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NIÑOS Y PADRES
COLECCIÓN
AUTOAYUDA
AUTOESTIMA
PARA
NIÑOS Y PADRES
La clave para la educacion,
la salud emocional
y el exito escolar y humano de tus hijos
Tony Humphreys
Titulo original: SelfSteem: TheKey to Your Child's Education
— relación de pareja;
— naturaleza del amor que se dispensa a los hijos;
— resolución de desavenencias familiares;
— nivel propio de autoestima;
— desarrollo de la autoestima de cada hijo;
— ayuda al hijo con problemas, y
— papel educativo de los padres.
Este libro, pues, se centra en estos temas. La efectividad de la labor de los padres
depende de la particular autoestima de cada uno de ellos (capítulo 5), de cómo se relacionen
entre sí (capítulo 2) y de la clase de ambiente afectivo que ambos estén dispuestos a crear
(capítulo 3). Esta efectividad se acrecienta cuando los padres son asimismo capaces de resolver
cualquier conflicto que surja y cuando poseen buenas facultades para optimizar conductas no
sólo entre ellos, sino también con relación a sus hijos (capítulo 4). El desarrollo de la
autoestima de cada niño es un proceso complejo; de aquí que sea esencial tener un
conocimiento de la naturaleza de la autoestima y del procedimiento que la desarrolle con
efectividad (capítulo 6). Los niños manifiestan una diversidad de problemas emocionales,
sociales y de conducta; por tanto, la comprensión de estos problemas y el descubrimiento de
formas constructivas para hacer frente a los mismos nos conducirán a mantener, y muchas
veces a aumentar, la autoestima del niño (capitulo 7). Por último, este libro analiza el papel de
los padres como educadores, estableciendo directrices para que puedan satisfacer la natural
curiosidad de sus hijos por aprender, de modo que su anhelo de saber siga en aumento durante
toda la vida escolar (capítulo 8)
El libro proporciona al lector interesantes estudios de casos prácticos y ofrece
procedimientos de probada efectividad para alcanzar los fines anteriormente establecidos. Cada
capítulo termina con una lista que incluye ideas importantes y acciones clave, las cuales
producirán los cambios necesarios para solucionar los problemas emocionales y educacionales
de los niños. Cada capítulo del libro tiene su propio carácter; de aquí que se puedan consultar
individualmente las secciones de un capítulo si se quiere llegar a comprender y resolver
cualquier dificultad en particular que surja en la vida de un niño, en la de uno de sus padres o en
la de la pareja. Para empezar, sería una buena idea leerse todo el libro siguiendo el orden
establecido, para así tener una impresión global de mis métodos de comprensión y resolución
de los problemas afectivos, sociales y educativos que padecen los niños.
El libro está particularmente dirigido a los padres con hijos en edad escolar, pero tiene
gran utilidad para cualquier otra persona que esté interesada en el desarrollo emocional, social y
educativo de los niños, siendo de particular importancia para aquellos profesores que tienen un
necesario trabajo de colaboración con los padres, quienes, como ya se ha dicho, son los
principales educadores de sus hijos y, por tanto, pueden prestar un apoyo y una ayuda esencial.
Ofrece una serie de reflexiones de por qué los niños llegan a la escuela emocionalmente
vulnerables y con escasa autoestima, mostrando cómo pueden resolverse estos problemas. El
libro puede ser de gran valor para aquellos empleados que actúan de enlace entre la escuela y el
hogar de los alumnos, para estudiantes de magisterio en prácticas, asistentes sociales y
familiares, psicólogos y asesores especializados en niños con problemas. También puede ser
útil para agrupaciones de padres empeñados en el estudio conjunto de temas relacionados con la
buena crianza de los hijos.
Este libro es producto de mis propias vivencias, de mi actividad como profesor de
enseñanza primaria y enseñanza media, de mis contactos profesionales con otros profesores tanto
en el ámbito corporativo como en el personal y, principalmente, de mi trabajo como psicólogo
clínico dedicado a ayudar familias, parejas, personas adultas, adolescentes y niños que han
tenido serios problemas. Mi experiencia me dicta que los padres están siempre más que
dispuestos a darles a sus hijos lo mejor, si bien a veces no son conscientes de los obstáculos que
esto supone y desconocen la forma de superarlos. Espero que este libro les sirva para allanar
tales dificultades.
Finalmente, he de asegurar que los estudios de casos prácticos incluidos en el libro han
sido lo suficientemente simulados como para preservar por completo su anonimato.
Capítulo 1
La autoestima y la educación
de vuestros hijos.
• LA AUTOESTIMA Y EL COLEGIAL
• LA NATURALEZA DE LA AUTOESTIMA
• LA AUTOESTIMA Y LAS DIFICULTADES DE APRENDIZAJE DE LOS
NIÑOS
• LA AUTOESTIMA Y LA MOTIVACIÓN DE LOS NIÑOS PARA APRENDER
• ORÍGENES DE LA AUTOESTIMA DE LOS NIÑOS Y LAS DIFICULTADES
DE APRENDIZAJE.
__Familias con ambos padres
__Familias de un único progenitor (padre o madre).
__Familias en minoría cultural.
• IDEAS CLAVE
LA AUTOESTIMA Y EL COLEGIAL
Los niños llegan al colegio portando dentro de sí las consecuencias de las relaciones que
mantienen con los adultos que más significado tienen para ellos en la vida. La relación más
importante es, sin duda alguna, la que sostienen con sus padres. A estos niños también les
afectarán, por supuesto, las experiencias que tengan con sus abuelos (especialmente si viven
bajo el mismo techo), tías, tíos y cuidadores contratados. Estas relaciones constituyen el espejo
a través del cual el niño o la niña desarrolla su autoestima. Cuando ambos alcanzan la edad
escolar ya tienen formada una imagen de sí mismos, imagen que puede alterarse por sucesivas
experiencias con profesores y compañeros de clase.
Ahora se sabe que, con frecuencia, los niños que tienen dificultades de aprendizaje en el colegio
tienen también problemas de autoestima y que es necesario que antes experimenten una
elevación de la misma si se quiere que estos niños aumenten su rendimiento escolar. Los
profesores pueden hacer mucho para aumentar la autoestima de sus alumnos, si bien la
participación de los padres en este aspecto es crucial, ya que, por encima de todo, los niños se
desviven por impresionar a sus padres y ser queridos y aceptados por ellos. Ahora bien, si el
niño que asiste a la escuela posee poca autoestima, es probable que los padres (ya sean
biológicos, adoptivos o meros agentes de crianza) tengan asimismo dificultades con su propia
autoestima. Los padres y los profesores que tengan una autoestima alta transmitirán este mismo
grado de autoestima a los niños, aunque no debemos olvidar que también puede suceder el caso
contrario. Este proceso sucede independientemente de si los padres y demás adultos importantes
en la vida del niño o de la niña * se den o no cuenta de él. Toda acción o expresión facial, así
como cualquier interacción gestual o verbal que tengan con sus mayores, transmitirá a los niños
algún tipo de mensaje sobre su talento, valía y capacidad.
NATURALEZA DE LA AUTOESTIMA
¿Evita los deberes que tiene que hacer en casa? Si se dan uno o varios de estos síntomas nos
encontramos ante un niño o una niña que duda de su capacidad.
Más adelante se dan algunos ejemplos de conductas que denotan en los niños una autoestima de
grado bajo a medio. Estas conductas son indicativas de la conmoción interior que experimentan los
niños; hay que aplicar, por consiguiente, un adecuado tratamiento cuando estas conductas se
manifiestan. Nos será de gran utilidad clasificar los anteriores modos de comportamiento en dos
grupos: indicadores de hiperconírol e indicadores de hipocontrol. Los niños que manifiestan un
hipocontrol de su conducta tienen más probabilidad de recibir asistencia psicológica, toda vez que sus
comportamientos problemáticos son un serio agobio para la actividad de sus padres, de sus profesores
o de ambos a la vez. El niño que, por el contrario, muestra un hipercontrol de su conducta está en
situación más precaria, ya que dicho hipercontrol, al no presentar síntomas que molestan el normal
discurrir de la existencia de la gente adulta, puede pasar desapercibido por sus padres y otros
familiares.
INDICADORES DE HIPERCONTROL
• Tímidos y ensimismados.
• Inusualmente reposados.
• Reacios a asumir nuevas actividades o retos.
• Demasiado dependientes de uno o ambos padres.
• Dificultades para mezclarse con los otros niños.
• Extremadamente concienzudos o apáticos en cuestiones de aprendizaje.
• Temerosos y timidos ante situaciones desconocidas.
• Propensos a molestarse cuando son positivamente corregidos.
• Extremadamente molestos cuando son corregidos negativamente.
• Inclinados a soñar despiertos.
• Temerosos de cometer errores o de tener fracasos.
• Tendencia a autodegradarse.
• Siempre predispuestos a complacer a la gente.
• Quejosos de dolor abdominal y de tener náuseas.
INDICADORES DE HIPOCONTROL.
• Agresivos.
• Coger rabietas con regularidad.
• Fanfarrones.
• Hacer con frecuencia novillos.
• Poco cooperadores cuando se les pide que hagan cosas.
• Solicitar insistentemente ayuda o estímulo.
• Preguntar continuamente si son queridos o necesitados.
• Evitar las clases aun a riesgo de sufrir la reprobación de sus padres.
• Culpar a los demás de sus propias equivocaciones.
• Destructores de pertenencias propias o ajenas.
• Descuidados cuando llevan a cabo tareas de la casa o de la escuela.
La forma en que los padres respondan a los problemas de autoestima de sus hijos estará
principalmente determinada por sus propios niveles de autoestima. Cuando son los mismos padres
quienes tienen dudas acerca de su propio valor y capacidad existe la tendencia por parte de éstos a ser
superprotectores o exigentes en demasía; aunque también se puede dar el caso de que lleguen incluso a
desentenderse de sus hijos. Esto da como resultado que los hijos tengan también dificultades de
autoestima. Por ejemplo, los hijos de profesores corren mucho más riesgo que los de cualquier otro
grupo profesional, ya que éstos suelen exigirles a sus hijos altos rendimientos académicos y son
proclives, por otro lado, a reprobar, ridiculizar, criticar y condenar el fracaso. Todos los niños desean
complacer a sus padres, por lo que la posibilidad de una humillación debida a la crítica y a la negación
del cariño producirá en ellos dos posibles reacciones. Una reacción es la apatía y la inhibición. En este
caso, el niño se abstiene de realizar cualquier esfuerzo académico o de otro tipo porque sabe que el
intentarlo conlleva el riesgo de una humillación o de un rechazo. El niño subconscientemente razona
así: «Si me abstengo de hacerlo, no fallo y, si no fallo, no hay humillación.» ¡Cuánta inteligencia
encierra esta estrategia! Paradójicamente, estos niños son tildados a menudo de «perezosos», «torpes»,
«estúpidos» o «inútiles». Si no se presta atención a su autoestima, estos niños no adelantarán
académicamente.
La otra reacción de los niños cuando ven amenazada su autoestima es la compensación. Esto se
hace evidente en el niño o la niña que es trabajador, perfeccionista, que dedica muchas horas a los
deberes escolares o que fácilmente se trastorna ante la perspectiva de un fracaso. De nuevo debemos
reconocer que es encomiable la sabiduría de esta estrategia. Trabajando tan duro, el niño intenta
eliminar cualquier posibilidad de fracaso, puesto que el fracaso y el error significan para él la
desaprobación de sus padres y profesores.
Estos niños, lamentablemente, se pierden otros aspectos de la vida infantil como son los juegos,
los amigos, las actividades deportivas y el placer de aprender. La identidad de estos niños está unida a
la conducta —particularmente a la académica— y, a menos que se resuelva esta cuestión de la
identidad, se irán convirtiendo cada vez más —a medida que crezca la presión académica a lo largo de
su vida escolar— en irnos perfeccionistas, empollones e inseguros crónicos.
Otro tipo de compensación se observa en aquellos niños que son jactanciosos, agresivos o
bravucones y que actúan con aires de superioridad. No obstante, estos niños raramente hacen un
esfuerzo, y toda presión por parte de cualquiera para que se apliquen más en el colegio
indefectiblemente recibe una contestación protectora de este estilo: «Podría hacerlo si quisiera, pero
¿por qué tengo que complacerte?» Al igual que los niños que utilizan la estrategia de la inhibición, y
como aquellos otros que les da por trabajar más de la cuenta, los niños que despliegan tal arrogancia
están en realidad protegiendo se contra cualquier posibilidad de fracaso, ya que, digámoslo una vez
más, el descalabro significaría para ellos humillación y rechazo.
Muchos adultos utilizan también estas estrategias de inhibición y compensación. Por ejemplo,
la fobia más común de todas es la de hablar en público. El 90 por 100 de la gente evita compromisos
de esta clase. El rehuir un compromiso como éste es un claro indicio de que existen dudas sobre la
capacidad y la habilidad para impresionar a los demás. De igual modo, numerosos padres se imponen
a sí mismos grandes exigencias y expectativas a fin de evitar cualquier probabilidad de equivocación o
fallo. Muchos padres aseguran que, por su parte, no han ejercido sobre sus hijos presión verbal alguna
para que obtengan buenas notas en el colegio. Puede que sea así; pero hay que tener en cuenta que las
acciones dicen mucho más que las palabras y que es el estilo de vida de los padres lo que
principalmente afecta a los hijos. Los niños creen que sus padres siempre tienen razón y, en
consecuencia, imitan indiscriminadamente sus actos hasta llegar a convertirse en su imagen y
semejanza. En la adolescencia los hijos llegan a convencerse de que sus padres no saben nada; pero
esta actitud tiene una duración relativamente corta cuando los condicionamientos procedentes de la
niñez son mucho más fuertes que esta rebelión transitoria. Algunos hijos desarrollarán un patrón de
conducta diametralmente opuesto al de sus padres, aunque igualmente extremista, lo cual dará como
resultado una vida desgraciada y problemática. Es lo que suele pasarle al alumno que abandona la
escuela como réplica a las presiones de sus padres para que mejore su rendimiento escolar,
consiguiendo únicamente echarse encima toda una serie de nuevos problemas.
Se ha demostrado que el padre o la madre que conmina a sus hijos a que saquen buenas
calificaciones escolares lesionan sin querer su autoestima y esto conduce a la inhibición o
compensación por parte de ellos para prevenir un daño mayor. Pero ¿qué pasa con el padre que
sobreprotege a sus hijos o ejerce sobre ellos poca o ninguna presión para que realicen esfuerzos
responsables? Si un padre o una madre excesivamente exigentes hacen inseguro y falto de confianza
en sí mismo a su hijo, los padres demasiado protectores producen idénticas vulnerabilidades. El padre
que lo hace todo por el hijo o por la hija y no le exige razonables contrapartidas no comunica ningún
mensaje de confianza a la preciada capacidad de éste para aprender y hacerse independiente. La
protección crea seres incapaces, convírtiéndolos en sujetos dependientes e inútiles. Puede que estos
niños se sientan queridos, pero de ningún modo se sentirán capaces.
Hay hijos que desconciertan a sus padres porque, poseyendo las necesarias cualidades, no
hacen esfuerzo alguno por aprender. El niño o la niña que tiene una alta autoestima muestra una
curiosidad natural por instruirse y afronta con entusiasmo cualquier nuevo reto que se le presente.
En ambientes sociales estos niños evidencian seguridad en sí mismos y también al abordar
cualquier tarea académica por muy dificultosa que sea. Por el contrario, la niña o el niño que
dispone de una autoestima entre baja y media pierde la pasión por aprender; cualquier tarea de
aprendizaje entraña el riesgo de un fracaso, algo que sólo le ha producido en el pasado
humillación y repudio. Es mucho menos doloroso sufrir el enojo de un padre o un profesor que el
bochorno y el castigo de un fracaso.
El éxito y el fracaso por sí mismos no tienen ningún efecto sobre la motivación para
aprender de los niños; sin embargo, sí pueden tener un efecto devastador las reacciones que sobre
estos dos hechos manifiestan los padres, profesores y otros adultos implicados. Cuando los
adultos reaccionan con complacencia ante una actuación exitosa y con reprobación ante una de
fracaso (por ejemplo, gritando, acusando, censurando o comparando), los niños empiezan a dudar
de su capacidad para estar a la altura de lo que se espera de ellos. A muchos padres (y a
profesores también) les cuesta trabajo llegar a comprender que alabar la realización con éxito de
una actividad ocasiona en los niños sentimientos de atadura o compromiso con los consiguientes
temores de no poder, llegado el caso, complacer a sus mayores. Los padres tienen que alentar a
sus hijos en sus esfuerzos por llegar a dominar una materia. Lo que cuenta es el esfuerzo, no la
realización. Si se pone todo el énfasis en la ejecución o en los resultados se puede eventualmente
llegar a una anulación total del esfuerzo o a un intento desaforado de cumplir con lo que se exige.
Todo esfuerzo por parte de los niños es un logro. Pensad en ese niño que consigue por vez
primera ponerse los zapatos y todo ufano se acerca a su padre y le dice: «¡Mira, papá!»,
señalando hacia abajo con orgullo. El papá mira hacia los zapatos y comenta con enfado: «Te los
has puesto al revés.» En ese momento el niño se sentirá desilusionado, herido y rechazado. Este
padre ha sido totalmente incapaz de darse cuenta de que el esfuerzo de su hijo constituye un logro
importante: por primera vez ha sido hábil para calzar sus pies con sus propios zapatos. Si hubiese
mostrado que estaba impresionado por el esfuerzo, el padre podría haber animado y guiado al
niño a aprender los pasos que le quedaban para calzarse bien los zapatos. Pero con esa reacción
tan negativa es improbable que su hijo lo intente de nuevo, o, si lo intenta, lo hará lleno de
ansiedad y con espíritu perfeccionista. Sin darse cuenta, el padre ha minado la autoestima de su
hijo. No ha llegado a aprender todavía que los niños, aunque fallen y cometan errores, son
siempre dignos de cariño, y que son capaces de aprender cualquier arte o técnica. Si los niños
experimentasen sólo de vez en cuando estas reacciones negativas de sus padres podría ser
entonces probable que su autoestima no sufriera un daño serio. Pero si tales reacciones fuesen
episodios regulares en la vida de un niño o de una niña, entonces no habría duda de que su
autoestima resultaría dañada.
Una importante regla que los padres deben tener siempre presente es que no solamente
conducen a una baja autoestima las exigencias no realistas, sino que también lo hace la falta
absoluta de exigencias. En uno y otro caso, los niños están condenados a un logro académico bajo
o a uno alto a costa de una excesiva aplicación. El padre o la madre sagaz sabe que existe un
punto óptimo de presión, justo aquél que hace que los niños se sientan positiva y razonablemente
puestos a prueba; pasar de este punto es correr el riesgo de que se angustien. El secreto está en
conocer el nivel actual de capacidad del niño y, a partir de ese nivel, trabajar de manera realista.
Otra importante norma para los padres es no permitir que sus hijos eludan la
responsabilidad. Amar a los hijos significa alentarlos y ser positivamente firmes con ellos para
que asuman y practiquen comportamientos responsables que les darán las habilidades y
conocimientos necesarios para tener una vida independiente, fructífera y llena de interesantes
desafíos. Los padres dejan de amar a sus hijos desde el momento en que les consienten que se
quiten responsabilidad de encima. Sin embargo, las metas que se les fijen tienen que estar en
consonancia con sus niveles de conocimiento y capacidad. Si la diferencia existente entre sus
niveles actuales de conocimiento y capacidad y lo que se espera de ellos es demasiado grande, los
niños se verán entonces amenazados y embargados por la ansiedad, lo que les hará recurrir bien a
la inhibición o bien a la compensación.
En la actualidad está más que probado que sin una debida atención a su autoestima no es
probable que los niños experimenten un progreso escolar a largo plazo. Las investigaciones
indican que, en general, los niveles de logro de las personas están influidos por la forma en que
ellas mismas se ven, o más concretamente, que la autoestima y el logro académico están
íntimamente relacionados. Los padres ocupan una posición de privilegio al influir en cómo se
sienten sus hijos acerca de sí mismos. El medio más importante de influencia de los padres es la
naturaleza de la relación que guarda con sus hijos; de forma que cuando esta relación reconoce
valores y expresa interés, la autoestima de éstos se elevará.
Las relaciones que mantengan entre sí los padres pueden también afectar la autoestima
del niño o de la nifía. Los niños que regularmente sean testigos de las ruidosas desavenencias o
de la silenciosa hostilidad de sus padres pueden llegar a convertirse en unos inseguros crónicos.
Los hijos dependen tanto de sus padres, que cualquier situación que amenace la relación de
pareja socavará la confianza que estos hijos tienen en que sus necesidades serán cubiertas. Los
niños no comprenden que un conflicto entre sus padres no tiene por qué significar una falta de
cariño hacia ellos; aunque está demostrado que cuando la desavenencia conyugal es continua,
lo más seguro es que las necesidades de los hijos sean desatendidas. Además, las relaciones de
enfrentamiento generalmente vienen caracterizadas por problemas de autoestima por parte de
cada uno de los cónyuges. La convivencia conflictiva lo único que hace es agudizar de muchas
maneras los problemas de autoestima tanto de la prole como de los padres. No es sorprendente,
pues, que los niños que provengan de hogares en los que las reyertas conyugales estén a la
orden del día no muestren interés por las actividades escolares. Con mucha frecuencia los
colegiales no revelan estos problemas domésticos, por lo que, en consecuencia, los profesores
pueden interpretar equivocadamente su falta de interés o cooperación o su talante agresivo,
como impertinencia, vagancia o descaro. En estos casos es probable que los profesores
castiguen, ridiculicen y amonesten a estos alumnos y que incluso les retiren su afecto, lo cual
no hace otra cosa que confirmarles en sus temores de que no sirven para nada ni son capaces de
hacer algo constructivo. De esta manera, los profesores se suman al desbarajuste hogareño y,
debido generalmente a sus defectuosas relaciones con alumnos conflictivos, lo único que
consiguen es que haya más problemas de autoridad en su clase.
Unos de los principales determinantes de la autoestima es la forma en que los miembros
de la familia interactúan entre sí. El hecho de que los padres mantengan entre ellos unas
relaciones razonablemente buenas no es obstáculo para que sigan teniendo problemas de
autoestima, problemas éstos que determinarán en gran medida su efectividad como padres.
Muchos padres viven su vida a través de la vida de sus hijos y, por consiguiente, bloquean el
desarrollo tanto de su propia autoestima como la de sus hijos. Otros padres pueden ser
negligentes, afectivamente fríos y sobreprotectores; todo lo cual daña la autoestima de los hijos.
Las familias con un solo progenitor son un hecho que cada vez se da con más asiduidad
en la sociedad occidental. No hay evidencias de que tina madre soltera (o un padre soltero) sea
menos efectiva que una madre casada (o un padre casado), aunque generalmente esta o este
último tienen las ventajas de la cooperación de un cónyuge, de unos mejores recursos
económicos y del respaldo de unos sistemas de ayudas sociales. Por su parte, la madre (o el
padre) que cría y educa a sus hijos en solitario tiene a menudo escasos recursos financieros,
está generalmente separada de su familia de origen y el respaldo que recibe de los programas de
ayudas sociales es exiguo o nulo. No es de extrañar, por tanto, que el estrés y las presiones que
sufren los padres solteros sean mucho más fuertes que los que sufren los casados. Los padres
solteros se merecen disponer de los recursos sociales y psicológicos necesarios para que se
sigan desarrollando como personas y lleguen a ser unos padres efectivos. Cuando estas
condiciones no existen, pueden surgir complicaciones en el seno de las familias representadas
por la madre o el padre en solitario, complicaciones que pueden dar lugar a problemas de
autoestima tanto en los hijos como en la madre o el padre. Un sistema de ayudas sociales
protector y responsable puede impedir la desintegración de tales familias.
No todos los problemas que tienen los niños en la escuela son debidos a ausencia de
autoestima. A veces la causa de estos problemas estriba en que los niños que pertenecen a una
determinada minoría cultural son educados de acuerdo con los patrones de lina cultura
diferente: la preponderante en el país en cuestión. Estos niños suelen proceder de comunidades
de inmigrantes, de áreas con altas tasas de desempleo o de zonas de fuerte raigambre obrera y,
por consiguiente, puede que no tengan las mismas motivaciones o intereses en su desarrollo
académico que sus compañeros provenientes de la clase media.
Hacer novillos o atrasarse en los estudios es el comportamiento normal de los niños que
pertenecen a minorías culturales. Existe una diferencia notable entre los niños que tienen fobia
o aversión al colegio y aquellos otros que prefieren por sistema escapar de él. En efecto, el
problema de estos últimos normalmente reside en la propia escuela, mientras que el de los
primeros hay que buscarlo en el hogar. El niño que hace novillos, por regla general odia la
escuela y suele ser la víctima de un profesor que lo está ridiculizando, amonestándolo e incluso
infligiéndole malos tratos. Este niño o esta niña puede ser también miembro de una minoría
cultural y puede que tenga dificultades para adaptarse a lo que exige la distinta cultura que
impera en la escuela a la que asiste. Por el contrario, los niños que tienen fobia al colegio
normalmente les gusta asistir a las clases y cuando lo consiguen generalmente son estudiantes
modelos. En estos casos, el problema está en el hogar y los niños puede que prefieran quedarse
en casa para «cuidan> de una madre que es maltratada por su marido o de uno de sus padres
que está muy necesitado de su ayuda. A veces el escolar permanece en casa a raíz de la llegada
de un nuevo hermanito o hermanita porque teme que, si se va a la escuela, sus necesidades no
serán cubiertas.
IDEAS CLAVE.
Los niños llegan al colegio portando dentro de sí las consecuencias de las relaciones que
mantienen con los adultos que en la vida significan más para ellos.
Las relaciones de los padres con los hijos constituyen el espejo en el que éstos se miran para
desarrollar un sentido de sí mismos.
Los niños que en la escuela tienen dificultades de aprendizaje frecuentemente tienen problemas de
autoestima.
Los padres con alta autoestima transmitirán este mismo grado de autoestima a sus hijos, aunque no
debemos olvidar que también puede suceder el caso contrario.
Cuando los niños tienen problemas de autoestima los manifiestan a través de un hipocontrol o de
un hipercontrol de su conducta.
Las conductas inhibitorias o compensatorias son mecanismos que utilizan los niños para evitar el
fracaso y las equivocaciones, toda vez que estas experiencias las asocian a la humillación y al
rechazo.
Los padres que conminan a sus hijos a que saquen buenas calificaciones escolares pueden lesionar
sin querer su autoestima.
Los padres que son excesivamente protectores socavan la autoconfianza de sus hijos.
El éxito y el fracaso por sí mismos no tienen ningún efecto sobre la motivación para aprender de
los niños; si embargo, sí pueden tener un efecto devastador las reacciones que sobre estos dos
conceptos manifiesten padres y profesores.
Lo que cuenta es el esfuerzo, no la realización o los resultados.
El énfasis en la realización o en los resultados puede eventualmente dar lugar una anulación total
del esfuerzo o a un intento desaforado de cumplir con lo que se exige.
Los niveles de logro académico de los niños están fuertemente influidos por la forma en que ellos
mismos se vean.
El medio más importante de influencia de los padres es su relación con sus hijos; así que cuando
esta relación reconoce valores y expresa interés, la autoestima de éstos se elevará.
Las relaciones que los padres mantengan entre si afectan a la autoestima de sus hijos.
Muchos padres viven su vida a través de la vida de sus hijos y, por consiguiente, bloquean el
desarrollo tanto de su propia autoestima como la de sus hijos.
Capitulo 2
Las personas incorporan sus dificultades de autoestima a las relaciones de pareja y todas
sus interacciones se ven afectadas por sus dudas, temores e inseguridades. Se sabe que los dos
primeros años de casados son los más difíciles; de aquí el dicho de que «el amor es ciego, pero
es el matrimonio el que abre los ojos». La tensión de los primeros años viene originada por los
esfuerzos que hace la pare para limar sus diferencias. Estas diferencias, además de interesantes
y de representar un reto, suponen una oportunidad de oro para que ambos cónyuges se
conozcan mutuamente. Pero cuando la j autoestima de uno o de ambos miembros es baja, las
diferencias se i convierten entonces en una temida amenaza y en un campo de batalla en j el que
cada uno de ellos intenta imponer su identidad a expensas del otro ; por ejemplo, el miembro
pujante o activo sostendrá con energía que sus necesidades, actividad profesional, puntos de
vistas, etcétera, son más ; importantes que los del otro; mientras que el miembro débil o pasivo
sacrificará su propia identidad en aras de una aceptación de su persona por parte del otro y de
un deseo de tener «la fiesta en paz». Cuanto más : serias sean las dificultades de los
componentes de la pareja, más durarán los problemas y los conflictos.
Desgraciadamente, «los problemas se casan con los problemas». Los individuos que son
extremadamente inseguros tienden a casarse o tener relaciones con personas que adolecen de
idénticas fragilidades. Si se mira superficialmente, puede que parezca que los dos integrantes
de la pareja son opuestos entre sí y que el dicho de que «los extremos se tocan» puede ser
verdad en bastantes casos. Por ejemplo, la persona resuelta suele escoger como compañera a
una indecisa. Y así tenemos otros ejemplos de emparejamientos como el exhibicionismo con
el retraimiento o la reserva, la extraversión con la introversión, el desprendimiento con el
egoísmo, etc. Hay una cierta inteligencia subconsciente en la elección de estos aparentes
antagonismos. La persona que es pujante tiene necesidad de aprender algo de la indolencia de
su pareja, y viceversa. Asimismo, la persona que es reservada, tímida y tranquila puede
aprender mucho de una pareja extrovertida, y al revés.
Recuerdo el caso de un hombre que se casó con una mujer que tenía una manera de ser
completamente contraria a la suya. Durante su infancia y gran parte de su vida adulta, su
identidad estuvo completamente mediatizada por el hecho de ser «la persona que cuidaba» a
su madre. Esta se había convertido en una inválida cuando él tenía unos siete años de edad y,
desde entonces, asumió dentro de la familia el papel de cuidador. Se sentía extremadamente
reconfortado en su papel cuando alguien le decía lo buen chico que era por cocinar, hacer la
compra, limpiar la casa, hacer la colada y, al mismo tiempo, cuidar de su madre. Para él, la
condición de «cuidador» se convirtió en instrumento para obtener el reconocimiento de los
demás. Esta temprana condición le llevó en la edad adulta a dedicarse a profesiones cuyo
principal objetivo era el cuidado de los demás: el sacerdocio, la enseñanza y la terapia. Sin
darse cuenta, todavía estaba procurando la aceptación de sus semejantes ofreciendo como
contrapartida su personal cuidado. Fue un descubrimiento muy triste, aunque liberador,
cuando descubrió que la entrega a los demás durante todos esos años sólo era motivada por la
necesidad de ser aceptado. Lo de estar al servicio ajeno era una estrategia de su subconsciente
para lograr el reconocimiento del prójimo. Antes (y aun bastante después) de que llegase al
convencimiento de que su deseo de aceptación le hacía dependiente de los que le rodeaban,
tenía grandes dificultades para decir «no» a cualquier demanda de ayuda. Al mismo tiempo,
también tenía dificultades para identificar sus propias necesidades y remediarlas.
Al año de su matrimonio se dio cuenta de que sentía bastante hostilidad hacia su esposa.
Sabiendo que esta animadversión era indicio de algo relacionado con él, le pregunté: «¿Qué es
lo que hay en tu interior que te está haciendo suspicaz e irritable en tus relaciones
matrimoniales?» Su respuesta fue clara: «Yo no hago otra cosa que dar, dar y dar y consigo
muy poco a cambio.» Su esposa, claro está, no era responsable de sus necesidades y tampoco
podía leer sus pensamientos. De él era la responsabilidad de hacerle saber a su cónyuge con
toda claridad cuáles eran sus necesidades emocionales, sociales, sexuales, profesionales,
domésticas y de cualquier otra índole. De hecho, su esposa era la compañera ideal para él y,
además, era alguien de quien tenía mucho que aprender. No se parecía en nada ni a él ni a la
madre de el, ya que se las arreglaba muy bien para identificar y satisfacer sus propias
necesidades. Procedía de una familia en cuyo seno había sido la «niña mimada» y estaba
bastante echada a perder. El niño mimado generalmente está acostumbrada a que sean los
demás los que satisfagas sus necesidades, y esta costumbre perdura en la edad adulta. Es
normal que esta clase de gente no esté ducha en ser responsable para con ellJ misma. Los niños
consentidos son incapaces de conseguir cosas para ellos por sí mismos e irrumpen en la adultez
siendo fuertementJ dependientes de los demás en cuanto a la satisfacción de sus propias
necesidades. La esposa de este hombre lo había elegid« subconscientemente a fin de continuar
con el hábito adquirido en su] niñez de que sean los demás los que cubriesen sus necesidades.
Sita embargo, tuvo la oportunidad de aprender de él que había otra gente que también tenía
necesidades.
Cuando ambos descubrieron las causas de sus diferenciad matrimoniales y ambos
pretendieron renunciar a los patrones protectores de conducta que habían adquirido en la
infancia, sus relaciones sel hicieron mucho más profundas. De la relación de pareja puede
provenir el apoyo, la seguridad y el estímulo que la persona necesita para su desarrollo. La
labor del hombre de nuestro ejemplo fue hacerse con unaj identidad al margen de su relación
con los demás, comenzar a hacer valer dentro de esta relación sus propias necesidades y ser
independiente de su pareja. La tarea de su esposa consistió en hacerse con una identidad al
margen de él y de los demás, aprender a reconocer y responder a las necesidades ajenas así
como a las suyas propias, y afirmarse en su capacidad para valerse por sí misma. Ahora en su
relación de pareja la comunicación es mucho más clara. Los dos han! aprendido a reconocer y
hacerse cargo de sus propias necesidades, al asumir la responsabilidad de las mismas y a
expresarlas dentro de la relación sin esperar a que sea el otro cónyuge el que haga posible su
satisfacción. Un componente de la pareja no tiene por qué satisfacer las necesidades del otro. Sí
se creyera lo contrario, entonces los componentes de la pareja estarían condicionados y serían
dependientes entre sí. En la relación de pareja, el condicionamiento es la puerta que da acceso a
las desavenencias. j
Si «los extremos se tocan», como parece que con frecuencia es el caso, sería igualmente
lícito decir que «Dios los cría y ellos se juntan», Pero la similitud hay que buscarla en niveles
más profundos de la autoestima. En nuestro caso, ambos esposos eran opuestos en cuanto a la
forma en que tuvieron cubiertas las necesidades que impone la vida; pero, sin embargo, eran
idénticos en cuanto a que ambos presentaban altos niveles de dependencia y bajos niveles de
autoestima.
Proyección e introyección
Todos estos mensajes proyectan las necesidades ocultas de la persona sobre su pareja y
son intentos de responsabilizar a ésta de dichas necesidades. El cónyuge que recibe estos
mensajes no puede leer entre líneas y, por tanto, o bien se defenderá con diligencia contra los
comportamientos denigrantes, o bien se irá separando física y afectivamente del cónyuge que
practica la proyección. En los anteriores mensajes podrían esconderse las siguientes
necesidades:
• Malhumor.
• Conductas adjetivas como darse a la bebida, comer excesivamente o dejarse morir de
hambre.
• Alejamiento físico.
• Alejamiento afectivo.
• Inhibición sexual.
• Autolesionamiento (golpear los puños o la cabeza contra algo sólido o, lo que es más
serio, infligirse heridas con un objeto cortante o punzante o tomar una sobredosis de
droga).
• Silencio que puede durar semanas
• Daño a un objeto de valor para el cónyuge.
Introyección y proyección
Los reguladores por ausencia tienen la función de evitar la intimidad afectiva o sexual
cuando se advierte que cualquiera de ella puede ser una amenaza para la autoestima de la
persona. Pueden manifestarse de una o varias de las siguientes formas:
• estar ocupado;
• estar ausente;
• considerar tabú ciertos temas de conversación;
• implicar a terceros en el conflicto; o
• tener frecuentes discusiones sobre responsabilidades y asuntos domésticos.
El recurso de «estar ocupado» es muy utilizado , y consiste en que uno o ambos
integrantes de la pareja llenan su tiempo buscando amparo en el trabajo o en alguna afición.
El trajín o la -ocupación es una inteligente estrategia que se genera subconscientemente para
evitar la cercanía afectiva cuando hay poderosas razones para temer que la intimidad encierra
un gran riesgo de conflicto.
Lo de «estar ausente» se manifiesta por estar completamente absorbido por alguna
actividad como leer, ver televisión, limpiar la casa, cuidar el jardín, arreglar el coche, criar a
los hijos o algo parecido. La persona no está «sintonizada» con la vida de su pareja, ya que
esto podría ser una amenaza para la autoestima y la relación.
Los «temas tabú de conversación» son corrientes en situaciones de conflicto político o
inquietud social, pero pueden también aparecer en una relación conyugal conflictiva. He aquí
algunos ejemplos: «No hables de mi familia»; «Ni siquiera menciones la palabra intimidad»;
«No saques a relucir la cuestión del sexo»; «No metas a mi madre en la conversación»; y
«No se te ocurra decir algo de mi trabajo». Estos temas tabú realmente indican aquellos
aspectos de la relación que tienen que ser abierta y directamente tratados y aclarados, si bien
esto no es posible por la vulnerabilidad de cada uno de los miembros de la pareja.
La triangulación es una práctica muy común en las relaciones Problemáticas y tiene que
ver con esas situaciones en donde se hace intervenir en la refriega a una tercera persona con el
subconsciente propósito de distraer a la pareja de su propio conflicto. Un hijo o una hija puede
fácilmente ser esta tercera persona cuando uno de los cón- yuges intenta satisfacer algunas de
sus necesidades afectivas (a veces lamentablemente también sexuales) a través de una relación
con uno de ellos. Esto queda reflejado en el triángulo que aparece a continuación donde el
padre establece una fuerte relación con su hija de la que excluye a su esposa, la cual desplaza
entonces hacia su hija sus sentimientos de rechazo, de rabia y de rencor.
Hija
Madre Padre
CONFLICTO
El siguiente caso es un ejemplo típico de triangulación. Una vecina denunció ante una
asistente social unos presuntos malos tratos sobre una niña de cinco años perteneciente a una
familia que tenía otros tres hijos. Con frecuencia la madre aislaba a la niña del resto de la
familia - enviándola a un pequeño patio trasero en donde la obligaba a estar mirando cómo los
demás realizaban diversas tareas. El comportamiento de su esposa sacaba de quicio al padre de
la niña; pero, a pesar de estar muy unido a su hija, no hacía nada por defenderla y protegerla.
Al final trascendió que la fuerte unión que existía entre padre e hija era la causa principal de
todo. La madre —muy reacia a pedir consejo— no se daba cuenta de que hacer a su hija
víctima de un trato discriminatorio era un desplazamiento de la rabia que tenía por sentirse
despreciada y no necesitada por su marido. Estimaba que la niña era el «juguete» de su esposo
y que acaparaba su atención en demasía. En realidad lo que quería era que esa atención fuese
para ella, pero no se atrevía a reclamarla por temor a una negativa. El hecho de que cuando era
una niña su padre prefiriese abiertamente a una hermana menor contribuyó a hacer más fuerte
el sentimiento de rechazo que sentía hacia su pequeña hija. Parecía como si estuviese
experimentando de nuevo todo el dolor y desprecio que sintió entonces.
La conclusión que se saca de este ejemplo es que cuando se da la triangulación, el tercero
o la tercera en discordia puede ser a menudo el blanco del ataque, quedando soterradas las
verdaderas causas del enfrentamiento entre los padres. Este modo de comportarse no suele ser
deliberado por parte de ninguno de los cónyuges, más bien es un intento involuntario de
protegerse contra el dolor y el rechazo. Sin embargo, esta táctica a la larga da lugar a la
aparición de otros problemas y al empeoramiento del conflicto que aflige a la pareja.
Otro ejemplo frecuente de triangulación es cuando uno de los miembros de la pareja tiene
un asunto amoroso extramarital, o sea, al margen de la relación.
Amante
Esposo Esposa
CONFLICTO
Por ejemplo: la esposa toma un amante para tener satisfechas sus necesidades afectivas y
de otra índole; necesidades que no son apreciadas por un marido carente de afectividad y
siempre «muy ocupado». Ella es demasiado sensible para demandar cariño a su esposo por el
riesgo de rechazo que entraña tal acción; le parece más fácil, sin embargo, no enfrentarse a él; y
así, sin darse siquiera cuenta, se ve dispuesta a iniciar una relación amorosa extramarital. Todo
va bien hasta que se conoce el asunto. Desde ese momento, el marido concentrará toda su
atención en el amante y dejará a un lado la verdadera causa de la relación problemática
existente entre él y su pareja. A veces un cónyuge pasivo puede de hecho estimular la relación
de pareja siempre que ello implique que el conflicto subyacente se soslaye por completo. A
pesar de la situación triangular, puede darse el caso que ninguno de los cónyuges quisiera dejar
al otro. Se llegaría a la separación, si el amante presionara la bastante para ello y, si esto ocurre,
es muy probable que a la nueva relación resultante se le pueda aplicar el dicho ése de «salir de
Guatemala para ir a Guatepeor». El éxito de la relación de pareja se alcanza cuando cada uno
de sus miembros tiene una alta autoestima. Si uno de los cónyuges deja una relación para
establecer otra nueva es señal de que esta condición no se ha dado.
Otro regulador por ausencia muy común en las relaciones conflictivas son los pequeños
desacuerdos sobre asuntos domésticos tales como quién tiene que hacer la colada, cocinar, ir
por el carbón, arreglar el jardín o meter a los niños en la cama. Las pequeñas disputas sirven
para proteger a la pareja de asuntos de una afectividad más profunda; asuntos éstos que
tendrían que ser abordados, pero que son evitados al ser demasiado amenazadores para el
sentido personal del yo que tiene la pareja.
Es importante tener en cuenta que, por regla general, los miembros de una relación no se
empeñan deliberadamente en hacerse daño entre sí, sino que sus comportamientos radicales no
son otra cosa que sus más terribles temores sobre ellos mismos como persona. Cuanto más
radicales sean los reguladores por ausencia, mayor será el grado de unión de la identidad con la
relación de pareja y menor el nivel de autoestima. Esto no justifica en modo alguno los
comportamientos de una problemática pareja. La gente, por supuesto, es responsable de las
consecuencias de sus actos, pero no hay que culparla de ellos, incluso cuando entrañen graves
abusos físicos o sexuales. Y ello, porque estos actos son manifestaciones de una autoestima
extremadamente baja que encajan dentro de la tercera categoría de reacciones protectoras: los
reguladores por presencia.
Los reguladores por presencia son los intentos que hace un miembro de la pareja para
tener atado cerca de si al otro miembro. Los reguladores por presencia toman la forma de:
Los dolores abdominales de los niños son psicosomáticos en el 70 por 100 de los casos.
Cuando sus padres están en abierto enfrentamiento, los niños se aterrorizan ante la perspectiva
de que no se satisfagan sus necesidades de cariño y seguridad y sus cuerpos a menudo reflejan
este encubierto terror. Es frecuente que los niños se quejen de dolencias físicas con el fin de
distraer a sus padres del conflicto existente entre ellos. Cuando el enfrentamiento está muy
consolidado, los hijos pueden desarrollar enfermedades que se calificarían con toda propiedad
de graves. La enfermedad realmente simboliza la falta de armonía en las relaciones de los
padres. También simboliza al niño o a la niña que está «transido de terror» ante la idea de no
tener sus necesidades cubiertas.
Recuerdo que me pidieron que viese a una niña que se quejaba de agudos dolores
abdominales desde que tenía tres años. En la fecha en que la vi tenía seis años y no había razón
orgánica alguna que justificara la existencia del dolor. Le extirparon el apéndice y vieron que
estaba en perfectas condiciones. La niña siguió sintiendo dolores después de la operación, por
lo que se recomendaron nuevas exploraciones quirúrgicas. Me informaron de que el dolor se
intensificaba en ciertas épocas del año. Se dieron algunas explicaciones físicas en términos de
alergias o de trastornos corporales estacionales. A nadie se le ocurrió comprobar lo que psíquica y
socialmente estaba sucediendo en la mente de esta niña en esos críticos años. El dolor fuerte
comenzaba a mediados de abril y a principios de septiembre. A mediados de abril empezaba la
temporada turística y era la fecha en que sus padres reabrían el restaurante. El padre creía que él
tenía que hacerlo todo y, como un verdadero energúmeno, corría, metía prisa y gritaba durante
toda la temporada. Su mujer trabajaba igual de duro, pero tenía la circunstancia agravante de
estar comida por los nervios y la ansiedad que le deparaban la irritabilidad y el pésimo carácter
de su esposo. Día tras día, la niña vivía esta tensa situación. Esto dio lugar a que prestara poca
atención a sus propias necesidades y que durante estos meses no consintiera en perder de vista a
sus padres; su inseguridad le hacía pegarse a ellos por miedo a un daño irreparable. El dolor se
acentuaba en septiembre, que era cuando la niña tenía que regresar a la escuela. La separación
de sus padres, justo en el momento en que la temporada turística concluía y podía disponer, por
tanto, de una oportunidad para satisfacer sus más íntimas necesidades, constituía de nuevo para
ella una terrible amenaza y un motivo para que se acrecentaran los dolores de estómago. El niño
que tiene seguridad no encuentra dificultad alguna en separarse de sus padres y, por
consiguiente, retomará alegre y de buena gana al colegio. Para una niña que, como en este caso,
es insegura con respecto a sí misma y a las relaciones de sus padres y que se siente, además,
amenazada por una posible negligencia de éstos en cuanto a la satisfacción de sus necesidades,
cualquier tipo de separación es extremadamente penosa. Su tía me aseguró que cuando la
llevaba por la mañana a la escuela no podía dejarla sola ni siquiera un momento para comprar el
periódico sin que la niña rompiera a llorar; esto demuestra su desmesurado miedo de que la
abandonaran. En la terapia, los padres se dieron cuenta de que sus personales comportamientos
y su forma de tratarse entre sí ejercían un pernicioso efecto sobre la salud física y emocional de
su hija. La supresión de toda tesitura conflictiva en las relaciones de sus padres y una mayor
atención a las necesidades de la niña condujo primero a la gradual reducción de los síntomas de
dolor y luego a su desaparición total.
Otros niños embargados por la angustia manifiestan síntomas conductales o emocionales
en vez de físicos. En estos niños se aprecian las siguientes manifestaciones de conducta:
• Robo
• Fobia a la escuela.
• Delincuencia.
• Rabietas.
• Matonismo.
• Jactancia.
• Escapadas de casa.
• Intención de complacer a los padres en todo momento.
• Dificultades de aprendizaje.
Todos estos síntomas son intentos subconscientes del niño para apreciar y remediar no
sólo sus propios conflictos, sino también los de sus padres. Lamentablemente, estos síntomas
son a menudo difíciles de tratar, por lo que el niño se ve hundido todavía más en las
profundidades de la baja autoestima. Desde luego que hay que hacer frente a las conductas
problemáticas, pero de un modo que no lesione la autoestima del niño y la relación que exista
entre él y los padres. (En el capítulo 7 se analizan los modos de responder constructivamente a
las conductas problemáticas.)
Los niños harán cualquier cosa por mantener a sus padres unidos. Algunos niños se
esfuerzan por ser perfectos con miras a complacer a sus padres y hacerlos felices, ya que
esperan de este modo incrementar la posibilidad de que sus padres permanezcan juntos. Estos
niños muchas veces actúan de mediador cuando hay desavenencia entre sus padres e intentan
apaciguar los ánimos de uno y otro después de una reyerta.
Los niños asimismo manifiestan síntomas afectivos o emociona-les cuando no existe
armonía entre sus padres. He aquí algunos ejemplos de estos síntomas:
• Timidez.
• Vergüenza.
• Inhibición afectiva.
• Soñar despierto.
• Extremadamente absorbido por una actividad.
• Lloros frecuentes.
• Apatía.
• Pérdida de la motivación para hacer cosas que con anterioridad eran placenteras.
• Desesperanza.
Cuanto más grande sea la amenaza del conflicto parental hacia el bienestar emocional o
físico del niño o de la niña, más intensos, frecuentes y dolorosos serán estos síntomas. Por
consiguiente, no debe ser motivo de sorpresa que un niño que sea testigo de las frecuentes
peleas de sus padres comience a retrasarse en su desarrollo educacional. ¿De qué modo puede
un niño emocionalmente temeroso e inseguro participar en las actividades escolares? El estado
emocional es siempre más fuerte que la necesidad de saber, por lo que dicho niño tiene que
tener primero asegurado su bienestar emocional para que comience de nuevo a progresar
académicamente. Lo más urgente y necesario de todo es que el conflicto desaparezca.
Cuando las parejas vienen a mí, una de mis principales tareas es hacerles ver la necesidad
de cultivar la autonomía entre ellos y también advertirles que el conflicto continuará en tanto en
cuanto la identidad de cada uno esté asociada a la relación. La cuestión de la autonomía está
ligada a la ayuda que se le pueda prestar a cada uno de los miembros de la pareja. Esta ayuda
estaría destinada a elevar su nivel de autoestima individual de forma que tengan una mayor
independencia entre ellos, reduzcan el uso de la proyección y la introyección y desarrollen
canales de comunicación coherentes y francos.
El conflicto en la pareja puede ser una fuerza creadora cuando se toma como señal para
un cambio dentro de la relación y también dentro de cada uno de sus miembros. No habría
conflicto, si no hubiese necesidad de cambio. Cambiar los aspectos protectores y destructores
de una relación problemática implica:
— desarrollar la autoestima de cada cónyuge (véase capítulo 5);
— erradicar la proyección y la introyección (véanse pp. 139-143);
— establecer unos patrones de comunicación abiertos y coherentes (véanse pp. 61-62).
— desarrollar una relación afirmativa (véanse pp. 62-64).
Los patrones de comunicación protectora impiden, por una parte, la satisfacción de las
necesidades y, por otra, la expresión de los sentimientos, produciendo, además, una reacción en
espiral que conduce a una cada vez mayor protección. Dichos patrones dan lugar a una relación
en la que falta el apoyo mutuo y en la que reinan las actitudes amenazadoras. La comunicación
protectora adopta muchas formas.
Mensajes condenatorios
Cuando un cónyuge adopta una postura condenatoria acusa y critica; lo cual da casi
siempre como resultado una respuesta protectora o defensiva por parte del otro cónyuge en
forma de inhibición o devolu¬ción de la crítica. La actitud crítica preserva a la persona que la
practica del riesgo de expresar sus verdaderas necesidades, intentando, con ello, hacer
dependiente de ella a su pareja. Haciendo a la otra persona dependiente, el o la remitente del
mensaje condenatorio se protege de un posible rechazo o abandono por parte de la destinatario
del mismo. Cuando la persona que recibe este tipo de mensaje pasivamente se inhibe o critica a
su vez, el o la remitente del mensaje ha logrado su objetivo: conseguir poder sobre esta persona.
• Criticar; llamar por el nombre en lugar de usar expresiones como cariño, cielo, etc.; adjetivar
negativamente; acusar (por ejemplo: «Eres estúpido», «Tú nunca escuchas», «Sólo piensas en
ti»).
• Sospechar; interrogar; buscar motivos ocultos (por ejemplo: «¿Qué has estado haciendo todo
el día?», «¿Con quién hablabas por teléfono?», «Llamé durante el día y no estabas, ¿dónde has
estado?»).
• Alabar y aprobar (por ejemplo: «La comida estaba buenisima», «Este traje te sienta
estupendamente»).
Quizás sorprenda saber que la alabanza y la aprobación pueden tener efectos negativos
sobre las relaciones y la autoestima. Cuando se envían estos mensajes generalmente son bien
intencionados, a menos que haya un plan oculto, por lo que serían entonces manipuladores;
ahora bien, cuando son formulados como en los anteriores ejemplos implican que el o la
remitente están en posición de juzgar la actuación de su pareja. También sugieren la posibilidad
de que la próxima actuación no alcance los requisitos mínimos para merecer la aprobación. La
relación que se crea en la pareja a través de esta clase de comunicación es la de juez y
suplicante. ¿Quiere esto decir que una persona no debe nunca alabar o aprobar la actuación de
otra? Ciertamente no, aunque hay dos aspectos en esto que tienen que tomarse en consideración.
El primero de ellos es que siempre es mejor resaltar el esfuerzo que la actuación, ya que, como
hemos quedado, todo esfuerzo es ya de por sí un logro. Y el segundo es que el halago o la
aprobación, si se dice con sentido acusatorio —por ejemplo: «Estás hoy muy guapo»—, debe
evitarse, puesto que no expresa nada sobre el o la que lo emite y es, por tanto, un mensaje
protector. Habida cuenta de que todas las comunicaciones son acerca de las personas que las
emiten, sería mucho más apropiado que uno comunicara que está impresionado, por ejemplo,
con el vestido o traje de su pareja, o con la comida que haya cocinado o con la habitación que
haya decorado, diciéndolo de este modo: «Me gusta en particular ese vestido que llevas», o
«Realmente he disfrutado con tu comida» o «Me encanta la combinación de colores que has
escogido para la habitación». En este caso, el mensaje denota una percepción nuestra y un
aspecto particular de la conducta del otro y no sobre su persona. Decir que «estás hoy muy
guapo o guapa» provoca la lógica pregunta de «¿es que ayer no lo estaba?». Cuando
comunicamos un mensaje como algo de nosotros y de nuestra percepción estamos permitiendo a
la otra persona que evalúe su propio esfuerzo, y deseamos comunicar nuestra percepción de la
conducta de otra perdona casi siempre es bueno que comprobemos primero cómo la ve esa
persona.
Mensajes controladores
Cuando una persona envía mensajes controladores está actuando con talante autoritario,
amenazador o moralista; lo cual es muy probable que produzca reacciones de fuga o lucha. Con
toda certeza estos mensajes moverán a la otra persona a protegerse mediante el uso de la
aquiescencia o la resistencia y, además, siempre habrá que contar con el resentimiento del más
vulnerable que recibe el mensaje controlador. La persona que ejerce control no tiene en
consideración las opiniones, las percepciones y los sentimientos del otro. Según el carácter o la
naturaleza de esta otra persona, estos tipos de comunicación pueden originar bien agresión o
pasividad, bien rebelión o aquiescencia, o bien temor o autoritarismo. El mensaje controlador
implícitamente revela que la persona que lo recibe es incapaz de ser responsable de ella misma
y, por consiguiente, necesita de alguien que la controle. El controlador, a su vez, está intentando
una protección contra el rechazo pero a costa de la otra persona. La persona que controla a los
demás tiene una autoestima entre mediana y baja, cree que en realidad nadie la necesita e intenta
adquirir una cierta seguridad mediante el dominio de su pareja. La comunicación controladora,
desgraciadamente, debilita la autoestima, crea distanciamiento en la relación de pareja y no hace
nada en pro del autodesarrollo de la persona que la emite.
• Dirigir, ordenar e imponer (por ejemplo: «Tú harás lo que yo te diga»; «Hazlo exactamente
igual como yo lo hago»; «No puedes traerte a tu madre»; o «Tu sitio está aquí, en casa, con los
niños»),
• Apercibir, amenazar y castigar (por ejemplo: «Te lo aviso: no vuelvas a tocar ese tema de
nuevo»; «No esperes encontrarme aquí cuando vuelvas de visitar a tu amiga [o amigo]»; o «No
me toques»).
• Moralizar y sermonear (por ejemplo: «Una buena madre no volvería al trabajo»; o «Lo que tú
necesitas es aficionarte o intere¬sarte por algo»).
Mensajes estratégicos
Al cónyuge que envía una comunicación estratégica le mueve un motivo oculto; con ello
intenta manipular a la otra persona a fin de satisfacer unas necesidades encubiertas. La
comunicación estratégica guarda mucho parecido con el chantaje afectivo con la sola salvedad
de la naturaleza oculta de la primera. Si la persona que recibe el mensaje se aviene a la
manipulación será fuertemente respaldada; en cambio, si rehúsa cooperar, será objeto de un
rápido y franco rechazo. La persona que utiliza la comunicación estratégica posee una
autoestima entre baja y media, ya que, de no ser así, sería completamente abierta en lo relativo a
sus necesidades y aceptaría de buen grado cualquier respuesta razonable que diese la otra
persona. La estrategia de la persona que da esta clase de mensaje es reducir de tal modo el
riesgo para que la probabilidad de fracaso se reduzca al mínimo y no exista el peligro de una
humillación. Sin embargo, este enfoque, además de deteriorar la relación de pareja — ya que no
se da muestras de franqueza, confianza o autenticidad— y de debilitar la autoestima de la otra
persona, simplemente sirve para sustentar las dificultades de autoestima de la persona que emite
el mensaje.
• Manipulación verbal: «Cariño, ¿no es verdad que harías cualquier cosa por mí?» o «¿Dijiste
que ibas a la ciudad?» El mensaje que hay escondido tras cualquiera de estas frases es: «Quiero
que me traigas una medicina de la farmacia.»
Mensajes neutrales
• Eludir, desviar y posponer (por ejemplo: «Ahora no me apetece escuchar eso»; «¿No podemos
hablar de otra cosa?»; o «Me tengo que ir ya»).
• Ignorar, apartar y medio responder «con prisas» (por ejemplo: «No oí lo que decías»; «¿No
tienes nada mejor de qué hablar?», o «No puedo pararme a escuchar, tengo que salir
corriendo»).
• Alentar, excusar, consolar y condolerse (por ejemplo: «Te sentirás bien mañana»; «Estoy
seguro de que no te dabas cuenta de lo que decías»; «Bueno, bueno, deja ya de llorar»; o «Sé
como te sientes»).
Mensajes superiores
• Aconsejar y recomendar (por ejemplo: «Lo que tienes que ha¬cer es levantarte antes por la
mañana»; o «¿Por qué no lo dejas? Sería lo mejor que te podría ocurrir»).
• Diagnosticar y psicoanalizar (por ejemplo: «Yo creo que lo dices porque estás cansado»;
«Estás de malhumor porque tu madre estuvo aquí, siempre te pasa lo mismo»; o «Es tu trabajo
lo que te está deprimiendo»).
Mensajes dogmáticos
Persuadir (por ejemplo: «Vamos, hombre, no seas así; si hay que hacerlo de todos modos»).
Hablar ex cathedra (por ejemplo: «El hecho es que los hombres son más fuertes que las
mujeres»).
No dar oportunidad de réplica (por ejemplo: «Sé que llevo toda la razón en lo de tu padre»;
«Oye, esto hay que verlo así y punto»;o «¡No me contradigas!»)
Todos los patrones de comunicación protectora reflejan una relación de pareja insolidaria
en la que la autoestima de los cónyuges está permanentemente amenazada, lo cual conduce a
una falta de franqueza y confianza. La presencia de patrones de esta clase es señal de que los
cónyuges tienen individualmente problemas de autoestima, ofreciendo una oportunidad para
hacer indagaciones y cambios tanto en el seno de la pareja como en cada uno de sus miembros.
Comunicación Comunicación
protectora abierta
Condenatoria No condenatoria
Controladora Permisiva (da libertad a la otra persona para apreciar y hacer las
cosas conforme a su propio criterio)
Estratégica Espontánea
Neutral Empática (intenta apreciar y sentir lo que experimenta la otra
persona)
Superior Igualitaria (respeta y atiende las opiniones y la forma de hacer
las cosas de la otra persona)
Dogmática Relativa (acepta que puede haber una respuesta o un
procedimiento alternativo)
Pocas personas han alcanzado las cimas de una alta autoestima y la presencia de la
afirmación en una relación de pareja (o en cualquier otra relación) ayuda al incremento de la
autoestima de los dos miembros. Aun cuando el integrante de la pareja posea una alta
autoestima, la afirmación es una propina que siempre cae bien. La gente necesita
reconocimiento y aprobación. La dificultad aparece cuando esta necesidad se convierte en una
dependencia, ya que entonces la crítica o la ausencia de afirmación representa un serio golpe
para la autoestima, lo cual a su vez tiene un efecto adverso para la relación de pareja. El
reconocimiento, el respeto, la valoración, la afirmación, el elogio y el estímulo no son con
frecuencia aspectos que intervengan de forma regular en las interacciones de la pareja. Más
corriente es la crítica, la descalificación, el no querer saber nada del otro o de la otra, el
silencio, el no escuchar y los mensajes humillantes; todo lo cual, como es lógico, lesiona la
autoestima y la relación de pareja. Es responsabilidad de ambos integrantes de la pareja
desarrollar el arte de la afirmación. Proporcionar afirmación es un asunto sutil y delicado; pero
cuando se hace bien tiene muchas consecuencias gratificantes. Las siguientes pautas para
dispensar afirmaciones os podrían servir de ayuda:
IDEAS CLAVE
ACCIONES CLAVE
EL AMOR Y LA AUTOESTIMA DE
VUESTROS HIJOS
• Ser bueno.
• Ser educado.
• Ser perfecto.
• Ser listo.
• Tener éxito.
• Ser paciente.
• Comportarse como el hermano de uno.
• Ser igual que el padre de uno.
• Ser elegante.
• Ser pulcro.
• Sersexy.
• Ser divertido.
• Ser católico.
• Ser conformista.
• Ser agradecido.
• Ser servicial.
• Ser un buen ejemplo.
La persona y el comportamiento son cosas separadas.
Para el amor condicional, el comportamiento es más importante que la persona y que las
relaciones entre los miembros de la familia. En una situación así, el niño o la niña (y también el
adulto) necesita gritar a los cuatro vientos: «¡Yo no soy mi comportamiento!» La mayoría de
las personas adultas tienen dificultades en cuanto a reconocer y aceptar que la persona y el
comportamiento son cosas separadas. Generalmente, el valor y el mérito de una persona se
juzgan por su manera de comportarse. Pero el ser es algo que siempre es anterior al
comportamiento. Cuando amas a un bebé, lo que suscita tu amor es el hecho de que es único, y
que respira, piensa y siente, aunque demasiados de tus comportamientos también expresan que
el amor que por él sientes está supeditado a su comportamiento. Por ello es de vital importancia
disipar la confusión que existe entre la persona como tal y el comportamiento. Ya sean niños o
adultos, la gente es siempre digna de cariño y consideración por su condición de personas, y
nada, ni siquiera el más despreciable de los comportamientos, debe anular este positivo e
incondicional sentimiento.
En los primeros años de mi carrera, estando ocupado en la preparación de un grupo de
asesores para centros de atención de personas violadas, una de las cursillistas expresó su odio
hacia los violadores. Educadamente se le dijo que si ella odiaba al hombre o a la mujer que
cometía abusos sexuales, ¿en qué se diferenciaba entonces de ellos? Si tú odias la persona de
alguien, estás abusando de esa persona desde un punto de vista emocional. Yo podría
comprender y aceptar perfectamente que esta cursillista odiara la conducta abusiva, pero no a la
persona. Por mi parte, soy muy claro con los individuos que han abusado de niños,
adolescentes y adultos: les digo que me repugna totalmente lo que han hecho y que se les
exigirán responsabilidades por los actos de abuso que han perpetrado; ahora bien, esto no es
obstáculo para decirles asimismo que les aprecio y respeto como personas y que sé que el
delito que cometieron se debe a que a su vez posiblemente fueron dañados en su niñez por
otros adultos, quienes desgraciadamente no tenían suficiente
juicio para saber lo que hacían. La única posibilidad de curar a las personas que han
abusado de otras o de ellas mismas es quererlas de un modo profundo e incondicional.
Ninguna muestra de conducta tiene suficiente entidad como para romper una relación.
Cualquier nimiedad le sirve a la gente para romper sus relaciones con los demás; ya sean
hijos, cónyuges, amantes, compañeros de trabajo o vecinos. Por ejemplo, no es difícil
escuchar a alguien diciendo lo siguiente: «Me dijiste que me ibas a llamar y nunca lo hiciste;
así que, después de esto, no quiero saber nada más de ti.» Todo porque la otra o el otro no
cogió el teléfono y llamó. ¿No creéis que es pagar un alto precio por un pequeño desliz?
Rompimientos de relaciones como el anterior —o sea, por conducta inaceptable— son muy
corrientes en las familias, en las aulas, en los centros de trabajo y en las iglesias; en resumen,
en cualquier sistema social. Las conductas inapropiadas, ya sean de carácter leve o grave, hay
que atajarlas y pedir, además, responsabilidades por ellas; aunque, eso sí, sin dañar las
relaciones con los autores de tales conductas.
Los efectos nocivos retardados del amor condicional, incluso en niños de muy poca edad,
quedan ilustrados en el siguiente caso de una joven madre y su hija de dos años. Esta madre
tenía por costumbre reaccionar ante cualquier travesura de su hija retirándole toda su atención
y no hablándole durante días, semanas o incluso meses. La niña llegó a mi consulta por
mediación de una profesora que percibió el terrible miedo que sentía de cometer el más
mínimo error. No es de extrañar que la niña sintiese temor de los errores, puesto que cada vez
que cometía uno, todo su mundo se desmoronaba. La retirada del amor parental es la
experiencia más devastadora que puede tener un niño o una niña. Esta niña había aprendido a
alcanzar los más altos niveles de perfeccionismo porque así podía retener la atención de su
madre. El coste fue grande en términos de temor crónico, timidez e interminables intentos de
complacer a su madre y a todos los que la rodeaban. La madre de la niña no se daba cuenta
del daño que hacia; pero cuando lo supo estuvo muy dispuesta a aliviar sus propios problemas
a fin de modificar la relación que tenía con su hija y reducir, de ese modo, las presiones
afectivas que se ejercían sobre ella.
La conducta es el medio por el cual uno explora, experimenta y aprende las cosas de este
mundo; ello, sin embargo, no aporta nada a nuestro valor como persona. Si creéis que vuestra
conducta es el reflejo de vuestra valía, entonces os sentiréis dependientes, atrapados y
condicionados con vosotros mismos e involuntariamente proyectaréis este talante sobre los
demás. Por ejemplo, si yo creo que el hecho de ser un terapeuta me hace importante y valioso
no sólo ante mis propios ojos, sino también ante los de los demás, esto me haría entonces
altamente vulnerable a la crítica, a la pérdida de estatus, a la jubilación o a la pérdida del
empleo. Las investigaciones han demostrado que un alto porcentaje de personas mueren dentro
de los dos años siguientes a su retiro laboral. La gente que se empeñe en determinar su valor en
función de su trabajo será a todas luces vulnerable. Cuando este fundamento desaparece, la
gente puede caer en un estado de desesperanza, el cual, como se sabe, tiene un alto efecto
debilitante sobre el sistema inmunológico.
Disfrutad de vuestra conducta, consideraos retados por ella, aprended y aumentad vuestros
conocimientos por su mediación, pero no os sintáis en absoluto gobernados por ella. Tened
siempre presente que vuestra valía como persona no tiene nada que ver con lo que hagáis,
digáis, penséis, soñéis o sintáis. Podéis mejorar en todo momento vuestra conducta, no así
vuestra persona, la cual es perfecta y única.
Otra forma que el amor condicional tiene de operar dentro del sistema familiar es mediante
comparaciones que se hacen entre sus componentes o entre éstos y otras personas ajenas al
mismo. Sin duda alguna el acto de comparar es un acto de rechazo, ya que se está diciendo que
la persona, tal como es en la actualidad, no es aceptable, pero (y aquí viene la condición) si
fuese igual que la otra persona, entonces sí lo sería. Las comparaciones dentro de la familia y
con extraños a la misma suelen ser frecuentes. En este punto se hace necesario diferenciar
entre habilidades y atributos. Es recomendable admirar y querer emular ciertas habilidades y
conductas que exhiben otras personas, pero no sus atributos. Seguramente hay algunas
habilidades o conductas que veis en otras personas y que quizá os gustaría tenerlas vosotros.
Entre ellas están la conducción de coches, la jardinería, la carpintería, la decoración y el gusto
en el vestir. La
adquisición de estas habilidades no añade en absoluto nada al valor que tengáis como
personas; así que, sabiendo esto, podéis aprender una enormidad de la forma que tienen otras
personas de hacer las cosas. Los atributos, por otro lado, son características propias y
particulares de cada persona y entre ellos se encuentran la estatura, el color del pelo, el color de
los ojos, la figura del cuerpo y la textura de la piel. En el caso de los atributos, cuando un
hombre, por ejemplo, desea ser tan apuesto, tan alto o tan delgado como otro, se está
comparando con ese otro, y con esa actitud él mismo se está rechazando. Con bastante
frecuencia la gente recurrirá a la solución extrema de la cirugía para «arreglar» una parte
inaceptable de su cuerpo, pero esto no es óbice para que caiga en un círculo vicioso de
autorrechazo. Y es verdad; esto es algo así como un pozo sin fondo, ya que cuando uno se
«arregla» una parte, quiere corregirse otra, y así sucesivamente. Y luego está también el temor
de que se deteriore la parte «arreglada».
La comunicación es el medio a través del cual los miembros de la familia se dan a conocer
entre sí sus necesidades físicas, psicológicas y sociales. La comunicación puede ser verbal y no
verbal. Los bebés normalmente comunican sus necesidades llorando, moviendo la cabeza,
haciendo ruido, retorciendo el cuerpo y haciendo otras cosas parecidas. No os asombréis, pero
hay muchos adultos que utilizan medios como estos para expresar sus necesidades.
Es interesante observar que los bebés de Java muy raras veces lloran, mientras que la
llantina es muy común entre los bebés pertenecientes a la cultura occidental. Las
investigaciones han puesto de relieve que los bebés de la sociedad occidental lloran, por
término medio, unos treinta minutos hasta que son atendidos. Existe la equivocada idea de que
cuando se cogen a los niños que están llorando tal acción lo único que sirve es para reforzar e
incrementar el llanto; pero no hay nada que esté más lejos de la verdad. Muchos padres saben
que los bebés emiten distintas clases de llanto según el tipo de necesidad que tengan; así se ve
que tienen un determinado lloro cuando algo les duele, otro diferente cuando tienen hambre y
otro distinto cuando necesitan afecto. El llanto es sólo la señal de una necesidad y cuando la
necesidad en cuestión se satisface, el llanto se reduce, no se acrecienta. Los padres también
conocen lo que se ha venido en llamar llanto «falso», que es el que surge cuando el niño o la
niña reclama una constante atención; este tipo de llanto, como es natural, no requiere una
respuesta inmediata. Al parecer, lo que pasa en Java es que los padres captan enseguida las
distintas señales de las necesidades de sus bebés; es decir, antes de que éstos tengan que
recurrir a la llantina. A un bebé javanés jamás se le permite que toque el suelo en los seis
primeros meses de su vida; además, el íntimo contacto de su cuerpo con el de sus padres hace
que puedan detectarse con prontitud sus necesidades. En esta situación, las carencias, sobre
todo las afectivas, son satisfechas con regularidad, mientras que los bebés occidentales tienen
que gritar y patalear para obtener una atención de esta naturaleza. Es importante que dentro de
las familias se trate de captar las señales no verbales indicativas
de una necesidad. Esto es esencial sobre todo en el período que precede al desarrollo del
lenguaje; aunque, incluso después, una sensibilidad de este tipo no deja de ser conveniente y
valiosa.
La función fundamental de la familia es facilitar el óptimo desarrollo de cada uno de sus
miembros y esto significa atender al conjunto de necesidades que toda persona experimenta.
Puede que no siempre sea posible satisfacer imas determinadas necesidades; pero, a pesar de
esto, los padres deben de un modo activo promover y modelar la libre expresión de todas las
necesidades. Es muy poco probable que los hijos aprendan a hablar de sus necesidades, cuando
son sus propios padres los que no se comunican con claridad las suyas o cuando uno de ellos, o
ambos, ni siquiera se creen dignos de expresarlas, no importándoles, por tanto, su satisfacción.
Cada miembro de una familia puede tener muchos tipos de necesidades:
• Afectivas.
• Sociales.
• Intelectuales.
• Sexuales.
• Sensuales.
• Conductales.
• Creativas.
• Laborales.
• Financieras.
• Recreativas.
• Espirituales.
• Fisicas.
• Materiales.
Hay cuatro maneras por las cuales los miembros de la familia pueden expresar verbalmente sus
necesidades:
— directa y claramente;
— indirecta pero claramente;
— directa pero confusamente;
— indirecta y confusamente.
La comunicación directa y clara es normal en familias que funcionan con efectividad;
mientras que en aquellas familias que no funcionan tan bien, la modalidad más frecuente para
expresar las necesidades es uno de los tres restantes tipos o una combinación de ellos.
Comunicación directa y clara
Si quieres, por ejemplo, comunicar de una manera directa y clara la necesidad afectiva de
recibir un abrazo de tu esposa no tienes más que decir: «Helen, estoy en horas bajas y necesito
un abrazo como muestra de tu cariño», o bien, «Helen, me siento cariñoso y me gustaría
abrazarte.» Este mensaje es directo porque está dirigido a Helen y, además, es claro porque
pone de manifiesto cómo se siente el marido de Helen y cuál es su necesidad. La expresión de
las necesidades sexuales es particularmente difícil para muchas parejas, dado que una negativa
por parte del otro cónyuge puede tomarse como un rechazo y convertirse en una amenaza para
la autoestima. Cuando el marido dice: «¿Te vas a quedar levantada hasta muy tarde esta
noche?», «¿Estás cansada?» o «¿Nos acostamos temprano?» no hace otra cosa que andarse por
las ramas. Parece que ve bastante arriesgado decir llana y claramente: «Margaret, me están
entrando unas ganas locas de hacer el amor, vámonos a la cama.» O en el caso de ella: «John,
me gustaría hacer el amor contigo ahora mismo.»
Puede haber incluso más dificultades cuando alguien está enfadado o trastornado porque no ha
satisfecho alguna necesidad y quiere comunicar esta insatisfacción a su cónyuge, a un amigo o
a un hijo. Por ejemplo, si tu cónyuge llega continuamente tarde a las horas de comer y le das la
bienvenida con una comida quemada, con un silencio hostil, con una cara de malhumor, con
una frase acusatoria («siempre llegas tarde») o con un comentario cáustico o sarcástico («me
imagino que habrás tenido otro día muy liado») es muy poco probable que se satisfaga la
necesidad que tienes de que tu cónyuge llegue a su hora a las comidas. Cada una de estas
respuestas desencadenará una reacción defensiva por parte de la otra persona implicada. Puede
que ésta se desentienda emocionalmente de la situación y no diga nada o puede que replique
con una de estas observaciones u otra parecida: «Siempre te estás quejando», «¿Crees que
tratándome así como me tratas tengo ganas de venir a casa?» Cuando la cuestión llega a su fin,
ambos cónyuges están dolidos y humillados, la comunicación rota, la autoestima por los suelos
y la relación tirante. Tu comunicación sería clara y directa si, por ejemplo, confesaras tu
necesidad de este modo: «John, cuando llegas tarde a comer me siento frustrada y un tanto
despreciada; así que me gustaría que llegaras a tiempo a las comidas o, por lo menos, que me
comuniques cuándo vas a venir tarde.»
Cuanto más observan los niños a sus padres expresando directa y abiertamente sus
necesidades más aprenderán a hacerlo ellos mismos también. Es importante que tanto los
adultos como los niños se den cuenta de que una petición para cubrir una necesidad no es una
orden. No obstante, si por sistema no fuesen atendidas las necesidades se requeriría entonces
una acción efectiva por parte de la persona que sufre las carencias. Los adultos pueden y deben
asumir la responsabilidad de cubrir sus propias necesidades. Pero los niños tienen muchas
necesidades que por sí mismos no pueden cubrir y, por tanto, dependen en gran medida de los
adultos que les cuidan. Esto hace a los niños pequeños mucho más vulnerables que los adultos
y, en menor grado, que los adolescentes. Cuando las necesidades de los niños son
continuamente desatendidas, la acción necesaria para regularizar la situación debe proceder de
alguien fuera del círculo íntimo familiar, puesto que los niños no pueden hacerlo por ellos
mismos.
Cuando la comunicación es indirecta pero ciara existe aún la posibilidad de que las
necesidades se queden sin satisfacer, aunque en este caso el peligro es menor que cuando
intervienen patrones de comunicación directos pero no claros o indirectos y no claros. En la
comunicación indirecta pero clara, la petición o la observación no se dirige directamente a la
persona que realmente se quiere que la reciba. Veamos algunos ejemplos de mensajes
indirectos pero claros:
• «Nunca nota nadie que estoy fastidiado y que necesito un poco de atención.»
• «Hoy me siento particularmente libidinoso.»
• «Nadie, excepto yo, hace algo aquí.»
• «Me molesta la gente que se inmiscuye en el trabajo de otras personas.»
• «Los niños están acabando conmigo.»
Todos los mensajes están perfectamente claros; el problema reside en que no están
dirigidos a una persona en particular, y por supuesto tampoco a la persona realmente
destinataria de los mismos. En muchas ocasiones, el expedidor o la expedidora de este tipo de
mensajes tiene la impresión de que no es escuchado, lo cual no es de extrañar al no haber
indicación alguna de quién es la persona que los debe recibir.
Existe un propósito de protección cuando se envía un mensaje indirecto pero claro; y así es,
no dirigiendo la petición a nadie se evita la posibilidad de una negativa o de un rechazo. Esta
estrategia es subconsciente, pero no deja de ser una forma inteligente de protegerse del daño o
de la humillación. A menos que uno se las arregle para no personalizar la conducta de la otra
persona y para incrementar su propia autoconsideración, es muy raro que sea capaz de correr el
riesgo que entraña la comunicación directa y clara.
Puesto que el mensaje es claro, el expedidor puede conseguir la satisfacción de algunas de
sus necesidades; aunque, eso sí, por un destinatario que sea sensible y perspicaz. Sin embargo,
puede haber también muchas necesidades que no se satisfagan. La persona que recurre a esta
clase de comunicación es muy probable que tenga una autoestima entre media y alta y,
generalmente, tras un comedido enfrentamiento no tendrá reparos en utilizar mensajes más
directos.
Si notáis que vuestro hijo se vale de este tipo de comunicación ved esta circunstancia como
indicativa de estar desarrollando un problema de autoestima. Es importante ayudar al niño a
comunicarse directamente y con claridad, pero todavía es más importante prestar atención a la
evolución de su autoestima.
Comunicación directa pero confusa
La comunicación directa, pero confusa, es el modo más corriente de expresar las
necesidades. Esta clase de comunicación queda tipificada en los siguientes ejemplos de
mensajes dirigidos al pronombre personal «tú»:
El problema de los mensajes dirigidos al pronombre personal «tú» está en que no dicen
absolutamente nada sobre el remitente y sus necesidades. También tienen el inconveniente de
que acusan, humillan o culpan a la otra persona, lo cual generalmente hace que ésta se encoja
de hombros o devuelva el ataque. He aquí algunas contestaciones típicas a los anteriores
ejemplos:
• «Bueno, ¿y qué?»
• «Si no soy yo, ¿quién más va a pensar en mí?»
• «Tengo que ser así para que aquí se haga algo.»
• «Por lo menos más que tú sé.»
• «Mira, llevas razón: soy un idiota por escucharte.»
• «Lo que es cierto es que tú no lo eres.»
• «¿De verdad lo soy?»
• ¿Lo crees?»
• «En vez de ser tan negativo, ¿por qué no tratas de enseñarme?»
• «Siempre la misma cantinela.»
• «¿Y para qué quiero estar dentro?»
Por ser estos mensajes confusos y por echar en cara algo a la otra persona hay pocas
posibilidades de que se satisfagan las ocultas y no reveladas necesidades de quien los envía.
Fácilmente, se observa cómo los mensajes de este tipo, aun cuando protejan a quien los emite,
conducen con toda rapidez a una ruptura de comunicación entre la persona expedidora y la
receptora (ya sea entre cónyuges, entre padres e hijos o entre hermanos). Lo que ya no es tan
manifiesto es que estos mensajes originen dificultades de autoestima cuando tengan un carácter
elogioso o afirmativo, pero lo cierto es que sí. Cuando le decís a vuestra hija que «es una buena
chica», una vez más no estáis revelando nada de vosotros mismos y os estáis erigiendo juez de
las acciones de otra persona. Lo peligroso de esto es que la niña aprenderá que el modo de
complaceros es por medio de sus acciones. Un mensaje más adecuado sería: «Estoy
impresionado por el trabajo que has hecho y me gustaría saber qué es lo que piensas tú de él.»
La comunicación directa pero confusa se considera negativa, pero la verdad es que sirve
para un propósito muy útil: proteger a quien la utiliza de la crítica y del rechazo. Al cargarle
toda la responsabilidad de la situación a la otra persona (por ejemplo: «Eres tan insensible»), la
que envía el mensaje no corre riesgo alguno, ya que ni está desvelando una necesidad, ni está
pidiendo nada. Este tipo de comunicación protectora suele ser usado por gente que tiene un
nivel de autoestima entre bajo y medio. La influencia de la autoestima tiene un carácter
generalizado y afecta a todas vuestras acciones, ya estén éstas dirigidas hacia vosotros mismos,
hacia otros adultos o hacia vuestros hijos. Cuando uno tiene un concepto bastante pobre de su
propio valor como persona usará involuntariamente medios confusos para comunicar sus
necesidades, incluso con sus propios hijos, quienes, a su vez, aplicarán las mismas estrategias
de comunicación de aparente bajo riesgo.
Hay que ayudar y alentar a los niños a que expresen sus necesidades de un modo directo y
franco. Cuando los niños se sirven de cualquiera de los otros tres tipos de patrones de
comunicación es porque se sienten amenazados por las respuestas de los padres o de los
profesores; así que expresan sus necesidades valiéndose de medios protectores con objeto de
evitar una posible critica, humillación o rechazo. Es vital que los padres noten cuándo existen
indicios de que la autoestima de sus hijos está pasando por diñcultades, ya que así se podrían
poner inmediatamente los remedios necesarios. Es asimismo importante que los niños sean
adoctrinados a observar y a responder positivamente a las peticiones que les hagan sus padres y
otros adultos. Los niños son dados a creer que el mundo gira alrededor de ellos y, aunque a
todas luces esto no es verdad, siguen pensando que debería ser así. Hay que hacerles saber que
no son los únicos de la familia que tienen necesidades y que las carencias razonables de cada
uno serán aceptadas y atendidas cuando sea posible.
Muchos de nosotros hacemos la vista gorda cuando vemos que se desatienden a niños y adultos
o se abusa de ellos. Justificamos esta inhibición por nuestra parte diciéndonos que no somos
nadie para intervenir. Puede que haya cierto fundamento para esta justificación en el caso de
los adultos; pero, cuando se trata de niños, ningún razonamiento es lo bastante contundente
para impedir nuestra intervención. Hay muchas familias en donde un adulto —ya sea el padre,
la madre, un pariente o un extraño— es testigo de los daños, las humillaciones, los malos tratos
e incluso de los abusos sexuales que se infligen a los menores, y no hace absolutamente nada
por evitarlo. De esta forma, muchas necesidades no satisfechas son silenciadas sin ser siquiera
consideradas para «no alterar la paz» o para «no contrariar a tu padre (o a tu madre)». Me
consta también que hay muchos profesores que presencian cómo en la clase sus colegas
injustamente critican, regañan e incluso abusan físicamente de los niños, y no hacen lo más
mínimo por atajarlo. La razón de esta inhibición está en la escasa autoestima de los testigos y
en el miedo de éstos a la reacción que, en caso de enfrentamiento o de una recriminación de su
conducta, pudiese tener la persona autora de estos censurables actos. Lo lamentable de esta
cuestión es que todo el mundo pierde cuando no se hace nada para evitar que las necesidades
no cubiertas se queden definitivamente sin cubrir. Obviamente, el padre, el profesor, o
cualquier otro adulto que maltrate a un menor, a un cónyuge o a un colega, necesita asistencia
profesional, y el consentimiento de estas negligencias o malos tratos lo que hace es perpetuar o
incluso empeorar el problema de los primeros. Por otro lado, las personas víctimas de una
negligencia sufren un cierto menoscabo en su autoestima debido a que se sienten no
necesitadas, no queridas y no suficientemente valiosas. Cuando hay niños implicados, éstos
aprenden a imitar las conductas abusivas o negligentes de sus mayores, por lo que todo el ciclo
se vuelve a repetir a lo largo de sus propias vidas. Todo el mundo sale perjudicado cuando
dentro de la familia nadie se preocupa de denunciar las necesidades que no están siendo
cubiertas. Si esto ocurre, llega un momento en que ya no es posible el cambio, por lo que el
triste proceso de la desidia afectiva, del amor condicional o del abuso físico o sexual sigue su
curso, bloqueándose así la evolución de cada miembro de la familia hacia esferas mejores de
comportamiento.
Denunciar una necesidad insatisfecha no entraña la condena o inculpación de alguien; si así
fuese, habría un agudizamiento de los problemas en curso. La denuncia, en este caso, hay que
entenderla como la proclamación directa y clara que hace un miembro de la familia de sus
necesidades no cubiertas. La denuncia no debe representar un ataque a la otra persona, ya que
entonces se supondría que la otra persona está deliberadamente ignorando a su cónyuge, a sus
hijos, a sus amigos, a sus parientes o a sus colegas. Suposición que además de ser un tanto
ligera encerraría una condena y una crítica para la persona atacada, lo que daría lugar a una
fuerte reacción defensiva por parte de ésta. La gente no se maltrata entre sí intencionadamente;
lo que pasa es que para protegerse del daño y del rechazo recurre subconscientemente a un
repertorio de conductas que desgraciadamente hacen que el prójimo, entre otras cosas, sea
ignorado, segregado, perjudicado, acusado, criticado y ridiculizado. Los siguientes ejemplos
sirven para aclarar los anteriores conceptos.
Pensad en un marido posesivo, controlador y dominante. La esposa de este hombre se ve
incapaz de satisfacer sus personales necesidades de ser libre, de ser diferente, de tener sus
propios amigos y de acabar su carrera. Las acciones «incapacitadoras» de este hombre no se
producen para impedir que su esposa desarrolle su propia identidad o que emprenda un
determinado curso de vida, se producen porque constituyen un seguro contra la posibilidad de
que ella le abandone. Subconscientemente, este hombre cree que no vale de por sí lo bastante
como para retener a su esposa junto a él.
Recuerdo a una señora casada que vino a verme en busca de ayuda. Hacía quince años que
estaba casada y durante todos esos años permitió que su marido dominase prácticamente todos
los aspectos de su vida. El no le permitía que llevase amigos a casa o que usara vestidos o
maquillajes que realzaran su figura o sus facciones; impidió que aceptara un trabajo a tiempo
parcial e insistía en acompañarla cuando iba de compras. Cuando salían para asistir a algún
acontecimiento social se pegaba a su lado y no la dejaba durante toda la noche y si ella se iba a
los lavabos y tardaba más de cinco minutos, a la vuelta la recibía con una interrogación en su
semblante. La postura de esta mujer con respecto al comportamiento de su marido era bastante
crítica y condenatoria y alegaba que él le estaba arruinando la vida. Cuando de una manera
discreta se le apuntó que al ser una persona adulta, era ella, y sólo ella, la que estaba arruinando
su propia vida concediéndole tanto poder a su marido, me contestó toda consternada que nunca
había enfocado su problema desde este punto de vista. La postura que había adoptado hasta
entonces era sabiamente protectora, ya que, al igual que su esposo, tenía una autoestima muy
baja y en el fondo de su mente no creía que ella pudiese salir adelante por sí misma. Mediante
la adecuada terapia se le ayudó a elevar su autoestima y a resolver los conflictos de su infancia,
para luego enseñarle cómo hacerle frente a la posesividad de su marido.
A aquellos que me culpan les digo que las medidas tomadas no van en absoluto contra ellos,
sino que tienen como única finalidad proteger a unos niños o a unos adultos que han sufrido
abandono o malos tratos. Les digo asimismo que cuando estén preparados para aceptar la
responsabilidades que se derivan de su conducta negligente y cuando, además, sean capaces de
tornarse en personas cuidadoras de aquellos que han sido dañados, humillados e impedidos,
entonces la situación en conjunto podría revisarse.
IDEAS CLAVE
ACCIONES CLAVE
• No confundid la persona del niño con su conducta, por muy dificultosa que ésta a
veces sea.
• Amad a vuestros hijos por ellos mismos, no por lo que hagan.
• Practicad con vuestro cónyuge e hijos modos directos y ciaros de comunicación.
• Aseguraos que la denuncia constructiva de las necesidades insatisfechas sea un hecho
regularmente presente en vuestra vida familiar.
Capitulo 4
EL CONTROL DE LA CONDUCTA
Y LA AUTOESTIMA DE VUESTROS HIJOS
No es tarea de los padres vigilar a sus hijos dentro y fuera del hogar. Este punto de vista
puede que choque con vuestra experiencia como niños y con lo que piensan la mayoría de los
padres. Sin embargo, un análisis más detenido de las prácticas tradicionales de la disciplina nos
muestra que el control de una persona por otra es el mejor pasaporte para llegar al conflicto.
Como adultos sabéis que reaccionáis defensivamente cuando otra persona intenta dominaros o
deciros lo que tenéis que hacer, dónde tenéis que ir, cómo tenéis que vestir, qué tenéis que decir,
qué es lo que no tenéis que decir, cómo estar de pie, cómo estar sentado y otras cosas por el
estilo. En tales situaciones, o bien os sentís heridos o desconcertados y permanecéis en silencio,
o bien os enfadáis y arremetéis contra la otra persona. Lo mismo pasa con los niños y con los
adolescentes. Para que el control de la conducta sea efectivo dentro de la familia tiene que estar
basado en la premisa de que los miembros de ésta son responsables de su personal autocontrol.
No es, pues, labor de los padres controlar a sus hijos, ya que es responsabilidad de los hijos
controlarse a sí mismos. Sin embargo, sí es deber de los padres educar a sus hijos en el sentido
que asuman responsabilidades por sí mismos.
Cada miembro de la familia participa de la responsabilidad de asegurar que en su seno se
desarrolle el orden, la seguridad, la equidad, el cuidado, la justicia y la armonía. Cuando los
hijos no asuman voluntariamente esta responsabilidad no deben encontrarse con una respuesta
crítica y dominadora de los padres, sino con una sanción. El conducir bajo los efectos del
alcohol ha disminuido considerablemente en este país debido a un incremento de las sanciones
que lo penalizaba. Las sanciones están precisamente para asegurar una conducta social
responsable. Cuando un individuo se empeñaren ser irresponsable también se empeña en ser
sancionado. Muchos adultos y niños culpan a los demás (a los policías, a los agentes de tráfico,
a los padres, a los profesores, etc.) de la improcedencia de la sanción, pero contra esto hay que
aducir con toda firmeza que ningún castigo habría tenido lugar si se hubiese observado una
conducta responsable. Los niños aprenden rápidamente que los comportamientos responsables
les hacen ganar privilegios, mientras que los irresponsables se los hacen perder. Los niños
también llegan a darse cuenta de que cuando actúan de un modo inaceptable son ellos de por sí
los que eligen correr el riesgo de una sanción. La sanción nunca debe llevar consigo la retirada
del amor y del respeto. La relación debe ser siempre lo principal, lo intocable.
Dentro de la familia hay que determinar con claridad las responsabilidades de los niños. Una
vez que el niño o la niña cuente con un buen nivel de lenguaje se le pueden explicar
verbalmente muchos aspectos relacionados con el manejo de ciertas conductas. Pero antes de
que se alcance ese nivel, las respuestas no verbales a determinadas conductas incontroladas de
los niños son igualmente efectivas. Por ejemplo, si vuestro hijo de dos años intenta salirse con la
suya cogiendo una rabieta de "padre y muy señor mío" se le puede castigar entonces no
haciéndole caso y no dándole la respuesta que deseaba de vosotros (como podría ser permitirle
tomar chucherías antes de la comida). Puesto que no llegáis a perder la calma ni el control
seguís manteniendo con vuestro hijo una relación, cariñosa e incondicional, haciéndole saber al
mismo tiempo (mediante una pasividad absoluta por vuestra parte) que con esa clase de
comportamiento no conseguirá nunca nada.
Si los niños saben leer sería entonces una buena idea tener una lista con sus responsabilidades
en un lugar bien visible de la casa. Sería conveniente que fuesen los niños de mayor edad los
que revisaran y actualizaran esta lista, la cual, por otra parte, tendría que especificar claramente
las sanciones a las que se haría acreedor cada cual cuando no asumieran las responsabilidades
acordadas. Es bueno que los padres no olviden que -con frecuencia y con calma- hay que
recordarles a los niños sus responsabilidades y que es asunto de los padres evitar que sus hijos
las eludan. Es muy importante que el castigo esté en consonancia con el "delito", ya que unas
condenas desproporcionadas o injustas raramente inducen a observar una conducta responsable.
Los sistemas disciplinarios de corte autoritario tienden a cargar las tintas sobre las cosas que
"no deben" hacerse en la vida doméstica diaria. Tal enfoque no les muestra a los niños qué es lo
que tienen que hacer y, por tanto, no favorece el autocontrol y la responsabilidad del niño dentro
y fuera del hogar. Por otro lado, el control basado en la dominación o en prácticas estrictas hace
que los niños crezcan tímidos e inseguros o excesivamente audaces e inseguros y promueven
además explosiones de rebeldía cuando estos niños llegan a la adolescencia.
En el otro extremo se encuentran aquellas familias en donde no existen orden ni concierto, en
las que hay manga ancha para todo y las cosas marchan por sí solas. Tal falta de disciplina
producirá unos niños con una noción muy escasa de lo que es el autocontrol.
El estilo más nocivo de controlar la conducta es el imprevisible; aquel en que los padres,
por ejemplo, pasan de una manera arbitraria de un control autoritario a otro democrático y de
ahí a la ausencia de todo control. Con un estilo como éste fácilmente se comprende que los
niños no sepan a qué atenerse y que desconozcan cuáles son los límites y las responsabilidades
dentro y fuera del ámbito familiar. Además, este estilo hace a los niños incapaces de desarrollar
seguridad o confianza en sí mismos y de que les persigan hasta la adolescencia -y a menudo
hasta la madurez- todas las incertidumbres de su infancia.
Los hijos se sienten mucho más inclinados a asumir sus responsabilidades cuando los
padres estructuran para sí un control de conducta apropiado. No es justo pedirles a los hijos que
hagan cosas que uno mismo no esté dispuesto a hacer. Cuando los hijos dejen a un lado sus
obligaciones ahí están las sanciones para hacerles volver a un comportamiento responsable. De
todos modos, siempre que haya una elusión de responsabilidades por parte de un niño o de una
niña es aconsejable que se dilucide primero que es lo que ha originado esa conducta
irresponsable. Cuando exista una razón de peso (por ejemplo, una enfermedad) es evidente que
no se debe imponer castigo alguno.
— los padres y los otros miembros de la familia mantengan entre sí unas relaciones
incondicionales y positivas;
— se usen unos modos de comunicación positivos y respetuosos;
— los padres estructuren para sí unas conductas apropiadas y responsables; y
— sistemáticamente se promueva el esfuerzo y no los resultados.
La imposición de una sanción debe hacerse de tal modo que el niño sepa con precisión:
— de qué modo ha sido irresponsable y
— qué es lo que exactamente se le pide.
Las sanciones tienen como fin desarrollar el sentido de la responsabilidad y, desde luego,
no constituyen un medio para denigrar a los niños. El uso positivo de los castigos presenta
ciertas características claras:
1. Siempre que sea posible, la sanción que se aplique debería ser el resultado natural de la
conducta irresponsable. Por ejemplo, si un niño está haciendo el tonto con la comida, el castigo
natural sería retirarle los alimentos. Si una niña en un ataque de rabia desparrama por toda la
habitación las piezas de un juego de arquitectura, el castigo natural en este caso sería recoger
una a una todas las piezas que ha tirado.
2. Las sanciones deben ser predecibles y coherentes. Esto es, que los niños siempre sepan
hasta dónde llega su responsabilidad y que sepan también que cualquier transgresión de sus
límites por exceso o por defecto indefectiblemente les llevaría a sufrir una sanción.
Además, los niños necesitan saber que cualquiera que sea el miembro de la familia que
intervenga (ya sea uno de los padres, uno de los abuelos o una de las personas que los cuidan) o
cualquiera que sea el niño o la niña de la familia que cometa la transgresión, siempre se
impondrá la misma sanción.
3. La sanción debe ser equitativa y justa y estar siempre en consonancia con la
irresponsabilidad de que se trate. Cuando las sanciones son acordadas por los miembros de la
familia y no obedecen al capricho de uno de ellos se reduce notablemente la posibilidad de una
injusticia. Una revisión de vez en cuando de las responsabilidades coadyuva también a eliminar
la injusticia.
4. Las sanciones deben ser impersonales. El castigo que sea una proyección de la manía
neurótica de una persona adulta por el orden y la perfección y que esté, además, originado por
su falta de paciencia con un niño que se niega a cooperar es muy probable que no tenga
efectividad. El niño sabe que la sanción es el producto de la dependencia y frustración de la
persona adulta y culpará a ésta en vez de culparse ella.
5. Las sanciones deben poner de relieve lo que se espera de los niños de forma que cuando
tengan lugar constituyan una oportunidad para tener una conducta más responsable y un mayor
autocontrol.
6. El castigo debe mantenerse en suspenso hasta que la persona que lo haya decretado
conozca la función psicológica de la conducta irresponsable; de esta forma, cuando llegue el
momento de aplicarlo, lo hará de un modo que refleje dicho conocimiento. (Un desarrollo más
amplio de este punto se encuentra en las pp. 176- 179).
7. La sanción deben aplicarse con un criterio positivo y sosegado para que así el niño no le
coja miedo a la persona que se la impone. El miedo bloquea la comunicación entre los niños y
sus padres. Es más, es lógico que el niño asustado asienta a todo lo que se le diga para salir del
paso, aunque cuando se recobre del miedo se olvidará de todo lo que se le ha dicho y su
próximo acto de irresponsabilidad será, si cabe, peor que el anterior.
8. Siempre que se imponga un castigo deberá usarse el nombre de pila del niño o de la niña.
¿Cuáles son las sanciones que pueden aplicarse dentro del círculo familiar? Cada casa es un
mundo, de aquí que cada familia tenga que determinar el sistema de responsabilidades y
sanciones que mejor cuadre a su peculiar cultura. Por tanto, la relación que se incluye a
continuación tiene un carácter orientativo y general.
Está claro que el control de la conducta por parte de todos y cada uno de los miembros de
la familia es esencial para la resolución de sus conflictos. Cuando estos miembros pierden
control (gritando, golpeando, culpando, criticando, practicando la desfachatez y el sarcasmo,
ridiculizando o regañando) no hay entonces base alguna para llegar a un entendimiento o a una
solución. La ausencia de los anteriores comportamientos es requisito previo para la resolución
de un conflicto, ya sea éste entre los mismos padres o entre padres e hijos.
Es igualmente importante para el desarrollo educativo de los niños que, antes de ingresar
en la escuela primaria, tengan noción de lo que es la responsabilidad y el autocontrol. Si un
niño no ha aprendido a concentrarse, a escuchar, a regular el volumen de la voz, a pedir las
cosas de la forma adecuada y a controlar el cuerpo y el apetito (en lo relativo a la comida y a la
bebida), es muy probable que encuentre dificultad para estar atento en clase y sumarse a su
dinámica, lo que con toda seguridad le acarreará enseguida multitud de problemas. El profesor
(o la profesora) puede llegar a impacientarse con él y llamarle «lento», «hiperactivo»,
«perezoso», «torpe» o «imposible». Estos apelativos, aunque sean injustificados, pueden seguir
unidos al niño para el resto de sus días escolares. En el capítulo 8, que trata del papel de los
padres como educadores, se estudiará con detalle todo el proceso de preparar a los niños para
la vida escolar.
IDEAS CLAVE
ACCIONES CLAVE
Los padres que tengan conflictos internos deben buscar ayuda para no transferir sus problemas a
los hijos.
Aseguraos que los miembros de vuestra familia asuman la responsabilidad de su personal
autocontrol.
Educad a vuestros hijos para que se responsabilicen de ellos mismos.
Recordadles frecuentemente cuáles son sus responsabilidades dentro y fuera del hogar.
Procurad que vuestros hijos no eludan la responsabilidad.
Pedidles que hagan sólo aquello que vosotros mismos estéis dispuestos a hacer.
Aseguraos de que disponéis de un enfoque coherente y común en cuanto a desarrollar una
conducta responsable en vuestros hijos.
Capitulo 5
LA AUTOESTIMA DE LOS PADRES
Hay muchas razones de índole personal, interpersonal, parental, laboral y profesional por
las que los padres deberían conocer la naturaleza de la autoestima, su desarrollo y su elevación
en la edad adulta. Las investigaciones médicas muestran una fuerte correlación entre salud
física, longevidad feliz y alta autoestima. Por otro lado, la psicología, y más recientemente la
psiquiatría dinámica, nos dicen que los problemas neuróticos y psicóticos de la gente, así como
los problemas matrimoniales y familiares, guardan relación con la vulnerabilidad personal y
con los complejos de inferioridad o superioridad. De hecho, el grado de bienestar de todos los
sistemas humanos viene determinado en gran medida por el nivel de autoestima de sus
integrantes. Cuando la organización es amable, justa y posee eficaces estructuras de apoyo
coadyuva decididamente al sano desarrollo de todos y cada uno de sus miembros. Pero tales
estructuras difícilmente se crearían si los líderes de las organizaciones no tuviesen una alta
autoestima.
A lo largo de mi vida he sido miembro de muchas y variadas organizaciones —educativas,
médicas, industriales, comunitarias, etcétera— y no me han impresionado precisamente por su
nivel de preocupación, humanitarismo y apoyo. Sin duda alguna, los líderes están más
obligados que otras personas a incrementar su autoestima, puesto que la baja autoestima
produce liderazgos ineficientes. Los padres son los líderes de la familia y está más que
demostrado que sus niveles personales de autoestima determinan el bienestar físico, psicológico
y social de cada uno de los miembros de la misma. Los padres con una autoestima entre baja y
media transmitirán estos mismos niveles a sus hijos y mantendrán estos niveles entre sí. Por el
contrario, los padres con alta autoestima son los padres más eficientes.
Ya habéis visto en el capítulo 2 lo importante que es la autoestima personal de los cónyuges
para la relación de pareja; pues bien, igualmente se puede decir que la autoestima de los padres
es crucial para el bienestar de la familia. Actualmente, todas las investigaciones clínicas
apuntan que cuanto más independiente, segura, realizada y autosufíciente sea la persona, más
capaz es de desarrollar unas efectivas relaciones de pareja y de familia. Y lo contrario: cuanto
más dependiente, mediatizado, inseguro e irrealizado sea el cónyuge, el padre o la madre, más y
mayores problemas planteará en el seno del matrimonio o de la familia.
Habéis visto que la autoestima está relacionada con vuestros sentimientos en tomo a dos
aspectos muy personales: vuestra capacidad para haceros querer y vuestra capacidad para
realizar cosas. ¿Cuando entráis en una habitación atestada de gente os presentáis con la cabeza
alta pensando que sois dignos de ser valorados y respetados, o bien os escurrís hacia un rincón
con la esperanza de no parecer importante? Si esto último es lo que os pasa, no hay duda que
tenéis un problema de autoestima. ¿Cuando se os pide que hagáis algo pensáis inmediatamente
que tenéis capacidad para hacerlo o, si no la tenéis, que podéis aprenderlo o, por el contrario,
pensáis que no sois capaces o incluso os rebajáis diciendo que «se lo han pedido a la persona
menos indicada»? Si de nuevo es esto último lo que os pasa hay indicios claros de que tenéis
dificultades con vuestra autoestima.
Vuestra autoestima —o sea, el concepto que tengáis de vosotros mismos— influye en
vuestro moda de sentir todos y cada uno de los aspectos de vuestra vida. Esto es,
Vuestra autoestima forma el centro de vuestra personalidad y determina el uso que hacéis
dé vuestra ilimitada capacidad como seres humanos. No son los genes los que determinan
vuestra eficacia humana; es la autoestima. El nivel de autoestima con el que dejéis la niñez es el
que determina vuestro nivel de consecución en la edad adulta. No obstante, no os consideréis
atados al legado de autoestima que recibáis en la niñez, porque, una vez que tengáis conciencia
de vuestro nivel de autoestima estaréis en disposición de cambiarlo si ésa es vuestra intención.
Por regla general, se puede decir que la gente tiene tres niveles de autoestima: bajo, medio o
alto. Estar desanimado o abatido no es lo mismo que tener baja autoestima. En este mundo hay
muchos motivos para sentirse desanimado —la barbarie del hombre para con el hombre es muy
común—; pero la persona que tenga autoestima y esté abatida, además de admitirlo, siempre
hará algo contra las injusticias de este mundo. Sin embargo, una persona con baja autoestima no
admitirá su vulnerabilidad, ya que ello entrañaría un riesgo de rechazo. La pantalla, la cara o la
fachada constituye una protección de suma importancia para la persona con una autoestima
entre media y baja; cuanto más baja sea la autoestima de la persona, más exageradas serán las
máscaras que presentarán al mundo.
NIVELES DE LA AUTOESTIMA DE LOS ADULTOS
La madre o el padre que lea este libro tienen su nivel particular de autoestima. Los padres
que poseen una baja autoestima tienen un profundo odio hacia sí mismos, son extremadamente
descuidados para con su persona y, o se exigen mucho a sí mismos, o exigen mucho a los
demás. Los padres que cuentan con un nivel medio de autoestima tienen serias dudas acerca de
sus merecimientos para ser queridos y de su capacidad para hacer cosas y dependen mucho del
éxito y de la aprobación de los demás. Los padres con alta autoestima, especie bastante rara, se
aceptan profunda y llanamente y también aceptan a los demás.
Altamente dependiente.
Pesimista y fatalista.
No se siente bien consigo misma.
Se condena a sí misma.
Extremadamente perfeccionista.
Abandonada.
Muy temerosa de las nuevas situaciones.
Exageradamente critica consigo misma en todos los aspectos.
Cree que todo el mundo está mejor dotado que ella.
Profundo complejo de inferioridad o superioridad. (Este último es una tapadera para
encubrir un sentimiento de inferioridad.) Solitaria / aislada.
Incapaz de entablar unas Intimas y profundas relaciones afectivas.
Se ve a sí misma como no merecedora de afecto.
A veces con tendencias suicidas.
Rígida e inflexible.
Muy dada a culpar a los demás o incapaz de admitir sus propias debilidades.
Reprime los sentimientos o es peligrosamente agresiva y violenta. Negligente en cuanto
a su bienestar físico.
Se rechaza a sí misma.
Posesiva con los demás.
Constantemente necesitada de estímulo.
Manipuladora del prójimo.
Se siente fácilmente herida en sus sentimientos.
Muy sensible a la crítica.
Practica la comunicación protectora (por ejemplo: silencios hos¬tiles, mal humor,
sarcasmo, cinismo, inculpación, etc.).
Resistencia al cambio.
No admite cumplidos o retroinformación positiva.
Continuamente infeliz.
Relaciones problemáticas con sus semejantes.
Preocupada.
Abiertamente proclive a la ansiedad y a la depresión.
Mal genio.
Siente de forma distinta que los demás.
Se siente culpable de sus propias experiencias placenteras (o sea, cuando lo pasa bien).
Miedo al rechazo.
Temerosa de los errores y del fracaso.
Indecisa.
Vive la vida de acuerdo con un código ético.
Avergonzada de sí misma.
Cree que la vida no vale la pena vivirla.
En lo que a la vida de los demás se refiere, muestra una implicación exagerada o un
acusado desentendimiento.
Trata constantemente de probarse a si misma.
Es de todo punto cierto que vuestras vivencias infantiles determinan vuestro nivel de
autoestima. No obstante, como personas adultas, no podéis estar culpando toda la vida a
vuestros mayores —cuya influencia recibisteis en los primeros años de vuestra vida— de lo que
ahora sentís con respecto a vosotros mismos. Si continuáis pensando de esta forma no
cambiaréis nunca. Si creéis que no sois personalmente responsables de cómo os sentís ahora con
vosotros mismos estáis perpetuando, como adultos, las tempranas influencias negativas de
condicionamiento o negligencia total u otras abusivas experiencias, y, al hacer esto (ya sea
consciente o inconscientemente), estáis manteniendo o incluso acrecentando vuestro bajo nivel
de autoestima. ¿Cuáles son entonces las conductas que mantienen esos conceptos tan pobres que
tenéis sobre vosotros mismos? Las más significativas de estas conductas —que serán tratadas en
próximos apartados— se relacionan a continuación.
— Actitudes rígidas e inflexibles con uno mismo, con el prójimo y con el presente y el
futuro.
— Reflexiones de menosprecio hacia uno mismo o de crítica e inculpación de los demás y
del mundo en general.
— Estilo de vida negligente y abusivo.
— Bloqueo de vivencias positivas.
— Colaborar a que le rechacen a uno.
— Evitación de retos.
— Patrones protectores de comunicación.
— Incapacidad para independizarse de los padres.
Las personas adultas con problemas de autoestima viven su vida de acuerdo con estas
actitudes, que suelen estar regidas por un estricto código de deberes materiales y morales. He
aquí algunos ejemplos de esto:
Todos estos ejemplos demuestran una falta de sensibilidad y de atención hacia uno mismo.
Estas personas suelen exigirse a sí mismas, y a los demás, niveles irrazonables de actuación y,
lamentablemente, perpetúan de esta forma el pobre concepto que se tienen. Si realmente os
queréis y os valoráis a sí mismos y a los demás no os tratéis ni tratéis de este modo tan negativo.
Pensad que son mensajes que habéis escuchado en los albores de vuestra vida y que todavía
continuáis repitiéndolos en vuestro fuero interno. Estas actitudes también reflejan la alta
dependencia que tenéis de los demás y lo atados que estáis al éxito, todo para tener buenas
sensaciones sobre vosotros mismos En algunos casos, la actitud de la persona va más allá de la
consideración condicional de un rechazo rotundo del yo. Recuerdo a un doctor en medicina que
acudió a mí en petición de ayuda y que, según sus propias palabras, se veía a sí mismo como un
«un pedazo de mierda». Por lo visto era muy exigente consigo mismo, había tomado
antidepresivos durante años y podía llegar a ser muy violento con su esposa y con sus hijos. No
es sorprendente, pues, que la historia de su niñez fuese similar a la que ahora estaba él
repitiendo con su propia familia. Otros clientes a los que he tratado se describen a sí mismos
como «despreciables», «feos», «insignificantes», «vacíos», «odiosos», «detestables» o «sucios».
Soliloquios autodespreciativos.
La forma en que pensáis o en que os habláis a vosotros mismos proviene de las actitudes que
tengáis hacia vosotros, hacia los demás y hacia el mundo en general. Si tenéis actitudes de
aversión hacia vosotros mismos —expresadas en frases como «no sirvo para nada», «cualquiera
es mejor que yo» o «valiente mundo cruel en el que nos ha tocado vivir»—, sin duda se
reflejarán en vuestra forma de hablar y de pensar, tal como se aprecia en los siguientes
ejemplos:
Toda vez que estos mensajes que vosotros mismos os enviáis están infundidos con
sentimientos de odio, antipatía y rechazo del yo causan el mismo impacto en vuestra autoestima
que los mensajes de rechazo, de desprecio y de desapego que recibisteis de vuestros padres y de
otras personas cuando erais niños. Estos mensajes también cumplen una función protectora, ya
que, por una parte, os preservan de correr riesgos y, por otra, impiden que los demás se os
aproximen. La gente que posee una baja autoestima mantiene a distancia a los demás; permitir
que éstos se acerquen emocionalmente demasiado sería correr el riesgo de un rechazo, ya que
podrían entrever a través de la máscara la verdadera persona que hay tras ella. Conviene que
prestéis atención a vuestros monólogos. Si hacéis una lista de vuestros pensamientos y de los
mensajes verbales que os enviáis podréis daros cuenta de que seguís manteniendo —o quizá
incluso empeorando— vuestra baja autoestima.
La autoestima se aprecia a través de muchas maneras, pero el modo en que uno cuida a su
propia persona es uno de los principales indicativos de cómo se siente uno consigo mismo.
Repasad la siguiente lista y ved cómo estáis en este aspecto.
Si manifestáis uno o más de los anteriores comportamientos estáis dando señales claras de un
problema de autoestima. Cuanto más perse¬veréis en estos nocivos comportamientos, menos os
consideraréis dignos de vuestros cuidados y de llevar una vida equilibrada y sana, lo que
contribuirá a sostener vuestra autoestima a un nivel entre medio y bajo.
A un adulto con baja autoestima le será muy difícil asimilar un cumplido, aceptar una
muestra de afecto o agradecer un gesto favorable de cualquier tipo. Para esta persona, la
convicción emocional de su poca valía es mucho más fuerte que cualquier experiencia positiva
aislada o aleatoria. Para una persona de baja autoestima, el hecho de aceptar un mensaje
positivo entraña demasiado riesgo, ya que la probabilidad de rechazo es más alta al permitírsele
a la otra persona una mayor intimidad. Me viene ahora a la memoria un pasaje de mi propia
existencia relacionado con esta cuestión del bloqueo de mensajes positivos procedentes de los
demás. Durante mi etapa de joven estudiante tenía un concepto bastante pobre de mi propia
imagen, particularmente en su aspecto físico. Me veía a mí mismo feo y poco agraciado y estaba
convencido de que ninguna mujer podía considerarme interesante. Debido a esto, en mi ánimo
estaba evitar el contacto con las mujeres y siempre me tas arreglaba para encontrar un rincón
donde esconderme. En una fiesta, a la cual me había arrastrado a duras penas un amigo
bienintencionado, me había ya instalado en mi rin¬cón cuando se me acercaron dos chicas para
decirme que no estuviera solo y que me fuese con ellas. En vez de atender su petición puse
algunas pegas y pensé: «Estas chicas no quieren realmente hablar conmigo, lo que pasa es que
sienten pena de mí.» Pasé el resto de la velada sin moverme de mi rincón. Algunos años más
tarde, cuando aún seguía empeñado en acrecentar mi autoestima, me encontré con una de las
dos chicas. De alguna forma saqué a colación el incidente y se sorprendió mucho porque ellas se
alejaron de mí con la impresión de que yo a todas luces no las encontraba interesantes. No se
habían dado cuenta en absoluto de que carecía de la autoconfianza necesaria para aceptar su
ofrecimiento y yo, por mi parte, perdí la oportunidad de entablar una relación que podría
haberme ayudado a verme a mí mismo desde un ángulo más positivo.
El rechazo de los mensajes positivos afianza el mal concepto que tengamos de nuestra propia
imagen y, desgraciadamente, es ésta una característica muy común entre la gente. A
continuación se dan algunos ejemplos de bloqueo de mensajes positivos:
Uno de los aspeaos más tristes de las personas con una autoestima entre mediana y baja
es que ellas mismas se colocan en posición de ser rechazadas. Todo individuo tiene necesidad
de sentirse valorado y aceptado por los demás; pero, sobre todo, aquellos que no saben valorarse
y aceptarse a sí mismos. Estas personas están ansiosas por recibir el aprecio y la aprobación de
sus semejantes, pero tienen miedo de tomar iniciativas para provocar estas respuestas. De hecho,
los comportamientos que em¬plean para merecer el reconocimiento de los demás casi siempre
terminan en un rechazo. Entre estos comportamientos están los siguientes:
• Posesividad.
• Control.
• Alejamiento.
• Mal humor.
• Constante búsqueda de aliento.
• Hipersensibilidad a la critica.
• Agresión.
• Pasividad.
• Perfeccionismo.
Necesidad constante de aliento «¿Quieres dejar de darme la lata?» «Me estàs volviendo loca
con tantas preguntas.» «¿Por qué no te portas como una
persona madura?»
Hipersensibilidad a la critica «No te puedo contradecir lo más mínimo» «De ahora en
adelante no diré esta boca es mía»
Agresión «Después de esto no me verás más el pelo.» «Tú lo qüe eres es
un bruto y un mal nacido»
Pasividad «No puedo verte más tiempo dándotelas de mártir.» «¡Por amor
de Dios, di algo!» «Eso, tú ahí sin mover un dedo, a ti que te
las den todas»
Perfeccionamiento «No pretendas que esta casa funcione como un reloj.» «Para ti
la casa es más importante que yo»
Todas estas reacciones no hacen más que confirmar los temores más acuciantes e internos
de la persona —esto es, que no sirve para nada, que no se da a querer o que es despreciable,
débil o rastrera—, haciéndola volver sin miramiento a su antigua y detestable situación de
sentirse mal consigo misma.
¿Por qué la gente utiliza entonces estas formas incorrectas para conseguir aceptación? La
contestación es simple: porque cuando fueron niños las formas correctas no les funcionaron,
mientras que las incorrectas sí lo hicieron, al menos parcialmente. De forma correcta, todo niño
trata de ser incondicionalmente querido y aceptado; pero cuando este método falla, entonces
echa mano a toda una gama de medios incorrectos. Los padres y los profesores hablan de niños
que buscan llamar la atención, que son pendencieros, que se molestan fácilmente, que se
desviven por complacer a la gente o que son perfeccionistas o conflictivos. Pero lo que importa
aquí reconocer es que todos los comportamientos anteriores son intentos que los niños hacen
para conseguir una aceptación que no han tenido en absoluto o que, si la han tenido, lo ha sido
de una forma imperfecta.
Evitación de riesgos
Son los retos con los que nos enfrentamos a lo largo de nuestra vida los que nos hacen
crecer en sabiduría, madurez y autoestima. Sin embargo, la gente que posee una autoestima
entre mediana y baja ve una amenaza en todo lo que suponga cambio y asunción de riesgo. Una
característica típica de esta gente —cuyo grado de conformidad suele ser bastante alto— es
comprobar el factor seguridad antes de emprender cualquier tipo de aventura. Sólo el 10 por 100
de las personas pertenecientes a la tercera edad funciona a un nivel físico, emocional, social,
sexual, creativo, espiritual e intelectual comparable al de las personas más jóvenes. La cualidad
esencial de estas persona mayores, aparte de una alta autoestima, es que nunca han cesado de
retarse a sí mismas durante toda su vida. La persona cuya autoestima no pasa de mediana suele
ser una persona muy dependiente que da muestras de poca iniciativa y autonomía; y ello, porque
cree que el riesgo de desaprobación social es demasiado grande como para lanzarse a la
aventura. El problema está, sin embargo, en que mientras evitéis por sistema todos los retos —o
aunque sólo sean algunos de ellos— que os impone la actividad humana dispondréis de un
escaso sentido del yo. Los individuos con mediana autoestima son propensos —aunque, eso sí,
después de comprobar el grado de seguridad— a asumir más riegos que los de baja autoestima.
Mucha gente que asiste a cursos sobre atención y autodesarrollo tiene una mediana autoestima,
mientras que la gente que más los necesita (la de baja autoestima) no suele estar presente,
debido, una vez más, a los riesgos que esto conlleva. Es asimismo evidente que la mayoría de
los hombres son muy remisos a asistir a tales cursos y todavía más a los que tocan temas
psicológicos y sociales.
Muchos adultos continúan atados a sus padres en búsqueda del amor incondicional y de la
afirmación que no recibieron cuando eran niños. Es como si todavía no se hubiese roto el
cordón umbilical. Hay mucha gente que con veinte, treinta, cuarenta e incluso con cincuenta
años sigue aún viviendo en casa de sus padres. Hay otras muchas personas que mantienen
contactos con sus progenitores con una frecuencia excesiva, llegando incluso a desentenderse de
su esposa y de sus hijos por atender a unos padres que pueden muy bien valerse por sí solos.
Muchos de estos adultos argumentan que sus padres no pueden vivir sin ellos, ocultando así la
realidad de que son ellos los que no pueden hacer nada sin sus padres. Son personas que
continúan ligadas a sus padres manteniendo con ellos una relación típica de padres e hijos en
vez de una relación plena de adultos. La inseguridad de estos adultos está muy arraigada y
nunca será resuelta debido a la relación de continua dependencia que guardan con sus padres. A
veces ocurre que esta gente insegura deja el hogar de sus padres y se marcha a lugares bastante
alejados sin cortar el cordón umbilical que le une a ellos; en estos casos, es normal que esta
gente transfiera su dependencia a otras personas mediante una continua necesidad de
impresionar y de ser reconocida y aceptada por los demás. En tanto en cuanto se mantenga esta
dependencia con los demás, el nivel de autoestima de estas personas seguirá una trayectoria
descendente.
La autoestima de un adulto se cambia mediante la acción. Sin embargo, tan cierto como
lo anterior es asegurar que uno no puede adquirir valía a través de lo que haga. Estamos ante
una paradoja muy propia de la conducta humana. El matiz de esta cuestión está en que con la
autovalía se nace, mientras que la autoestima se desarrolla He acuerdo con la relación que los
padres y otros familiares hayan mantenido con los niños. Si estáis convencidos de que todo lo
que habéis logrado —categoría profesional, bienes materiales, notoriedad pública, hijos criados,
buenas obras, etc.— os hacen importantes y aceptables a los ojos de los demás no hay duda que
sois altamente dependientes y vulnerables en lo concerniente a la autoestima. Tened en cuenta
que la conducta, sea de la forma o clase que sea, no determina vuestra valía como ser humano.
La conducta o la acción es el medio que utilizáis para experimentar las cosas de este mundo y,
ya sea con una o con otra, no ganáis ni perdéis nada de vuestra propia humanidad o valía. A este
respecto, todas las acciones tienen una propiedad, a saber: que los fracasos y los errores sirven
para aprender y desarrollamos, pero no tienen nada que ver con la valía.
Ahora bien, si las acciones no agregan nada a vuestro sentido del yo, ¿qué quiero decir entonces
con que la acción es la clave? Desde el momento en que nacéis os convertís en un fenómeno
único e irrepetible de este universo. Sois perfectos en vuestro ser y sois un caso singular.
Vuestra capacidad es ilimitada. La autovalía puede parangonarse con el sol y, al igual que el sol
que está permanentemente ahí arriba y que puede nublarse por «profundas depresiones»,
también el sentido de la valía es un atributo permanente del ser humano que puede asimismo
nublarse en los primeros años de la existencia por conductas punitivas y de rechazo y por el
continuo reforzamiento de este sombrío proceso durante la niñez, la adolescencia y la edad
adulta. Cuanto mayor sea la frecuencia, intensidad y alcance de estas experiencias negativas
más distante estará la persona de tener un concepto maravilloso de su ser.
La persona que posea una mediana autoestima habrá tenido una mezcla de experiencias
positivas y negativas; la persona con una autoestima baja o muy baja habrá estado expuesta
principalmente a expe¬riencias negativas, mientras que aquella cuya autoestima sea alta habrá
disfrutado principalmente de relaciones positivas. La persona con alta autoestima estará muy
cerca de tener un sentido pleno de su propia valía como ser humano; la persona con mediana
autoestima tendrá vislumbres de su valía a través de los claros que le dejan nubes de dudas y de
dependencia de los demás y, por último, la persona que tenga un bajo sentido de su yo, o no
tenga ninguno, raramente llegará a sus ojos, si es que le llega, la luz de su ser como ente propio
y único.
La acción que se necesita para incrementar vuestra autoestima como adultos no es algo
que añada alguna cosa a vuestra autovalía —ésta está siempre presente desde el nacimiento—,
pero sí es el medio que os sirve para deshaceros de las experiencias negativas del presente y del
pasado y sustituirlas por unas conductas en las que priva el cariño incondicional. La acción os
transporta desde el lugar en sombras que ocupa vuestro actual nivel de autoestima hasta ese otro
lugar en el que reina la luz que irradia el sentido de vuestra autovalía. ¿Cuáles son esas acciones
que os señalan el camino que conduce al descubrimiento de vuestra perenne e inalterable valía
como ser humano? En gran medida constituyen el reverso de esas acciones que ya hemos
descrito como mantenedoras de bajos niveles de autoestima:
Para que podáis cambiar vuestro personal nivel de autoestima tenéis que saber en qué
consiste ésta, cómo se desarrolla y por qué de una manera consciente o inconsciente mantenéis
un bajo nivel de la misma. El desarrollo del conocimiento y la atención es el primer paso que
tenéis que dar en pos del cambio, aunque esto por sí solo es insuficiente. De todos modos, es
importante que no dejéis nunca de aumentar vuestro conocimiento y atención en todos los
aspectos de la autoestima mediante la lectura, el debate, los seminarios y, si es necesario, la
terapia. Después de esto, os queda la acción como próximo paso esencial, aunque ahora estará
basada en el conocimiento y la ilustración que habéis adquirido.
Soliloquios positivos
Muchas terapias y muchos libros de autoayuda se centran en cambiar vuestro modo de
pensar. Su premisa básica es que vuestros pensamientos | determinan el estado anímico, o sea,
cómo os sentís. Por ejemplo, si tenéis pensamientos temerosos, depresivos, críticos o resentidos,
entonces os sentiréis ansiosos, depresivos, faltos de confianza y resentidos. La finalidad de estas
terapias es que os percatéis de vuestros patrones de pensamiento negativo y, que una vez que los
tengáis identificados, empecéis a sustituirlos por patrones de pensamiento positivo. El
inconveniente que tiene este enfoque es que tanto el terapeuta como el libro comienzan
criticándoos por pensar de una forma tan inadecuada. Estiman que estos «patrones de
pensamiento negativo» no llevan a ninguna parte. Yo creo, sin embargo, que estos patrones de
pensamiento proporcionan una protección tremendamente útil contra una subyacente y profunda
inseguridad y su inmediata consecuencia: el temor al rechazo. Estas debilidades emocionales
preceden a los patrones de pensamiento. La cabeza protege al corazón; no es, pues, la cabeza la
que crea los problemas emoción les. Ya se ha mostrado de qué manera los patrones de
pensamiento os protegen de la critica, el daño afectivo y el rechazo. Ahora bien, que da todavía
por tocar un aspecto del pensamiento positivo. Algunos terapeutas creen que son los
pensamientos los que os cambian y que, por tanto, si practicáis afirmaciones positivas de una
forma regular empezaréis con el tiempo a sentiros bien. La verdad es que todas las palabras
juntas de este mundo no os cambiarán si no están infundidas de afectividad. Por ejemplo, si de
pasada alabamos a Johnny diciéndole que «es un tío grande», seguramente esto no le causará
mucha sensación; pero si le decimos de corazón y con toda sinceridad que estamos gratamente
impresionados por los esfuerzos que está haciendo, no hay duda de que esto le producirá un
efecto más profundo y duradero. No son las palabras con las que se queda Johnny, sino con los
sentimientos que van unidos a ellas. Por supuesto que no pretendo que dejéis de ejercitar el
pensamiento positivo; pero lo que sí quiero deciros es que como estos pensamientos positivos
no procedan de las mismas entrañas de vuestra alma no causarán un gran efecto en vuestra
autoestima.
A continuación encontraréis un ejercicio de afirmación que, si lo practicáis regularmente
con sentimientos sinceros y profundos, os puede ser de un gran valor para elevar vuestro nivel
de autoestima.
DECLARACIÓN DE MI UNICIDAD
Relación con el yo
Si un nifio experimenta con regularidad estas acciones saldrá de su infancia con una alta
autoestima. La relación que una persona adulta necesita mantener consigo misma implica la
misma variedad de acciones. La relación con vosotros mismos debe poseer todas las
características que tendría una cariñosa y afirmativa relación entre padres e hijos. Esta relación
ha de ser fundamentalmente de naturaleza afectiva, de forma que todos vuestros pensamientos y
acciones hacia vosotros mismos estén imbuidos de una valoración y exaltación del yo. El amor,
la aceptación y la afirmación tienen que ser experiencias constantes en vuestra vida cotidiana
para que así la marea de las acciones vaioraíivas del yo se lleve por delante a todas esas antiguas
acciones del rechazo del yo, del condicionamiento, del pensamiento protector, de la evitación de
retos, de la hiperactividad o pasividad y del descuidó del bienestar físico.
El cambio llegará a producirse si nos aseguramos de que todas las acciones sean de naturaleza
afectiva y valorativa del yo, ya tengan que ver con el descanso, la higiene, el trabajo, la dieta, el
ocio, el ejercicio físico o el estilo de vida. He aquí algunos ejemplos:
Cambiar vuestra relación con vosotros mismos es un proceso sin fin que necesita ser
cultivado de una manera sistemática y continua. Es muy probable que los antiguos modos de
rechazo y dependencia estén fuertemente arraigados, por lo que sólo podrán ser eliminados
mediante la práctica permanente de conductas de aceptación y valoración. El cambio, sin
embargo, tiene sus recompensas: seguridad; independencia; libertad para ser uno mismo;
espontaneidad; incondicionamiento con uno mismo y con los demás; comunicación clara y
directa; sosiego y tranquilidad; apertura al cambio, hacia los demás y hacia la vida en general; y,
por último, un mayor potencial para autoirealizarse.
Los adultos con baja autoestima suelen descuidar muchas de sus necesidades esenciales.
Corregir este estilo de vida desequilibrado y responder a las múltiples y diferentes clases de
necesidades de nuestra vida és algo que requiere una considerable disciplina. El mejor método
es a través de una sencilla administración del tiempo que os asegure que al menos la mayoría de
vuestras necesidades esenciales estarán cubiertas dentro de los dos días siguientes. Repasad la
siguiente lista para que comprobéis de qué forma y con qué frecuencia satisfacéis las
necesidades que se citan.
Atender a estas necesidades de una manera regular y activa es un aspecto relevante de esa
relación incondicional con vosotros mismos que tan necesaria es para aumentar vuestra
autoestima. Olvidarse de esta responsabilidad sólo sirve para debilitar aún más vuestra valía y
sentido del yo.
Desafío
El cariño a la vida es un excelente indicador de una alta autoestima. La persona que tiene
una autoestima entre baja y mediana suele evitar los desafíos por entrañar un alto riesgo de
fracaso. Los desafíos se nos presentan bajo múltiples modalidades y formas:
• Nuevo empleo.
• Nuevos cursos para refrescar nuestros conocimientos.
• Nuevas amistades.
• Cambio de rama profesional.
• Viajar.
• Lectura alternativa.
• Nuevas actividades de ocio.
• Experimentación sexual.
• Experimentación con nuevos decorados.
• Innovaciones en el trabajo.
• Nuevas aficiones.
• Desarrollo de nuevas habilidades.
• Escuchar tipos de música diferentes.
• Incorporación a un grupo de autodesarrollo.
• Pedir un aumento de sueldo.
• Decir que «no».
• Expresar necesidades.
• Emitir opiniones propias.
• Escuchar a gente que no está de acuerdo con uno.
Cuando aceptáis los retos, empezáis a tomar contacto con ese poder interior vuestro que
os impulsa a responsabilizaros de vuestra propia vida. El dar la espalda al cambio, aunque os
protege del daño y la humillación, coloca a vuestra estima por los suelos.
La comunicación ha sido tratada con todo detalle en capítulos anteriores de este libro (pp.
55-62,75-88). Baste decir aquí que cuando entabláis una comunicación directa, abierta y clara,
el mensaje que estáis dando es que os creéis que sois dignos de expresar, además de lo que sois,
cuáles son vuestras creencias y cuáles vuestras necesidades. Una comunicación de esta clase
sirve para aumentar la autoestima y el sentido de vuestra unicidad y exclusividad.
Ya habéis visto que la proyección y la introyección son conductas que protegen del daño
y del rechazo (pp. 36-42). Estas conductas son también indicativas de una estrecha dependencia
de los demás. Sin embargo, cuanto más fuerte sea la relación que entabléis con vosotros mismos
y cuanto más padres seáis de vosotros mismos, más capaces seréis de reducir vuestra
dependencia con el prójimo, de disipar vuestros temores de rechazo y de independizaros de
vuestros propios padres y de los demás. Si esto se consigue cesará automáticamente el uso de la
introyección y la proyección como instrumentos protectores. El proceso que conduce al cambio
de la autoestima es largo, así que, mientras éste se lleva a cabo, es conveniente que empecéis a
suprimir la necesidad de protegeros a vosotros mismos, a trabajar con el fin de independizaros
de los demás y a aprender a estar siempre a vuestra propia disposición.
Como en cualquier otro proceso de cambio, el conocimiento de la situación y la acción son los
elementos clave. El reconocimiento de la tendencia a introyectar, esto es, a personalizar la
conducta del prójimo como diciendo algo referente a vosotros sería el primer paso para cambiar
esta falsa interpretación. El segundo paso sería el firme convencimiento de que cualquier cosa
que diga o haga la otra persona será siempre una declaración referida a dicha persona. La
primera acción interna a tomar cuando una persona os envía un mensaje relativo al pronombre
personal «tú» —como, por ejemplo, «eres un imbécil»— es preguntaros «qué es lo que dice el
mensaje acerca de la persona que os lo envía» para poder luego devolverle el mensaje y así
obtener de ella el verdadero mensaje oculto o mensaje del «yo». En este ejemplo, la mejor
manera de devolver el mensaje dirigido al «tú» es decir: «¿Cuál es el motivo que te hace creer
que yo soy un imbécil?» La contestación podría ser otro mensaje dirigido al «tú» de este estilo:
«Ninguno, eres un imbécil punto.» Con toda paciencia, una vez más, le devolvéis el mensaje
con esta frase u otra parecida: «Tu contestación no me dice nada sobre el motivo». En este
punto, una posible réplica podría ser: «Nunca consultas conmigo los asuntos.» Sin duda alguna
os estáis acercando al verdadero mensaje oculto; así que ahora decís: «¿Sobre cuáles asuntos te
gustaría que te consultara?» Dado que os habéis arreglado para dejar la comunicación abierta
podrían ahora salir a la luz los verdaderos mensajes del «yo», tales como: «Nunca me haces
partícipe de las decisiones sobre la casa», o «Tengo la impresión de que no tomas en cuenta mis
opiniones sobre los niños» o «Creo que a tus ojos no cuento para nada.»
Lo que está claro ahora es que el mensaje original dirigido al «tú» (proyección por parte de la
otra persona) tenía como trasfondo un mensaje oculto del «yo» que obedecía a unas necesidades
bloqueadas. Si hubieseis personalizado (introyectado) el mensaje, bien atacando o bien
inhibiéndoos, se habría roto entonces la comunicación y la cuestión se habría zanjado con
ambas partes dolidas y humilladas y, por supuesto, con las necesidades bloqueadas
insatisfechas. Cuando las necesidades se expresan, al menos existe la posibilidad de comprobar
si estáis en disposición de satisfacerlas. Si las necesidades a cubrir son razonables, lo más
natural sería que la contestación fuese un «sí»; si no lo son, un «no» sería lo apropiado y, si son
algo difíciles de satisfacer, entonces lo correcto sería recurrir a la negociación. Pero lo que aquí
interesa es que a lo largo de todo este proceso nunca hayáis dejado de creer en vuestro valor
intrínseco y que no hayáis personalizado el mensaje, es decir, que os hayáis mantenido al
margen, aunque interesados, en vuestras respuestas a los comunicados de la otra persona.
IDEAS CLAVE
• El grado de bienestar de todos los sistemas humanos viene determinado en gran medida
por el nivel de autoestima de sus integrantes.
• Los padres son ios líderes de la familia y está más que demostrado que sus niveles
personales de autoestima determinan el bienestar físico, psicológico y social de cada
uno de los miembros de la misma.
• No son los genes los que determinan vuestra eficacia humana; es la autoestima.
• Los padres que poseen una baja autoestima tienen un profundo odio hacia sí mismos,
son extremadamente descuidados para con su persona y, o se exigen mucho a sí
mismos, o exigen mucho a los demás.
• Vuestras vivencias infantiles determinan vuestro nivel de autoestima.
• Cuando la gente posee una autoestima entre mediana y baja realiza una serie de
conductas que la protege de cualquier nueva herida, humillación o rechazo.
• Uno no puede adquirir valía a través de lo que uno haga.
• La conducta o la acción es el medio que utilizáis para experimentar las cosas de este
mundo, y ya sea con una o con otra, no ganáis ni perdéis nada de vuestra propia
humanidad o valia.
• El conocimiento y la atención es el primer paso que tenéis que dar en pos del cambio de
vuestra autoestima; la acción es el segundo paso.
• La aceptación y la aprobación por parte de otra persona no son cimientos sólidos para la
autoestima del adulto.
• Cambiar vuestra relación con vosotros mismos es un proceso sin fin que necesita ser
cultivado de una manera sistemática y continua.
• Cuanto más acrecentéis vuestra propia autoestima como persona, más contribuiréis a
establecer un nivel similar de autoestima en vuestros hijos con efectos positivos en
todas las facetas de su desarrollo, entre ellas, la educativa.
ACCIONES CLAVE
• Determinad vuestro nivel de autoestima.
• Procurad adquirir un buen conocimiento de la autoestima, así como de su influencia en
vosotros mismos, en vuestro cónyuge y en vuestros hijos.
• Entablad soliloquios positivos infundidos de sentido emocional.
• Leed con frecuencia la «Declaración de mi unicidad».
• Convertios para vosotros mismos en aquellos padres incondicionalmente cariñosos
que vuestros propios padres no pudieron ser debido a sus problemas de autoestima.
• Estableced una relación con vosotros mismos que tenga todas las características de
una amorosa y afirmativa relación entre un padre o una madre y sus hijos.
• Llevad un estilo de vida saludable y equilibrado.
• Retaos a sí mismos.
• Desembarazaos de la introyección y de la proyección como medios de comunicación
protectora.
Capitulo 6
LA AUTOESTIMA DE VUESTROS HIJOS
Habéis visto de qué forma la autoestima de los niños se ve afectada por la relación que los
padres mantengan entre sí, por el tipo de cariño desplegado en la familia, por la autoestima de
cada uno de los padres, por las interacciones de los profesores con los niños y por la forma que
se relacionen con ellos otros parientes y personas allegadas. Habéis visto también que el hecho
de ser miembro de una subcultura puede tener asimismo influencia sobre la autoestima. El nivel
de autoestima que posea el niño determinará no solamente su aprovechamiento escolar, sino
también su desarrollo afectivo, social, intelectual, sexual, profesional y espiritual. En lo que
atañe al progreso académico, los niños con alta autoestima se caracterizan por lo siguiente:
Por su parte, los niños con una autoestima mediana o baja presentan un perfil muy diferente en
lo que respecta al esfuerzo escolar:
Si vuestro hijo presenta algunos de los síntomas anteriores es que tiene un problema de
autoestima y, a menos que vosotros como padres hagáis algo para elevar su autoestima, es muy
probable que el chico adelante muy poco en los estudios o que se derrumbe por la presión de
tener que demostrar constantemente ante vosotros su valía académica.
Existen interacciones muy específicas que los padres y otros adultos importantes tendrían que
desarrollar en sus relaciones con los niños para que éstos pudiesen sentirse satisfechos consigo
mismo. El desarrollo o elevación de la autoestima de un niño o de una niña está principalmente
en manos de sus padres. Los padres actúan de espejo para sus hijos y sus reacciones
determinarán la imagen que éstos se formen de sí mismos. Esta cuestión no admite, por tanto,
negligencia alguna aunque sea benigna. El hijo depende completamente de los padres y —tanto
si se dan cuenta de ello como si no— cualquier interacción que éstos tengan con él influirá en el
punto de vista que tenga de sí mismo.
Es conveniente que analicemos ahora el sentido del yo del niño o de la niña bajo seis
importantes variantes:
— El yo físico (apariencia, estatura, tipo, color de los ojos o del pelo, etc.).
— El yo afectivo (si somos cariñosos, atractivos e interesantes).
— El yo intelectual (si somos listos, «brillantes» o si tenemos aptitud para comprender
ciertos aspectos de la vida).
— El yo conductual (si somos habilidosos, capaces, independientes o si destacamos).
— El yo social (si tenemos sentido de la unicidad, inferioridad, superioridad o
invisibilidad).
— El yo creativo (si somos o no conformistas; si nos gusta ser iguales o distintos a los
demás; o si nos doblegamos fácilmente ante otras personas o, por el contrario,
intentamos ver y hacer las cosas según nuestro propio criterio).
Es muy necesario que las relaciones que los padres y otros adultos sostengan con los niños
transmitan mensajes relativos a estos seis aspectos del yo, puesto que engendrarían en ellos un
profundo y genuino encomio de sí mismos. Es de lamentar que los mensajes que con más
normalidad reciben los nifios sean aquellos que minan, debilitan, distorsionan, o
incluso destruyen, todo buen sentido del yo. En los apartados siguientes se analizan las clases de
mensajes que los niños tendrían que recibir para que desarrollasen una alta autoestima, así como
aquellos que no deberían recibir porque les conferirían un sentido del yo mediocre, escaso o
nulo.
El yo físico
El mensaje que hay que comunicar a los niños acerca de su yo físico es el siguiente:
Muchos adultos, cuando entran en una sala donde se va a celebrar algún acontecimiento social
lo hacen sigilosamente, como si se deslizaran; otros escogen un asiento en las últimas filas,
mantienen la vista baja o lanzan sólo fugaces miradas. Todos estos comportamientos denotan
dudas acerca del yo físico. Un rasgo de inseguridad muy común en la gente es abrigar dudas
acerca de su atractivo corporal.
Todas estas incertidumbres tienen su origen en mensajes que recibie¬ron en su temprana
infancia. Es muy probable que a lo largo de vuestra vida nadie os haya dicho que vuestro cuerpo
siempre es apropiado, que es único y bello y que no necesitáis envidiar el cuerpo de oirá
persona.
¿Qué es lo que pretendo dar a entender con que «el cuerpo siempre es apropiado»? Los
siguientes ejemplos clarificarán lo que quiero dar a entender. Una vez estuve tratando a un niño
de cuatro años que se orinaba en la cama con bastante asiduidad (enuresis). La enuresis puede
ser de dos clases: primaria y secundaria. En el primer caso, el niño o la niña nunca ha aprendido
a controlar la vejiga y las causas del problema pueden ser orgánicas o bien deberle a una
deficiente educación higiénica. En el segundo caso el niño sí ha llegado a aprender a controlar
su vejiga y lo que pasa es que ha perdido la facultad de hacerlo. Las causas de la enuresis
secundaria son casi siempre de origen psicológico o social. Cuando uno o ambos padres me
traen un niño con síntomas físicos, lo primero que me pregunto es «qué es lo que en verdad me
está diciendo ese síntoma sobre el niño». En el caso del niño de cuatro años estuve indagando
acerca de la relación que sostenía con su madre y, aparte de recriminarle ésta su hábito de mojar
la cama, la relación parecía cariñosa y cálida. Me centré entonces en la relación del niño con su
padre y descubrí que era prácticamente inexistente. El padre, hombre ambicioso en demasía,
estaba totalmente inmerso en su trabajo y no prestaba atención ni a su mujer ni a su hijo. Era
evidente que este hombre tenía un problema de autoestima y que se dedicaba
desenfrenadamente a una actividad compensatoria del pobre concepto que tenia de sí mismo,
con desastrosas consecuencias, claro está para él mismo y para su hijo. Normalmente llegaba
tarde por la noche cuando ya su hijo estaba en la cama. Se traía trabajo a casa y los fines de
semana solía ir los sábados a la oficina. Pasaba, por consiguiente, muy pocos o ningunos buenos
ratos con su hijo. Yo me planteé dos hipótesis acerca de las «razones» de la incontinencia de
orina que manifestaba el cuerpo del niño. La primera se refería a que dicha incontinencia
simbolizaba la preocupación del niño por una madre que estaba siendo desatendida por su
esposo. Cualquier posibilidad de que su madre fuese incapaz de mantenerlo constituía una grave
amenaza para el niño, ya que dependía totalmente de ella. La segunda era que el niño se sentía
rechazado por su padre y él expresaba esta adversidad a través de su vejiga. Me decidí por esta
última hipótesis y le pedí al padre que prestara mucha más atención a su hijo, sugiriéndole que
cuando llegase a casa por la noche subiese al cuarto de su hijo y, aunque estuviera dormido, le
diese un abrazo. También le pedí que cada sábado y domingo dedicara por lo menos treinta
minutos exclusivamente a su hijo. Al cabo de dos semanas la incontinencia nocturna de orina
desapareció.
Otro caso, más espectacular si cabe, demuestra incluso con más claridad el hecho de que el
cuerpo del niño o de la niña siempre tiene razón en sus manifestaciones. El protagonista era un
niño de siete años que me lo enviaron porque veía mal de cerca (de lejos veía perfectamente) y
tenía, además, episodios regulares de defecación involuntaria (encopresis). Al igual que la
enuresis, la encopresis puede ser también primaria o secundaria. En el caso de este niño era
secundaria. De nuevo me hice dos preguntas: ¿qué es lo que está diciendo la defecación
involuntaria acerca del niño que sea verdad? y ¿qué es lo que está diciendo la disminución de la
vista de cerca sobre el niño que sea también verdad? (Hay que tener en cuenta que la defecación
involuntaria precedió a la disminución de la vista.)
Descubrí que el niño procedía de un hogar deshecho: el padre se había ido tres años antes y no
había mantenido contactos con su hijo. La madre estaba considerablemente estresada, tenía baja
su autoestima y estaba tratando de no perder el trabajo que tenía. Se irritaba por nada con su hijo
y lo castigaba cuando ensuciaba la cama. En uno de los episodios de defecación involuntaria, la
madre perdió el control de sí misma y embadurnó la cara del niño con sus heces, entrándole por
los ojos y la boca; luego lo puso delante de un espejo y le gritó fuera de sí: «¡Mírate ahora,
pequeño-cara-de-mierda!» Inmediatamente después de este incidente dejó de ver bien de cerca.
No se encontraba causa orgánica alguna que justificara tanto la defecación involuntaria como la
pérdida de vista. Teniendo en cuenta que los padres constituyen el espejo en el que los hijos se
miran, ¿cómo podría este niño alguna vez mirarse de cerca después de que su madre le llamara
«cara de mierda»? Me parecía que lo de la defecación involuntaria era una prueba elocuente de
que estaba justificado que el niño pensara que «nadie daría una mierda por él» (declaración
simbólica de autodescalificación muy común en nuestra cultura). Dada la irritabilidad y la
violencia de la madre y la deserción del padre tenía sentido que el hijo tuviese toda la «razón»
del mundo para ensuciar la cama. Y, en cuanto a la disminución de la vista, la acción tenía aún
más sentido si se consideraba como una denuncia simbólica del niño para dar a entender que
«todo el mundo se hacía el ciego ante sus ne¬cesidades», que «nadie lo veía» o que «no era lo
suficiente importante para que alguien se fijara en él». Mediante la adecuada terapia, esta madre
— excitable en extremo— comenzó a incrementar su autoestima, a tejer una red más protectora
debajo de ella y a desarrollar unas habilidades parentales más efectivas. La relación entre ella y
el chico fue paulatinamente mejorando. A los dos meses las defecaciones involuntarias cesaron
y, aproximadamente un año después, el niño empezó a recobrar la vista de cerca.
¿De qué otra forma los padres y otras personas pueden involun¬tariamente dañar la autoestima
física de los niños? A Fréderic LeBoyeur, tocólogo francés, le preocupaban mucho las
circunstancias bajo las cuales nacían los bebés. Es como si la mayoría de los que estáis leyendo
este libro hubieseis venido al mundo dentro de una habitación brillantemente iluminada y que,
después de que alguien os cortara el cordón umbilical, hubierais sido colgados por los pies para
recibir unas secas palmadas en el trasero. ¡Qué duro primer golpe para vuestra integridad física!
Es como si hubieseis estado en un lugar perfecto: cálido, cómodo, tenuemente alumbrado y,
además, con todas vuestras necesidades cubiertas; y que, de pronto, hubieseis sido empujados a
través de un angosto canal para aparecer en un sitio cegador y recibir un violento maltrato
físico. LeBoyeur creía que los bebés deberían nacer en circunstancias que se parecieran lo más
posible al ambiente que existe dentro del útero. Recomendaba que la sala de maternidad tendría
que ser cálida, cómoda y estar tenuemente iluminada y que, nada más salir el bebé de la vagina,
debería ser colocado encima de la barriga de la madre antes de que se le cortase el cordón
umbilical. De acuerdo con la técnica de LeBoyeur, a la madre se la instaría a que aplicara un
masaje suave a su bebé y es durante este proceso de ternura materna cuando se le cortaría el
cordón umbilical. Mediante esta técnica se respeta el derecho físico del niño. Casi todas las
ideas de LeBoyeur están siendo ahora adoptadas por los modernos hospitales de maternidad.
La alimentación forzada es otra manera de atropellar el derecho físico del bebé. En este caso, la
intención de los padres puede ser buena, si bien son los medios lo que son inapropiados. Los
niños comen cuando tienen hambre. Vosotros mismos sabéis cuándo tenéis o no tenéis ganas de
comer. También conocéis vuestra resistencia y fastidio cuando alguien os intenta meter la
comida a la fuerza. Los padres no pueden saber cuándo los niños tienen hambre; esto sólo lo
conocen los mismos niños. Sin embargo, algunas mesas de cocina pueden convertirse en
campos de batalla entre pa¬dres e hijos, cuando aquéllos les gritan a éstos que traguen la
comida delante de ellos. Una frase familiar es la de «tú siéntate a esa mesa y no te muevas de
ella hasta que no te hayas comido todo lo que tienes en el plato». Algunos padres recurren al
engatusamiento, a la manipulación, al soborno o a las amenazas con tal que el niño o la niña
coma. Todos estos métodos lesionan la autoestima física de los niños, ya que les hacen dudar de
la legitimidad de las sensaciones de su cuerpo.
La responsabilidad de los padres es colocar la comida para sus hijos encima de la mesa, no
hacer que los niños se la coman. Los niños se la comerán cuando estén hambrientos. Cuando se
vea claro que el niño o la niña no tiene hambre, quitadle el plato de delante, dadle a entender
que no pasa nada porque no tenga apetito e informadle de la hora de la próxima comida. Puede
que el niño se acerque entre comidas pidiendo algo de comer; en este caso, no sería conveniente
acceder a la petición porque entonces la niña se acostumbraría a este impropio régimen de
alimentación. Con esta actitud no les estáis diciendo a los niños que su cuerpo está equivocado
cuando buscan comida fuera de las horas indicadas, sino que lo que les estáis diciendo es que a
unas horas determinadas no os es posible atender sus necesidades, pero que podréis hacerlo
cuando llegue el momento de la próxima comida. Los padres suelen preocuparse mucho por la
toma de alimentos de sus hijos. Es lógico que si un niño está desde hace tiempo desganado y no
está observando una dieta equilibrada se le someta a un reconocimiento médico para conocer las
causas. Sin embargo, también cabe la posibilidad de que el niño coma mal por problemas
psicológicos o sociales.
Recuerdo el caso de una niña de tres años que de forma persistente comía mal, sin que hubiese
una razón orgánica para esta pérdida de apetito. Ambos padres vinieron a verme con la niña.
Pude observar que el padre era delgado y muy atildado en cuanto al vestido y al peinado. Se
puso en evidencia que el padre tenía muchos sentimientos de inseguridad con respecto a su yo
físico y que compensaba esta inseguridad mediante una gimnasia excesiva para estar en forma y
un acicalamiento exagerado y minucioso de su persona. La industria de los cosméticos se
aprovecha de las dudas de la gente sobre su aspecto físico para vender y, en épocas más
recientes, la cirugía estética se ha convertido en un próspero negocio por esto mismo. Cuando
los niños ven que su padre o su madre es demasiado meticuloso en lo que concierne a su aspecto
físico y que no se atreve a salir de casa sin ir impecablemente vestido y arreglado empiezan a
creer que el cuerpo nunca es apropiado y que hay siempre que corregir algo para que sea
considerado aceptable y atractivo. En el caso de la niña de tres años que no comía se comprobó
que el padre había llevado la cuestión de su inseguridad física un poco más lejos que la mayoría
de los padres. Solía gastarle bromas a su hija por tener un poco abultada la tripa (cosa bastante
normal en una niña de tres años). Era bastante frecuente en él restregarle el abdomen mientras la
llamaba «gordita, gordita, gordita». Los niños son muy intuitivos y esta niña captó enseguida el
velado descontento de su padre por la forma que tenía su infantil cuerpo. El estómago de él era
liso y musculoso. Así que se estaba matando de hambre con objeto de perder su abombada tripa
y ganarse la aceptación de su padre. Mediante la corrección por parte del padre de sus
interacciones con su hija y, una vez que aquél se percatara de su obsesivo interés por presentar
siempre una «imagen impecable», se pudo conseguir que la niña retomara a unos hábitos de
alimentación saludables.
El entrenamiento forzado de algunas funciones privativas del cuarto de baño es otra de las
maneras por las que se puede asestar un duro golpe al derecho que tienen los niños sobre el
control de su cuerpo. Muchos son los niños que han oído este mensaje o algunas de sus
variantes: «Tú siéntate en ese orinal y no te muevas hasta que hagas algo.» Antiguamente en
algunos orfanatos solían amarrar los niños a los orinales y no los soltaban hasta que no hubiesen
orinado o defeca do. Un atentado todavía peor contra la integridad física de los niños era la
costumbre de algunos cuidadores de meterles un dedo en el trasero para soltarles los esfínteres.
Los niños pueden muy bien llegar a controlar la vejiga y los esfínteres por medio del estímulo y
el elogio; obligándoles sólo se consigue dañar la imagen que tienen de su cuerpo. Una joven
madre me trajo un niño de cuatro años porque hacía varias semanas que retenía sus heces. Como
es siempre aconsejable, se le hicieron los necesarios exámenes médicos y todos dieron
resultados negativos. Durante la primera entrevista noté que cada vez que el niño se movía, la
madre lo empujaba hacia atrás. Cualquier movimiento por su parte para explorar mi despacho o
para ver qué es lo que había encima de mi mesa era inmediatamente impedido y se le hacía
sentar y permanecer quieto. Los niños necesitan libertad para explorar su entorno a fin de que
puedan aprender sobre él y sentirse seguros. Esto me dio fundamento para formular la hipótesis
de que el niño estaba excesivamente constreñido por la madre y que la única migaja de poder
que él podía disponer, y que la madre no podía quitarle, era la cuestión de la defecación.
Normalmente, se les da tan poco poder a los niños dentro de la familia, que éstos no tienen más
remedio que buscar algún poder alternativo a través de una estrategia conductual. El afán
controlador de ella era consecuencia de su escasa autoestima y de su temor a ser una «mala»
madre. Después de que aprendiese a suavizar el control sobre su hijo, concederle una mayor
libertad para explorar su entorno y le hiciese afrontar nuevos desafíos, el niño empezó a defecar
normalmente en un espacio muy corto de tiempo.
Hay que respetar asimismo la altura física de los niños. Los adultos tienden a mantener sus
charlas con los niños en diferentes planos, de arriba abajo, en vez de agacharse hasta el nivel de
sus ojos para hablarles. Además, a los niños pequeños les encanta hacer cosas por ellos mismos:
abrocharse los botones, fregar sus propias tazas, vestirse y lavarse solos y otras cosas parecidas.
Hasta lo que aconseje la conveniencia, es importante permitirles que ejerzan el derecho que
poseen sobre su yo físico.
El castigo físico es otra acción que socava el derecho que tienen los niños sobre su realidad
corporal. Hay todavía muchos adultos que justifican la aplicación de castigos físicos; ahora
bien, cuando se les pregunta cómo se sentirían si fuesen abofeteados por alguien por no hacer
las cosas de la forma indicada, las contestaciones oscilan desde los que se sentirían indignados y
enfadados hasta los que se sentirían avergonzados y humillados. Como adultos, seguramente
tendréis claro que nadie tiene el derecho de atentar contra vuestra integridad física. Pero no
porque seáis más grandes y de mayor edad que los niños es vuestra persona más valiosa que la
de ellos; como tampoco vuestra situación de adulto os confiere más derechos que los que ellos
se merezcan. Si no estáis de acuerdo con esto estáis entonces aplicando un distinto rasero para
adultos y para niños, circunstancia ésta que no llegarían a entender estos últimos. Si sólo hace
cinco minutos que les habéis dado un tirón de orejas, los niños no comprenden por qué no
pueden hacer ellos lo mismo con vosotros cuando no seáis capaces de satisfacer sus
necesidades. La recriminación de «¿cómo te atreves a pegarle a papá?» es desconcertante para
un niño cuyo padre emplea regularmente medios físicos de control. Recordad que la violencia
engendra violencia y que, por tanto, como padres, no querríais que vuestros hijos aprendieran a
tomar el atropello o la agresión verbal como medios para satisfacer sus necesidades. Por regla
general, cuando los adultos echan mano del castigo físico como instrumento para someter a los
niños no hacen más que reflejar sus propias dificultades de autoestima y su falta de
conocimiento de otros métodos constructivos de fomentar conductas responsables en los niños.
El peor atentado contra la integridad física de un niño es el abuso sexual. En mi profesión he
conocido a muchos adultos que cuando niños fueron objeto de ultraje en su intimidad física y
todos crecieron con la impresión de que su cuerpo estaba sucio y que era un semillero de males.
Al ser niños, no se dan cuenta de que el problema está en la persona que abusa de ellos. Los
niños siempre se culpan a sí mismos, Muchas veces estos niños, cuando ya son adultos, o bien
no pueden mantener relaciones físicas íntimas con otra persona (estrategia de evitación), o bien
se convierten en seres promiscuos (estrategia de compensación). Ambas estrategias denotan el
odio y el rechazo de su cuerpo. Se necesita una considerable terapia para que superen el
escarnio que sobre ellos se ha perpetrado.
Se puede dañar de muchas formas distintas la autoestima física de los niños: observaciones
acerca de su estatura y de su tipo; comparaciones negativas con los demás, aspavientos sobre
cómo van vestidos, reacciones exageradas de disgusto cuando desarreglan «su bonito e
impecable vestidito», etc. Recuerdo que cuando niño me sentía feo y falto de atractivos porque
mis tías y mis tíos siempre se llevaban con ellos a mi hermano gemelo y nunca a mí. Fue una de
mis tías la que me «dio la puntilla». Tenía yo unos seis años cuando me dijo: «¡Tal vez algún
día serás un muchacho guapo!» En cambio, la «guapeza» de mi hermano era frecuentemente
celebrada. Durante muchos años después de esto estuve odiando a mi yo físico y no fui capaz de
pedirle a una mujer que saliese conmigo. En las fiestas o reuniones sociales solía esconderme en
rincones alejados (estrategia de evitación). Me llevó bastante tiempo resolver este sentimiento
de auto-odio. Ahora estoy más inclinado a aceptar mi yo físico y ya no tengo el deseo de que mi
cuerpo sea como el de otra persona, o incluso como el de mi hermano gemelo.
Cuando son los mismos padres los que tienen dudas sobre su propio atractivo físico, lo normal
es que involuntariamente vuelquen esa inseguridad sobre sus hijos. Y así vemos cómo algunos
padres buscan la compensación de sus propias inseguridades viviendo su vida a través de la
belleza o apostura física de un hijo. Otros manifiestan su inseguridad siendo incapaces de
sostener a sus hijos o de afirmarlos en la belleza única y en la adecuación de su cuerpo.
Recuerdo el caso de una joven universitaria, casada, que vino a mi consulta al nacer su segundo
hijo. Esta mujer me explicaba la rabia que sentía cuando alguien se acercaba a la cuna del bebé
y decía: «¡Dios mío, es precioso; se parece una enormidad a tu marido!» Le pregunté cómo se
sentiría si la gente dijera que se parecía a ella y la contestación fue que se «sentiría
magníficamente». Lo triste del caso es que tuvo la misma experiencia con su primer hijo y,
como resultado de ello, se distanció inconscientemente de ambos. Pero lo que era todavía más
triste es que estaba planeando tener un tercer hijo con la esperanza de que al menos ése se
pareciera a ella. El concepto que esta mujer tenía de su propio cuerpo era muy pobre y buscaba
la aceptación de su yo físico a través de sus hijos. Dado que esta aceptación no se producía
empezaba a confirmar sus peores sospechas acerca de su propio yo físico.
Si uno de los padres me pregunta que «a quién se parece su bebé», yo siempre contesto que «se
parece extraordinariamente a él mismo». La verdad es que este comentario no suele caer muy
bien,, por lo que siempre añado que es mejor que el niño descubra su propia unicidad y que no
tenga la impresión de que se parece a alguien Supone una considerable ventaja que los niños en
edad escolar lleguen a la clase con un fuerte sentido de la unicidad de su yo físico y de lo
apropiado que es su cuerpo. Estos niños suelen tener una vida escolar mucho más feliz y
llevadera que aquellos otros que están preocupados por confusiones internas relacionadas con su
yo físico. Cuanto más convencidos estén los niños de lo «inapropiado» que es su cuerpo más
difícil será que se concentren en la actividad cognitiva del aprendizaje escolar.
El yo afectivo
Los niños necesitan estar seguros de que son queridos por ellos mismos. Esta cuestión ha sido
ya estudiada en detalle en anteriores apartados que versaban sobre la naturaleza del cariño
condicional e incondicional (pp. 67-75) y de las maneras que tienen los miembros de la familia
de comunicarse entre sí (pp. 75-88). Recordaréis que sólo existe una clase de cariño sano que no
es otro que el cariño empático e incondicional. En este aspecto el mensaje que los padres y otros
adultos tienen que comunicar a los niños a través de sus relaciones con ellos es el siguiente:
En efecto, el niño tiene que sentirse miembro especial de la familia y estar seguro de que tiene
reservado un sitio particular en el hogar. Más adelante necesitará sentirse miembro especial de
la clase y saber que puede disponer de un sitio específico en la escuela.
Debido a la condicionalidad que practican algunos padres hay muchos niños que no se sienten
incondicionalmente integrados en la familia. Igualmente, hay niños que no creen que tengan un
lugar propio y específico en el hogar; y ello porque les han tocado unos padres que, al ser
perfeccionistas o abandonados, no hacen nada para que sus hijos se creen su propio y personal
espacio dentro de los muros del domicilio familiar. El sentido de integración en el grupo
familiar tiene dos componentes esenciales:
Los niños necesitan sentir que cuando están en casa su presencia se aprecia y que cuando están
fuera de ella se les echa de menos. Los niños son rápidos en darse cuenta de si constituyen un
fastidio para los mayores y todavía lo son más para notar si éstos dan un suspiro de alivio
cuando se disponen a salir de la habitación. Tales comportamientos darán lugar a que los niños
no se sientan solicitados y que estén mucho tiempo ausentes de casa. Una mujer de unos treinta
y tantos años me contó que cuando era niña se levantaba temprano por las mañanas, se lavaba y
se vestía ella misma, tomaba el desayuno y se marchaba a la calle durante todo el día. Mientras
relataba estas experiencias comenzó a llorar de forma incontenida. Lo que más le dolía es que
nadie de su casa la siguiera alguna vez para enterarse a dónde iba o para saber si corría algún
peligro, si pasaba hambre o si se perdía. Tenía muy claro que sus ausencias de casa no
importaban en absoluto. Finalmente, se decidió a comentar con su madre sus sentimientos de
rechazo y lamentablemente la contestación de ésta fue que «si antes no la había querido, le iba a
costar trabajo empezar a quererla ahora». Afortunadamente, a esas alturas, ya mi dienta había
llegado a quererse y aceptarse a sí misma y era capaz de permanecer al margen de la conducta
de su madre y de no verla como un «rechazo», sino como una clara manifestación de lo
extremadamente escasa que era la autoestima de su progenitora. A pesar de todo, fue una
experiencia terriblemente triste.
A los niños hay que demostrarles de múltiples maneras que se les quiere por ellos mismos y, por
consiguiente, hay que:
• Apoyarles.
• Escucharlos.
• Cuidarlos.
• Hablarles positivamente.
• Demostrarles con frecuencia un amor incondicional.
• jugar con ellos.
• Agasajarlos.
• Hacerles participar en la vida de sus padres y que sus padres participen en la de ellos.
• Estimularlos.
• Afirmarlos.
• Hacerles frente calmada y pacientemente cuando muestren comportamientos difíciles.
• Mostrarles empatia.
Los niños que se saben incondicionalmente queridos y que sienten que su presencia o
ausencia del hogar es grandemente notada son los niños que llegan al colegio con una
autoestima alta y con ansias de aprender. Los niños que dudan de su capacidad para ser queridos
experimentan un indecible y oculto dolor emocional y tratarán de resolverlo de todas las
maneras posibles. Sus comportamientos muchas veces les impiden aplicarse a la que para ellos
es la menos importante de las tareas: el desarrollo cognoscitivo dentro de la escuela. Por
desgracia, muchos profesores reaccionan ante estos comportamientos con talante punitivo,
haciendo aún más profundas las dudas emocionales de estos niños acerca de ellos mismos.
El yo intelectual
Los niños tienen una ilimitada capacidad para comprender la vida. No obstante, para tener
acceso a esa capacidad tienen que descubrir primero que viven en un mundo seguro y ordenado
donde sus necesidades esenciales serán con toda certeza satisfechas. En sus primeras relaciones
con los niños, los padres y los demás adultos de su entorno tienen que comunicarles que:
La cuestión clave aquí es que los niños deben tener completa seguridad de que satisfarán
sus necesidades. Las necesidades básicas de los bebés se reducen a ser llevados de un lugar a
otro, a ser alimentados, a ser aseados y a ser aliviados de sus dolores. Los bebés son muy
activos cuando se trata de satisfacer sus necesidades básicas y, a este fin, se remueven, ruedan
sobre sí mismos, se golpean la cabeza, se enzarzan en diferentes clases de llantos y otras
acciones por el estilo. Si la mayoría de las veces sus necesidades son satisfechas, los bebés
comienzan a tener la sensación de estar en un mundo que se cuida de satisfacer y responder a
sus necesidades. Pero, si las necesidades sólo se satisfacen de vez en cuando o incluso
raramente, no habrá más tarde nada que convenza al niño de que está viviendo en un mundo
sensible y ordenado. A medida que los niños se hacen mayores comienza a aparecer toda una
colección de necesidades físicas, afectivas, sociales, sexuales, conductuales, creativas y
espirituales; y la extensión y frecuencia de la respuesta a estas necesidades determinará su nivel
de seguridad. Cuando los niños crezcan se les puede explicar que, si bien tienen todo el derecho
del mundo a expresar cualquiera de sus necesidades, no siempre es posible o viable satisfacerla.
A veces, cuando los recursos de la familia son limitados, no hay razón para que se satisfagan
unas determinadas necesidades. También es conveniente que los niños se den cuenta de que hay
otra gente en su familia que también tiene necesidades y que tanto el amor, como el tiempo, el
espacio, los recursos materiales, etc., están ahí para ser disfrutados por todos los miembros de la
familia.
Cuando los niños llegan a la escuela sin ser adecuadamente ali¬mentados, aseados, vestidos o
criados se les hace cuesta arriba abordar el trabajo de clase. Muchos niños, mientras asisten a la
escuela, están preocupados por unas necesidades que continúan sin cubrirse y luchan contra
sentimientos producidos por el desamor y la inseguridad que les depara la vida.
El yo conductual
Los niños harán cualquier cosa para impresionar a sus padres y a otros adultos importantes en su
vida. El principal instrumento que utilizan para impresionar es su conducta. Con respecto a la
conducta, el mensaje que hay que comunicar a los niños es el siguiente compuesto de dos
elementos:
El yo social
En cierta ocasión, después de un partido de fútbol, crucé una carretera para dirigirme a un
público. Estando sentado en la barra, un aficionado se acercó a mí y, con su mejor acento de
Cork, empezó a hablarme: «¡Chico, qué buen partido!», me dijo, a lo que yo le respondí con un
«sí». Siguió hablándome de las incidencias del partido y en un determinado momento me dijo:
«¿Sabes una cosa? Es algo verdaderamente extraño. Estuve mirando un buen rato salir a la gente
del estadio, salían a miles, y todas las personas eran distintas.» Tenía toda la razón: cada
persona es única y diferente. Podéis recorrer el mundo de parte a parte y no encontraréis a otra
persona exactamente igual a vosotros. Los niños tienen que ser afirmados en su unicidad.
Tienen que saber que en sus relaciones con vosotros disponen de suficiente libertad para
mostrarse diferentes en valores, percepciones, sentimientos y atributos físicos. Hay que darles
facilidades para que aprendan al ritmo que les vaya bien y para que hagan cosas de acuerdo con
sus propias formas de hacerlas. En nuestra cultura, la diferenciación no es una cualidad que sea
generalmente impulsada y celebrada y sí, en cambio, se fomenta mucho más la conformidad y la
uniformidad. Qué buena inyección de moral seria para un niño escuchar con frecuencia a sus
padres decirles:
Al practicar la separación y la diferenciación con sus padres, los niños tienen que saber que con
eso no ponen en peligro su relación con ellos. Los adultos son dados a comparar a los niños
entre sí en cuanto a estatura, tipo, color del pelo, forma de ver y hacer las cosas, etcétera. Un
comportamiento de este tipo seguramente avivará la conformidad o la rebeldía en los niños;
pero lo que no hará en ningún caso será desarrollar en ellos una fuerte conciencia de su propia
unicidad. Hay que alentar a los niños a que acepten y se sientan cómodos con su condición de
singularidad. Las comparaciones con los demás erosionan en sumo grado la autoestima de los
niños y es importante no olvidar que un acto de comparación es un acto de rechazo,
Un comentario del estilo de «¿por qué no eres tan limpio y estudioso como tu hermano?» es
garantía segura de que el niño observará un comportamiento diametralmente opuesto. Todo niño
tiene una fuerte necesidad de ser diferente. La última cosa que un niño desea es parecerse a otro.
Si los niños emprendiesen el camino de ser igual que los demás (y a algunos niños se les obliga
a ser como sus padres o sus hermanos) no tendrían entonces sentido de la individualidad y
dependerían en gran medida de los demás en lo que a aceptación se refiere. Es una lástima que,
ante presiones de esta naturaleza, algunos niños desatiendan sus estudios buscando la evasión y
no afirmen su propia y única identidad.
Los niños que llegan a la escuela con confianza en su unicidad y exclusividad avanzarán más y
se adaptarán más fácilmente que aquellos otros que sean vergonzosos e introvertidos o
bulliciosos y extra -vertidos. Estos últimos serán propensos a acumular problemas de relaciones
con los demás que pueden dar lugar al bloqueo de la concentración o bien a la ansiedad y a
tomarse demasiado a pecho el trabajo escolar.
El yo creativo
Los padres tienen que ayudar a sus hijos a buscar y encontrar su único y personal patrón dé
vida. El mensaje que los niños deben recibir para desarrollar su autoestima con respecto a su yo
creativo es el siguiente:
Tenéis derecho a determinar vuestro propio y exclusivo desarrollo
Los padres o los profesores que tienden a dominar y controlar impiden el desarrollo personal del
niño y, en consecuencia, deterioran su autoestima. Hay muchos padres que intentan por todos
los medios realizar sus propias ambiciones a través de sus hijos. En el ejercicio de mi profesión
me he encontrado con muchos adolescentes y adultos que estaban cursando carreras o estudios
hacia los que no tenían afición alguna, pero que se sentían forzados a hacerlo porque si se
encaminaban por otros derroteros tendrían entonces que enfrentarse, en el mejor de los casos, a
la tremenda frustración de sus progenitores y, en el peor, a su terrible ira y rechazo. Muchos
padres desean que sus hijos tengan las oportunidades y los logros que ellos no pudieron tener.
Estos padres piensan que lo hacen por el bien de sus hijos, pero la verdad es que lo hacen para
su propia satisfacción. Es muy sospechoso que siempre se olviden de preguntarles a sus hijos
qué es lo que desean.
Con sólo que los padres animaran a sus hijos a seguir aquellos pasos que fueran más
convenientes para ellos y se abstuvieran de hacerles vivir una vida y responder a unas
necesidades de dependencia que no son las suyas propias, a los niños se les podía ayudar mucho
en lo concerniente al desarrollo de su autoestima. Los niños que siguen su propio y particular
camino en la vida manifiestan una alta motivación para el aprendizaje, aunque también puede
ocurrir lo contrario. Aunque los hijos se avengan a que sus padres los dominen y les digan cómo
tienen que vivir su vida siempre les quedará un oculto resentimiento y el resquemor de una falta
de autorrealización. ¿Puede uno sentirse autorrealizado cuando ha vivido la vida de otra
persona?
Los padres tienen que observar y estar atentos a los aspectos peculiares de la personalidad de
sus hijos, entre los que se encuentran sus intereses y aficiones, su modo especial de apreciar y
hacer las cosas, las formas que tienen de cuidar y ayudar a los demás, sus procedimientos para
resolver problemas, la gente con la que les gusta estar y los libros, los programas de televisión,
la música y las asignaturas que más les atraen. Si los afirmáis en su unicidad, los estaréis
preparando para una fructífera vida. Si, por el contrario, los criticáis, los bloqueáis, los
comparáis o los amenazáis, entonces es muy probable que perdáis la relación con vuestros hijos
y los condenéis a una vida mediatizada por los deseos y las demandas de los demás, así como a
dar la espalda a su propio y exclusivo desarrollo.
Otras muchas acciones por parte de los padres pueden también aumentar la autoestima de los
hijos; por ejemplo:
Ser auténticos quiere decir que seáis personas «reales» y que no os escudéis, por ejemplo, tras
vuestra «autoridad parental» o tras vuestra descomunal estatura física comparada con la de los
niños. Significa que seáis honestos, francos y espontáneos, amén de que permanezcáis
personalmente al margen cuando entabléis comunicación con vuestros hijos. Es esencial que
permanezcáis al margen y que os deis cuenta que la conducta de vuestros hijos siempre está
diciendo algo acerca de ellos y no de vosotros como padres. En muchas ocasiones, la conducta
de los hijos produce en los padres sentimientos de agravio, de ira o de rechazo y todo porque
estos últimos no han sido capaces de permanecer al margen. Si no conseguís aislaros
personalmente en las relaciones con vuestros hijos, lo más probable es que adoptéis una postura
defensiva, la cual inevitablemente dará lugar a conflictos entre vosotros y ellos. Estos conflictos
deterioran la autoestima de los niños. Ser auténtico exige que los padres sean honestos en las
valoraciones que hagan de sí mismos y que no proyecten sus inseguridades sobre sus hijos.
Dedicar tiempo y espacio personales a cada uno de los hijos hace mucho por la mejora de la
autoestima de los niños. La cuestión es que cuanto más íntima sea la relación parental con los
hijos más fuerte será la convicción de estos últimos acerca de su valía. Los niños que posean
una autoestima entre baja y mediana necesitarán un contacto mucho más personal que aquellos
otros cuya autoestima sea calificada de mediana a alta. Este tiempo personal no tiene que ser de
naturaleza impositiva, cualquier momento vale siempre que sea posible mostrar hacia los niños
un interés, una preocupación y un afecto genuinos.
A los niños les encanta escuchar anécdotas ocurridas a sus padres durante el transcurso de sus
respectivas vidas. También les gusta que sus padres los lleven a sus lugares de trabajo o a los
sitios donde desarrollan contactos sociales y que los hagan partícipes de sus actividades
deportivas y de ocio. Todas estas actividades en común hacen que el niño sepa que constituye
una parte importante de la vida de sus padres, lo cual mejorará considerablemente la imagen que
de ella misma tenga formada.
Otra forma de contribuir a que los niños adquieran una mayor conciencia de su capacidad es
pedirles ayuda y parecer en determinados asuntos. El hecho de asignar responsabilidades a los
menores les comunica confianza en sus propios recursos y, si se les pide su opinión, entonces no
sólo se eleva su sentido de integración, sino también su sentido de la propia capacidad. Es
importante que la ayuda y el consejo se soliciten, no que se exijan. Los padres, cuando piden
algo, además de respecto por el derecho del niño a la libertad de respuesta, evidencian que éste
tiene una consideración igualitaria dentro de la relación que existe entre él y ellos. Si los padres
se empeñan en ordenar, dominar o controlar, lo único que hacen es rebajar la autoestima de sus
hijos.
Los padres, por último, tienen que tomar precauciones contra los mensajes verbales y no
verbales que sean perjudiciales para la autoestima de los niños. Los niños son muy sensibles al
lenguaje gestual de sus mayores. Estas pistas no verbales pueden comunicarles a los niños
mensajes a lo largo de las siguientes dimensiones:
— gusto-disgusto;
— interés-desinterés, y
— superior-inferior.
Como ejemplos de mensajes no verbales se pueden dar la postura del cuerpo, el contacto visual
o la falta de él, la orientación del cuerpo, el tono de voz, las pausas en la conversación, la
distancia física con la otra persona, la velocidad del habla, el manierismo , la expresión facial y
los gestos. Los mensajes verbales son más obvios y permiten apreciar con más claridad de qué
modo aumenta o disminuye la autoestima. Es muy importante que los mensajes verbales sean de
índole positiva; esto es, que alaben, estimulen, den buena acogida, afirmen, valoren, tranquilicen
y protejan. Aseguraos que los mensajes verbales que deis estén en consonancia con vuestra
comunicación no verbal. Si existiese alguna diferencia o contradicción entre estas dos
modalidades de comunicación, los niños casi siempre captarán el mensaje no verbal. El cuerpo
no miente; las palabras, sí.
IDEAS CLAVE
• El nivel de autoestima que posea el niño o la niña determinará solamente su
aprovechamiento escolar, sino también su desarro¬llo afectivo, social, intelectual,
sexual, profesional y espiritual.
• El desarrollo o elevación de la autoestima de un niño o de una niña está principalmente
en manos de sus padres.
• Los mensajes que con más normalidad reciben los niños son aquellos que minan,
debilitan, distorsionan o incluso destruyen todo buen sentido del yo.
• El desarrollo de la autoestima de los niños no admite actitudes como la negligencia
benigna.
• El cuerpo del niño o de la niña siempre es apropiado.
• La violencia engendra violencia.
• Los niños siempre se culpan a sí mismos de los abusos que sufren de sus padres y de
otros adultos importantes en su vida.
• Cuando son los mismos padres ¡os que tienen dudas sobre su propio atractivo físico, lo
norma! es que involuntariamente vuel¬quen esa inseguridad sobre sus hijos.
• Todos los niños son merecedores de una integración incondi¬cional en la familia, en el
hogar, en la clase y en la escuela.
• La familia tiene que apreciar tanto la presencia como la ausencia de los niños.
• El niño que no se siente querido en casa presentará dificultades de aprendizaje o una
aplicación exagerada en los asuntos de la escuela.
• Los niños tienen una ilimitada capacidad para extraerle sentido y orden a la vida; pero
para descubrir esto tienen que contar con la ayuda de sus padres.
• La sensación de seguridad que da el saber que el mundo es un lugar seguro y ordenado
viene determinada por la forma en que el niño satisfaga sus necesidades.
• El reconocimiento del esfuerzo incrementa la competencia de los niños y si los padres
se muestran impresionados por dicho esfuerzo aumenta también su confianza.
• Cada esfuerzo es un logro.
• Éxito y fracaso son términos relativos.
• Los errores y los fracasos no son más que oportunidades para aprender.
• Un acto de comparación es un acto de rechazo.
• Todo niño tiene una fuerte necesidad de ser diferente.
• Toda niño es único y especial.
• Todo niño tiene derecho a determinar su propio y exclusivo desarrollo.
• La comunicación no verbal predomina siempre sobre la verbal.
ACCIONES CLAVES
— señales físicas;
— señales de hipocontrol, y
— señales de hipercontrol.
Es importante apuntar que los niños que muestran señales de hi- pocontrol o hipercontrol de
conflictos internos pueden también manifestar señales físicas. En el capitulo 6 visteis que el
cuerpo del niño siempre es exacto en sus manifestaciones y que prestar atención a las señales
corporales es un método muy preciso para llegar a conocer su inseguridad emocional.
Las señales de hipocontrol representan comportamientos que pueden ser muy problemáticos y
fastidiosos para los demás, aunque también indican síntomas claros de zozobra emocional en la
persona que las emite. Los niños que presentan estos síntomas exteriorizan su confusión interna
con la subconsciente intención de que se reconozcan y satisfagan sus necesidades no cubiertas.
Las señales características de hipocontrol son los comportamientos rebeldes, la agresión de
palabra, el vandalismo, la hiperactividad y el matonismo. Desde un punto de vista psicológico,
estas inquietantes conductas están diciendo algo apropiado acerca del niño; si bien, desde un
punto de vista social, estas conductas puedan poner a los padres en situaciones extremadamente
difíciles. El peligro está en que los padres reaccionen negativamente a estas manifestaciones
agregando, con ello, más leña al fuego y originando, además, una escalada de los
comportamientos hipocontrolados del niño. La respuesta negativa e «incontrolada» de los
padres solamente sirve para convencer a la niña de su inadaptación y falta de cariño,
hundiéndola aún más en las profundidades de su inseguridad. Dado que las conductas
hipocontroladas de los niños pueden ser muy molestas para los otros miembros de la familia se
hace necesario, por supuesto, tomar algunas medidas para reducirlas o eliminarlas. No obstante,
estas medidas deben llevarse a cabo acompañadas de serios intentos de descubrir qué es lo que
afectivamente está inquietando a la niña. Es interesante, y también comprensible, que sean los
niños que presentan comportamientos hipocontrolado-los que con más frecuencia se lleven a las
consultas de los profesionales para que reciban el tratamiento adecuado. Hay que apuntar
también que son los chicos, más que las chicas, los que exteriorizan su desconcierto interno
mediante comportamientos hipocontrolados.
Las chicas son más proclives que los chicos a exhibir sus conflictos afectivos bajo la forma de
comportamientos hipercontrolados. Entre estos comportamientos se encuentran la timidez, el
perfeccionismo, la elusión de actos sociales y el interés excesivo por complacer al prójimo;
comportamientos estos que, como fácilmente se ve, no entrañan una seria
molestia para la vida de los demás. Los niños tranquilos y vergonzosos no interfieren para nada
las labores domésticas y de otra índole que sus padres lleven a cabo. Con frecuencia estos niños
no son considerados conflictivos y, por tanto, no obtienen la ayuda que necesitan.
Desgraciadamente, estos niños corren más riesgos desde un punto de vista afectivo que aquellos
otros que hacen «notar» sus sentimientos de rechazo e inadaptación. Es la confirmación del
dicho de «el que no llora no mama». De aquí que sea crucial que los padres y otros adultos estén
atentos en cuanto a de detectar señales de hipercontrol que denoten la existencia de conflictos
afectivos, para así poder estar en situación de dar una respuesta cordial a las ne-cesidades
soterradas e insatisfechas de los niños.
Lo ideal sería que a los niños, tanto si observan comportamientos de hipocontrol como de
hipercontrol, se les detecten sus conflictos afectivos y se les dé adecuada respuesta y que,
además, se les enseñen otras formas más aceptables de expresar sus temores, sus
preocupaciones y sus inseguridades. No hay duda de que padres y profesores están ahora más
concienciados y más interesados en desarrollar en los niños una alta autoestima y que desean
adquirir más conocimientos de cómo crear una relación afectuosa dentro del hogar y de la
escuela.
En las páginas que siguen se relacionan las señales típicas de angustia en los niños. El niño que
con regularidad dé muestra de dos o más de estos comportamientos está, sin duda, manifestando
claros signos de un oculto conflicto afectivo.
Señales físicas
Señales de hipocontrol
• Matonismo.
• Aficionado a gastar bromas.
• Amigo de dar empujones.
• Hacerse el gracioso.
• Actuar con rudeza.
• Dado a dominar y controlar a sus hermanos y a otros niños de menor edad.
• Presumido.
• Lenguaje procaz u obsceno.
• Frecuentes riñas de obra y de palabra con sus hermanos o com pañeros.
• Quejarse con regularidad de que no gusta a los demás niños.
• Tendencia a contar chistes e historietas «verdes».
• Interés desmedido por las cuestiones sexuales.
Señales de hipercontrol
• Vergonzoso en extremo.
• Escasa o ninguna autoconfianza.
• Nostalgia.
• Fobia a la escuela.
• Alta inseguridad y ansiedad.
• Timidez.
• Miedo a los nuevos desafíos.
• Mutismo.
• Abstenerse de jugar.
• Tendencia a no mezclarse con los demás niños.
• Exageradamente estudioso.
• Dado a soñar despierto.
• Preocuparse sin fundamento.
• Semblante triste.
• Poca motivación para aprender.
• Fuerte tendencia a estar solo.
• Dar la impresión de «estar en otro mundo».
• Conductas obsesivas y/o compulsivas.
• Demasiado exacto.
• Meticuloso.
• Anormal ansiedad ante la proximidad de los exámenes.
• Zozobra desorbitada al incurrir en errores o tener fracasos.
• Preocupación por los resultados académicos.
• Esforzarse en ser el niño o el estudiante «perfecto».
• Absorberse demasiado en una afición o asunto.
— propias de la familia;
— propias del niño;
— propias de la escuela, y
— ajenas al hogar y a la escuela.
Otra causa de los problemas de los niños propia de la familia es el hecho de ser miembro de una
subcultura o minoría étnica. Las dificultades se presentan cuando se espera que estos niños se
integren dentro de la cultura predominante. Es inevitable que los niños pertenecientes a la
subcultura noten la diferencia que hay entre ellos y sus compañeros del grupo cultural más
amplio. Esta diferencia se convierte en fuente de ansiedad e inseguridad para estos niños y
algunos de ellos pronto abandonan y rompen todo vínculo con la cultura mayoritaria. Sin
embargo, cuando su propia cultura es respetada y valorada y sus rasgos distintivos no son
criticados, estos niños comienzan por absorber primero conocimientos y luego a sentirse libres
para tomar sus propias opciones en la vida.
Los problemas de la niñez también pueden proceder de los mismos niños y sus causas
pueden ser:
— pobre autoestima;
— discapacidad física o mental;
— retrasos en el desarrollo, y
— bajo nivel de conocimientos.
Entre las causas creadoras de problemas propias de los mismos niños, la más corriente es el
sentimiento autodegradante. Cuando los niños se ven a sí mismos como seres inferiores o
indignos de cariño actúan de acuerdo con el bajo concepto que tienen de sí mismos. A menos
que esta imagen cambie, estos niños están abocados a tener una vida llena de dificultades. El
modo más efectivo de modificar esta imagen es cambiar la naturaleza de las interacciones
existentes entre ellos y los adultos importantes de su vida. Cuando estas interacciones sean
afirmativas, estimulantes y representativas de un amor incondicional, la opinión que los niños
tengan de sí mismos comenzará a cambiar de manera lenta pero segura.
Algunos niños, desgraciadamente, presentan discapacidades mentales o ñsicas. Como mínimo,
una tercera parte de estos niños tienen problemas psicológicos y sociales. Ayudarles a que
acepten y hagan frente a estas desventajas es una parte necesaria de su crianza y educación.
Cuando ellos se quieren a sí mismos es mucho menor la probabilidad de que incuben problemas
psicológicos y sociales.
Los niños que sufren atrasos en su desarrollo y empiezan a ir al co¬legio evidencian una peor
coordinación física y una más baja disposición para la lectura y el lenguaje que sus compañeros
de clase; esto es, una conducta sustancialmente distinta en general. Son los mismos niños los
que toman conciencia de estas, diferencias y la situación puede incluso empeorarse si los padres
y los profesores empiezan a criticarlos y a espolearlos, ya que entonces su autoestima se
resentiría y, como consecuencia de esto, además de exacerbarse las dificultades de apren¬dizaje,
aparecerían problemas de tipo social y emocional.
Hay niños que tienen un bajo nivel de conocimientos porque en sus respectivas casas no se ha
cultivado o no se ha valorado la lectura, el estímulo, la educación, el desarrollo del lenguaje y la
preparación para llevar una vida independiente. Estos niños estarán en desventaja cuando vayan
a la escuela y a otras reuniones sociales y pueden, por tanto, ser víctimas del ridículo o de la
crítica. Esto puede conducir a una autoconsciencia y a unos sentimientos de inferioridad, así
como a unas estrategias de evitación o de agresión como medida protectora contra nuevas
humillaciones y rechazos.
La mayoría de nosotros hemos tenido profesores a los que recordamos con afecto, aunque
también es cierto que muchos padecimos en la escuela experiencias que no pueden calificarse de
buenas. Hay profesores, quienes, debido a sus propios problemas de autoestima, han tenido una
desastrosa influencia en la autoestima de sus alumnos. Las causas de conflicto gestadas en la
escuela son:
— miedo al profesor;
— miedo a los exámenes;
— miedo a levantarse en clase para hablar, y
— miedo a otros alumnos.
Los profesores que infunden miedo a los niños muestran un repertorio de conductas que
causan un serio daño a la autoestima de sus alumnos. Estas conductas se caracterizan por la
crítica, el dominio, el sarcasmo, el cinismo, el afán de ridiculizar y regañar, la impaciencia, la
intolerancia, el autoritarismo, la cólera y la agresividad verbal (a veces también la física). Todos
estos comportamientos dan pie, por parte de los alumnos que los sufren, a conductas de
hipocontrol o al retraimiento y al silencio resentido. Todos son, asimismo, peijudiciales para el
equilibrio emocional y así vemos que los alumnos pasivos y apacibles se sienten dolidos, los
ligeros de lengua «replican», mientras que los peleones suelen «montar numeritos». Cada una
de estas reacciones es una clara señal para el profesor y para los padres de los niños de que la
relación entre profesor y alumnos tiene que cambiar. Si la relación permaneciese tal cual todo el
mundo en la clase perdería.
El miedo a los exámenes es un problema muy común en todos los ambientes escolares. Sus
efectos son de sobra conocidos: ansiedad, dificultades de concentración y de memoria,
insomnio, dolores de cabeza, tensión muscular, «bloqueos mentales», depresiones, sentimientos
suicidas, etc. Este miedo proviene de la excesiva presión que padres o profesores (o ambos a la
vez) ejercen sobre los niños en lo referente a las notas escolares.
Algunos niños, particularmente en los albores de la adolescencia, tienen miedo de ponerse de
pie y hablar en clase. La razón de esto puede estar, por ejemplo, en ciertos escrúpulos por la
estatura o por el cambio de voz. Los profesores tienen que ser sensitivos a estas dificultades y
tratar de hacer las tareas de clase lo más informales posible. En escolares más jóvenes, estos
comportamientos podrían ser indicativos de escasa autoestima y de horror al fracaso y al
ridículo.
Las actitudes matonas suelen ser también muy comunes en los medios escolares. Los matones
producen miedo en sus víctimas, lo cual podría incluso originar que éstas se negaran en redondo
a ir a la escuela; ahora bien, lo que con toda certeza provoca es inseguridad y zozobra ante la
perspectiva de tener que asistir a las clases. Los niños que se comportan como matones
necesitan tratamiento psicológico; ahora bien, no se puede permitir que sus maneras de expresar
sus dificultades de autoestima duren mucho tiempo, ya que dan lugar a que otros alumnos
muestren a su vez conductas problemáticas.
Causas ajenas al hogar y a la escuela
El conflicto interior puede tener también sus causas en problemas relacionados con
personas o situaciones que no tengan nada que ver con el hogar y con la escuela. He aquí
algunos ejemplos:
— vecinos hostiles;
— malos tratos por parte de otros niños;
— abusos emocionales, físicos o sexuales por parte de un pariente, de un cuidador o de una
persona que viva en la vecindad; y
— presión por parte de su pandilla de amigos.
Hay niños que se sienten acobardados por vecinos hostiles y no se atreven a salir a la calle; esto
puede dar lugar a que no puedan beneficiarse del desarrollo social afectivo y físico que se
adquiere a través de los juegos y de la interacción con otros niños. De igual modo, cuando los
niños temen convertirse en víctimas de otros niños de la vecindad también se pierden todo lo
provechoso que tienen las interacciones con los compañeros. En ambos casos, los padres tienen
que tomar drásticas medidas para preservar la seguridad de sus hijos. A veces quien abusa
física, afectiva o sexualmente de los niños es un adulto bien conocido de la familia. Este abuso
encubierto tendrá notorios efectos sobre el bienestar emocional de los niños. Es, por
consiguiente, esencial que los padres creen un clima de confianza en el que los niños encuentren
facilidades para informar de cualquier dificultad que pudiesen estar teniendo con un
determinado adulto y poder así atajar a tiempo cualquier situación potencialmente traumática
para ellos. Si los niños comprueban que no pueden encontrar seguridad en su propio hogar es
muy probable que intenten buscarla entonces dentro de su grupo de amigos o compañeros y esto
conlleva adaptarse al grupo y secundar sus actividades, ya sean éstas naturaleza edificante o
delictiva. A menos que las cosas cambien en casa, los niños no abandonarán esta fuente
abastecedora de seguridad y aceptación.
El proceso que nos lleva a un conocimiento de las conductas problemáticas o inadaptadas de los
niños se esquematiza de la forma siguiente:
Los padres tienen que responder a las conductas problemáticas de los niños en todos y cada uno
de los anteriores niveles. En efecto, centrarse en el nivel 1 sin fijarse en las señales o
manifestaciones del nivel 2 y no identificar o tener en cuenta el conflicto del nivel 3 daría con
toda seguridad como resultado una respuesta errónea e ineficaz.
Normalmente, las respuestas a las angustias y desarreglos emocionales de los niños se paran en
el nivel 1, que es donde se manifiestan las rabietas, el no estarse quieto, los espasmos
musculares involuntarios, la incontinencia de orina o los robos, por lo que raras veces se llega a
los niveles 2 y 3. Es importante que cuando un niño manifieste una conducta problemática, los
padres no entren en conflicto con él. Cuando los padres reaccionan con una conducta
«incontrolada», es decir, cuando personalizan las conductas inadaptadas de sus hijos, lo único
que hacen es mostrar sus propias dificultades de autoestima. El secreto está en no sentirse ligado
a la conducta improcedente del niño y, cuando ella se calme, tratar entonces de una manera
relajada y cariñosa de descubrir qué es lo que dicha conducta está diciendo de la niña. Las
causas ocultas estarán la mayoría de las veces relacionadas con problemas de autoestima, si bien
tendrán que iden¬tificarse (por ejemplo: favoritismo, no sentirse nunca suficientemente bien,
sentimiento de inferioridad con respecto a un hermano o a una hermana, castigo corporal, abuso
sexual, etc.).
Si han perdido el control de sí mismos es inútil razonar con los niños o incluso acercarse a ellos
con simpatía y afecto, ya que, como anteriormente se ha dicho, la pasión desborda siempre a la
razón. Lo mejor que se puede hacer en tales circunstancias es no hacer nada. Quedaos tranquilos
sin involucraros personalmente en la cuestión y, una vez que veáis que el niño ha recobrado ya
su autocontrol podéis entonces pasar al nivel 2 para intentar descubrir en él cuáles son las
dificultades de autoestima y los conflictos ocultos. Por muy molestos que sean los
comportamientos manifestados en el nivel 1 no se adelantaría nada con castigarlos, ya que, con
ello, lo que estaríais haciendo no sería otra cosa que suprimir los senderos que os conducirían
hasta las ocultas inseguridades del niño. Como consecuencia de esto podría ocurrir lo siguiente:
que las cosas tomaran un cariz aún peor o que el niño se inhibiera totalmente de vosotros tanto
en el aspecto físico como en el afectivo.
Si creéis que vais a perder el control de vosotros mismos, apartaos inmediatamente del niño.
Mantenerse aparte y no entrar en controversia con los niños puede ser algo muy difícil; no es
raro, pues, que algunas veces no podáis hacerlo y que reaccionéis culpando, condenando e
incluso agrediendo a quienes os están creando problemas. Si esto sucede, y una vez que os
hayáis sosegado, pedidles siempre disculpas a los niños y hacedles saber cuál ha sido el motivo
que os ha hecho perder los papeles. Si lo hacéis así, estáis restañando la herida abierta en
vuestra relación, estáis mostrando a vuestros hijos cómo hay que comunicarse de una forma
directa y clara y estáis dando, por añadidura, el importante mensaje de que no es tan malo
equivocarse de vez en cuando.
No os achiquéis por la resistencia de los niños a revelar y a investigar lo que les angustia o
molesta. Los niños ven una amenaza en estas revelaciones y temen que les produzcan nuevas
humillaciones y rechazos. Tienen un miedo terrible a descubrir que podría ser verdad que no os
gustan o que no les queréis, que no sean lo buenos que tendrían que ser o que son «demasiado
feos» o «demasiado estúpidos» para merecer vuestra aceptación. Si de una manera natural y
suave lográis inculcarles que les dispensáis un cariño incondicional aflorarán finalmente todos
sus temores internos. No forcéis vuestra irrupción en el mundo privado de los niños; tal acción
sería abusiva y sólo conduciría a un mayor secretismo por parte de ellos. Si a pesar de todos
vuestros buenos oficios, vuestros hijos no están aún preparados para revelaros lo que les está
preocupando, hacedles entonces saber que comprendéis que lo que pedís puede ser algo difícil
para ellos y que, os lo digan o no, les queréis y estaréis siempre dispuestos a escucharles cuando
se decidan a hablar. Es un antecedente obligado y esencial crear un clima de seguridad para que
los niños revelen espontáneamente sus dudas y temores.
Descubra o no vuestro hijo sus conflictos internos sería aconsejable que por vuestra parte miréis
y comprobéis si la forma con la que interactuáis con él diariamente favorece o no la elevación
de su autoestima. Si esta forma no ha sido precisamente la más idónea, por lo menos tendréis
alguna idea de lo que podría ser la causa de las dificultades de vuestro hijo. Comprobad,
asimismo, los sentimientos que tengáis con respecto a vosotros mismos y ved si estos
sentimientos están o no proyectando vuestras propias inseguridades sobre vuestro hijo (por
ejemplo: siendo con él descuidados, críticos, dominantes, controladores o sobreprotectores).
Un modo muy efectivo de ayudar a los niños a que hablen de sus temores e inseguridades es
estructurar un esquema de comunicación abierta y directa sobre tales temas. Por ejemplo: si
tenéis una dificultad con alguna persona, explicadles cómo reveláis a esta persona vuestras
reservas sobre ella de forma que no se sienta inculpada o herida. Mostradles cómo expresáis con
claridad vuestras necesidades, temores y preocupaciones, pero sin presionar a la otra persona a
que atienda vuestras necesidades no cubiertas. A todo esto ayuda el contarles historietas de
vuestra propia niñez —aquellas ocasiones en las que os habéis sentido tristes, rechazados, solos
o desprovistos de aptitud para hacer algo— y cómo hubieseis deseado hablarles de todas estas
cosas a vuestros padres.
Investigad con tacto, junto con vuestro hijo, qué es lo que está originando sus
persistentes comportamientos de índole problemática e inconformista.
No forcéis vuestra irrupción en el mundo privado del niño dándole órdenes,
manejándolo, interrogándole, amenazándole o sin¬tiéndoos molestos o irritados.
Sed pacientes y conceded a vuestro hijo todo el tiempo y el espacio necesarios para que
pueda exteriorizar sus temores e inseguridades internas.
Cread una atmósfera de seguridad en vuestra casa y dad licencia a vuestro hijo para que
exprese de forma franca y directa sus necesidades no satisfechas y sus conflictos no
resueltos.
Asegurad a vuestro hijo que siempre tendrá vuestro cariño y que estáis en todo
momento dispuestos a escucharle cada vez que necesite contaros algo.
Comprobad el modo que normalmente tenéis de interactuar con el hijo que os está
planteando problemas.
Adoptad de forma inmediata y constante conductas que aumenten la autoestima de
vuestro hijo.
Comprobad vuestro propio nivel de autoestima y aseguraos de que no estáis
transfiriendo a vuestro hijo vuestras inseguridades. Estructurad procedimientos
adecuados para que vuestro hijo pueda tener sus necesidades satisfechas y pueda
contaros temas escabrosos.
Respuesta de los padres a la unicidad de los conflictos de los hijos (nivel 3)
Una vez abordados los niveles 1 y 2 necesitáis dar un nuevo paso a fin de descubrir las
peculiaridades del problema de vuestro hijo de forma que podáis acceder directamente a las
áreas en donde tenéis que aplicar los remedios pertinentes. A veces ocurre que cuando
comenzáis a observar ciertas conductas que eleven la autoestima de vuestro hijo incidís, sin
proponéroslo, en su encubierta inseguridad y, cuando esto sucede, los síntomas de angustia
comienzan a desaparecer. No obstante, esto ocurre raras veces, por lo que normalmente se
requiere constancia para llegar a lo que realmente está afligiendo a vuestro hijo. En este libro os
habéis encontrado con muchos ejemplos que prueban la unicidad de los problemas que aquejan
a los niños. Recordad, por ejemplo, la niña de tres años que se estaba matando de hambre con
tal de complacer a su padre y parecerse a él; o ese otro caso del niño que perdió parte de su vista
porque creía que nadie volvería a mirarle a la cara.
Una madre se puso en contacto conmigo porque su hija, que había ido el primer día de clase a la
escuela primaria toda entusiasmada y contenta había vuelto a la hora de comer visiblemente
contrariada; tanto es así, que cuando tenía que volver al colegio desapareció y la madre la
encontró escondida en las profundidades de un armario. La niña rompió en un desconsolado
llanto y se negó a ir a la escuela. Cuando la madre me llamó por teléfono toda desconcertada
preguntándome qué es lo que debía hacer le aconsejé que no obligara a la niña a ir a la escuela.
Era obvio que algo había pasado para que desapareciera la seguridad, la felicidad y el
entusiasmo con que la niña había ido en primera instancia al colegio; si bien las causas de este
cambio podrían ser innumerables: nostalgia de su casa, matonismo por parte de otros niños,
agresividad del profesor, experiencia traumatizante, etc. Aconsejé que cuando la niña se hubiese
tranquilizado y la amenaza de volver a la escuela hubiese desaparecido de su ánimo, la madre
tratara de sonsacarle con buenas artes qué es lo que le había sucedido por la mañana. Se pudo
saber que, tan pronto los niños ocuparon sus asientos en la clase, el profesor cogió un largo y
grueso puntero y, al tiempo que lo blandía amenazadoramente, les avisó que lo usaría con todo
aquel que fuese travieso. Lo importante ahora era que la niña obtuviera de sus padres la
seguridad de que nadie, bajo ningún concepto, tenía derecho a amenazarla. Era también
importante que la relación entre el profesor y la niña fuese corregida y que aquél le asegurase
que el incidente del puntero, u otro parecido, no volvería a ocurrir de nuevo. Si después de haber
advertido al profesor de lo ocurrido, la conducta amenazadora de éste no desaparecía, el
bienestar anímico de la niña podía estar en peligro y entonces lo mejor seria que dejara de asistir
a la clase de ese profesor. Es más, si el director del colegio no mostrara un talante cooperativo,
yo daría de baja a la niña de esa escuela. Y, además de esto, denunciaría ante el Ministerio o la
Consejería de Educación la conducta irresponsable e ilegal del profesor y no me daría por
satisfecho hasta que no se hubiesen tomado las medidas pertinentes. Estas conductas han estado
siendo silenciadas más tiempo del debido.
No es factible proporcionar normas generales para llegar hasta la causa particular del problema
de cada niño, ya que la respuesta parental que se requiere es única y propia para cada uno. Una
vez que descubráis las causas peculiares de la ansiedad de vuestra hija, podréis comenzar a
aplicar los remedios oportunos para resolver el conflicto que se os acaba de desvelar. Todo el
tiempo que perseveréis en no involucraros en el conflicto con vuestra hija es un tiempo que
estáis dedicando a acrecentar su autoestima y la vuestra, así como a mantener separadas vuestras
respectivas vidas de la de ella.
Si a pesar todas vuestras buenas intenciones los problemáticos comportamientos de vuestro hijo
o hija continúan, sería entonces aconsejable buscar la ayuda de un profesional.
Cuanto más alta sea la frecuencia de una dificultad conductual más probabilidad existe de que
sea necesaria una ayuda especializada. Los episodios aislados de conducta conflictiva o de
retraimiento afectivo y físico pueden ser sólo indicativos de problemas circunstanciales que
desaparecen con el paso del tiempo o con la adquisición de experiencia.
Cuanto más extrema sea la intensidad emocional (por ejemplo: rabia irresistible, ataques de
pánico, etc.) o las reacciones de evitación o agresión, más perentoria será la necesidad de que
vuestro hijo reciba ayuda. Por ejemplo, alrededor de un tercio de los niños que se muestran
reacios a asistir a la escuela manifiestan intensas reacciones de angustia y pánico cuando se
intenta que vayan. Esta excesiva angustia también tendrá su manifestación en el estado
fisiológico del niño (incremento de pulsaciones, palidez, vómitos, dolores anómalos, temblor,
etc.), en expresiones verbales de sentimientos de temor y malestar y en desesperadas intentonas
para no ir al colegio.
Cuanto más duren los comportamientos inadaptados más fuerte será la razón para recurrir a la
ayuda profesional. Desgraciadamente, muchos niños mayores arrastran problemas desde su más
tierna infancia sólo porque éstos no fueron debidamente tratados en su estado primigenio. Esta
circunstancia, además, al estar estos niños desde un punto de vista escolar y social en desventaja
con respecto a sus compañeros, podría acarrearles dificultades accesorias que se añadirían a su
conflicto interno y a sus problemas de autoestima originales.
Como ya habéis visto, no todas las conductas inadaptadas tienen por causa circunstancias
familiares. El ambiente escolar o la actuación de un determinado profesor o profesora puede ser
la explicación de por qué un niño está sufriendo algún problema de tipo emocional o
conductual. Los niños que proceden de una sub-cultura pueden sentirse presionados durante su
proceso de integración en la cultura predominante en la escuela. Como pasa en cualquier otra
profesión, hay profesores que tienen serios conflictos personales sin resolver y que se traducen
en el aula en modos de conducta bien agresivos, cínicos, sarcásticos y dominantes, o bien
tímidos y pusilánimes. Los efectos de estas conductas en el bienestar anímico de los niños
pueden ser considerables. Los padres tienen que estar atentos a que las preocupaciones de los
profesores no influyan negativamente en su labor docente, ya que, en caso contrario, tendrían
que ser aconsejados a que corrigiesen su conducta (véanse pp. 232-233).
La mayoría de los niños que necesitan el concurso de un especialista son aquellos que están
reaccionando con una conducta inadaptada a una experiencia traumática sufrida —en la
actualidad o en el pasado— en casa, en la escuela, en clase o en cualquier otro lugar. De
acuerdo con esto, el tipo de ayuda preferible es la psicoterapia o la terapia familiar. El
tratamiento a base de psicofármacos no es recomendable. En los últimos treinta años ha
aparecido una extensa variedad de métodos de ayuda, y así tenemos —mencionando sólo unos
pocos— la terapia conductual, la terapia cognoscitiva, la terapia artística, el psicodrama, la
psicoterapia gestaltista y la psicoterapia centrada en el cliente. Estos métodos, o bien tienen por
objeto cambiar el ambiente en el que el niño se desenvuelve, o bien tratan directamente sus
dificultades afectivas y de comportamiento. La terapia familiar consiste en tratar globalmente a
la familia y en considerar los problemas producidos por las interacciones entre los distintos
miembros de la misma como la causa de las dificultades de los niños.
Estos tratamientos son efectivos la mayoría de las veces y una buena prueba de ello es lo
solicitados que están. No obstante, es bueno que comprobéis antes la competencia profesional
de la persona que decidáis consultar. Si los problemas subsisten a pesar de todos los entusiastas
y sinceros esfuerzos de las partes implicadas, no tengáis reparos en sugerirle al terapeuta que a
lo mejor otra clase de terapia podría ser más conveniente. Por último, quiero decir que antes de
la elección del método terapéutico a utilizar hay que procurar adquirir conocimiento de la vida
interior del niño o de la niña, de la de sus padres y la de cualquier otro adulto o grupo de amigos
que pueda estar implicado.
Por regla general, vuestro médico de familia sabrá más o menos quiénes son en vuestra zona los
psicoanalistas y los psicoterapeutas más recomendables y, si fuese necesario, incluso podría
concertar una visita en vuestro nombre.
IDEAS CLAVE
Las conductas problemáticas de los niños siempre son correctas. Las conductas
problemáticas de los niños son señales de algo y, por consiguiente, es de suma
importancia que no se manifiesten en vano.
El conflicto oculto es diferente, a la par que único, en cada niño, por lo que no hay una
sola forma de responder a las conductas inadaptadas de los niños.
Aunque desde un punto de vista psicológico las conductas pro¬blemáticas puedan ser
correctas, desde un punto de vista social estas conductas pueden ser inaceptables, sobre
todo las con-ductas conflictivas hipocontroladas.
Los niños que presentan comportamientos hipocontrolados son los que con más
frecuencia se llevan a las consultas de los profesionales para que reciban tratamiento
adecuado.
Los niños que muestran conductas de hipercontrol corren más riesgos desde un punto de
vista afectivo que aquellos otros que presentan conductas de hipocontrol.
Los problemas afectivos y conductuales de los niños provienen primordialmente de lo
que ocurra dentro del seno de la familia.
La causa fundamental de los problemas de los niños está en la forma que tengan los
padres de relacionarse con ellos.
Entre las causas de problemas propias de los niños, la más corriente es el sentimiento
autodegradante.
Las formas que tienen los niños de actuar están en consonancia con la opinión (alta o
baja) que tengan de sí mismos.
ACCIONES CLAVE
• Para el bienestar de los hijos es esencial que desaparezca cual¬quier traza de conflicto
entre los padres.
• Si vuestros hijos exhiben conductas problemáticas es importante que permanezcáis al
margen de estas conductas; esto es, que no os involucréis en ellas.
• No forcéis vuestra irrupción en el mundo privado de vuestros hijos.
• Cread seguridad para vuestros hijos a fin de que no tengan re¬paros en poner de
manifiesto sus dudas y sus temores acerca de ellos mismos.
• Comprobad regularmente que las formas que tenéis de interactuar con vuestros hijos
elevan su autoestima.
• Si a pesar de vuestros buenos oficios persiste la conducta pro¬blemática de vuestro hijo
es conveniente entonces recurrir a la ayuda profesional.
• La mejor ayuda profesional para los niños es la terapia familiar o la psicoterapia. No se
recomienda el tratamiento con psicofármacos.
Capitulo 8
Los Padres como educadores
Un mensaje que se ha venido repitiendo a lo largo de este libro es que si los niños no se sienten
queridos y aceptados por ellos mismos están en grave desventaja en lo que atañe al desarrollo
educativo. Aunque los niños con problemas traten de hacer frente a su inseguridad emocional
mediante estrategias de evitación o compensación, su desarrollo educativo será siempre para
ellos motivo de estrés y lo más seguro es que no sean capaces de sacarle el mayor jugo posible a
su ilimitada capacidad de aprendizaje. Los conflictos afectivos no resueltos de estos niños les
absorben una parte muy importante de su energía y concentración.
El primer paso fundamental que hay que dar a fin de crear en el hogar un ambiente propicio para
el desarrollo educativo de los niños es la resolución de las dificultades de autoestima y de los
conflictos internos que provocan estas dificultades. Sin este ambiente propicio, servirán de poco
todas las demás recomendaciones que se hacen en este capítulo en tomo a la figura de los padres
como educadores.
Con objeto de crear un ambiente afectuoso y apropiado para el desarrollo y educación de los
hijos, los padres tienen que:
El mensaje que los niños tienen que oír de sus padres es que su capacidad es ilimitada y que si
se aplican en cualquier campo del co¬nocimiento terminarán aprendiendo. Es una lástima que
se tienda a etiquetar a los niños desde muy temprana edad. Todo parece ahora indicar que los
niños y los adultos, para bien o para mal, viven de acuerdo con la etiqueta que se les cuelga, y
así vemos cómo los niños (o los adultos) que creen, por ejemplo, que son «buenos en
matemáticas», «malos en gramática» o «negados para el dibujo artístico» actúan de acuerdo con
estas creencias.
El desarrollo del lenguaje es fundamental para el progreso escolar. Los hogares catalogados
como de nivel socioeconómico bajo evidencian poca facilidad para el lenguaje y escaso
estímulo verbal, visual, táctil, olfativo y auditivo. En estas familias raramente se les habla a los
niños cara a cara y es frecuente el «caos conversacional», esto es, hablar todos al mismo tiempo.
Por el contrario, en los hogares que gozan de un nivel socioeconómico elevado suele existir una
expresión verbal de alta calidad, frecuentes interacciones verbales entre adultos y niños, un
ambiente más estimulante y unas interesantes y variadas actividades.
La calidad de las interacciones entre padres e hijos y el abanico de experiencias a disposición de
los niños son las claves previas del desarrollo escolar. Los niños criados en localidades aisladas
o pobres y los que sufren privación sensorial verán entorpecido su desarrollo escolar. Lo que
cuenta no es la cantidad de estimulación, sino la calidad, el significado y la variedad de las
experiencias disponibles.
Tratándose de niños con antecedentes socioeconómicos depauperados, éstas son las causas más
corrientes que impiden el aprovechamiento de su ilimitada capacidad en materia de desarrollo
educativo:
Entre los niños pertenecientes a estratos socioeconómicos más altos, las siguientes
circunstancias pueden ser causa de un bloqueo en su desarrollo escolar:
Es importante que los padres sean conscientes de sus propias li-mitaciones, ya que muy a
menudo los adultos pretenden valerse de los hijos para resarcirse de sus propias frustraciones.
Reconocer vues¬tros personales defectos (por ejemplo: genio vivo, impaciencia,
per¬feccionismo, intolerancia a los errores, etc.) es un primer paso para dar buena cuenta de
ellos. El próximo sería determinar una acción específica que primero reduzca y luego elimine
estas trabas del crecimiento. Si vuestras frustraciones se gestan cuando vuestros hijos están
empeñados en completar su educación y en otros menesteres, consideradlas como frustraciones
exclusivamente vuestras y no tratéis bajo ningún concepto de mitigar la comezón que os
producen utilizando para ello a vuestros hijos. Si hacéis esto último, el aprendizaje comenzará a
tener para ellos connotaciones negativas. Los adultos no suelen estar muy dispuestos a pedir
disculpas cuando emiten un juicio equivocado o cuando pierden los estribos con los niños. En
este aspecto, sería un buen ejemplo para los hijos ver cómo sus padres admiten sus errores y
piden perdón por ellos y, lo que es todavía más importante: este proceder sellaría cualquier
fisura que pudiera haberse producido en la relación entre padres e hijos.
Si queréis ser buenos ejemplos para el aprendizaje de vuestros hijos tenéis que observar algunos
de los siguientes comportamientos:
Los hijos imitan a sus padres porque creen que éstos están siempre en lo cierto. Cuando los
padres muestran interés por aprender buscan por sí mismos cursillos didácticos, sacan tiempo
para dedicarlo al aprendizaje, hablan con entusiasmo entre ellos y con los niños sobre lo que
están estudiando y se enfrentan, por último, a los exámenes y a las evaluaciones con calma; no
hay duda de que los hijos de estos padres se desenvuelven en un ambiente extremadamente
propicio para su desarrollo educacional. Cuando los niños comiencen a imitar estas positivas
actividades de aprendizaje de los padres es esencial que sus esfuerzos sean reforzados mediante
la estimulación, el elogio y las recompensas, ya que, de otro modo, tales esfuerzos podrían
llegar a extinguirse.
Los padres serían también buenos ejemplos para el aprendizaje de sus hijos siendo ordenados y
pulcros (no perfeccionistas), confeccionando listas de tareas a realizar y tachando aquellas ya
hechas, así como permaneciendo siempre tranquilos y sosegados. Si os sentís frustrados porque
una determinada tarea no os sale, en vez de dar un golpe en la mesa, asestarle una patada al
perro o chillarle a los niños, seréis un ejemplo para vuestros hijos si dejáis la tarea que estáis
haciendo tal como está y os dedicáis a algo más tranquilo (como tomar una taza de café,
escuchar música o dar un paseo) para luego, más tarde, cuando ya estéis completamente
calmados, proseguir con la tarea. Si os atascáis con algo
que estéis haciendo, pedid ayuda, ya sea a vuestro cónyuge, a uno de vuestros hijos o a un
vecino. El cerebro de los niños es como una esponja, por lo que si establecéis una estrategia
efectiva para superar las dificultades, la asimilarán enseguida y la usarán automáticamente más
tarde en sus particulares esfuerzos para adquirir conocimientos.
A continuación relacionamos los principios básicos que los padres deben tener en cuenta para
facilitar el aprendizaje de sus hijos:
Cuando se trata de que los padres intervengan activamente en el desarrollo educacional de sus
hijos hay que tener presente dos cuestiones clave:
Saber qué es lo que hay que enseñarle a los niños es importante, ya que la cantidad y sobre todo
la calidad de las experiencias didácticas que se viven dentro del hogar —en la más temprana
edad y aun después de haber comenzado formalmente el colegio— tienen fuertes repercusiones
en el progreso y el desarrollo educativo. La diferencia entre los niños que se han enriquecido
con esas primeras experiencias didácticas y los que no, es muy marcada en los primeros días de
asistencia a las clases.
La lectura, la escritura y la aritmética eran las tres disciplinas que tradicionalmente se
consideraban básicas para el desarrollo educacional de los niños, criterio éste que todavía
disfruta de gran predicamento. No obstante, la concentración en estos tres campos del saber ha
originado un desarrollo funcional desmesurado del hemisferio izquierdo del cerebro en
detrimento del desarrollo funcional del hemisferio derecho. Los más recientes cambios en los
planes de estudio incorporan ya más conocimientos basados en habilidades prácticas, con lo
cual, la antigua atención a la actividad del hemisferio izquierdo del cerebro de los niños ha
tenido que dar cabida —en plano de igualdad— a la atención del hemisferio derecho.
En los primeros años, el desarrollo funcional del hemisferio izquierdo depende mucho de las
conversaciones de tú a tú que tengan los padres y los hijos. Es importante que los padres se
aseguren que cuentan con la atención de los niños cuando hablen con ellos y el mejor método
para saberlo es el contacto visual. Hay disponible toda una gama de juguetes educativos que
facilitan el aprendizaje de los niños en aspectos tales como el lenguaje, la lectura, la escritura y
la aritmética. La lectura de cuentos a los niños es un medio de educación y la mayoría de los
padres lo saben. Además, es una excelente oportunidad para hacer más profundos los vínculos
afectivos entre padres e hijos. Los ordenadores se han convertido en un importante instrumento
didáctico, si bien es recomendable consultar con los profesores el valor educativo de algunos de
los paquetes de software que se ofrecen en el mercado.
Los juegos de preguntas y respuestas, de palabras, de solución de problemas y la práctica en el
manejo del dinero constituyen actividades que facilitan el proceso de activación del hemisferio
izquierdo del cerebro. Equipar a los niños con un buen nivel de conocimientos generales
también ayuda.
Estas son las actividades que los padres podrían practicar con los hijos a fin de estimular el
desarrollo del hemisferio derecho:
Tareas de coordinación de ojos y manos (por ejemplo: juegos, deportes, pintura, dibujo
y ciertas tareas domésticas como limpiar, pasar la aspiradora, cocinar y coser).
Acoplar piezas (por ejemplo: rompecabezas, Lego, Meccano y algunos juegos de
ordenador).
Retos creativos o de divergencia (por ejemplo: juegos sobre el uso creativo de distintos
objetos, construcción de bloques del tipo Lego, dibujo artístico, solución de problemas,
etc.).
Juegos de observación (por ejemplo: juegos como el de «encuentra el objeto perdido»,
juegos de buscar diferencias o errores, etc.).
Sacar conclusiones de objetos o situaciones aparentemente di¬versos (por ejemplo: el
juego de las parejas o el de las desparejas), o bien darle sentido a una serie aleatoria de
dibujos o de viñetas de tebeo.
Los niños que tienen la oportunidad de intervenir en una extensa variedad de estas actividades
suelen ir bien en el colegio y ser buenos en muchas facetas escolares.
Aunque los padres sepan qué es lo que tienen que enseñarle a sus hijos están abocados al
fracaso si no saben cómo enseñarlo. Esto es aplicable tanto a los profesores como a los padres.
La mayoría de los elementos anteriormente mencionados bajo el epígrafe «principios básicos de
la enseñanza» se enfocan en «cómo hay que enseñar» y han sido ya analizados en el capítulo 6
que trata del desarrollo de la autoestima en los niños. La cuestión clave de «cómo hay que
enseñar» es estar al tanto de la influencia de la autoestima en el avance educacional de los niños,
así como asegurar que todas las interacciones didácticas de éstos eleven su autoestima. Otro
factor crítico es procurar que las vivencias de los niños únicamente tengan connotaciones
positivas con el aprendizaje. Esto supone ver un logro en todo esfuerzo, considerar los yerros y
los fracasos como oportunidades para aprender, conceder importancia al esfuerzo y no a los
resultados y estar en calma y manifestar aliento cuando los niños encuentren dificultades en su
aprendizaje. Al mismo tiempo, los padres no deben permitir que sus hijos eludan sus
responsabilidades educativas, aunque, al hacerle deben evitar entrar en controversia con ellos.
El hecho de mostrar un empático interés en su desarrollo educacional garantiza un compromiso
por parte de los niños para aprender. Muchos padres dejan que sus hijos se las arreglen solos
con las cuestiones escolares y se olvidan que los niños tienen una gran necesidad de que sus
padres se interesen diariamente por lo que hacen. La inexistencia de este interés conduce a la
apatía y a la falta de motivación para aprender.
Es importante delimitar en casa unas zonas fijas de estudio. Aseguraos de que estas zonas estén
a salvo de cualquier tipo de distracción y alejadas de la televisión o de otros puntos de
entretenimiento. Cuando estudien es conveniente que los niños estén separados unos de otros.
Procurad visitar a vuestros hijos cuando estudien y ofrecerles ayuda, apoyo, estímulo y algún
que otro «regalillo». Si os solicitan ayuda, no caed en la tentación de hacer las cosas por ellos; el
buen educador se limita a ayudar y a guiar a los niños para que, paso a paso, hagan las cosas por
sí mismos. Si les hacéis las cosas, les estáis privando de aprender a valerse por sí solos y podéis
convertirlos en unos inútiles.
Orden y pulcritud
Desde su más temprana edad tenéis que ser firmes con vuestros hijos en lo relativo al orden y a
la pulcritud, dado que estas condiciones se reflejarán en sus actividades escolares. No aceptéis
de ellos trabajos sucios o chapuceros. Hacedles saber con tranquilidad y firmeza que vuestra
aceptación de tales comportamientos censurables sería una prueba de que no les queréis y de
que no os importa nada su futuro. Y es así, porque la aceptación de un trabajo mal hecho
implica que vosotros (como padres) no los queréis o no los respetáis como se merecen unas
personas únicas de ilimitado potencial. Además, si veis a vuestros hijos haciendo sus deberes
escolares deprisa y corriendo, bueno sería recordarles que las prisas sólo suponen un esfuerzo a
medias y la posibilidad de que la tarea tenga que hacerse de nuevo, lo que implicaría menos
tiempo para jugar.
Firmeza positiva
Es importante que los padres no se enzarcen en discusiones con sus hijos en asuntos
relacionados con su educación. Las discusiones sólo debilitan la posición de los padres y avivan
la determinación de los hijos de eludir la responsabilidad. Los padres tienen que expresar con
calma, pero con firmeza y precisión, el esfuerzo que esperan de sus hijos, así como dar el asunto
por zanjado sin esperar a que éstos repliquen. Si los hijos ponen en un aprieto a sus padres
diciéndoles que «no lo harán y que se irán a la calle», los mayores deberán permanecer en
calma, repetir el esfuerzo razonable que esperan de ellos y poner en su conocimiento las
consecuencias que les acarrearía no llevar a cabo lo que se les pide. Los padres no deben
sentirse desarmados por respuestas de este tenor de sus hijos: «No me queréis», «os odio», o
«cuando mi hermana os lo pide, la dejáis salir». Los niños (como los adultos) emplean muchas
triquiñuelas para salirse con la suya. Mientras permanezcáis en calma y seáis categóricos se
darán cuenta que vuestras palabras tienen peso y de que no os harán desistir de vuestros
propósitos. Acaban de aprender dónde están los límites precisos y esto en el fondo les da
seguridad emocional.
Guerra a la frustración
Los padres tienen que ayudar a sus hijos a superar la frustración que les aqueja cuando las cosas
van mal o cuando tienen dificultades para asimilar algún concepto. Si vuestro hijo se siente
frustrado, procurad que deje por un momento la tarea que tengan entre manos y se dedique a
algo sosegado (por ejemplo: ir a la cocina y tomarse un refresco, realizar un ejercicio de
relajamiento, etc.) para luego llevar a cabo alguna otra tarea escolar que le hayan asignado.
Después de terminar esta última tarea, haced que retome a la primera actividad motivo de su
frustración y ayudadle a lo largo de la misma. Algún detalle de humor aliviaría la tirantez de la
situación a la par que mantendría al niño en contacto con la realidad. La enseñanza fundamental
que el niño tendría que sacar de la situación es que la tensión, la frustración, la ansiedad y la
rabia bloquean el proceso de aprendizaje y que es inútil seguir adelante hasta que uno no se
haya calmado y relajado.
Soliloquios positivos
Una técnica muy valiosa para la enseñanza de los niños de siete años en adelante es el soliloquio
positivo. Hacedles comprender primero que las reflexiones en voz alta que implican crítica
conducen a la preocupación, a la ansiedad, al temor y al enfado y que, consecuentemente,
dificultan el aprendizaje. He aquí algunos de los soliloquios más corrientes de los niños:
Recordad que estas reflexiones de índole crítica son síntomas de problemas de autoestima y,
como tales, requieren una acción inmediata por parte de los padres y los profesores con vistas a
elevar la autoestima del niño o de la niña en cuestión. Hacer lo necesario para que los niños
dejen de tener soliloquios críticos forma parte del proceso de elevar su autoestima. Las
reflexiones que podrían dar al traste con los soliloquios críticos anteriormente expuestos serían
más o menos de este estilo:
Los soliloquios positivos deben ser siempre realistas; esto es, el niño acepta sus dificultades y
limitaciones actuales, pero sin darse por vencido y reteniendo, además, el cariño y la fe en sí
mimo. A los niños les seria de gran ayuda preparar reflexiones positivas para las distintas etapas
de los exámenes:
Al enseñarles a los niños a tener reflexiones positivas debéis advertirles que tienen que estar
atentos a no caer de nuevo en el hábito de los soliloquios derrotistas. Si notan que están
volviendo sin querer a las reflexiones negativas, decidles que inmediatamente se griten a sí
mismos «¡basta ya!» y que procuren cambiarlas por otras reflexiones de aliento y afirmación.
Relajamiento
Es una buena idea que los padres aprendan técnicas de relajación para luego transmitírselas a
sus hijos. Si los niños ven a sus padres practicando estas técnicas estarán más dispuestos a
aceptarlas. Hay muchas formas de relajación y entre ellas cabe mencionar el yoga, la meditación
trascendental, la relajación muscular progresiva, la hipnosis, la visualización, el masaje y la
reflexología. Los más convenientes son los ejercicios directos que pueden ser realizados por uno
mismo, ya que de esta forma podemos recurrir a ellos en cualquier situación que nos provoque
tensión y ansiedad. La relajación es una técnica y, como cualquier otra técnica, tiene que
practicarse hasta llegar a que uno mismo pueda relajarse a voluntad. Hay muchas cintas, libros y
cursillos a la venta que tratan de estas técnicas. Al final de este capítulo hay un rápido y corto
ejercicio de relajación.
Si vuestros hijos llegan del colegio quejándose de que tienen muchas cosas que hacer sentaos
con ellos y ayudadles a que compongan una lista, por orden de prioridad, con todas las cosas
que les han mandado hacer. Procurad que experimenten lo bien que sienta tachar de la lista las
cosas que se van haciendo. Una técnica relacionada con esto es la administración del tiempo. Se
han escrito libros enteros sobre este tema, pero cuanto más simple sea el sistema que se utilice,
mejor. Desde edad temprana —sobre todo cuando empiecen a tener amigos, a hacer deporte, a
interesarse por el dibujo, la lectura, etc.—, estimuladlos a que programen las cosas que van a
hacer durante el día y el tiempo que dedicarán a cada una de ellas. Esto les hará ver que, por
ejemplo, los días que van a la escuela, por tener que reservar parte de la jomada para estudiar y
hacer los deberes, dispondrán de menos tiempo para otras actividades y que, por consiguiente,
algunas de ellas tendrán que programarse para los fines de semana. También los pondrá en
disposición de controlar el grado de efectividad que alcanzan en la utilización de su tiempo. Si
vosotros mismos dais ejemplo de una efectiva administración de vuestro tiempo será entonces
mucho más fácil enseñarles esta técnica a vuestros hijos.
Técnicas de estudio
Una técnica muy importante que hay que enseñarles a los niños es cómo estudiar. No
presuponed que esta técnica se enseña en la clase. A veces los niños —y también los padres—
creen que una vez que se han hecho los deberes ya no hay que estudiar más. Esta creencia no
alimenta para nada el ansia de aprender. Estudiar es algo más que hacer los deberes escolares.
Antes que nada, hay que decidir el tiempo total que se va a destinar al estudio.
A continuación se fragmentará este tiempo total en periodos cortos de unos 30 a 40
minutos cada uno.
Se observarán breves descansos entre período y periodo de estudio durante los cuales se
realizará cualquier actividad agradable. Comprobad la lista de deberes y de las materias
a estudiar y, de acuerdo con su prioridad, determinad los que se realizarán en esa misma
tarde. Las actividades que no tengan tanta prioridad se incluirán en la lista de! próximo
día o se dejarán para el fin de semana.
Preparad un plan para el estudio de la tarde, incluyendo las metas a alcanzar y la forma
de alcanzarlas.
Cuando comencéis a estudiar un tema, tomaos algún tiempo para considerar lo que ya
habéis aprendido; esto delimita el contexto del esfuerzo de aprendizaje que estáis a
punto de hacer. Si no os acordáis de lo que ya habéis aprendido, entonces es necesario
que hagáis un repaso antes de seguir adelante.
Si tomáis nota de los principales puntos que hayáis aprendido, ello os facilitará el
recordatorio de lo que habéis estudiado. Estas notas os harán más fácil el repaso
anteriormente mencionado. Después de terminar las materias y las tareas asignadas sería
conveniente que los padres revisaran lo realizado para comprobar que es aceptable y
que no falta nada por hacer o completar. El repaso es esencial para retener ¡o que ya se
aprendió. Si hacéis con regularidad repasos parciales, el repaso final antes de ¡os
exámenes os será mucho más fácil.
A veces es bueno estudiar primero las materias que no nos gustan para quitárnoslas de
encima lo antes posible. Tomaos un descanso si la frustración se apodera de vuestro
ánimo para después abordar un tema de otra asignatura que os guste más. Volved más
tarde al tema con el que teníais dificultades. No tengáis reparos en solicitar ayuda si ello
fuese necesario. Procurad que el lugar de estudio sea cálido, cómodo, bien iluminado,
ventilado y esté al resguardo de ruidos y otras distracciones.
Al final del período de estudio premiad vuestros esfuerzos con una actividad que os
guste.
Deberes
Los deberes escolares pueden ser la causa de serias desavenencias entre padres e hijos. La
cantidad de deberes que se le asignan a los niños tiene que ser cuidadosamente controlada. La
tónica general es que los niños con edades comprendidas entre cinco y ocho años tendrían que
dedicar como máximo una hora a los deberes escolares; entre ocho y quince años, dos horas, y
entre quince y dieciocho años tres horas debería ser el tope máximo. Por supuesto que habrá
niños que se dedicarán a perder el tiempo y luego se quejarán de lo que tardan en hacer los
deberes. Si tenéis dudas, consultad con el profesor del niño el tiempo que llevaría hacer los
deberes. Los profesores tienen que estimar el tiempo de los deberes en función del ritmo de
aprendizaje de la mayoría de la clase y no del de los más adelantados. Es muy importante tener
en cuenta que el aprendizaje no es un índice de capacidad.
Para los niños es más fácil que les asignéis un determinado tiempo para hacer los deberes. Si
procuráis que durante este tiempo no haya nada que los distraiga —como, por ejemplo, la
televisión—, los niños harán sus deberes con mayor rapidez. Lo mejor es que los niños hagan
los deberes por separado para que no se interfieran entre sí. Si se molestan gastándose bromas,
haciendo ruido o invadiéndose mutuamente el espacio, entonces lo más indicado sería una
sanción tan contundente que no diese lugar a dudas. Cuando hay problemas de autoestima
dentro de la familia, los niños pueden llegar a ser muy crueles entre ellos, por lo que es muy
importante que los padres no permitan que se salgan con la suya en cuanto a abusar física o
verbalmente de los demás. La vida de un niño puede amargarse sin remedio si cae bajo el
dominio o control de un hermano o de una hermana mayor. Los padres, como personas a cargo
de la familia, no deben tolerar que los hermanos mayores controlen a los más pequeños. Cuando
los niños hagan sus deberes, hacedles saber que pueden disponer de ayuda y no olvidéis de
interesaros por ellos de vez en cuando diciéndoles frases de estímulo y elogio e incluso dándoles
una «pequeña recompensa». Cuando terminen con sus deberes, es importante que uno de los
padres compruebe el trabajo realizado, lo elogie —si procede— y determine hacia dónde
tie¬nen que dirigir sus próximos esfuerzos.
Si ha mediado un sincero y auténtico esfuerzo, aunque el niño haya cometido algún error,
limitaos a destacar lo bueno que haya conseguido y dejad que el profesor en la clase le corrija lo
que haya hecho mal y le oriente para que no cometa nuevos errores. No le obliguéis a hacer de
nuevo los deberes sólo porque haya incurrido en algunas equivocaciones. Esto sería demasiado
punitivo y los deberes empezarían a tener para él connotaciones negativas. Otra cosa sería si las
equivocaciones hubiesen sido debidas a las prisas o a una actitud de descuido y falta de interés
por parte del niño. Si éste es el caso, los padres, como ya se ha dicho en repetidas ocasiones,
tienen que adoptar una postura firme y positiva. Por último, tenemos que decir que la mejor
recompensa después de terminar los deberes es siempre la afirmación y el elogio, si bien hay
que premiar también a los niños permitiéndoles que se entreguen a sus juegos preferidos. Esto
hace que los niños tengan connotaciones positivas con respecto a los deberes escolares.
Para llevar a cabo las anteriores recomendaciones es importante no perder la formalidad ni la
coherencia. Si los padres son incapaces de ser pacientes y de permanecer en calma ante las
dificultades que presentan los deberes de los niños y ante los errores que éstos cometen, lo
mejor es que no intervengan en el asunto.
Cuando los niños intenten sistemáticamente no hacer sus deberes escolares o, por el contrario,
sean demasiado diligentes o escrupulosos con ellos, tendremos que pensar que se trata, según el
caso, de señales de evitación o compensación y, por consiguiente, indicios de la existencia de
dificultades de autoestima. Si esto es así, entonces la autoestima del niño tendría una atención
prioritaria.
Los problemas
Al comienzo de la classe
Durante la clase
Al final de la clase
Fuera de la clase
Las causas
Cuando los niños de forma regular adoptan cualquiera de estas conductas inadaptadas es
importante que los padres y los profesores traten de descubrir sus causas. Las causas de estos
comportamientos problemáticos pueden estar:
— en el niño o la niña;
— en los padres y en el ambiente familiar, y
— en el profesor.
Antes de analizar estas posibles causas de las conductas inadaptadas tenemos que preguntamos
si los problemas que tenemos entre manos son nuevos o ya vienen desde atrás. En este último
caso estamos ante graves problemas y dificultades de autoestima en el hogar. Si las conductas
inadaptadas son de reciente aparición es más que probable que sus causas estén relacionadas con
algo que haya ocurrido en fecha más o menos próxima como, por ejemplo, el nacimiento
de un hermano o una hermana, un cambio de profesor, la hospitali¬zación de uno de los padres
o el fallecimiento de uno de éstos o de uno de sus abuelos. Cuando, en una de estas
circunstancias, el niño recibe una respuesta empática y se le permite expresar sus sentimientos y
necesidades, las dificultades probablemente desaparecerán y el niño volverá a asumir sus
responsabilidades educacionales. Por tanto, son las conductas inadaptadas que se arrastran desde
tiempos atrás las que son más preocupantes y las que requieren unas respuestas más positivas y
duraderas por parte de los padres y de los profesores.
Ya han sido reseñadas las posibles causas de conductas inadaptadas achacables a los mismos
niños (pp. 190-191). Entre estas causas, la principal es la escasa autoestima y los profesores
cada vez se están dando más cuenta de que si rao se le presta atención a la autoestima de los
niños poco progreso académico se conseguirá.
Las posibles causas de las dificultades de los niños en la escuela que emanan de la propia
familia han sido asimismo anteriormente consideradas (pp. 186-189). Los profesores saben muy
bien que, como estos conflictos hogareños no sean debidamente resueltos, todos los esfuerzos
que ellos hagan en la escuela no serán lo suficientemente poderosos como para contrarrestar la
perniciosa influencia que reciben los niños inmersos en un mundo familiar problemático.
Cuanto más trabajen los padres y los profesores codo a codo más numerosas serán las
oportunidades para resolver los problemas de este tipo.
Las causas de las conductas inadaptadas de los niños atribuibles a las aulas han sido ya
igualmente estudiadas (pp. 191-192). Los profesores tienen que examinar sus propias conductas
si desean encontrar las causas que provocan los comportamientos inadaptados que los niños
tienen en su clase. Muchas veces, las reacciones incordiantes de los niños se desencadenan
precisamente por la conducta del profesor o de la profesora, sin que tenga nada que ver la
situación familiar. Las conductas inadaptadas de los profesores son indicativas de sus propias
inseguridades subyacentes y de sus personales dificultades de autoestima. Estos profesores
tienen que tomar la ineludible determinación de un cambio en su conducta que impida que sus
problemas privados tengan repercusiones perjudiciales en los alumnos. A continuación se
incluye una lista con aquellas conductas inapropiadas de los profesores que con más frecuencia
producen en los niñas reacciones problemáticas. Cuando una o varias de estas conductas
presidan con regularidad la clase habrá que llamarle la atención al profesor sobre ellas.
* Perder el tiempo.
* No hacer las lecciones interesantes.
* No preparar las lecciones.
* Dejar la dase en mitad de una lección.
* Pasar de lección aun cuando haya niños que no comprendieron del todo la que acaban
de dar.
• Centrarse más en el programa que en el alumno.
Ámbito conductual
Sólo cuando se identifiquen las causas de los problemas que se manifiestan en la clase se podrán
emplear estrategias a largo plazo que ayuden a los niños que estén pasando por dificultades.
Para ello, es necesario un enfoque global que utilice los recursos del hogar y de la escuela.
Como medidas inmediatas, particularmente con niños que exhiben conductas hipocontroladas y
que están, por ello, perturbando seriamente la docencia en la clase y el orden en la escuela, se
requieren unas medidas coherentes y lógicas por parte de los padres y de los profesores.
Además, estas medidas deben ser justas y tomadas dentro del marco de una relación respetuosa
con el niño y de una sincera y auténtica búsqueda de la causa subyacente que provoca la
incordiante conducta. En este caso hay que imponer sanciones acordadas con los propios niños.
Ámbito de autoestima
Los padres, y también los profesores, tienen que asegurarse de que todas las medidas que se
tomen con los niños que dan problemas en clase sean fundamentalmente respetuosas y
afirmativas, de forma que la imagen que los niños tengan de ellos mismos comience a
revalorizarse y a hacerse más aceptable. El modo de acrecentar la autoestima ha sido ya
esbozado en el capítulo 6.
Ambito conflictivo
En el plano conflictivo, tanto los padres como los profesores tienen que asumir la
responsabilidad de los problemas que suijan en el hogar o en la clase; problemas éstos que son
los culpables de las reacciones inadaptadas y de la pobreza de autoimagen que evidencia el niño.
Esto puede implicar que los padres tengan que resolver sus propios conflictos conyugales y sus
propias dificultades de autoestima o que tengan que desarrollar unos métodos más efectivos
para la crianza de sus hijos. Puede, asimismo, implicar que los padres hayan de velar para que
en el hogar no exista abuso afectivo, físico o sexual por parte de los abuelos, hermanos,
cuidadores, o de cualquier otro miembro de la familia. Cualquiera que sea la causa, ésta debe
atacarse de forma positiva pero con firmeza. Dentro de la clase puede suceder que sean los
mismos profesores los que se den cuenta de que ellos, al verter inconscientemente sobre los
niños sus personales problemas de autoestima y sus conflictos internos, son las causas del
conflicto. Como los profesores no asuman la responsabilidad de sus conductas inapropiadas
seguirán existiendo en las aulas problemas con los niños.
Ambito de aprendizaje
Debido a que los niños podrían haberse retrasado en sus estudios por causa de todas estas
dificultades podrían tener ahora necesidad de una ayuda extraordinaria para compensar el
tiempo y las oportunidades perdidas. Ahora bien, si no se le presta atención al bienestar
emocional de los niños es muy probable que resulten baldíos todos los esfuerzos que se hagan a
fin de aumentar tanto su motivación para aprender como su aplicación por el trabajo escolar. Es
muy importante que los profesores asesoren a los padres sobre el mejor modo de ayudar a
aquellos hijos que atraviesan dificultades de aprendizaje. Sería conveniente que entre ellos
tuviesen reuniones con regularidad para que alcanzasen una cierta coherencia en el contenido y
en el método de la enseñanza.
PADRES Y PROFESORES
Ya se recalcó la necesidad que hay de una mejor relación entre padres y profesores. Sin
embargo, muchos profesores se inquietan por la creciente intervención de los padres en la
educación, A algunos profesores les aterran las reuniones con los padres de sus alumnos y las
ven más bien como un asunto de trámite que como una fuente valiosa de comprensión, apoyo y
ayuda. Igualmente, los padres pueden sentirse un tanto temerosos por tener que asistir a dichas
reuniones o que personarse en la escuela porque sus hijos están observando en clase conductas
inadaptadas. Los padres también se sienten nerviosos a menudo cuando tienen que entrevistarse
con un profesor para exponerle su preocupación por el progreso académico de sus hijos o para
trasladarle las quejas de éstos sobre una conducta por su parte que ellos estiman inapropiada.
Hay muchos factores que contribuyen a que las entrevistas de los padres con los profesores sean
difíciles:
Hay peticiones, sin embargo, que los padres o sus asociaciones pueden hacer a las escuelas a fin
de facilitar los contactos entre ellos y los profesores y directores:
Es igualmente importante que los padres den facilidades para que los profesores puedan
ponerse en contacto con ellos acerca del progreso educacional de sus hijos o cuando surjan
dificultades de índole conductual o emocional. A los padres les agrada comprobar que los
profesores valoran y cuidan de sus hijos y que, además, necesitan de su ayuda para que los niños
superen la natural zozobra que les producen los asuntos cotidianos del colegio. Los padres no
deben creer que el profesor está culpando o juzgando a su hijo o a su hija, a menos, claro está,
que de su actitud o de sus palabras así se desprenda. Mediante reuniones regulares se debe
establecer por mutuo acuerdo un procedimiento para ayudar al niño. Es importante que los
padres asistan a estas reuniones. Salvo en los casos que su presencia y colaboración sean
inexcusablemente requeridas, el padre suele hacer todo lo posible por eludir esta
responsabilidad. Con el propósito de comprobar de vez en cuando cómo van las cosas no hay
que ser remisos en hacer contactos informales por teléfono, por carta o por medio de cortas
visitas ocasionales. Es conveniente que los padres y el profesor, en mutua armonía, se repartan
la responsabilidad de velar por el aprovechamiento académico del niño y de asegurar que las
formas de relacionarse con él, así como las peticiones que se le hagan para que guarde una
conducta responsable, sean más o menos las mismas tanto en el hogar como en la clase. Cuando
el niño tenga que visitar a un profesional fuera de la escuela (psicólogo clínico, psicóloga
escolar, terapeuta de familia, asistente social, etc.) habrá que darle a este hecho la más absoluta
confidencialidad.
La involucración de los padres con el colegio debe de ir más allá de la simple solución de
problemas. Tal como se ha repetido muchas veces a lo largo del libro, los padres son los
principales educadores de los niños y pueden, por consiguiente, hacer mucho en cuanto a crear
dentro del hogar unas actitudes positivas y entusiastas hacia el estudio. Pueden despertar en los
hijos el ansia por aprender cosas. Tendrían que organizarse cursillos en las escuelas primarias y
secundarias
para perfeccionar el papel de los padres como educadores. Los padres no tienen por qué ser
expertos en determinar qué es lo mejor para el desarrollo escolar de sus hijos; en este aspecto,
por tanto, los profesores pueden ayudarles mucho. También tendrían que estar a disposición de
los padres otros cursillos que versaran sobre el desarrollo afectivo, social, sexual, espiritual y
físico de los niños. Los cursillos sobre la crianza de los hijos, junto con los seminarios sobre la
resolución de conflictos y la solución de problemas, constituyen también medios que conducen
a un mayor contacto entre la escuela y los padres. Los cursillos sobre tratamiento del estrés y
sobre comunicación eficaz son otras posibilidades para ampliar dicho contacto. Cuando los
padres y los profesores asisten juntos a tales cursillos se entablan entre ellos unas relaciones más
igualitarias, personales y amistosas.
De lo que las escuelas tienen que darse cuenta y los padres reivindicar es del hecho de que estos
últimos poseen unos conocimientos y unas habilidades sobre el cuidado y la crianza de los hijos
que pueden hacer mucho por la efectividad de las escuelas y por el desarrollo educacional de los
niños.
EJERCICIOS DE RELAJACIÓN
El ejercicio que sigue está diseñado para alcanzar un relajamiento rápido de la tensión en
aquellos momentos en que os sintáis ansiosos, atemorizados o tensos.
Este ejercicio está indicado para cuando dispongáis de poco tiempo para conseguir la relajación.
Para ello sería útil tener un sillón de brazos, aunque lo ideal sería que podáis relajaros en
cualquier sitio que encontréis. Emplead un cojín a la altura de los riñones si os sirve de ayuda.
Aseguraos de que vuestro cuerpo sienta una sensación cálida.
Sentaos erguidos y bien respaldados en el sillón de forma que los muslos y la espalda sientan
apoyo; descansad las manos en el hueco de vuestra falda o posadlas ligeramente encima de
vuestros muslos. Si asi lo deseáis, podéis quitaros los zapatos. Haced que los pies descansen en
el suelo (si los pies no tocan el suelo, coged un libro o algún objeto similar para posarlos en él).
Si queréis, podéis cerrar los ojos.
Comenzad expulsando el aire de los pulmones. A continuación haced una inspiración de aire
suave hasta que, sin ningún tipo de forzamiento, se os llenen los pulmones; dejad ahora que el
aire se escape lentamente ahora pensad en vuestro pie derecho ... dedos ... tobillos ... descansan
pesadamente sobre el suelo. Haced que los pies, dedos y tobillos comiencen a relajarse.
A continuación pensad en las piernas. Permitid que las piernas se sientan completamente
relajadas y pesadas sobre el asiento del sillón; articulad las rodillas de forma que las piernas se
extiendan hacia fuera, permitid que descansen y replegadlas de nuevo.
Pensad ahora en vuestra espalda y en vuestra espina dorsal. Descargad la tensión de la espalda y
de la espina dorsal. Seguid vuestra respiración y cada vez que espiréis, relajad un poco más la
espalda y la espina dorsal.
Procurad que los músculos abdominales se suavicen y distiendan. No hay necesidad de
mantener el estómago replegado y tirante, tiene que ex¬tenderse y replegarse al compás de
vuestra tranquila respiración. Tenéis que llegar a sentir que vuestro estómago está
completamente relajado.
Dejad que la tensión abandone vuestro pecho. Haced que la respiración sea lenta y suave. Cada
vez que expulséis el aire tenéis que des¬prenderos de un poco de tensión.
Pensad ahora en los dedos de la mano izquierda ... están encogidos, lacios y totalmente quietos.
Ahora los dedos de la mano derecha ... relajados ... flojos y reposados. Dejad que esta sensación
de relajamiento se extienda ... que suba por los brazos ... sentís la pesadez de los brazos
comprobad cómo sube hasta los hombros. Dejad que los hombros se relajen; dejad que se
desplomen a su aire ... y luego permitid que se desplomen aún más, incluso más de lo que
habríais pensado que podrían desplomarse. Pensad en el cuello. Sentid cómo la tensión
desaparece de vuestro cuello y de vuestros hombros. Cada vez que expulséis el aire relajad el
cuello un poco más.
Bien; ahora, antes de seguir adelante, comprobad que todas estas partes de vuestro cuerpo
siguen todavía relajadas: pies, piernas, espalda y espina dorsal, estómago, manos, brazos, cuello
y hombros. Seguid con la respiración suave y sosegada. Cada vez que espiréis relajaos un poco
más y dejad que toda la tensión abandone vuestro cuerpo. Ya no hay tensión. Disfrutad de esta
sensación de relajamiento.
Ahora pensad en la cara. Distended el ceño y dejad que vuestra frente se sienta relajada. Dejad
caer con suavidad las cejas. No hay tensión alrededor de los ojos, las pestañas ligeramente
cerradas y los ojos quietos. Dejad que la mandíbula baje; la boca abriéndose poco a poco a
medida que la mandíbula baja cada vez más. Sentid la sensación de alivio que produce la
distensión.
A continuación pensad en la lengua y en la garganta. Dejad caer la lengua hasta el fondo de la
boca y relajaos completamente. Relajad la lengua y la garganta. Mantened los labios
ligeramente separados, sin ninguna presión entre ellos. Haced que se relajen todos los músculos
de vuestra cara ... no hay ninguna tensión en ella ... dejad que se vaya relajando paulatinamente.
Bien; ahora, en vez de pensar en vosotros por partes, tenéis que sentir una sensación general de
abandono, de quietud y de descanso. Comprobad que todavía estáis relajados. Permaneced así
un corto espacio de tiempo a la parque escucháis vuestra respiración ... aspiración ... espiración
... dejad que vuestro cuerpo, cada vez que respiréis, se haga más flojo, más pesado.
Continuad así un poco más y disfrutad de este rato de relajación. Ahora, volved a vuestro ser.
Con lentitud, moved un poco las manos y los pies. Cuando estéis preparados, abrid los ojos y
permaneced un rato tranquilos. Desperezaos o bostezad si así lo deseáis y, con lentitud,
empezad otra vez a moveros.
IDEAS CLAVE
* Si los niños no se sienten queridos y aceptados por ellos mismos están en grave
desventaja en lo que atañe a! desarropo educativo.
* Los niños tienen una ilimitada capacidad para aprender.
* El aprendizaje no es un índice de inteligencia.
* Los aspectos familiares y hogareños son los que en gran medida determinan el progreso
educativo de los niños.
* El aprendizaje siempre debe tener connotaciones positivas.
* Los niños creen que los padres siempre están en lo cierto.
* El cerebro de los niños es como una esponja y, por tanto, absorbe muchas de las
conductas apropiadas e inapropiadas de los padres.
* Lo que hay que enseñarle a los niños sólo se puede llevar a cabo con éxito si se sabe
cómo enseñarlo.
* Si permitimos que los niños no hagan las cosas por sí solos, los incapacitamos.
* Estudiar es algo más que hacer los deberes escolares.
* Los niños que presentan problemas en clase provienen de hoga¬res conflictivos y tienen
dificultades de autoestima.
* Por regla general, los profesores se ponen más en contacto con los padres de los niños
que manifiestan en clase conductas in¬adaptadas e hipocontroladas.
* Los niños que manifiestan conductas inadaptadas e hipercontroladas no interfieren para
nada el norma! funcionamiento de la dase, pero corren a menudo más peligro que sus
compañeros con conductas hipocontroladas.
* Los problemas duraderos de la infancia son más alarmantes que las que aparecen
esporádicamente.
* Cuanto más trabajen los padres y los profesores codo a codo, más numerosas serán las
oportunidades para resolver los pro¬blemas que surgen dentro del aula.
* Todo el mundo pierde cuando se hace la vista gorda sobre los problemas que dan los
profesores, sobre todo los niños.
* El enfrentamiento no tiene por qué tener como objetivo buscar un culpable, sino más
bien arreglar una situación para beneficio de todos.
* La tolerancia o el silencio ante cualquier conducta improcedente de un profesor es algo
que hay que desterrar.
* Si no se le presta atención a los conflictos internos y de autoes¬tima de los niños es
poco probable que tengan éxito los esfuerzos que se hagan para elevar sus logros
educacionales.
* La involucración de los padres con el colegio debe de ir más allá de la simple solución
de problemas.
ACCIONES CLAVE