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El Salmo responsorial ("Oh, Dios, que te alaben los pueblos, que todos los
pueblos te alaben") es la plegaria de la misión universal de la Iglesia. Dios hace de la
Iglesia sacramento de salvación para todos los hombres. El nuevo Pueblo de Dios sería
infiel a su vocación si se cerrara en sí mismo. Cristo lo envía a todo el mundo, para que
se cumpla lo de que "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad". Con Dios siempre salimos ganando: sólo le podemos
ofrecer lo que Él mismo nos da, y Él se nos da a sí mismo: Nuestros deseos se quedan a
distancia de los "bienes inefables" que nos ha preparado, los únicos que pueden
satisfacer nuestro corazón. Quien lo entiende así es que ha descubierto el tesoro, ha
encontrado la perla: será capaz de amarlo "en todo y sobre todas las cosas".