Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
Las flotas
Desde la Antigüedad, las batallas navales en el Mediterráneo habían sido
disputadas entre naves de guerra propulsadas a remo, las galeras. Estas eran
largas naves de líneas puras con poco calado, dotadas de velas, aunque
propulsadas en combate por filas de remos, accionados por esclavos o por
prisioneros de guerra que estaban esposados a sus remos y se hundían con su
galera si esta se iba a pique en combate.
La flota combinada
La flota combinada era la flota de galeras más grande y avanzada que jamás
había combatido en el Mediterráneo, y sus comandantes habían introducido
una serie de innovaciones que habrían de obtener una devastadora victoria
en Lepanto. Una era la de confiar en la artillería y, como consecuencia, las naves
cristianas habían retirado la roda reforzada de la proa de sus cascos. Otra era la
introducción de redes de abordaje para dificultar que los turcos pudieran
abordarles. Además, la flota contaba con seis galeazas pesadas venecianas, cada
una de las cuales llevaba 50 cañones pesados y unos 500 arcabuceros. Estas
plataformas flotantes de artillería se enfrentarían a la primera arremetida de los
turcos y mitigarían su ataque.
Don Juan, que había salido de Barcelona el 20 de julio con 47 galeras españolas,
llegó a Génova para recoger al escuadrón de Doria seis días después. Este
contingente combinado hispanogenovés llegó a Mesina el 23 de agosto, a donde
los venecianos, bajo el mando de Sebastián Veniero, habían llegado ya el 23 de
julio con unas 100 naves. Por desgracia, estas galeras estaban mal tripuladas y
mantenidas, y Veniero, quien odiaba a los españoles como arribistas
presuntuosos y arrogantes, apretó los dientes y aceptó, de mala gana, a 4.000
soldados españoles a bordo de sus galeras. Estos resultarían realmente necesarios
para proteger sus naves o abordar las galeras del enemigo.
Consejos de guerra
La flota combinada bajo el mando de don Juan arribó al puerto de Corfú el 27 de
septiembre. La isla había sido recientemente asaltada y saqueada por los turcos, y
su estado mostraba lo que podría ocurrirle a Italia si los turcos llegasen a alcanzar
sus desprotegidas costas. Al día siguiente llegaron nuevas de que la flota enemiga
estaba anclada en el puerto de Lepanto.
Ambos bandos celebraron consejos de guerra. El almirante genovés, Gian
Andrea Doria, instó al hostil don Juan a que no se arriesgara a trabar una
batalla abierta. Los colegas de Doria no compartían su derrotismo: Colonna y el
almirante español, don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, animaron a
Juan a atacar. En Lepanto, la mayoría de los comandantes de Alí Bajá
aconsejaron igualmente prudencia, porque creían que la flota combinada
era fuerte y que sus tripulaciones y soldados estaban sedientos de venganza
después de lo ocurrido en Chipre. Solo Hassán Bajá de Argel creía que los
turcos eran más fuertes y derrotarían fácilmente a los despreciables y cobardes
«infieles».
Disposiciones
El 5 de octubre la flota de la Liga zarpó del puerto de Viscando, con niebla y
vientos fuertes que no prometían nada bueno. Evidentemente, si la estación
avanzaba, la meteorología empeoraría tanto que no habría posibilidad de disputar
una batalla de galeras en mares tranquilos.
La división central
La división central estaba repartida entre la izquierda, bajo el mando del gruñón
septuagenario veneciano Sebastián Veniero, y la derecha, bajo el mando de
Colonna, con sus naves papales y maltesas.
Durante la noche del 5/6 de octubre, Alí Bajá trasladó a su flota desde Lepanto
hasta el golfo de Patras, mientras don Juan les decía a quienes, como Doria,
todavía deseaban evitar una batalla, que la hora de combatir había llegado
finalmente.
Mapa de la Batalla de
Lepanto
El día de la batalla de Lepanto
La mañana de ese domingo 7 de octubre se dijo misa con especial solemnidad a
bordo de las naves cristianas. La flota de la Liga se deslizó a lo largo de la costa
norte del golfo de Patras; procedente del este, la flota de Alí Bajá sumaba 274
naves, de las cuales poco más de 200 eran galeras. Uluch Alí instó a Alí Bajá a
evitar una batalla, pero fue apartado por el presuntuoso Kapudan, quien afirmó
que las órdenes del sultán estaban claras: buscar y destruir al enemigo donde se
hallara. Ondeando en la capitana de Alí estaba la bandera verde del Profeta, que
garantizaría la victoria contra los «infieles».
La división central
Cuando cambió el viento, los cristianos lo tomaron como un signo de que Dios
estaba de su lado ese día, y la Real disparó un cañonazo directamente a la
Sultana, una señal de que podía comenzar el combate. De hecho, ya había
comenzado cuando las naves turcas que pasaban junto a las galeazas fueron
destrozadas a cañonazos; algunas incluso se fueron a pique o quedaron tan
dañadas por el fuego mortal de los arcabuces y cañones que no podían avanzar.
La izquierda
Los colegas de don Juan a ambos lados, no obstante, no lo estaban teniendo tan
fácil. Las naves de Siroco superaban en número a las venecianas, y la
capitana de su almirante, Agustino Barbarigo, fue atacada simultáneamente
por ocho galeras egipcias. Barbarigo fue herido, y entregó el mando a su
segundo, Federico Nani, quien fue abatido a su vez. Sin embargo los
individualistas italianos no le dieron importancia, y continuaron combatiendo
pese a todo. Unas seis galeras venecianas fueron hundidas y parecía que los
egipcios iban a cañar, cuando los esclavos cristianos de sus galeras se
rebelaron. Siroco fue muerto en combate cuerpo a cuerpo y su cabeza fue
cortada y exhibida. Los egipcios, como los turcos en el centro, quedaron
totalmente desmoralizados y muchos huyeron a la costa, donde fueron
perseguidos por sus enemigos, que los abatieron antes de que escaparan tierra
adentro. Veniero, de 75 años, dio ejemplo de bravura a sus hombres, dictándoles
que era un día glorioso para morir en combate.
La derecha
Más al sur, el combate no iba tan bien para los cristianos, y podía incluso haber
comprometido su victoria, gracias al derrotismo de Doria. Este tenía un interés
particular, como lo tenían sus colegas genoveses, en no perder sus galeras en una
batalla, y el comandante genovés actuó en consecuencia. Doria esperaba superar
tácticamente a Uluch Alí sin tener que combatir seriamente. Sin embargo, Uluch,
le había leído el pensamiento a su enemigo y extendió su línea (tenía muchas más
naves que Doria) aún más cerca de la costa de Moren, hasta que Doria hubo
estirado su flota hasta el límite absoluto. Don Juan había visto lo que estaba
ocurriendo, y envió órdenes a Doria de que dejara de extender su línea hacia el
sur, pues en caso contrario abriría una brecha entre su flota y la principal.
Secuelas
Uluch escapó con una bandera maltesa, aunque sus 13 galeras eran todo lo que
quedaba de la antes orgullosa flota otomana. A las 16.00, la batalla había
terminado. Don Juan nunca censuró públicamente a Doria por su conducta y
errores, y Felipe II fue capaz, tal vez, de disculpar a su almirante; sin embargo,
el papa, ciego de furia, dejó claro que el genovés no debía poner los pies en
Roma nunca más, so pena de ser colgado como un perro. Fue una completa
victoria cristiana, aunque con un precio elevado. La Liga perdió a 7.000 hombres
y 12 galeras, pero habían liberado a 12.000 galeotes cristianos. Solo 10.000
turcos sobrevivieron a la batalla, en la que perdieron 25.000 hombres y 180
galeras. Los turcos tardarían años en recuperarse, y Europa estaba segura; por
ahora.