las ciencias positivas. Este es el modo usual de plantear el asunto: delimitar
la naturaleza de la metafísica en contraste con la delimitación de la ciencia. Respecto de
esto último, es útil el siguiente fragmento de Mumford (2008), donde se plantea esta
disyunción en dos posiciones antitéticas: “we find at one extreme the view that
metaphysics is meaningless nonsense and at the other the view that all empirical and
scientific knowledge is dependent on prior metaphysical understanding” (p. 26)
En mi caso, sugiero tomar distancia de ambos polos en tanto ambos significan haber
aceptado determinada resolución de los principales cuestionamientos filosóficos posibles.
En remplazo de esto, propongo tomar en cuenta la metafísica como una actividad de
segundo orden, es decir, como el segundo piso de una casa, que exige por necesidad un
primer nivel sobre el cual sostenerse. Del mismo modo en que Moulines (1982) entiende
la filosofía de la ciencia como una “interpretación de interpretaciones de la realidad” (p.
42), esto es, una teorización filosófica sobre las teorías científicas que explican los
fenómenos del mundo, yo postulo la metafísica como una teorización sobre cualquier
disciplina que intente responder las preguntas que le surgen al ser humano, superando el
espectro empleado en la FDC, que se limite a las teorías científicas.
Por supuesto, es preciso que clarifique el porqué de esta propuesta. Para esto, me referiré
a los beneficios que puede significar adoptar este enfoque. En primer lugar, a diferencia
de los extremos mencionados por Mumford (2008), esta postura permitiría deshacerse de
ambos. El desprecio de la metafísica como posible medio satisfactorio de producción de
conocimiento con alguna utilidad y/o sentido, y la metafísica como saber primario que
supedita toda disciplina a su previa aprobación son desechados. Ambos extremos suponen
una resolución taxativa sobre la naturaleza de la metafísica como disciplina teórica,
determinando su alcance y sus resultados. En segundo lugar, este enfoque garantiza tanto
la independencia como la co-dependencia de la metafísica, posibilitando tanto un carácter
instrumental referente a otra disciplina, como un carácter de originalidad en tanto saber
propio que se estructura con determinada legalidad original que no está presente en las
actividades que analiza.
II. Ejemplo de la metafísica como actividad intelectual de segundo nivel: el
compromiso ontológico y el vitalismo científico
Ahora bien, mi propuesta parecería demasiado vaga sin un ejemplo que permita entender
su aplicación efectiva. Para no dejar esto en deuda, procederé a desarrollar una
ejemplificación que demuestre la posibilidad del enfoque que propongo, utilizando como
hilo conductor el asunto del compromiso ontológico exhibido en el ensayo de Quine,
Acerca de lo que hay (2002).
En este texto, a partir de un debate filosófico entre Quine y dos filósofos ficticios sobre
lo que hay, vale decir, lo que es y existe, se plantea un interesante concepto que me parece
propicio para dar pie a mi propuesta. Este término es el de compromiso ontológico. ¿Qué
quiere decir esto? El entendimiento de este término ha de darse una vez se aclare el
contexto en el que surge: Quine intenta demostrar que la mera enunciación significativa
de ciertas entidades, sea para afirmar o negar la existencia que de ellas pueda predicarse,
no implica necesariamente nombrar un objeto, esto es, hacer referencia a un elemento
individual que existe, y, por lo tanto, no hay un compromiso ontológico en los enunciados
del tipo Pegaso es rojo. En efecto, no hay necesariamente un objeto al cual uno se refiera
con la enunciación de la palabra “Pegaso”. Del mismo modo, y respecto al problema de
los universales, una afirmación del tipo el perro es blanco no implica admitir perreidad y
blancura como entidades. El compromiso ontológico solo tiene lugar en un determinado
marco de referencia, esto es, en la medida en que cada teoría tiene su propia ontología y
uno la afirme.
Ahora bien, el ejercicio que propongo desde este término, es decir, el compromiso
ontológico, es el siguiente: tomando la metafísica como una actividad de segundo nivel,
sugiero aplicar el criterio del compromiso ontológico a problemas competentes a otras
disciplinas para ejemplificar mi hipótesis. Para esto, me valdré de una discusión científica
determinada, que desarrollaré en el siguiente párrafo.
En la discusión científica, uno de los términos más problemáticos resultó ser el concepto
de vida, que parecía designar una diferencia entre los diversos elementos que componen
el mundo físico, permitiendo establecer la diferencia entre organismos vivientes y materia
simple. Dentro de las ramificaciones naturales de cualquier discusión, una de las posturas
fue el vitalismo. Esta corriente, en oposición al mecanicismo y el fisicalismo, que
explicaban los procesos de los organismos vivientes como meros movimientos de la
materia, apeló a la existencia de cierto elemento que explicara la peculiaridad de los
organismos vivientes, esto es, animales y plantas. De este modo, diversos términos
aparecieron en el vocabulario común de los científicos desde el siglo XVII: protoplasma,
élan vital, fluido vital, fuerza vital, entre otros. Todos estos eran enunciados para designar
la existencia de una entidad que explicara los procesos de los organismos vivientes.
Bibliografía
- Mayr, E. (2016) “¿Cuál es el significado de la vida?”, en Bedau, M., Cleland, C., &
Sánchez-Ventura, M. La esencia de la vida, México: FCE, pp. 187-214
- Moulines, C., & Mosteriń Heras, J. (1982). Exploraciones metacientíficas. Madrid:
Alianza.
- Mumford, S. (2008) “Metaphysics”, en Curd, M., & Psillos, S, The Routledge
companion to philosophy of science. London: Routledge, pp. 26-36
- Quine, W. (2002) “Acerca de lo que hay”, en Quine, W. Desde un punto de vista lógico.
Barcelona: Paidós, pp. 39-59