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EL EVANGELIO
DE ANDREA

Miguel Eduardo Valdivia Carrera

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El evangelio de Andrea
Miguel Eduardo Valdivia Carrera
Primera edición
Lima, noviembre 2009
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú
Número: 2009-13035

Copyright © 2009
Por Miguel Eduardo Valdivia C.
(autor-editor)
Las Begonias 166 La Molina, Lima Perú
Todos los derechos reservados.

ISBN 978-612-00-0099-1
(Versión EBook)

Fotografía:
Marcial Millones

Diseño de portada:
Alexander Sifuentes

Modelo de portada:
Greyz Martínez

Corrección de texto:
Roselyne Rodríguez

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser


reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya
sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotografía, sin el previo
permiso.

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“La historia del hombre
es el esfuerzo del espíritu
Por liberarse y conseguir su libertad”.
Hebel Georg Wilhelm Friedrich

Introducción

Dícese que una vida, un destino es como una hoja al viento que se eleva y baja; gira a
merced del viento. Ese viento a veces suave, a veces fuerte determina el cause
inalterable del principio y del final del espíritu en ese mismo viento, ese destino ya
marcado es inalterable, pero nuestras decisiones y acciones hacen del vuelo de esa
hoja un baile o un tormento que altera nuestro viaje en ese remolino, mas no el
remolino en si, y es que cada viento, cada vida, trae sus propios remolinos. Y en cada
gota de tiempo que pasa, nuestro libre albedrío se ve a prueba. La misma hoja podrá
elegir si toma las corrientes cálidas o frías, mas no podrá nunca cambiar de viento,
por que el viento es de Dios, así como el espíritu.

<====>

“Un revoloteante colibrí pesa unos 20 gramos. Singularmente, es la misma cantidad


de peso que libera un cuerpo…al entregar su espíritu y morir”.

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Capítulo 1

“Dos latidos, dos espíritus. Un nuevo inicio, un mismo amor”.

Abro los ojos. Veo un foco de neón alumbrándome desde el techo. Estoy en una
cama… recostado. Se trata de una clínica. A mi lado, se encuentra mi madre. Ella está
tejiendo, no se ha dado cuenta todavía de mi despertar. La veo y aunque no me dice
nada ni me mira, yo siento mucho amor en su presencia. Ese amor tan grande e
incondicional, ese que solo, proviene de una madre. Un amor que todo lo da, sin
esperar nada a cambio. Un amor a veces tan poco valorado por causa de nuestro
orgullo o capricho, por nuestro ego irracional torpemente humano.

— ¿Estás bien hijo? ¿Cómo te sientes? —pregunta mi madre con voz tenue,
preocupada pero aliviada a la vez.
¿Cómo te sientes? —repite, mientras la enfermera me toma la presión y realiza su
rutina. Ésta revisa mis signos vitales fríamente.
— Estoy bien —le digo—. No siento dolor ¿Qué pasó? ¿qué hago aquí? —le pregunto
curioso e intrigado—. Mi madre toma mi mano y me mira diciendo: “Gracias a Dios
que estás bien”. Y olvidándose por un segundo, de su nueva orientación evangelista
cristiana y que ya no es católica, se persigna instintivamente para luego besar mi
frente.
— ¡Te chocaron pues!— me dice—. Has estado inconsciente, en coma, casi por una
semana.
De pronto llega el doctor, es algo mayor, tanto menos que mi padre.
— ¿Cómo está el joven aún? —pregunta amistosamente y enseguida revisa de mí con
su frío estetoscopio. Mientras lo hace mi conciencia me lleva a recordar a Brenda:
joven y muy atractiva compañera de trabajo con quien recuerdo haber salido del
trabajo. Todos sus encantos pasaron por mi memoria, pero fueron borrados al
instante por el recuerdo de su cara de pánico y por el aterrador sonido a desastre que
estremeció mi cuerpo de miedo con tan solo volver a recordarlo.
— ¿Cómo se encuentra Brenda? —pregunté con temor. A lo que mi madre respondió:
“Ella está bien, solo tiene unos rasguños y una muñeca enyesada; ella está bien, no te
preocupes”. Luego supe por el doctor y por la posterior narración de mi padre que el

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choque no fue tan grave como lo pudo haber sido, que milagrosamente no pasó de
ser una desgracia menor.

Yo me había pasado el rojo del semáforo. Un camión que transportaba ladrillos se


precipitó hacia nosotros, pero afortunadamente metros antes de hacer impacto, uno
de los baches, muy comunes en las pistas de Lima, le rompieron la dirección, el
muelle delantero; lo que lo detuvo en gran medida, colisionando con mi coche con
una fuerza de impacto mucho menor.
Aún así, el golpe fue lo suficientemente fuerte como para hundir mi puerta y
provocarme una conmoción cerebral por el golpe.

Una vez más el destino, Dios o la divina vida, actuaron inesperadamente pero esta
vez a mi favor. ¿Un milagro o simplemente un hecho, efecto de la causalidad?
Causa—efecto, yo preferí entonces pensar, que tuve suerte, que algo o alguien no
quería aún que mi vida llegue a su término.

En ese momento pensé: “No es que no crea en Dios, creo en hay un Dios, creo muy
convencido de que existe; pienso que una conciencia divina existe, la cual es quien
creó y crea día a día la vida en este mundo y todo lo que existe en el universo
infinito”.
Pero también creía entonces y creo ahora, en la causalidad. Yo causé el choque, yo
tomé esas cervezas, yo me dejé llevar por la seducción de aquella linda mujer; yo
perdí el control, me distraje y no vi esa luz roja.

Solamente vi un par de lindas y contorneadas piernas, un par de bellos y coquetos


senos tras una sexy blusa; no vi ni pensé más que en la posibilidad de tener sexo y me
desconcentré, yo causé, provoqué ese accidente. El hueco en la pista, ese bache
salvador no lo puso allí Dios, o ¿sí? El bache ya estaba allí. Su presencia, su efecto
causó que yo siguiera aquí con vida. Para mí: el efecto de la causalidad racional y
objetiva fue la razón de esto y no creo que ni Dios ni el diablo hayan tenido nada que
ver, o ¿sí?
Hasta ese entonces mis pensamientos buscaban explicaciones netamente racionales y
objetivas, explicaciones que se den más la mano con la explicación científica de las
cosas. Había leído la Biblia varias veces, sin encontrar respuesta alguna a muchas de
mis inquietudes. Deseaba mucho encontrar estas respuestas, respuestas a preguntas
que venía preguntándome casi obsesivamente desde que dejé de ser un niño y fui
descubriendo poco a poco y cada vez más y más el omnipresente sufrimiento

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humano. Sufrimiento que muchas veces no tenía ninguna explicación, mostrándose
esquivo a todas y cada una de mis oraciones. Deseaba encontrar a Dios.
Soy un joven sencillo que acaba de pasar la treintena de mayos. Un géminis neto.
Publicista y director creativo de una naciente agencia publicitaria. Un individuo
común y corriente que sueña, trabaja, pero que no encuentra un sentido especial y
trascendente en su vida, tal vez a causa de la soledad a la que conlleva el absurdo
consumismo al que nos arrastra esta sociedad y a la interminable carrera de la
autorrealización profesional y económica. Un individuo que además y sin explicación
alguna, le tiene mucho miedo a las alturas.

Eran las siete de la noche. Entonces, me dijeron que tenía que quedarme por un par
de días más, esperar los controles de rutina para luego, poder irme a casa. Luego, me
dieron unos desinflamantes y un relajante con el que enseguida quedé dormido.
Horas después me desperté, y me incorporé de la cama en busca de comodidad, ante
el calor de aquel intenso verano. Momento en el que llegó de vuelta mi madre. Esta
vez venía con ella el pastor de su iglesia, los acompañaba una jovencita; una señorita
bella de unos veinte cuatro añitos.
Una jovencita universitaria, de overol blanco de doctorcita; la mujercita preciosa que
cambiaría todo el sentir de mi vida y que con su imprevista presencia mi cuerpo se
llenaría entonces, de escalofríos y palpitaciones; sutiles y extraños centelleos
eléctricos que se iniciaban en la base misma de mi cabeza, en mi nuca, y que se
esparcían en un recorrido inesperado por todo mi ser. Tal sentir me asustó, llegando a
pensar en aquel momento que tales alteraciones eran manifestaciones nerviosas a
consecuencia del reciente accidente, de modo que no les presté mucha importancia y
esperé que se disiparan pronto. Se trataba de la hija del pastor y debía ser por su
atuendo blanco, miembro practicante del personal médico de la clínica, ambos
cristianos evangélicos. Su padre traía una Biblia, y ella al igual que él vestía un
sobretodo de médico. De tez blanca, ella lucía el cabello largo y unos muy lindos ojos
color caramelo, una mirada con la que mi piel se ponía de gallina y mi corazón
entraba en una especie de súbita y tenue taquicardia.

Mi madre se acerca a mí con el rostro contento. Pasiva, con ese carácter humilde que
la caracteriza y me los presenta. El pastor. Alto y delgado él, me da la mano. Su cara
seria pero amable me regala una ligera sonrisa y dice: “Mucho gusto de conocerte
Marcelo. Soy Mario del Solar, Pastor de la iglesia cristiana de la Molina y doctor
pediatra en esta clínica cristiana. Tu madre nos llamó y por eso estás aquí en esta

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clínica. Te presento a mi hija Andrea. Ella también trabaja aquí, hace sus prácticas y
colabora con el Señor”.
Entonces, ella me dio la mano delicadamente, sonríe dulcemente y se hace luego aires
con unas revistas médicas que traía. Yo la acerco a mí al sujetar su mano y le robo un
beso. Pienso que está linda no hay duda, parece una angelita. Enseguida se sonroja,
al sentir ambos un singular chasquido eléctrico al roce de mis labios con su mejilla.

Luego, mi madre se interpone diciéndome en voz baja: “Hijo, ¿quieres que oremos
por ti y demos gracias a Dios para que te recuperes pronto?”
— Bueno —le digo, algo confuso—. Si eso te hace feliz no hay problema. Era mi
madre y a ella muy rara vez le puedo negar algo.
— Bien entonces —dice Mario, el pastor. Oremos al Señor.
Y tomándose de las manos oran, agradeciendo y pidiendo a Cristo Jesús por mi
pronta mejoría. Mientras lo hacen yo no puedo dejar de ver a Andrea, ella se
encuentra frente a mí, a los pies de mi cama, tomada de la mano de su padre y de mi
madre los mismos que sujetan las mías.
Andrea tiene la cabecita gacha y los ojitos cerrados, está repitiendo todo lo que su
padre dice, pero luego siente mi agudo mirar sobre sí y abre curiosa sus ojitos ante los
míos, no pudiendo reprimir la furtiva sonrisa nerviosa que se le escapó encantadora
de su nuevamente ruborizado rostro. Nuestras miradas se sostuvieron por unos
instantes, instantes en los que casi podría jurar entonces, que mi corazón y el suyo
latían divinamente de la mano, a la misma velocidad e intensidad.
La escena me alegra y reconforta. Me tranquiliza ya que sé que eso le agrada a mi
madre, le da paz y confianza, yo la quiero mucho. Además, mi piel, y todo mi ser me
decían claramente que algo muy muy intenso había llegado a mi vida.

Yo continúe entonces como hipnotizado, viendo a Andrea. Siempre me gustaron las


chicas blancas, delgadas, castañas, de cabellos largos semiondulados y de sutil pero
generoso busto pero sobre todo de lindas y quebraditas caderas. Tal y como Andrea
se veía ante mí. Tras su sobretodo blanco se percibe aquel joven y bello cuerpo. Pero
ella tiene algo aún más especial que me atrae de manera diferente, algo que me apura
el corazón y que me eriza toda la piel constantemente desde la nuca, algo que hasta
ese entonces no lo podía descifrar. Mis ojos recorren cada centímetro de su rostro, su
piel se ve tan suave. Ella trata de concentrarse en la oración cerrándome tímidamente
sus ojos pero sabe que yo estoy concentrado tan solo en ella.
Un inexplicable sentimiento de culpa y otro de alegría afloraban por momentos en
mí, con la clara sensación de haberla conocido o visto antes.

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Pensé entonces con un nuevo sentir: “En ella hay algo especial, diferente. Algo que
trasciende notoriamente lo físico y se armoniza sentimentalmente de alguna manera
con mi más profundo e íntimo ser”.

Al terminar la oración, el pastor dice: “Tu madre me refiere que posiblemente ya muy
pronto saldrás de aquí, bueno espero entonces nos visites en la iglesia, a ver si recibes
a Cristo como tu salvador, tu madre me dice que eres católico. Pero eso no impide
que seas un verdadero hijo de Dios. ¿Deseas recibirlo ahora? Solo tienes que repetir
una oración y hacerlo de corazón para recibir así el Espíritu Santo”.
— No. No tengo muy claro qué es el Espíritu Santo, y pienso que Dios está en todas
partes y en todos, pero gracias —dije cortésmente.

En su rostro se notó que aquella respuesta no fue de su agrado y dijo sereno: “Bueno,
te dejo esta Biblia y estos versículos anotados para que los leas. Tiempo sé que
tendrás. Recuerda que gracias a Dios y a las oraciones diarias de tu madre, pidiendo
por ti a Cristo, tú estás aquí vivo y sano. Piénsalo —manifestó persuasivo—. Luego se
despide y se va. Mi madre después de despedirlos se sienta y me pregunta algo
mortificada: “Hijo, ¿por qué no quieres recibir a Cristo en tu corazón?”
— Mamá— le digo, calmado y sonriente—. Recuerda que ya lo recibí dos veces. Y
haciendo una pausa, le señalo: “Tengo sueño mamá. Ve a casa, estás muy cansada se
nota que has pasado todas estas noches aquí. Ve a casa, duerme por favor, yo estoy
bien y no podré dormir viendo esa carita y ese cuerpo cansado y necesitado de
dormir como se debe. Ve por favor.” Ella accede, puesto que está realmente cansada,
me da un beso en la frente y apaga la luz al salir.
Minutos después quedo dormido con la bella Andrea en mi mente.

<====>

“Nada más que… ¿entre sueños y realidades? Un atisbo de un amor… divino”

Estoy sobre mi coche. Floto sobre mí, me veo, me veo desde afuera del auto, me veo
inconsciente. Yo estoy afuera flotando y mi cuerpo yace como dormido abajo, veo a
Brenda, ella esta gritando, llorando y sangrando levemente de una mano, estamos
cubiertos de pequeños vidrios. Es la ventana del auto que reventó y se desintegró en

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pequeños pedazos que ahora cubren gran parte de nuestras ropas y los asientos. Veo
un viejo camión y ladrillos dispersos por la pista. También gente que se acerca,
algunos ayudan a Brenda a salir del coche. Llega la policía, sacan mi cuerpo del auto,
lo echan en la vereda, al mismo tiempo que una persona llama desde su celular a
emergencias, supongo. Lo veo todo muy claro, yo estoy por encima de todos allí.
Algo ahora me jala hacia arriba, me siento subir, alejarme de la escena del accidente,
veo mi cuerpo cada vez más alejado, más pequeño y cada vez más, hasta que ya casi
no lo distingo. Subo con increíble rapidez, algo me atrae más y más hacia arriba.
Ahora una luz, una luz cálida y omnipresente me recibe.
No siento dolor alguno, siento paz, una paz que ya había sentido antes, y que ahora
me es familiar pero que había olvidado y que ahora vuelvo a sentir y a recordar, es
maravillosa, se siente una especie de energía sublime, tranquilizadora, reconfortante
que recorre pacíficamente todo mi ser. Son momentos perfectos. Sin comparación
alguna. Luego, la misma fuerza que me trajo hacia ella ahora me retorna, me saca. La
sensación es frustrante ya que no quiero, no deseo dejar de sentir esta sublime
estadía. Mas no puedo hacer nada. Tan solo soy arrastrado contra mi voluntad otra
vez hacia abajo.

De repente despierto, estoy de vuelta en la cama de la clínica. Me encuentro algo


agitado, no sé si esto, lo sucedido, fue un sueño o un recuerdo o ambos, no lo sé. Y es
que fue tan vívido. Una sensación tan real que todavía estremece, y al mismo tiempo
apacienta todo mi ser.
De pronto, comienzo a temblar, creo que se me bajó la presión, siento frío, me
acurruco en la cama y trato de volver a dormir.
Rápidamente, vuelvo a quedar dormido. Brenda se aparece por la puerta, camina de
frente hacia mí sonriente, está con la misma coqueta minifalda, la blusita blanca
sutilmente desabotonada y el cabello suelto, incomprensiblemente revuelto y
desordenado, está radiantemente sexy. Me coge de la nariz, suave y pícaramente
entre los nudillos de sus dedos, luego se inclina y siento su mano cálida, tibia en mis
labios, silenciando cualquier intento mío de expresión.
Luego, acaricia mi pecho, me doy cuenta entonces que estoy desnudo, cubierto
solamente por una sabana turquesa.
No puedo creer lo que sucede pero lo disfruto mucho, ella acaricia más intensa y
prolongadamente mi pecho en círculos que se expanden bajando cada vez un poco
más, y se sonríe viéndome a los ojos.
Se desabotona los tres botones faltantes de su ya excitante blusa, dejándome ver que
no lleva brasier. Me besa en la boca, siento su mano bajar lentamente todavía más por

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mi pecho hasta mí estomago, el sabor de sus labios, su dulce perfume y sus atrevidas
caricias aceleran mi corazón despertando enseguida mi deseo.
Mi respiración se agita, siento ahora sus labios más apasionados y sus dedos jugar
con los bellos de mi ombligo, hacen círculos con caricias muy suaves, siento su
respiración y sus besos todavía más intensos.
Siento un placer inmenso al sentir rozar con sus largas uñas mi bajo vientre,
seguidamente siento su otra mano en mi rostro.

Un beso en la frente y una voz como traída de otra dimensión que me dice:
“Despierta hijo. Buenos días, ya son las diez. Mira quién ha venido a visitarte.”
Era mi madre quien con un beso en la frente me despierta, esfumándose al instante lo
que fue un sueño tan agradable (una semana en cama lo pueden poner a uno muy
fantasioso).
Entonces, acalorado, avivado, algo molesto pero, finalmente muy sorprendido
reacciono al ver el abochornado rostro de Andrea, quien había venido acompañando
a mi madre y me miraba avergonzada al verme así, al ver mi explícita manifestación
corporal, natural en un hombre excitado, provocada por ese sueño.
— Hola —dice entonces tímida, con deseos de esfumarse del lugar. Entonces yo
inmediatamente al verme en tan comprometedora y bochornosa situación, recojo las
piernas doblando las rodillas hacia mí e inclinándome hacia delante, abraso mis
piernas y le respondo sonrojado: “Hola… ¿cómo estás?”. Apenas nos miramos. La
situación era muy incómoda
Mi madre que no se había percatado de tal situación por haber entrado de frente a
saludarme, y al abrir las ventanas de manera rauda, no pudo ver lo que la luz del sol
sí permitió ver a Andrea.
Aquella tierna y linda hija de Dios no sabía si quedarse o irse, empeorando su
situación, al saber que yo la vi directamente al rostro justo cuando ella miraba
sorprendida y atentamente toda mi masculinidad absolutamente expresa, cubierta
esta apenas por la fresca sabana y mi ligero pantalón de pijama, de esos de paciente,
en los que tratan de ahorrarse algunos centavos haciéndolos de la tela más delgada
que encuentran.
Me sonreí entonces y le dije: “Me traes un vaso con agua, por favor”. Ella estando
todavía parada a los pies de mi cama, giró en su propio eje y salió velozmente de la
habitación. Me levanté enseguida lentamente aprovechando en ir al baño. Sentí un
ligero mareo, pero seguí rumbo a este. Cubriéndome con la almohada.
Supongo que mi madre recién se dio cuenta del acto, por mi actitud, pero no dijo
nada, como toda buena madre.

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Salgo del baño, más fresco, mas limpio y despejado, me traen el desayuno, unas
tostadas con mermelada, leche y un huevo pasado. Se ven bien. Tengo hambre.
Mi madre enciende la televisión. Y tras unos minutos, afortunadamente, retorna
Andrea, con el vaso con agua. Lo pone en la mesita. Se tomó su tiempo, pero me
alivia y alegra que esté de nuevo aquí. El momento se tornó confuso. Mi corazón
volvió a alegrarse al verla pero ella se mostraba incómoda; algo menos sonrojada,
pero visiblemente abochornada.
— Gracias —le digo—, eres muy amable. — De nada —responde de pie con los
brazos cruzados ocultando su busto para si —. Señora, no la vi este domingo en el
culto. ¿No fue? ¿Cómo están sus nietas?
Dos preguntas seguidas. Estaba tiernamente nerviosa pero con una actitud
vencedora, muy segura de sí, como queriendo demostrar que ya no era una nena y
que podía manejar perfectamente cualquier situación por más incomoda que se
presente. — Sí, allí estuve pero siéntate hija, allí hay una silla— dice mi madre.
— No gracias, tengo que ir enseguida a ver a mis niños, solo quería y tenía que darle
esto a su hijo.
Era un librito cristiano de bolsillo que decía: “¿Qué es una relación personal con
Dios?”.
—Gracias —le dije y lo acepté — Espero que lo leas —ella acotó ya más tranquila.
— Ok —dije— y yo espero verte de nuevo para comentar sobre él, ¿podrás?
No respondió, se acercó a mi madre, le dio un beso y despidiéndose sin acercarse me
dijo: “Que te mejores, bendiciones”. Y salió de la habitación.
La luz del sol que provenía de afuera, de un gran ventanal frente a ella, iluminaba su
caminar, lo que permitía traslucir, tras su sobretodo blanco, su bella figura, la cual se
alejaba tan delicadamente como llegó. Aquella hermosa y atractiva silueta femenina,
delineada esta por una pequeña y quebradita cintura, la que daba inicio a unas
encantadoras caderas envueltas en unos jeans lo suficientemente ajustados, como para
no dejar de verla, atrapado en su caminar lento y sexy, encantador por propia
naturaleza.
— Cielos, mamá, me está gustando mucho la hijita de tu pastor. Tiene una muy linda
forma de mirar y un cuerpo…
Pícaramente me sonrío viéndola y añadí ya sin vergüenza: “¿Le gustarán los
treintones solteros y traviesos? Jajaja. Por esa muchachita volvería a recibir a Cristo
una vez más y sin peros jajaja”. Mi ánimo era bueno, me sentía mucho mejor aunque
aún tenía un pequeño y reciente, pero molesto dolor en la cabeza.

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— Ay hijo —dice mi madre, mujer de pocas palabras y saca su tejido de la cartera
para distraerse. Ambos vemos entonces la televisión, hablan sobre un terremoto,
muestran escenas de los destrozos acaecidos y gente llorando que lo perdió todo,
luego una escena en la que una madre tiene a su hija muy pequeña en brazos y
reclama llorando desesperada: “¡Dios!, ¿por qué?, ¿por qué me quitas a mi hija?, ¿por
qué permites que esto suceda?, ¿por qué si es tan solamente una niñita?”.
Las escenas siguen y yo sin pensar mucho y de puro enojo e incomprensión le
pregunto a mi madre: “Mamá, ¿qué opinas de eso?, ¿por qué crees que Dios permite
que pasen estas cosas o dónde esta Él cuando estas cosas suceden? ¿No es acaso Él, el
Todopoderoso? ¿Acaso no puede intervenir y evitar tanto sufrimiento?”
— No somos nadie para reclamar —enseguida ella me responde— para juzgar o
criticar a Dios, todo tiene su propósito. Hasta las cosas malas son finalmente para
bien.

Tal respuesta me dejó mudo. Corta y sencilla pero a la vez profunda. A mi mente
vino entonces una pregunta ya recurrente: “¿Y si es que en realidad no existe Dios?”.
Esa inquietud natural se quedó en mi mente por unos segundos y es que nadie puede
me puede comprobar su existencia. Así como que nadie puede tampoco negarla.

Recordé por Andrea, la primera vez que supuestamente recibí a Cristo. Fue una tarde
de verano, hace como unos ocho años atrás, tiempo en el que una joven muy linda me
detuvo en el parque de Miraflores. Salía del trabajo, era yo en ese entonces profesor
de publicidad y daba clases en un centro de estudios cercano, ella me preguntó mi
nombre, si creía en Dios y yo le dije que sí. Luego me dijo: “¿Lees la Biblia?” Y yo le
dije que no, que no la entendía. Entonces me dijo: “¿Eres católico, verdad? ¿Te has
bautizado?” Sí, le dije. Por último me preguntó, “¿Quieres recibir a Cristo, a Dios en
tu corazón?” Y yo accedí. Cómo podía decirle que no, si ella en sí ya era casi una
diosita.
Ella entonces me dijo: “Repite conmigo: ‘Yo, Marcelo, acepto y creo que Cristo es Dios
y que murió en la cruz por mis pecados… etc.’”. Yo repetí todo su discurso al pie de
la letra con ayuda de un librito cristiano que luego me regaló. Luego me dijo: “Ahora
tienes que aprender a amar a Dios y para eso tienes que leer la Biblia todos los días”.

Un par de años después y con varios libros leídos, en su mayoría evangélicos y otros
como el “Paraíso perdido de Milton”, volví a recibir a Cristo después de oír un
emotivo culto evangélico, que en ese entonces me pareció convincente.

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El noticiero continúa y ahora muestran otro conflicto de Oriente. Otro suicida
palestino que en nombre de su “Dios” se inmola con diez kilos de dinamita en un
restaurante lleno de judíos israelíes. Se informa sobre la muerte de catorce personas
entre hombres, mujeres y niños, en una parte del mundo en donde ambos lados se
matan y se asesinan en nombre de “Dios” como muletilla. Religiones diferentes con
tanto odio y egoísmo, con tanta irracionalidad y desamor tan difícil de entender.

De niño siempre pensé que todo ser humano era hijo de Dios pero claro, en ese
entonces pensaba también que solo existía una religión, la católica, o en todo caso la
que tiene la Biblia por bandera como única Palabra de Dios. Ese equivocado pensar
estaba impreso en mí a toda prueba de bombas, ya que las ventanas de un
conocimiento mayor estaban aún cerradas y nubladas a mi conciencia de Dios.
Entonces, le pregunto a mi madre, en sutil tono de reclamo: “Viejita, hace unos años
atrás, el hombre mató en nombre de Cristo. Ahora puedes ver cómo estos salvajes se
matan por algo similar. ¿Acaso no somos todos hijos de Dios? ¿Por qué esta gente se
sigue matando? ¿Será realmente por un pedazo de tierra?”
— No hijo —me responde— solo es hijo de Dios aquella persona que ha recibido a
Cristo en su corazón y supongo que esa triste gente seguirá matándose entre sí,
mientras no acepten que únicamente Cristo es Dios, el único Dios, ellos no creen en
Cristo y por eso tienen tanto odio. No conocen el amor de Dios por eso no saben
perdonar. Ellos son una muestra para el mundo de lo que sucede en nuestros
corazones cuando no hay la presencia y aceptación del único Dios, Cristo Jesús.

Tal respuesta me deja callado pero pensante. Preguntándome: “¿Por qué Dios tendría
la necesidad de que lo acepten? ¿Acaso el amor de Dios no es algo incondicional?
Mientras esta gente se pone o no de acuerdo y llegan a aceptar lo que argumenta mi
madre, ¿qué, seguirán muriendo niños inocentes?”. Cambio entonces de canal y llego
al Discovery Channel. Mi madre sigue tejiendo.

Se ven paisajes terrestres y submarinos y criaturas asombrosas. Espectaculares


imágenes, maravillosas expresiones de la más bella naturaleza, tan perfecta y
hermosa que uno no puede dejar de preguntarse: “Estas maravillas no se pudieron
desarrollar solas. Esto tiene que ser obra de un intelecto muy superior, de un
Arquitecto Divino que a ama la belleza y la armonía de las cosas. ¿Será Dios o
simplemente un efecto maravilloso e increíble de la casualidad? ¿La misma
casualidad que puso a la Luna justo donde tenia que estar y en el justo tamaño; la

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misma casualidad que puso a nuestro planeta en el lugar exacto y perfecto para la
vida?”.

Llega el doctor, me chequea y pregunta cómo me siento, si algo me duele. Le


respondo que no, que solo siento un pequeño dolor en la cabeza cuando me
incorporo nada más.
— Es normal — dice—. Ese dolor es por la inflamación que ya debe ser mínima, no te
preocupes.

<====>

“Hogar del alma, colmena de luz…”.

Ya es de tarde, el sol casi se despide y mi madre acaba de irse. Me acompañó en el


almuerzo. Se ha despedido dejándome sobre el vientre el librito cristiano evangélico
que me envío Mario, el pastor y padre de Andrea. Lo tomo y me dispongo a leerlo, no
es que no hubiera leído antes este tipo de textos pero estaba aburrido y decidí leerlo.
Entre sus páginas decía: “Saber que Cristo murió es historia. Creer que murió por mí,
es mi salvación”.

Entonces pensé: “Ok, entonces…estoy salvado e iré supuestamente al cielo, y mi


cuerpo o alma no se quemarán en el infierno, si es que creo que tal vez murió por
mí… Pero ¿por qué? Eso no lo tengo claro. Si fue por limpiar mi alma o espíritu de
pecados, pues tantos o tan malos no creo haber cometido, o por lo menos aún no. Y si
fue por el pecado original de Adán y Eva pues no entiendo por qué yo tengo tendría
que pagar, ser culpable de lo que ellos hicieron hace tantos años”. Opiné entonces que
podría compararse a que mi padre o abuelo cometieran algún homicidio y yo tuviera
que pagar con ir a la cárcel o morir en la silla eléctrica por ello. Aquello, no me
parecía lógico y mucho menos justo. Para mí Dios es amor y no veía ni veo amor en
ello.

Por otro lado, qué hay de la gente de otras partes del mundo en donde Cristo y su
nombre no son reconocidos ni aceptados como aquí. Partes en donde profesan otras
creencias, allí no saben y tal vez mueran, y de hecho, mueren sin saber quién es
Cristo, por tanto mucho menos tienen la posibilidad de aceptar y creer que Cristo

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murió por ellos y sus pecados. Por tanto. ¿No son salvos? Son entonces… ¿hijos del
diablo?
Algo desde dentro de mí ser me decía que sí había un Dios, pero seguía lleno de
preguntas. Cuestionamientos que los cristianos, ya sean católicos o evangélicos no
podían responder, o lo intentaban echándole fácilmente la culpa al famosísimo
diablo.

Según los cristianos, todos los que no reciben a Cristo se quemarán en el infierno por
toda la eternidad. Pero tampoco encontraba ni encuentro amor en tal injusticia. Qué
culpa tiene entonces un musulmán, un budista o un hindú de haber nacido en tales
lugares ajenos a este Dios de la cruz. Palabras de cristianos que con mucha pena, por
orgullo e ignorancia caen en tal discriminación.
Y qué pasaría aún si así fuera con los niños o la gente ya fallecida antes de Cristo, o de
que su nombre llegara allí. Creo en Dios y creo en Jesús, pero algo me dice que algo
no estaba bien en tales creencias. Mientras seguía leyendo, mi cuerpo se fue relajando
tras mi dosis de pastillas y fui quedé profundamente dormido.

Un repentino y muy agudo dolor de cabeza me hace abrir los ojos, el mismo que
desaparece enseguida. Ya no estoy en cama, estoy rodeado de luz, la misma luz de
aquel anterior sueño en el que me fui flotando, alejándome del accidente. Vuelvo a
experimentar aquella sublime sensación de paz, de amor, tan intensa, tan acogedora y
perfecta. No hay más que luz. Me encuentro como flotando pero no exactamente, es
difícil de describir puesto que es una experiencia única, extraña. En donde yo soy yo,
pero…de alguna manera desconocida, diferente. No puedo verme como ente físico,
mas sé que estoy allí elevándome, alejándome rápidamente hasta adentrarme en
zonas mas que desconocidas por mi ser.

Una enorme nube de colores varios: rojos, amarillos, azules, anaranjados, violetas, etc.
en miles de tonalidades se abre paso majestuosamente a mi aproximación; es como
una gran masa hermosa y radiante, como una especie de nebulosa inmensa y colorida
desde donde cientos de pequeñísimas luces de variados colores también salen e
ingresan incesantemente como retornando y brotando de aquella colosal fuente de
luz y color y paz.
Es maravilloso ver tan colorida expresión de belleza celestial; es indescriptible sentir
la sublime sensación de estar cada vez más cerca de ella. Tal es así que Conforme me
acerco, me voy dando cuenta de mi infinita insignificancia y es que la diferencia de
tamaño es cada vez más asombrosa.

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De pronto, y en casi un instante, estoy ya dentro de ella. Yo soy como una más de
aquellas miles de luces, que dentro de aquella maternal luz de amor. Espero, me
percato entonces que aquella sublime atracción cesó y que me es posible moverme.
Veo que me rodean varias luces como yo, que permanecían quietas y que otras, la
mayoría, se dirigían de inmediato a lugares específicos en donde se unían a otras.
Decidí entonces ver aquello y concentré mi atención en una de ellas. Esta nueva luz,
de colores violetas y naranjas, fue acogida por otras tres luces de diferentes mixturas
de luz y color, quienes a su vez giraban a su alrededor y se tocaban como excitadas y
contentas, podría decirse que se abrazaban. Era claramente una muestra de afecto y
de alegría. Luego estas la acompañaron más hacia adentro, como hacia otro nivel de
luz, en donde la dejaron adentrarse e irse a ésta sola hacia el encuentro de una luz
muchísimo mas clara, deslumbrantemente blanca, pero de igual tamaño. Esta nueva
luz la guió hasta ponerla frente a dos luces más igualmente blancas. Fue entonces que
un insólito intercambio de luminiscencias se llevó a cabo. Yo casi podía sentir el
intercambio de emociones y sensaciones que allí se estaba dando. Era como una
descarga y carga de resplandores que se dio en lo que para mí, en ese momento,
fueron unos segundos. Luego la misma luz, que llegó teniendo una mixtura violeta y
anaranjada, fue mutando de color, como aclarándose hacia una tonalidad de violeta
más claro. Podría decir que era como si una especie de purificación había dado
término. Luego las tres bellas luces blancas se alejaron de esta para casi de inmediato
ir a recibir a otra.
Enseguida y dentro de mi asombro una figura se me hizo presente. Es otra luz
colorida, esta se me acerca. Y veo que su imagen se me va haciendo cada vez más y
más familiar. Es la imagen de un hombre mayor. Es mi… ¡si! mi abuelo, ¡si!, es mi
abuelo, es ¡él! quien viene hacia mí.
Está cubierto, inmerso en luz. Se ve anciano pero bien, como lo recuerdo, como lo vi
por última vez. No se ve acabado ni enfermo como dicen se veía al morir. Me alegra
mucho verlo. Se sonríe diciéndome: “Hola hijo. Soy tu abuelo y he tomado esta
imagen ahora para que puedas reconocerme. No permanecerás aquí, aún no es tu
tiempo. No temas”. Su rostro irradiaba la más absoluta tranquilidad y armonía.
Enseguida, nuevamente soy desalojado de ese misterioso y cálido lugar, me siento
bajar rápidamente, veo a mis padres y doctores rodeando mi cama y ahora…verlos
mirarme.
— ¡Hijo! Ya despertó doctor — dice mi madre con lágrimas en los ojos.
— ¿Cómo estás? Tranquilo, todo está bien, ya estás aquí. ¿Me ves? ¿Ves bien? — dice
el doctor, al mismo tiempo que me revisa todo, en especial la vista.

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— Bien, bien pero… ¿qué paso?, ¿qué hacen todos aquí?— respondí todavía confuso,
sintiéndome extraño, con una sensación diferente, nueva, nunca antes experimentada.
— Pues volviste a caer en coma hace cuatro días y tuvimos que operarte. Tenías la
inflamación en el cerebro, producto del accidente y un pequeño coágulo haciéndote
presión en un lugar muy peligroso para ti, para tu vida. Pero ya está todo bien, te
operamos con láser. Ya no corres ningún peligro ahora — respondió el doctor.

Más tarde ya, pensé en lo sucedido: “¿Entonces, qué fue eso, un pequeño castigo de
Dios, el casi haber muerto por unos días o un regalo divino el haber estado por un
tiempo en ese sublime lugar de amor en donde además pude ver a mi abuelo?”.
Premios o castigos, cielos o infiernos, la base del condicionamiento religioso
occidental, o lo haces por miedo, o por subliminal conveniencia. ¿Dónde queda la
conciencia del amor incondicional, del amor genuino, de hacer o no hacer las cosas
simplemente por el hecho de darse sin esperar nada a cambio?

¿Dónde estuve yo o mejor dicho, esa parte de mí mientras estuve en coma? ¿Qué
lugar era ese? o… ¿era una ilusión? ¿Una especie de mecanismo de defensa y de
escape producto de mi cerebro ante el dolor extremo? o… ¿el producto de una
reacción neuronal producida por los químicos de las medicinas? Lo puedo recordar
claramente y sé que aquello no pudo haber sido eso. Yo me vi retornando a mi
cuerpo, lo sé.
Entonces, vino a mi memoria la historia de una joven que muy de niña perdió la
vista; años después tuvo un ataque cardiaco, la llevaron al hospital y ella narra
haberse visto a ella misma echada en la camilla, haber visto desde el techo del cuarto
a los doctores y enfermeras a su lado tratando de reanimarla. Luego, recuerda
haberse visto de vuelta en su cuerpo. Y luego, contó y describió con detalles increíbles
todo lo que ella vio estando allí ciega. Tal hecho lo había leído hace pocos años atrás,
pareciéndome entonces algo realmente increíble.
Entonces, pensé: “Yo también salí de mi cuerpo, me vi. Estoy seguro de ello pero ¿a
dónde fui?, ¿dónde estuve? Solo sé ahora que uno se sentía muy bien allí, que el
tiempo y su transcurrir no era el mismo allí que aquí”. Es más, podría asegurar que
allá no transcurría tiempo alguno. No comenté sobre aquello con nadie. Tan solo me
quedé meditando. Y ahora sé que tan solo mi presencia allí, por esos instantes, fue
suficiente para abrir nuevas luces en mi cerebro y en el sentir de mi corazón.

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<====>

“espíritus que se extrañan… Amores que se reencuentran”.

Pasaron dos días ya, desde que desperté, y no volví a experimentar nuevamente de
esa singular experiencia extra sensorial, pero su recuerdo y sensación, podría decirse,
que casi respiraban en mi ser. Era de noche y me encontraba solo, leyendo, de pronto
tocaron tímidamente a mi puerta.
Era Andrea quien me saludaba desde la puerta e ingresa. Está bella como siempre,
con el cabello suelto, ondeado y largo hasta poco más de media cintura. Trae el
sobretodo de trabajo doblado en el brazo y viste un vestidito muy ligero, suelto hasta
poco más arriba de las rodillas, muy coqueto, de tiritas, blanco con flores grandes,
estilo Bali batik (Indonesia). Perfecto para el verano. Su piel está coloradita,
visiblemente quemadita por el sol.
— Hola —dice dulce, acomodándose el cabello que caía travieso por el rostro—, ya
me iba a casa y bueno, pasé un momento a ver cómo estabas.
— Pasa. Siéntate Andrea— le dije contento de verla, y cerré enseguida mi libro
poniéndolo a un lado, sin miedo ya de que mi corazón se acelere.
— ¡Qué buena playa! Estás re coloradita, como camarón —le digo tratando de romper
el hielo y sonreí. Ella se mira los hombros y los brazos.
— Sí, me duele todo, por eso me puse este vestido, es el que menos me hace doler. Me
excedí con el sol, es que estaba al inicio nublado en la playa. Me confié y bueno ni
modo, a sufrir ahora. ¿Cómo estás tú? Me dicen que tuviste una recaída. ¿Qué te dijo
el doctor? —preguntó ella.
—Sí, pero ya todo bien —le respondí, sin entrar en detalles—. Algo aburrido no más.
Suerte que viniste. Te agradezco que pasaras a verme.
Andrea se sentó cerca, en la silla que usaba mi madre.
— Bueno no puedo quedarme por mucho tiempo —señaló—. Mi papá vendrá a
recogerme. Él también quería verte. La verdad, pensé que él ya estaba por aquí. Pero
cuéntame… ¿leíste el librito que te envío papá?
— Sí —le dije, cogiéndolo en mis manos—, aquí está, ya lo leí— y se lo acerqué en pos
de devolvérselo.
— No, no, es tuyo, yo tengo muchos. ¿Qué opinas de él, de lo que dice? —preguntó
muy interesada en mi respuesta.
— Bueno es interesante —respondí pasivamente—, he leído varios de este tipo y
también la Biblia –y agregué con una cara de insatisfacción— pero… hay cosas en

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esos libros y en la Biblia que no me parecen lógicas y otras que entran en
contradicción.

Tuve entonces miedo de que se fuera, pero eso era lo que pensaba y lamentablemente
siempre digo lo que pienso. Ella me sorprendió sonriéndose:
—Será que no has recibido a Cristo en tu corazón, por tanto, no tienes al Espíritu
Santo. Deberías recibirlo —respondió mordaz pero amistosamente.
— Ya lo hice ¿eh? Y ¡dos veces! Jajaja —le respondí con benevolencia y simpatía. Ella
se sonrió asombrada y curiosa a mi respuesta
— ¿Cómo que dos veces? —preguntó incrédula
— Sí —le indiqué—, una primera, en un parque frente a una linda mujercita como tú,
otra en una iglesia cristiana en Miraflores y eso sin contar las dos primeras
comuniones que mi madre, siendo aún católica, me hizo pasar de niño. Así que
alguna debió dar resultado ¿no crees?, inmune a Dios tampoco creo ser —dije
sonriente.
Ella se sonrió aún más quedando visiblemente sorprendida; me extrañaba y
sorprendía gustosamente también ver que no ponía la típica cara de desaprobación o
de juicio discriminativo típico de los evangelistas que hasta entonces había conocido.
Y muy por el contrario, se mostró aún más predispuesta a seguir conversando
conmigo.
— Ay, no te creo, mientes seguro. ¡Cómo va a ser! –dijo.
— En serio —afirmé con total seguridad ya que era verdad.
— Pero… ¿te bautizaste? —preguntó más seria, pero igualmente encantadora.
— Sí, de bebe. Soy católico según mi madre —apunté cada vez más contento al verla
tan preciosa y amigable.
— Entonces… ¿sí crees en Dios? —preguntó algo sorprendida.
— Claro —le dije, sorprendido también ante su pregunta. Aprovechando para hacerle
aires con el librillo al verla propiciárselos ella con su mano, el calor era cómplice.
— Ah ya, porque tu mamá me dijo que eras medio ateo — me dijo mientras me
miraba bella y su rostro se llenaba de alivio al sentir el aire que le brindaba. Tanto así
que por instantes cerraba sus ojitos ante el placer que su irritada piel sentía. Dándome
la oportunidad de ver sin esquivamientos la piel de su cuello y la que se dejaba
apreciar de su pecho, el cual gracias al vestidito, se mostraba bellamente generoso y
prominente. Lamentablemente, aquella situación no duró mucho tiempo. Ella se
percató de mi deleite y pudorosa, me quitó suavemente el librito de las manos, para
enseguida proseguir ella misma con la prudencia necesaria.

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— Claro que creo en Dios y en Jesús — proseguí—, mi problema es con partes de la
Biblia y con la religión. La verdad, no creo que Dios esté sólo en un libro. Yo lo siento
más en mi corazón y cuando interpongo a ese sentir la religión o la Biblia pues mi ser
y mi sentir entran en extraña tensión. Es algo difícil de explicar.

Abrirme a ella me resultaba tan fácil, era un sentimiento impar y maravilloso, algo
que hasta ese momento no había sentido con nadie. La conversación me era al mismo
tiempo muy interesante puesto que no había hablado de mi forma de ver y sentir
estas cosas de manera seria casi con nadie. Además, hacerlo con ella me era hermoso
ya que de vez en cuando y cuando su mirar me lo permitía, no podía dejar de ver la
linda formación que hacían para deleite de mis ojos la unión de sus senos coloraditos
y preciosos en su escote.

Entonces, la conversación prosiguió, conociéndonos mutuamente un poco más. Supe


alegremente que no estaba saliendo con nadie en especial, pero que sí había estado de
enamorada hace un par de meses con un joven doctor de esta clínica. Que él también
era cristiano evangélico y que terminó con este, después de casi un año de relación,
porque según palabras de ella: “Era como estar con un hermano mayor o con mi
padre, era una buena persona y muy conocedor de la Biblia pero nunca llegué a sentir
nada especial por él, no llegué a sentir amor de pareja”. El tipo de amor que ella
deseaba sentir era un amor más romántico que le quite el sueño y le cambie la vida de
alguna manera, que la emocione; un amor como el que alguna vez, siendo más joven
me dice que sintió.
Supe entonces también que estuvo con él solo por complacer a su padre. Así me di
cuenta de la gran influencia que tenía el padre en su vida.

De repente, ingresó su padre apresurado.


— Vaya hombre, te veo bien. Pensaba…— y giró la vista hacia su hija, como si
hubiera visto algo muy malo— Hija, entiendo que te duela la piel, pero ¿ese vestido?
—dijo molesto sin saludarla—. Mejor no hubieras venido a trabajar.

Andrea se paró tranquila y dijo mientras se despedía de mí: “Ay papá, no te pongas
así otra vez. He estado con el sobretodo puesto todo el día, pero ya no lo aguantaba.
Tengo insolación, me hacía doler demasiado. Además, recién me lo quité y no sabes
el alivio que sentí y siento. Así estoy mucho más fresca y cómoda”.
— Pero ¡qué va a decir la gente!, ¡qué dirá Marcelo! — exclamó alzando levemente la
voz.

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— Bueno, yo la veo muy bella, además por qué ocultar la belleza que Dios le dio, por
qué ocultar una rosa con una bolsa de papel — señalé atrevidamente.
— Por favor, no te metas Marcelo. Solo digo que no hay que tentar al diablo —dijo él,
mirándome seriamente.
Luego, me alcanzó un par de libritos cristianos más.
— Estamos orando por ti en la iglesia a pedido de tu madre — dijo, en llamado de
atención y reclamo—. Hoy pensaba venir más temprano y platicar contigo sobre la
Palabra, pero uno de mis pacientes tuvo una complicación, así que te pediría, no
abuses de la ayuda que te brindamos aquí.
Quise contestarle, pero preferí no agitar aún más las aguas, sobre todo por Andrea.
— Vamos hija —dijo al final y despidiéndose de mí, salió algo más molesto.
Andrea se acercó nuevamente a mí, visiblemente contrariada ante la reacción de su
padre y me dio un beso en la mejilla que produjo nuevamente una curiosa chispa al
contacto. — Gracias por tu visita, camaroncita —le dije—, espero me visites más
seguido, es que quisiera contarte algo que soñé anoche, ¿sí?
— Ok — dijo sobrecogida ante el singular hecho que la volvió a ruborizar—, lo
intentaré, tal vez mañana que me toca turno y quedarme hasta tarde aquí en la
clínica, me doy un salto y te visito. Bye, bendiciones.
Salió dejando tras de sí su dulce aroma a flores y frutas frescas y el tremendo deseo
de volver verla.

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Capítulo 2

“Luces de Dios que vienen y que van, que no nacen ni mueren”.

La noche llegó. La televisión ya me aburre. Me levanto con cautela. Ya no siento


ningún dolor, pero aún me siento extraño. Me pongo una bata y sandalias. Quiero dar
una vuelta por allí, despejarme un poco. Salgo de mi habitación por el pasillo que está
justo al salir de mi puerta. Avanzo lento, calmado, respirando como aprendí hace
poco en las clases de yoga. A veces siento una sensación de mareo e inestabilidad.
Levanto la vista mirando lo largo del pasillo. De pronto, a unos doce metros me
sorprende algo. De uno de los cuartos más lejanos cercanos un ventanal casi del final
del pasillo sale veloz y repentina, una luz extraña, como un manto gaseoso e
iluminado, de colores anaranjados y rojizos, la cual se pierde y sale por aquel
ventanal.
Sigo caminando entonces curioso, acercándome hacia ese ventanal y paso por dicho
cuarto. Hay alguien allí dormido, logro ver sus pies cubiertos por la colcha, pero no lo
distingo bien, la luz está apagada en el interior. Sigo caminando hasta que llego al
ventanal: es grande y circular, es por donde el sol de la tarde ingresa, ese sol que me
dejó ver la atractiva silueta de Andrea marcharse días atrás.

El ventanal está cubierto por una cortina, la cual se ondea apenas por el pasar del
viento que se filtra por una de sus puertas de vidrio. Abro la cortina y veo la ciudad
de noche. Está despierta ruidosa y muy iluminada. Subo la mirada, allí está la Luna,
está hermosa y el cielo despejado. Se logran ver en él algunas estrellas unas más
visibles que otras, es una bella y fresca noche de verano.
En ese mismo instante siento pasos apresurados, estos se oyen correr por el pasillo, a
mis espaldas. Volteo, son un par de enfermeras y un doctor que entran por el cuarto
de donde salió ese extraño y colorido manto de luz. Me intriga así que me mantengo
atento, pero retorno mi mirar hacia fuera, hacia la ciudad, estoy en el undécimo piso,
veo paneles de publicidad iluminados, luces de autos ir y venir por las pistas y
avenidas, así como casas y edificios cercanos.

De pronto, me vuelve a sorprender otra luz que se eleva a lo lejos. La veo pequeña
por la distancia, esta se pierde enseguida, era parecida a una estrella fugaz, así de

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efímera pero en vez de caer y perderse a lo lejos, subió por poco más de un segundo
por el cielo y desapareció.
Minutos después otra. Es mucho más cercana, pasa frente a mí sorprendiéndome aún
más, va hacia abajo también por fuera del edificio velozmente. Doy un paso atrás por
lo cercana que pasa, notando que en realidad eran dos muy juntas, casi unidas pero
una de colores blancos y celestes entre mezclados, mientras la otra de colores entre
celestes y azules más intensos. Perdiéndose ambas enseguida al ingresar por otra
ventana, pisos más abajo. Ambas amorfas como pequeños mantos moldeados solo
por la velocidad con la que vuelan.
Luego, oigo un llanto desesperado y el correr de pasos nuevamente a mis espaldas.
Volteo, es una mujer llorando con un celular en la mano, la veo ingresar a ese cuarto y
escucho su llanto ahora más intenso y conmovedor. Me quedo aún más quieto,
sorprendido, pensando, dándome cuenta recién de qué era lo que había visto y
sucedido.
Pensé entonces: “Aquello no solo era una luz extraña, sino algo más increíble, el alma
o el espíritu de esa persona que acababa de morir”. Volteé asustado, nuevamente
hacia la ventana reflexionando, ensimismado y extremadamente sorprendido, mi
corazón latía precipitado de emoción y sorpresa.
Pensando, entonces: “Sí, eran almas que subían, nos dejaban después de que el
cuerpo físico dejaba de funcionar y moría. Pero… y las que bajaban, ese par de bellos
espectros de luz que bajaron al unísono y en la misma dirección, ¿Qué con ellas?, y
¿por qué la diferencia de colores en su luminiscencia?”
Seguidamente, miré nuevamente hacia la profundidad del cielo buscando a Dios,
tratando de conectarme con esa divinidad, como lo intentaba siendo niño al ver la
inmensidad del espacio en mis noches más tristes y melancólicas.

<====>

“Perdiendo miedos, deseos de piel”

Al día siguiente, al despertar, la rutina de siempre: las enfermeras, las pastillas y el


doctor. A nadie pensaba mencionarle todavía sobre lo vivido la noche anterior. Solo
me animé a preguntar en qué parte de mi cerebro se había realizado la operación. La
respuesta fue que en una zona muy delicada, muy cerca de la zona perceptiva visual.

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Entonces, estaba relativamente obvio para mí. El golpe, el coágulo o la operación
habían causado esta nueva percepción en mí. Pero ¿sería permanente o momentánea?
Eso no podía saberlo sin obligatoriamente hacer mención de lo percibido y no quise
hacerlo.
Tenía la necesidad de compartir mi experiencia, que otra persona me escuche y no
sentirme solo en esto. Mi madre o padre no podían ser, ellos no dudarían en
contárselo al doctor, y mis amigos o primos no me creerían y terminarían
diciéndoselo a mis padres. A la vez me tranquilizaba yo mismo pensando en por qué
hacer tanto alboroto por esto, tal vez se trataba de algo momentáneo o tal vez era
solamente un sueño y nada más que eso.
Minutos después se retira el doctor, traen el desayuno y llega mi madre, me saluda
con un beso en la frente y como una hormiguita se pone a limpiar y a ordenar todo lo
que a su paso encuentra, al mismo tiempo pregunta por mí, como toda buena madre.
— Estás muy callado, ¿pasa algo? —dice ella con esa innata intuición de madre. — No
te preocupes mamá, solo estoy aburrido de estar aquí, a ver si me traes la
computadora, tal vez coja señal de Internet aquí y pueda en algo ponerme al día con
mi trabajo —le respondo.
— No creo que debas forzar la vista, pero de todas maneras le preguntaré al doctor a
ver qué dice —señala ella.
Se me ocurrió entonces preguntarle por Andrea y así fue. Ella se sentó donde
siempre, sacó una bolsa de su cartera y de ella su infaltable tejido, para luego
responder: “Andreita… bueno, la veo los domingos en el culto de la iglesia. Va con su
padre. Sé que su mamá murió cuando ella era más jovencita, pero no sé de qué o qué
pasó. Estudia pediatría y trabaja haciendo sus prácticas aquí”.
— Pero, ¿cómo es?, ¿qué imagen tienes de ella? – acoté.
— Pues… veo que se lleva bien con las demás chicas de la iglesia en especial con las
que son mayores que ella. Parece una chica tranquila pero su papá siempre reniega de
cómo se viste— añadió sin despejar la vista de su tejido.
— Sí, lo noté anoche –respondí.
— No la he visto especialmente con ningún chico — continuó—, pero hay más de uno
que la sigue y la busca para conversar. Para mí, es una chica linda pues y bien, no
más que algo más rebelde y preguntona que las otras. También se nota que está muy
dolida o es muy sentimental; el otro día, día de las madres, se puso a llorar en pleno
culto, salió de prisa de la iglesia y no volvió más ese día. Me dio pena, pobrecita,
debe extrañar mucho a su madre. — dijo.

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Entonces me di cuenta que la muerte de su madre la unió mucho más a su padre en
busca de mutuo consuelo, de modo que ambos se refugiaron por años en la religión,
en no dañarse entre ellos, y no hacer nada que el otro desapruebe a fin de no sufrir
más y sanar de dicho dolor. Entendí además, que ella estaba en una etapa de tránsito
hacia una independencia personal, y que aunque aún le dolía mucho la pérdida de su
madre, y la pena y soledad de su padre, su cuerpo y su espíritu le pedían ya que
pensara un poco más en sí misma; en lo que quiere, piensa, sueña y desea para sí. Ella
sentía que era tiempo ya de alejarse poco a poco de la sombra opresiva de la tristeza y
melancolía de su padre y del temor de hacerlo sufrir más por liberarse y ser ella
misma. Pero que aquel tránsito de independencia emocional y personal le era muy
difícil, ya que quería mucho a su padre.
Recordé la noche anterior y su mención de amor a los niños y a los animales, me
extrañó entonces que no me hablara de su madre. Pensé que lo evitaba y obviaba por
pena y dolor, por temor a sentirse triste y llorar.

De repente, llaman a la puerta. Es Claudio, un amigo de barrio, viene de saco y


corbata, está acalorado el hombre, no es para menos con este calorcito. Entra, saluda a
mi madre y le pregunta por mi estado.
— ¿Cómo estás, compadre? Aquí te traigo un par de revistitas para que no te aburras
—me las entrega sutilmente dobladas, al verlas entendí por qué la discreción, eran
dos Playboy en cuyas portadas, como en todas esas revistas, una espectacular mujer te
sonríe en ropitas muy ligeras o casi desnuda. Mi madre no se percató del “erotismo
pecador” de tales ilustraciones, ya que las puse con las portadas hacia abajo sobre la
mesita de al lado, tuve algo de recelo de verlas con calma ya que mi cristiana,
evangélica y casi santa madre estaba allí, pero afortunadamente totalmente
concentrada en su tejido. Así, nos salvamos Guillermo y yo del infierno y de
quemarnos en sus lenguas de fuego por toda la eternidad, y mi madre de
carbonizarse en su asiento.

Las horas pasan, es de tarde ya, un poco más de las tres, mi madre aprovechó en irse
con Guillermo con quien charlamos y recordamos nuestras travesuras de niños. Otra
vez solo, me acuerdo de las revistas. Pienso al verlas que si debo elegir una tan
únicamente por la imagen de la carátula, me sería muy difícil.
En una se muestra una lindísima fémina rubia en traje de escolar, faldita a cuadros,
tipo escocesa, sentada rebelde y seductora de revés sobre una silla con un lápiz entre
los labio; y en la otra revista, una chica blanca de tipo latina de cabello negro largo en

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un trajecito rojo navideño de Santa súper escotado y abrazada a un pequeño peluche
de San Nicolás
Decido entonces leer el contenido, el índice. En una de ellas hay un tema sobre la
masculinidad de Dios que me hace decidir por ella. El artículo es bastante interesante.
Refieren a que tanto los católicos como los cristianos, así como los judíos y hasta los
musulmanes, asocian sus creencias a un Dios masculino, que en muchos casos según
encuestas y opiniones de creyentes y líderes religiosos de las diferentes religiones,
perciben que Dios refleja la imagen de un hombre anciano de barbas. Citan la
creación y el hecho de que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios.
Tales opiniones y percepciones no asocian en lo más mínimo a Dios con lo femenino,
más aún en el caso de los cristianos, ellos hacen mención a que en la Biblia se dice que
Cristo es Dios y que Él se encuentra a la diestra del Padre.

El artículo termina señalando que la mayoría de los creyentes de esas religiones


tienen en su mente una imagen de un Dios de sexo masculino. Recordé entonces
haber leído en alguna parte de la Biblia que Dios dice y prohíbe que el hombre, su
creación, se haga imagen alguna de Él o del cielo. Esta percepción y creencia de un
Dios de imagen masculina es extremadamente machista, sé que eso se debe a nuestra
cultura occidental y a lo que nos enseñan en el colegio y en nuestras casas; somos una
cultura machista lamentablemente. Recuerdo haber pensado burlonamente pero con
razón: “No creo que Dios sea masculino o femenino, lo creo racionalmente, aunque la
imagen grabada por la educación en colegio católico de un Dios masculino es muy
fuerte. Y tampoco creo que Cristo esté sentado a su lado. Esa imagen me resulta
realmente irracional ya que si fuera así implicaría que está sentado en algo y que si
está sentado, es porque descansa, es decir, hay allí una silla, sillón o algo, por tanto
hay muebles, ropa, cama, etc., y hay fatiga ya que por algo se sienta, y si hay
cansancio o fatiga hay dolor, y si hay dolor hay sufrimiento, por tanto, dejaría de ser
el cielo el lugar en donde se encuentra. Eso nos lleva lógicamente a deducir que hay
un mundo físico en el Cielo, a donde Cristo se fue elevándose al morir, por tanto,
Dios al ser masculino… ¿tiene un pene? Pero y ¿qué hace con él?, que yo sepa no
existe ninguna diosa creadora de universos a su lado…en todo caso sería la
naturaleza. Entonces, ¿con ella tiene sexo Dios? Por último, si no es la naturaleza y no
hay diosa, ¿Qué hace Dios con su gran y Todopoderoso pene?”.

Yo no puedo creer eso, pienso que no se puede ni se debe humanizar la imagen de


Dios. Para mí, Dios es amor, amor del más puro, no puede ser algo material ni
masculino ni femenino.

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Termino de leer el artículo, vuelvo a la carátula de la misma, ojeándola toda
rápidamente hasta llegar donde consciente e instintivamente quería llegar. A la chica
de la portada. A la Santa Nicolasita, y todas sus muy atrevidas, desinhibidas pero
hermosas fotos, en las que su cuerpo, hermosísimo, el mismo que Dios le dio, se
muestra muy sonriente y coqueto, y de allí seguir hasta la de la triple página central.
Entonces y después de deleitar mí vista con tan espectacular belleza sentí que la cama
me incomodaba. Me levanté, caminé un poco por la habitación, puse música en la
televisión y me fui a dar un baño.

Minutos después, estando en la ducha, Andrea se me vino a la cabeza, la recordé en


su ligerito y colorido vestidito de verano y con el cabello suelto, tal y como estaba en
su última visita. Entonces, quise imaginarla aquí en la ducha conmigo vestida,
mojándose de la cabeza a los pies, muy cerquita a mí. Me imaginaba tomándola de la
cintura viendo como el agua mojaba su rostro, su cabello y su cuerpo, imaginaba su
sonrisa y gotas de agua recorrer por su boca, por sus labios entre abiertos. Luego,
quise imaginarla levantándole su vestidito desde los muslos hasta la cintura y ver
caer de sus hombros las tiras que sujetan la parte superior de su vestido, hasta quedar
toda la tela de este mojada, enrollada a la altura de su cintura, sujeta por sus caderas.
Me imaginé besándola y acariciando toda su piel lenta y suavemente. Era tiempo de
liberar algunas tensiones. Entonces, quise imaginarla así, y así fue por varios minutos
hasta que terminé haciendo lo que de seguro Dios haría… si tuviera un pene.
Luego, sonreí pensando sarcásticamente, preguntándome si acaso las estrellas son
expresiones inmensas de la solitaria masculinidad de Dios.
Yo creo que Dios ama a todos sus seres y que Él nos regaló el placer y el deleite del
sexo para tener un motivo fisiológico de satisfacción por el cual todos los seres
(absolutamente todos) quieran o busquen procrearse y así llenar toda la Tierra de
vida.

<====>

“Un poco más que tan solo palabras”

La tarde siguió avanzando, el baño me refrescó, me relajó, me sentó bien. Aunque la


tara arcaica y medieval del sentimiento de culpa por haber disfrutado con mi propio
cuerpo se asomaba esporádicamente, también esta se esfumó rápidamente debido a

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un raciocinio basado en la seguridad de no haber causado daño a nadie, ya que es
una natural y satisfactoria acción íntima y personal. Me pongo a ver algo de deportes
en la televisión, estoy cómodo con el pantalón pijama y un bividi blanco.
Minutos luego, me levanto y me detengo sobre el marco de la puerta descalzo. Veo
pasar un hombre bastante mayor en silla de ruedas al cual lo lleva una simpática
enfermera, ella me saluda sonriente. Mis ojos la siguen, mirando su caminar, de
repente siento una voz que dice: “¡Mirón, te pesqué!”.
Era Andrea.
La saludo con un beso en la mejilla, sorprendido.
— Por lo visto ya te sientes mejor, te veo por primera vez de pie, eso es un buen
síntoma. Pero… pensé que eras más altito —dijo y se sonrió burlona.
— Sí — le digo —,ya no soporto estar tanto rato en la cama. Andrea era exactamente
de mi tamaño, traía el cabello en cola hacia atrás, el sobretodo blanco y una faldita
corta de jean.
— No deberías andar descalzo, mejor pasa, te puede dar un resfriado —me dice—, de
paso me cuentas de eso que me querías contar y me tiene intrigada. Tengo un
tiempito libre así que dale.
Algo alarmado me acordé de las revistas. Las busqué con la mirada viendo una sobre
la mesita, la volteé ocultando la portada, pero ya ella había visto la otra en el piso, la
cual se había caído momentos antes de levantarme de la cama.
— Creo… que se te cayó esto —dice sin darse aún cuenta de qué se trataba. Luego la
ve y pregunta—. ¿Es tuya esta revista? —sorprendida y burlona alejándola de mis
manos ansiosas por querer recuperarlas.
— A ver... ¿de qué es? —dijo abriéndola sonriente, como disfrutando mi vergüenza.
Le echó un vistazo pasando las hojas rápidamente al mismo tiempo que tomaba
asiento.
Yo tan solo opté por quedarme sentado cruzado de piernas al medio de mi cama,
sonriente pero algo incómodo esperando a ver qué hacía. Ella sonreía traviesamente.
En el fondo me gustaba su actitud ya que era una clara muestra de confianza de su
parte.
Se detuvo curiosa desplegando la triple página central de la foto principal y me miró
disfrutando por varios segundos de mi impaciencia. Yo no me esperaba tal reacción.
Ella no se mostraba molesta, más bien contenta de tener el control.
— No es mía — le digo—. Un amigo vino a visitarme y me la trajo, allí encontré un
artículo muy interesante sobre la masculinidad de Dios— le indiqué tranquilo.
— ¿Sobre Dios, aquí? A ver ¿dónde? —preguntó razonablemente incrédula.

29
— Dámela y te lo busco —dije estirando la mano, pero ella continuó pícara
negándose a dármela.
— Cualquier chica se vería igual que ella con un buen maquillaje y un buen fotógrafo
—dijo.
— Bueno cualquier chica, lo dudo, pero tú, tú sí y estoy seguro de que hasta mucho
mejor —le respondí arriesgándome un poco. Andrea se encendió como un foco
colorado y recién me la entregó. Busqué entonces con calma el artículo y se lo mostré.
— Entonces… ¿un amigo te la trajo? ¿Qué, no sabe él que ver esto es un pecado? –dijo
ella y volvió a cogerla mientras le echaba un ojo todavía incrédula.
— ¿¡Pecado!? No creo que ver a una Eva del siglo veintiuno sea pecado ¿Qué de malo
puede tener eso? Además, “Quién esté libre de pecado que lance la primera piedra”
—respondí sonriéndome—. Es lo que dice Jesús en la Biblia al salir en defensa de una
joven que iba a ser apedreada por prostitución —argumenté pícaro—. Nadie pudo.
Ningún hombre ya que todos habían pecado de alguna u otra manera. La mujer se
salvó gracias a Jesús.
— Sí, es verdad —repuso sorprendida ante mi respuesta—, pero… ver esto te puede
llevar a cometer un pecado muy grande, ¿no crees?
— A los ojos de Dios, no hay pecado, ni chico ni grande. También lo dice la Biblia, por
tanto, todos son iguales. Todos, camaroncita —le dije y continué—. Yo no creo que
Dios mire el pecado en sí, sino el corazón, ya que es allí donde está la intención. La
culpa nace en nuestro cerebro puesto que es allí donde radica nuestra conciencia, allí
es donde el raciocinio de lo bueno o malo se da. Y es en nuestro corazón en donde la
magnitud del acto se refleja. Yo puedo mentir por compasión o por dinero, son
mentiras las dos, pero en su intención y sentimiento radica la gran diferencia. Toda
acción trae una reacción, es una ley natural por tanto todo acto y decisión afectará
nuestra vida, todo acto malo o “pecado”, como tú le llamas. Así como todo acto
bueno tendrá una consecuencia buena o mala, por la lógica divina de la causa efecto.
El pecado no es malo en sí mismo, lo malo es la intención con la que se comete, esa
intención nace del corazón. De tal manera, pienso que Dios no castiga ni perdona,
puesto que un creador no puede echarle la culpa a su creación por no responder o ser
como Él quiere que sea. Yo no puedo echarle la culpa a mi canción por no sonar como
yo quiero que suene. Ya que en todo caso el error esta en el artista.

— Pero Marcelo, no somos una canción o un robot, a nosotros se nos dio la facultad
de libre decisión sobre nuestros actos —ella intervino calmada y en defensa de lo le
habían inculcado—. Y tú estás decidiendo… ver chicas sin ropita —sonríe diciendo
eso con tono benévolo.

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— Es cierto, muy cierto —respondo animado—, pero Dios según “la Biblia”, ya sabe
todo desde su inicio. Es decir, sabe lo que decidiremos, y entonces si sabe de
antemano lo que decidiremos ¿Qué sentido tiene?
—Pues, fácil, la gloria de Dios —responde con seguridad y algo de arrogancia. Y no
dijo más, como si hubiera dado un rotundo jaque mate a la conversación mas ella no
sabía que ese era el punto principal del que partían mis inquietudes sobre el Dios
Bíblico. De modo que respondí
— ¿Realmente te imaginas y crees en un Dios que quiera y haya hecho toda su
maravillosa creación para que unos seres tan ínfimos como nosotros le rindamos
glorias? La búsqueda de la gloria implica inmodestia o un orgullo muy grande lo que
se traduciría en inseguridad. No me cabe en la cabeza un Dios que necesite que lo
aplaudan todos al final para sentirse bien o realizado. Un Dios sentado en un trono
con el pecho bien inflado. ¿Para qué o para demostrarle a quién, si Él es Único y
Todopoderoso, no hay nadie sobre Él?
Andrea se quedó pensativa. Yo continué — Pienso que Dios nos creó así de curiosos
como Adán y Eva para que aprendamos a ser perfectos a través de la evolución de
nuestras vidas y de nuestra conciencia espiritual. Y tal gloria, no la veo en el sentido
que has expuesto, ya que no me lo imagino sentado en ninguna parte, sino más bien
en todas partes, sintiendo agrado por vernos mejorar como personas y sentirnos
crecer espiritualmente. Dios no castiga, uno mismo se castiga por consecuencia de
nuestros actos, somos seres espirituales, libres, nosotros mismos nos castigamos. No
hay un Dios castigador, Dios es amor. El pecado en si, es parte del proceso.
— Es increíble escuchar todo lo que acabas de decir —dijo luego Andrea—. Y es que
palabras muy parecidas he escuchado antes. Y ¿sabes?… yo….es que mi madre…
De pronto calló y se puso de pie. La noté extraña como si una pena muy grande de
pronto la ensimismara. Miró su reloj y dijo: “Ya me tengo que ir Marcelo, más tarde
me doy otra vueltita si puedo ¿sí?”. Dicho esto salió del cuarto sin decir más que:
“Bendiciones”.
El tiempo se pasó y no le conté sobre aquello que quería compartir con ella. Sabía que
ese día, ella se quedaba hasta tarde aquí en la clínica, eso me alegró ya que era muy
probable que volviera.

<====>

31
“Entre cadenas de necia avaricia”.

Un pavoroso grito me estremeció y un manto de luz oscura y plomiza salió por las
puertas de un cuarto de operaciones de donde un médico salía también. Yo,
petrificado, veía como aquel espectro oscuro se elevaba hacia el techo a unos metros
de mí como en contra de su voluntad. Se resistía frenándose en lo alto y volvía a
gritar aterradoramente, luego descendió con fuerza, se podría decir que chocó contra
el piso. Volvió a gritar con voz ronca, desgarradora y frente a mí, a unos diez metros,
se detuvo flotando sobre escasos metros del suelo para luego personificarse,
organizándose en una forma más humana. Se trataba de un espíritu, un cuerpo
resplandeciente de luz oscura entre negra y grisácea. Su imagen era la de un hombre
muy alto, fuerte y vigoroso. De pronto, sentí que se percataba de mi atemorizada
mirada. Su mirada de furia me transmitía una inmensa amargura y desbordada rabia.
Luego, se abalanzó vertiginoso sobre mí y tan solo opté por cubrirme la cara con el
brazo. Sentí como una energía caliente pasó a través de mi cuerpo. Volteé, este giró y
volvió a intentar lo que pienso era ingresar, poseer mi cuerpo, hacerlo suyo pero
tampoco lo logró. Luego, esta sombría presencia volvió a ser un manto que se perdió
por debajo de una puerta muchos metros más allá.
Así, salieron los doctores y enfermeras, no parecían muy consternados, solo
comentaban sobre la gran lucha que aquel hombre dio por no dejarse morir y su
aferro tan fuerte hacia su vida. Estos pasaron junto a mí muy tranquilos. Noté
entonces que ellos no habían escuchado los gritos, ni habían visto lo que yo, que para
ellos fue algo natural, simplemente era otra persona a la cual intentaron salvar
aquellos médicos, pero no pudieron. Seguidamente, me acerqué cauto a esas puertas
por donde salieron. Yo aún temblaba. Sobre la ventana de una de las puertas decía:
“Prohibido el ingreso - Sala de operaciones 3 y 4”. Miré hacia los lados y decidí
entrar. Caminé un par de metros y allí estaba un cuerpo sobre una camilla,
lentamente me acerqué al cadáver, este estaba cubierto por unas sábanas
ensangrentadas. Levanté lenta y temerosamente una, a la altura de su rostro. Sentía
escalofríos al verlo.

Su cara con la boca abierta dejaba saber lo mucho que había sufrido antes de morir.
Angustia y dolor se expresaban fuertemente marcados en cada uno de sus músculos
faciales. La otra sábana, la que cubría su cuerpo estaba empapada de sangre y fluidos
corporales. Luego, sentí pasos acercarse y me escondí detrás de un closet cercano.
Entraron dos auxiliares enfermeros y se lo llevaron de allí.

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Todo esto ocurrió después que Andrea se fuera de mi cuarto, pues había decidido dar
una vuelta, caminar, tranquilo por los pasillos, mirando personas pasar hasta que
encontré unas gradas. Luego, bajé por ellas unos tres pisos hasta llegar a un pasillo, es
allí donde al avanzar caminando curioso me vi luego, paralizado por aquel
desgarrador alarido.

<====>

“Un abrazo, semilla de amor”.

Ahora, otra vez de vuelta en mi cuarto, de pie, mirando ensimismado al vacío por la
ventana. Asustado, pensando en qué hacer, en cómo manejar esto que se manifestaba
tan inesperadamente en mi vida. Me estremecía recordar aquel calor cargado de rabia
que me atravesó lleno de ira y aquel grito furioso de tan colérica y extraña
manifestación espectral.

Claramente aquel espíritu se rehusó, no quiso dejar la Tierra, logrando de algún


modo evitar y vencer aquella fuerza divina que lo atraía hacia arriba. Su voluntad fue
tan grande, su rabia tan determinante y su querer permanecer aquí abajo tan
desesperante que hasta logró vencer y conformar una espectral y oscura figura
humana. Aquellas manifestaciones aparentemente vistas solo por mí eran como una
mezcla o apariencia de luz gaseosa inconsistente pero viva.
Me preguntaba: “¿Dónde estará?, ¿estará aún por allí abajo?, ¿y por qué se negaría a
subir y dejar este mundo?” Entonces recordé que de niños nos dicen que las almas
buenas se van al cielo, suben con los ángeles y que las malas se van al infierno, bajan.
Que el infierno está en el centro de la Tierra, allí donde le dicen a uno que habita el
diablo. Diablo con cuernos, cola y trinche, rodeado de fuego y lava ardiente, en donde
los malos se queman para siempre. Teoría que manejan los católicos y cristianos
fundamentalistas, teoría que obviamente no creo, puesto que no creo que exista el
diablo ni alguien que sea totalmente bueno o totalmente malo.
Además, este ente no bajaba, también estaba subiendo hacia esa cálida luz supongo.
Pero ese lugar allá arriba, era un lugar de paz, paz que se sentía desde su llamado,
desde su atracción, desde que uno abandona su cuerpo. Entonces… ¿por qué
negarse?, ¿qué motivo o cosa lo retenía aquí tan ciega y decididamente?

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Allí permanecí pensando a solas, confuso, hasta que llegó la noche, hasta que retornó
Andrea.
— Hola, ¿se puede? —dijo.
Volteé, acercándome lentamente a ella para saludarla, deseaba abrazar a alguien y
ella se mostraba como la más perfecta opción mas no quise asustarla o que se sienta
incomoda por tal necesidad y expresión de afecto y me rechace, y es que ella… no
sabía nada.
— ¿Pasa algo? —preguntó ella extrañada al ver mi cara desde la puerta, algo pálida,
confusa y preocupada.

Ella estaba radiante, se acercó a mí también al mismo tiempo que de su rostro se


borraba su sonrisa. Venía con el cabello hecho trenzas largas, a los lados de la cabeza
como cholita tierna de la sierra. El sobretodo abierto, dejando ver una ceñida blusita
guinda con uno de sus botones atractivamente abiertos por comodidad y su faldita
corta de mezclilla. Entonces me acompañó con extrañeza hasta mi cama. Callado, me
senté en el borde y tan solo la miré por unos segundos sin saber qué decir o por
dónde comenzar.

— A ti te pasa algo, ¿te sientes bien? —dijo mirándome a los ojos también, con mirada
curiosa, preocupada, y apoyó tímidamente los dedos de una de sus manos sobre mi
pierna.
— ¡Qué linda se te ve así de serranita, con esas trenzas y coloradita! —le dije, tratando
de entretenerme con su figura para volver a mí y pensar con más claridad antes de
contarle algo. Andrea se sonrojó un poco. — ¿De veras quieres que te cuente? —
pregunté ingenuamente.
— Sí, no pienso que sea tan fuerte como lo que yo he visto hoy —responde y empieza
a contarme lentamente como permitiéndome detenerla cuando quisiera—. Vi a un
hombre llegar por emergencias. Un hombre gritando, tenía sangre por todo su
cuerpo, había recibido tres disparos, dos en el pecho y uno en la espalda, lo
ingresaron corriendo a operaciones. No creo que se haya salvado. Parecía que se
trataba de una persona muy rica, pero también muy mala, eso escuché por allí.

Aquella narración me sorprendió y me dio pie para iniciar a mí. Entonces, empecé a
contarle detalladamente acerca de mi visión, cuando me encontraba en coma, y todo
lo que sentí, allí, en ese pacífico lugar. Le conté además, sobre los mantos de luz, lo de
la luz rojiza que salió de ese cuarto, lo de la luz blanca a lo lejos sobre la ciudad y

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sobre las dos luces que pasaron frente a mí por el ventanal y se perdieron más abajo.
Y le hice saber además lo que pensaba sobre ellas.

Andrea me miró perpleja y muy sorprendida, me dijo: “Esa noche… justo esa noche
abajo en maternidad nacieron dos niños, eran gemelos, yo los vi a la mañana
siguiente”. Estaba muy emocionada. Luego, le conté sobre el hombre que ella vio
llegar por emergencias. Le conté que lo vi en espíritu con todo su enojo casi chocando
contra mí y que le vi escapar perdiéndose por allí abajo. Entonces, su emoción fue
también transformándose en miedo pero se mantenía muy serena, eso me
reconfortaba, la sentía conmigo, me inspiraba mucha confianza ya que ella de alguna
manera me creía. Me apoyó, dándome crédito al contarme que algunas veces cuando
se quedaba hasta tarde cuidando a los bebes recién nacidos, oía cosas en el cuarto de
a lado; cuarto que es un depósito. Sentía como rumores o como llantos casi silenciosos
al pasar por las gradas cuando tenía que traer algo de por allí. Que le daba miedo
pero que nunca había visto nada y que además evitaba estar o pasar por esos sitios.
Que lo había comentado con las otras enfermeras y practicantes compañeras de ella y
que estas le habían dicho que sí, que eran almas de adultos y niños fallecidos.
— Por suerte hoy, solo me toca ir a cuidar a los niños de aquí arriba, allí todo está
bien. Además, la verdad sí me da algo de miedo, pero no tanto, ya que muy rara vez
oigo esas cosas por aquí. Más miedo les tengo a los doctores que se quedan de
guardia, son tremendos —se sonrió, y me sentí más tranquilo. Eso me animó.
— Y… ¿no hay doctoras o enfermeras traviesas que se den una vueltita por aquí? —le
dije mucho más tranquilo, aliviado al haber podido compartir con alguien aquello.
— Sí, pero no creo que te gusten —respondió dándome un pequeño pellizco en el
brazo.
— ¿Te puedo dar un abrazo?... De veras lo necesito —le dije, mirándola con cariño y
apego. Mi petición la tomó por sorpresa, con la guardia baja y su silencio me abrió
las puertas a un sí.
La abracé suavemente pegando su cuerpo al mío, no se resistió y tiernamente me
abrazó también. Sentí el aroma de su cabello y su perfume, así como el calor de su
cuerpo. Nuestros corazones latieron entonces intensamente en simultánea armonía.
— Gracias, ahora sí me siento mucho mejor —le dije, mucho más tranquilo.
Después de unos segundos, nos separamos con una mutua sonrisa de afecto.
Entonces, ella tomó razón del tiempo transcurrido y me dijo: “Déjame ir a chequear a
los niños, vuelvo en unas horas ¿sí?”. Luego, salió no sin antes decirme que me
acueste.

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Encendí la televisión. Las horas pasaron. La enfermera de turno me trajo la cena y mis
pastillas y luego, con mi corazón recordando el bello sentir del cuerpo de Andrea
abrazado al mío, me quedé dormido boca abajo. Horas después, siento entonces que
alguien apaga el monitor, la luz de mi lámpara y se queda quieta viendo, observando
todo mi cuerpo dormido por algunos segundos. Enseguida me da un beso en la
mejilla, el cual produce esa caprichosa chispa de luz, se sonríe al sentirla y se retira
silenciosamente. Era Andrea.

<====>

“Liberando penas, heridas del alma. Un llanto, alimento espiritual”.

Dos noches después, siendo alrededor de las ocho, la cena se encontraba sobre la
mesita. Terminé de comer y tomé la Biblia que me había dejado mi madre. Me senté
en la cama, al poco tiempo se apareció Andrea y dijo amistosamente: “Muy bien, así
te quería encontrar en la camita, y si estás sentadito y leyendo la Biblia, mucho
mejor”.
Ella no sabia que las noches previas me la pase, varias horas, pegado a la ventana
viendo como, de manera esporádica, luces de diferentes mixturas de color subían y
bajaban sobre el manto oscuro la noche. Y que lo que buscaba en la Biblia era alguna
respuesta a ello.

Pero ella había pasado de tan solo gustarme y desearla, a necesitarla y quererla. Un
sentimiento muy real e inquietante yacía en mí por ella, un sentir real y verdadero
que no esperaba. Es que así es el amor, se trata de dar sin esperar nada a cambio, eso
es lo que ella hacía conmigo. Aún no sabía si lo hacía por vocación, por ser esa su
naturaleza y personalidad o porque yo le agradaba más de lo que ella se había
percatado. Entonces, tan solo me quedé viéndola como magnetizado, pensando en
que si era cierto lo de las almas gemelas, yo deseaba que fuera ella por siempre la
mía.
— ¡Oye, despierta! ¿Por qué me miras así? —dijo cándidamente con una sonrisa.
— Discúlpame, estaba pensando en cómo haces para ser tan linda —respondí. Ella se
sonrojó y acercándose a mí tomó la Biblia sentándose a mi lado, en la silla de siempre.
Al mismo tiempo, dijo: “¿Sabes? te extrañé. Tengo media hora libre. Si gustas te leo o
si prefieres que te cuento un cuento”.

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— Me gustaría saber si puedo saber algo más sobre tu madre —tontamente le dije. Su
rostro se puso enseguida serio y triste.
— No, no creo que ese cuento te guste —dijo y entonces me quitó la Biblia y se puso a
pasar sus páginas sin saber qué más decir. Por lo que enseguida intervine cambiando
de tema: “¿Qué opinas, qué piensas de lo que te conté la otra noche, sobre lo que vi?”
Andrea se sentó.
— Sé que aquí en la Biblia dice que la muerte es algo natural, que los espíritus o
almas se van al cielo si es que estos han recibido a Cristo; allí esperan el día del juicio
final, momento en el que Dios mismo y Cristo juzgarán a todas esas almas. Entonces,
las buenas, las que recibieron a Cristo como su salvador, las que ya están escritas en el
libro sagrado de Dios se irán al cielo, a su reino para toda la eternidad y las que no
están en ese libro, es decir, todas las que no recibieron a Cristo se irán al infierno y
también por toda la eternidad. Sin embargo, antes de eso dice que Cristo volverá a la
Tierra, después de la tribulación y vivirá con los hombres por mil años, después de
haber derrotado y encadenado al diablo a manera de demostrar su poder a todos los
incrédulos. Después de esos mil años, Dios Padre, volverá a dejar libre al diablo para
ver si el hombre vuelve a caer en pecado y luego, como te dije antes, será el juicio
final. En resumen, eso dice la Biblia—respondió.
— ¿Y tú crees todo eso? —le pregunté.
— Bueno sí, eso dice la Biblia —respondió, pero no muy convencida. Además, su
ánimo no mejoró, se mostraba algo punzante y fría.
— Y…sobre lo que yo vi ¿qué piensas de eso? —pregunté tratando de que volviera a
estar como antes pero su actitud no cambiaba.
— En la Biblia también se menciona sobre los malos espíritus o demonios los cuales
deben ser alejados en nombre de Cristo. Pienso que tú, al recibir ese golpe se te
despertó un don muy especial: el de ver espíritus o algo así. Eso pienso —dijo Andrea
sin mirarme a los ojos, entretenida en los lomos de la Biblia.
— Bueno, yo no sé si todo lo que dice en la Biblia sea verdad —respondí entonces
muy sereno—. Dicen que la Biblia es inspiración pura de Dios pero Dios también me
dio un cerebro y yo encuentro muchas contradicciones de fondo en ella relacionadas
también al amor. Además, lo real es que tal libro fue escrito por hombres y hace
mucho, mucho tiempo, escrito sobre papiros que fueron hallados en cuevas, luego
seleccionados y por qué no, hasta editados por los hombres, hombres que tenían el
poder en esos tiempos, así que bien pudieron poner o quitar los textos que les
convenía y nadie me puede decir lo contrario. Yo creo en la Biblia pero no
ciegamente. Creo en su fondo y en la sabiduría de amor que enseña. Creo en Dios y
que Él es amor del más puro e incondicional y así como a nosotros nos tocó la Biblia

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pues a otros, en otras partes del mundo, Dios les dio otros libros, algunos más
antiguos y mucho más sabios.
— Es que no tienes fe —dijo ella en respuesta autómata y condicionada—. ¿Además
qué tiene que ver eso que dices con lo que yo te acabo de responder?—agregó.
— Es que fe en un libro no tengo. Y no creo que Dios tenga una libretita con los
nombres de los que se van a salvar. Tengo fe en Dios, fe en el amor, amor que puso
Dios en nuestros corazones, en el corazón de todos, todos los hombres del mundo.
Todos, tanto buenos como malos.
Su mirada cambió como sorprendida ante mi tono calmo pero desafiante y retador.
— Pienso que Dios y la verdad de su amor están por sobre todas las religiones y
libros —continué—. Las religiones son para mí mera creación del hombre y estas se
basan en el poder, el sectarismo, el miedo y la culpa entre muchas otras cosas más. Y
Dios para mí, no puede ser así. Dios no está en un libro, Dios está en tu corazón.
Ella intervino sin dejar de coger la Biblia diciendo: “Entonces, tú no crees que esta es
la Palabra de Dios”, y me miró esperando mi respuesta.
— La Biblia es una estupenda guía de vida, pero me temo que la mano del hombre
manipuló mucho por allí —le dije.
—¿Por qué dices eso?—preguntó otra vez intrigada, atenta y extrañamente
sorprendida.
— Dios es amor —continué—. ¿Cómo una muestra de amor sería permitir que el
diablo exista? El mal existe, nosotros los hombres con nuestro egoísmo, avaricia y
ambición hacemos tan bien ese trabajo que no veo la razón de la existencia de un
diablo. Al diablo y al infierno los creó la religión para que a través del miedo y no por
amor, hagas y creas lo que la religión quiera y así no te apartes de ella. El miedo o la
culpa no pueden ser un camino a Dios, eso es represión. Tampoco se puede o se
debería amar a Dios por conveniencia, o sea por ir al cielo. Uno debe amar a Dios, ser
como Jesús y dar amor no por premios o castigos, no por cielos o infiernos, si no
porque simplemente eso es lo correcto. Dios está en todos nosotros y al hacer lo
correcto nos damos amor, crecemos en amor y así nos acercamos a Dios y recibimos
su amor.

— Entonces ¿tú tampoco crees en el infierno? —preguntó ella todavía más


sorprendida. Ese “tampoco” inmerso en su repregunta, no lo entendí en ese momento
pero no se refería a ella misma. Y respondí.
— No, tal como lo pintan en la Biblia no, a no ser que lo que allí se menciona sea una
figura, un símbolo. Creo en todo caso que el infierno, está aquí en la Tierra. No debajo
de ella, el infierno se lo hace uno mismo aquí como consecuencia de nuestros propios

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actos. No creo que amor sea permitir que miles o millones de almas de personas se
estén quemando o se vayan a quemar por siempre en ese supuesto infierno, no creo
que Dios sea así.
— Pero entonces, los infieles, los malos, asesinos, violadores, etc. ¿adónde se van al
morir, según tú? —expresó ella poniendo énfasis en la palabra “infieles”.
— No lo sé, tal vez suben a donde Dios y allí se los reprende —respondí muy
tranquilo—. Se les muestra las cosas malas que hicieron y hasta tal vez se les dé otra
oportunidad, eso sería amor. Tal vez ese lugar de luz que yo vi, sea donde ocurre eso,
no lo sé, por qué no —le dije calmo y con mucho cariño—. Para mí Dios es amor del
más puro y desinteresado. La verdadera religión está grabada por Él mismo, en
nuestro corazón, así lo siento y es por eso que creo que Él no solo está allá en el cielo,
sino también aquí en tu corazón —dije esto último señalando y poniendo mi dedo
índice en el centro de su pecho—, en el mío y en el de todos. Pienso que tan solo hay
que aprender a escucharlo, quitando el egoísmo, la vanidad y la maldad de nosotros,
cosas que nos alejan de Él.
Entonces, me callé y ella se quedó en silencio por unos segundos.

— ¿Sabes…? —dijo algo contrariada y muy triste otra vez—. Mi madre pensaba casi
igual que tú.
Por primera vez, desde que nos conocimos, ella mencionaba a su madre.
Seguidamente se puso muy seria.
—Ella era cristiana evangélica como lo somos mi padre y yo —continuó con tono
muy apenado pero mirándome sin bajar la guardia—, fue una joven misionera, ítalo
norteamericana y hasta fue hippie en los setentas cuando tenía veinte años según ella
misma me contó. Era una idealista —lo dijo muy orgullosa pero enseguida la voz
comenzó a quebrársele y bajó la mirada—. Siempre estaba pensando en dar, en
ayudar a los más pobres; se molestaba cuando en la iglesia se la pasaban más en
cursos bíblicos, diplomas y cenas. Ella decía: “El principal mandamiento de Dios es
ama a tu prójimo como a ti mismo”. No solamente a ti mismo. Mi mami decía
constantemente que en vez de estar estudiando tanto la Biblia, de la cual también
tenía sus dudas, los cristianos verdaderos, los que sienten el amor y compromiso con
Dios, deberían salir e ir a ayudar, dar a los pobres y menos favorecidos, que el amor
era acción, solidaridad y no solo lecturas y cenas. Yo la amaba mucho, era muy
buena, la admiraba y quería ser como ella pero se fue, nos dejó, me dejó justo cuando
más la necesitaba.

Sus ojos se llenaron de lágrimas pero se los secó con desdén.

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— No pienso llorar nunca más por ella, no después de lo que nos hizo —agregó
enfáticamente y respiró profundo.

Andrea tenía muchos sentimientos en conflicto luchando en su interior, sentimientos


que ella misma prefería ocultar y evitar. Yo no sabía qué decir ya que se había abierto
una puerta en su corazón que no sabía si debía ayudarla a abrirla más o dejarla que
ella por sí misma lo haga. Le recordé entonces que ella me propuso contarme un
cuento, y se lo comenté tratando de hacer y decir algo.

— Cierto —dijo con tono otra vez desafiante, y actitud rebelde— pues ahí te va. Se
trata de Caperucita Azul. Ella estaba muy feliz ya que era el día de su clausura y
fiesta de graduación: un gran día. Su padre el Caperuzo, Rey Azul, no estaba en la
cuidad, había viajado. Ella, la Caperucita esperaba ansiosa a su madre y a su
hermanito para compartir con ellos ese momento. Traía un vestido muy bello y
coqueto, vestido que su madre le escogió y regaló, por lo que esperaba impaciente la
llegada de ella, ya que las demás madres de sus compañeras ya estaban allí. Sin
embargo, la ceremonia terminó y su madre y su hermanito nunca llegaron. Se quedó
sola —narró Andrea con sus ojos llenos de lágrimas y con voz entrecortada—. Su
admirada madre, la gran Reina Azul, había estado con su amante, tomando mucho
vino y al acordarse finalmente de su hija, corrió, pasó por su hijo y ebria se estrelló de
frente contra otro carro. Ella falleció, se mató y mató a su hermanito, un Principito
Azul de cuatro añitos.
Sentí entonces que ella ya no podía más y la abracé. Se echó a llorar emotivamente. Su
llanto casi silencioso se dejaba sentir, se había desencadenado una explosión
emocional retenida por mucho tiempo. Yo, en silencio, tan sólo la acompañaba sin
saber qué decir. Viendo además con sorpresa como todo el cuarto se iluminó de una
tenue luz blanca que se irradiaba desde su corazón. El silencio fue en esos extensos
segundos un compañero que nunca te traiciona.
— Yo no puedo creer lo que dicen que ella hizo —dijo después de varios minutos,
entre llantos y lágrimas con la cabeza recostada en mi hombro, llena de sollozos —,
ella no era una ebria, no puede haber tenido un amante— Y continuó llorando con
mucho sentir, pena y enojo—. Eso le dijo la policía a mi padre. Yo no sé qué creer, la
extraño mucho, no solo era mi madre, era mi mejor amiga, y mi hermanito, por su
culpa ya no está.

De pronto ingresó una enfermera al oír los llantos en el silencio de aquella noche, era
una enfermera amiga de ella.

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— ¿Qué sucede, nena? —exclamó sorprendida y la abrazó también. Andrea había
perdido el control, lloraba desconsoladamente sin parar, la carga se liberó sin freno
alguno, su cuerpo temblaba y sollozaba sin parar. Y yo la veía admirado y perplejo,
ella envuelta en esa luz la cual en el centro de su pecho era mucho mas intensa.

La enfermera me señaló el botón de la cama, el de llamado asistencial, lo presioné y


pronto llegó otra enfermera, la cual luego trajo rápidamente un vaso con agua y un
tranquilizante. Se lo dieron.
Ella tomó la pastilla y pidió determinantemente, casi ordenando que no llamen a su
padre. Seguidamente la recostamos en mi cama, en donde después de algunos
minutos se fue tranquilizando hasta quedar mansa pero cubierta de llanto y la luz se
disipó.

Ambas enfermeras en voz muy baja me llenaron de preguntas. Una de ellas, hasta
sugirió llamar a su padre a lo que la otra, la primera que llegó que era de más edad,
se negó. Esta misma me preguntó entonces si yo era su enamorado, a lo que respondí
que sí. Sabía que lo preguntaba para tener la confianza de dejarla allí en mi cama.
Luego, se le acercó y le dijo al oído que no se preocupe, que ella la iba a cubrir en el
trabajo.
Andrea estaba con los ojos abiertos, echada de lado abrazando la almohada y cubierta
por una sábana. Las enfermeras ya se habían marchado. Yo, sentado al lado de la
cama en la silla, tomaba su mano. El cuarto, semioscuro iluminado entonces tan
únicamente por la luz del pasillo. Ella me miraba, yo le acariciaba la mano y así
permanecimos.

<====>

“destellos…lazos de confianza”.

El silencio sobrecogió la escena en la habitación. Afuera, de vez en cuando se


lograban escuchar las sirenas de las ambulancias al llegar. Adentro, nos acompañaba
el sonido continuo de las hélices del ventilador que colgaba del techo.
Andrea continuaba abrazada de la sábana, como refugiándose de su tristeza, su mirar
como ausente pero fijo en el acariciar de mi mano sobre la suya, vulnerable. Mis

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dedos sentían su piel, esta era suave muy tersa y tibia, sus dedos frágiles, delgados
con las uñas ligeramente largas pintadas de blanco.
Pasaron varios minutos en los que yo pensaba también sobre la triste tragedia que
ella había pasado. La pérdida de su madre y de su hermanito menor, del cual
desconocía su existencia y al cual de hecho ella quería y extrañaba mucho. Se me
hacía muy extraño que una mujer con el perfil de su madre, una mujer tan idealista,
solidaria y de convicciones tan fuertes pudiera caer en la infidelidad y en el alcohol.
Tal pieza no encajaba en la imagen. Comprendía entonces su dolor, ya que ella no
podía creerlo, era lógico pero a fin de cuentas, la duda la confrontaba con
sentimientos de decepción y admiración, de amor y resentimiento, todos estos
sentimientos muy intensos y en constante lucha en su interior. Un conflicto interno
que la carcomía emocionalmente, razón por la cual lo evitaba, y lo sumergía en lo más
profundo de su corazón para no pensar en ello, tratando de que este no afectara su
vida, pero que de vez en cuando salía a flote, y la ahogaba en tristeza y desconcierto.
A pesar de todo, su amor y admiración hacia su madre, sus ansias de ser como ella
ganaban en el diario vivir. La iglesia y su padre juzgaban a su madre como adúltera y
débil frente al alcohol, argumentos que ella no podía creer ni soportar, pero que
aparentemente eran reales. A este dilema se le sumaba la culpa que ella le echaba a su
madre por la trágica muerte de su pequeño hermano. Culpa que no cabe duda era
alimentada por la inmensa y comprensible pena y la decepción por parte de su padre
y los miembros de su iglesia.
Todo esto por años, hasta que supongo con el tiempo fue olvidando y superando,
hasta llegar el punto en el que ese tema se dejó de tocar, para permitirse sanar,
tratando de cerrar las heridas, para que la vida pueda continuar.
Tragedia que se mantuvo apenas en el olvido, escondida y guardada hasta ese día,
día en el que por alguna razón ella decidió volver a recordar y por fin desahogarse.

—Mi madre y mi padre…se amaban y mucho pero no se llevaban muy bien— ella
comenzó a hablar tenuemente aún sollozante—. Tenían personalidades, formas de
pensar muy diferentes, lo que los llevaba a discutir de vez en cuando. Mi madre era
más abierta, tolerante e inteligente. Ella por amor evitaba discutir y pelear. Lo amaba
mucho, ella me lo decía constantemente. Los problemas eran sobre cómo veían ellos
la sexualidad y la libertad de interpretación bíblica o religiosa. Mi padre es un pastor
muy conservador, moralista, demasiado pudoroso y poco dado a mostrar sus
emociones, siempre piensa en el qué dirá la gente o sea su iglesia. Decía entonces que
teníamos que ser una familia que dé el ejemplo ante los ojos de Dios. Tenía muchos
tabúes contra el sexo y mi madre trataba de cambiar eso en él. Ella le decía siempre

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que estaba equivocado, era diferente, en todo momento trataba de demostrarle su
amor, lo abrazaba y besaba; pero si él se veía observado o cuando estaba en la iglesia
se rehusaba, alejándola cortésmente. Eso la hería mucho pero ella pacientemente
soportaba porque lo amaba… A mi madre le gustaba vestirse y verse bien femenina,
se cuidaba mucho, casi nunca tomaba y no fumaba. Siempre estaba muy linda para
papá. Ella tenía un corazón hippie, como ella misma decía, creía mucho en el amor y
la paz, odiaba la violencia y la banal ostentación. Recibió a Cristo tiempo después de
conocer a mi padre allá en Estados Unidos. Era mi mejor amiga, me contó sus
experiencias de cuando muy joven fue hippie, sus amores, luchas, etc. nunca me
ocultó nada, nunca —recalcó Andrea, mientras se secaba las lágrimas—. A ella podía
contarle… conversar de todo sin temor a que me juzgue. Si algo no le parecía bien me
lo decía y explicaba, me decía que había vivido mucho más que yo, que había
experimentado muchas cosas buenas y malas y que por ello tenía la autoridad y el
amor de aconsejarme para mi bien. Siempre me dio confianza, nos reíamos mucho
hablando de cómo eran los hombres, la pasábamos bien. Ella decía que el sexo era
algo bueno, un regalo de Dios siempre que se hiciera con amor y por amor, que era
algo muy bello, que debía hacerse con respeto y compromiso, que era del agrado de
Dios que nos amaramos y expresáramos todo nuestro amor siempre. Decía que una
debía ser fiel y amar desinteresadamente, que la intimidad debía tenerse solo con una
pareja, con la que frente a Dios, de corazón se juren respeto hasta el final. Íbamos de
compras juntas. Era muy divertido escoger y probarnos ropa, le encantaba que nos
viéramos bien. Ella también usaba el cabello largo, mucho más largo que el mío. Me
ayudó y apoyó cuando tuve mi primer novio, del quien sí estaba súper enamorada,
me aconsejaba y me decía que me cuide, que trate de no tener sexo todavía ya que
éramos muy jóvenes aún. Luego, sucedió la desgracia, los llantos y los reproches de
papá que llegó ese mismo día en avión. Lloramos mucho también la muerte de mi
hermanito y el total de la culpa de lo sucedido cayó sobre mi madre. Yo no creo que
ella haya sido infiel, si no estaba en la iglesia organizando labores de solidaridad,
estaba en los pueblos jóvenes ayudando, siempre sirviendo contenta —terminó de
hablar Andrea y se calmó.

Supe más adelante que el día del fatal accidente coincidió con el día de su
cumpleaños, lo que agregó dolor y encendía la pena cada año. Entonces, le pregunté
algo que me daba vueltas en la cabeza: por qué y en qué se basaron para decir que su
madre estaba ebria y que era infiel.

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— Su choque fue en la avenida San Borja Norte —respondió ella—, al estar entrando
en una curva, se quedó dormida y se dio contra un carro que estaba detenido,
malogrado. El dopaje etílico de la policía dio positivo. Al día siguiente otro pastor de
la iglesia que llegaba de Argentina dijo que la vio en el café del aeropuerto muy
alegre tomándose un vino con alguien, un hombre alto de tipo norteamericano.
Luego, la familia de mi papá, sus hermanas en particular y algunos amigos de mi
padre, pastores también y él, conjeturaron que ella se estaba viendo con ese señor.
Esas tías y pastores eran muy cercanos a mi padre, no eran del agrado de mi mamá,
según ella eran unos hipócritas cucufatos que vivían de la fe y buena voluntad de la
gente. Lo peor también es eso, es que nunca sabré la verdad, nadie dio nunca razón
del sujeto, ni de por qué mi mamá fue a verlo justo ese día, día que coincidentemente
mi padre estaba fuera de Lima, y yo, en el colegio con mis amigas inmersas en los
preparativos de la fiesta de graduación. Lo peor es que creo que nunca sabré
realmente qué sucedió.

Andrea había pasado cinco años viviendo en un tormento de dudas, reprimiendo su


dolor junto a su padre. Cinco años en los que la herida no sanaba porque su corazón
le decía una cosa y las evidencias, otra. Herida que nunca iba a sanar hasta que no se
sepa o se acepte una verdad. Entonces, se fue quedando dormida hasta que poco a
poco, se rindió al sueño y cerró los ojos. Me puse de pie, la despojé de sus zapatos y la
cubrí. Era alrededor de la media noche.

Salí entonces del cuarto por el pasillo en busca de su amiga enfermera. La misma que
luego me indicó que me podía echar a dormir en el cuarto próximo al mío. Luego, me
dijo que pasaría al amanecer para despertarnos ya que el turno de Andrea, “la nena”,
como ella la llamaba, terminaba a las cinco. Hora en la que normalmente salen y se
van a sus casas. Me despedí agradeciéndole la ayuda y la confianza.
Ya mi cuarto y después de darle un vistazo y de verla a ella dormir tan
profundamente, me dirigí al cuarto contiguo en donde me quedé dormido también.

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“Deseos de carne, miedos de luz y amor”.

Algo tira de mis sábanas, me despierta. A mis pies una figura de luz radiante e
intensa, se dejaba ver, era una imagen fémina, un ente luminoso de cabellos muy
largos que se mostraba flotando. Vestía apenas un ligero pijama, un baby doll, de
mixturas azules, tal y como todo su ser. Su mirada penetrante y la sorpresa de tan
bello e impactante espíritu de mujer me paralizaron.
Flotando, se posó suave, casi imperceptiblemente sobre mí, sobre mi cintura. De su
inescrupuloso mirar, destilaba intensa lujuria. Apenas podía sentir su cuerpo sobre
mí, pero ella continuó. Movió sensualmente su cabeza de lado a lado agitando sus
cabellos largos, sueltos y radiantes. Luego, volvió a mirarme directamente a los ojos
(los suyos eran grandes, azules e hipnotizantes), puso sus manos apenas sobre mi
pecho deseando tocarlo, era como sentir la caricia de una pluma. Su consistencia era
apenas material y su luz calurosa, la iluminaban completamente. Yo, muy quieto no
quería moverme, tan solo la miraba asombrado. Esta trató entonces de
desabotonarme el pijama, pero no podía, su cuasi materia luminosa no se lo permitía,
la punta de sus dedos se perdía desintegrándose al intentarlo. Renegó y emitió un
apenas perceptible sonido de molestia como un extraño gemir. Luego, se concentró
en sí misma volviendo a semimaterializar sus dedos, volvió a sacudir sus cabellos
sensualmente y a mirarme intensamente llena de deseo. Entonces, llevó sus manos
sobre sus muslos donde su pijama muy corta terminaba y se la levantó delicadamente
hacia arriba por encima de su cabeza quitándosela para mí, prenda que al despegarse
de su cuerpo se desintegró. Se quedó entonces desnuda, sus senos grandes y sus
cabellos agitados al igual que todo su cuerpo azul se fueron acomodando sobre mí,
lleno de una incomprensible pasión. Y luego, fue moviendo ligeramente sus caderas
como si imaginara o pretendiera sentirme íntimamente. De pronto, un grito rabioso
seguido de una sombría luz la tiró de la cama, la empujó y al mismo tiempo que huía
rumbo al pasillo, esta otra aterradora presencia se posó también sobre mí, su energía
era más fuerte.
Era el espíritu del hombre asesinado la noche anterior, quien furioso acercó su rostro
al mío amenazadoramente. Yo permanecí quieto pero ahora muy asustado. Este me
miró, su rabia era realmente aterradora, entonces me gritó fuertemente: “¡Mi
dinerooo! ¡Quiero mi dinero!”. El grito me movilizó del susto y agitando mis brazos y
manos logré hacer que se desintegrara. Se hizo un manto de luz y se fue furibundo
gritando por la ventana, perdiéndose en la oscuridad de la noche.

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Encendí la lámpara, con el corazón agitado y enseguida me quedé quieto,
pensando todavía temeroso que tal vez vuelva. ¿Será que el ser humano llega a
obsesionarse tanto en su vida con algo que esto termina cegando toda su razón y su
corazón? ¿Tal vez las ansias por el apego irracional al dinero, a lo material, las que
llegan a ser tan fuertes que no queramos absolutamente nada más que quedar así
esclavos de estos? ¿Será la ambición así como el poder los que pasan a dominar
negativa y totalmente nuestro ser, haciendo que perdamos de vista lo que realmente
es importante, lo que nos hace dejar de lado inicialmente a nuestra familia, a nuestra
esposa, hijos y hasta a nosotros mismos, de tal modo que perdemos nuestro camino,
nuestro objetivo místico y realmente trascendental como lo es nuestra evolución
espiritual y personal de amor hacia una esencia divina, hacia Dios?

En casi todas las culturas, pensamientos y religiones, el objetivo de fondo es el amor y


el llegar a conocer a Dios por medio de este. Pienso por tanto, que tal vez este espíritu
se negaba a sí mismo a su verdadera esencia por un apego material basado
ciegamente en la ambición y en la codicia sin freno. Tal apego al dinero, a sus
riquezas y al hecho mismo de haberse esforzado tanto, pero vanamente en
conseguirlo, sacrificando tantas cosas en el absurdo proceso y hecho de tener más y
más, hasta por fin lograr una riqueza que nunca jamás es del todo suficiente, lo hacía
resistirse amargamente a dejarlas, prefiriendo permanecer en la Tierra tratando de
encontrar alguna forma de poder finalmente disfrutarlas. Vagando así, lleno de
amargura e impotencia como un espíritu errante. Es lo triste de una cultura en la que
se nos enseña a competir más que a compartir, la cultura adictiva del ego en donde el
tener vale más que el ser. Por otro lado, también podría pensar en la culpa, a todos los
miedos y temores, al castigo por las transgresiones a la vida y a la moral que pudo
haber cometido esta persona en pos de su ambición. Ese miedo le daba una razón
más para no dejar lo terrenal. El temor al castigo, temor que tal vez aquel otro espíritu
de luz blanca azulina de forma femenina hacía que también prefiriera quedarse
rondando por los pasillos de esta clínica, manifestando su adicción a lo carnal, al sexo
desenfrenado. Este otro ser espiritual, tal vez, en vida terrenal se entregó a los
placeres carnales como forma y estilo de vida, o tal vez murió en pleno disfrute de
ellos, quién sabe si por única y última vez, por lo que luego, el gran temor y miedo a
pagar por ello, por la culpa, tonta culpa impuesta por la sociedad desde que somos
niños, hizo que ella, por evitar el agobiante castigo eterno, se quedara negándose a si
misma, también, al amor de Dios por ignorancia, lo que ahora le dejaba como falso
consuelo el intentar noche a noche volver a hacer y disfrutar algo que su naturaleza,
ahora espiritual, ya no le permitía, cayendo al final en soledad, desesperación, dolor y

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sufrimiento. Todo esto por temor e ignorancia, conceptos utilizados y alimentados
por siglos por nuestra cultura y religión para mantener el poder de unos cuantos
desgraciados, ajenos estos a Dios.

Juan Pablo II en sus postrimerías dijo: “No tengáis miedo ni temor”. Jesús dijo: “La
verdad os hará libres”. Las culturas del miedo y la ignorancia utilizadas por y para el
poder se mantienen y transmiten hasta hoy. Dios no castiga, no hay que temerle por
más mal que hayamos hecho, si Él es amor nos enseñará y perdonará. Así, fui
quedándome dormido nuevamente por un par de horas más hasta que amaneció.

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“corazones que se abren… se saben amar”.

El clima, típicamente limeño, nublado y húmedo al inicio. Eran las 05:20. No hacia
frío ni calor, Andrea se encontraba todavía dormida. Abrí las cortinas un poco,
entonces Gloria, su compañera ingresó y la despertó con una pequeña dosis de
cosquillas en el oído con la puntita de un papelito como una especie de juego entre
ellas el de despertarse así, ya que Andrea apenas lo sintió se despertó, y sin todavía
abrir los ojos pronunció su nombre, echándose para el otro lado como no en
resistencia a levantarse, pero enseguida salió de la cama directo hacia el baño, sin
decir palabra alguna.
— Enseguida deben estar por aquí las enfermeras para traerle sus medicinas —me
dijo Gloria amigablemente, al verme de pie y quitó las sábanas de la cama—. Espero
se esté recuperando pronto.
— Gracias, hoy debe venir el doctor también para darme de alta, al menos eso espero
—le dije.
Luego, ella se acercó a la puerta del baño y tocándole dijo: “Nena., ¿te vas en taxi o
trajiste tu carro?, ¿vamos o te vas a quedar? Yo tengo que irme ya corazón”. Parecía
apurada. “En taxi”, respondió Andrea y al mismo tiempo se escuchó el abrir del agua
en la ducha.
— ¿Te vas a bañar? —dijo ahora Gloria sorprendida.
No se oyó respuesta, entonces ella, se despidió de mí, y me pidió que la despida de la
nena ya que no podía esperarla. Me pareció algo extraño que Andrea se tomara un
baño en mi cuarto, pero sus razones tendría. Pocos minutos después salió Andrea,

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tenía el cabello mojado hecho un moño hacia arriba, sus ojos aún irritados, rojos de
tanto llorar, tomó su bolso y metió algo en él, algo que pude distinguir apenas, era de
tela, algo pequeño y blanco que estaba en el bolsillo de su sobretodo y que apretado
en su puño sacó para meterlo en su bolso con sutil rapidez. Entonces, todas mis
preocupaciones y temores se desvanecieron al saberla estando conmigo allí en su
faldita corta y sin calzoncitos.
— Espero te sientas mejor —le dije inmediatamente con amabilidad y cariño—,
dormiste como un tronco —sonreí.
— La verdad sí, mucho mejor, disculpa más bien por las molestias y por quitarte tu
cama. ¿Dónde dormiste? ¡Qué pena! —dijo preguntando algo avergonzada y
alistándose para irse.
— No te preocupes, dormí al lado, tu amiga Gloria me indicó que ese cuarto estaba
vacío.
— ¿Dormiste bien? —preguntó.
— Bueno, sí —respondí inseguro, nuestras miradas entonces se buscaron. Yo no
quería incomodarla nuevamente con el tema pero ella era mi único apoyo. Sus ojos se
fijaron en mi expresión y dijo: “¿Qué, volviste a ver algo?”. Su mirada se tornó ahora
preocupada, llena de interés. No respondí nada, tan solo le di un beso en la mejilla
despidiéndome e ingresé ahora yo al baño. Estando allí, confirmé su estado y el por
qué su cuerpo y su ánimo estaban tan sensibles. Me duché también y salí envuelto en
una toalla a la cintura pensando que ella ya no estaría pero aún estaba allí. De pie, se
encontraba mirando por la ventana, volteó entonces y me dijo: “No sé si tú quieras o
no contarme lo que viste anoche pero a mí si me gustaría oírlo. Sé que te hace bien
hacerlo, esa confianza de tu parte me gusta, por eso yo también te conté lo de mi
madre. Me ayudó mucho, no te imaginas cuanto”.

En ese momento, entró la enfermera de turno y el doctor. Andrea salió del cuarto
abrazada a su bolso algo molesta. Noté entonces que se iba sin despedirse.
Me puse una camiseta, unos jeans, y salí tras ella, dejando tras de mí, la sorpresa y el
llamado del doctor. No la llamé, solo la seguí perdiéndose ella tras las puertas del
ascensor, el cual se la llevó abajo. Se iba a casa, nunca antes había corrido tras
ninguna mujer, quería estar con ella, no quería dejar que se vaya así, sentía que me
necesitaba. Ella se había abierto emocionalmente a mí, estaba muy sensible y no
podía defraudar esa confianza, mucho menos ahora, cuando sus hormonas y
sentimientos la afectaban tan susceptiblemente.

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Me dirigí entonces apresurado hacia las escaleras para alcanzarla. Rápidamente
llegué casi al primer piso cuando tropecé y caí algunas gradas hacia abajo
golpeándome contra un tacho de basura que contuvo mi caída. Me puse de pie, algo
adolorido y corrí por el pasillo buscándola con algo de dificultad pasando entre la
gente que entraba y salía., hasta que unos metros más, fuera de la clínica la vi ya
sobre la vereda deteniendo un taxi. Apresuré entonces el paso hasta llegar al
automóvil al que ella ya había ingresado. Enseguida le toqué la luna. Andrea volteó
mirándome sorprendida, haciendo detener la marcha y bajó la luna.
— ¿Qué haces aquí afuera?, tú no deberías salir todavía de la clínica —dijo firme pero
con los ojos llorosos, dejando la ilusión en el aire, al dejar escapar una tímida sonrisa.
— Abre, por favor, no volveré a mi habitación hasta no acompañarte a tu casa —le
dije muy decidido.
Ella entonces subió el pestillo y yo ingresé, la miré apaciguado. Ella me abrazó,
abrazo que muy aliviado correspondí enseguida. Seguidamente el taxi reinició su
rumbo, yo me sentía agitado, con un pequeño dolor en la rodilla por el golpe pero
satisfecho por tenerla a mi lado.
— ¿Sabes loquito? —dijo mientras acomodaba su cabecita sobre mi hombro—.
Disculpa que esté así, es que ayer fue el último día de mi periodo y a eso se suma que
una noche como la de ayer…falleció mi mama y mi hermanito. Yo escogí ese turno
justamente para estar ocupada y no pensar, ni recordar aquello y así distraer mi
mente trabajando como lo hice en los últimos dos años y es que por estos días me
pongo muy triste, cosa que no me gusta –dijo sacando su celular del bolso—. Hasta
apagué mi celu para que nadie me lo recordara.

Recordé al momento que el accidente fue según me contó el mismo día de su


cumpleaños. Ella había pasado su aniversario de nacimiento conmigo y yo,
despistado, recién caía en la cuenta. En un primer momento quise felicitarla por su
día y decirle “Feliz cumpleaños”, pero no me pareció atinado, así que solo la apreté
un poquito hacia mí y le di un beso en la frente. Creo que ella entendió el mensaje.
Encendió su celular revisando sus llamadas y mensajes.
— No hay ninguno de papá —dijo—. A propósito...no tengo tu número de celu, ¿me
lo das y te timbro para que tengas el mío, sí?
Se lo di enseguida
— Eres muy lindo, Marcelo. Además, me haces recordar a mamá en tu forma de
pensar. Pero lo mejor es que…siento que puedo confiar en ti y te agradezco mucho lo
de anoche.
Entonces, busqué su mano en señal de afecto.

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— ¡Mira, tienes un corte! —dijo tomándome de ella. Era un corte debajo del dedo
meñique producto de la caída contra el basurero, me sorprendió a mí también, no era
muy profundo pero ya había manchado mi pantalón con varias gotas de sangre.
— Señor, ¿tendrá por casualidad papel higiénico? —preguntamos al taxista al mismo
tiempo.
— No, señorita, pero tengo un trapito —dijo el taxista mostrándolo sobre su hombro.
Manchas de aceite y grasa lo adornaban.
Andrea entonces, abrió rápidamente su bolso e introdujo mi mano en él. Era un bolso
beige de cuero.
— ¡No mires! ¡Mira para otro lado, hay cosas aquí que no debes ver! —dijo
ordenándome tiernamente al ver que yo miraba mi mano perdiéndose en su bolso
abierto y descubierto.
— Ok, pero no es grave —le dije tranquilo.
— Sí pero ese trapo está muy sucio y aquí tengo algo para cubrir y detener el
sangrado —ella respondió.
— ¿Tienes algodón allí? —pregunté mirando por la ventana haciéndome el tonto.
— Sí, algo así, pero no mires ¿ah? —insistió.
Dejé mi mano suelta dentro del bolso el cual estaba sobre sus piernas, sentía como
sujetaba mi mano y como la cubría haciendo leve presión sobre la herida con algo
suave pero que no era algodón. Algo metálico rozaba mis dedos, eran sus llaves, las
que sacó y puso a un lado junto a su celular. Luego, sentí fuerza en sus manos,
parecía intentar romper algo. Era una toallita higiénica que tenía el interior de
algodón y que utilizó para recubrir mi herida.
—Ya detuve el sangrado —dijo totalmente concentrada en lo que hacía.

El taxista aceleró la máquina, supongo que por temor a que le manchen los asientos.
Sentí entonces algo suave, era una delicada tela con costuras que se sentían al rozar.
Asumo que era su calzoncito, me emocioné al recordar y al saberla allí sentadita en
faldas, junto a mí sin bombachitas. No pude dejar de imaginar cómo se veía su
intimidad libre, tibia, preciosa y mis manos tan cerca de ella, sobre sus muslos los
cuales sentía claramente a través del cuero de su bolso. Ella levantó la vista hacia la
ruta, al parecer ya estábamos cerca. — De la próxima esquina a la derecha, la tercera
casa blanca, por favor —le dijo al conductor.

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Capítulo 3

“Un encanto y luego un lamento”.

Su casa era blanca con jardines hacia fuera, ventanas grandes al frente y un gran
sauce dando sombra sobre la entrada.
— Vamos —me dice. Yo la sigo—. Hay que curarte ese corte.
Entramos. Unos ladridos agudos nos reciben, se trataba de un perrito chascoso color
blanco que movía la cola efusivamente, parecía un peluche con vida.
— ¡Silencio Chiquito! —dice ella levantándolo y abrazándolo cariñosa—. Hazle
cariñitos y deja que te huela para que deje de ladrar— Me pide acercándolo a mí y
luego lo pone sobre el piso.
Pasamos por un comedor hasta llegar a una sala. Todo estaba muy limpio y
ordenado. El piso era de madera muy brillante.
— Siéntate allí —me dice amable y me señala el único sillón libre de cosas ya que al
parecer habían estado limpiando. Es un sillón de cuero negro ubicado justo debajo de
unas gradas de madera que daban a un segundo piso. Algo apresurada, Andrea se va
a la cocina, cuya puerta estaba unos metros más allá.
— ¡Juanita, Juanita! —parecía llamar a la empleada supuse, mientras ella buscaba
algo por allí. Luego, pude oír como granos caer sobre algo metálico—. ¡Chiquito, ven
a comer! —ordenó llamando a su perrito, el cual estando a mis pies salió corriendo
con dirección a la cocina. Ella salió y subió por las gradas de madera y hierro que
dividían la sala del comedor.
— Marce, espérame. Ya bajo con el botiquín —me dice.
No tuve más que levantar la mirada para ver que efectivamente no traía nadita por
debajo de la falda. Esos segundos fueron eternos. Mi corazón se disparó a mil
revoluciones, sentí enseguida muchas ganas de estar con ella en las estrellas.
Casi enseguida bajaba ya, y yo volví a levantar la vista, esta vez pasó más de prisa
pero igual alcancé a ver esa parte libre, desnuda y linda de su cuerpo. Hice una
imagen, como una foto de aquella exquisita escena guardándola entonces, en mi
memoria.
Puso el botiquín sobre la mesa, trajo una silla del comedor y sentándose frente a mí,
comenzó enseguida a curarme delicadamente. Mientras lo hacía conversamos. Le
pregunté sobre su padre, del cual me dijo que llegaba a casa por las noches y que
algunos días almorzaban juntos aquí y otros en la calle cerca de la clínica, que todos

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los domingos se iban desde temprano a la iglesia, a la cual me invitó a que la
acompañase, que también allí veía a mi madre y a mi padre de los que me hablo
afectivamente. De pronto, se escucharon llaves que abrían la puerta. Era Juanita, y sí
era la empleada que volvía de hacer compras. Traía un ligero paquete en los brazos.
Nos saludo tímida y muy respetuosa al pasar.
— ¡Ya, ya está! —expresó animada al terminar de pegar el último esparadrapo sobre
la gasa con la que cubrió mi herida.

— Joven Andreita, ¿puede venir un ratito? —dijo Juanita desde la cocina. Andrea se
paró de mi lado dirigiéndose a ella, un minuto después salió muy contenta con un
regalito en las manos. Puso carita tierna, se veía ya mucho más tranquila. Por lo
visto, la catarsis emocional de anoche, le había hecho realmente mucho bien. Su carita
se mostraba radiante, pese a tener aún los ojitos algo irritados. Yo me puse de pie. Era
hora de irse.
— Bueno me voy —le dije—, te veo mucho mejor y eso me alegra, camaroncita. —En
realidad, no quería salir de allí, pero sentí que debía hacerlo. Yo la había acompañado
a casa. Ella me había curado. Era hora de irse. Sin embargo, estar con ella era lo mejor
que me estaba pasando. Entonces, estando ya en la puerta dije: “¿Te sería de mucha
molestia prestarme tu baño un segundo por favor?”
Enseguida aceptó a mi no tan urgente pedido y subimos las gradas puesto que juanita
se encontraba limpiando en baño de la sala. Ella me llevó al baño de su cuarto y me
pidió que espere fuera un momento. Un librero amplio y alto de madera lleno de
literatura médica yacía a un lado de su cama, la cual llena de peluches descansaba en
una amplia y abrigadora alfombra, y al otro lado, sobre su cómoda una foto de sus
padres y su hermanito.
Me atrajo entonces ver otra foto de ella muy pequeña, abrazada de su madre. Ambas
sonrientes y alegres. Me quedé viéndola prendado por unos minutos, mientras ella
muy de prisa abrió un par de cajones de los cuales escogió algo de ropa. En aquella
foto el tiempo y lo tristemente sucedido no habían hecho mella. Allí se había
congelado los segundos, minutos horas y años, capturando por siempre un
indestructible lazo de amor.

Andrea salió del baño. Vestía ahora una remerita blanca muy justa con un Snoopy en
el pecho y unos jeans que le quedaban más que perfectos.
— ¡Señorita! —La llamó Juanita desde abajo, ella salió y mis ojos no pudieron dejar de
ver sus caderas enrumbarse prestas, hermosas hacia abajo por las escaleras.

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Enseguida ingresé al baño, no sin antes dejarle una nota debajo de su almohada. Tan
solo le puse: feliz día, un gracias y mi nombre ya que lo hice muy de prisa. Quería,
que lo viera al acostarse a manera de sorpresa, para que pensara en mí.
Me paro entonces frente al lavadero, abro el caño y me refresco el rostro,
aprovechando también poner en orden mis cabellos y mis ideas. Un tenue llanto de
pronto me sobrecoge. Agudizo el oído, cerrando al agua. Efectivamente, era un llanto
proveniente del cuarto contiguo. Siento algo de temor, el lamento es muy triste y
melancólico. Salgo despacio y camino lentamente, silenciosamente hasta llegar a ese
otro cuarto. La puerta cerrada, era blanca con filos dorados. Tomé la perilla con sigilo
y la giré muy despacio abriéndola milímetro a milímetro, lo suficiente para poder ver
en su interior. Sentía temor pero sospechaba de quién se trataba, era el llanto de una
mujer.

Era su madre. Un espíritu blanco y azul intenso que iluminaba toda esa habitación,
sentadita al borde de la cama; una cama grande. Lloraba y se lamentaba tristemente
casi en silencio. Sus manos le cubrían el rostro, como tratando de silenciar y contener
su pena y dolor. Era muy bella. Tenía puesta una sobria bata de casa y el cabello
suelto y largo. Enseguida al no querer ser visto, volví a cerrar la puerta y me quedé
de pie junto a ella, pensaba en si podía hacer algo mas no se me ocurrió nada. Todo
me era muy confuso y desconcertante.

Me alejé entonces pensando en ella y en su madre también. Me preguntaba si decirle


lo que había visto a Andrea, pero enseguida la vi mientras subía por las gradas,
seguía contenta y no quise interrumpir su sonrisa por lo que decidí pensar luego y
con más calma en ello.
— Andrea, me voy ahora sí —le dije al encontrar su mirada.
— ¿Estás bien? Te noto… diferente —me dijo bajando las gradas. Mi rostro me
delataba, era mucha pena contenida en ese cuarto, un sentimiento tan fuerte que
afectó mi estado de ánimo. Le dije que sí, que me sentía algo agotado, que mejor
retornaba ya a la clínica de donde había salido sin el permiso de alta y ella lo sabía.
Enseguida, me acompañó a la puerta, luego salimos caminando a la vereda, ella
cargaba y acariciaba a su perrito contenta, pasó entonces un taxi en el cual me fui, no
sin antes recibir un beso en la mejilla de su parte y una nariz fría de parte de
Chiquito, su perro.

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53
“conflictos de fe, celos y orgullos”.

Siendo poco más de las nueve de la mañana, fui llegando a mi cuarto, en la clínica.
Siento hambre y sed. Entro, veo mi cama, todo está ordenado, todas mis cosas sobre
una silla y una enfermera hablando con mi madre.
— ¿Hijo, dónde estuviste? —dice mi madre algo moleta pero sobre todo preocupada.
La saludo con un beso.
— Tuve que salir, era algo importante para mí. No te preocupes madre, estoy bien.
— Marcelo, tu doctor está muy molesto —dijo Mario, el padre de Andrea, con tono
áspero—. Te fuiste sin decirle nada, eso es una falta de respeto. No estuvo bien como
tampoco está nada bien que leas estas revistas —dijo esto señalándome las Playboy y
aprovechando la ola de preocupación y llamados de atención, así como de su
“impecable autoridad moral”. Y con el tono de voz más alto continuó—. Estás en una
clínica cristiana y me estás haciendo quedar mal.
Lo miré, entonces, con desdén. Controlé mi respiración para no entrar en enojo
mientras reacomodaba mis cosas. No deseaba discutir con él. Mi madre salió.
— Además, me dice la enfermera que saliste corriendo tras de mi hija ¿Es eso cierto?
—preguntó reclamante y muy celoso.
— Sí, su hija estuvo aquí, durmió aquí, en esta cama — respondí, con calma pero
mirándolo directamente a los ojos, algo molesto, él me miró frío y con gran
sorpresa—. Sí, aquí en mi cama y no empiece a juzgar ni a pensar mal de ella que
ustedes, los “seguidores de Cristo” es lo primero que hacen. Andrea estuvo aquí
conmigo toda la noche y lloró mucho. Se desahogó por horas por la muerte de su
madre, su esposa –recalqué y luego bajé el tono—. Pienso con todo respeto que usted
debería ser menos egoísta, debería pensar más en su hija. ¿Se acordó que anoche fue
su cumpleaños? Usted solo piensa en usted, en su reputación, en lo que dirá la gente
y se olvida de lo que siente y piensa su hija acerca de lo que sufre y sufrió, y que
anoche después de cinco años, por fin pudo descargar su corazón encontrando en mí
a alguien que simplemente la escuchara sin juzgar ni cargarle más las culpas y
reproches a su madre, madre a la cual extraña, ama y le hace mucha falta.
— Pero… tú no eres cristiano —contestó vacilante y desconcertado—. No sabes de
Dios ¿Por qué contigo? —se preguntó mirándome y bajando la guardia.
— Tal vez por eso mismo. Que yo no sea de su iglesia o de su religión, no quiere decir
que no crea en Dios o que no sea hijo de Dios —le respondí más calmado.
— Tú no sabes nada de Dios, no has recibido a Cristo, no lees la Biblia, no crees en la
Palabra —dijo alterándose nuevamente, juzgando sin saber nada de mí y prosiguió—

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Sí, hemos sufrido mucho por culpa de su madre a quien Dios la castigó por ser infiel.
Cristo Dios usó, permitió ese sufrimiento para librarnos de su pecado y acercarnos
más a Él —dijo visiblemente ofuscado y levantando la voz nuevamente. Entonces,
tomé uno de los libritos cristianos que me había traído antes: “¿Por qué un Dios bueno
castiga y permite el sufrimiento?” decía el título.

— Usted cree en un Dios de castigo –respondí—, yo creo en un Dios de amor. Yo no


encuentro amor en ese Dios que pintan ustedes, los cristianos. Job, usted de seguro
conoce su historia. ¿Usted cree que un Dios de amor permitiría todo lo que sufrió Job?
¿Permitir que el diablo, ese de cuernitos y cola, le quite todo, posesiones y familia,
solo por demostrarle al diablo que Job si le era fiel y lo quería?... ¡Por favor! —dije ya
algo molesto—. Dios no tiene que demostrarle nada a nadie. El diablo no existe, no es
nada, es solo una creación de las religiones y estas religiones todas ellas son
creaciones humanas. Dios está por sobre toda esa basura. ¿Usted como amoroso y
buen padre que es permitiría que cinco abusadores violen a su hija frente a su vecino
y ante sus propios ojos, únicamente para demostrarle a su insignificante vecino, que a
pesar de todo, su hija lo ama? ¿Usted encuentra amor en eso? Si el permitir ese
sufrimiento es amor… ¿entonces usted cree que Dios, el Todopoderoso Dios quería
ver que el diablo lo aplauda? Y este le diga: “Uy, tienes razón, este pobre Job, sí te
ama” ¡Qué insensatez! Yo creo que si eso es así…pues más bien el diablo debió estar
revolcándose de la risa por lo que consiguió.
— ¡Tú no conoces la Palabra! Estás blasfemando contra Dios —dijo Mario con los ojos
especialmente abiertos, casi colérico, irritado y muy molesto.
— Dios no necesita de demostraciones ni de aplausos, Él no está bajo el dominio del
ego humano —le dije controlándome nuevamente y más sereno—. Él no es humano.
Él es Dios. Él es solo amor, no castiga ni permite sufrimientos. Los sufrimientos son
causa del propio hombre, de sus propios actos y de la vida misma y si en todo caso
los permite no es para castigarnos si no para que aprendamos de ellos. A su esposa
no la castigó, ni a su hijo. Él ama y perdona no castiga. Y ni usted ni nadie tienen en
derecho de juzgarla y menos sin estar totalmente seguros de lo que pasó. Es más fácil
para ustedes los cristianos fundamentalistas echar culpas que tomar propia
conciencia. Somos seres con un cerebro, libres de pensar, de obrar —continué
calmado pero algo más agudo—. La Biblia es solo una guía. No puede ser para nada
la absoluta verdad. Busque a Dios en su corazón no en un libro. Su esposa está
sufriendo mucho y su hija también, ambas lo necesitan. Necesitan amor y no
reproches. Piense en ellas más que en usted.
Respiró profundamente y ya sin decir más, se retiró.

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Ya a media tarde, termino de almorzar. Tomo mi celular y reviso si el mensaje de
texto que le había enviado a Andrea momentos después que su padre saliera de mi
cuarto donde le había dado cuenta de lo sucedido con su progenitor, le ha llegado.
Entonces, dejo mi celular sobre la mesa y me pongo a ver el techo pensando en todo
lo que estaba sucediendo; en la claridad y seguridad de mis últimas respuestas
dogmáticas, pero por sobre todo en el sufrimiento en la madre de Andrea. Ella al
igual que los otros espíritus, había decidido quedarse, pero no por miedo o avaricia.
Miedo no me parecía posible, ella no parecía ser una pecadora compulsiva, muy por
el contrario según lo informado por su hija, era una madre muy buena, amorosa,
compasiva con los niños pobres y muy servicial. Tampoco creía que lo que se le
imputaba fuera cierto.
Luego pensé que sea cual sea la razón por la que algunos de nosotros nos resistimos a
subir hacia aquella luz de tan sublime paz, tendría que ser una muy poderosa y
determinante razón, una que sea tan fuerte y motivadora que logre romper ese lazo
de paz y amor, el mismo que yo había experimentado de manera tan grande. Yo no
soy un santo ni una sombra de ello, pero en mi corazón no nació ningún motivo para
negarme o resistirme, es más, yo no deseaba dejar de sentirme allí, en esa luz que
apenas me rozó con un beso, iluminando mi confusa conciencia.

Por tanto, no me quedaba todo claro, pero igual, sentía que decirle a Andrea acerca
de lo que vi en su casa podría resultar muy importante para aclarar el misterio del
accidente de su madre y para el desarrollo futuro de su propia vida. Pensaba en ello
sin saber qué hacer, me decía que tal vez debiera esperar por el momento y la
circunstancia adecuada para ello. Y así pensando en aquello me quedé dormido.

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Capítulo 4

“La belleza de un cuerpo a través del sol…espíritus besándose, cuerpos que temen
perderse”.

Vibra y vibra mi celular, el cual me despertó de una reconfortante siesta. Es Andrea.


Me saluda muy animada y contenta, dándome las gracias por la nota y que sí vio mi
mensaje en su celular. Luego, me pregunta sobre mí y sobre qué me dijeron al volver
y si ya estoy en mi casa o dónde. Entonces, contento le respondo y le cuento que
saldré recién mañana por la mañana. Ella me dice luego que está ya por salir de la
universidad y que viene a que le cuente lo sucedido con su padre ya que aún no lo ha
visto. Luego, se despide amistosamente y cuelga.

Entonces, me levanto de cama, todavía adormecido y atolondrado por el calor. Salgo


por el pasillo, camino hacia el gran ventanal que da de frente a mi puerta. Es una
calurosa pero tranquila tarde de verano. Regreso a mi cuarto, me quito la bata e
ingreso al baño para refrescarme.

Luego, prendo el ventilador del techo, me pongo tan sólo un nuevo pantalón de
dormir y una limpia y fresca camiseta blanca. Y enseguida pienso que mejor me tomo
todo esto como unas inesperadas vacaciones, ya que si me pongo a pensar en la
cantidad agobiante de trabajo que me espera pues empezaría a preocuparme. Así que
lo mejor es disfrutar de todo esto lo mejor que se pueda y que cada día con su afán.

Tampoco quería volver a pensar en mi nueva y repentina percepción, en aquella


especie de sinestesia de tipo espiritual ni en todo lo relacionado a ella. Tan solo me
puse bien cómodo, le subí al volumen del televisor, estiré mis piernas hacia a la
puerta y al ventanal, dejando que el tiempo pase tranquilo. Así estuve por una media
hora viendo y recordando lo que se siente al correr tabla, deporte que practiqué en mi
niñez, hasta que llegó la enfermera de turno la cual entró con el cochecito de las
pastillas. Bastante robusta y cortés me sirvió un vaso con leche y me alcanzó mis
rutinarias pastillas. Después de ver ella misma que las tomara, se fue. Su cuerpo
amplio y voluminoso casi cubría todo el ancho de la puerta. Al irse, me permitió ver
con deleite y paz como la luz del sol ingresaba de frente, por el gran ventanal circular

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del pasillo, ya algo tenue pero muy cálida y majestuosa. El sol como una gran
naranja rojiza llegaba casi al ocaso, parecía darle un beso al mar para dormirse en sus
aguas, reflejando matices de colores naranjas y amarillos a lo largo del cielo sobre el
horizonte de aquel silencioso mar.

De pronto, a lo lejos una repentina y preciosa silueta femenina salió caminando hacia
el pasillo. Aquella joven mujer con el sol, el cielo y el mar a sus espaldas venían
siendo un paisaje de ensueño. Ella traía un fresco vestidito ligero, suelto y corto, el
cabello libre y un caminar lento y sensual que agitaba las telas de sus regazos, al
capricho del aire, a cada paso. Los rayos solares provenientes del ventanal delineaban
acariciando toda su perfecta silueta, la cual se veía como un ángel de cabellos
castaños oscuros pero brillantes. Se acercaba cada vez más hacia mi puerta hasta que
por fin pude ver su rostro. Era Andrea, más linda y bella que nunca. La misma que
llegando al marco de mi puerta se detuvo por unos segundos, luego levantó su carita
y sonrió mirándome tierna e inocentemente sin percatarse de lo que el maravilloso y
cómplice astro rey me mostraba con sus rayos. Estos se filtraban a través del vestido
que cubría su piel, el cual terminaba apenas sobre sus rodillas. Era floreado y
delgado, y permitía traslucir toda la figura de su cuerpo, la silueta de sus exquisitas
caderas, de sus contorneados muslos y piernas así como la delicada ropa interior
negra de encaje que traía por debajo.

— ¡Hola, ratoncita feliz! — casi extasiado, le digo como estando en un sueño hecho
realidad, uno de esos sueños de los que uno no quiere nunca despertar—. Pasa, estás
preciosa Andrea. Entonces maravillado, la vi entrar totalmente encantadora. Apagué
la televisión y sacudí mi cabeza para pensar en otra cosa que no sea ese tan apetitoso
cuerpo y no verme como un tonto enamorado, aunque en realidad… ya lo estaba.

— ¡Hola, Marce!… ¿Cómo estás?, ¿te duele todavía la cabeza? —me dijo al verme la
cara de bobo.
— No Andrea, todo está bien. Qué bueno que decidiste venir a visitarme—reaccioné
y me senté con las piernas cruzadas sobre la cama. Ella acomodó la silla que ya se
encontraba allí y puso sus pies sobre esta, se sentó también sobre el borde mi cama, al
otro extremo con la luz del crepúsculo que iluminaba bella a sus espaldas. Luego,
dejó de un lado su bolso, bolso de cuero negro que trajo tras la espalda.
— Bueno, cuéntame, ¿qué pasó con mi papá? Yo leí tu mensaje mientras iba a la
universidad y diez minutos más tarde, mi padre me llamó —dijo—. Lo sentí extraño
desde un inicio. Se disculpó no sé bien por qué. Luego, me dijo que me quería mucho,

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lo notaba muy cambiado, distinto. Después, se quedó en silencio por unos segundos y
reaccionó, para luego decir que mañana domingo, después del culto de la iglesia, me
invitaba a almorzar ravioles. Él sabe que son mis preferidos, yo acepté obviamente.
Me quedé extrañada. Finalmente, me dijo otra vez: “te quiero” y colgó.
— ¿Por qué te extrañó? —le pregunté con mucho alivio.
— Mira es que por estos días y desde el accidente de mi madre ambos solemos
alejarnos mucho y casi no hablamos —respondió tranquila.
— Entiendo —le dije y le conté todo lo sucedido desde que volví a la clínica y hasta
que su padre se fue. Ella tan solo escuchó atenta, mirándome sorprendida por
momentos y preocupada por otros pero al final volvió a sonreír y se mostró mucho
más contenta y tranquila.

Entonces, pensé que sería ese un buen momento para contarle lo de su madre, pero
no quería arriesgarme a dejar de verla tan bella, cortando todo aquel contento y
alegría reflejados en su lindo rostro. Anoche, ella había descargado muchas penas y
hoy se había alegrado mucho con la reacción de su padre del cual me informó de que
no volvería a verlo hasta mañana por la mañana ya que él se encontraba de guardia
en otra clínica.

Durante aquel tiempo, mientras charlábamos, el sol por detrás de ella fue dejando su
espacio hasta que llegó así la noche, entonces se sacudió las delicadas sandalias de
sus pies y libres estos los subió a mi cama, sentándose igual que yo, con las piernas
cruzadas frente a mí y con el bolso entre sus piernas.
— Y tú… en serio, ¿por qué no tienes enamorada o novia? —preguntó suspicaz y me
miró pícaramente de tal modo que logró cambiar el tema—. Ya tienes treinta y pico
años o es que… ¿te gustan los chicos? Jajaja —rió mostrando una linda sonrisa.
— Los chicos no —respondí sorprendido por su inesperada pregunta—. Me encantan
las nenas, las nenas lindas como tú, lo que sucede es que no me he enamorado
todavía pero sí tengo un amor por allí —dije y me callé enseguida para ver su
reacción, la cual fue de sorpresa mostrada esta en su rostro—. Sí y estoy súper
enamorado de ella lo que pasa es que ella aún no se ha dado cuenta —le dije
guiñándole un ojo, sonriéndole pícaramente—. O ambos no nos hemos dado cuenta
de que somos el uno para el otro; sé que mi almita gemela anda por allí, lo malo es
que tal vez no nos hemos encontrado en este inmenso mundo o…tal vez sí —finalicé
dejando la insinuante respuesta en el aire.

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Andrea sujetó su cabello y lo puso todo de un lado de su cuello, así calló éste suelto
por uno de sus hombros, adornando su figura y comenzó a jugar con las puntas de
este entre sus dedos.
— Bueno, si tú lo dices —respondió desconfiada y mantuvo el tono pícaro e
indagante de la conversación—. Pero… tendrás entonces amiguitas cariñosas seguro.
— ¿Qué es eso? —le dije jugando, haciéndome el inocente.
— ¡Ay! No te hagas. Seré cristiana, de padre pastor evangélico pero no tonta ¿eh? Yo
no salgo mucho a discotecas pero sí voy de vez en cuando con una amiga. Me encanta
bailar y allí se ven muchas: amigas cariñosas buscando dar cariño fácilmente –dijo
punzante pero se veía tan linda allí, frente a mí, jugando con su cabello y tocando un
tema que me divertía mucho, sobre todo proviniendo de ella.
— Y ¿cómo sabes tú, si son amiguitas cariñosas o no? —le pregunté enseguida
curioso.
— Pues en los baños… allí se oyen muchas cosas, se oye de todo —ella volvió a reír—
. Yo no tomo como algunas de ellas pero sí que oigo y veo muy consciente cada cosa.
Los baños de mujeres son terribles, a veces dan miedo.
— Jajaja no lo dudo —dije dándole la razón—, si conforme pasa la noche y los tragos,
las cosas se ponen feas a veces. Yo tampoco tomo, o sea sí pero prefiero bailar y el
cigarro me tumba en una. Así que hace mucho que dejé de fumar.
— Eso está bien, yo tampoco fumo… y tú. ¿Has probado drogas? —preguntó
directamente. El embrujo de la reciente noche, nos hacía querer conocernos más de
manera que tanto ella como yo abrimos todavía más las puertas de la confianza.
—Bueno —respondí sin profundizar en el tema ya que de mucho más joven había
fumado marihuana—. Soy un chico tranquilo, la única droga que quisiera sentir es la
del corazón enamorado de una linda nena, esa droga la consumiría a diario y en todo
momento —le dije volviendo a guiñarle un ojo pícaramente.

Ella miró hacia la ventana y cambió de lugar su cabello dejándolo caer ahora sobre el
otro hombro. El ventilador se encontraba prendido y la ventana abierta pero aún así
hacía calor. Entonces, al verla algo distraída pensando en lo que dije, puse mis manos
sobre las fronteras de su bolso, las introduje y le dije coquetamente: “Y… ¿se puede
saber y ver qué traes aquí?”. Entonces, ella reaccionó y puso sus manos sobre las mías
amarrándolas fuerte y pronunciando un rotundo: “No”
—Curioso ¿eh? –dijo y entonces, retiré mis manos al ver que empezó a abrir su bolso
para mirar en su interior—. Son un par de libros que compré antes de venir aquí.

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— ¿Son de medicina? —le pregunté, al mismo tiempo que estiré una de mis piernas
logrando sentir con mi pie descalzo el calorcito de una de sus rodillas. Ella no se dio
cuenta o al menos no le dio mayor importancia y sacó los libros. .
—Sí, pero no son míos, son para una amiga — respondió y yo tomé en mis manos
uno de ellos, mientras que las suyas continuaron hurgando por su bolso—. Además
hay pues… cosas mías, un cepillo, mi billetera, celular y demás cosas de mujer —
mientras ella decía esto movía sus manos y estas el bolso al rebuscarlo, lo que me
permitió mover mi pie acariciando la piel de su rodilla muy sutil y ligeramente. Ella
parecía no percatarse al seguir atenta en su bolso y yo en mi interés en el libro, el cual
parecía ser de anatomía.

Luego, coloqué este sobre el bolso que nos separaba, ojeando sus páginas, las cuales
eran muy ilustrativas.
— Ah, mira figuritas de cuerpos y… a todo color ¡Qué bien!
— Jajaja —rió—. Si figuritas pero figuritas didácticas y educativas ¿eh? No como tus
otras figuritas, las de tus revistas. Estas son normalitas.

Eran ilustraciones digitales a todo color. Algunas enteras y otras en cortes


transversales del cuerpo humano. Andrea entonces se acercó unos centímetros más
hacia mí para poder ver mejor lo que yo veía, acción que aproveché para juntar más
mi pie sobre su muslo ahora, el cual se dejaba ver cada vez más atractivo y al
descubierto al ir replegándose la tela del vestido que lo cubría con cada risa, con cada
movimiento de su cuerpo y por la complicidad de los dedos de mí pie también.
Así, fui pasando las hojas del libro viendo ilustraciones de la figura humana entre las
risas y bromas de ambos. Así, la noche continuó encantándonos sin importarnos que
la puerta estuviera abierta y que a veces la gente pasara mirándonos atraídos por las
risas.
Entonces, ella se volvió a acomodar y yo volví a estirar todavía más mi pierna,
llegando a sentir y ver casi todo su precioso muslo y parte de su contorneada cadera.
Mi dedo gordo del pie lograba entonces por momentos sentir el borde de su ropita
interior, la cual en efecto era negrita y de encajes.
— Estas ilustraciones no son tan lindas como lo son las mías —dije—. Además, aquí
se ven los órganos, venas y demás cosas que no son tan agradables. En las mías se
ven las cosas más… artísticamente — comenté disfrutando mucho de la situación y a
manera de distracción y broma hacia ella.
— Depende con que ojos las observes pues. Estas te enseñan cómo es tu cuerpo por
dentro —respondió mirando más concentrada el libro. Yo la escuché mientras veía

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directamente su pierna casi totalmente descubierta de un lado, me atraía tanto. Era
muy excitante la situación.
— Si... y las mías te lo muestran por fuera —argumenté.
— Eres un terrible ¿eh? — se sonrió diciendo.
Luego, empezó a pasar las hojas tomando la iniciativa. Las detenía y las pasaba,
parecía buscar algo, lo que la hizo acercarse todavía más inclinándose hacia el libro
intentando leer algunos textos para responder a algunas esporádicas preguntas que le
hacía sobre las imágenes. Fue entonces que decidí mover y acercar aún más mi pie
para poder sentir y acariciar directamente la suave piel de su pierna y de su cadera.
Entonces, ella sintió la caricia y la intención de mi acción sorprendiéndola y
quedándose quieta por un par de segundos con el rostro sobre el libro y yo me detuve
al instante por temor a su posible reacción. Pero luego ella continuó haciéndose la
desentendida pasando las hojas, pero ya sin inclinarse tanto hacia mí. Supe entonces
que a ella también le agradó mi atrevimiento lo que me llenó de deseo. El hecho de
que ella se hubiera dejado acariciar por ese pequeño fugaz momento me encantó pero
ya no continué. Tan solo dejé allí mi pie quieto, sin moverlo, dejando que sienta el
roce de su piel tan solo al esporádico movimiento de su cuerpo o de la cama.

No quería perder tan sublime momento. Además, su tolerante actitud y el que ella
supiera que gran parte de su pierna y parte de su cadera estuvieran descubiertas para
mí, era maravilloso, tanto así que me empecé a excitar rápidamente lo que no iba a ser
difícil de ser notado por ella, al estar yo apenas en pijama. Luego ella llegó a las
ilustraciones de las zonas erógenas del cuerpo masculino en donde
sorprendentemente se detuvo.
— Uy, qué feas se ven allí esas partes —dije. Ella volvió a sonreír sosegada pero
curiosa para luego señalarme la ilustración de un pene.
— Y… ¿así tienes tú? — me preguntó pícaramente con voz ingenua pero claramente
intencionada para ponerme en aprietos. Tal pregunta me tomó por sorpresa, pero le
seguí el juego, que por cierto me encantaba.
— Sí —le dije—, pero el mío es mucho más bonito —aclaré.
Andrea volvió a reír y cerró el libro fuerte y sorpresivamente con ambas manos.
Enseguida se acomodó la falda del lado descubierto y se bajó de la cama. Guardó el
libro en su bolso y con este se fue rumbo al baño. Era realmente excitante y bello el
momento; uno de esos momentos de los cuales uno vive rara vez o ninguna. Me
levanto entonces también y me paro exactamente por debajo de las hélices que giran
del techo estiro los brazos hacia arriba dejando la ligera brisa recorrer mi

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entusiasmado cuerpo al mismo tiempo pienso en Andrea, deseando no se vaya
todavía y que se quede por más tiempo conmigo.
De repente, ingresa una enfermera que traía el cochecito con mi cena. Me saluda, lo
coloca junto a mi cama y sale. Me sirvo el jugo y aprovecho para tomar mis pastillas.
Minutos después sale Andrea. Se había refrescado y hecho un moño con el cabello. Vi
entonces su cuellito fino y delgado, bello a la vista.
Enseguida se sentó en la silla y la abrió mi portátil sobre la cama. Le serví entonces un
vaso con jugo a ella y alejé el cochecito de la cama.
— Creo que no capta red —dijo y se acomodó sobre mi almohada.
— Sí funciona —dije mientras se la pedía—. Lo que no sé, es si aquí cogerá señal de
Internet. ¿Deseas revisar tu correo? —le pregunté.
— Sí, quiero enviarle un correo a mi amiga avisándole que ya tengo sus libros y que
me debe doscientos soles por ellos —dijo sonriendo. Yo procedí a hacer los clics
necesarios hasta que lograr tener acceso. Puse la portátil sobre la cama y ella acomodó
su silla, para abrir luego su correo.
— Y tú… ¿revisaste tu correo? —me dijo mientras escribía.
— Bueno sí, ayer—respondí sospechando entonces el hecho de que tal vez ella me
había escrito algo. Así que apenas terminó, le pedí la máquina, la cual puse entre las
piernas.
— A ver veamos qué hay —dije. Ella se incorporó de la silla y se sentó a mi lado.
— Sé que es tu última noche aquí, ¿verdad?—preguntó.
— Sí —le respondí. Y efectivamente encontré una postal muy tierna de ella que decía:
“Gracias por escucharme. Que te mejores pronto, besos”
— Gracias, qué tierna —le dije mirándola sonriente.
— Es bueno saberte mejor de salud. Te…debe estar esperando bastante… trabajo y
reiniciarás tu vida como antes —dijo ella entonces bajando sus ánimos y el tono de
voz con algo de tristeza, diría yo—. Con tus cosas y eso… tú sabes.

Sus palabras, aunque formales, parecían querer decirme claramente entre líneas
“tengo miedo no volver a verte”, pero obviamente no lo decía por lo que me di cuenta
que entre los dos sí había química, una unión mutua que no solo partía de mí, que no
era únicamente yo el que apreciaba muchísimo esta relación. Aquello me alegró
mucho. Mi corazón se puso muy contento, pero decidí entonces que su sentir se
mantenga para ver qué tanto querer hacia mí había en su corazón, de modo que mi
silencio la mantenga todavía con la incertidumbre y la ansiedad de no volver a
vernos.

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Luego, estuvimos navegando tontamente hasta que llegamos a su perfil de fotos. Ella
se acomodó más cerca a mí y puso su cabeza sobre mi hombro. Al mismo tiempo que
una linda foto de su rostro daba cuenta de tres álbumes de fotos más: uno decía
familia, otro iglesia y otro más abajo que decía: “Para Rodrigo”. Primero, vimos una a
una las fotos de su familia, luego las de sus servicios en la iglesia las cuales comento
ella conmigo acerca de los agradables momentos vividos en cada una de ellas, hasta
que llegamos a las últimas.
— ¡Aja! Rodrigo, ¿quién es? —dije travieso interesándome también finalmente en ese
álbum.
— Rodrigo fue mi primer enamorado, pero no veas ese álbum —dijo poniéndose
nerviosa. Más yo ya había ingresado en él.
— ¡No! —dijo nuevamente tratando de hacer que cerrara la página. Había unas doce
fotos. Las primeras ocho, típicas fotos de una parejita feliz. Y las otras cuatro
exclusivamente de ella, dos de las cuales estaba en bikini y las últimas dos en tiernos
pero al mismo tiempo sugestivos pijamas. Realmente sorprendido sobre todo por las
últimas cuatro, le pregunté si podía verlas, a lo que en un primer momento se negó,
pero luego a mi suplicante insistencia accedió.
— Dale pues a ver qué te parecen —dijo accediendo dulcemente sin dejar de
descansar su cabecita en mi hombro.
Abrí entonces la primera a pantalla completa. Se veía encantadora, bronceada y lucía
un pequeño bikini blanco tejido a croché. Traía cabello algo más corto pero
igualmente lindo. Se mostraba coqueta, muy feliz y sensual. Mi corazón se puso muy
contento viéndola, al saber que ese encantador cuerpito estaba entonces a mi lado.

— Bueno, cuéntame del muy afortunado Rodrigo—dije tratando de distraer las


resueltas ganas por ella que nuevamente nacían en mí.
— Rodrigo fue muy especial para mí. Nos llevábamos súper bien; me encantaba estar
con él ya que era tranquilo y muy travieso a la vez —dijo ella incorporándose un poco
y juntando más nuestras cabezas pero finalmente sonriendo un poco nerviosa.
— ¿En qué sentido travieso? —pregunté indagante y celoso
— Travieso pues, con él compartimos muchas cosas— dijo volviendo a sonreír
coquetamente ahora.
— Ok, entiendo pero… ¿qué pasó, dónde está? —seguí interrogando mientras me
entusiasmaba viéndola.
— No, ya no lo veo —respondió tranquila—. Él se fue a Canadá con toda su familia,
su padre era misionero cristiano. Fue hace mucho ya.

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Entonces abrí la segunda foto con la que casi pude sentir mi corazón latir al verla. Ella
lucía otro bikini, ahora negro, modelado de pie, casi de espaldas girando su carita
hacia la cámara dejando ver su colita firme y paradita y con las manos levantándose
el cabello. Realmente hermosa, muy sexy.
— Y… ¿lo extrañas aún?—dije más curioso. Muy tranquilo en mi actitud pero
deleitándome la vista con su imagen.
—Bueno, lo extrañé mucho a él y lo que vivimos pero eso ya quedó en mi memoria
como un bello recuerdo. Sé que él ya se casó y también está estudiando para pastor
respondió sin complicaciones.
Entonces, me quedé viendo esa foto suya, en la cual puse mi dedo y empecé a la
siluetearla como volviéndola a dibujar sobre la pantalla.
— ¿Qué es lo que más extrañas de esa relación? –dije concentrado en su cuerpo.
— Extraño muchas cosas, cosas que no sentí ni tuve en mi última relación.
— Pero… ¿qué extrañas pues? —insistí con voz suave y curiosa entre una atmósfera
de seducción y encanto que nos fue envolviendo lentamente.
— Extraño…los detalles, los besos, las caricias…—entonces se contuvo de hablar y
sonrío.
— ¿Pero acaso el otro no te besó? ¿No te acarició también? —le dije mientras seguía
jugando con su foto.
— Sí, nos besábamos muy de vez en cuando. Pero no era igual y prácticamente no
nos acariciábamos. Él decía que teníamos que respetarnos y controlar nuestros
impulsos. Más parecíamos amigos, terminé perdiendo toda química con él y aunque
para él estaba todo bien pues yo no podía evitar comparar la relación con la anterior
recordando también lo que decía mama: “Donde no hay amor no hay nada” y decidí
por terminar al poco tiempo.

Entonces, pasé a la fotografía siguiente en la que ella ahora aparecía en un lindo


pijamita con un gran Garfield en el pecho sobre una camiseta, muy pero muy
pegadita y cortita hasta el ombligo, sentadita sobre su cama con un hot pants rosado
muy ceñido. Amplié enseguida aún más la foto dirigiendo entonces la yema de mi
dedo sobre ese Garfield. La sentí inquietarse. Sus latidos se intensificaron tanto que
podía sentirlos junto a mí.
— ¿Te gustan mis fotos? —preguntó tímidamente en voz muy suave.
— Sí, me encantan, Andrea. Son realmente lindas —respondí sin dejar de seguir el
borde de su rostro, de sus labios y ojos sobre la foto. Ella entonces delicadamente
puso su mano sobre la mía y la guió lenta, sutilmente, bajando su dirigir

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— ¿Te... gusta esta parte de mi foto? —preguntó al llegar sobre su busto en la imagen.
Su voz y su intención se llenaron de dulce travesura al guiar mis yemas en círculos
para entretenerse sobre aquella espléndida parte de su cuerpo.

Aquello me excitó muchísimo. Decidí controlar mi respiración y dejar que mi cuerpo


se manifieste libremente, lo que ella notó a los pocos segundos y continuó haciéndolo
por varios segundos mas, en los que ella guiaba y me dejaba acariciarla lentamente a
través de su imagen, como si fuera a ella misma. Seguidamente su respiración fue
acelerándose y giró su rostro en busca del mío. Mis labios no tardaron en encontrarse
con los suyos. Se rozaron apenas y luego con un gran beso, dejamos a nuestros
corazones unirse en la noche.
Enseguida el cuarto se me fue iluminando poco a poco con una luz de tonos entre
rojizos y blancos procedente de nuestros labios, pero que en realidad nacían desde
nuestro interior, desde nuestros corazones. Y a cada beso, a cada roce se hacia cada
vez más intensa y expansiva. Era sorprendente y maravilloso poder percibir aquello,
aquello que tan sólo yo podía ver.

Estoy seguro de que ella realmente pensaba que esta podía ser la última vez que
pudiésemos estar juntos y yo también. Así que decidió, quién sabe si mientras se
encontraba refrescándose hace unos momentos o desde que salió de casa, el darse
esta libertad, esta expresión de amor y deseo hacia mí. En todo caso me parecía
maravilloso que lo hiciera puesto que me encantaba y sé que claramente me estaba
enamorando rápidamente de ella.
Tal beso se manifestaba cada vez más intenso. Nuestros labios destilaban mucho
amor y deseo a cada rozamiento, a cada caricia. Era maravilloso sentir sus labios
dulces y suaves llenarse de pasión, y sentir y ver el cuarto cada vez más y más
iluminado. Entonces, su manita se posó sobre mi pecho por un momento y luego, se
deslizó hacia mi pierna y de allí, acariciándome despacio, llegó escurriéndose sobre la
delgadísima tela de mi pijama hasta llegar cautelosamente a la parte más sensible y
manifiesta de mi cuerpo, lugar donde se detuvo y acarició dócilmente, sintió su calor
y su excitación. Respiré entonces profundo, sorprendido, lleno de placer y sorpresa,
permitiendo que lo haga, que continúe. Sus caricias no se detenían. Eran muy suaves.
Me besaba suavemente, concentrándose más en la parte más sensible de mí. Parecía
gustarle mucho hacerlo, realmente lo disfrutaba.
De pronto repicó un timbrar. Era su celular sonando dentro de su bolso. Ella de
detuvo de inmediato y sacó el móvil. La luz procedente de nuestros corazones fue
disminuyendo enseguida.

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—Es mi padre —dijo, mirándome apenas con el tierno rostro totalmente ruborizado
pero sonriente. Se despidió dándome un pequeño beso en los labios y dejándome sus
bendiciones en el aire, se fue tras abrir la puerta que por fortuna estaba cerrada
convenientemente gracias a la última enfermera que entró.

<====>

“confusión…y destino”.

Han pasado tres días desde que salí de la clínica. Me encuentro ya en mi oficina,
sentado, lleno de trabajo acumulado. Hace un par de horas me enteré por mi jefe que
me enviarían este viernes a Brasil, para concretar una campaña asociada. No he visto
a Andrea. Sé que inició temporada de exámenes de un curso libre de la universidad.
La extraño mucho. Todos estos días no he dejado de pensar en ella. No se ha
comunicado, supongo espera lo haga yo. Pensé entonces que en realidad venían bien
estos días de no saber nada el uno del otro. De modo que ella pensara las cosas,
ordenara sus sentimientos, y se tuviera un tiempo durante toda esta semana para
estudiar calmadamente sin distracciones. Además, deseaba saber qué tanto
sentimiento realmente había en ella, en su corazón, hacia mí y si me extrañaría.
Lo que dejó por el momento postergado, por las circunstancias, el tema de su madre.

Durante estos días también, y sobre todo durante la hora del almuerzo me he puesto
a buscar en el diario e Internet algo que me pueda ayudar dándome algún alcance o
información de cualquier tipo sobre mi inesperado y singular don visual. Búsqueda
que no ha sido muy productiva, puesto que entre las charlas con mis compañeros de
mesa y sus constantes llamados de atención por mi inusitada introspección y falta de
mayor interés a sus cotidianos temas, me ha sido hasta ahora inútil encontrar algo
que me parezca serio y confiable. Además, entre los anuncios publicitarios, solamente
brujos, astrólogos y curanderos se dan a conocer con frases y lemas que no me
inspiran ninguna confianza.

Tengo demasiado trabajo. Espero poner las cosas en armonía lo antes posible, para
poder dedicarle más tiempo a esta inquietud, la cual realmente me interesa tanto
como el ver nuevamente a Andrea. Volver a compartir con ella, conversar, ver su
sonrisa y sentirme otra vez de lo más bien y feliz con la dulzura de sus labios.

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Además, sentía que necesitaba investigar, ver cómo ayudar a su madre. Su llanto me
estremecía con tan solo recordarlo.
Tenía que resolver eso, pero aún no sabía cómo, ni por dónde empezar; se trataba de
un tema delicado y totalmente nuevo para mí. Me angustiaba la impotencia hasta el
punto de despertarme bruscamente anoche al recordar entre sueños su triste lamento.
Horas después llega la noche y salgo cansado rumbo a casa. Me detiene el tráfico. Un
hombre mayor y sencillo, de cabello cano pasa caminando frente a mi coche mirando
con precaución y al encontrarse nuestros ojos en el mismo sentido, este anciano se
queda mirándome fijamente como si hubiera visto algo muy especial en mí, a tal
punto que casi es arrollado por otro coche. Yo vuelvo a avanzar lentamente mientras
nuestras miradas se mantienen como enganchadas por unos segundos más.

<====>

“Yo no lo busqué. Lo necesitaba, y él lo sabia ya”.

Miércoles por la tarde. El calor ha aumentado un par de grados centígrados más. El


clima en todo el planeta está cambiando. Deshielos, inundaciones, temporales,
sequías, etc. se escuchan en las noticias casi a diario. Calentamiento global, crisis
climática, consecuencias insospechadas a causa de nuestro egoísmo y ambición.
Consumismo absurdo que nos ha llevado a todos a girar sobre este mundo tras una
marcha tétrica sin retorno, en la que la naturaleza va cediendo y sucumbiendo ante la
industria y el tan mentado progreso. Industria que va devorando todo ante nuestros
ojos, con la tonta excusa del desarrollo y del crecimiento como banderas y espadas
que van cortando todo lo que a su paso se encuentra, con filos de corrupción,
ambición y deseos de poder más que de justa solidaridad.

Morales, lógicas y conciencias caen fácilmente ante don dinero en un espiral que
tristemente no vislumbra un buen final. Todo esto y a pesar de las constantes
advertencias de la propia naturaleza, de ecologistas y humanistas, que ya muy poco
pueden hacer y a lo que solo les prestamos debida atención y real interés cuando nos
afecta de manera directa, personal, sin darnos cuenta de que antes que a nosotros este
efecto ya desgració y desgracia día a día a millones de personas en el planeta.
Y nosotros cegados por la inercia de la rutina; las ansias de una irracional superación
material y profesional las cuales nunca terminan de satisfacernos, seguimos como

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robots ciegos y programados, por lo que nos muestra la televisión como “realidad”.
Pensando de manera autómata en tener y tener, comprando y consumiendo,
contaminando, olvidándonos de ser y crecer en lo que realmente somos. Seres de luz
como lo fue Jesús. Seres que tan únicamente nos llevaremos lo aprendido en lo que a
amor se refiere. No pensamos y no aprendemos lo que las drogas inherentes del
materialismo y del consumismo causan en todo este enfermo mundo. Este nuestro
único hogar terrenal.

Se cuenta que Adán y Eva estuvieron en el Edén y nada les faltó, hasta que probaron
la manzana y se condenó la humanidad, dice la Biblia analógicamente. En nuestra
evolución, el progreso es una dulce fruta que el hombre no supo dosificar, ni
armonizar todavía en su vida. Tal vez algún día aprenda y lo logre pero pienso que
eso solo será cuando logre vencer antes al verdadero y único diablo real. El diablo del
ego, la ambición y la ignorancia, antítesis del amor.

Voy caminando, cruzando por el parque de Miraflores. Retornando al trabajo


después de hacer unos trámites y de comprar mi pasaje aéreo. Veo a unos metros más
adelante un heladero tocando su cornetilla. Se me antoja un helado y me detengo.
Escojo uno de lúcuma y leche bañado en chocolate. Me siento un momento en una
banca cercana. La brisa es grata, me desajusto la corbata, me remango las mangas y
me doy unos minutos, mientras lo disfruto.
De pronto, un pañuelo blanco aparece oportuno frente a mí, justo y salvador, ya que
hace unos segundos el viento me estaba poniendo en apuros al acelerar el
derretimiento del helado. Sujeté el pañuelo sin ver de que mano salvadora o de que
atento y buen ciudadano se trataba. Seguidamente entonces al levantar la vista para
agradecer tal acción me doy con la sorpresa que se trataba del mismo hombre mayor
que anoche, casi atropellan por quedarse distraído viéndome mientras yo me alejaba
en mi coche.

Entonces, él viéndome de manera pacifica y amable, se sentó con calma mirándome a


los ojos con detenimiento. Su rostro sereno, con una muy ligera sonrisa irradiaba paz.
Este cálido señor cuya edad calculo rodeaba los setenta, vestía de manera muy
sencilla pero limpia: camisa blanca de mangas cortas, pantalones plomos claros
perfectamente planchados y zapatos negros esmeradamente lustrados. Su piel pecosa,
dorada y añeja por el tiempo y el sol, lentes y cabeza cana, delgado y de mirada
confiable. Quien entonces me saluda cortésmente, asintiendo su cabeza sin quitar su

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mirar de mis ojos con una mezcla de sorpresa y admiración como si me conociera,
pero yo estoy seguro de no conocerlo.
— ¿Tú puedes verlas, verdad? lo sé. No tengas miedo muchacho —dijo seguidamente
muy calmo. Luego, se paró tocando mi rodilla como cuando un padre le da ánimos a
uno y se fue caminando, dejándome perplejo. Al cabo de unos segundos reaccioné.
Me puse de pie y apuré unos pasos hasta alcanzarlo.
— Pero... ¿quién es usted? ¿Cómo lo sabe?
— Mi nombre no importa mucho pero me puedes llamar Eleazar. Y sí, Dios y sus
estrellas desean que nos volvamos a ver… así será, ya que el destino es una ruta
divina invariable y eterna —dijo a manera de profesor el anciano sin detener su
caminar. Entonces vibró mi celular, era mi jefe así que conseguí una tarjeta de mi
billetera y se la di. Me detuve por la llamada pero sin dejar de ver su lento pero
seguro caminar, intrigado.
Las horas pasaron atareadas hasta que recibo un correo electrónico de Andrea,
enviándome un tierno y travieso angelito con cuernos y cola de diablillo, el cual
corretea una escurridiza conejita que corre coqueta a lo largo de la pantalla y debajo
un texto enviándome saludos. Enseguida muy contento le contesto con un correo en
el que le hago saber sobre mi viaje a Brasil, en donde permaneceré hasta el domingo.

Entonces, luego mientras seguía trabajando me puse a pensar en ella. No era normal,
en mi tonto prejuicio que una joven cristiana evangélica me envíe un correo
electrónico de ese tipo. Uno con tan clara y doble connotación sexual. Además,
recordé aquel insospechado beso y su atrevida caricia. Su actitud me encantaba, pero
me sorprendía a la misma vez. Andrea era ya una mujer de poco más de veinticuatro
años, una mujer que de alguna manera quería volver a dar y sentir ese amor y esa
pasión que ya había sentido y probado antes. Sensaciones que vinculaban
sentimientos de cariño y amor y que su madre le había inculcado a respetar de forma
tan sabia, libre y amorosa, sin reprimir ni ocultar la intrínseca y propia naturaleza de
nuestros cuerpos, enseñándole con su ejemplo lo que es amar y dar con
responsabilidad y respeto tanto así misma como a su pareja, pero que luego ante la
muerte de esta y posterior represión religiosa de su padre, había ella misma relegado,
pero aún así latía en ella casi desbordante.
Pienso que no se debe frenar el instinto natural de nuestra sexualidad. Aquella fuerza
motivadora es demasiado poderosa como para intentar frenarla. El ser humano no
puede ir en contra de su propia naturaleza, así nos creó Dios. Y el destino y las
circunstancias determinan el final. Creo que se debe enseñar, no reprimir ya que toda
represión termina en desborde. Estamos aquí para experimentar lo que es el amor. Y

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el sexo por su parte, debe disfrutarse de manera libre sin complejos ni tabúes.
Debemos aprender que todo acto tiene una consecuencia, la cual a su medida
debemos afrontar con responsabilidad, eso también es aprender a amar. Pienso que
eso fue lo que Andrea aprendió de su madre entendiéndolo de manera madura e
inteligente. Las emociones viajan mucho más rápido que las razones, somos seres
emocionales.
Espíritus emocionales habitando cuerpos básicamente sensibles e instintivos. Pensé
entonces sin temor a equivocarme que tal vez su madre le había enseñado bien a no
frenar ni maquillar sus emociones por miedo o represión y que más bien, se guíe de
ellas y con ellas inteligentemente, tal y como seguro lo había hecho ella.
Continúo trabajando hasta entrada la noche, la temperatura desciende, veo el
marcador climático de mi pantalla, estamos en 22 grados centígrados. Aliviado me
doy cuenta que ya casi termino por hoy. Me levanto entonces de la silla estirando mi
cuerpo, me asomo por la ventana, esta es grande y de cuadros a lo horizontal, veo mi
reflejo en ella, desajusto mi corbata y acomodo mi cabello.

Una anciana a lo lejos llama mi atención. Se encuentra afuera a unos treinta metros
abajo, caminando por la vereda. Su caminar es lento, se ayuda con un bastón. Va casi
arrastrando los pies, llega al borde de la vereda y no se detiene. Baja esta, y continúa.
Agudizo mi atención. Ella continua caminando dos tres pasos sobre la pista.
Es una avenida y es hora punta, por lo que hay mucho tráfico, los coches corren por
retornar lo más pronto a sus casas. Mi corazón se acelera. La anciana con la cabeza
gacha continúa lenta y decididamente. Su frágil cuerpo entonces es golpeado
bruscamente y sale volando por los aires cayendo varios metros más allá como un
saco inerte y estropeado. Un claxon y un fuerte frenar se escucharon apenas segundos
antes. Todo se paralizó en ese momento y desde el cuerpo desparramado en la pista
salió un manto de luz que se perdió fugaz en los cielos.
Aquella anciana mujer había buscado aparentemente su muerte. Minutos después
llegó la policía y una ambulancia, acompañados de sirenas y circulinas. Y el lugar se
rodeó de un tumulto de gente curiosa. Retrocedí y me senté en la silla con la mirada
en el cielo asustado, pensativo.

<====>

Suena el despertador. Abro los ojos y me estiro para apagarlo. Son las 06:30. Me
quedo un rato más en cama deseando que algo suceda para no tener que levantarme
tan temprano y tener que ir a trabajar. Más aún al haber pasado otra mala noche por

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la repentina imagen de llanto de la madre de Andrea en mis sueños. Entonces pienso
fastidiad que mejor sería que un enorme meteoro caiga de improviso sobre la Tierra y
que todos de una buena vez nos vayamos al cielo o a donde tengamos que ir. Pero
luego reflexiono y vuelvo a pensar en Andrea y en que aún no quiero en realidad eso
suceda, por lo menos aún no y que deseo permanecer aquí, disfrutar de ella, de sus
labios, de amarla de todas las maneras posibles, Pero por sobre todo, en la ilusión de
despertar algún día con ella aquí en mi cama. Eso me motiva mucho. Cada día que
pasa la extraño más.

Ya en mi escritorio, enciendo la computadora alegrándome al ver que tengo un correo


de Andrea. Lo abro. Me dice que hoy jueves estará en su casa a partir de las diez de la
noche y que le gustaría verme antes de mi viaje. Pensé que luego le enviaría un
mensaje o que la visitaría sin confirmar a manera de sorpresa.

Horas después de trabajar me doy un respiro al ver que entra mi jefe, el cual me
entrega un cheque para los gastos de estadía del viaje, me da además una que otra
indicación y sale veloz al ver pasar las caderas de Brenda. Los hombres somos
cazadores por naturaleza, Dios y su divina planificación evolutiva, nos llevo a cazar
para poder sobrevivir y dominar. Cazábamos y matábamos animales. Y las mujeres,
hembras entonces, también eran como presas, las cuales pertenecían al más fuerte. La
fuerza, luego la inteligencia y el poder se mantuvieron como bases jerárquicas de
sobrevivencia desde antes que nos sostuviéramos en dos pies. Las caderas y los senos
más grandes connotaban la mayor fertilidad y el mayor atractivo en las hembras. La
mujer era solo una presa de satisfacción sexual; luego la madre de nuestra prole. El
sexo no era un pecado; no era malo. Era una necesidad, un instinto natural y divino
de procreación y de mantención de la especie. Lo mismo que en esencia sigue siendo
hasta ahora.
Adán y Eva luego aprendieron que se eran mutuamente necesarios, él la alimentaba y
protegía y ella lo curaba. Entonces comenzaron a quererse, a valorarse, a respetarse.
A amarse. El conocimiento del amor es un proceso, como todo en la naturaleza y en la
vida. El espíritu, el cuerpo, la mente y su conciencia van evolucionando, buscando la
perfección divina. El amor absoluto y real.

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Capítulo 5

“un maestro y su voz… sosiego”.

Continúo trabajando. Quiero terminar rápido e ir ver a Andrea, tranquilo y sin


presiones. Librarme de todo este trabajo para poder así dedicarle toda mi atención
especialmente a ella. Un reflejo llama mi atención, procede de afuera, en donde el sol
de medio día intensifica el calor. El reflejo proviene de abajo, desde una moneda
olvidada en la acera. Entonces, veo con sorpresa y agrado que muy cerca de esta, se
encuentra Eleazar quien está pagando por una bebida cerca de la esquina. Me levanto
rápidamente y salgo de la oficina, tomando las gradas más próximas, las cuales voy
bajando a pesar del escalofrío que siento siempre al ver los escalones hacia abajo.
— ¡Eleazar! — dije en voz alta estando ya casi en la vereda, metros antes de llegar a
él.
— ¡Hola, hijo! —me dijo amigablemente al verme ya a su lado—. Sabía que volvería a
verte muchacho, ¿trabajas por aquí? —preguntó.
—Sí, aquí — sonreí— justo allá arriba —le dije señalando las ventanas de mi oficina.
Él las vio y luego, tomó un gran trago del agua natural que había comprado.
— ¡Qué calor! ¿Eh? —me dijo—. Si gustas me acompañas. Voy al parque un momento
a descansar mis huesos y a esperar que llegue mi hora del almuerzo. Y empezó a
caminar, yo lo acompañé, cruzamos la pista y nos sentamos en una banca bajo la
sombra de un árbol.
— El amor de uno y el que da uno, son ambos como uno mismo —dijo Eleazar
limpiando sus gafas—. No todos tenemos la misma capacidad de amar. El amor es
algo que se aprende y veo en tus ojos que estás enamorado. Debes tener presente que
estar enamorado no es lo mismo que amar. El estar enamorado, el enamoramiento es
algo pasajero, temporal. El amor por el contrario, es algo que puede llegar a ser
eterno. Es la sutil esencia y energía que mueve al mundo. Se te ha dado un don, un
don que ya estaba en ti desde antes de que nacieras. Debes aprender a usarlo con
amor y por amor.
Eleazar cayó.
— Pero y usted… ¿cómo lo sabe? — pregunté sorprendido y ansioso.
— No importa mucho el cómo lo sé pero si saberlo te hace sentir mejor pues te diré
que hace unas semanas atrás que te veo en mis sueños. Así es como lo sé. ¿Más
tranquilo ahora? —respondió.

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— No, la verdad no sé qué pensar. Usted se aparece de la nada en mi vida, dice que
sabe acerca de lo que veo a través de sus sueños y yo desconozco todo absolutamente
de usted —dije con calma pero con algo de angustia, anhelante de respuestas.
— Te entiendo. Ya irás conociendo más de mí, si es que tú así lo deseas. Ten calma y
paciencia. Deja todo al destino, a las circunstancias, a Dios —dijo dándome una
amistosa palmada en el hombro—. No tengas miedo. Eres tú y solamente tú quien
decidirá al final. Se te ha dado un trabajito adicional de tipo espiritual, el cual tú
decidirás si lo tomas o lo dejas —dijo mirando al cielo—. O… si lo tomas a tiempo
completo o como una especie de hobby en tu vida. Recuerda que eres un ser libre, un
espíritu libre y que como todo en la vida si no lo usas pues se desvanece. Deja
entonces que tu corazón te guíe y no te preocupes más muchacho.
Sus palabras me llenaron de mucha tranquilidad e indagué sobre él.

— Bueno y ¿quién es usted, de dónde viene? —pregunté otra vez. Él sonrío.


— Calma pareces policía. Sé que hay muchas preguntas naciendo y otras dando
vueltas en tu cabeza, pero te repito, tómalo con calma. Ten paciencia pero… a ver, mi
nombre es Eleazar, como ya sabes. Soy un abuelo ya el cual de joven y por ser el
primer hijo varón, fui encomendado a ser sacerdote católico debido a una antigua
tradición familiar, encargo que aceptara con gusto. Luego, mi vocación y el destino
me llevaron al Tíbet en donde estudié por varios años más, de eso ya hace como
veinte años. Ahora soy un anciano al que le gustan las pastas, el vino y el ceviche bien
picante. Apropósito de ceviches, yo almuerzo por aquí cerca, si gustas me
acompañas, caminando llegamos, ¿qué dices? —preguntó animado después de ver la
hora en su reloj. Miré el mío, marcaba poco más del medio día, así que acepté. El
tomó otro trago de agua y comenzamos a caminar junto al parque.
— ¿Es usted un sacerdote católico? —pregunté.
— En mi vida estudié a muchas religiones, me fascinaba ese tema. Entonces, me di
cuenta que todas las creencias y religiones del mundo son y vienen en esencia de lo
mismo. Todas son guías de amor, puertas hacia un mismo y hacia un único Dios. Así
que no tengo una religión en particular, aprendí de todas que hay un Dios subyacente
sobre todas ellas, un Dios de amor, el cual tiene diferentes maneras de comunicarse
con todos nosotros, con toda la humanidad —respondió.
— Pero usted, ¿concurre, va a alguna iglesia, reza, ora? —pregunté.
— Voy a la que se encuentre más cerca del lugar y momento en el que me encuentre.
Recuerda que Dios está en todas partes. Jesús dijo: “Corta un trozo de madera y allí
estaré. Levanta una piedra y allí me encontrarás. Soy Jesús y estoy dentro de ti y a tu
alrededor”. Y claro que rezo. El orar y meditar siempre son buenas acciones para el

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alma y el espíritu. El entrar en contacto con Dios, darle un tiempo en exclusividad a
Él diariamente es bueno... hay que ser agradecidos siempre —respondió.
— ¿Entonces, usted cree que Jesús es Dios, como dice en la Biblia? —pregunté muy
interesado en su respuesta.
— Sí, Jesús es un profeta de Dios. Dios mismo hecho hombre, así como también lo fue
Krishna y hasta tal vez Akenatón en el antiguo Egipto. Dios se hace hombre, encarna
cuando Él lo ve necesario para enseñarnos lo que es el amor, se pone como guía y
ejemplo, como faro divino, para ayudarnos a conectarnos espiritualmente con Él. Y es
que somos como espíritus errantes tanteando a ciegas desde nuestro corazón
buscando su amor, del cual nosotros mismos nos alejamos por el velo del ego y del
mundo mismo que nosotros hemos creado.
Sus respuestas eran claras y su punto de vista muy interesante para mí, puesto que
coincidía con el mío en gran parte.
Entonces, llegamos al restaurante.
— Pero, a mí también me gustaría saber más de ti —dijo él—. Cuéntame ¿de quién
estás enamorado? Se te nota a kilómetros y lo veo en tus ojos.
— Se nota ¿eh? —contesté algo complicado—. Bueno, es una chica muy linda y que
además me hace sentir algo que nunca había sentido antes, algo muy especial.
Además, cada que la veo…todo mi ser y no solo mi cuerpo, se emociona mucho. No
sé cómo explicarlo —dije sonriente, sintiendo que podía confiar en él.
— ¿Cómo se llama la bambina? —preguntó.
— Vaya, qué extraño que me pregunte por su nombre cuando por el mío nunca lo
hizo —dije en cordial tono de reclamo.
—No seas quisquilloso muchacho, recuerda que más que estar hablando contigo, lo
estoy haciendo con tu espíritu, tu yo verdadero, el eterno. Además, esperaba que tú
me lo dijeras. Recuerda también que las personas, los nombres son algo temporal y
pasajero. Tu esencia es la que importa Marcelo –respondió. Él ya sabía mi nombre.,
supuse que por la tarjeta.
Llega el mozo y pedimos el menú del día.
— Bueno y ya que usted sabe hasta mi nombre sin que yo se lo haya dicho… ¿Qué
más sabe de mí? —pregunté indagante.
— No todo. No te asustes, solo detalles que llegan a mí en sueños pero nada íntimo
no te preocupes —sonrió.
— Vive usted cerca supongo —comenté en tono de pregunta
—Sí —respondió él—, a unas cinco cuadras. Medito en las mañanas, muy temprano y
por las noches viendo el mar. Me gusta el mucho el mar y ver su grandeza. Tú
también meditas verdad, se nota en tu mirada —dijo.

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—Bueno sí, supongo que a mi manera lo hago —le respondí.

Entonces, llegó el menú.


— Usted dice que esto, mi extraño y nuevo don, lo tengo desde antes de nacer, pero
¿cómo es eso? Yo recién puedo ver estas luces, estos espíritus después de haber
tenido un accidente.
— El accidente lo activó pero tu espíritu ya estaba destinado a eso. Recuerda que todo
lo que sucede es por algo y para algo. Absolutamente todo —dijo cortando la presa
de su plato con cuidado.
— Si todo ya está escrito y predeterminado, no somos libres en realidad ¿no cree? —
pregunté.
— Claro que sí. Tú bien puedes dejar ese don de lado y dejar que la propia naturaleza
de tu cuerpo y el tiempo lo vayan eliminando o bien hubieras podido decidir el no
estar aquí ahora conmigo —respondió.
— Todos los seres humanos somos totalmente libres, es por eso que el mundo está
como está. Todos tenemos la libertad de acercarnos o de alejarnos de nuestra
verdadera naturaleza espiritual, es decir, de Dios. El cuerpo físico es un canal por el
cual el espíritu se manifiesta al mundo material experimentándolo y aprendiendo,
pero ese mismo cuerpo es también un canal por el que el mundo físico lo condiciona
siempre que este se deje dominar por él. El destino y tus propias decisiones, es decir,
tu libre albedrío, son los condicionantes de tu propia vida. Tu espíritu viene ya con
un propósito, una tarea, un objetivo ya determinado por tu verdadero “yo”, tu
espíritu con la aprobación y consentimiento de Dios, pero tu “yo” terrenal, tu “yo”
temporal condiciona ese propósito a causa de su entorno, sus sensaciones, deseos y
ambiciones terrenales. Es por eso que nuestra vida es una constante lucha interna en
la que las circunstancias y esas propias y libres decisiones inclinan la balanza hacia
uno u otro lado de tu avance espiritual. Lo importante entonces es llegar a conocerte a
ti mismo, aprender a escuchar lo que nace de tu corazón para poder tomar las
decisiones correctas y poder así cumplir con tu propósito espiritual y verdadero en
esta vida –dijo él.
— ¿Entonces, mi propósito está vinculado a esta sinestesia de tipo espiritual? —dije.
— Pues hijo, yo estoy seguro de que sí, porque ese don tuyo es el que me ha puesto
en tu camino y a ti en el mío. Recuerda que yo no te busqué pero te esperaba y tú no
me esperabas pero me hallaste. Nuestras decisiones y tu propósito se armonizaron
con el cosmos de Dios poniéndonos aquí y ahora en este lugar.
— ¿Pero qué se supone que tengo que hacer con este don, y por qué yo?—pregunté
muy intrigado.

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— Muchacho, no te preocupes por eso. No seas impaciente, deja que las cosas se den.
Tú solo sigue tus instintos y decide en base a lo que tu corazón te indica. Poco a poco
te irás dando cuenta y el propio destino irá manifestándose en tu diario vivir y
decidirás.
— ¿Pero, por qué yo? Es decir, hay muchas personas más espirituales, más santas o
idóneas para esto. Yo soy un cualquiera que no está seguro ni de lo que cree —dije
algo angustiado, criticándome a mi mismo sin sentido.
— Recuerda hijo que somos espíritus; espíritus que traen desde antes de nacer en
carne, un propósito. Tu “yo” verdadero es decir, tu espíritu, eligió ese propósito con
el consentimiento divino, todos tenemos uno, hasta el simple hecho de llenar un
tanque de gasolina o de remendar zapatos son actos que se relacionan con tu
crecimiento espiritual. Recuerda que todas las acciones son parte de un todo y que
todas son igualmente importantes, ya que sin una no se podría accionar la otra. Por
tanto, nadie es mejor que nadie, todos somos iguales ante los ojos de Dios. Todos
somos espíritus, seres de luz, somos parte de Él. Todos estamos aquí aprendiendo lo
que nos toca aprender y experimentando lo que nos toca experimentar. Todo es un
proceso. Nunca te menosprecies ni te compares ya que todos en esencia somos lo
mismo. A Dios lo que le importa es lo que hay en tu corazón mas no en tus bolsillos.
Las posesiones son temporales: hoy tendrás, mañana no. Dios no te da lo que tú
quieres, si no lo que tú necesitas… lo que necesitas para crecer en espíritu. Tampoco
te compares con nadie, ni hagas comparaciones de otros. La comparación lleva
únicamente a dos caminos: el camino vano del orgullo o el camino sombrío de la
envidia. Ambos caminos son opuestos al amor y nos alejan, por tanto, de nuestro
crecimiento espiritual. Así que no te creas ni más ni menos que nadie ya que lo que
tienes y eres materialmente es porque así te lo permitió Dios. Y eso de alguna manera
sirve y es utilizado por Él, para el propósito de todos. Hasta lo aparentemente malo
es también utilizado por Dios para el bien ya que si no existiera la persona mala y el
mal, no existiría la persona buena y el bien.

Después de cada uno de sus conceptos, yo me quedaba pensando, meditando en lo


que decía. Eleazar siempre respondía tranquilo y sonriente. Me inspiraba confianza,
confianza nunca antes sentida siendo adulto.
Luego, terminamos de comer. El calor había disminuido ligeramente y una brisa
fresca ingresaba al lugar. Entonces, nos levantamos de la mesa, pagamos el menú y
salimos.
— Yo voy para arriba —me dijo estando en la puerta. —A tomar una siesta en mi
casa, siempre lo hago después de almorzar.

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Yo vi mi reloj. Tenía que volver al trabajo y en dirección contraria.
— Me gustaría volver a verlo —le dije con mucho interés.
— Bueno, cuando tú quieras. Ya sabes que vivo por aquí —tomó un papelito y
apuntó su dirección y teléfono, el cual me entregó cortésmente. Yo lo recibí con
agrado.
— Pues mañana estoy saliendo de Lima rumbo a Río, Brasil —dije—. ¿Podría ser
entonces que nos veamos el lunes? —pregunté.
— Sí, por qué no. ¿Qué te parece aquí en este mismo restaurante a las mismas horas?
Así, almorzamos y charlamos.

Nos despedimos entonces con un sincero apretón de manos, mirándonos a los ojos y
con una sonrisa mutua. Luego, caminé rumbo al trabajo más tranquilo, pensando en
que ese hombre era alguien en el que sí se podía confiar y recordé algo que leí una
vez: “El maestro llega cuando lo necesitas, sin necesidad de buscarlo, porque el destino sabe
cuándo ya es bueno para el espíritu”.

<====>

“Liberando penas, desatando cadenas”.

Un zancudo se deleita con mi sangre, posado en mi brazo. Lo siento, lo veo y lo mato.


Son casi las seis y ya terminé. El trabajo está por fin al día, siento un gran alivio y
ganas de hacer algo para relajarme. Algo así como el tomarme un par de cervecitas
bien heladitas con alguien.
Recordé entonces que Andrea quería verme esta noche. Yo también tenía muchísimas
ganas de volver a verla. Entusiasmado, salí de la oficina pero enseguida algo me
abrumó, puesto que estando ya en el coche caí en cuenta de que al ir a su casa no la
vería solo a ella sino que también rondaría en mi mente la presencia de su madre y
cómo ayudarla. Su pena y dolor estarían allí arriba constantemente.
Encendí mi coche y decidí ir a ver a Eleazar a su casa y pedirle algún consejo, contarle
sobre ello. Esto tenía que solucionarlo y aunque no sabía cómo, algo me decía que él
podría ayudarme de alguna manera.

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Era una casa sencilla y pequeña. Una puerta antigua adornada a su lado por un
farolillo colonial en vitrales rojos y verdes, lo recibía a uno. Bajo del coche, camino y
toco su timbre. Me siento algo inquieto ya que tal vez ya sea su hora de dormir y no
me gusta incomodar a nadie.
Segundos después oigo unos pasos lentos acercarse a la puerta.
— ¿Quién es? —dice alguien desde adentro. Luego, se abre una puertita con
precaución. — ¡Muchacho, eres tú! ¿Qué sucede? Pasa, adelante. Dice Eleazar algo
sorprendido.
— Disculpe, Eleazar —dije ingresando—, pero estoy yendo a casa de Andrea, mi
enamorada y necesito… no sé si pudiera contarle algo antes de ir…
Me recibió una salita pequeña, adornada por huacos de las diferentes culturas
preincaicas, así como fotos en blanco y negro y a color de él en distintas partes del
mundo. Todo en un estilo rústico, algo bohemio y muy acogedor. Al fondo se veía lo
que parecía su cuarto apenas alumbrado por la luz de un televisor.
— A ver, siéntate —dijo él— y cuéntame qué te preocupa.
— Como usted sabe, mañana me voy a Brasil y hoy, después de casi una semana, voy
a volver a ver a Andrea. Lo que sucede es que su madre, ya fallecida, está presente en
su casa. Yo la vi llorando tristemente la primera y única vez que fui a verla. Andrea
no sabe que su madre está allí sufriendo y yo siento la necesidad de hacer algo, de
ayudar a su madre. Pero… no sé cómo, no sé qué hacer —dije contrariado.
— Bueno hijo, me gustaría ir y ayudarte como tú lo esperas pero esto es algo que
debes hacer tú solo, y yo sé que lo puedes hacer —dijo calmado como siempre—. Ella,
su madre no te hará ningún daño, lo sé. Confía en mí. Preséntate sin miedo,
demuéstrale que estás allí para ayudarla, demuéstrale confianza y seguridad. Tan
solo escúchala y responde si ella en algún momento te lo pide. Demuéstrale siempre
confianza mirándola a los ojos sin temor.
— Pero… ¿y Andrea? —pregunté—. ¿Le cuento, le digo lo que sucede y lo que voy a
hacer o qué?
— Díselo si crees que eso ayudará. Agudiza tus sentidos y trata de percibir el estado
anímico real de ella, de Andrea. Si ves que está deprimida o algo molesta, negativa,
pues tal vez no sea un buen momento. Yo no la conozco, pero tú que la conoces mejor
puedes saber qué es lo más conveniente. Recuerda lo que te dije antes: sigue y decide
con el corazón, no fuerces nada y deja que todo fluya naturalmente. Lo que es, será —
Eleazar se paró. — Yo desde aquí te ayudaré. Esa mujer debe retornar a donde
debería estar, tú puedes ayudarla. Escúchala y entérate de la causa que la mantiene
aquí. Sé que puedes ayudarla. No tengas miedo y permítele retornar hacia Dios y que
su espíritu continúe su camino. Ve.

79
Así, salí de su casa, subí a mi coche y arranqué con rumbo a casa de Andrea.
Varias cuadras, luces, semáforos, luego mi casa, algo de comer, un refrescante baño,
luego más pistas, más pensares y ansiedades, un grifo y una compra, una cerveza
personal, hasta que llegué a su casa. Afuera, el gran sauce debajo del cual estacioné
mi coche, dentro, una luz en el segundo piso. Era su cuarto. Apagué el motor
quedándome allí observando, meditando por un momento, viendo las ventanas
iluminadas del cuarto de Andrea y junto a estas las del cuarto de su madre en
oscuridad. Me pregunté entonces en dónde dormiría su padre, si dormía en ese
cuarto o tal vez en otro. Sé de gente que deja el cuarto de la persona fallecida tal y
como lo dejó. Intacto, manteniéndolo así por respeto y recuerdo de lo especial que fue
esa persona en vida.
Me bajé del auto y caminé hacia la puerta. Luego, me detuve apoyándome en mi
coche y tomé mi celular, pensé que enviarle un mensaje de texto a Andrea antes de
tocar la puerta sería una buena idea, así ella misma me abriría en caso de que su
padre esté también. Además, eran las más de las diez: “Hola Andrea, estoy aquí abajo”,
decía el mensaje, el cual envié enseguida. Me apoyé en el coche y esperé. Casi al
instante, Andrea se asomó por su ventana, hizo a un lado la tela de la cortina que la
cubría y alzó su mano saludándome. Después de unos segundos, abrió la puerta y
caminó hacia mí con las manos en los bolsillos. Estaba hermosa, traía puestos sus
jeans ajustaditos así como una blusita muy casual y veraniega, el cabello amarrado en
cola y descalza.
— Hola —me dijo algo seria pero tierna—. Pensé que no vendrías. Luego, me dio un
beso en la mejilla manteniendo sus manos en los bolsillos y se quedó de pie algo
distante.
— Bueno sí, disculpa que no te llamara o confirmara que venía… y es que no sabía si
terminaría todo lo que tenía de trabajo. Quiero viajar tranquilo y sin temas pendientes
—le dije viéndola con la ilusión en el cielo—. Estás muy linda. Te extrañé, pensé que
ya no querías verme.
— Pensé lo mismo, pero ya ves… aquí estamos, tú y yo —ella repuso—. ¿De veras me
extrañaste? —preguntó algo seria. La sentía algo distante. Sabía que la última vez que
nos vimos se dieron muchas cosas de las cuales desconocía su actual posición y sentir.
— Sí Andrea, te extrañé ¿Cómo no hacerlo? —le dije.
—Quiero que sepas que lo de esa noche… pues… no es que una ande besándome con
cada chico que me agrade —repuso—. No sé…qué me paso y no deseo que pienses
mal de mí. Soy consciente de lo que hice…

80
Entonces la interrumpí apagando las palabras que salían de su boquita con las yemas
de mis dedos.
— Ratoncita… no pienso nada malo de ti, muy por el contrario, me agradas
muchísimo. Y me encantó lo que pasó —le dije y seguidamente acaricié una de sus
mejillas y la besé en la frente. Ella se mostró entonces menos embrollada.
— Mira disculpa que no te haga pasar —me dijo—. No es porque quiera darte alguna
señal ni nada de eso, lo que pasa es que mi padre tiene el sueño muy ligero y no
quiero despertarlo, le es muy difícil llegar a dormir.
— No te preocupes. Aquí además está más fresco —le respondí acomodándole su
cabello sobre su oreja ya que este le cubría su rostro. Sentía muchas ganas de
abrazarla y besarla, quería decirle que la quería pero antes debía resolver lo de su
madre.
— Andrea —dije—. Hay algo que quiero decirte sobre lo que siento por ti... pero
antes hay algo que debo contarte, se trata de algo, digamos que más urgente, algo
complicado. Ella levantó la vista mirándome seria y con mucha curiosidad. — ¿Qué
es, de qué se trata? —preguntó.
— Sé que quieres mucho a tu papá pero… hay otra persona en tu casa que te ama
aparte de tu padre — le dije dándole una introducción al tema. Ella liberó sus manos,
su mirada se clavó con sorpresa en la mía.
— ¿De qué hablas, a quién te refieres? Sé claro Marcelo, por favor —dijo con
preocupación y recelo casi atinando a lo que me refería
— Andrea te quiero y mucho pero se trata de tu madre. Ella necesi…
— ¿Mi madre? —acentuó en tono álgido, aclarativo, cortando mí hablar—. Mi madre
falleció, se fue, ¿a qué viene ese tema? —su rostro se llenó de aflicción y de lágrimas.
Andrea sospechó enseguida de qué se trataba mi preocupación y lo que implicaba
entonces.
— Tu madre te necesita, está allá arriba en un cuarto. Yo la vi el otro día que estuve
en tu casa –dije esto señalando el cuarto donde vi a su madre.

Enseguida se puso pálida a tal punto que tuve que cogerla al ver que su cuerpo se iba
para abajo, sus piernas se doblaban, entrando casi en desmayo. Afortunadamente de
inmediato se recobró pero comenzó a llorar en voz baja, tomándose de la boca y con
la mirada hacia arriba, hacia el cuarto oscuro, junto al suyo.
La abracé, su llanto era silente pero intenso, contenido entre sus manos y con su mirar
fijo en esa ventana.

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— Andrea —le dije—, ten calma, déjame subir y hablar con ella. Todo estará bien.
Ella, tu madre, está allí por algo. Déjame saber qué desea, qué la retiene aquí,
permíteme ayudarla.
Fueron mis palabras, firmes pero calmas. Ella sollozaba sobre mi hombro. Se quedó
inmóvil por varios segundos, su cuerpo temblaba sin dejar ni por un segundo de
mirar hacia esa ventana. Luego, se limpió las lágrimas, sacó un llavero de sus bolsillos
dándomelo sin decir palabra. Lo tomé, le di un beso en la frente y caminé lento hacia
la casa.

Su padre tenía el sueño muy ligero y yo no deseaba complicar las cosas. Tenía que ser
muy cauto y silencioso. Además, desconocía si su padre dormía también en aquel
cuarto, pero algo me decía que no.
Tampoco sabía si la casa tenía alarma o no, pero igual procedí intentando con una de
las llaves, la cual afortunadamente ingresó suavemente. Fue entonces que antes de
dar el giro a la llave me acordé del pequeño perrito y me detuve. Volteé tratando de
ubicar a Andrea. Ella me vio y se acercó tomando conciencia de mi necesidad de
ayuda. Caminó hacia mí, secándose las lágrimas, dejando yo entonces que ella
abriera. La puerta se abrió unos centímetros, se agachó y llamó suavemente a su
perrito, lo tomó entre sus brazos y lo cargó evitando así que ladrara. Seguidamente,
ella ingresó por delante dándome una mano para guiarme en la oscuridad hacia la
sala, prendió una lámpara y se sentó sin dejar de abrazar a su perrito, quedándose
allí, mirando hacia la escalera como indicándome el camino y diciéndome con la
mirada: “Yo me quedo aquí”.
Me quité los zapatos y subí lentamente. La luz de la lámpara era tenue pero me
permitía ver lo suficiente. Entonces, el silencio como buen compañero me
acompañaba en cada escalón hasta que llegué a la puerta de aquella habitación, la
cual estaba cerrada como lo esperaba. Asumí que su padre dormía en otra ya que
Andrea no me advirtió lo contrario. Entonces, me detuve y recordé todo lo dicho por
Eleazar, definitivamente sentí entonces una mística conexión con él.
Respiré profundo, tomando ya la perilla de la puerta. Andrea había guardado su
mascota y estaba ahora detrás, sujeta al barandal de la escalera y me observaba muy
callada y atenta. Sentía algo de temor puesto que realmente desconocía lo que podría
suceder, giré la perilla y abrí despacio aquella puerta. Su madre, el espíritu de su
madre estaba allí sentado al borde de la cama iluminando todo ese cuarto, tal cual lo
vi esa primera vez.

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Lloraba en silencio, cubriéndose el rostro. Ingresé y cerré tras de mí la puerta. Era
muy conmovedor verla allí, llena de llanto y tristeza tal y como la había visto en mis
sueños. Mucho frío y pena se respiraban. Caminé entonces hacia ella acercándome en
cada paso a una incierta e inquietante situación. Podía sentir mi corazón acelerarse a
cada segundo.
— Señora Del Solar —le dije entonces, casi susurrando, al estar frente a ella. Su rostro
se dejó ver por entre sus manos y su mirada aún más sorprendida que la mía se
mostró temerosa y confundida pero enseguida en unos grandes ojos celestes, una luz
de esperanza se encendió.
Alguien por fin, podía verla. Sentirla después de casi cinco años de la más absoluta y
total incomunicación. Su triste presencia había pasado inadvertida en todo ese
tiempo. Miles de llantos y hasta gritos desesperados, ignorados, pisados tras el
tiempo. Años rondando por su casa, tras su hija y su esposo sin que pudieran percibir
su pena, ni su angustiosa presencia. Entonces, ella trató de cogerme de las manos, de
unir su presencia a la mía buscando consuelo pero su esencia física era muy débil.
Aún así pude sentir en su frío tacto, su angustia y su dolor.
— ¡Calma! —le dije—. Soy Marcelo, amigo de su hija y yo sí puedo verla y oírla.
Dígame ¿Por qué está aquí? ¿Qué es lo que desea? Permítame ayudarla. —En calma y
un esperanzador alivio fueron dibujándose en su rostro.
— ¡Puedes oírme! ¡Tú sí puedes oírme! —dijo emocionada, casi sin creérselo,
abriendo sus sufrientes ojos todavía más con ilusión y asombro, sin dejar de intentar
coger mis manos.
— Sí señora, puedo oírla —le repetí calmo.
— ¡Ay, gracias Dios! —dijo llorando y cayendo de rodillas—. Por fin me enviaste un
ángel para ayudarme. Gracias, gracias, mi Dios —repitió varias veces. Entonces me
agaché tratando de levantarla, pero mis brazos traspasaban su luminoso cuerpo
celeste, sin poder asirla a mis manos. Decidí por tanto mantenerme a su lado de
cuclillas, esperando lo que tenga que decir.
— Tengo que hablar con Andrea y con su padre pero sobre todo con Andrea. Yo he
vuelto, estoy aquí por ella. Ella está muy confundida y yo quiero, necesito que sepa la
verdad, para que ella pueda seguir con su vida sin ese rencor, sin esa duda que
enturbia su corazón. La he visto llorar tanto y por tantos años. Yo he llorado a su lado
sintiendo su pena, su confusión. Ella es una niña muy fuerte pero no se merece vivir
así, con esa duda tan inmensa en su corazón. No puedo dejar que aquello tarde o
temprano se convierta en amargura y que contamine su corazón apartándola del
amor de Dios. ¡Ayúdame hijo, por favor! — dijo suplicando. Luego, se elevó, cruzó la
cama hacia el ropero, donde se detuvo— ¡Ábrelo, ábrelo, por favor! —dijo

83
señalándolo ansiosa. Caminé hacia él y lo abrí—. Busca, busca un saco guinda. Allí
debe estar. — Encendí la luz del ropero, viendo que sí, efectivamente, un saco guinda
colgaba al lado de otros vestidos y trajes. Lo saqué.
— ¿Este? —pregunté.
— ¡Sí!, ¡sí!, ese, ese corazón—dijo con cariño—. Busca en él, en el bolsillo derecho
interior, busca, busca —aún más ansiosa.
Supuse entonces, mientras buscaba, que aquel saco guinda fue el que uso aquel
marchito día pero no encontré nada, buscaba por todos los bolsillos y nada.
—No hay nada—le dije mirándola. Ver su rostro luminado era conmovedor.
—Tiene que estar allí. Busca bien, por favor—dijo desesperándose y tratando
inútilmente de ayudarme pero sus lumínicas manos se desintegraban en cada
intento—. En el derecho tiene que estar, en el derecho. Yo recuerdo claramente
haberlo metido allí —dijo desesperada—. Tiene que estar allí. ¿Por qué no está? —Se
sentó del lado de la cama y se puso a llorar. Supongo que ella pensó entonces lo
mismo que yo: que si algo había estado allí pues tal vez se cayó y se perdió en el
accidente. Noté entonces al insistir en mi búsqueda que en el forro de dicho bolsillo
me dejaba sentir al tacto un agujero. Metí mi mano por esa rotura y sentí la textura de
un papel al fondo. Lo saqué mirándolo. Era un papel doblado en cuatro partes.
— Aquí hay algo —le dije. Ella levantó la vista.
— ¡Ese! ¡Ese! ¡Ese es! lo encontraste —dijo emocionada—. Te adoro corazón. Míralo,
es un recibo. Con él y con tu ayuda todo podrá aclararse y volvió a calmarse. De
pronto se abrió la puerta. Era Andrea quien estando tras la puerta, había escuchado
mi voz y decidió entrar al escucharme decir: “No hay nada”. En referencia anterior a
el papel que acababa de hallar.
— ¡Andrea! —dijimos su madre y yo al verla entrar.
— Hola —dijo tímida y preocupada—. Mi padre se ha despertado. Está en el baño y
como yo te escuché decir que no había nada, entré.
—Cierra, entonces —le dije ayudándole a cerrar la puerta algo preocupado.
Temiendo perder el control de la situación.
Solamente la luz del armario nos alumbraba, el cual cerré casi en su totalidad, para
que esta no nos delatara al filtrarse por debajo de la puerta del cuarto.
— ¿Qué haces con ese saco? —dijo con sorpresa al verlo en mis manos—. ¿Y ese
papel, qué es? —preguntó de inmediato, intrigada. Su emoción y curiosidad la
hicieron olvidarse de mantener silencio.
— Silencio, Andrea. No deseo que tu padre nos oiga —le dije poniendo mis dedos
sobre sus labios. Su madre tan solo la miraba con lágrimas en los ojos, pero esta vez,
esperanzadamente.

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—Ese saco, ese saco es el que usó mi madre el día de su accidente—señaló.
— Si, lo sé Andrea —nos comunicábamos a través de susurros. Andrea no sabía que
su madre estaba allí junto a mí viéndola con nostalgia y adoración.
— ¿Pero, cómo lo sabías, y qué es ese papel? —preguntó.
— Ábrelo corazón, enséñaselo dile… — su madre entonces intervino. Yo la
interrumpí indicándole con mi mano que espere, quería mantener el control. No
quería asustar a Andrea pero también quería tranquilizar las ansias de su madre. Me
encontraba entre las dos, entre la sorpresa curiosa de una hija y la emoción de su
madre.
— Andrea —le dije mirándola—, este es el cuarto de tu madre. Ella, tu madre, me dijo
que buscara este documento en este saco. — Entonces, en su rostro la curiosidad y la
intriga fueron dando paso a una mezcla de felicidad y miedo. Sentimientos
mezclados también con todavía más sorpresa.
— ¿Mi madre…ella te lo dijo en tus sueños o cuando? —dijo, preguntando algo que
ya sabía que ya presentía, pero que le era muy difícil de creer.
— No Andrea, ahora, ahora tu madre está aquí, detrás de mí viéndote y escuchando
todo lo que dices —le respondí calmado. Andrea se resistía a aceptarlo.
— Pero… te oí decir que no estaba —dijo quebrándosele la voz y mirando por encima
de mis hombros y por los lados como tratando de ubicarla, de verla.
— Me refería a este papelito… —enseguida le aclaré—. Andrea, tu madre está aquí.
Tú no puedes verla, pero ella sí a ti. Ella desea que tú sepas la verdad y
aparentemente este papel puede ayudar a aclarar todo.
Andrea cogió el papel. Su raciocinio trataba de evitar y contener la inmensa ola de
emociones que estaba asomándose y creciendo en su corazón.
— Dile que la amo —dijo su madre tranquila y serena—, y dile que espero me
perdone por haberle descolorido en la lavadora su remera preferida de Snoopy, ella
sabrá de lo que hablo. También dile que su hermano Miguel, su piojito, extraña ver
con ella los cartoons. —Entonces complací a su madre diciéndole a su hija todo
aquello. Andrea dejó caer el papel y se puso a llorar.
Lágrimas que brotaron deslizándose por sus mejillas. Después, tomó el saco y lo
apretó fuertemente contra su pecho, sus ojos se clavaron en los míos como
advirtiéndome que no perdonaría una broma así, si lo fuera, quedándose en silencio
otra vez.
— Ten calma —le dije—. Dejemos que tu madre nos diga lo que tenga que decir. —
Seguidamente los tres nos sentamos sobre el borde de la cama frente a las puertas del
closet. Andrea, su madre y yo, esta última lloraba tanto o más que su hija. Recogí
entonces el papel y lo desdoblé, se trataba de un recibo. Corrí un tanto la puerta del

85
ropero para poder leerlo. Aquel documento hacía mención a la recepción de un
donativo de 10,000 dólares americanos para la iglesia.
— Princesa —enseguida su madre comenzó a hablar—, yo nunca te haría daño, eres
lo que más quiero, desde que te tuve en mi vientre supe que serías lo más importante
en mi vida. —Su madre hablaba con la voz entrecortada, sin ver el llanto de su hija,
para poder continuar y resignada además ya que sabía que su hija no podía verla.
Así, comencé a trasladar a Andrea todo lo que ella decía—. Tú y tu hermanito quien
está allá arriba esperándome, son los dos más bellos regalos que Dios me ha dado;
lamentablemente aquel inesperado suceso nos separó de ti y de tu padre, a quien
también amo y amaré y a quien nunca le fui infiel. Nunca hija—recalcó algo más
calmada—. Aquel día, recibí aquí en casa una llamada desde Miami. Se me dijo que
un viejo y buen amigo de tu padre traía un donativo para la iglesia y que teníamos
que ir a recogerlo al aeropuerto de inmediato y que este señor, solo estaría por una o
dos horas en Lima, esperando el transbordo de avión ya que estaba de paso rumbo a
Argentina. Tu padre estaba de viaje, así que yo tuve que ir al encuentro.
Este señor estaba esperándome en el café del aeropuerto, tomándose y degustando
una copa de vino peruano del cual sí, tomé un trago a su pedido, por educación y en
agradecimiento a su amable y generoso favor. Eso fue todo, luego camino a tu
graduación el coche automático de tu padre se apagó de improviso. El timón y el
freno se pusieron durísimos para mí y no pude evitar el choque.

Andrea, después de escuchar atentamente lo narrado, tomó el papel de mis manos, lo


dobló de vuelta en cuatro sin decir palabra.
— Te amo, mamá —dijo luego con los ojos remojados de lágrimas mirando hacia ese
papel—. Te extraño demasiado, te necesito, quisiera abrazarte ahora mismo. —Su
madre se echó a llorar nuevamente—. No puedo verte, mami. Quisiera poder hacerlo,
quisiera besarte y sentirme en tus brazos. Perdóname por haber llegado a dudar en
algún momento, pero nunca dudé de tu amor. —Su madre se elevó posándose frente
a ella con el rostro lleno de paz y tristeza y luego, la besó en la frente.
— Está frente a ti —le dije—, te acaba de dar un beso en la frente y ahora trata de
secarte las lágrimas de tus mejillas. —Andrea sonrió emocionada sollozando.
Entonces, algo me motivó a ofrecerle una mano a su madre, la cual casi llegó a sujetar
y luego, le brindé mi otra mano a Andrea.
— Concéntrense. Andrea concéntrate en tu madre —dije intentando algo que me
nació hacer en ese instante desde el corazón y cerré los ojos.
— ¡Oh, Dios! —dijo Andrea—. Puedo... ¡Puedo verte, mamita, puedo verte! — dijo
ahora extremadamente sorprendida y contenta.

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— Te amo hija, cuida de tu padre –le respondió entonces su madre—, dile que su
anillo está detrás del tercer cajón de su cómoda y tú no temas en mostrarle tu tatoo,
dile que a mí me gusta.

Entonces, aquel bello cuerpo luminoso y celeste le dio otro beso a su hija, luego dejó
de posar su mano en la mía y se fue.

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Capítulo 6

“Rumbo a Brasil, memorias ocultas de un pasado lejano y remoto”.

A 12,000 pies de altura las cosas se ven desde otra perspectiva. Es como si uno
estuviera entre una frontera imaginaria, como si todos los problemas del mundo y de
la humanidad estuvieran bajo nuestros pies, y el cielo y su perfección sobre nuestras
cabezas. Como si estuvieras flotando por un tiempo efímero entre ambos. Así, vas
avanzando sobre las nubes con la sensación de que dejas algunos problemas atrás por
un momento, además un baso de whisky me acompaña. Lo pedí a causa de mi
inexplicable temor a las alturas.
Veo por la ventanilla del avión cómo te deslizas y atraviesas grandes algodones de
nubes que parecieran estar sosteniendo la nave. Y es que parece increíble que todo
este artefacto volador de metales, plásticos y polímeros pueda estar tan apartado y
lejos del suelo sin caer.
Aquel temor compartido pero ignorado se siente, y aún a pesar de esa inquietud
latente, el viaje es placentero, tranquilo. Permitiéndole a uno analizar y reflexionar,
pensar las cosas de una manera distinta.
Es de tarde, el sol se ve a lo lejos, sol que siempre al verlo así, me hace recordar lo
bella que puede ser la vida.

Pensé entonces en Andrea. Nos despedimos anoche, una noche de gratificantes


consecuencias no solo para ella, sino también para su padre quien sorprendido al
vernos salir del cuarto de su madre, y después de escuchar todo lo que Andrea le
contó, sobre el anillo, el recibo y lo que realmente sucedió, terminó por darle un gran
abrazo a su hija mientras lloraban juntos. Y aunque le fue complicado y difícil creer
todo lo sucedido terminó por darme una cordial despedida de su casa. Yo me fui
contento, con un sentimiento muy grato de labor cumplida, feliz de haber ganado
tantos puntos frente a Andrea. Su madre, después de tantas lágrimas y angustia, al
fin pudo dejarse ir, para continuar su camino espiritual.
Eleazar a quien agradecí y vi en la mañana antes de partir, me dio una carta y una
dirección en Río, a donde me pidió que fuera, que viera a esa persona llamada Tavata
y la saludara de su parte. Pienso también que lo sucedido con la madre de Andrea se
enmarcó en puros y fuertes sentimientos de todas las partes involucradas y aquello
me dio un norte más específico sobre mí, aclarando de muchas maneras mi
perspectiva de las cosas.

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Las horas pasan y despierto después de una pequeña siesta. Hemos dejado el mar, el
Océano Pacífico y el soleado atardecer. Ahora estamos sobre pasando Paraguay y
entrando a cielos brasileros. Es de noche ya y un inmenso cielo lleno de estrellas se ve
por la ventanilla.
Miles de puntos luminosos, unos más grandes que otros se ven majestuosamente a
través de una que otra nube. La vista es increíble, nunca había visto antes un cielo de
noche tan copado de estrellas. Es precioso ver toda esta maravillosa creación: “En el
principio creó Dios los cielos y la Tierra: Génesis, luego las estrellas y todo lo que existe…”.
Solo hace falta ver hacia el cielo. Vivimos en un planeta, un astro que gira alrededor
de una estrella, el sol; un sistema solar que gira a su vez en una galaxia junto a más de
cien mil millones de estrellas. Somos como un granito de arena en la playa. Un punto
en un vasto e infinito mar de galaxias.

Hace algunos pocos años atrás, creíamos que éramos egocéntricamente el centro del
universo, ahora sabemos que solo somos la infinitesimal parte de un todo. Las
verdades que nos muestran los cielos y la propia naturaleza en la Tierra, nos hacen
ver crudamente nuestra insignificancia y aún así siendo tan minúsculos, Dios y su
amor infinito están siempre presentes, día a día en nuestras vidas. Pienso entonces
también viendo ese majestuoso e infinito mar de estrellas que Dios creó todo, y que
ese todo, parece ser eterno y renovable. Pienso que Dios lo creo para compartirlo ya
que Él es amor, amor que todo lo da, para que así, a través de toda su creación lo
conozcamos. Por tanto, una sola vida no bastaría para aprender, conocer y ver todo lo
que es y todo lo que quiere Dios de nosotros. Hay tanto por ver y descubrir, tanto por
aprender. Somos espíritus, partes de su magnificencia, portamos su esencia, por
tanto, eternos. Seres de luz divina que aprenden, conocen, evolucionan, como todo en
su creación.

Siento entonces que el avión se inclina suavemente hacia la izquierda. Sé que Brasil
tiene más de 180 millones de personas y Río, casi 16 millones. Somos más de siete mil
millones de personas habitando este planeta. Somos muchos bajo cínicos sistemas
políticos de gobierno, ajenos todos todavía a Dios y a su amor. Sistemas jerárquicos
en donde el que más tiene, más es y más vive; en donde la distribución es totalmente
irracional, injusta y arbitraria, dominada por el egoísmo de unos cuantos. Nos falta
tanto, tanto por aprender y evolucionar. Estamos en una gran escuela, todavía en
primaria.

89
La nave desciende, atraviesa tenues nubes sobre la linda noche que cubre todo Brasil.
A lo lejos, el Cristo Redentor de Río de Janeiro nos recibe, dándonos la bienvenida
con los brazos abiertos, cálidos y fraternos a todos los visitantes de tan turística
ciudad. Entonces, veo otro espectáculo. Uno solo para mis ojos…
Son pequeñísimas y esporádicas luces a la distancia, las mismas que conforme nos
acercamos se hacen más visibles, son luces de diferentes colores, algunas en
tonalidades amarillas otras más blancas, azulinas, anaranjadas etc. procedentes de
diferentes puntos de la enorme ciudad. Estas suben y bajan del cielo y también hacia
él, perdiéndose arriba en su inmensidad y abajo entre las miles de luces de la cuidad.
Luces fugaces de espíritus, luces que se aparecen y deslizan cada cuanto por la noche
de Río y a medida que el Cristo Blanco se hace más grande y parece darles la
bienvenida y despedida, siendo para mí un espectáculo asombroso, realmente bello.
Estando ya en suelo brasilero, suelo de futbol, samba y carnaval, salgo del aeropuerto
Tom Jobim de Río y tomo un taxi. Me siento en la parte delantera junto al delgado
chofer. Abro mi pequeña maleta negra de lona, tipo mochila y saco las direcciones de
la reunión de trabajo de mañana y la que me dio Eleazar, se las enseño al taxista el
que, moreno este, enciende la luz del salón.
— ¿Até à data a eles eu faço exame do sénior? —dice bajando el volumen de su radio, y lo
que traduciendo es: ¿A cuál de ellas lo llevo, señor?
— Sorry, I do not understand —dije al no entender portugués.
— To as of them I take, senior —enseguida respondió en inglés, en cuyo idioma
continuamos, indicándole que primero me llevara a un hotel cercano a ambas
direcciones.
Arranca su coche y salimos, acompañados de la música reggae de Bob Marley en su
radio.
Aquel joven moreno de cabello muy corto parecía una buena persona, además su taxi
adornado de frases y figuras de Cristo por todas partes, me inspiraba confianza.
Sabida es la inseguridad que puede sorprenderlo a uno en cualquier momento aquí.
Una figura en especial me causó mucha gracia, lo cual se lo hice saber, era una
imagen de Cristo junto a Bob Marley, ambos sobre una nube fumando marihuana.
— Mire, estoy seguro de que a Cristo le encanta el reggae y que allá arriba, debe ser
muy buen amigo de Bob —dijo mientras sonreía. .
Tomamos entonces una gran avenida y aceleró. Lima tiene menos de la mitad de la
población de Río, así que imaginando, multipliqué a Lima por dos para calibrar mi
perspectiva geográfica.
— ¿Es usted creyente, católico, evangelista? —pregunté amistosamente.
— Yo soy evangelista —dijo.

90
— ¿Ah, sí? —respondí algo sorprendido—. Pero si su taxi está lleno de imágenes de
Cristo y santos, hasta la Virgen está por aquí. Muy bella imagen por cierto.
— Sí —respondió—. Mire, las diferencias entre religiones son puras mierdas. Yo amo
a Cristo, así como amo a mi madre y a mi hijo. Tengo fotos de ellos en mi billetera,
por qué no tener unas de Cristo o de su madre, la Virgencita también. Es como la
madrecita de todos ¿verdad? —preguntó muy seguro de su sentir.
— Bueno yo creo que tienes razón, pero… —dije y me cortó.
— Mire, yo no entiendo. Cada religión tiene sus mierdas: los católicos con sus
pomposas ceremonias lujos, joyas y poder; los cristianos con que las imágenes y
diezmos y que Pedro no es la piedra, y ¡No al papa!, contradiciéndose ellos mismos;
los testigos de Jehová y los pentecostales que dicen que resucitarán en cuerpos
glorificados y jóvenes de veinte años, ¿se imagina? eso sería peor que el mismo
carnaval; luego los mormones que se casan con varias mujeres y de preferencia muy
jovencitas, casi niñas. Y así, si sigo me quedo corto. Mire amigo yo estoy seguro de
que Cristo vendrá muy pronto y pondrá a todos estos en su sitio. Las religiones, sus
representantes en todo caso, deberían sentarse juntos en una mesa y fumarse un buen
porro de marihuana. Buscar unirse, hablar de amor y no de sus diferencias de mierda.
Todos se creen especiales y se olvidan del fondo del asunto pero ya Cristo pondrá
toda esa mierda en su lugar. —Me dejó sorprendido y continuó—. Mire, aquí en
Brasil hay todas esas religiones y más. A mí particularmente me molestan esas
diferencias pero bueno, hay que respetarlas. Sé que en otros países la cosa es más
áspera pero aquí, la fuerte influencia de la cultura y religión africana, presentes en el
pueblo, es decir en los pobres que somos la mayoría, son como algo que nos une
influenciándonos de alguna manera más espiritual. Es difícil de explicar pero, todos
aquí saben y temen al poder de los ritos africanos. Eso está presente en todas las
clases sociales y eso de alguna manera nos une. Así como nos une el futbol. Todos
podemos ser hinchas, admiradores de diferentes equipos, pero cuando juega la
verdeamarilla, todos somos uno y la iglesia más grande de Brasil es el Maracaná.
Aquí el futbol es más que la religión.

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91
“Mutuos anhelos y deseos…a la distancia”.

Son las 03:35. Estoy cansado y desnudo sobre la cama de un rústico, sencillo pero
simpático cuarto de hotel. Vi apenas algo del famoso carnaval, esa desenfrenada
fiesta carioca, a cuya salud y hechizo me tomé algunas heladísimas cervezas para
refrescar el cuerpo del calor atmosférico y visual del exuberante, alegre y sexy desfile,
en donde coloridos, pequeños y tentadores atuendos danzaban envueltos en música,
provocación y color. Me levanto de cama. Decido tomar una segunda ducha ya que
me encuentro ligeramente encandilado por el alcohol. Luego, salgo, enciendo la
lámpara de la mesita de noche, reviso mis cosas y saco mi computador, el cual
enciendo. Necesito revisar todo lo necesario para la reunión de mañana. Repaso
rápidamente las filminas respectivas y las pongo en orden de presentación, luego
reviso mi correo electrónico y me recuesto. Pienso en Andrea y en enviarle un correo
pero me detengo al ver que en ese preciso momento me llega casualmente uno suyo.
Lo abro contento y lo leo, es pequeño pero muy tierno. Me doy entonces cuenta que
ella está conectada a su mensajería y el sueño se me va al instante. Deseo charlar con
ella.
> “Hola”, le escribí enseguida.
> “Hola, ¿cómo estás?”, responde ella, en letras rosa acompañadas de una carita feliz.
Desde ese momento, las palabras escritas y las caritas expresivas virtuales nos
unieron en la noche.
>“Muy bien, es que me acabo de dar una ducha”, le contesto escribiéndole en letras
azules y verdanas, acompañadas de una flor y un beso virtual.
> “Gracias, qué lindo ¿qué hora es por allá?”, escribe ella añadiendo otra carita feliz.
> “Son casi las 04:00”, respondo.
>“¿No tienes sueño o no puedes dormir?, ¿qué tal tu viaje?”
>“El viaje bien. Y sí, un poquito cansado. Vengo de ver algo del carnaval y ahora
revisaba mis notas de la reunión de mañana cuando te vi, conectada. No puedo
dormir, mucho calor”, respondo, adjuntándole un corazón. Y en ese momento
recordé el aroma de su cuarto, su cama, sus peluches, las cortinas, la alfombra, la
repisa llena de libros, etc. fue como si me transportase allí con ella.
>“Mmm, yo no tengo sueño. Mañana estoy libre. ¿Qué tal el carnaval?”, dijo
expresando su ánimo con caritas animadas de felicidad e intriga.
>“Bueno, bien. Y ¿tú, todo bien? Jeje”, escribí.
> “Bien. Todo bien. Viste muchas chicas, seguro”, indica con una carita roja rabiante
de enojo y otra feliz.

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> “Bueno sí, varias, pero como ves, regresé temprano. Aquí no se puede dormir.
Afuera continúa el carnaval”, dije cambiándole el tema ya que había mujeres casi
desnudas en el desfile y fuera de él. Ella por momentos no respondía
inmediatamente, seguro estaba en contacto con alguna amiga o se encontraba
haciendo algo por Internet, desde antes que yo me conectara.
> “¿Estás ocupadita?”, pregunté algo ansioso e impaciente. Yo no quería compartirla
con nadie en ese momento.
> “No, ya terminé. Estaba conversando con una amiga pero ya se fue”, respondió
poniendo una carita pícara.
> “Y… ¿no saliste hoy viernes?”, pregunté, agregando una carita curiosa.
> “Sí, justo me vengo de una parrillada, de casa de una amiga. Tomé algo de vinito
jeje. ¿Con quién te fuiste al carnaval? ¿Sólo?”, preguntó ella
> “Pues sí, no conozco a nadie por aquí. Pero me tomé unas cervecitas para no
extrañarte”.
> “¿Estás borrachito?”, preguntó adjuntando otra carita de curiosidad y otra de fiesta.
> “Jajaja no, solo picadito y con calor”.
> “¿Qué, dónde estas?”
> “En el hotel, en mi habitación. Solito con el computador, la luna y tú”, respondí
adjuntando una carita pícara y un corazón
> “Y tú… ¿en tu cuarto, supongo?”, pregunté tanteando y aunque sabía que así era,
quería leerlo de ella.
> “Sip”, respondió acompañando a mi carita pícara otra igual.
Varios segundos de silencio, de no escribir por parte de ambos se dieron entonces,
segundos en los que traté de imaginarla, de ver más allá de las letras de una fría
pantalla de computador.
> “Y… ¿qué haces?, ¿de veras estás solito?”, reinició ella con otra carita pícara.
La imaginé allí solita en su cuarto, contenta y relajada gracias al vino. Entonces,
empecé a desearla pero no sabía qué decir, qué escribir. Tenía algo de miedo, caer en
la impertinencia. La conversación otra vez se detuvo por varios segundos hasta que
ella escribió con caritas una triste y otra de pena
> “¿Qué haces?, ¿no deseas charlar?”, a lo que respondí enseguida.
> “Sí nenita, lo que pasa es que…”
> “¿Qué?, dime”.
> “Es que….te imagino allí solita y me encantaría estar contigo”, le contesté
agregando una carita tierna de vergüenza.
> “¡Ay, qué lindo! Eres bien tierno ¿sabes?”, dijo adjuntando una carita feliz y un
corazón.

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Entonces sé que nuestros corazones se agitaban expresando sincera emoción. Y
continué al leer su respuesta.
> “¿Te puedo preguntar algo? Pero… ¿no te enojas?”, lancé la pregunta, quería saber
más, la emoción me embrujaba
> “Mmm sip”, respondió, con carita de intriga y un beso.
> “Pero prométeme que no te molestarás”, le dije protegiéndome tras otra carita
tímida.
> “Nop. No me molesto, lo prometo”.
> “Ok es que… me encantaría saber cómo estas vestidita ahora mismo”, le dije
deseando mucho saberlo. Deseaba meter su imagen actual en mi cerebro. No por
nada se dice que el cerebro es el principal órgano sexual.
> “Mmm, pues es tarde nenito. Ya ando en pijamita y sabes… también me gustaría
que estés aquí conmigo”, respondió repitiendo la carita tímida.
> “Y… ¿puedo saber cómo es tu pijamita, ratoncita?”, repregunté.
> “Si me dices como es la tuya… yo te digo cómo es la mía”, dijo repitiendo la carita
anterior. La atmósfera se llenaba de deseo en un interesante y excitante tira y afloja
por parte de ambos. Entonces, vi la hora, eran las cuatro y media pero decidí seguir
en lo que estaba. Me inquietaba pensar hasta dónde nos podía llevar esta noche, su
vino y la conversación.
> “¿Yo? ¿Segura quieres saber?, recuerda que aquí hace muchísimo calor”, le respondí
con dos caritas, una pícara y otra, tímida. Dudaba en decírselo pero sentía que sí
podía hacerlo, que ambos estábamos en esto.
> “Sip muuuucho”, respondió inmediatamente con entusiasmo.
> “Bueno… estoy sobre la cama. Recién bañadito”.
> “¿Estás solo en boxercitos?”, preguntó añadiendo con carita pícara.
> “¿Tú?”, enseguida pregunté intrigado.
> “Pues… casi iguales, solo que yo estaba con una camisetita justa de algodón pero
me dio mucho calor”.
> “O sea…”, repregunté imaginándomela preciosa.
> “Pues… ahora… solamente en calzoncito”, respondió traviesa.
Aquella respuesta e imaginarla allí sentadita tan únicamente en trusita me excitó de
sobremanera.
> “Wow, nooo”, escribí emocionado.
> “¿No? Jijiji. ¿Cómo que no?, ¿no te gusta que esté así?”, respondió con carita de
pena.
> “¡Me encanta! Me emociona, me alegra todo el cuerpito jeje”, respondí con el
corazón a mil, deseándola mucho más.

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> “Jeje. Qué tierno eres, Marce”, escribió con carita feliz. “A mí también me gusta
saber que estás así casi sin ropita”.
Entonces, seguí indagando pícaramente, pero con caritas de timidez.
> “Y… ¿puedo saber cómo está tu cabello y de qué color es tu calzoncito?”
> “Tengo el cabello suelto me lo estuve cepillando y mi calzoncito es blanco y de
encajes. Es nuevecito y me queda bien ajustadito jeje”, respondió coquetamente.
> “¡Wow, wow! ¡Qué lindaaaa!”, exclamé deliciosamente contento.
> “¿Sabes…? me gustaría que estés aquí nenito, así o más desnudito jijiji”, dijo
emocionándome todavía más.
> “¡Cielos nenita! Me tienes loquito y súper emocionado imaginándote allí sentadita.
Me encantaría poder atravesar la pantalla, llegar a tu lado, abrazarte y besarte mucho,
mucho”.
Andrea adjuntó una carita golosa y traviesa, un beso y una flor.
> “¿Sabes…? Te deseo”, dijo, “¿Estás excitadito?”
> “Sí, nena y mucho”, respondí muy contento con varias caritas felices, corazones y
una tímida al final.
> “¡Qué lindo eres! Me gusta saber que estás así, pienso que sería muy rico tenerte
aquí a mi lado”, dijo encandilándome aún más.
> “Andrea…te quiero”, le dije. Me sentía el hombre más feliz del mundo.
> “Marce, mejor me desconecto, ya es tarde allá y necesitas descansar para tu
reunión”.
> “¡Nooo!”, le puse con una carita de llanto. No deseaba que se fuera pero tenía razón.
> “Sí, nene. Un beso. Cuídate mucho y pórtate bien ¿sí? Te quiero más”.
Seguidamente envió un sonoro beso virtual, cuyos labios cubrieron toda mi pantalla
llegando virtualmente a mi corazón y se desconectó.

Me quedé entonces tirado sobre la cama, mirando hacia el techo, con muchas ganas
de ella, de sentir su piel y todo su cuerpo, de besarla, acariciarla y quererla. Otra vez
me había sorprendido. Me sentía muy feliz. Ella había expresado su querer y su deseo
hacia mí.

<====>

95
“”Memorias lejanas...Entre colmillos…”.

Me encuentro agitado muy asustado, escapando, trepando por entre piedras y rocas.
Visto con pieles de animales, soy un hombre primitivo de mediana edad, con cabellos
largos y barbas negras, siento mucho dolor. Un enorme felino como un león pero
mucho más grande me ha desgarrado parte de piel y carne del tobillo. Trato de huir
de tal bestia la cual viene imparable detrás de mí.
Entre las grietas de un cerro, tembloroso y sangrante, logro resguardar mi cuerpo
metiéndome en un pequeño agujero por el que afortunadamente quepo. Su ansiosa
boca, enormes dientes y colmillos tratan de cogerme. Su imponente cabeza es frenada
y choca a cada intento contra las rocas. Su gruñir es ensordecedor y su ímpetu
imparable.
La colosal fiera gira furiosa en su propio lugar y mete sus garras, las que como
ganchos de hierro logran desgarrar parte de mi hombro. Me aprieto todavía más
contra las rocas tratando de alejarme de tan mortal momento. Los zarpazos no logran
ya tocarme, pasan a milímetros de mí pero no dejan de intentarlo, sus gruñidos se
hacen más fuertes, lo veo dar vueltas y vueltas sobre sí, más furioso. Hasta que se
aleja hacia abajo en donde dos fieras de su especie se encuentran luchando.
A unos metros de donde yo estoy, el cuerpo de una mujer está siendo brutalmente
tirada de sus miembros, devorada. Su cuerpo, como un inerte trapo es sacudido,
destrozado y desmembrado a tirones por aquellas fauces salvajes.
La sangre salpica, tiñe de rojo y muerte el agitado lugar, mientras tragan sus carnes,
vísceras y órganos frenéticamente con un salvajismo extremo que solo puede
concebirse en fieras depredadoras de tan enorme tamaño y fuerza. Lloro y grito
entonces, desesperadamente, lleno de impotencia y angustia. De pronto, todo se
oscurece, se rompe el cielo, una copiosa lluvia cae implacable, truenos como
gigantescas rocas chocando en el cielo suenan por encima de todo. Y todo se ilumina
cada cuanto por la luz parpadeante de los rayos nacientes en lo alto de aquella
inesperada tormenta.
Los feroces felinos trepan hacia mí rondado, gruñendo con partes del cuerpo
fallecido. Me miran como aguardando que salga, tensiono todo mi cuerpo contra las
rocas. Su hambre es insaciable y esperan por más. Esperan por mí.
Me estoy desangrando, no puedo moverme y el frío es intenso. Pierdo fuerzas y
siento que voy a desmayarme. Así que respiro profundo aferrándome a la vida,
aferrándome a aquellas rocas.
Las fuerzas me abandonan rápidamente. Elevo entonces mi mirar, mi angustia hacia
arriba por entre las grietas y veo hacia las estrellas, mientras la lluvia cae

96
copiosamente sobre mi rostro. Me siento ya vencido, es cuestión de muy poco tiempo
para que mi cuerpo ceda y caiga a una muerte segura.
En ese momento, desde lo más profundo de mi ser, siento que nace un llamado
instintivo, una súplica, algo que sin saber a quién ni cómo en mi arcaica lengua se
dirige hacia arriba, hacia lo más alto, hacia lo más grande, y gruño en un intenso
grito, pidiéndole ayuda a eso que no sé qué es pero que siento esta allí arriba.
Mi primitivo grito sale agónico desde mi alma, desde mi corazón hacia fuera y caigo
totalmente rendido.
Veo entonces, con mi rostro de lado sobre la tierra, caer rocas y lanzas sobre las fieras,
acompañados de fuertes gritos que las aturden, las cuales al verse sorprendidas y
atacadas se asustan y tratan de huir presurosas. El asalto es efectivo, los grandes
felinos predadores pasaron a ser presas y yo me he salvado.
Un alivio reconfortante me llena. No puedo moverme, estoy aún muy agotado. Trato
de recobrar fuerzas permaneciendo allí en silencio en la salvadora y húmeda cueva,
viendo hacia fuera. Los hombres que me salvaron, se muestran extremadamente
hambrientos, los veo cortar y comer desenfrenadamente partes crudas las que
cercenan con herramientas de piedra y con sus propios dientes y manos. Son
alrededor de una docena de hombres y otro número similar de mujeres y niños.
Estos últimos extremadamente delgados descienden de entre las rocas y esperan
dando gritos y vueltas hasta que los cazadores les arrojen algo de comer. Me siento
desangrar, temo morir pero me doy cuenta que tengo que esperar, era obvio que esta
horda viene trayendo a cuestas varios días de hambruna, arriesgaron sus vidas al
enfrentarse a tan grandes depredadores y sobrevivieron.

Ahora, tengo un colmillo de tigre colgando del cuello. El tiempo ha pasado, me lo he


ganado, salvé de la muerte a la hija del líder y este me ha premiado. Somos muy
amigos, tengo una lanza, me siento bien. Aceptado, fuerte y a salvo. He matado a
muchos hombres por necesidad de sobrevivir, pero ahora me gusta hacerlo y lo hago
sin piedad.
Estamos viviendo a orillas de un lago. Hace calor, los niños juegan en el agua, estoy
pescando con otros cinco hombres; más allá veo dos jóvenes mujeres, inclinadas
llenando agua en bolsas de piel de vejiga de alce. Sus caderas me atraen, una de ellas
es mi compañera, hay mucho amor entre nosotros. Entonces, camino hacia ellas con
cuatro pescados atados a mi cintura. Camino fuerte, salpicando agua, haciendo notar
mi presencia a cada paso. Ella se incorpora, voltea, sonríe y se vuelve a inclinar. La
tomó de las caderas y satisfago en ella mis deseos, a ella le gusta. Yo la cuido, ella me
ama. Somos fieles, hemos aprendido a amarnos.

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Luego, camino con ella hacia las cuevas y comemos pescado seco al sol, lo chancamos
antes con una piedra quitando de este modo las espinas, las que saben bien.
Así, el sol va ocultándose y decido tomar una merecida siesta antes de que oscurezca.
De pronto, siento un grito, una orden de alerta, nos atacan, quieren nuestro pescado y
nuestras mujeres, son varios y nos han tomado de sorpresa. Corro por mi lanza pero
esta ya no está, la tiene uno de ellos el cual me ataca, son morenos y muy altos y están
por todas partes, recibo entonces un fuerte golpe en la espalda y caigo. Sujetan a mi
mujer, quieren matarme, no puedo hacer nada; huyo hacia el bosque buscando
ayuda, me persiguen tres de ellos. Llego a un acantilado, no tengo escape, estoy entre
el precipicio y el filo de sus lanzas. Tiran una contra mí la cual pasa muy cerca, luego
otra la que me da en el hombro.
Caigo y veo detrás de mí, a centímetros, una gran brecha de precipicio que termina
muy abajo entre olas y grandes peñascos, trato de desenterrar la lanza de mi hombro,
lo logro tras un inmenso dolor. Logro entonces, herir de muerte a uno de ellos en el
vientre, esquivo una tercera lanza y luego desde el piso trato de aferrarme a unas
raíces. Tratan de empujarme hacia abajo. Son extensos segundos de agobio en los que
trato de resistir con todas mis fuerzas, mientras veo olas y rocas esperarme allá muy
abajo. Son segundos eternos de tenaz lucha y de agobiante miedo y desesperación.
Deseo vencer e ir en busca de esa mujer que amo tanto. Rescatarla.
Luego, las raíces ceden a la fuerza, se rompen y me desprendo con ellas entre mis
manos cayendo enseguida. Mi cuerpo se precipita sin remedio tensionándose en el
aire lleno de pavor y náusea hacia una muerte segura.
Instintivamente, cierro los ojos y crujo mis dientes fuertemente. Paralizado, voy
cayendo lleno de una impotencia y desesperación tan grandes que me embarro en
mis propias secreciones hasta golpear en las rocas y morir.

<====>

“El espíritu es eterno. Yo…vosotros sois la luz del mundo”.


Jesús.

— Respira despacio y profundo, Marcelo. Relájate, ya todo pasó, todo está bien.
Ahora, aléjate de allí, eso ya pasó. Elévate, vuela y ven hacia mí, sigue mi voz,
ven…Muy bien. Ahora, despierta —eran las palabras de Tavata, guiándome de vuelta
al presente, a su casa, a la vida sensorial, a mi última y actual encarnación. Desperté

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entonces, me encontraba sobre un sofá de cuero, muy cómodo, hay velas de colores
verdes y turquesas aromatizando el lugar; se siente mucha paz. Es un pequeño cuarto
lleno de libros, era como una mini biblioteca. Algo confundido, sorprendido a la vez,
aquel recuerdo lo tenía muy vívido en mi cabeza, en mi memoria, hasta en mi piel.
Un fuerte escalofrío recorría mi medula ósea mientras mis ojos, fijos en los suyos
pedían unas palabras que calmen mi inquietante sentir.
Tavata cobijó con sus tiernas y arrugadas manos mis mejillas y me repitió que
respirara lento y profundo.
— Marcelo, acabas de recordar una de tus anteriores vidas, una muy antigua, una en
la que apenas eras un ser humano extremadamente primitivo –añadió—. En ella has
tenido una preciosa experiencia con Dios ¿recuerdas? —dijo sonriente y
emocionada—. ¿Recuerdas cuando estando a punto de desfallecer miraste al cielo y
gritaste por ayuda sin que tuvieras previamente el más mínimo concepto de Dios en
tu primaria y naciente conciencia humana? Eso fue extraordinario realmente—dijo.
— Sí, lo recuerdo pero… mi corazón aún está acelerado por la posterior e intensa
experiencia de angustia, impotencia y muerte que culminó en aquel profundo
acantilado —señalé tranquilizándome ya.
— Está bien, eso pasará, solo relájate y respira. Tu temor a las alturas… fue allí a ese
tiempo y lugar, hacia donde tú espíritu me guió, para poder revelar tal sentimiento.
Ahora, ten por seguro que ese temor desaparecerá totalmente de tu vida —dijo con
soltura y certeza.
— ¿Está segura? — repliqué desconfiado.
— Sí —respondió despeinándome cariñosamente—. No es más que un gran miedo
provocado por una crítica situación, vivida en aquella vida pasada, el cual has ido
arrastrando y acumulando vida tras vida hasta hoy. Es como una cicatriz que ha sido
curada ahora y para siempre.
— Pero… ¿tan solo con recordarlas? —pregunté con incredulidad. Mi educación
católica y mi poco interés por el tema durante mi niñez y juventud, me habían
desligado de todo aquello.

Tavata es una señora mayor de unos 65 años de edad, de cara tierna y adornada por
el tiempo. Es de mediana estatura y delgada de complexión, su vestir es como el de
cualquier persona de su edad pero algo más casual y sencillo; no lleva nada
extravagante ni especial. Está apenas maquillada y su mirada irradia confianza y
sabiduría.
Ella misma me recibió de inmediato; tiempo antes al llegar, al decirle por el
intercomunicador que venía de parte de Eleazar. Al entrar, pude ver parte de su casa,

99
es bastante grande y está enclavada caprichosamente sobre las faldas de piedra de un
cerro, en una zona pobre en la parte alta de Río; tiene un enorme jardín lleno de
coloridas flores de todo tipo, desde donde se puede ver el océano Atlántico y casi
toda la ciudad.

Casi una hora antes, también pude ver los alrededores desde el taxi. Se trataba de una
zona marginal cuya casa resaltaba en imagen a la distancia ya que era la más grande,
la única pintada y estaba ubicada arriba al final de una calle de tierra a cuyos lados
muchas casitas pequeñas y extremadamente humildes parecían haberse ubicado una
a una como queriendo vivir a toda costa lo más cerca de ella.
Por fuera y por dentro de su casa, decenas de niños y niñas, la mayoría descalzos,
corrían por todas partes, jugando alegres y desentendidos. Muchos de ellos se
acercaban corriendo al verla y ella se detenía contenta y complaciente cada tanto para
saludarlos, besándolos en la frente cariñosamente, dándoles bendiciones y sonrisas.
El sendero por donde ingresamos atravesando el jardín desde la pequeña puerta de
ingreso a la propiedad, la cual aparentemente siempre estaba abierta, era largo. Así
que las muestras de afecto y los saludos, así como los besos fueron incesantes. Yo
calculo que vi una media centena de niños venir a saludarla, todos muy necesitados
de todo, pero sonrientes al viento, a la vida.
Luego, al entrar ya a la casa en sí, me condujo hacia su comedor en donde nos
sentamos. Ella me trajo una limonada bien helada preguntándome entonces muy
contenta por Eleazar. Me comentó que la amistad entre ellos se remontaba varios
años atrás; que se conocieron en la India, dándome a entender muy sonriente y
recordando tiempos hermosos para ella, que habían sido una muy feliz pareja.
Seguidamente, la dulce Tavata dijo unas palabras en oración a Dios, dando gracias
por los alimentos y por mi presencia en su casa. Al mismo tiempo que las risas y
juegos de los niños cesaron afuera. Al parecer todos se dirigieron también a otra parte
de la casa en donde un gran comedor los esperaba.
Recordé entonces darle la carta que Eleazar me había dado para ella, cuyo sobre miró
poniéndolo luego a un costado con mucho cuidado.
— Eleazar… ¿cómo esta él, se llegó a casar? —preguntó. — No que yo sepa, vive solo
y está solo —respondí.
Entonces, me contó más sobre ellos: ambos habían estado muy enamorados, pero una
noche él llegó y tocó su puerta muy triste pero contento a la vez, con una inesperada
noticia. Una carta le había llegado desde el Cusco, en donde se le informaba que era
padre de un niño de cuya existencia recién se enteraba. Tavata no supo en ese
entonces por qué la madre había mantenido hasta ese momento tal secreto. Además,

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se le informaba a Eleazar que lo necesitaban devuelta, lo antes posible. Así que él
tuvo que regresar al Perú.
Tavata, narró esto muy tranquila, aparentemente sus cabellos se habían decolorado al
mismo tiempo que la tristeza que sintió hace varios años ya.
Ella lo había comprendido y aceptado, continuando con su vida hasta ahora. Yo
podría decir que su amor por él había quedado atrás, en el pasado pero la forma tan
especial con la que sus sentidos lo narraron, me dijo que su recuerdo todavía vivía en
su corazón.

Luego tomamos un sendero, ella abrió el sobre y fue leyendo la carta. Mientras esto
sucedía, pude ver que nos dirigíamos hacia un acantilado, desde donde se podía
observar gran parte de la cuidad, el mar y a lo lejos el Cristo Blanco, el Corcovado.
Entonces, nos detuvimos allí. Ella terminó de leer y se cruzó de brazos mirando hacia
el mar y dijo: “Dice Eleazar aquí, que tú tienes un don muy especial. Yo sentí algo
singular al verte pero a ver cuéntame tú, en qué consiste”. Fue entonces que le narré
todo lo sucedido hasta entonces. Mientras lo hacía, Tavata posó sus manos
delicadamente sobre mi cabeza apenas tocándola, luego observó mis ojos y las
palmas de mis manos y tomándose su tiempo y dijo: “Vas a rescatar varias almas
confundidas durante tu presente vida, para eso se te ha dado ese don, no eres el
único, hay más como tú en todo el mundo pero cuídate de tu orgullo, de tu ego. No lo
hagas por dinero, hazlo por amor como hasta ahora. Veo que eres un buen muchacho,
solo que estás algo confundido”.

Entonces, ella tomó mi mano y retornamos a la casa— Dime muchacho — preguntó—


¿Crees en Dios?, ¿qué piensas o crees sobre Él? Me interesa oírlo de tus labios para
poder conocerte. Si es que tú así lo deseas, y si es así, respóndeme con palabras
sinceras salidas de tu corazón. Yo no voy a juzgarte ni a criticarte, tal vez y solo tal
vez, aclararé algunas cosas si es necesario. Dicho esto, ella hizo silencio y esperó muy
tranquila mi respuesta mirándome a los ojos y con las manos juntas sobre aquel libro.
Entonces, hablamos de Dios…

“En una pequeña y remota aldea, en algún lugar entre el alba y el ocaso, existían dos escuelas,
cada una de ellas en lados opuestos y con diferentes maestros, dichos maestros llegaban a sus
alumnos, con diferentes sistemas de estudio y aprendizaje pero ambos con el respeto a un amor
de vocación y entrega.
Los niños acudían a una u otra escuela buscando aprender y llegar a ser seres útiles y mejores
para su familia.

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Acudían diariamente, sin importar si eran pobres o ricos, hasta que después de algún tiempo y
terminado el ciclo en ambas escuelas, se procedía a tomar un examen, una prueba final a fin de
evaluarlos y poder seguir adelante.
En una de las escuelas, el método se concentraba en que terminado el ciclo y el examen final, se
procedía a separar a los aprobados de los desaprobados, de una manera radical, de manera que
los desafortunados desaprobados, los cuales por lo general eran la mayoría, eran echados de esa
escuela para siempre, dejándolos a merced de una vida de pobreza, miseria en un agónico e
irremediable final.
Por otro lado, y del otro lado del pueblo, en la otra escuela, las cosas eran sustancialmente
diferentes. En esta también se procedía a tomarles un examen al final de cada ciclo, el maestro
de esta, evaluaba y determinaba según el grado de aprendizaje individual de cada alumno,
quién aprobaba o no pero, a diferencia del otro maestro, este no echaba a ninguno de sus
alumnos sino que procedía a volver a tomar otro examen y luego otro y otro, hasta lograr que
todos sus alumnos lograran aprender y aprobar la materia. Por su parte, los alumnos que en el
transcurso de dicho ciclo aprobaran pues pasaban a ayudar a sus demás compañeros
desaprobados, señalándoles sus errores y convirtiéndose en apoyos al servicio de su maestro, de
tal modo que a las finales, todos terminaban aprendiendo y pasando así solidariamente a un
ciclo más avanzado.
En esta escuela, el maestro se preocupaba de que todos aprendieran, sin egoísmos ni
competencias. Todos eran igualmente especiales para él. Nadie era echado ni discriminado, la
tolerancia y objetivo por el próximo era más importante que ellos mismos.
La vida es un proceso… se aprende, se experimenta y una sola vida no es ni cercanamente
suficiente para llegar a ser tal y como Dios quiere que seamos”.

<====>

“Dios no jugó… ni juega a los soldaditos ni a las guerritas con nosotros”.

Horas antes y Después de un par de horas de interesante y cordial conversación,


Tavata se puso de pie, y me pidió que me recostara, me pusiera lo más cómodo
posible que pudiera. Ella misma se dio el trabajo con mucha humildad de quitarme
los zapatos y acomodar mis pies sobre un pequeño banco de madera, sobre el que
puso previamente un cojín. Todo lo hacía con suma delicadeza y tranquilidad.

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Luego, cerró las cortinas y me pidió que cerrara los ojos, que respirara profundo y
suavemente, que quitara todo pensamiento de mi mente y me concentrara
únicamente en mi respiración.
Así, fui relajándome poco a poco y cada vez más, yo confiaba plenamente en aquella
amorosa mujer, en aquella sabia abuelita. De modo que tan solo seguí sus
indicaciones paso a paso, de manera que lentamente mi cuerpo y mente fueron
entrando en un camino de sensaciones de paz y bienestar.
Estando totalmente relajado, me llevó hacia atrás en el tiempo, a mis recuerdos más
profundos, hacia mi adolescencia, y de allí más atrás a mi niñez, luego aún más, hasta
verme en el vientre mismo de mi madre, era una experiencia maravillosa en la que
me mantuvo por varios minutos. Ella quería que yo disfrutara de aquello, de aquel
sublime estado y lugar, lleno de protección y amor.
Luego, me volvió a pedir que viajara mentalmente a mi niñez. Parecía querer que
encontremos algún recuerdo que explicara mis temores pero no lo hallamos, así que
me hizo volver a mi estado más tierno dentro de mi madre y de allí aún más atrás,
hasta que me vi pasando por un aro de luz que me hizo sentir tan o más cómodo que
antes. Mi emoción era grande ante aquella experiencia tan excitante.

Fue entonces que durante los siguientes segundos o minutos fui recordando y
reviviendo a manera de fugaces destellos, como cortos de cine, varias vidas hasta que
mis recuerdos se detuvieron en el ese pasado tan remoto.

<====>

“Somos seres de Dios, espíritus eternos, cuyo más puro propósito es aprender a
amar”.

— ¿Entonces ese miedo, temor a las alturas quedo atrás con tan solo rememorarlo?—
insistí.
— Sí, tan solo con recordarlas. Es como cuando pierdes tus llaves del coche, hasta no
recordar dónde las dejaste y encontrarlas, ese fastidioso sentir, no se va. Tú, tu ser
actual y presente trae consigo desde antes que nazcas un propósito, una deuda, algo
que aprender y en algunos casos como en el tuyo, marcas emocionales de vidas
pasadas. Todo eso se llama karma.

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Dicho esto, Tavata tomó asiento. Era de noche ya. Se veía cansada pero yo
sorprendido y tenía ganas de saber más.
— El karma y el pecado ¿son algo similar? —pregunté entonces a la vez que me ponía
de vuelta los zapatos.
— Similar… tal vez, pero el pecado involucra y crea culpa, además de ser un término
manipulador creado por el hombre. Dios no castiga por tanto, el pecado no tiene
sentido divino. Tú mismo te castigas con tus buenas o malas acciones, toda acción
buena o mala en la vida conlleva a una reacción por tanto, a buenas acciones te
vendrán buenas cosas y a malas acciones, malas cosas. El karma es como una mochila
que llenas y traes a través de tus encarnaciones. En ella, traes cosas relacionadas al
amor, al perdón, a la compasión, etc. qué tienes que aprender, también traes la carga
del bien y del mal que has hecho o causado a otros seres en vidas anteriores, lo que se
traduce en gozo o sufrimiento actual y futuro. Nada absolutamente nada malo viene
de Dios—dijo corroborando mi pensar y mi sentir con relación a Dios y a su
verdadero amor. Así como a la ley divina de la causalidad.
— Pero, ¿qué sentido tiene, pagar o sufrir por algo cometido en una vida anterior si
no recuerdo el hecho en sí?, ¿cómo aprender de algo que no recuerdo, algo de lo que
no tengo conciencia? —pregunté enseguida. Esa era una pregunta que si se trata de
aprender de las supuestas acciones en vidas pasadas, me parecía totalmente justa y
valedera
— Tú, no las recuerdas es verdad y tampoco es vital que lo hagas. Lo importante y
cierto es que tu “yo” divino, tu “yo” espiritual y eterno, tu espíritu lo haga y aprenda.
Somos seres de luz, espirituales; espíritus eternos, no físicos y temporales como creen
muchos. Tú tienes un cuerpo y dentro de él, un corazón; de igual manera tienes un
espíritu y un alma solo que a diferencia estos últimos, ambos son eternos —ella me
respondió haciéndome recordar la filosofía de Eleazar.

Tavata se levantó del sofá y buscó un libro en su biblioteca el cual me lo dio.


— Lee esto, es una historia que te ayudará a comprender mejor el amor de Dios y de
la vida. —me dijo—. Se trataba del “Bhagavad Gita”, libro que data de al menos unos
mil a dos mil años antes que la Biblia. Luego, me dio una sonrisa y me llevó de la
mano sacándome de allí para luego dirigimos al comedor.

Entonces, ella se sirvió un té de hierbas y me preguntó si quería algo de cenar. Nos


sentamos. Yo sabía que era ya tarde para ella. Se le notaba en su sabia y arrugada
carita que ya estaba sobre sus horas de ir a dormir.

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— Quiero darte algo para Eleazar —dijo y se levantó, dejándome solo por unos
minutos.

Estando allí sobre un pasillo veo y enciendo una vela dormida y por sobre esta un
espejo y un trozo de madera con letras talladas que dicen:
“Si oprimes a una persona, sufrirás opresión en otra vida y cosecharás el fruto de la semilla
que sembraste en esta vida. Si alimentas al pobre, tendrás abundancia de alimentos en otra
vida. Si todo el mundo comprendiese esta ley correctamente y cumpliese con sus deberes
cuidadosamente, la humanidad se elevaría hasta alturas sublimes.” Swami Sivananda.

Y por sobre este, otro que dice:


“Corta un trozo de madera y allí estaré. Levanta una piedra y allí me encontrarás. Soy Joshua
y estoy dentro de ti y a tu alrededor.” Jesús.

Al cabo de unos minutos regresó Tavata — Marcelo —dijo—, esta carta es para
Eleazar. Se la entregas por favor
Luego, se acercó más a mí, puso sus manos sobre mi cabeza y dijo un rezo u oración
que no llegué a percibir.
— Este don que Dios ha puesto en tu camino —dijo luego—, debes utilizarlo para
ayudar, para dar paz a quien llegué a tu vida con esa necesidad espiritual. Nunca
lucres con él mientras lo tengas y no le temas. No dejes nunca de oír a tu corazón y
nunca dejes de hacer lo correcto. Luego me dio un beso en la frente—. Me hubiera
gustado pasar más tiempo contigo. Ve con Dios.

Horas después, ya en el avión, aquel libro me atrapó completamente, aquella historia


sánscrita era como un alimento para mi alma y mi corazón. Sus páginas me daban a
conocer una verdad diferente, una verdad que trascendía el tiempo y que aclaraba mi
mente. Libro que armonizaba perfectamente con un amor divino, profundo y
maravilloso, libro a cuyas páginas recurro ahora cada vez que el caos de la vida
aturde mi conciencia.
Me quedo pensando en él hasta quedar profundamente dormido.

En sueños, me veo de espaldas sentado a orillas de un calmo mar viendo sus mansas
aguas mostrarse hasta el horizonte. Luego, detrás de mí, la presencia de Andrea
quien vestida en camiseta y shorts blancos se detiene. Me abraza sonriente, tierna y
con mucho amor. Enseguida me mira a los ojos, sonreímos brevemente hasta que su

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rostro se llena de lágrimas y una gran ola por detrás de ella se levanta creciendo
inmensa y colosal.
Un temor indescifrable y una tristeza extraña me abrazan el alma y despierto agitado
con llanto en los ojos y congoja en el corazón.

<====>

“Cariños…”.

Ya en lima, en mi departamento y mientras ordenaba las cosas para mañana lunes,


día de trabajo y de los más pesados, me invadieron grandes ganas de querer ir a ver a
Andrea. Además, quería darle unas cadenitas de acero que compré en Brasil y eran
algo que quería compartir con ella.
Sentía que ese beso dijo muchas cosas bellas que tenían que manifestarse dulcemente.
Entonces, me sentí realmente extrañado y querido por ella. Eso lo sentí en sus labios.
Sentía que mi corazón necesitaba estar cerca de ella antes de que la semana de trabajo
me robe ese momento.

Domingo, las calles estaban libres, los postes de luz pasaban rápidamente tras mi
acelerar, estaba ansioso, me sentía enamorado. A las 11:25 de esa noche de verano, a
media cuadra puse neutro y apagué las luces llegando a su casa, me sentí como un
felino y mi corazón latía vigorosamente contento. Apagué entonces el motor. No
sabía si llamar a su puerta ya que era tarde, así que tomé mi celular y le escribí un
mensaje de texto que decía: “Andrea, estoy afuera ¿Estás en casa?” Y le di send.

A los segundos se abrió rauda la cortina y Andrea se mostró sorprendida y sonriente


por la ventana con los cabellos sueltos y revueltos, haciéndome un “hola” a la
distancia y cerró la cortina. Fue entonces que la imagen sonriente de la mujer que me
arrebataron abusivamente en los recuerdos de mi regresión, vinieron a mí como una
centella. Mis bellos se erizaron y mi corazón latió por ese par de segundos todavía
más rápido. Me desconcerté por un momento pero luego, sacudí mi cabeza y cambié
la emisora por una más tranquila y romántica. Saqué la colonia de la guantera
echándome un poco y me acomodé más a gusto en el asiento mientras la esperaba.

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Casi enseguida se abrió su puerta y salió Andrea. Traía puesta la misma falda,
larguísima tipo gitana y una camisetita blanca. Luego, corrió descalza hacia mi coche
y acomodando su cabello suelto, me sonrió. Yo le abrí la puerta
— ¡Marce, que sorpresa! —dijo ella y entró al coche sentándose tiernamente con las
manos entre sus piernas.
Me encantaba su carácter de niña en el cuerpo de una joven mujer; una dulce,
inteligente y exquisita mujer.
— Hola nenita… tenía muchas ganas de verte y pues aquí estoy. Espero no
incomodarte — le dije.
— No, no, lo que sucede es que me caíste de sorpresa y justo estaba... estaba… jeje
nada —dijo sonriendo y sonrojándose ligeramente.
— Estabas… ¿Qué nena? —pregunté enseguida curioso después de encender la luz
del salón para verla mejor. Estaba linda como siempre, a pesar de no traer maquillaje
alguno y de haber estado aparentemente cepillando su cabello, lo cual la hacía
especialmente atractiva.
— Jajaja. Nada, no seas tan curiosito. Más bien cuéntame ¿qué tal tu viaje? — dijo
cambiándome rápidamente de tema.
— Bueno bien… —respondí y después de unos minutos, mientras respondía y le
contaba encantado, ella se acomodó apoyando su cabecita de lado sobre el asiento, de
modo que nuestras miradas estuvieron frente a frente y entonces, un silente momento
en el que por varios segundos Andrea y yo tan únicamente nos miramos
acompañados de la suave música de la radio, dejando que nuestras almas a través de
nuestros ojos lo dijeran todo. Fue un encantador momento de eternos segundos en los
que me sentí muy enamorado, muy feliz, allí a su lado. Sus cabellos todos de un lado
cubrían su hombro y parte de su brazo, sus ojos caramelo, su pequeña nariz y sus
labios carnosos hacían de su rostro algo maravilloso. Me sentía muy afortunado; casi
no podía creer que aquella angelita encantadora se estuviera enamorando de mí.
— Te he pensado mucho, Marce. Me alegra que estés aquí esta noche —dijo con voz
suave, sin dejar de verme a los ojos — ¿En serio te portaste bien en Brasil?
— Claro Andrea, yo también te pensé mucho allá, y más desde esa nochecita en la
que nos encontramos en línea en el mensajero, las cosas que me dijiste y lo que me
hiciste sentir me encantaron. —Luego, estiré mi mano y le acaricié una de sus
mejillas. — Te doy mi palabra de que no hice ninguna travesura.
Entonces, saqué las cadenitas de mi bolsillo. — Te compre esto allá. Espero te guste.
— A ver… ¡Están lindas, Marce! —dijo liberando sus manos de entre sus piernas para
verlas.

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— ¡Gracias! — añadió mientras las observaba. Y luego clavando nuevamente su
mirada en mis ojos se fue acercando a mí, me abrazó por el cuello y amorosamente,
nos besamos

Nuestros labios liberaron toda aquella mutua y contenida ansiedad, rozándose y


acariciándose suavemente por varios segundos gloriosos en los que aquellas cálidas y
expresivas luces volvieron a manifestarse intensamente ante mis ojos e iluminaron
nuestros abrazos; y mi corazón se volvía loco y mi cuerpo la deseó de inmediato.
Luego, esos segundos se convirtieron en minutos, minutos de un dulce sentir en
donde aquel tierno y finalmente apasionado beso fue el protagonista. Nuestros
corazones se aceleraron hasta que de pronto ella se detuvo y sin dejar de verme a los
ojos, tomó en sus manos mi rostro y rozando su nariz con la mía, dijo afectuosamente:
“Me gustas mucho, Marcelo.”
Luego, se alejó hasta apoyarse de espaldas en la puerta y volvió a concentrarse en las
cadenillas. Yo respiré profundo.
— Nenita, una de ellas es para ti, es una pulsera para el tobillo y la otra… es para mí,
es una pulsera para la muñeca.
— ¡Ay, qué lindo! — dijo—. Sí, ya decía yo, ¿por qué dos iguales pero de diferentes
tamaños? Jeje. Ven dame tu mano que te la pongo.

Entonces, tomó mi mano derecha. — Te queda bien eh. —dijo viéndola, acariciándola
suavemente. Mientras lo hacía, yo alcancé su cadenita, esta, apoyada sobre su pierna
esperaba una lógica acción de mi parte.
— A ver…nenita, déjame ponerte la tuya —le dije.
Andrea sacudió en polvo de sus pies, y levantó las piernas hacia mí diciéndome
coqueta.
— ¿En cuál tobillo la quieres poner? Tú eliges. ¿Derecho o izquierdo?
—Creo que derecho de modo que las tendremos del mismo lado —respondí.
Enseguida, sujeté suavemente su tobillo y parte de su pie descalzo a lo que reaccionó
retrayéndolo por un instante al sentir mis manos, diciendo entre sonrisas: “¡Ay, pero
no me hagas cosquillas, por favor!”. Y volvió a guardar sus manos entre sus piernas,
pudorosa, como temiendo que aquella gran falda pudiera dejar ver algo que me
estaba prohibido.
— Ok, ok —le dije pero no pude evitar el volver hacerla sonreír de esa inocente
manera y apropósito le hice arañitas en la planta, logrando que volviera a contraerse
nerviosa de manera que tras sus impulsivos movimientos aquella falda se alborotaba
retrayéndose sensualmente.

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— ¡Nooo, Marce! — dijo entre sonrisas y retrajo totalmente ambas piernas contra sí
para entonces decirme sonrojada
— Lo que pasa nene es que cuando tú llegaste yo estaba en el bañito por ponerme ya
mi pijama; eso es lo que traté de decirte al entrar a tu carro ¿recuerdas? pero me dio
penita.
Entonces, al verla así dulcemente vergonzosa le dije sorprendido pero sonriente sin
imaginar el por qué de tanto recelo.
— ¿Y eso qué nenita?
— Ay, Marce, es que…no…no… no traigo bombachitas, ¿entiendes? — ella respondió
sonrojándose tímidamente—Así que ya basta con lo de las cosquillitas ¿ok? — dijo
muy sonrojadita, tratando de mostrarme una cara seria.
Fue entonces y al oír eso que respiré muy profundo ya que de solo pensar y saber que
ella se encontraba aquí pasando un momento tan especial y romántico conmigo sin
ropita interior me llenó de deseo.
— ¡¿En serió?! —le dije, muy emocionado. No quería que el encanto se disipara hasta
el punto de que todo se complicara por realmente nada, de modo que tomé aire y
respondí serenamente: “Ok, nenita, descuida, ya no lo haré ¿sí? Dale, dame tu
tobillo.”
Quería ponerle yo mismo esa cadenita y disfrutarla al menos sabiendo lo libre que se
encontraba en su más privada intimidad.
Ella accedió con un mirar que buscaba en mi rostro la confianza del caso. Luego,
estiró nuevamente las piernas hacia mí, juntas y sujetándose la falda sobre sus
rodillas, colocando sus pies lentamente sobre uno de mis muslos. Yo sujeté su tobillo
derecho elevándolo un poco para enseguida colocarle la cadenita.
— Ves —le dije—, te queda linda, justo como me imaginé que te quedaría.
— Sí, está linda, Marce —dijo permitiéndome que le acariciara los tobillos, a la vez
que aproveché para preguntarle sobre qué tal había pasado estos días. Ella respondió
diciendo que aún estaba de vacaciones. Y mientras ella me contaba eso, contenta y
emocionada, movía su pie nerviosa e inconscientemente, lo que fue provocando en
mí al rozar, una también inconsciente e incontenible reacción, la que traté de obviar
concentrando mi atención en sus palabras hasta que ella se detuvo.
Entonces, nuevamente nuestras miradas se volvieron a unir envueltas y llenas por el
embrujo de aquella noche y con un sentimiento muy especial y verdadero le dije.
— Andrea…tú también me gustas y mucho, ratoncita. Me encantas.
Respondiendo a lo que ella me hizo saber momentos antes y dejé fluir de mi corazón
lo que quería decirle desde ya hace varias lunas atrás. Un cálido abrazo y un dulce y

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placentero beso nos volvieron a acercar enseguida. Ella luego posó su cabeza en mi
pecho, se quedo unos segundos en silencio y dijo en tono suave y calmado.
— Quiero que sepas es que eres algo muy, muy especial para mí—Yo la apreté a mi
pecho y le besé la cabeza, deseando que nada me haga perderla nunca.

La luna llena se veía radiante en lo alto, mostrándose como dama solitaria de la


noche, una noche como pocas en donde el cielo gris por lo general domina por sobre
los astros nocturnos de la gran Lima.
Una de mis manos acaricia su cabeza y amarra la otra entre la suya, sintiendo su
cuerpo manso y su apacible respirar sobre mi pecho. Mis labios y mi nariz por sobre
sus cabellos, fascinado con su aroma.
— ¿Qué es lo que más te gusta de mí? O… ¿por qué te gusto? —preguntó ella
engriéndose.
— Nnn, me gusta mucho tu mirada y me encantas cuando sonríes. Me gusta saber
que puedo confiar en ti y que me dejes ser tal cual soy— respondí con toda
sinceridad. Ella fue a la primera persona a la que le conté de aquello, confiaba
totalmente en ella.
— ¿Qué más? Repreguntó en sutil tono pícaro, jugando con sus dedos enredados
entre los míos.
— Me encanta como te vistes, como caminas, como hueles y… me fascina ver tu colita
al caminar —respondí sonriente, muy feliz.
— ¿Qué más, nada más? —insistió sonriendo.
— Nnn me gustan tus bellísimas amiguitas gemelas, esas dulces redonditas que te
acompañan siempre y ahora…me tiene loquito saber que estás aquí sin bombachitas.
— ¡¡Oye!! —dijo en tono de advertencia pero contenta dejándome ser.
— Y… sí Andrea, este momento no lo olvidaré jamás. — La volví a abrazar besándola
en la cabecita demostrándole así mi desbordante cariño.
— Marce... y… ¿por qué te gusta tanto saber que no traigo bombachitas?— preguntó
traviesa.
Me quedé por unos segundos sonriendo y sin responder, realmente no supe qué
decir. Era encantadora su pregunta tan pícara y tierna a la vez que me desconcertaba.
Me enamoraba su juego, era tan entretenido y excitante haberla oído decir esa
pregunta. Mi imaginación volaba viéndola deliciosamente.
— Nnn es que… de solo saberlo… me pone contento todito —respondí encantado.
—¿O sea… que se pone contento… tu soldadito también?—dijo tiernamente y alzó su
mirada en busca de mis ojos. Luego, al verme sonreír con cara de inocente, sonrió
también, volvió a apoyar su cabeza y dijo tranquilamente.

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— ¿Sabes? Me gusta mucho saber que tu soldadito está contento, eso me pone muy
contenta también.
Luego, se quedó todo en silencio y yo recordé nuestro primer encuentro travieso en la
clínica y lo inesperado y natural en que se dio. Estoy seguro de que ella lo tenía en
mente también. Nos deseábamos y sé que nos amábamos. El momento era
maravilloso tal y como estaba y yo sentía que así debía terminar aunque ambos
estuviéramos muy entusiasmados. Era en sí ya un placer saberla así, tan o más
inquieta que yo. Andrea se incorporó entonces diciendo.
— Bueno, ya me voy, Marce.
Su rostro sonrojado y contento me pidió un beso más. Nos dimos uno muy intenso y
por varios segundos, hasta que ella se detuvo y se alejó de mí casi en contra de su
voluntad dejando escapar un leve suspiro mientras yo la miraba totalmente
enamorado.
— Te quiero, reinita —le dije tomándola de la mano. Ella abrió la puerta y se quedó
allí como no queriendo irse.
— Mañana tienes que trabajar; además quiero hacer pipi, y por último…si me
quedo... creo no podré cumplir con mi promesa —dijo con una tierna sonrisa
dibujada en su carita.
— ¿Qué promesa, Andrea? —le pregunté algo confundido mientras veía mi reloj,
eran las 12:35.
— Otro día te cuento, ¿sí? —dijo y luego me jaló de la mano y nos clavamos otro beso
tan intenso que se iluminó aún más que el anterior.
—Yo también te quiero, Marcelo—dijo para luego salir del carro. Enseguida salí
también, rodeé el carro, la tomé de la mano y caminamos lentamente y muy juntos
hacia su puerta.
— ¿Cenamos el miércoles?—le dije.
—Ok, corazón —fue su corta respuesta, luego soltó mi mano e ingresó a su casa. Di
media vuelta, encendí mi coche y me dejé llevar por la alegría, acelerando
emocionado, como picado por el bichito de la más absoluta felicidad.
Le subí al volumen y canté a viva voz sin reparos. También me persigné inventando
para mí una manera diferente de hacerlo y es que me sentía tan agradecido con Dios
que decidí en ese momento iniciar una nueva forma de agradecerle y conectarme con
Él, como cuando era un niño pero de esta nueva manera especial y única para con Él.
El amor y la gratitud que emanaban de mí eran de una magnitud nunca antes sentida
por mi ser.
— Gracias Dios, gracias por darme esta linda angelita —dije, luego me volví a
persignar de esa manera particularmente mía y la memoricé para mí.

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Una vez leí algo como esto: Cuando dos almas afines se encuentran, se reconocen. Sus
corazones se aceleran desde un inicio al verse. La ternura, el amor y el deseo los
invade místicamente y por completo. Juntos crecen, evolucionan espiritualmente ya
que son complemento, se ayudan. Son una misma esencia divina que fue dividida por
Dios para aprender por separado pero cuando coinciden en un mismo tiempo-
espacio de vida son felices, ya que su separación fue tan solo preparación para un
cada vez más feliz reencuentro.
Más adelante ya en mi cuarto, y sobre mi cama desnudo, tomé mi celular y le envié
un “dulces sueños” y un “te quiero” lleno de besos para luego quedar
profundamente dormido abrazado a mi almohada, no sin antes recordarla lleno de
amor y deseo. Completamente feliz.

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Capítulo 7

“Llamados del destino”.

Lunes por la mañana, asfaltos fríos, losas húmedas, tráfico, bocinas y congestión
vehicular rumbo al trabajo. Pesares diarios que me tienen sin cuidado porque
simplemente me siento enamorado. Al llegar, veo llegar también a Brenda a quien
saludé contento. Luego, a mi jefe a quien le di el informe de mi viaje el cual era muy
positivo para la empresa y por consiguiente para mí también.
Unas horas después, me dio la hora de almorzar. Salí con mi coche y fui a buscar a
Eleazar a su casa, pensando darle la carta y de paso almorzar acompañado. Camino a
su casa me detuvo un semáforo al cual traté de ganar en ámbar pero no pude ya que
tenía un carro por delante lo que no me permitió acelerar. Una niña y un niño, muy
pequeños ellos, con unas bolsitas de caramelos se acercaron por mi ventana pidiendo
una ayuda, llevaban las ropas sucias y las caritas tristes. Y aunque ver pobreza era
algo de todos los días, el ver a niños tan cortos en edad y en tal situación podía
desdibujar cualquier tipo de sonrisa.
Tomé entonces unas monedas y se las di tratando de ver tal vez en ellos una sonrisa
también, lo cual apenas conseguí. Luego, se fueron hacia atrás en busca de otras
ventanas y de más corazones blandos.
Seguidamente, sentí claramente la extraña sensación de que alguien me miraba. Giré
mi mirar, buscando. Al lado mío se hallaba detenido también, un atestado bus de
transporte público desde donde una joven trigueña de ojos grandes y de mediana
edad encimó su mirada hacia mí para verme, muy sorprendida. Yo jamás había visto
pero ante su extraña actitud y el hecho de pararse de su asiento como queriendo salir
a mi alcance me hizo buscar y rebuscar casi frenéticamente en mi memoria de quién
se trataba, sin obtener respuesta sobre su inexplicable comportamiento. Luego, el
cambio a verde en el semáforo provocó que el pesado bus reiniciara su marcha. Yo
intenté acelerar y seguirlo pero no pude. El bus entonces se fue alejando seguido por
una fila de otros buses y coches. Me quedé pensando en aquello mientras retomaba
mi ruta, en quién sería, y qué desearía de mí con tanta inquietud, pensamiento que
desapareció al llegar al domicilio de Eleazar desde donde justo salía él. — ¡Eleazar!
— Le grité desde mi asiento.
— ¡Muchacho, qué tal! ¡Qué bueno volver a verte! —dijo animado y caminando lento
hacia mi ventana. Vestía de negro y estaba acompañado de una gorrita beige.
— Estoy yendo a almorzar y venía a recogerlo, ¡vamos, súbase! —le dije. — Ah
bueno, genial —dijo cambiando su caminar hacia la otra puerta la cual le abrí para

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luego darnos dentro un fuerte y noble apretón de manos—. Bueno, cuéntame
muchacho ¿Qué tal tu viaje? Te noto mucho más contento.
— Y… ya le contaré jeje. Tengo algo para usted, eh picarón —le dije llegando ya al
pequeño restaurante en donde después de sentarnos pedimos ambos y sin dudarlo, el
menú del día, un rico lomo saltado.
— Bueno cuéntame… ¿cómo es eso de que tienes algo para mí? — preguntó inquieto
y sorprendido.
— Sí, Eleazar, es que vi a su adorable amiga, Tavata y ella me dio algo para usted.
Dicho esto, saqué el sobre de mi saco y se lo entregué, al mismo tiempo en que los
menús se posaban en la mesa.
Él tomó el sobre aparentando calma pero lo cierto era que estaba visiblemente
emocionado, puesto que dejó caer, sin querer uno de sus cubiertos al piso. Luego,
como si no fuera algo muy importante se lo guardó. — Lo leerá luego eh. Dije
sonriente.
— Bueno, sí —luego sonrió y dijo más relajado. —, para qué me voy a hacer el
desinteresado, la verdad sí me alegra mucho el que ella todavía se acuerde de mí y
que me haya enviado una carta después de tanto tiempo. ¿Cómo está ella?, bien
espero.
— Muy bien, es una señora muy dulce, realmente encantadora, además de súper
amable. Se ve que la quieren mucho por allá. Tiene una casa albergue para niños
pobres muy, muy grande y se ve que es muy feliz dándoles todo lo que puede.
— Sí, ella siempre fue así… siempre lo dio todo. Ella decía que el amor estaba como
Dios mismo, por sobre todas las cosas y que la compasión era la sombra luminosa del
amor, esa que tal cual Dios, ilumina sin apegos ni distinciones, esa que se enciende
cuando ves por ejemplo un animal sufrir, esa necesidad interior de comprometerse
con el dolor ajeno, esa que nace sin apegos pero del alma y por responsabilidad para
con el otro, ese deseo de querer que todos sean felices.
Aquellas palabras me obligaron a responder.
— Pero yo también quisiera que todos sean felices, lo cual es imposible, escaparía de
mis manos el siquiera intentarlo —dije sin complicaciones.
— Bueno, no te sientas mal, recuerda que cada cual tiene lo que merece según su
karma. Tú haz como ese dicho que dice: “Si Dios te da limones pues has limonada”.
Ayuda cuanto puedas sin perjudicarte, ya que uno para ayudar debe primero
ayudarse a sí mismo, si no imposible te será ayudar. El amor y la compasión están en
todos pero en diferentes niveles de evolución espiritual. Ya ves que hay tantísima
gente que a más tiene, más quiere. En ellos, el egoísmo los nubla haciendo que
carezcan cada vez más de amor real y compasión genuina, haciendo de sus vidas una

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farsa llena de supuestos logros y metas materiales que terminan en una constante
infelicidad e insatisfacción personal.
— O sea que uno… ¿debe ser un conformista y no desear superarse más en la vida?
—pregunté
— No, no digo eso, digo que uno debe disfrutar y vivir su presente con aquello que
Dios le va permitiendo tener y no caer en vivir pensando en el futuro y en lo que
tendría dejando de lado a sus seres queridos o menospreciando su presente por vivir
constantemente con la cabeza puesta en supuestas mejoras económicas futuras.
Cuando tu “yo”, tu ego domina tu vida, caes irremediablemente en esa especie de
adicción material, la cual no te permite ser enteramente feliz en tu presente. Repito, si
Dios te da limones, no los bebas pensando en cómo sabrían si fueran naranjas ya que
eso es ser ingrato con lo mucho o lo poco que tienes —respondió para luego volver
sobre Tavata de quien charlamos largamente. Él aún sentía mucho por ella y su sentir
sé que era reciproco.

<====>

“Propósitos anexos y divinos…”.

— Te veo diferente. — Fue lo que dijo Brenda sorprendiéndome y poniendo sus


manos sobre mi escritorio a ambos lados de mi computador y dejando caer
libremente su cabello suelto por sobre mi pantalla. Luego, se agachó aún más y
bajando la pantalla trataba de verme de frente a la cara. — Sí, no hay duda, estás
diferente. ¿Qué, tan bien te fue en Brasil? Algo tienes que estás… muy diferente.
Yo le respondí después de quitar mí vista de su brasier, el cual se dejaba ver
provocativamente a través de su blusa, la cual estaba muy sexy y desabotonada y que
me sobrecogió mí mirar por un segundo o tal vez más.
— Hola Brendita. ¿Cómo estás? No sé bien a qué te refieres —dije tratando de volver
a abrir la pantalla.
— Pues no sé pero estás más… como… más interesante que antes. Bueno, tal vez a la
salida de uno de estos días me cuentas y de paso te acompaño —dijo abriendo mi
pantalla con ambas manos y retirándose coqueta.

Algo que nunca me pude explicar es cómo las chicas de su tipo se muestran más
interesadas en uno, cuando uno ya no está libre, esto aún sin siquiera saber que no lo

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estamos. ¿Será que perciben una baja de frecuencia e intensidad en nuestras miradas,
y eso las hace reaccionar? Sea como sea, Andrea estaba en mi salva pantalla y tan solo
ver su rostro allí me coloreaba el día, el alma y me aceleraba el corazón.
Quería verla, estar a su lado otra vez pero si algo aprendí de mis anteriores relaciones
es que no debía saturar una relación y más bien respetar los espacios y hacer de esos
espacios motivos que jueguen a favor de la pareja, de la relación, evitando así la sobre
exposición y por ende, la devastadora rutina.
Pienso que el amor de pareja no es solo físico y deseo, estos no son eternos. El amor es
un sentimiento de intrínseca afinidad, de comprensión y de respeto y deben sentirse
con esa persona con el corazón y en esencia, en donde la empatía y la comunicación
verbal y espiritual son vitales.
Los días pasaron como volando hasta que llegó el miércoles por la tarde, momento en
el que recibí un correo electrónico de Andrea; uno especial que decía:
“Marce, ¿puedes venir a las 8, vamos a cenar sí? Te quiero mucho. Un beso.”

Luego, continué con mi trabajo hasta que me dieron las 06:30, hora de salir. Tomé mis
cosas, me despedí de mi jefe, de los demás y tomé el ascensor. Fuera del edificio;
parada comprando unos cigarrillos se encontraba Brenda.
— Ah mira por fin saliste. ¿Me das una jaladita? —preguntó tomándome del brazo
cortésmente.
— Ok vamos, pero espero que esta vez no nos coja otro accidente —respondí
recordando lo sucedido la última vez. Al mismo tiempo, dejé caer mis llaves para
librarme de ella sin ser tan descortés. Entonces, caminamos juntos hacia mi coche.
Estando dentro y después de encender la radio y el motor, los nudillos de unas
manos tocaron sorpresivamente sobre mi luna y por fuera apareció una mujer que
impacientemente llamaba mi atención. Sorprendido entonces, pude darme cuenta de
que se trataba de la misma mujer del bus, su rostro temeroso pero decidido me
indicaba que algo importante para ella la inquietaba y que aquello tenía que ver
conmigo.
— Joven, disculpe, por favor, por favor, necesito hablar con usted —dijo poniendo
sus manos en súplica.
Se trataba de una joven delgada, trigueña clara, de contextura media y también media
estatura; vestía sencilla con una blusa azul y unos pantalones blancos.
Abrí entonces mi ventana unos centímetros con recelo y precaución. Lima, aunque ha
cambiado mucho, todavía es una ciudad peligrosa.
— Sí, ¿qué sucede? Le pregunté desconcertado al mismo tiempo que Brenda le bajaba
al volumen y miraba curiosa.

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— Joven, no sé cómo decirlo. Ay disculpe pero es que… lo he visto en mis sueños y...
Brenda soltó una carcajada cortando su hasta en ese momento desconcertante decir y
luego, ella misma dijo tocándome la pierna. — ¡Ves! ¡ves! algo diferente te traes que
hasta las cholitas de la calle se te avientan jajaja.
Esto avergonzó más a la joven mujer pero no la amilanó.
— Por favor, no sea tonta señorita —dijo recriminando las palabras de Brenda desde
afuera. — Disculpe joven, no vaya a creer que estoy loca por favor, pero es que es
verdad, casi desde que mi madre murió su rostro se me ha presentado en sueños.
Tanto, tanto que estoy segura de que es usted.
— Cholita loca y malcriada. A mí no me vas a venir a hablar así. Ya Marcelo dale su
moneda para que deje de molestar esta loca, ratera seguro —increpó Brenda.
— ¡Ya! basta Brenda. —dije alzando un tanto la voz y apagué el motor.
—¿Cómo dices? —le pregunté realmente intrigado.
— Sí, sí joven. Desde hace más de un año que lo sueño con regular frecuencia, y
mucho más desde hace un mes o dos atrás. Sé que es por mi madre porque esto me
sucede…cuando sueño con ella y a los pocos años de su muerte.
Abrí entonces la puerta trasera para que ingresara.
— Entra —le dije.— Ay no, si prefieres a la cholita me voy eh. —reclamó
caprichosamente Brenda.
No le respondí y me dirigí a la joven. —Pero… ¿quién es tu madre? No comprendo
nada —le pregunté mientras la miraba por el espejo retrovisor.
— ¿En serio la vas a dejar pasar a esta loca? Mira pero si hasta está hecha una mugre.
¡Mira su pantalón! ¡Ay, qué asco! — dijo Brenda pero no se movió. — Disculpe joven
pero lo vi justo aquí en la tarde y desde esas horas lo estoy esperando —señaló
contrariada la muchacha traía los jeans sucios los cuales al ser blancos se evidenciaban
aún más por lo que trató de limpiárselos.
— Brenda, si no nos vas a dejar conversar, te puedes retirar. Deberías ser menos
ofensiva y más madura ¿no crees? —le dije censurando su actitud.
— ¡Ay! esto es el colmo pero ok, ok, no los interrumpo —dijo insinuante y burlona, al
mismo tiempo que encendía la radio a la cual le tuve que bajar enseguida el volumen.
— Mi madre se llamaba Carla Cuyutupa, ella murió en la clínica anglo-cristiana hace
varios años. ¿La conoció usted? —dijo preguntándome algo más calmada pero
incómoda por la hiriente actitud de Brenda a quien por momentos miraba con recelo.
— ¿Dices que tu madre murió en esa clínica? —repregunté extrañado al ser aquella la
cínica en donde me operaron pero aquel nombre no me decía nada. No recordaba
haber conocido a ninguna mujer de ese nombre y aunque ya había algo en común

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entre su madre y yo, aún me invadía el desconcierto—. Conozco la clínica, estuve allí
hace poco pero no conocí a su madre, estoy seguro —dije.
— Ay Marcelo, creo que mejor me voy, quédate con tu noviecita —Luego, abrió la
puerta —. Que se diviertan —añadió Brenda y cerró la puerta con algo de rudeza
dando a saber su evidente molestia.
— Disculpa, ¿cuál es tu nombre? —pregunté para luego pedirle que se pasara al
asiento de adelante. Mientras Brenda paraba por detrás un taxi.
— Juana Carmen —me dijo al salir—, Juana Carmen Cuyutupa González. Joven
disculpe que lo haya hecho pelear con su novia pero tenía que hablar con usted.
— No te preocupes. No es mi novia y ella no tenía por qué tratarte así pero dime más.
¿Cómo está eso de que me ves en tus sueños? Apropósito mi nombre es Marcelo —
dije dándole la mano.
— Sí joven, se lo juro —dijo besándose un dedo, en señal sacra.
— Cada vez que sueño con mi madre, al final siempre se me muestra su rostro, tal
cual lo veo ahora. Si hasta de verlo se me eriza el cuerpo. Yo no sé por qué, pero cada
vez es más frecuente tanto que estoy más que segura de que es usted —repitió.
— Pues yo tampoco sé, dime ¿cómo era tu madre, trabajaba en la clínica? Es que no sé
qué esperas de mí. Estoy también muy seguro de no recordar tal nombre.
— Mi madre murió según me dijeron los doctores de un infarto provocado por exceso
agitación y cafeína eso fue lo que entendí.
— Entonces… ¿tu madre era bastante mayor? —pregunté tratando de recordar. Tal
vez sí la conocí. Pensaba que no sería difícil olvidar a alguien entre mis caídas en
coma.— No era tan mayor, más bien joven, apenas treinta cuando murió —dijo.—
¿¡Treinta!? —dije desconcertado. — ¿Cómo treinta si tú tendrás unos 20, máximo, 24
años? ¿Qué es esto, una broma?

Pensé entonces que tal vez Brenda tenía razón y que esta mujer sería una loca pero la
mención de la clínica era algo muy curioso, además no me daba esa impresión. Ella
era una mujer joven de humilde vestir y condición mas no pobre.
— No, no joven, no es broma —dijo temerosa y continuó—. Es que mi madre no
murió recién sino hace casi 5 años. Ella me tuvo a mí apenas a sus 15 y murió
teniendo yo 16 pero es en este último año y sobre todo desde hace como le digo, un
par de meses, que los sueños se han vuelto mucho más frecuentes y lo que antes era
esporádico ahora es casi a diario. Yo tengo 21 joven. ¡Por favor créame! —dijo
suplicando.
Me quedé quieto mirándola fijamente, pensando sin tener nada claro.

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— ¿Cómo era tu madre entonces? —le pregunté todavía más desconfiado al saber que
su madre había fallecido mucho antes de que yo pisara la clínica.— Mi madre, como
ya le dije, era una mujer joven más blanca que yo, de cabellos muy largos, muy
bonita.
— Mira, Juana… Juana Carmen, hazme el favor de bajarte del carro, estoy seguro de
que me confundes —dije al mismo tiempo que le abría la puerta.
Sus ojos se llenaron de lágrimas al oír mis palabras y sentir mi determinación pero no
dijo más—. Discúlpame pero no recuerdo a nadie como tú describes. Bájate, por
favor. — Insistí en voz calmada y suave sin querer perturbarla demasiado por temor
a que de veras me encontrara junto a una mujer con problemas mentales.
Entonces, sacando ya los pies del auto, sacó también apresurada una foto de su
billetera y me la dio temerosamente como tirando su última carta, sin saber qué más
decir.
La tomé, mientras ella salía y la vi. La imagen mostraba una mujer joven de trenzas,
realmente agraciada junto a una nena que era ella junto a su madre pero tal imagen
no me decía nada. Ningún recuerdo en absoluto y se la devolví—. Lo siento, no la
conocí. —dije y me dispuse a cerrar la puerta.

De pronto, en mi mente se fusionaron dos imágenes: la de la joven de la foto y su


mirada cabizbaja, algo recubierta de cabellos al ir saliendo. Pero… ¿sería ella, sería
aquel espíritu azul y blanco, aquella mujer de cabellos largos que me visitó aquella
noche dándome tan inesperada muestra de afecto, su madre?
— Espera —le dije deteniendo la puerta en su cerrar—, espera. —Volví a decir
quedándome unos segundos en silencio recordando para luego pedirle la foto
nuevamente. Ella me la dio, mirándome quieta como veía la foto y su cara. — ¿Te
puedes soltar más el cabello? —le pedí a lo que ella accedió.
Ahora estaba seguro. Era ella, el espíritu visitante de esa noche, era realmente su
madre. — Siéntate, ya recordé —le dije impresionado.
Todo el recuerdo de esa noche vino a mí a medida que hacía memoria. Su
deslumbrante presencia, su ciego y complaciente apetito carnal, su exuberante cuerpo
luminoso y todo lo demás. También recordé la abrupta intervención del otro iracundo
y negruzco ente y de como ambos desaparecieron, dejándome sorprendido y en
sobresalto por toda esa noche.
— Joven, yo no sé, no entiendo qué tendrá que ver usted en los sueños que tengo y el
por qué son ahora tan frecuentes pero espero pueda ayudarme a entenderlo —dijo
desahogando su inquietud a la vez que frotaba sus rodillas nerviosamente.

119
— Yo… creo que sí —le dije pensativo al mismo tiempo que las palabras de Tavata
resonaban en mi mente como un eco revelador. Casi podía imaginar a lo que me
llevaría este acontecer.
Entonces, las luces de la calle se encendieron. Eran casi las 7 de la noche. Recordé a
Andrea y nuestra cena... El tiempo me era justo. De tal modo que coordiné un
próximo encuentro con Juana Carmen, la cual más aliviada aceptó de buena manera,
dándome además su número de celular para confirmar nuestra futura cita. Entonces,
nos despedimos, ella salió mucho más serena, dándome las gracias; yo volví a
encender mi coche y salí rápidamente de Miraflores.

<====>

“Velas, pastas, miradas, recuerdos y mucho amor”.

Veo un par de hormigas trepar por las mayólicas mientras me ducho. En eso por
fuera, vibra mi celular, cerré la llave del grifo y contesté. Era Andrea, con quien quedé
en encontrarnos en una trattoria cerca de su casa.
Media hora después, terminé de vestirme, elegí unos jeans nuevos y una camisa
celeste.

Ya en la trattoria, pedí la carta mientras la esperaba. Me sentía tranquilo con muchas


ganas de verla y de pasar un grato momento con ella. El ambiente era muy acogedor
pequeño e íntimo con decoraciones rústicas de corte clásico italiano. Madera y hierro;
música suave de fondo.
Si hay algo que aún hasta hoy tengo que aprender a tener, es paciencia. Pasaron poco
más de veinticinco minutos desde que llegué y ya tenía más que claro lo que iba a
pedir. Entonces, quise agregarle un detalle más romántico a la cena pidiéndole al
mozo una vela roja de la más linda y aromática que tuviese, la cual trajo enseguida.
Luego, me dijo si quería ir ordenando el vino lo que me pareció oportuno, además,
sentir un poco de vino dulce en mi paladar y en mi torrente sanguíneo, relajaría mi
espera.
Un vaso y un par de minutos después, me dispuse a prender la vela, ubicando esta al
medio de la mesa y me senté estratégicamente para poder verla llegar. Encendí
entonces, un cerillo y su figura se apareció sobre el fondo.

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La tierna cristianita traía puesto un lindo y ligero vestidito blanco muy corto, volado
hasta encima de las rodillas y ceñido al torso y a la cintura; el cabello suelto adornado
por una pañoleta de maya negra en la cabeza; unas sandalias negras de taco y una
carterita negra de cuero al hombro.
Sus párpados delineados tanto más maquillados de lo normal, estilizaban sus ojos
hermosamente con sombras oscuras, las mismas que hacían juego con sus aretes
negros al igual que sus labios, haciéndola verse verdaderamente diferente y
acentuando su mirar de manera exquisitamente sensual. Parecía una preciosa gatita
vestida de blanco la que se acercaba tierna y benditamente bella hacia mí.
Sus lindos ojos caramelo pronto me ubicaron en su encantador caminar, cuyas
saludables y contorneadas piernas, la hacían de lo más hermoso que podía posarse
por allí.
Entonces, sentí un dolor intenso en la mano y una sonrisa burlona iluminó su carita
dándome a saber lo torpe que me veía al ser quemado por la cera de la vela.
— ¡Auch! — expresé después de tirarlo y mientras me chupaba el dedo afectado, le
acerqué caballeroso la silla en donde posó sus espléndidas caderas.
— Ay tontín ¿qué paso? —dijo sonriéndose para luego ubicar su carterita sobre sus
piernas muy juntas estas, justo en medio de sus muslos en donde el término de su
faldita los dividía, y luego reclamó tiernamente ante mi súbito nerviosismo, diciendo
tímida.
— ¿Qué… no me vas a saludar?
Y es que por un par de segundos, mi atención se encariñó en lo atractivo que se veía
su escote desde arriba, al estar yo aún parado por detrás de su silla. Sus hombros
descubiertos salpicados por pequeñas pecas, las que provocadas por el sol de verano
en su piel bronceada se esparcían encantadoramente también por todo el frente de su
pecho, en cuyo punto medio una sombra simétrica se dibujaba dividiendo la
perfección de sus bellos senos.
— Hola preciosita —le dije alucinado desde allí y dándonos un tierno beso añadí. —
Estás divina. Luego, sentándome enseguida frente a ella, tomé la vela y la hice a un
lado para que nada me interpusiera, excepto la mesa entre ella y yo.
— Vaya ratoncita, si hasta pareces otra —expuse mientra la miraba fascinado, mi
torpeza todavía se manifestaba hasta en mis palabras. Estaba realmente desorientado
por lo que ella pudo provocar en mí: un nerviosismo inesperado.
— ¿Cómo que otra? —volvió a reclamar, ahora sonrojada pero muy contenta ante mi
tierna e infantil actitud, supongo.
— No., nada, nada. No me hagas caso. Es que estás… es decir… en ese vestidito se te
ve muy, pero muy linda. Te queda perfecto, y…ese maquillaje pues… nunca te vi así

121
de arregladita —dije llenándola de halagos, los cuales eran todos totalmente
verdaderos.
Ella levantó entonces la carta del menú.
— Uy gracias nene, aunque creo que exageras. A propósito, disculpa la demora,
espero no te haya hecho esperar mucho. Fue por este maquillaje, a veces me da por
cambiar mi look un poco y no pensé que me iba a tomar tanto tiempo hacerlo, no
tengo práctica, ya sabes no me gusta maquillarme mucho. Además, mi padre me
pidió que lo lleve a la iglesia y preferí hacerlo antes para poder…tú sabes arreglarme
tranquila.
Todo esto lo dijo mientras me miraba por sobre la carta, como tratando de esconder
su delgado cuerpito, sonrojándose al sentirse tan admirada por mí.
Me entregó la carta y dijo decidida como siempre.
— Yo quiero pedir una lasaña con champiñones y ¿tú?
Recibí la carta y dejé entonces de verla, buscando relajar las miradas y sin pensarlo
mucho, puesto que ya había tenido tiempo para eso. Llamé al mozo, el cual copió mi
orden: Una lasaña para ella y un fettuccini a lo Alfredo para mí. Luego, este
cortésmente antes de irse, llenó nuestras copas de vino y me dijo: “Me permite joven
decirle con todo respeto… que no podría estar usted mejor acompañado, la señorita
está muy bella.”
— Gracias —le dijimos ambos.
Luego, nuestras copas se besaron en el aire en un suave toque y un minuto de silencio
dio inicio a la plática.
— Bueno Andrea, anoche mencionaste algo, algo que me intriga. Dijiste: “si sigo aquí
no podré cumplir mi promesa”. ¿A qué te referías? Cuéntame.
— Nnn bueno, es una promesa que una noche le hice a mi madre, solo eso— dijo
acariciando la base de su copa con las yemas de sus dedos.
— Pero… ¿de qué se trataba? si se puede saber —insistí.
— ¿Recuerdas que te conté sobre mi primer amor de adolescente?
— Sí, claro. De ese el cual fue tu primer amor y del cual estabas muy enamorada —
respondí recordando perfectamente.
— Ok, la noche de su cumpleaños, a los dos meses de habernos conocido, él me invitó
a ir al cine y mi mamá a quien yo le contaba todo, como ya sabes, me dio permiso
pero antes de salir y mientras me ayudaba a alistarme, me hizo prometerle algo: me
hizo prometer que no tuviera relaciones con él ni con nadie hasta ser más grande o
hasta casarme, que lo prometa por mi padre y sobre todo porque cada cosa debe
hacerse a su debido tiempo. Yo era prácticamente una niña y ella me conocía bien,
quería protegerme —respondió.

122
Entonces, al ver los platos llegar, ella colgó su carterita por detrás de la silla, luego
dimos gracias. Colocó la servilleta sobre sus piernas y tomó los cubiertos
disponiéndose a comer, al igual que yo. Nos miramos y algo cómico ocurrió.
Ambos soplamos al mismo tiempo nuestros platos como un par de niños impacientes,
lo que provocó que nos riéramos. La estábamos pasando bien. Luego, oramos y
segundos después ella expuso una curiosidad.
— ¿Te puedo preguntar algo?
— Claro, dispara —le dije.
— Qué opinas sobre el sexo y la religión y es que como sabrás en la Biblia dice que
uno debe tener sexo solamente con su esposo, o sea…hasta casarse y solo con él, sino
es pecado y yo estoy segura que tú no eres un santo o… ¿sí? —preguntó y yo
respondí a su interesante pregunta.
— Con relación al sexo y a la religión pues para mí una cosa no tiene nada que ver
con la otra. Las religiones para mí son creación humana y todas ellas son guías de
vida mas no mandatos de Dios. Dios ya puso en nuestros corazones lo que está bien y
lo que está mal, así como en nuestra conciencia pero por sobre todo nuestro corazón.
Las normas o reglas que se dan en las religiones con relación al sexo, la comida, la
adoración, el trabajo, etc. son leyes creadas por hombres, tal vez con muy buenas
intenciones pero más que cumplirlas por miedo, uno debe tenerlas en cuenta en sus
decisiones, no como prohibiciones sino como lógicas expresiones las cuales pueden
traerte buenas o malas consecuencias en lo que a causa efecto se refiere. Más allá de
esas leyes, uno debe actuar por amor y con amor, haciendo lo correcto y ¿qué es lo
correcto? Pues lo que manda el corazón. Por ejemplo, no le veo nada de malo al
convivir con la persona que amas. Tener sexo es también una forma de conocerse y
muy importante —expuse.
— Sí pero se supone que debes llegar virgen al matrimonio —repuso ella.
— Ser virgen no se refiere a si tuviste sexo o no. La pureza de una persona no está allí
abajo, está en su corazón, en su capacidad de dar y recibir amor no en su cuerpo.
Estoy seguro de que somos espíritus, los cuerpos son solo eso cuerpos, envases
temporales destinados para aprender y experimentar. No puedo aprender
intrínsecamente lo que es bueno sin antes haber experimentado y aprendido lo que es
malo. Y todo ese larguísimo camino de aprendizaje no puede darse en el transcurso
de una sola vida.
— Nnn, mi mamá también creía en que éramos espíritus, en el karma y en eso que tú
llamas la causa-efecto—dijo.
— Te doy un ejemplo: si pones una vela frente a un niño, este intentará tocarla y por
más que tú le digas que le dolerá si la toca, cuando te vayas y lo dejes solo, él tarde o

123
temprano la terminará tocando. El ser humano no aprende si no es por experiencia
propia, o por ver y sentir vívidamente una experiencia ajena –expuse.
— Nnn… no sé… pero tal vez tengas razón. En todo caso qué tiene que ver eso con el
sexo y el matrimonio.
— Jajaja... Ok, a ver… mira, todo, absolutamente todo tiene una causa y un efecto.
Todo lo que hagas o dejes de hacer te reportará una consecuencia, si no es en esta
vida, será en otra. Por tanto y yendo al tema sexual dime, ¿qué es tener sexo para ti?
Puso cara de sorpresa ante mi pregunta y respondió.
— Sexo pues es... tú sabes… cuando un hombre y una mujer… se van a la camita —
respondió ella tiernamente.
— ¿Sólo un hombre y una mujer? Bueno ¿y los gays, qué? ¿Ellos no tienen sexo?
Además, eso es dormir nena —le dije con cara graciosa.
— Jajaja. No pues... o sea… cuando él mete su… soldadito en... ella pues. No seas
tontín —respondió contenta.
— ¿Lo mete dónde? Sé clara jajaja —dije. Me encantaba ponerla en apuros y sobre
todo verla sonreír sonrojada.
— Ay, lo mete donde debe meterlo pues. —dijo tratando de ponerse seria.
— Ok, es decir que para ti ¿solo eso es sexo? —repregunté.
— No, no hablo de lo que yo creo, hablo de lo que dice en la Biblia o dice el pastor. Tú
sabes lo que dicen. Yo quiero saber lo que tú piensas, nene. Lo que yo pienso es otra
cosa y la tengo bien clara —explicó puntualizando.
— Para mí, sexo no es eso. Para mí, sexo es cuando una persona tiene algo íntimo y
personal con otra. Puede ser desde un simple beso hasta cualquier tipo de satisfacción
sexual en la que hay amor verdadero, ya que sin amor es simple deseo, simple
satisfacción; un acto físico destinado a recibir o dar placer —indiqué.
— O sea, para ti el sexo con amor está bien y el sexo sin amor está mal, ¿pero y el
matrimonio? —detalló.
— No Andrea, sea con amor o sin amor, no son malos pero con amor es lo ideal. El
matrimonio es un compromiso ante la sociedad, un acto de amor si quieres verlo así.
Más importante para mí es unirte a esa persona por amor y compromiso mutuo ante
Dios, de corazón y eso lo puedes hacer sin invitar a nadie y sin pagarle a nadie. Dios
está por sobre todas las religiones, está en tu corazón, en el mío, en el de todos. El
matrimonio es solo un evento social, lleno de vanidad y prejuicios creado por
hombres. Para unir tu corazón y tu vida con otra persona solo hacen falta tres: tú,
aquella personita especial y Dios, los demás salen sobrando. Ahora, si quieres
compartir ese acontecimiento con tu familia y amigos pues hazlo, eso también es
amor —señalé.

124
— Por lo visto, tú no te piensas casar nunca. No crees en el matrimonio —comentó.
— Creo en la unión física, espiritual y sentimental. Creo en el amor, y si a mi pareja le
hace feliz casarse en matrimonio pues, su felicidad es la mía. No tendría problemas
en hacerlo aunque preferiría gastar todo ese dinero en una linda luna de miel lo más
memorable posible —expliqué.
— Nnn interesante pero y qué si no te casas y luego se desenamoran y el amor… se
acaba.
— Pues, lo mismo que si se casan. Un papelito firmado por un cura o un pastor no te
libra del desamor ni te garantiza nada o ¿sí? El amor es algo que se cuida y se
alimenta día a día y eso no te lo hará un sacerdote o tu pastor, eso lo tienen que hacer
ambos, con respeto, comprensión y sobre todo sin egoísmo. Lo correcto también se
aplica a esa unión, tu corazón lo sabe, tu corazón lo siente. Sabe cuando hieres, sabe
cuando ofendes o haces algo incorrecto o en contra de tu pareja, y eso por qué,
porque Dios está allí, en tu corazón —especifiqué.
La cena estaba deliciosa y la charla aún más.
— Pero no puedes negar que al casarse religiosamente, es como asegurar más la
fidelidad, crea como una mayor obligación y si hay hijos todavía más —añadió.
— Una obligación social por temor al qué dirán, más que moral o de amor creo yo. A
Dios no le importa si te casas como católica, evangélica, judía, budista, Hare Krishna
o la que fuere, o ninguna. Creo que a Dios le importa más el compromiso real y
verdadero que asumes en tu corazón y es que la mayoría de personas piensa que el
amor que siente en ese primer momento es para siempre y olvidan cuidarlo y
alimentarlo. Otros lo hacen a un lado, comprometiéndose al poco tiempo después
más con su trabajo, su máster, su doctorado o sus hijos. Eso es un grave error, el amor
a esa persona y el cuidado, respeto y dedicación a ella debe mantenerse por sobre
todo, hasta por sobre los hijos, estos son producto de esa relación y no la relación en
sí.

Andrea se quedó mirándome entre confusa y sorprendida pero entretenida,


comiendo con mucho gusto de su lasaña y luego expuso:
— Es muy interesante escucharte y es que tus palabras me hacen recordar mucho a
mi madre, tú y ella se llevarían súper bien. Piensan muy parecido pero claro, tú eres
algo más radical.
La escuché decir eso contento, ya que me preocupaba aburrirla.
— Bueno, pero… ¿qué piensas tú? Hace un momento dijiste…

125
— Yo… pues en algunas cosas coincidimos, las he pensado mucho pero en lo que sí
diferimos es en que tú dices que hacer el amor sin amor no está mal pero yo creo que
sí y eso se llama fornicación—dijo.
Realmente me sorprendió el saber que en algunos aspectos coincidía conmigo.
Entonces continué
— Sí, así se llama en la Biblia… pero dime qué de malo tendría—pregunté.
— Pues va contra la moral y contra la dignidad de una persona, por eso fueron
castigados en Sodoma y Gomorra —ella respondió de inmediato.
— Pues yo creo que Dios no castiga, tus acciones lo hacen. Por otro lado, la moral se
basa en aquello que uno no debe hacer porque va en contra de uno mismo o del
prójimo. Dime qué de malo tendría que dos personas libres de compromisos y
maduras emocionalmente decidan disfrutar libremente de su sexualidad. Dignidad…
pues uno es digno o indigno para sí mismo y para Dios, no para el qué dirán. Es en tu
corazón donde Dios ve la intención de tus actos, por ejemplo… si tienes un acto
carnal irresponsablemente puede este, acarrearte consecuencias, puedes quedar
embarazada sin desearlo o adquirir una enfermedad ¿verdad? —le pregunté.
— Sí claro —respondió ella y luego continué.
— De igual modo… si conduces en tu auto, lo cual es otra acción pues puedes
también chocarte o hasta matar alguien, lo que también sería una consecuencia. ¿Es
por tanto pecado… conducir tu coche? Andrea se quedó por unos segundos
pensativa.
— Ay… sí, entiendo tu analogía, pero no puedes comparar el conducir un coche, con
el hacer el amor —indicó ella inteligentemente pero sin querer ver el fondo del
argumento.
— Ok, vamos a algo más personal e íntimo —le dije—. El leer la Biblia… si la lees
irresponsablemente y como un borrego, diciendo sí a todo lo que dice el pastor,
puedes caer en el funesto fundamentalismo religioso, causante de tantas guerras y
muertes. El hecho es que tú y solo tú eres responsable de tus actos y de todos ellos
obtendrás una consecuencia buena o mala. En ninguna cosa o acto está lo malo, sino
en tu corazón, en la intención con la que lo hagas y si ese acto no busca el malestar
tuyo o del prójimo pues no es malo en sí —respondí.
— Tienes razón, pero la Biblia, nene, dice que eso es fornicación y que por tanto está
mal y es pecado. —dijo tranquila.
— Sí y en la Biblia también dice que Dios ve la pureza de tu ser en tu corazón —añadí
guiñándole un ojo pícaramente—. Yo creo además que lo especial, sublime y bello
que puedas hacer de ese acto íntimo nace, crece y lo haces tú misma en tu corazón —
indiqué muy seguro de mí.

126
— Bueno…son cosas a tener en cuenta y voy a pensarlas con mi almohada, la Biblia,
mi madre y conmigo misma —dijo respondiéndome con otro guiño.
— ¿Con tu madre? —pregunté enseguida algo sorprendido.
— Sí, a veces la siento conmigo y no solo en la casa. Sé que me cuida, estoy segura de
ello.
— ¿La sientes aquí ahora? —repregunté inquieto.
—Nnn —expresó empinando su cuerpo derechamente como tratando de sentir
algo— Nop, ahora no. Jajaja, me dejó con el lobo Jajaja —dijo risueña.
—Pues ten por seguro que sí te cuida y te ve. Tal vez se fue a ver a tu papá jeje. Sabe
que conmigo estás en buenas manos — le dije pícaro mirándola traviesamente.
— Jajaja. Marce, eres genial —me dijo apuntando sus labios hacia mí desde su lugar.
El tiempo pasaba maravillosamente entre charla, sonrisas y la cena. La veía allí frente
a mí, me sentía muy feliz.
De pronto Andrea tomó su servilleta, bebió un trago más de vino y cogiendo su
carterita dijo:
— Disculpa, ya vuelvo. —Luego, se limpió los labios. —Uy el vino está riquísimo. —
se puso de pie echándose a caminar rumbo a los servicios higiénicos.

Yo no pude ni dejé de verla en su hermosísimo caminar. Aquel vestidito blanco,


ceñido a la cintura, esculpía maravillosamente sus caderas y el delicioso menear de su
derrier a cada paso era algo más embriagante que el vino. Además, su perfectamente
ajustado calzoncito se podía fácilmente imaginar ya que sus costuras se marcaban lo
justo para delinearse, transparentándose casi en toda su esplendida colita. Tomé la
copa y un poco más de vino. Miré hacia arriba y dije: “Salud”, agradeciendo a Dios
por haber permitido que tan maravillosa criatura suya llegara a mi vida y me alegrara
tanto.

Sentía que la quería, no solo un querer de pertenencia y de deseo, sino más bien el
querer de sentimiento, de afecto, de amor hacia ella. Dicen que el amor entra por los
ojos. Sería mentirme a mí mismo si negara que su físico me gustó y atrajo desde que
la vi, pero ese físico es únicamente parte de un todo, del todo que ella significa para
mí, de ese todo que fui y voy descubriendo hasta hoy. Espero que ella lo sepa y que
sienta por mí, al menos la mitad de lo que siento yo por ella.

Entonces, la imaginé entretenida, mirándose frente al espejo, acomodándose la ropita


delicadamente, girando sobre su lugar, quebrando su cintura hacia atrás,

127
sobremirando su cuerpo, alineando su vestir, refrescándose el rostro, tratando con
cuidado su cabello, su maquillaje y retocando el color de sus labios.
Como toda mujer, en la que el pudor y la vanidad casi siempre se entre mezclan.
Por fuera, de repente se inició una leve y esporádica lluvia de verano, nada extraña en
Lima por estos meses pero sí muy ocasional ya que estas acontecen raramente. Son de
gotas grandes y dispersas, no tupidas ni pequeñas como las de invierno. Sus gotas
unidas producen un sonido muy particular poco constante, puesto que su intensidad
es por lo general muy irregular pero es normalmente bienvenida, ya que crea un
clima muy especial, como el de un fresco y acogedor invernadero.
Con el cabello amarrado en cola hacia atrás, salió Andrea dirigiéndose hacia la mesa.
Ese peinar le esclarecía el rostro mostrándose sus ojos más cautivantes, más tiernos,
los cuales dirigió hacia mí agrandándolos todavía más, para decirme noticiosa.
— ¡Está lloviendo! ¡Qué lindo! Me encantan las lluvias de verano. —Luego, tomó otro
trago.
—Marce, creo que se me está subiendo el vino… así que ya no sirvas más ¿sí?,
recuerda que tenemos que manejar y este vino está muy rico pero travieso. — Su
carita tersa se exponía radiante, coloradita en las mejillas por el alcohol de uva.
— Ok, ratoncita, solo estas copas más y ya —señalé ya que ellas aún estaban por poco
menos de la mitad, lo mismo que nuestros platos.
— Te cuento…Mi madre tomaba vino, un vasito todas las mañanas, decía que eso era
muy bueno para la salud. A ella también le gustaba el vino dulce y yo de niña,
cuando me levantaba tan temprano como ella, o sea muy rara vez, le caía para
gorrearle alguito. Ella me invitaba tan solo un sorbito y luego se reía de lo carmesí y
conversadora que me ponía. Bueno, eso me contaba ella, yo no me acuerdo. A
propósito, ¿estoy muy colorada ahora? — preguntó tiernamente preocupada.
Yo estiré mi mano tocándole la mejilla suavemente, estaba calientita, muy suave y
coloradita.
— Como verás hay cristianos que toman y otros que no. Yo no tomo a veces una
cerveza, máximo dos cuando voy a alguna reunión o a la discoteca y también bailo.
Mi papá se molesta así que ya casi no lo hago. No puedo contarle todo como a mi
madre pero ni modo. No creo que tenga nada de malo bailar o tomar, siempre y
cuando no se haga en exceso. No creo que por eso se enoje Dios y me castigue o tal
vez sí... a veces no sé y es que mi padre dice que uno no debe tomar, ni bailar, ni
vestirse muy bonita para no hacer pecar a otros. Yo no me considero mala ni
pecadora pero me hacen sentir que sí lo soy. Yo no sé pero extraño mucho a mi
madre, charlar con ella o más bien escucharla. Yo igual le cuento todo por las noches,
antes de dormir. Sé que está con el Señor—Dijo esto mencionando a Dios como el

128
Señor, cosa común entre los evangelistas, así como el hecho de hacer sentir culpas y el
hacer comparaciones con los impíos, como si ellos fueran algo mejor cayendo en
ridiculez, ya que cada vez que uno de ellos hace algo en contra de las leyes de la
Biblia se siente obviamente culpable, malo y temeroso de Dios a pesar de que son
humanos y no son perfectos ni los únicos elegidos de Dios como piensan algunos de
ellos. Hay de los buenos y de los malos, como en todas las religiones y en todas
partes, somos humanos todos. Dios está en todos y en el común de nosotros no hay
nadie totalmente malo ni totalmente bueno, somos un cúmulo de cualidades y de
defectos en diferentes grados y matices, lo que nos hace diferentes a todos en nuestro
camino hacia Dios. Si los líderes de todas las religiones se concentraran más en lo que
nos une que en lo que nos desune, en las cosas en común y no en las diferencia, el
mundo sería diferente y más rápida nuestra evolución espiritual hacia Dios. El hacer
sentir culpa y temor es algo carente de amor, es ignorancia.

<====>

Por fuera, la lluvia continuaba y ya casi terminábamos de cenar, cuando Andrea,


después de ponerse algo melancólica dijo exaltada como si algo le hubiera picado el
espíritu.
— Oye, Marce, hace unos días tuve un sueño muy raro —dijo reanimada y
reacomodándose sobre su silla para expresarse mejor—. Mira, en él estabas tú…pero
no eras tú, es decir, yo sabía que eras tú pero no te veías como eres tú ¿Entiendes?
— No —señalé moviendo mi cabeza ya que tenía un bocado todavía en la boca. Ella
prosiguió entonces emocionándose en su relato.
— O sea en mi sueño que fue muy vívido, ¡ay! ni te imaginas, había un hombre
grande y peludo, ese hombre, no se te parecía en nada pero eras tú. No sé cómo, pero
yo sentía que eras tú. Él estaba a lo lejos, a orillas de una especie de lago o mar no
recuerdo bien ese detalle. La cosa es que él tenía en sus manos unos pescados
grandísimos y se acercó hacia mí. Yo lo vi venir y me puse a recoger como conchitas
del mar creo. —Ella prosiguió, acompañando con su cuerpo su narración, y yo
empecé asentir una sensación fría e intensa desde la nuca hasta la espalda, conforme
ella iba haciendo su relato de modo que dejé de comer de inmediato —. Me pongo
nerviosa de solo recordarlo —dijo aún más emocionada—. Bueno, él se acercó hacia
mí vestido con unos cueros apenas, me sujetó de la cintura y… ¡Ay! no puedo
contarte eso pero fue horrible creo, bueno… no tan horrible Jajaja— Ella prosiguió
después de echarse aires al rostro, mostrándose avergonzada por lo que tenía en
mente pero que no mencionaba. Yo casi petrificado y con los ojos cada vez más

129
abiertos permanecí escuchando, recordando atónito —. Bueno, después que él me
hizo eso, tú sabes, por allí y por allá —Andrea se puso mucho más colorada pero
continuó imparable —, ese velludísimo hombre y yo nos fuimos, subimos hacia una
caverna o algo así y luego nos atacaron otros salvajes, unos muy parecidos a nosotros
pero morenos, armados ellos con lanzas y piedras y me llevaron con ellos, me
secuestraron. Yo lloraba, gritaba y pataleaba pero nada, eran muchos y muy fuertes.
Me llevaron no sé dónde y ya, solo recuerdo que él, quien era mi pareja, corría
mirándome angustiado e impotente por no poder hacer nada. Ellos lo persiguieron
hasta que los perdí de vista.

Sería posible tal coincidencia pensé, aquel sueño era un calco del recuerdo de mi
regresión y lo más impresionante era el que ella lo tuviera, siendo ella misma la
protagonista.
— ¿Cuándo, cuándo tuviste ese sueño Andrea? — le pregunté sorprendido.
— No sé… hace unos días. El…domingo creo. Sí, el domingo entrada la tarde que me
tomé una siestita. Sí, ya recordé, fue muy, muy real ni te imaginas qué tan real —
respondió sonriendo pícaramente ya más tranquila.
— ¿El domingo, estás segura? —dije incrédulo debido a la increíble coincidencia de
los hechos.
— Sí, estoy segura pero ¿por qué esa cara nene? Estás medio pálido. ¿Te sientes bien?
— Sí, sí, es que… aunque no me lo creas yo soñé lo mismo, nada más que lo mío….no
fue y ahora estoy más seguro de ello, no fue un sueño —le indiqué cada vez más
absorto ante mi sorpresa.
Entonces, me puse de pie y fui deprisa hacia la recepción, les pedí un par de lapiceros
y unas hojas y con estas regresé a la mesa.
— ¿Qué haces, Marce? ¿Cómo que soñaste lo mismo? No te comprendo —dijo
extrañada y risueña, sin tener la menor idea de lo que acontecía. Y enseguida le puse
el lapicero y el papel.
— Andrea, te digo que yo… soñé lo mismo y si no me crees, trata de dibujar la escena
aquí con detalles ¿sí? Dale.
Ella me miró sin complicaciones y como tomándoselo a broma me siguió la corriente.
— Ok, truquini pero no hay espacio habrá que…

Yo tomé los platos y los puse en la mesa más cercana haciéndonos lugar para poder
dibujar. No le volví a decir que no era un sueño ya que primero quería estar seguro.
Minutos después terminamos de hacer las ilustraciones. Ella lo tomaba a broma pero
me complació. Afortunadamente, ambos sabíamos dibujar de manera regular de

130
modo que nuestras gráficas con algo de imaginación y no mucho esfuerzo, nos fueron
comprensibles. Entonces, todavía fue más grande mi sorpresa y lo fue también para
ella al intercambiar nuestras imágenes.

Ambos habíamos volcado en nuestros papeles, con ligeras diferencias de ángulo y


perspectiva, un mar en calma y una pequeña cueva en lo alto de una ladera rocosa y
algo realmente sorprendente, un árbol no muy grande y seco a la salida de la cueva
hacia el lado derecho de esta y una pareja la cual éramos supuestamente nosotros.
Andrea se quedó admirada y en silencio por unos segundos. Luego, se sonrió
incrédula para decirme
— Ay nene, te has copiado, así no vale.
Ella sabía que no puesto que constantemente sentí su mirar en mí y yo no vi su papel
ni por un segundo hasta haber terminado, cosa que hice mucho antes que ella para
eliminar tal obvia sospecha.
— No Andrea, tú sabes que no —le dije mirando a detalle y en aparente calma, pero
emocionado su dibujo. Luego, levanté la vista, ella pensativa, tomó mi papel para
mirarlos ambos, comparándolos sorprendida.
— ¿Cómo puede ser? —dijo sorprendida y pensativa. Sus ojos inquietos recorrían de
un lado a otro los dibujos y añadió.
— Si bien yo te conté el sueño… pero… ¿el árbol?, ¿el tamaño de la cueva?, ¿el ropaje
de ellos?, ¿la visión del paraje? ¡Es increíble! —señaló admirada, totalmente
concentrada en las figuras.
— Y tú… ¿me dices que también soñaste esto? —preguntó mirándome por sobre ellos
por un instante.
— Sí, solo…que no lo soñé, lo recordé —respondí a secas, quería observar su
reacción. A lo que Andrea sin quitar su vista de las hojas preguntó enseguida, casi sin
darse cuenta de lo que yo había dicho.
— Pero bueno ¿lo soñaste o no?
Entonces, le conté sobre mi visita a Tavata en Brasil y de esa esclarecedora
experiencia, centrándome en la regresión a la que hacíamos referencia. Ella escuchó
muy atenta, sin decir palabra alguna, como tratando de ubicar esas piezas del
rompecabezas en su cabeza, en su entender.

<====>

131
“With arms wide open”.

Las veredas, los jardines, así como todo mojado por la lluvia nos esperaban fuera del
restaurante. La lluvia despidiéndose, dejaba caer algunas gotas finales.
Varias cuadras y giros más, llegamos a su casa, me cuadré detrás de ella y bajé. Ella
abrió su puerta al verme caminando, un grupo de rock cristiano en inglés sonaba en
su radio, “With arms wide open” decía el estribillo, y Andrea salió dejándome ver por
un instante y sin darse ella cuenta, su lindísima ropita interior.
— Voy a ver si mi papá ya llegó y a decirle que ya llegué ¿sí? —dijo.
Me senté en su lugar y cogí los dibujos. La lluvia ya había cesado. Eran casi las diez
de la noche, a los minutos regresó ella sin zapatos y llevando la cadenita que le
obsequié en el tobillillo. Salí entonces del coche para devolverle su asiento,
quedándome de pie apoyado mirando las hojas de papel, esperando ingresara. Ella
así lo hizo, luego puso música romántica y salió nuevamente metiéndose de espaldas
entre mis brazos y dijo.
— A ver… veamos — Su cabecita y sus cabellos en cola rozaban mi mejilla, podía
sentir su delicado aroma, su cuerpo vencido hacia mí apoyado desde los pies. Mis
brazos la tenían en medio y mis manos y las suyas sujetaban los dibujos, los mismos
que nos unieron en una sublime mística llena de amor. —. Si tú hubieras sido él o si
fuiste él, en espíritu como dices ¿por qué te fuiste y me dejaste sola? Fue algo cobarde
¿no?
Me puse a pensar y a meditar puesto que sí, el haberla dejado cualquiera fuera el
caso, fue una acción de cobardía. Así, después de unos segundos respondí
— Tal vez, él corrió por su vida pensando volver luego con ayuda o algún arma que
le pudiera dar un mayor chance o… tal vez, sí era un cobarde en ese momento, no lo
sé.
— O sea… que si vinieran ahora cuatro tipos a secuestrarme, ¿tú te irías corriendo?
— No, no es igual, una cosa es correr por estar bajo peligro inminente de muerte y
otra en secuestro, yo me quedaría contigo. —La abracé y acaricié su mejilla con la mía
y continué. — Yo no te dejaría, a no ser que eso me permitiera recobrarte de vuelta
luego: “Más vale aquí corrió que aquí murió”—dije en broma.
Ella sonrió.
— Ah miedoso, o sea… ¿no darías tu vida por mí? —dijo engriéndose tiernamente a
lo que respondí.
— Nena, me encantas, claro que daría mi vida por ti ¿qué, no sientes acaso como late
mi corazón ahora por tenerte así tan junto a mí? —y la apreté fuerte y más contra mi

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pecho. Lo dicho era verdad, sí la daría y mil veces. Mi sentir por ella era algo muy
grande, mis latidos lo manifestaban y mi corazón así me lo decía.
Ella giró un tanto su cabeza y nuestras mejillas se tocaron todavía más
provocándonos un beso tierno, el mismo que se dio lugar enseguida. Entonces, mi
cuerpo se emocionó notoriamente ante sus suaves besos y al sentir de su colita tan
pegadita a mí, en unos segundos perfectos, en los que mis latidos aumentaron en
frecuencia considerablemente.
Entonces ella, después de un suspiro se detuvo, mostrándose aún pensativa con las
hojas en mano y yo le pregunté, tratando de pensar en otra cosa aunque la pregunta
inconscientemente tenía un obvio objetivo.
— Tu padre... ¿está en casa?
— Sí, está repasando en cama su prédica del domingo pero seguro ya se durmió
¿por? —preguntó inocente.
— No, nada —dije besándola en el cuello delicadamente, el cual libre de cabello se
exponía desnudo e irresistiblemente terso, delicado, precioso. Ella se estremeció sutil
y dijo.
— Estás muy cariñosito, eh.
Yo sonreí mientras le besaba las pecas de uno de sus igualmente desnudos hombros y
le pregunté travieso viendo la pareja protagonista de los dibujos
— ¿Me dices que aquel salvaje peludo te abrazó desde atrás muy, muy fueeerte? —la
apreté más.
— Jajaja. Uy sí... me apretó, me lo…nada, nada olvídalo, me da vergüenza —
respondió tapándose el rostro con los papeles, encantadoramente tierna.
Me gustaba hacerla entonces sonreír, no solo por disfrutar y hacerla pasar un
espontáneo y buen momento juntos, sino también porque al sonreírse movía su
cuerpito nerviosa rozando su colita deliciosamente sobre mí
— ¿Qué... tenía un garrote muy grande o qué? —dije riéndome también sonrojado y
temeroso de haber sido tal vez muy grosero.
— Jajaja —se rió para luego quedarse quieta, pensativa por un par de segundos en los
que preferí tranquilizarme optando por tan solo rozar mi mejilla a la suya y mirar los
dibujos con ella.
— Estás muy calientito ¿verdad? —preguntó tímida. Yo no respondí por temor pero
era evidente que sí. — Siento clarito que sí lo estás —dijo para luego reaccionar de
una manera soñada.
En completo silencio y muy lentamente quebró más hacia mí, hacia atrás sus caderas,
levantando levemente la colita, rozándola ligera y sutilmente contra mí.

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Aquello me llevó al cielo del deseo, yo sentí claramente sus nalgas cubiertas en la
finísima telita blanca de su vestidito corto pegarse más a mí y subir y bajar,
ligeramente en una exquisita muestra de deseo de su parte. Entonces, volvió a
suspirar subió los brazos hacia arriba, estirando todo su cuerpo. Luego, se volvió
girando hacia mí con la cabecita gacha en muestra de tierna vergüenza y pegó su
frente a la mía para luego, con sus brazos en mi pecho darme un beso. Un beso corto
pero inolvidable, beso y momento que no olvidaré nunca.
Luego me dijo abrasada a mí y sin verme a los ojos.
— Gracias por la velada, la cena...la noche me encantó. Me tengo que ir ya. Se separó
de mí, enrolló los dibujos y se marchó a paso lento hacia su casa, dejándome aún más
enamorado, si es que eso era posible.

<====>

“lejanía…tiempo…”.

Pasaron varios días en los que fui notando un inesperado alejamiento por parte de
Andrea, sus correos electrónicos y llamadas casi cesaron y sus respuestas a los míos
eran un tanto esquivas, hasta que esa noche estando ya en cama después de un
extenuante día de trabajo recibo un mensaje de texto en mi celular.
Este decía: “Un beso. Abre tu correo ¿sí? dulces sueños. Andrea.”
Lo hice. En mi bandeja de entrada había un correo electrónico suyo recién llegado. Lo
leí. En él decía:

Hola Marce.
No sé cómo decir esto y espero no pienses mal de mí. Siento mucho por ti, te quiero. La noche
de la cena estuvo muy linda. Estoy sintiendo mucho por ti y hay cosas que no entiendo. Te
deseo muchísimo y justamente a eso le tengo algo de miedo. Sé que somos mayores de edad y
que tú quisieras tener algo más íntimo conmigo pero yo no estoy lista todavía para eso. No es
que no lo desee muy por el contrario. Solo que no sé, no sé si sea lo correcto. No estamos
casados y eso es lo que dice en la Biblia. No te estoy pidiendo eso ya que tampoco estoy lista y
tampoco lo deseo todavía, es decir casarnos. Yo no quiero dejar de verte pero no sé qué hacer,
cada vez te deseo más y eso me gusta muchísimo. Es lindo sentirse así.

Estoy confundida y no quiero que pienses que quiero hacerte sentir mal.

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Estuve pensando en lo que dijiste sobre la virginidad y el sexo. Creo que tienes razón y de
algún modo eso me hace sentir mal... como culpable y es que nunca tuve sexo físico pero mi
mente sí, desde hace mucho y ahora más contigo, hasta en sueños ya ves. Fue muy lindo
cuando dijiste que lo especial y bello de aquella expresión de amor, nace y se hace en el corazón
pero yo no quiero fallarle a mi promesa, ni a mi madre. Quiero hacerlo sí, pero cuando sea para
mí correcto y sé que eso será cuando esté lista.

Ayúdame.
TQM.
Andrea.

Sentí claramente su confusión y la entendía perfectamente. A sus 24 años era lógico y


natural que su cuerpo y mente sientan la necesidad de expresarse, de dar, de sentir y
de compartir de su naturaleza femenina pero la carga cultural y sobre todo religiosa
pesaba, la reprimía bajo la muletilla del pecado, el infierno y sobre todo la sombra
constante de un sentimiento de culpa creado por la sociedad, y alimentado por la
religiosidad judeo cristiana y he inculcado por su padre como el principal
representante.
No estoy en contra de salvaguardar la pureza del cuerpo, aquello me parece perfecto.
Pienso que el sexo es un acto de amor mas no algo malo, este no debe ser solo del
cuerpo físico, transitorio y temporal, si no también de la mente y del espíritu.
Pero no todos estamos destinados a ser santos, ni todos tenemos el mismo nivel de
evolución espiritual. Algunas cosas, como el sexo, son malas o buenas dependiendo
de cómo se iluminen en nuestro corazón.; del grado de amor con el que se hagan. La
inocencia… parte de cómo veamos las cosas desde el corazón, desde el alma.
Esa percepción y estado de conciencia no escapan a las leyes de la causalidad, como
todo en este mundo y en todo. Toda acción va a provocar una reacción y a esa es para
la que hay que estar preparados. La represión a nuestra naturaleza humana y carnal
es tan únicamente un freno temporal que solo acrecienta la ola muchas veces
desbocada del desenlace.
Yo estaba más que seguro de mi más sincero amor por ella, mucho más de lo que
algunos pastores y curas están de sus creencias y sermones, y aunque nuestra relación
no estaba del todo definida, lo que importaba era que la amaba y que ella sintiera lo
mismo. Entonces, después de pensar en ello, le respondí por correo electrónico
también.

Preciosita.

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Me halaga mucho saber tu sentir hacia mí y aunque te deseo yo también y te consta, no tienes
por qué tener miedo. Yo estoy dispuesto a esperarte hasta que te hagas viejita si es necesario ya
que te quiero demasiado como para arriesgarme a perder lo que tenemos. Eres lo más lindo que
me ha pasado.

No me gusta y no deberías sentirte mal. Recuerda a tu madre, no solo a tu padre cuando te


vengan esos pensamientos negativos. Recuerda que eres libre y lo que se hace y se siente por
amor no es malo. Lo importante es según yo que vivas y dejes que tu corazón y tu conciencia
manden en tus actos y decisiones como sé que lo haces.

Te quiero más.
Marcelo.

Terminado este lo envié y casi bordeando la hora después; estando yo apunto de


cerrar mi correo y la portátil, llegó uno más de ella. No quise abrir mi mensajero, ella
tampoco lo pidió, así estábamos bien, escribiendo con calma y pensando bien las
cosas. Entonces leí su mensaje.

Nene.
Eres tan lindo y tienes razón pero igual necesito más tiempo, pero… se me ocurre algo. No sé
si sea buena idea. Quisiera saber qué piensas tú. ¿Recuerdas a mi primer enamoradito? Con
él, si bien nunca hubo más allá de besos y caricias, estas eran muy íntimas a veces. Yo las
extraño mucho.
¿Tú crees que podamos tan solo sentir lo que sentimos, sin llegar a más que caricias y besos?
Solo hasta que esté segura, lo que tal vez dure hasta que sea viejita, jijiji.

Expuso hasta allí, adjuntando una carita tierna.

¿Podrías esperarme? Resistir, digo ¿me ayudarías tú también a que yo resista? ¿Podríamos
hacer un pacto de resistencia y ayuda, sin dejar de vernos, besarnos y tocarnos cuando
sintamos las ganas de hacerlo? ¿Harías eso por mí? ¿Soportarías, resistirías y me ayudarías
también a hacerlo? ¿Puedo confiar de tal manera en ti?

Espero no pienses que estoy jugando contigo. No es así, te doy mi palabra.


Espero me entiendas. Cada vez te deseo más y a veces siento que si sigo viéndote y besándote,
terminaré por no resistir más y no quiero hacer algo de lo cual luego me arrepienta. Por otro
lado, no quiero dejar de verte.

136
Piénsalo, ¿sí?
TQM.
Andrea.

Leer aquel mensaje me conmovió, fue tan tierno, tan sincero y tan claro que era una
especie de súplica, llena de amor y sinceridad.
Ella realmente confiaba en mí y dentro de su confusión sobre lo bueno o malo y más
allá del ropaje de su promesa, necesitaba expresarlo y asegurarse de mí y de mi amor.
Era tan hermoso saberlo. Andrea era un personita tierna, sincera, espontánea, y
maravillosamente humana, llena de ganas de amar y de ser amada.

Eres lo más lindo que Dios puso en mi camino. Por lo tanto, no haré nada que me haga
perderte.
Me encanta lo sincera que eres y puedes confiar en mí. Acepto, ratoncita.
Te quiero.
Tuyo, Marcelo
PD: ¿con qué ropita dormirás hoy?

Ese fue mi último mensaje esa noche. Al rato, llegó la respuesta en mensaje de texto a
mi celular:

Solo un pequeño calzoncito blanco. Dulces sueños mi niño TQM.

<====>

“Por que todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz…”


(Juan 3,20)

Jueves por la noche. Voy a visitar a Eleazar a su casa, no pude verlo antes por el
trabajo, el cual normalmente es mucho más absorbente de lunes a jueves.
Estando sentado en su modesta sala, lo noté algo extraño, algo diferente por lo que le
pregunté. Él me dijo que no, que todo estaba bien, normal, que había leído la carta de
Tavata y que tal vez por eso lo notaba algo nostálgico. Yo sentía claramente que algo
no estaba bien pero no insistí, pensé que serían cosas muy personales suyas, las

137
cuales si quisiera decirlas o compartirlas pues lo haría y tan solo le señalé que si en
algo pudiera necesitar de mi ayuda, no dudara en contar conmigo. Seguidamente, le
comenté sobre la chica, sobre Juana Carmen, sobre su madre y sobre mi presencia en
sus sueños.
Él me escuchó y asintiendo con la cabeza, como conociendo del tema, me indicó que
tal y como Tavata me había dicho, ese encuentro era justamente el inicio de otra tarea
de ayuda en la cual debía dar la misma entrega de amor y compromiso que brindé
ante Andrea y a su madre, que aquel espíritu también necesitaba volver y que yo
tenía que ayudarla. Me recordó que no tuviera miedo y que vaya con la hija, que su
presencia era imprescindible para lograr convencer a ese espíritu a que dejara el
mundo terrenal.
Me dijo también que llevara la Biblia, por si se trataba de una persona católica o
cristiana y que le leyera los versículos: Romanos. 5, 8; Juan. 1, 12; I Juan 1,7, que tratan
sobre el perdón y el amor de Dios, para aliviarla en su carga de equivocado temor al
supuesto castigo en el infierno y pueda así dejarse ir libremente. Yo tomé nota de ello
pero luego le pregunté sobre el por qué de la Biblia ya que dicho libro no me hizo
falta en el caso de la madre de Andrea.
Él respondió que una cosa era resistirse a abandonar el mundo por amor y otra por
temor y que además la madre de Andrea era un espíritu con un nivel de conciencia
de Dios más elevado por lo que en ella el temor a un Dios castigador ya no existía en
su corazón ni en su conciencia espiritual. Agregó además que cada persona, cada ser
inteligente, tiene un grado de fe o de conciencia espiritual, el cual está estrechamente
vinculado a un tipo de creencia personal o religiosa y este debe respetarse ya que es
la base de su relación y conocimiento de Dios en ese determinado momento de su
individual evolución espiritual. Tal afirmación me pareció interesante. Después de
ello, me preguntó por Andrea y por mi relación con ella. Yo le conté sobre mi
regresión en Brasil, recordando entusiasmado los dibujos de esa anoche y sobre el
coincidente y sorprendente sueño de Andrea. Él se puso de nuevo extraño como
triste, me parecía que la nostalgia por Tavata lo ponía mal. Pensé en ese momento que
de seguro esa carta lo hizo sentir y pensar mucho en ellos y al verme tan ilusionado y
contento con Andrea pues de alguna manera lo afectaba directamente.

Entonces, me dijo que aquella singular expresión verbal, atemporal de amor y


reencuentro a través de memorias gráficas y visuales era algo realmente especial, que
de seguro ambos habíamos sido pareja en aquella otra vida y que no había duda, por
ello nuestra tan rápida y creciente afinidad. De que el amor entre personas puede
tranquilamente trascender los tiempos terrenales y que aunque no existen las almas

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gemelas, ya que cada alma es dada por Dios, creada única y sin par para cada
espíritu, siendo cada uno de estos independientes de sus actos, karma o aprendizaje,
también es cierto que estos se busquen y coincidan por gracia de Dios, por el inmenso
amor que los puede haber unido en alguna de sus anteriores encarnaciones, de
manera que uno le sirve al otro y viceversa, en el desarrollo espiritual de ambos. Y
que a veces ese gran amor ya de índole espiritual, trascendente que se tienen, solo
mira a Dios como meta y por ende el anhelo de dar todo, todo por el bien y el
crecimiento del otro, sin importar el mismo, ya que ambos, como todos, son uno al
llegar a Dios, puesto que de Dios mismo venimos y a Dios mismo vamos. Las almas
gemelas vendrían a ser eso, dos espíritus que se aman, se buscan, se sacrifican, se
ayudan…
Eleazar, se puso todavía más serio.
— ¿Por qué no vas a visitar a Tavata? Ella necesita ayuda, tiene cientos de niños a su
cargo y no tengo que decírtelo pero ya no tiene veinte ni treinta ni cuarenta años. De
hecho, le agradaría tenerte como compañero. Además, allá el clima es mucho más
agradable. Su casa es inmensa., yo probé el cuarto de huéspedes y no está nada mal
—le dije animándolo. Él me miró circunspecto, reflexivo.
— Puede ser muchacho, puede ser —dijo.
Luego, me dio un ligero palmazo en la pierna, estiró una forzada sonrisa y
poniéndose de pie dijo.
— Ya es muy tarde para mí y ya es hora de dormir.
Lo seguí hacia la puerta meditando su respuesta, y pensé entonces que si bien estaba
mayor pues no consideraba que fuera tarde para él. Tavata esta soltera, él también
pero no insistí más.
Abrió la puerta, nos despedimos no sin antes desearme fortuna para con Juana
Carmen y me fui agradeciéndole por todo su valioso tiempo y muy apreciable guía.

<====>

“Cumpliendo tareas…”.

Viernes por la noche. Andrea estaba con su padre apoyándolo en un retiro para
parejas de matrimonios con problemas hasta el sábado a la noche. Juana Carmen

139
estaba en camino, habíamos quedado en reunirnos hoy en un café por el óvalo
Gutiérrez en Miradores, para charlar y coordinar lo concerniente a su madre.
Me preguntaba tomándome un café, cómo hacer para entrar en la clínica con libertad
de acción, recordando entonces a Gloria, la amiga de Andrea, ella podría de seguro
ayudarnos.
A los minutos llegó Juana Carmen. Le ofrecí un café y un sándwich, lo cual aceptó
después de explicarle que hoy tendríamos que resolver esto si es que era posible y
que tal vez nos tomaría un tiempo prolongado lograrlo.
Entonces, ella preguntó
— Joven, disculpe pero quisiera saber cómo conoció a mi madre, acaso usted… ¿es un
doctor o qué?, ¿cómo así se conocieron?
Yo algo complicado puesto que era la primera vez que una persona ajena a mí y a
esos temas, me preguntaba aquello, y con miedo de parecer extraño o diferente, me
puse ligeramente incómodo, de modo que en pocas palabras le dije que no, que no
era un doctor o médico pero que tenía cierta percepción especial y que su madre
necesitaba ayuda, su ayuda, ya que ella, su madre en espíritu, aún se encontraba en la
clínica. Ella me miró algo desconfiada pero no dijo más.
Ya en la clínica, ubicamos a Gloria quien afortunadamente tenía guardia hasta la
madrugada. Fue difícil explicarle a lo que veníamos pero al oír el nombre de la
finada, Carla Cuyutupa, nos creyó enseguida sorprendida.
Le pedí entonces que si por favor podría facilitarnos la historia clínica o algún dato
que nos pudiera dar más información sobre el hecho, a lo que respondió diciendo que
esperáramos. Nos sentamos entonces a esperarla.
Transcurridos unos veinte minutos y siendo casi las diez de la noche, retornó
trayéndonos una hoja de registro o algo así. No era exactamente la historia clínica
pero en él se consignaban datos relevantes como el motivo, causa, lugar y hora de su
muerte, entre otros.
Carla Cuyutupa murió en la sala tres de urgencias a las 05:23 de la madrugada
debido a un colapso cardiaco producto de ingesta de alcohol, cafeína y exceso de
agitación cardiovascular, lo que provocó un paro cardiaco respiratorio y la posterior
muerte cerebral y luego, general por falta de oxígeno.

Juana y yo, nos dirigimos entonces hacia dicha sala, Gloria se quedó argumentando
obvias razones de trabajo, tomamos el ascensor hacia la sala tres, ubicada dos pisos
por debajo. Dicha sala, al paso del tiempo, había sido transformada en un almacén al
cual por indicación de Gloria llegamos.

140
Estando fuera de las puertas previas, me detuve, miré por la ventanilla, no se veía
nada más que el reflejo de la luz de afuera en el metal de algunos estantes. Juana
Carmen se encontraba confusa y callada mirándome sin decir nada.
— Juana —le dije—, es muy probable que el espíritu de tu madre esté dentro. No te
asustes ya que al entrar cerraré esta puerta. Tú no hagas ni digas nada hasta que yo te
diga ¿ok?
Juana asintió con la cabeza. Miré a ambos lados, no quería interrupciones mientras
estuviéramos allí dentro, luego abrí, el lugar estaba frío, apenas alumbrado por la luz
que se filtró al abrir la puerta la cual cerré enseguida con seguro. Luego, busqué a
tientas el interruptor de los largos focos fluorescentes que colgaban del techo y los
encendí. Juana a mi lado, se cruzó de brazos al sentir la baja temperatura que invadía
el lugar.

Las luces oscilaron, parpadeantes en el techo como toda antigua luz alógena de
encendido eléctrico. Quieto, esperé que terminen de prenderse mirando hacia arriba
pero estas no terminaban de encenderse, quedándose así parpadeantes y caprichosas
sobre nosotros. En eso, con el extremo del ojo derecho vi una escurridiza luminosidad
que se perdió entre los estantes. Estos, siendo tres, estaban repletos de cajas llenas de
libros divididos por pasillos delgados de viejas losas celestes. Un mueble de metal de
tipo cómoda y una cama al fondo se mostraban también. Aquel lugar daba la clara
impresión de ser habitado por alguien, tal vez un eventual conserje o como
clandestino lugar de descanso para los turnos de amanecida de los doctores. Caminé
lentamente delante de Juana Carmen, quien me seguía silenciosa dos o tres pasos por
detrás. Me cercioraba de que no haya ninguna ventana o lugar por donde pueda salir
del lugar el resignado espíritu de Carla. Aquella luminiscencia volvió a escurrirse
más allá y a cada paso mío escondiéndose entre las cajas y cosas que se apiñaban a
ambos lados de ese pasillo, por el que lentamente caminamos hasta llegar a dicha
cómoda en donde había una lámpara de dormitorio y un par de libros junto a una
humilde cama.
Yo sabía que tal luz azulina era el espíritu de la madre de Juana, pero aún no estaba
seguro y no quería todavía que ella supiera quiénes éramos ni a qué veníamos, ni que
por ello se sintiera acosada o incómoda hasta sentirme más seguro del momento
adecuado para actuar.
Los focos de gas seguían parpadeantes en el techo, por lo que decidí encender la
lámpara.
— Tengo miedo joven —dijo Juana en tenue hablar.

141
La lámpara, apenas alumbraba la cama y baja intensidad, solo servía para leer y no
pegarse con las cosas.
— No temas, todo está bien… Ahora voy a llamar a tu madre. Tranquila ¿sí? —le dije.
Me paré de lado de la cama junto a Juana, mirando hacia los estantes por donde se
había escabullido aquella luz y estiré mi voz hacia el pasillo pronunciando su
nombre.
— Carla, Carla Gonzáles ¿estás allí…? ¿Eres tú? —pregunté. Mis palabras rebotaron
en la puerta de ingreso y su azulina presencia se disparó de un lado a otro tratando
de escapar, tumbando algunos papeles en su frenético paso en busca de ocultarse y
huir.
Juana se asustó al ver volar y caer los papeles por ambos lados del pasillo pero no
perdió la calma y se apretó en sus brazos, continuando en silencio. El espíritu
semejante a un manto azul luminiscente se chocó contra la puerta. Luego, contra el
techo próximo a una pequeña ventana. Pensé que tarde o temprano escaparía, así que
le hablé. — Carla, no tengas miedo, tu hija Juana Carmen, está aquí.

Entonces, se detuvo frente a la puerta, varios metros frente a nosotros y flotando


sobre las losas y bajo la intermitencia de los focos se acercó lenta como para vernos
más al detalle y cerciorarse que Juana era realmente su hija. Estando entonces ya más
cerca de nosotros, aquel manto de luz casi se materializó, reconfigurando su forma
indefinida e informe en cuerpo, en un bello cuerpo lumínico de mixturas azules, el
mismo que se posó flotando sobre sus pies, cubriéndose el torso con pudor al saberse
casi desnuda frente a su hija. Yo al ver su incomodidad le dije.
— Carla, no te apenes, Juana, tu hija no puede verte, solo yo puedo hacerlo.
— No, sí puedo verla. Dijo Juana con un tono de voz que apenas pude percibir.
Volteé a verla, Juana estaba inmóvil apretando sus brazos todavía más contra sí y con
los ojos bien abiertos, mirando impresionada a su madre. Aparentemente el espíritu
de su madre podía hacerse ver al definirse en cuerpo lumínico. Aquello era algo
nuevo para mí, Juana también podía verla sin que yo hiciera nada, por tanto otras
personas también.
Además, siendo el tercer espíritu visto en su forma humana pero lumínica, me hacía
pensar que aparentemente el espíritu de una persona capturaba la última imagen
visual del cuerpo, tal y como se veía en el instante de su muerte y eso incluía su
vestimenta y estructura corporal pero sin daños ni ausencias, ya que el espíritu es un
ente perfecto de luz que no puede ser físicamente dañado al no ser este, materia física
si no de luz.

142
— Juani, eres tú, hija, pero qué grande y linda que estás —dijo el espíritu sin
acercarse más, temiendo asustar a su hija. Ella se sabía físicamente muerta., era
consciente de ello. Sus palabras salían de manera muy débil como un soplo difuso,
casi indefinidas pero Juana Carmen también pudo oírlas.
—Mami… —apenas dijo Juana quedándose luego en silencio, desorientada, sin
saber qué hacer ni decir.
—Venimos a ayudarte... a que sigas con tu camino, no debes temer entonce volví a
intervenir con calma.
El espíritu de su madre me miró un segundo y luego a su hija y moviendo la cabeza
de un lado a otro se negó diciendo.
— Soy una pecadora, una gran pecadora pero tú hija, perdóname no sé lo que te
hayan dicho de mí pero siempre quise lo mejor para ti. Soy culpable sí, pero todo lo
hice por ti. No tenía trabajo y tú eras una bebe tan linda, tan tierna y que necesitaba
tanto. Yo no quería que te falte nada —dijo muy triste justificándose en parte, llena de
vergüenza. Luego, se cubrió el rostro muy apenada, iba a llorar. Entonces miré a
Juana esperando que dijera algo pero ella seguía atónita.
— Juana, dile algo a tu madre. No temas —le indiqué.
— Sí… mamá, no te sientas mal, no te preocupes, te perdono. —dijo titubeante pero
reaccionando al fin. Luego, giró y tomó las sábanas de la cama en intención de cubrir
la desnudez de su madre. Yo hice el ademán de detenerla pero su determinación
ganó mi reacción. La sábana cayó al piso desconfigurando el cuerpo lumínico de su
madre. Juana se volvió a asustar pero lo levantó. — No te preocupes mami, aquí está
el joven Marcelo, él sabe cómo ayudarte. ¿Verdad joven? —dijo mirándome buscando
ayuda para ambas.
— No, hija, nadie puede ayudarme —dijo al ver el desconcierto e impotencia de su
hija para con la sábana y continuó hablándole a la vez que lágrimas azules de luz
brotaban de sus enormes ojos igualmente azules.
— Dios nunca va a perdonarme, tengo mucho miedo. He estado con tantos hombres,
tantos. He pecado tanto que de seguro me iré al infierno y no, no, prefiero quedarme
aquí —dijo con desaliento y resignación. Sus lágrimas, como diminutos y efímeros
rocíos de luz caían al piso, a la losa, desde donde volvían a su ser lumínico subiendo,
como retornando a su fuente de origen, a su espíritu.
— Carla, así como tu hija te perdona, lo mismo hará Dios. No temas, Dios es como el
mejor padre que puedas imaginar, no temas. —repetí tratando de lograr algún
cambio en su actitud.
— Joven, usted no entiende. Yo no solo lo hacía por mi hija, por dinero. En un inicio
sí pero luego, luego empecé a disfrutarlo, a disfrutarlo tanto que ya no deseaba dejar

143
de hacerlo. El placer dominaba mi voluntad y mi vida se convirtió nada más que en
pecado. Es algo que me nace que no pude ni puedo ya dominar. Estoy condenada al
infierno, sé que sí. Perdóname hija, perdóname.
Dicho esto volvió a convertirse en una amorfa flama de luz y trató de volver a escapar
del lugar, llena de desconsuelo y pesar, buscando desesperada alguna rendija por
donde filtrarse fuera de allí.
— ¡Llámala Juana, llámala!, dile lo que sientes, tranquilízala —le expresé tratando de
pensar qué hacer para sosegar aquel atormentado espíritu.
— ¡Mamá, mamá! Regresa, hazlo por mí, si es verdad que me quieres, ven por favor.
Le dijo su hija con mucho sentimiento y finalmente en calidad de orden.
Su espíritu se detuvo en el aire, confuso, vacilante. Entonces, opté por abrir la Biblia y
leerle los versículos que Eleazar me había indicado. Versículos que ya tenía
identificados previamente para la ocasión.
— Carla, tú crees en Dios ¿verdad? Escucha lo que dice Dios mismo en su Biblia:
“Mas Dios muestra su amor para con nosotros en que siendo pecadores Cristo murió por
nosotros”. Ves, todos somos pecadores, todos, y Dios lo sabe. No temas. Escucha este
otro: “Mas a todos los que le recibieran, a los que creen en Él, les dio la potestad de ser hijos de
Dios”. Carla, tú también eres su hija, todos somos hijos de Dios. Él ya te perdonó, no
tienes por qué quedarte aquí. Ve donde él., debes seguir tu camino, debes ir con Dios.
—En ese momento se tranquilizó y volvió a su fémina forma y al verla allí quieta en
lo alto de espaldas a nosotros, como pensativa, meditativa mirando hacia la puerta
me nació decirle. —Carla, tú eres madre, tú perdonarías a tu hija pues así mismo es
Dios. No le temas, solo dile de corazón que te perdone y verás como Él lo hará.
Entonces, ella después de unos segundos, juntó sus manos en oración y entre tristes
sollozos dijo tenuemente como para sí misma.
— Padre Dios… perdóname, perdóname no deseo temerte, te necesito.

Dicho esto sucedió algo maravilloso, las luces parpadeantes de los focos se apagaron
de pronto, el silencio cubrió el lugar, ella se iluminó aún más cubriéndonos de su luz
y toda aquella luz azul se elevó desapareciendo a través del techo. Juana Carmen se
clavó de rodillas al piso y rezó y agradeció a Dios y a la Virgen por su madre durante
varios minutos. Luego, estando fuera, por el pasillo previo, nos cruzamos con un
grupo de tres estudiantes de medicina, los cuales exaltados y muy entusiasmados, se
dirigían furtivamente hacia la ex sala de urgencias de la cual acabábamos de salir.

<====>

144
“Seol, hades, gehena…”

El temor a Dios o a las llamas eternas del infierno son pensamientos grabados con
fuego de ignorancia en nuestras conciencias desde que somos apenas unos niños. La
divina comedia, un poema teológico, una creación humana de Dante Alighieri, pasó a
ser parte de la verdad de Dios: el infierno, el purgatorio y el cielo se encadenaron
muy bien con la retórica religiosa del pecado y del castigo eterno de Dios para
aquellos que caen en este.
Una simple palabra mal traducida del hebreo (seol) o del griego (hades y gehena) pasó a
ser el infierno. Infierno: palabra que originalmente no hace referencia a “calor o
tormento” pero sí a “inferior o más abajo”. Sin embargo, pasó a ser lugar del
inframundo donde las almas de los pecadores, o sea de todos, se quemarían
eternamente si desobedecemos.
El miedo es una herramienta perfecta de manipulación y dominio. Algo que la
religiosidad aprovecha perfectamente desde siempre, sembrando, a través de la
ignorancia e inocencia de la gente, el control de las conciencias de todos.

“No pienses, que Dios te va a castigar” es la consigna, “Tú eres un pecador” es otra.
La religiosidad juzga por y para Dios como si fuera Dios mismo. Muchas de ellas nos
hacen creer de manera tan sistemática y convincente de que si algo malo te pasa: un
accidente, una enfermedad, o sea lo que fuere que no venga a bien, significa que Dios
te está castigando o que te castigará en el famoso infierno de Dante, manipulando tu
subconsciente para sentir miedo y temor de manera tan poderosa de que por evitar
aquello obedeces más por miedo que por amor creyendo y haciendo así, todo lo que a
ellas les conviene. Se aprovechan de la causalidad de los hechos cotidianos, de la
fortuna o infortunio, del sufrimiento, karma y del libre albedrío de Dios,
inculcándonos y programándonos como a borregos a creer en un Dios del miedo, en
un Dios que te castiga por amor, como si eso fuera amor. Un amor a Dios
condicionado por el miedo o el premio es algo decepcionante, algo netamente
humano. Dios es algo divino, es amor y en el amor no cabe el castigo, ni el temor mas
sí la paciencia eterna y el perdón.

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“Bailes, copas… Luces al cielo”.

Sábado por la noche. Estábamos bajo una noche fresca, típica de finales del mes de
marzo, que nos cubría desde lo alto, adornada esta apenas por solitarias estrellas en el
firmamento, mientras que por lo bajo, iluminada y bulliciosa, agitada por el potente
retumbar de los parlantes de los coches que pasaban ganándose las pistas con
variadas bocinas, además alarmas, risas. A sí, como el timbrar de celulares de todo
tipo, la hacían como todas las noches de fin de verano, algo por momentos estresante
pero especial, prometedoramente impredecible.
Días antes recibí, al llegar del trabajo, la visita de Claudio mi compañero de infancia
con quien acordamos venir a relajarnos del trabajo a esta discoteca. Afortunadamente
a Andrea le agrado la idea y muy contenta acepto acompañarme.
Claudio venia con Sandra, una amiga suya que conoció meses antes en su trabajo.
Esa noche Andrea, lindísima, vestida con un delicioso jean a la cadera perfectamente
entallado, una blusita de botones y muy ceñida color vino y por sobre esta un coqueto
y liviano corsé negro atado al frente; el cabello espléndido y perfumado hecho un
moño hacia arriba adornado este con dos palillos de madera que lo cruzaban
sujetándolo; unas sandalias de vestir negras y un pequeño bolso de cuero negro que
le colgaba de uno de sus hombros. Estaba lindísima, tanto que yo no paraba
furtivamente de verla encantado desde que salió de su casa y subió a mi coche,
perfumándolo todo con su sutil pero embriagador perfume.

Varios minutos después, pasamos y descendimos por unas interminables escaleras


hasta que llegamos a una gran pista de baile cubierta de luces locas, agitadas, de
varios colores, y a una enorme barra llena ya de gente que se mostraba vociferante y
entretenida. Andrea enseguida, al oír la envolvente música, me jaló rauda a bailar con
ella, y yo sorprendido y sin una gota de alcohol en la sangre que me relajara, la seguí
haciéndoseme muy difícil entrar en ritmo pero ella se mostraba bailando tan alegre,
animada y sonriente ante mi sorpresa, que hice el esfuerzo muy contento.
Después de unas seis canciones o más nos detuvimos y nos dirigimos en busca de
Claudio y Sandra, quienes a lo lejos, sentados en una mesa, nos esperaban tomándose
un trago. Al llegar me senté con los músculos ya más a tono y me pedí un whisky.
Andrea se pidió un vodka con jugo de naranja y se fue acompañada por Sandra al
tocador. Verlas a ambas caminar era verdaderamente cautivador.

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Al poco tiempo retornaron, Andrea se sentó a mi lado y ni bien tomó un trago se
levantó cual resorte al oír otra canción de su gusto y me jaló nuevamente hacia la
pista en la cual, ligeramente menos que repleta, se buscó un lugar para seguir
bailado.
De ese modo, entre bailes, risas y conversación la noche fue avanzando normalmente
hasta que de pronto mi cuerpo sintió mucho frío, como una brisa gélida que me puso
todos los vellos de punta. Alcé la vista intentando ampliar mi visión del lugar, viendo
entonces sorprendido y luego atento como un par de espíritus, flotaban y se
alborotaban en lo alto y sobre las cabezas de la gente, confundiéndose por momentos
con las luces artificiales que giraban adornando el ambiente.
Tomé entonces a Andrea de la mano preocupado, aquellos espíritus parecían tratar
de querer advertir algo pero sus esfuerzos eran en vano, nadie podía verlos excepto
yo y mucho menos oírlos.

Andrea me miró confundida, preguntándome qué sucedía conmigo. La sujeté


fuertemente sin saber qué decir jalándola tras de mí. En mi camino logré acercarme a
Claudio y a Sandra quienes bailaban cerca del estrado principal.
— Vamos, tenemos que salir ya —les dije firmemente y continué, sujeto a Andrea.
Trataba de apurarme entre la gente la que seguía bailando impasible sin enterarse de
que algo estaba por suceder.
De pronto y estando en ese forcejeo, todas las luces así como todo lo demás se apagó
y el lugar entero, ante el asombro de todos, quedó invadido en una absoluta e
inquietante oscuridad, a lo que acompañó un breve lapso de absoluto silencio,
producto de la sorpresa que se apoderó del ambiente. Entonces yo sin dejar ni por un
segundo de tomar a Andrea de la mano, me dirigí a tientas hacia la salida, sabía que
si en ese momento daba una señal de alerta, todo estallaría en caos. Murmullos y
bromas empezaron a oírse hasta que la luz de emergencia se encendió. Alcé otra vez
la vista y pude ver el letrero de neón que señalaba la puerta de salida más próxima, la
misma que se hallaba a unos diez metros por delante de nosotros. Volteé entonces a
ver a Andrea, sus ojos temerosos me indicaron ir hacia esa puerta también y en eso,
un gran remesón sacudió todo el lugar fuertemente, seguido inmediatamente por
gritos y alaridos los mismos que prontamente se multiplicaron ante el inesperado y
constante movimiento terráqueo. Luego, los empellones y más gritos acompañados
de uno que otro tímido llamado a la tranquilidad, los que también se silenciaron
enseguida al remecerse todo de nuevo y con más fuerza.

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Todas las luces volvieron a apagarse y el brusco movimiento no se detenía. La ruta de
salida se convirtió en un embudo trancado de gente desesperada que se jalaba y
empujaba frenéticamente en busca de escape
Tanteando sobre paredes y cuerpos llegué a tocar madera. Supe entonces que estaba
ya en la puerta pero el avanzar al menos un par de centímetros me era imposible,
decenas de personas se enmarañaban entorpeciéndose unas a otras en su
desesperación y otros cientos se volcaban con aún con más fuerza, tal era el grado de
presión que el aire me era difícil de respirar. Temía por Andrea la cual aunque sujeta
fuertemente a mi mano, era más frágil y obviamente más débil. Supuse entonces ante
la situación y lo difícil que se puso el salir que todavía permanecía media puerta
cerrada y por abrir, en eso, la persona frente a mí cayó y yo casi caí sobre esta y
Andrea sobre mí. Estiré mi brazo con un esfuerzo extremo en busca de apoyo, casi a
punto de perder el conocimiento, desesperado hasta que por fin la puerta cedió al
tropel de gente abriéndose en su totalidad y salimos entre tropezones y caídas por el
piso fuera de la discoteca, empujados también por toda la gente que al igual que
nosotros lograba salir; algunos ya desmayados pero envueltos en esa ola de gente que
no paraba de gritar.
Afuera ya, Andrea y yo nos abrazamos y notamos que el violento sismo se había
detenido. Estábamos en la cochera en donde las alarmas de los coches hacían del
lugar un escándalo total. Exhaustos, nos alejamos unos metros y nos sentamos en el
piso en busca de recobrar el aliento perdido.
Ante nosotros, cientos de jóvenes salían entre llantos, gritos y maldiciones, pisando
sobre muchos otros que desmayados o totalmente agotados caían tras los demás. Al
mismo tiempo, esporádicos mantos de luz de diversas tonalidades y mixturas de
colores salían fugaces hacia arriba, eran los espíritus de los jóvenes que iban
perdiendo la vida. Entonces, me puse de pie contrariado, ensimismado, y lleno de
tristeza al ver como aquellas luces, espíritus, salían del revoltijo de cuerpos y se iban
para arriba. Andrea al verme me tomó de la mano al intuir con temor lo que yo estaba
presenciando, y se puso de pie observando intrigada mi rostro y la dirección de mi
mirar como queriendo poder ver lo que yo. Enseguida la vi a los ojos y me concentré.
Sujeté de su mano y sentí el latir de su corazón, sentí su ser, sus ansias y su inquietud,
y místicamente me uní a ella en un sentimiento mutuo y compartido. Entonces sus
ojos se admiraron de pronto. Ella podía ver lo que yo, enseguida se llenó de lágrimas
y de sorpresa; y ella misma apretó más fuerte mi mano al verlas también, y se abrazó
nuevamente a mí. Fue en aquel momento que puede compartir con ella aquello que
solo yo podía ver hasta entonces, y juntos vimos con cierto dolor como esas mixturas

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de colores, esos mantos de luz se iban al cielo y se desaparecían en lo alto y profundo
del cielo de aquella noche.

Segundos después miré hacia la puerta de donde seguían saliendo personas entre las
cuales vi salir con alivio a Claudio quien sangraba de la espalda. Se volvió hacia mí al
vernos, aproximándose pálido. Después de unos minutos, entramos los tres de vuelta
en busca de Sandra, a la que encontramos afortunadamente con vida pero
inconsciente a un lado de la barra. Había perdido la falda y tenía un gran raspón en la
pierna. Andrea la cubrió con el mantel de una mesa y la sacamos de allí.
Las heridas de Claudio eran rasguñones de alguien que en su desesperación por salir
lo agredió. Muchas personas entre fallecidas e inconscientes abarrotaban la salida,
entonces nos quedamos allí los tres junto a otros tantos, auxiliando a las personas que
podíamos, la mayor parte de ellas con cortes y asfixia, hasta que llegaron los
bomberos.
Fue una noche dramática que pudo haber resultado en un final mucho más
lamentable para nosotros. Afortunadamente no fue así.

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Capítulo 8

“Destinos marcados, amores de antes”.

— Hola. ¿Se… puede? —Era Andrea, quien de sorpresa me venía a visitar al trabajo.
Su carita fresca se asomó antes, tímida por la puerta. Ella esperaba no ser inoportuna.
— No, no, pasa…pero qué sorpresa tan linda, pasa —le dije al tiempo que la recibía
contento y la hacia pasar enseguida.
Era casi el medio día del viernes y ya terminaba un texto pendiente cuando ella llegó.
Traía puesto su sobretodo blanco de doctorcita, tras él que se podía distinguir una
camisetita naranja que combinaba juvenilmente con unos jeans a la cadera.
De repente alguien gritó mi nombre desde afuera, me asomé enseguida por la
ventana curioso y viendo hacia abajo pude ver a Eleazar quien me llamaba desde la
vereda de enfrente.
— ¡Es Eleazar! —dije extrañado. Abrí aún más la ventana y lo saludé indicándole que
aguardara. Miré mi reloj y viendo que casi era la hora del almuerzo. — Ven Andrea,
vamos, es un amigo.
La tomé de la mano y salimos deprisa a su encuentro. Ya con él, enseguida se la
presenté:
—Eleazar, ella es Andrea.
Ella se quitó los lentes en signo de respeto, se miraron a los ojos y se dieron la mano.
— Mucho gusto, jovencita, es usted muy bella, tiene unos ojos preciosos —le dijo él
galantemente.
— Gracias, el gusto es mío. Es usted muy amable, Marce me ha hablado bastante de
usted —ella respondió sonriente y agradecida.
— ¿Qué sucede Eleazar, pasa algo? —entonces intervine curioso.
— No, no muchacho. Nada más quería decirte que me voy a Brasil hoy por la noche y
bueno no quería irme sin dejar de verte y despedirme, y como ya es la hora del
almuerzo pues venía a buscarte.
— Pues vamos los tres —dije mirándola esperando no tenga objeción y sin dejar de
tomarla de la mano. Ella asintió.
Fue así que los tres nos dirigimos al restaurante acostumbrado, al que pronto
llegamos y nos sentamos.
— Bueno, así que esta linda señorita es la famosísima Andrea, veo que sacaste los
mismos encantadores ojos de tu madre —dijo Eleazar haciendo que ambos nos
miráramos sorprendidos.

150
— ¿Qué… usted conoció a mi madre? —preguntó Andrea admirada y confusa al ver
mi rostro de desconcierto y sorpresa.
— Bueno sí, es que anoche tuve un sueño y ahora que te veo pues sí, tú debes ser su
hija. Esos ojos son exactamente los mismos bellos ojos que vi en la que supongo debe
ser tu madre. Sé que ella falleció hace algunos años atrás.
— ¿Que mi madre, qué? … ¿Pero, cómo? —Andrea no salía de su asombro lo mismo
que yo.
— Bueno sí, así es, al parecer a tu madre y a mí nos ha unido un mismo interés —
Eleazar muy tranquilo añadió.
— ¿Cómo? No le entiendo ¿De qué interés me habla?
— Bueno sí, el interés por el bienestar de ustedes dos .Y bueno, no es mi intención
asustarte solamente que sepas que tu madre desde allá y yo desde aquí pues nos
interesamos por ustedes. Ella te quiere tantísimo, además le agrada mucho Marcelo y
que ustedes estén juntos. No te asustes tal vez fui muy directo pero como ya me gana
lo del viaje pues…
—dijo. Lo noté algo ansioso entonces, lo que me hizo pensar cayendo en cuenta
enseguida en que se iba a Brasil, seguro a reunirse con Tavata, su amor de siempre y
nunca olvidado pero en el ocaso ya de su vida, a lo que le hice referencia. Él no pudo
disimular su alegría y nerviosismo, agradeciéndome el haber de alguna forma,
ayudado a que después de tanto tiempo se volvieran a dar el encuentro.
Lo que a Andrea le pareció muy romántico y lo animó a que le ponga fe. Le deseó la
mejor de las suertes para con Tavata en Brasil y bendiciones de todo corazón,
tomándolo de las manos muy afectuosamente.

Luego, mientras almorzábamos, Andrea y yo le contamos sobre nosotros entre


sonrisas y comentarios. Entonces, después de escucharnos atentamente Eleazar
aprovechó ese momento para cogerla de la mano derecha
— Andrea, ¿no te gustaría saber desde cuándo lo conoces a este ser, que en esta vida
tiene por nombre Marcelo? —le dijo viéndola tiernamente y directo a los ojos.
Ella se quedó otra vez sorprendida ya que sabía que Eleazar se estaba refiriendo a
una regresión. Me miró intrigada sin saber qué responder de momento pero como a
toda mujer, la curiosidad la carcomía. Yo no sabía qué decir, las cosas se estaban
sucediendo tan rápido que me era difícil tomar una posición objetiva. Además, aquel
ofrecimiento y posibilidad de poder saber más sobre ella y yo me parecía por demás
interesante. De modo que con un gesto de, por qué no, dejé la aceptación o rechazo a
tal inédita experiencia en su decisión.

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— La verdad, me da miedito pero creo que sí. Además, quisiera experimentar aquello
para esclarecer algunas dudas personales que tengo pero… ¿no me va a doler, ni voy
a tener luego pesadillas horribles por las noches? —preguntó con recelo y algo de
temor.
— No, tú no te preocupes, únicamente tienes que relajarte y dejarte guiar por mi voz.
Yo no dejaré que nada llegue a perturbarte. —Dicho esto y al cabo de unos minutos
más, terminamos de almorzar y Eleazar dijo para irnos. Andrea lo tomó del brazo, y
salieron ambos mientras yo pagaba la cuenta.
A mí me ganaba la hora, tenía que regresar a la oficina pero no pensaba dejar de
presenciar tal suceso, así que llamé enseguida desde mi celular a mi jefe pidiéndole
permiso de llegar un tanto más tarde al trabajo.

Mi total y absoluta confianza en él me tenía entusiasmado e inquieto por ver y por


sobre todo oír todo lo que Andrea, en estado de trance hipnótico podría llegar a
revelar. Y así, dándole él entonces unas cuantas palmadas de apoyo en la mano de
Andrea, que sujetaba esta de su brazo, buscó indicarle que a pesar del comprensible
temor, le estaba dando toda su confianza.

<====>

“Guiando recuerdos…”.

Echada ya Andrea en el sofá de la casa de Eleazar, con las manos juntas sobre el
pecho y los pies estirados, y juntos también, se fue dejando guiar por Eleazar quien
antes de hacer que se relaje por completo le preguntó.
— Andrea, me gustaría saber si tienes alguna fobia, miedo o sensación rara ante
algún echo o situación en particular que me puedas o me quieras decir.
— Nnn no, la verdad no, solo les temo a las arañas, tarántulas, también a las
cucarachas por lo asquerosas; a los ratones no pero a las ratas sí un poco —dijo
tiernamente nerviosa e inmóvil pero muy atenta y obediente.
— Bueno no, ese tipo de miedos no. Esos son miedos aprendidos en tu infancia por
ver a alguno de tus padres o a alguien asustarse bruscamente por algún bicho o algo
así. Los infantes no nacen con esos miedos, los aprenden. Los miedos a los que me
refiero son aquellos que te hacen sudar frío o te ponen la piel de gallina —señaló
Eleazar quitándole los zapatos para brindarle una mayor comodidad y así un más
favorable estado de relajamiento. Ella estiró los pies y movió los dedos; jugaba
coqueta en muestra de engreimiento.

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—Nnn pues no...Aunque sí, cada que veo escaleras de madera ajenas a las de mi casa
siento temor y como que se me eriza toda la piel. ¿Por qué? —preguntó mientras se
despojaba del overol, el cual me lo alcanzó para luego volver a acomodarse cual larga
y linda era,
—Bueno, te preguntaba eso para ver si orientábamos la regresión en busca de
ayudarte con algo así pero si no tienes ninguno de esos trastornos pues entonces
vayamos a lo otro —Eleazar le respondió sentándose ya, en una silla a su lado.
Pocos minutos después de que Andrea cerrara por fin los ojos y de que poco a poco la
hiciera concentrarse cada vez más y más en su propia respiración, la puso en trance
hipnótico al igual que Tavata lo hizo conmigo, de modo que Andrea se fue
adentrando más y más en sus recuerdos…

<====>

“”Memorias lejanas...”.

Mi nombre es Ana Karenina. Estoy aparentemente en un sótano; a oscuras. No logro


ver casi nada. Me encuentro recostada sobre un colchón, en un viejo catre de metal.
Soy polaca. Tengo 23 años, mi piel es blanca y mis cabellos largos y muy rubios. Me
veo…Llevo puesto un gastado y percudido camisón blanco de botones. Estoy
acurrucada de costado, abrazada a mis piernas, siento mucho miedo. No sé dónde
estoy.
No recuerdo nada, tan solo me alumbra la luz de la calle que se filtra por una
pequeña ventana ubicada muy arriba inalcanzable. De repente, me siento en la cama
al escuchar un llanto muy tenue pero no ubico de dónde procede exactamente. Es el
de otra mujer joven y parece proceder de otra habitación. Veo una lámpara a mi
costado, muy antigua y descuidada, sobre un desgastado velador de madera. La
enciendo y logro confirmar con su tenue luz que sí estoy en un sótano pero no veo
ninguna escalera, solo veo paredes grises de cemento a mi alrededor, un gran techo
de madera y una pequeña puerta a unos metros.
Me levanto. El piso también es de madera la cual es áspera y desigual. Huele a
petróleo. Estoy descalza y no veo ningún calzado para mí. Camino hacia aquella
puerta desde donde parece provenir el llanto, el cual ya no se escucha más.
Tengo miedo, mucho miedo, no sé qué hago aquí. Llego a la puerta y acerco mi
cuerpo a ella tratando de escuchar algo. Ya no se oye más.

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Me doy vuelta y me asusto al verme reflejada en un gran espejo ovalado sujeto por
bordes y parantes de madera, el cual se encuentra al otro lado del sótano. Es lo único
admirable ya que es realmente bello y se ve muy bien cuidado. Cruzo la pequeña
cama, caminando y parándome frente a él, viéndome.

Soy delgada. Mis ojos son azules y mis cabellos lacios y muy largos, mi rostro
pequeño así como mi nariz y mi boca, me encuentro despeinada cosa que intento
remediar. Entonces, veo a la derecha un pequeño lavadero, al cual me acerco en busca
de agua. Hay un jabón muy sucio. Me lavo el rostro y mojo mi cabello un poco
tratando de peinarlo con mis manos. Noto que mis manos y mi piel son bastante
suaves.
Luego, regreso y me siento en la cama la cual rechina de vieja. No sé qué hacer. Siento
mucho temor. No sé qué hago aquí.
De pronto, me sorprendo y me asusto, puesto que de repente, del techo se desprende,
abriéndose inesperadamente una parte hacia abajo. Es una gran escalera de madera
que cruje y cae.
Me levanto rauda dando pasos hacia atrás, tropiezo con el espejo el cual casi se cae y
miro desconcertada hacia arriba, asustada tratando de saber qué sucede. Enseguida,
el cuarto se ilumina por la luz procedente de arriba; se oyen risas y voces de hombres.
Distingo que hablan en alemán.
Luego, veo descender un par de botas negras. Es un militar, el cual baja seguido de
otro, ambos llevan uniforme y gorra, no son soldados comunes, son oficiales del
ejército alemán de la segunda guerra.
Uno trae una bandeja con dos vasos de leche y un par de panes en un plato. El
primero, delgado y callado pone la bandeja sobre la cómoda y se quita la gorra, el
otro más robusto y sonriente trae una botella de vino y le dice algo en alemán que
llego a entender… Pero se refieren a la leche, luego ambos se sonríen más mirándose
entre sí.

Enseguida el primero coge uno de los vasos y estira su brazo por sobre la cama
invitándome a beberlo, el catre viejo que me separa de ellos, él se muestra amable y
su mirada se muestra serena, diferente a la del otro oficial, el cual me mira de pies a
cabeza suciamente.
Siento desconfianza y mucho miedo, cruzo los brazos al verme tan crudamente
observada. Los veo fijamente a los ojos tratando de adivinar qué quieren, qué desean
pero tengo mucha hambre así que acepto el vaso de leche y lo bebo de inmediato. El
otro oficial bordea la cama pasando junto a mí con dirección al espejo y lo reacomoda.

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Doy otro paso hacia delante y bebo mas leche, momento en el que me aterro
enseguida, al ver que el primer oficial se agacha y hace subir de vuelta la escalera,
quedando todo el lugar otra vez apenas iluminado por la luz de la pequeña lámpara
quedándome sola con ellos sujetando el vaso totalmente paralizada.
El oficial más amable se acerca lentamente hacia mí con cara pacífica, ligeramente
sonriente. Me quita de las manos el vaso con suavidad y limpia con sus dedos la leche
del borde de mis labios. Deseo poder confiar en él, pensar que es una buena persona,
pero seguidamente siento unas manos por detrás de mi cintura. Es el otro oficial, el
cual me abraza dándome un beso en el cuello. Lo cual me llena de terror y mucha
angustia pero no puedo moverme ni gritar, mi cuerpo no responde y mis ojos se
llenan de lágrimas, mirando suplicante al que está frente a mí.
Siento entonces que me alzan el camisón y tocan mis caderas desde atrás. El otro me
da un beso en la mejilla y se desabotona lentamente la camisa, luego me mira y
desabotona mi camisón completamente. Toca mis senos, lleno de lujuria y me los
empapa en vino. Logró girar la cabeza de lado a lado con desesperación tratando
inútilmente de no estar allí y escapar de mi cuerpo. Volar de allí pero no puedo.
Siento entonces que el otro sujeto, desde atrás, baja mi ropa interior, la siento caer por
mis piernas y enseguida sus manos tocarme groseramente y luego una asquerosa
lengua recorrer mis nalgas. Me siendo tocada por todas partes. Cierro los ojos
temblando, intentando negar mi presencia a esta horrible situación.
Luego, entre ambos me inclinan hacia delante boca abajo apoyando mi rostro de lado
contra el colchón, vierten leche sobre mis nalgas y me penetran repetidamente desde
atrás. Uno y luego el otro. Los oigo reírse y burlarse
Luego… íntimamente sucia, soy empujada hacia la cama en donde caigo de lado. No
me queda más que llorar.
Después, uno de ellos se dirige hacia la puerta, aquella puerta de donde provenía el
llanto. Saca un llavero de su bolsillo y la abre. Luego, enciende la luz y entra al mismo
tiempo que dice algo en voz alta. El otro sujeto entonces coge el otro vaso de leche e
ingresa también. Se oye entonces otra vez aquel lamento, pero ahora sí claramente.
Enseguida ambos salen, bajan la gran escalera y suben, cerrándose el techo tras de sí.

Pasan unos segundos de total silencio y una joven sale gateando desde esa puerta.
Trae un camisón igual al mío, los ojos profusamente irritados de tanto llorar y un
pómulo morado. Es rubia también pero de cabellos cortos.
Yo reacciono al verla, me incorporo, me abotono nuevamente el camisón y nos vemos
a los ojos suplicándonos ayuda. De pronto, el techo tiembla otra vez. Ella se levanta
del piso y corre hacia mí, justo antes de que el techo vuelva a desprenderse hacia

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abajo bruscamente y caer en forma de escalera. Nos abrasamos y vemos aterradas
bajar más botas negras de cuero, esta vez son tres oficiales, los cuales descienden aún
más ebrios que los anteriores.
Tratamos de protegernos abrazándonos más fuerte la una a la otra. Se vuelve a subir
la escalera y enseguida tratan de separarnos. Siento su angustia, su llanto y sus uñas
clavarse en mis costillas desgarrándome al ser separadas a la fuerza. Uno de ellos la
carga sobre su hombro y nos alejan para luego ser otra vez violadas por aquellos tres
animales.

<====>

— Andrea, Andrea, hija, respira profundo y cálmate, respira, respira. Tu temor a las
escaleras desaparecerá desde este instante. Ahora deseo que te detengas apenas
sientas que ves los ojos de Marcelo —le indicó Eleazar.
Su pecho agitado se fue calmando poco a poco hasta que más tranquila y al cabo de
unos minutos dijo.
— ¡Es él!, está allí parado, es un carcelero romano, está cuidando una celda. Yo traigo
una cesta con algunas frutas, deseo pasar, vengo a ver a un preso político amigo de
mi padre, alguien que no conozco pero del cual todos hablan. Él, el carcelero de
grandes ojos me mira atento. Nos miramos. Sé que nos gustamos. Sé que está
enamorado de mí y yo de él, nos hemos visto antes. Él es un hombre bueno pero su
trabajo lo obliga a ser cruel y despiadado. Me revisa el cesto. Me deja pasar. Entro en
la fría y húmeda celda, allí está un hombre, es delgado, de cabellos largos, está
recostado sobre el muro. Él suelo es de tierra, lo han golpeado mucho, tiene el rostro
magullado. Me mira, su mirada está llena de amor y aunque su dolor es grande,
irradia tanta paz. Le doy de comer unas uvas y trato de limpiarle las heridas del
rostro pero enseguida llegan varios guardias y se lo llevan. Salgo. Yeshua, es su
nombre. — Eleazar y yo nos miramos sorprendidos —. Se han ido, me dejaron. Todos
se fueron con él. Sé que no volveré a ver a ninguno de los dos. —Bien Andrea,
entonces avanza, déjate guiar por tu espíritu.

Entonces Andrea entró en un viaje directo y sin escalas en sus recuerdos, hasta el
punto mismo en el que ella se encontraba en aquella orilla junto a esa otra joven
mujer. Luego, Andrea siguió narrando tal cual yo lo recordaba pero desde su propia
perspectiva. Recordó ver cómo ese primitivo hombre velludo vestido por pieles de
animales se aproximaba a ella—. Me ha visto él y viene. Creo que lo conozco, me es
familiar pero, no sé…sí, sí, ahora que está más cerca puedo distinguir sus ojos, tiene

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los mismos ojos, la misma mirada de Marcelo. Es como si fuera él pero en otro
cuerpo. Este hombre es mi pareja, siento que lo amo y respeto mucho. Me toma de la
cintura ahora. Esta… excita…

Andrea empezó a respirar un tanto más agitadamente y a sonrojarse. Eleazar


sabiendo parte de la historia le dijo que avanzara un poco más en el tiempo hasta que
estuviera más tranquila. Entonces, ella se calmó y después de unos segundos
continuó. — Ha dejado los pescados sobre una roca. Estamos fuera de una pequeña
cueva, yo lo veo muy contenta. Lo amo sí, lo amo mucho —dijo entre suspiros y
tiernas sonrisas, con sus pequeñas manos inmóviles a ambos lados de su cuerpo y
prosiguió.
— Algo está mal, lo veo de pronto asustado, mira por sobre mi hombro contrariado y
corre por su lanza. Volteo. Son varios hombres armados con lanzas y piedras —
Andrea se asusta, comprime los puños. Eleazar la deja seguir.
— Vienen corriendo, gritando salvajemente. Trato de correr hacia él quien me llama a
su lado pero me atrapan, me cogen del cabello, me cargan, son muy fuertes. No
puedo librarme. Dos de ellos me tienen agarrada. Él hiere a uno de ellos pero
enseguida llegan otros tres y lo desarman tirándole piedras —Andrea se agita y
mueve la cabeza de un lado a otro. —. Él huye mirándome desesperado sin saber qué
hacer, me llama, me llama airadamente. Ellos son muchos. Yo trato con todas mis
fuerzas de escapar. Muerdo a uno en el brazo. Este me suelta. Caigo al piso. Me patea,
me toma y jala del cabello arrastrándome violentamente por el suelo —Andrea se
agitaba mucho.
Eleazar la tranquilizaba diciéndole que mire la escena desde lo alto no desde su
cuerpo, que se aleje un poco, lo suficiente y que respire profundo, que se mantenga
fuera. De ese modo la fue reconfortando hasta que su respiración se normalizó otra
vez. Entonces, al notarla más sosegada le pidió que siga narrando pero desde fuera,
desde una perspectiva de observador, no de protagonista.
— Me golpean entre varios, con punta pies y palos en la cabeza. Ya no lo veo. Él se
ha ido perseguido por varios que han ido armados de lanzas tras de él.

Yo la escuchaba tomado de su overol con nerviosismo, con mi corazón agitanándose


más a cada instante, al oírla. Era como si mi cuerpo se manifestara ante el recuerdo
expuesto por Andrea. — Mi cuerpo se rinde adolorido, lleno de tierra y lágrimas. Me
cargan como a un saco sobre el hombro de uno de ellos y me llevan por la pendiente
opuesta por donde vinieron. Estoy casi inconsciente.

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Andrea totalmente en trance gritó de dolor tomándose del brazo izquierdo a la altura
del bíceps.
— No Andrea, no regreses a tu cuerpo, mantente fuera, sal, mantente arriba de él,
flotando sobre él —dijo con sorprendente calma Eleazar.

Yo estaba impresionado, viendo atento y observador todo lo que sucedía, buscaba


controlar mi respiración y mantenerme relajado al notar mi cuerpo tan tensionado.
— Me llevan, me llevan, no se detienen —dijo temerosa pero con relativa calma.
— Avanza Andrea, avanza en el tiempo hasta que se detengan —le ordenó Eleazar.
— Es de noche, tengo frío, mucho frío. Los hombres se han reunido son más de
veinte y me han tirado a un lado junto a otras tres mujeres y dos niñas, junto a
animales muertos. Son su caza y nuestros peces en sacos de piel. Encienden fuego con
piedras, prenden una fogata, una gran fogata. Viene uno de ellos, me levanta, me
lleva hacia la fogata y me tira allí a un lado. Se sienta a mi lado. Veo mi brazo. Sangro
mucho. Toma un trozo de piel de uno de sus sacos y me lo amarra en el brazo, quiere
detener el sangrado. Me toca. ¡Me toca! ¡Me toca los senos! Va a vio…
— Andrea, avanza más, mas adelante, deja esa escena. Avanza hasta que lleguen a su
destino.
— Estoy en una especie de jaula y tengo fiebre. Están todos bailando, están muy
contentos, celebran el regreso. Hay muy pocas mujeres. Somos las nuevas, somos
necesitadas aquí por eso nos trajeron. Tienen pocas mujeres, pocos hijos. Me sacan me
llevan a una caverna donde hay un hombre muy extraño, viejo. Lo respetan todos, es
como un brujo. Me da este un brebaje y me desnuda, me lava, Parece bueno.

Luego, Eleazar la hizo avanzar aún más.


— Estoy muy gorda. ¡Estoy embarazada! Vivo en una caverna en lo alto de un monte
con bastante vegetación. Hay árboles por todas partes. ¡Tengo cuatro hijos!, no, no,
más ¡muchos más!, lo sé, pero estos están jugando a unos metros frente a mí. Estoy
comiendo frutas con una mujer más. Es ella la que estaba a mi lado antes que nos
raptaran —narró asombrada.
— ¿Cómo está todo Andrea, está todo tranquilo? —preguntó Eleazar. —Sí, todo está
muy calmado —respondió ya mucho más tranquila.
—Entonces baja, entra en ese tu cuerpo y dime ¿qué piensas, qué sientes?
— Veo mis manos, soy una mujer mayor. Tengo arrugas en las manos. Hace calor.
Es mango lo que como. Estoy bien pero triste, veo a mis hijos y siento que los quiero
pero también siento… que extraño mucho a aquel hombre que escapó. Mi corazón se
pregunta qué habrá sido de él. Quisiera que esté aquí y que estos sean nuestros hijos

158
pero no es así. Sé que él ha muerto me lo dijo a gritos y a golpes el que ahora es mi
hombre, mi dueño. Él también me quiere, pero… yo no he podido olvidar a ese que
se fue, a ese que dicen… que murió.

Sus ojos aunque cerrados dejaron escapar un par de lágrimas y un muy sentido
sollozo. Andrea lloraba aún después de ser despertada ya por Eleazar. Se sentó
pausada con todo ese sentimiento imperante en ella y viéndome frente a ella sentado,
estiró los brazos hacia mí reclamando un abrazo. Enseguida yo sorprendido todavía,
la tomé de las manos parándome también conmovido y sentándome a su lado la
abracé.

— ¿Sabes Marce? La primera vez que te vi a los ojos, allí echadito en la cama de la
clínica, sentí algo tan especial, algo que nunca había sentido antes y ahora… creo
entender por qué.
Si bien era cierto que no teníamos muy en claro el por qué de ese sentimiento
capturado de un pasado más que remoto, lo cierto también era que estaba
nuevamente presente y que ese mismo sentimiento nos había vuelto a encontrar
atravesando el tiempo, uniéndonos mucho más al ser intensamente vivido por esa
mística y nostálgica evocación.

— Bueno jóvenes, no hay duda para mí al menos, de que hay dos espíritus aquí
presentes frente a mí que tras el paso de mucho tiempo se han vuelto a encontrar —
dijo Eleazar ante la solloza y húmeda mirada de Andrea quien lo miraba abrazada a
mí, escuchándolo compungida con mucha inquietud y sorpresa, tratando de asimilar
aquel concepto extraño y vetado para ella llamado reencarnación, siendo la vivencia,
el recuerdo, tan contundente y claro que no le quedaba más que aceptarlo en silencio.
— Eleazar, ¿cómo o por qué dos espíritus vuelven a encontrarse o… en todo caso por
qué fueron separados y luego, vueltos a ser unidos tiempo después de tanto tiempo?
—pregunté.
— Bueno muchacho, dos espíritus o más, pueden volver a encontrarse. Eso sería
normal aunque supongo difícil, a no ser que el amor entre ambos sea tan grande que
uno espere por el otro para volver a encontrarse en otra vida con este. Recuerda que
estamos aquí para aprender. Aprender a amar a través de las varias o muchas vidas
terrenales, las mismas que nos da Dios. En este caso ustedes dos se han vuelto a
encontrar, esto seguro lo estuvo buscando uno de ustedes o ambos, eso no lo sé, eso
solo lo sabe Dios, sus propios espíritus y los maestros o santos, ya que ellos son los
espíritus-guía de vuestra evolución espiritual. Yo creo que al ser esa la única o última

159
vida en la que estuvieron juntos y al haber fallecido tú primero pues o tú esperaste
por ella o ella espero por ti. Eso dependería que cuántas encarnaciones tuvieran por
separado después de esa vida siendo lo que fueron y hasta esta última siendo lo que
ahora son.

— No entiendo —dijo Andrea ya más calmada y oyente.—Bueno, entiendo que tú


Andrea, eres cristiana evangélica de modo que todo esto te es extraño y difícil de
entender pero es muy sencillo en realidad, mira — dijo mientras le acariciaba la
cabeza.
— Bueno, Dios te dio un espíritu, ¿verdad?
— Sí —respondió ella con voz suave.
— Bueno, ese espíritu es eterno, al igual que Dios, ¿verdad?
— Sí, es cierto.
— Bueno, ese espíritu, es el verdadero ser que somos en realidad y allí, la imagen y
semejanza de Dios en nosotros porque somos hechos a imagen y semejanza de Dios,
¿verdad?
— Sí, eso también es verdad —volvió a responder.
— Bueno, Dios quiere que seamos como Jesús, que amemos al prójimo como a
nosotros mismos, es decir que demos amor a todos, que no tengamos espíritu de
odio, ni de venganza, ni de ira, envidia, egoísmo, etc. ¿verdad?
Andrea asintió con la cabeza.
— Bueno para que un ser llegue a ser como Jesús, es decir, un ser en el que el amor
sea su causa de ser y su fin divino pues con una sola vida no le alcanza. Le es
imposible, por tanto, Dios nos da la oportunidad como espíritus que somos de
aprender a ser mejores poco a poco por medio de la reencarnación de nuestra esencia,
de nuestro espíritu. De tal manera que sea el espíritu el que aprenda a través de sus
acciones y decisiones como ser humano en la Tierra.
— Pero yo no recuerdo lo que fui o aprendí en esas otras vidas, además, en la Biblia
no…
— Tú, Andrea no recuerdas pero tu espíritu es eterno. Tu espíritu sí lo recuerda y lo
aprende, por eso recordaste esa vida pasada porque está allí, existió, existe y existirá
como parte, experiencia de tu evolución espiritual. Además Andrea, yo no te estoy
hablando de la Biblia, sino de tu crecimiento espiritual como ser divino de Dios.
— Pero… a mí me han enseñado que la Biblia es la Palabra de Dios y allí dice que uno
muere y se va al cielo o al infierno por siempre, allí no dice que uno se reencarna —
dijo. Ella se aferraba y apelaba a sus creencias de infancia y de toda la vida pero en las

160
que el amor, la lógica y la reciente experiencia las hacían cada vez más débiles y
susceptibles de cuestionamiento.
— Bueno Andrea, conozco la Biblia muy pero muy bien y está bien que creas en ella,
es más, me parece muy bien que la leas y sigue haciéndolo… ambos, esto es para ti
también Marcelo pero permíteme precisarte algo importante, la Biblia está escrita
para tu ser temporal, pero tu espíritu es más, mucho más importante que tu vida
presente Andrea, ya que este es eterno. Jesús se dirige a este espíritu también. Léela
desde ahora pero abriendo aún más tu corazón y tu mente. Recuerda que el ser
humano de hoy no es el mismo que el de los primeros tiempos ya que su espíritu va
evolucionando. ¿La Biblia es eterna verdad? Pues tu espíritu también. Léela quitando
de ella todo lo que no te sepa a amor, Dios es amor, en ella al igual que en todo, está
Dios y Él como tú sabes, está en todas partes, ¿verdad?
— Sí —dijo Andrea pensativa y meditativa en sí misma.
— Bueno, ahora retornando a tu pregunta, el amor es la absoluta esencia. Él es el
motor, origen, causa, objetivo y fin de todo pero ¿por qué la vida los separó en esa
oportunidad? Bueno pues no somos títeres ni robots. Tenemos siendo espíritus
también, el libre albedrío, todo tiene una causa y un efecto pero a esta ley divina
también se afecta o se complementa con el destino, marcado este previamente antes
de cada encarnación y aún este, por más desdichado, lamentable o infeliz que
parezca, siempre tiene un propósito divino de trascendencia espiritual y eterna que
conduce a un crecimiento, a una mayor cercanía hacia lo divino, a ser en espíritu más
como Dios quiere que seamos. Y en ese camino espiritual a veces hay otros que nos
ayudan sin que lo pidamos o lo sepamos en ese momento, ya que el amor no se pide,
ni condiciona, haciendo de esas vidas temporales experiencias todavía más intensas,
haciendo del aparente sufrimiento, un acto de amor.

Andrea y yo nos miramos reflexivos.


— Sí —Eleazar apuntó de inmediato—, un acto en el que estos espíritus cercanos, que
nos aman tan intensamente y están unidos a nosotros desde tiempos y vidas
anteriores, nos hacen pagar por las malas acciones anteriores o el karma acumulado,
en pro de acelerar nuestro propio crecimiento.
— Eleazar, ¿estás queriendo decir que otro espíritu afín a nosotros puede
provocarnos sufrimiento por nuestro bien? —yo pregunté algo sorprendido.
— Bueno, sí, eso mismo. El amor que otro puede sentir por nosotros a un nivel más
elevado, a nivel de espíritu, puede llegar a provocar sufrimiento en nosotros o hasta
puede recurrir a sufrir él mismo en sacrificio por nosotros por amor, como lo hizo, tal

161
vez, el mismo Jesús, de manera que nos permita limpiar nuestro karma y lograr así
nivelar o acelerar nuestra evolución espiritual.
— Entonces Jesús, en todo caso, no murió por nuestros pecados y por los pecados que
los supuestos Adán y Eva cometieron en el supuesto Jardín del Edén y que
supuestamente nos condenaron a todos, sino que murió en sacrificio kármico, ¿es así?
Andrea se acomodó más todavía más interesada sin dejar de tomarme de la mano, la
misma que descansaba en su pierna y continuó escuchando atentamente a Eleazar.
— Bueno, teniendo en cuenta que Dios nos creó a través de miles de años de
evolución asistida, así de curiosos, desobedientes, desconfiados, egoístas. etc. no por
ser malos o por el diablo, si no por la causa efecto de la propia necesidad de
supervivencia, por ende el pecado no existe como algo a castigar, ya que Dios no
castiga, el castigo como tal no existe, porque el amor solo da, brinda y entre muchas
otras cosas, perdona. El amor, repito no se pide ni se obliga, nadie puede ordenar o
mandar que lo amen, el amor se da de corazón y sin mandatos imperativos, es por
tanto que Jesús no murió por nuestros pecados como tales, sino más bien y en todo
caso, como dices, dio su vida en sacrificio de amor, ofreciendo esta como ejemplo de
vida, como un gran maestro espiritual que dio su vida en consagración sacra como
ofrenda kármica por y para todos sus seres amados, enseñándonos de esa manera
cuán grande podía ser su amor y cuán elevado, evolucionado era ya su espíritu
divino, tanto que se entregó a todo ese martirio de sufrimiento, dolor y sangre por
amor al prójimo incluyendo a los que lo maltrataban, ya que la enseñanza y fin era
para el espíritu de todos.

— ¿Entonces, todo se trata de espíritu? — preguntó entonces Andrea.


— Sí —respondió Eleazar—. Es que somos espíritus, ¿recuerdas?, somos eternos, el
espíritu es lo que importa pero este aprende y evoluciona en amor, a través de las
sucesivas vidas, cuerpos que vamos teniendo y por los cuales vamos
experimentando. El cuerpo pasa, es efímero, temporal, muere, regresa a la Tierra a ser
polvo. “De polvo eres y en polvo te convertirás”, dijo Jesús refiriéndose al cuerpo.

Segundos pasaron en que Andrea después de estar en silencio, volvió a preguntar. —


Y… si el espíritu es lo que importa por sobre todo y de este, su crecimiento en amor,
¿cómo hago para conectarme más con él ya que entiendo que tú dices que este, mi
espíritu es el que sí sabe y recuerda lo que ya aprendí en otras vidas y lo que debo
por ende aprender en esta vida presente?
— Meditando, orando. Cuando tú meditas y desarrollas más esa facultad tu “yo”,
entra en contacto poco a poco pero cada vez más y más con tu yo superior o lo que es

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casi lo mismo, con tu espíritu. Al inicio y en relación la predisposición, fe y evolución
espiritual de ese “yo” será tal vez como un tímido sentir, un muy tenue suspiro que te
va aclarando con paz un camino que va cambiando tu conciencia, tu manera de ver
las cosas. Se afina tu intuición y tu discernimiento entonces, más amor, compasión,
calma y paz, van llenando tu ser, de modo que los miedos, prejuicios, culpas, odios,
iras, etc., etc. van siendo menos dominantes y de ese modo vas creciendo
espiritualmente en esa actual persona la cual acepta con sabiduría y paciencia los
designios, pruebas, fortunas e infortunios de su vida presente, ya que va aprendiendo
a que todo eso lo lleva a ser un ser más libre, lleno de paz y de amor. Escucha siempre
y por tanto tu corazón como sé que lo estás haciendo, ya que en él está la esencia de
todo lo divino que hay en ti y en el que Dios mismo ha puesto allí, en el corazón de tu
espíritu... tu alma.

Mucho tiempo había transcurrido ya y Andrea se mostraba seria e introspectiva, pero


calma y contemplativa. Era obvio que una verdad insospechada se había mostrado
ante sí, como algo interesante de ser tomado en cuenta. Entonces, soltó mi mano y
dijo casi para terminar, poniéndose de pie.
— Eleazar, todo lo vivido y escuchado esta tarde aquí, me parece muy interesante y
me alegra haberlo experimentado pero quiero saber, leer más al respecto y
consultarlo con mi almohada, con Dios y mi madre quien sé que de algún modo y a
su manera me sabe decir muchas cosas.
—Bueno, me parece bien, no te preocupes mucho en buscar ya que las cosas de Dios,
la sabiduría de su amor llega en la justa medida en la que tu espíritu la reclama y tu
ser la necesita, ya que todo esto llega para el que ya está preparado. “El que tiene
oídos que oiga”. Ya ves cómo no me buscaste y aquí estoy; cómo no pediste una
experiencia así, pero la tuviste. Tú, princesa, solo deja que tu corazón guíe las
decisiones de tu mente y déjate llevar cada vez más por tu intuición y buen juicio que
lo que tengas que saber…lo sabrás.
Dicho esto, Andrea tierna y juguetona, encogiendo graciosa la pierna izquierda y me
pidió su overol y su bolso.
— ¿Me presta su bañito antes de irnos, porfis? Es que ya hace ratuuu tenía ganitas
pero estaba todo tan interesante.
Entonces, Eleazar le señaló el baño al cual se dirigió deprisa.
– Espérame tantito ¿sí? — me dijo.
Yo y Eleazar nos dirigimos a la puerta en donde él se refirió a Andrea en muy buenos
términos. Me dijo que la quiera mucho y luego me miró a los ojos me abrazó con una

163
cara que de pronto se mostró muy pero muy triste. Quitó luego sus ojos de los míos y
me abrazó muy fuerte.
Yo lo abracé también y me ofrecí a llevarlo al aeropuerto, a lo que él se negó
indicando, que el bus de la aéreo línea vendría en un par de horas más por él.
Entonces, salió Andrea quien se despidió también de él. Le deseó lo mejor y le
expresó que el hecho que vaya a reunirse por amor con Tavata, le parecía súper
romántico, agregó además graciosa, que nos prepare un par de camitas en Brasil.

Eleazar la miró apenas, se le llenaron los ojos de lágrimas y asintiendo con la cabeza
pero sin decir más, nos dejo ir. Andrea, al saberlo tan sentimental, lo abrazó también,
le dio un sentido beso en la frente y nos fuimos, bajo una tarde, tarde que moría en un
verano que también pronto ya se despediría.

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“Discernimiento, introspección: proceso que merece un tiempo para el alma”

Algo tarde, a la noche siguiente, pase a visitarla. Ella me abrió la puerta, traía puesto
un pantaloncito corto y una camiseta de algodón ambos celestes y con los piecitos
descalzos. Enseguida me hizo pasar, traía la biblia en las manos, nos sentamos en el
sillón, ella se cruzó de piernas y abrió su Biblia.
— Tú, nene, ¿oras por las noches? — preguntó.
— Sí, no todas pero sí. Me persigno de una manera especial que ideé para Él y como
que busco una conexión, en la que le abro mi corazón y por intermedio de este, mi
agradecimiento y mansedumbre como su hijo, haciéndole saber sin palabras que lo
necesito y lo que quiero en mi vida. Luego, me siento muy tranquilo y duermo como
angelito— Terminé diciendo con una sonrisa.
— Ok, pero… ¿no le pides cosas, no le rezas o conversas como lo hace la mayoría? —
especificó oyendo luego, detenidamente cada una de mis palabras.
— Sí, a veces le hablo pero de rezar o pedir en busca de una respuesta o
comunicación, casi no lo hago ya. Antes lo hacía pero como tú misma lo habrás
comprobado, Él no responde enseguida como que se tarda ¿no? —Sonreí. — Yo creo
que Él ya sabe todo lo que le puedes llegar a pedir, además creo que Dios no te da lo
que quieres, sino más bien lo que necesitas. Yo solo confío en lo bueno o malo, entre

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comillas, que me depare el día, y pues… que me ayude a crecer espiritualmente y
hacia Él, permitiéndome así el poder llegar a ser una mejor persona cada día.
—Ok, entonces sí tienes fe en Él —dijo esto dándole una palmadita a su Biblia. —Sí,
claro confió en lo que yo gracias a Él pueda llegar a ser pero ojo, para mí Dios no es
un libro, no creo como ya sabes que toda la verdad de Dios esté en ese libro. —
Pero… en este libro está la Palabra de Dios, ¿por qué no crees en eso?, explícame —
dijo serena.

— Primero porque si bien hay mucha sabiduría y amor en ese libro, y que tal vez fue
escrito en un inicio con muy buenas intenciones, por la primera iglesia primitiva
cristiana, ahora y después de muchos años y manos, también hay muchas cosas en él
que no van con un amor incondicional, y el amor no puede ser algo condicionado,
nadie puede amar por obligación o miedo. Además, no veo justo que uno tenga que
ser hijo de Dios solo por aceptar que Cristo murió por mis pecados, o sea que Dios te
condicione solo por aceptar algo que se escribió hace tantos años y que no me consta
—dije y ella insistió.
— Pero eso es tener fe, fe es creer en algo aunque no lo hayas visto, Marcelo, eso es fe
—repitió acomodándose bella los cabellos inquietos. Me quedé unos segundos
viéndola.
— No, ese tipo o perspectiva de fe no tengo. No puedo creer en algo que fue escrito
por el hombre, el mismo hombre que dice que ese libro es inspiración divina, o sea es
juez y parte. Además, en él uno encuentra muchas cosas ajenas al verdadero amor,
como por ejemplo: discriminación contra las mujeres, los gays, los libres pensadores
llamados entonces brujos. Tú serías una bruja en esos tiempos ¿sabías?, además entre
sus páginas uno encuentra muchas contradicciones: un dios de ira, un dios de
ejércitos, un dios que mata a todo un pueblo incluyendo niños mujeres y ancianos, un
dios que te condiciona a hacer algo que es humanamente imposible, un dios que pide
gloria, un dios humanizado. De otro lado también podría decir… que toda creación
de Dios es perfecta y perdóname pero la Biblia puede ser muchas cosas pero perfecta
no lo es: las genealogías de Cristo, por ejemplo, no son iguales. El Dios en el yo creo
es tan, tan grande que no necesita de glorias ni de sacrificios de sangre para
perdonarte. Ese dios, el de la Biblia es para mí un dios creado por la pluma del
hombre y Dios no puede ser creado por el hombre. Dios es Dios y está más, mucho
más allá de nuestra inteligencia o comprensión.

— ¡Ves, ves! —dijo sorprendida—. Eso, algo parecido a lo último que te refieres, decía
mi madre y por eso mismo discutía tanto con mi padre. Además ella decía

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pícaramente que el rey David era un lindísimo y valiente gay, la frase bíblica: “te amo
más que las mujeres”, lo evidenciaba claramente.

—Andrea, somos espíritus que venimos de Él y vamos hacia Él. Somos parte de Él,
una parte más que ínfima de Él, pero con la esencia de Él, en lo que yo llamo alma,
alma la cual todos absolutamente todos tenemos como parte de Dios en nosotros y a
la que en la Biblia llaman Espíritu Santo, lo más sagrado que tenemos por ser una
parte de Dios en nosotros.

Lo cierto y real es que muchos de los Evangelios se dice, se escribieron y tradujeron


del arameo al hebreo, griego y de allí al latín romano. Muchas manos, mucha
conveniencia político-religiosa, mucha ansia de poder rodeó y rodea esas sagradas
escrituras. Yo creo que a Dios hay que rebuscarlo en la Biblia, estas escrituras para mí
han sido adulteradas. No puedo creer en un libro del cual la copia más cercana a
Cristo data de casi doscientos años de su muerte y del cual no existe ningún original
completo.
Ten en consideración que la religiosidad occidental se inicia con la judía, de esta se
desprende la católica y de esta la evangélica. Es decir, la Biblia fue argumentándose
desde el Antiguo Testamento, al que se le agrega el Nuevo Testamento, a la misma se
le pone y niega los Evangelios a criterio de unos cuantos. A esta, los evangelios
agnósticos también deberían serle incluidos, ya que en ellos hay mucha sabiduría
divina, pero de ellos no se habla ni se enseña tal vez porque estos no están
manipulados y no se amoldan a sus convenientes creencias.
—Sí, sé que Pablo escribió gran parte del Nuevo Testamento y que lo hizo treinta
años después y sin haber sido testigo ocular de los hechos, además como mi madre
decía, y tú lo dices ahora, pues sí, la mujer es la que carga con la culpa, por Eva, y eso
nunca me pareció justo ni bueno. Y sí pues, es algo machista en muchos de los
Evangelios. Yo leí curiosamente el evangelio agnóstico de María Magdalena, en él se
dice cosas que pues… no se mencionan en la Biblia —expuso pensativa.
— Ese evangelio al igual que el de Felipe, Tomas, Judas, el mismo Juan, el de Valentín
o también llamado el evangelio de la verdad, así como muchos otros, son llamados
gnósticos, apócrifos o extra-canónicos, y contienen aún más sobre jesús y sobre su
palabra. Se mencionan conceptos o ideas que se asemejan a las creencias orientales
budistas, taoístas o védicas. Andrea, si uno quiere conocer a Dios, no puede basarse
en únicamente un libro, hay que abrir la mente y sobre todo el corazón, buscarlo en
todas las expresiones espirituales del mundo, en todas las creencias. Así encontrarás
un dios más de la mano con lo que es el amor y la verdadera esencia del hombre

166
como ser espiritual de Dios. No estamos aquí para alabarlo o entregarle nuestra vida,
porque esta, ya es suya por más mala que sea. Todos los hombres y mujeres del
mundo somos iguales, todos estamos en un proceso de aprendizaje de lo que es el
amor. Dios es lo más grande, Él no necesita inflar su ego con nuestras alabanzas,
tampoco con glorias ya que estas están dirigidas al ego y Dios no tiene egos que
satisfacer porque Él no es humano, Él es Dios —le dije ampliándole mis creencias.

Ella se mordía el labio inferior reflexiva.


— Pero…no será que tú vas acomodando lo que más te conviene de cada religión
para hacer lo que te venga en gana y entrar en libertinaje. El diablo te puede estar
sutilmente engañando ¿no crees?
— No es que tome lo que más me conviene, solamente escudriño, pienso, analizo con
el cerebro que Dios me dio y determino por ese proceso en dónde hallo más amor,
más compasión, más gracia de Dios; en dónde hay menos violencia, discriminación,
intolerancia, ambición, egoísmo; en dónde está menos presente la mano del hombre o
los intereses de este. Busco y rescato el mensaje que viene y está presente en cada
expresión humana guiada por el ser real, el ser espiritual que tenemos y somos todos,
eso se llama discernimiento. La Biblia tiene mucho amor entre sus páginas. Yo rescato
ese amor, esa enseñanza, lo mismo hago con las creencias orientales, y hasta de la
misma enseñanza que te da la propia vida y naturaleza a través de sus animales,
plantas, paisajes y procesos. Dios está en todas partes, no solo de este lado del globo,
solo hay que buscarlo de corazón sin caer en fundamentalismos ni en egoísmos. En
los evangelios gnósticos, dice que somos espíritus, que el reino de Dios está en
nuestro interior, que todos somos hijos de Dios, que hay que amar, perdonar, no
juzgar al prójimo, dar la otra mejilla, no resistirse al mal. , etc. Esa verdad es
trascendente y cala en lo más profundo de nuestro ser ya que Dios está en ti, en mí,
en todos a través del alma o Espíritu Santo como quieras llamarle y es allí, en tu
corazón, en donde debes buscar a Dios, no en un libro, el alma es más trascendente
que un libro, el alma es eterna, es esencia de Dios en nosotros. Sigue tus corazonadas,
escucha lo que te dice tu corazón, en él esta marcada divinamente la verdad de Dios
—le recalqué con sentimiento y con mucha calma. Ella se quedó en silencio un
momento.
— Sí, he leído de eso y lo he pensado mucho también, además mi madre, también me
decía que no creyera ciegamente y sin pensar en todo lo que se dice en los libros o en
la televisión o revistas. Y sé, aunque no lo decía directamente que también se refería a
la Biblia.

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Luego, Andrea cerró la Biblia y la abrazó, la puso a un lado y se soltó el cabello. —
¿Sabes?, mi madre tenía varios libros de la India, de cuando estuvo por allá de joven
misionera, los voy a buscar están arriba en el desván, en unas cajas.
Luego volví a centrar mi atención en ella, su piel casi podía verse.
— ¿ese es tu pijamita, verdad?
— Pues sí, de media estación, ya que en verano duermo más ligerita de ropas. Jeje.
Ahora me lo puse para estar cómoda y para que mi padre no se incomode al verme
bajar en pijamas, tú sabes… ¿Sabes, nene?, me gusta mucho charlar contigo, siempre
me dejas pensando en algo. Imagínate que hasta ahora me tiene súper intrigada la
coincidencia de nuestros dibujos. Los veo y se me escarapela toda la piel, se me
acelera el corazón, siento como si parte de mí estuviera en esa imagen. He pensado
mucho también en lo que me contaste sobre tu regresión en Brasil y la verdad no sé...
no tengo respuestas, en todo caso si yo fui tu pareja en esa otra lejana vida pues me
alegra.
Andrea se acomodó a mi lado echando su cabecita sobre mi hombro. Luego, me tomó
de la mano y yo se la besé.
De pronto, su padre desde su habitación dijo.
—Andrea, ya es tarde hija, mañana tienes que trabajar o ir a tus clases y supongo que
Marcelo también. — efectivamente, al ver mi reloj ya era hora de irse.
— Sí preciosita, aunque no deseo para nada irme pues mejor me voy. Prefiero
llevarme bien con tu padre y así nos evitamos problemas —argumenté tranquilo.
Andrea se levantó y tomándome de la mano me acompañó hasta los linderos de la
puerta, en donde antes de abrirla la tomé de la cintura besándola deliciosamente. Ella
abrió la puerta y al estar ambos fuera la juntó, me apoyó ella contra la pared para
volver a besarnos intensamente. Todo el marco de la entrada se iluminó desde su
corazón. Luego, se empinó y tomando mis manos, las guió lentamente bajándolas
desde su cintura hacia sus adorable y tierna colita en donde quiso que las tuviera y la
acariciara. Aquello me encantó, sentir sus nalguitas firmes y generosas cubiertas
apenas y tan solo bajo ese pantaloncito de suave tela. Las acaricié lento y obediente,
fascinado por los escasos pero increíbles segundos que me lo permitió. Luego, volvió
a tomarme de las manos quitándolas ella misma de aquella exquisita y soñada parte
de su cuerpo para entonces amarrar nuestras manos entre sí, juntándolas entre su
pecho y el mío, y pegando nuestras frentes, nos miramos unos instantes directamente
a los ojos. Ella me sonrió con ojos tiernos y soñadores para finalmente separarse de
mí.

168
Capítulo 9

“confusiones, dilemas previos….después de la hora más oscura…sale el Sol”.

Días después, siendo un domingo por la noche, Andrea y yo nos fuimos a caminar
bajo una tímida pero particularmente fría llovizna de verano, las veredas húmedas se
abrían paso ante la soledad de la luna.
Entonces ella, tomada de mi mano, preguntó otra vez sobre Jesucristo. Yo la noté algo
extraña, reservada y pensativa. Sin saber que antes de venir a verme había estado con
su padre y que además, antes, por la mañana había estado bajo la retórica evangélica
del culto dominical. Y que ello la traía muy confundida y silenciosa.
— ¿Sabes...? — dijo con voz afligida, llena de dilema —, mi padre no quiere que te
vea. Él dice que no eres cristiano y que debería alejarme de ti; que tú eres del mundo
y no de Dios. No es que él domine mis decisiones, pero…no se, tal vez tenga razón.
Es por eso que quisiera saber quién es Cristo para ti— Entonces respondí.
— Jesús basó sus enseñanzas en tres conceptos: amor, sacrificio y compasión; y al
igual que Buda: moralidad, compasión y sabiduría. Ninguno, pienso yo, buscó crear
una religión institucionalizada y jerárquica, tan solo buscaron ‘religar’ al ser humano
con su propia naturaleza divina, con su espíritu y por ende con Dios. De otro lado,
tendría que decirte que Jesús y Cristo, no son lo mismo: uno es para mí un ser de
amor, un santo, un hijo de Dios, y por que no, hasta Dios mismo, mas no un profeta
ni el único hijo de Dios y es que yo creo que todos somos hijos de un mismo y único
Dios.
— Pero… Él mismo dijo ser hijo de Dios, dijo que el reino de Dios está en Él, a la
diestra de Dios padre. Él murió y resucitó como prueba de ello —puntualizó aguda y
algo sorprendida por mi respuesta.
— Jesús es tan hijo de Dios como lo somos todos, eso pienso que se refería Él, al decir:
“Yo soy la luz del mundo” y luego, al decir: “la luz del mundo está en vosotros y vosotros
sois la luz del mundo”. En esas frases pienso se está compartiendo una gran verdad
espiritual. El que haya muerto y resucitado por nuestros pecados no lo creo, eso más
me parece un aporte muy conveniente del evangelista para endiosar a ese
extraordinario ser. Y es que no creo que un padre permita que su propio hijo sufra
todo lo que sufrió por algo llamado pecado y por salvarnos de un supuesto diablo...
no le veo amor a eso, más bien creo que eso sería algo macabro y enfermizo. Si eso le
hizo a su supuesto único hijo pues no me quiero imaginar lo que nos haría a nosotros.

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— ¿Y nuestro señor Cristo, quien es entonces, no es él Dios para ti?— preguntó
Andrea.
— Cristo no es ningún Dios para mí. Yo creo en Jesús y en la sabiduría de su amor.
Cristo es un personaje creado por conveniencia y acomodo religioso.
— Pero… — su rostro se llenaba de desconcierto, el nombre de Cristo como Dios, y
toda su creencia religiosa pesaba mucho, estaba impresa en su mente desde su niñez
—, sí, yo se que eso puede ser así… pero…no se Marce, no se… es que mi padre…

Entonces se echó a correr. Yo la seguí sin decirle nada hasta que se detuvo debajo de
un poste de luz y sujetándome de los brazos al llegar a ella me dijo llena de indecisión
interna, pero muy segura. — Marcelo, creo que debemos separarnos… — Luego se
alejó. Yo dejé que se fuera. Sabía que ella tenía que pensar, meditar y elegir; y que si
yo la presionaba tan solo lograría alejarla más de mí.

<====>

Al día siguiente por la noche, Andrea oró, se encomendó a su madre, y se fue a


adormir contrariada, confusa y molesta. Su padre la había retado duramente al
enterarse este de la casi fatídica noche de la discoteca. Le había advertido que ese
suceso no fue otra cosa que el fuerte llamado de atención de parte de Dios por haber
concurrido a un antro de perdición. Andrea se encontraba confundida, en medio de
una tormenta de ideas encontradas sobre creencias bíblicas, los espíritus vistos, su
reciente experiencia de regresión y las sabias palabras de Eleazar sobre la verdad de
nuestro verdadero propósito como seres de luz. Muchas ideas, muchos conceptos
nuevos que trataban de acomodarse en su cerebro. La influencia bíblica relacionada al
pecado y los sentimientos de culpa inculcados por su padre pesaban demasiado, pero
por otro lado su corazón y su juicio le decía que abra su mente y despierte a un
discernimiento mayor. Y con todo ese nudo filosófico de fe se fue quedando dormida.

La noche se adentró en el silencio y se lleno de rocío. De pronto, cuando el silencio


dominó, una inofensiva y dulce voz susurró en su lecho.
—Andrea, hija — escuchó muy a lo lejos y en sus sueños despertó. Su madre, fue
iluminando toda su habitación, se presentaba ante ella. La visitaba.
— Madre, mamita, ¡eres tu! Te veo hermosa, pero cómo…— dijo Andrea muy
sorprendida pero contenta, al mismo tiempo que luces azules, violetas, blancas y
celestes se entre mezclaban en los aires de su habitación.

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— Ven vamos a dar un pequeño paseo — le dijo su madre. Ambas entonces se
elevaron tomadas de la mano y se perdieron en la profundidad de la otra dimensión
de la noche, la dimensión de lo inmaterial y lo eterno.
En ese tiempo sin principio ni fin, su madre le habló sobre Dios, sobre el amor, sobre
la necesidad de aprender a amar, dar y recibir; de experimentar y de vivir. Viaje de
luz y amor en el que su madre quiso quitarle las dudas y los conflictos de fe que
empezaban a atormentarla, de manera que una nueva conciencia de amor y
comprensión se afianzó en su corazón y en su camino espiritual. De algún modo el
destino quiso y permitió que su madre intervenga en su conciencia y manifieste una
verdad que solo los corazones libres de egoísmo y realmente abiertos a Dios pueden
ver.

A la mañana siguiente, muy temprano, Andrea se despertó con el espíritu contento y


una gran sonrisa; libre de miedos, culpas y temores. Ella no sabía si aquello había
sido un sueño o no, pero su corazón estaba feliz, ella se sentía más libre y llena de
amor, y es que ella además podía sentir que toda su habitación tenía aún impreso el
acogedor aroma a su madre.

<====>

“Seres de luz, espíritus libres e inquietos jugueteando”

Una bolsa grande de quesitos y una botella de medio litro de gaseosa de Cola Cero
nos divide a Andrea y a mí, en el sofá cama de la sala de mi departamento. Es sábado
por la noche, Andrea me vino a visitar de sorpresa, después de apoyar a su padre y a
su iglesia en su asunto del retiro matrimonial. Trajo un par de películas, golosinas y
mucho encanto.

Momentos antes, realmente me sorprendió oír el timbre a esa hora. Me cogió


desnudo, así que me puse unos jeans y una playera y todavía más me sorprendió tras
abrir la puerta, verla paradita allí con las bolsas y su carita de miel que me decía
“hola” con una dulce y coqueta sonrisa.
Según dijo, al abrirle la puerta, estaba muy cansada pero que tenía muchas ganas de
verme. Yo sin dudarlo ni por un segundo la hice pasar. Traía puesto un bivirí negro
ceñido al torso y un pantalón de deporte negro ambos de algodón; el cabello húmedo

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sujeto hacia atrás con una coleta igualmente negra y zapatillas; en sus labios apenas
un matiz de carmín que de seguro se lo puso al vuelo antes de tocar la puerta y su
delicioso aroma a crema de baño naranja—limón, el cual sentí muy de cerca al recibir
su tierno beso de “hola”.
— Veamos una de estas pelas, ¿sí? —Dijo después de pasar animosa y desenvuelta
con toda confianza—. Traigo una de drama y una comedia romántica— dijo luego y
caminó hacia la cocina — ¿Dónde están tus vasos, nene? ¡Qué carita traes eh!, ¿todo
bien?
— Sí, sí preciosa, algo cansado al igual que tú, luego te cuento— Le respondí
sorprendido y muy contento de volver a verla, mientras buscaba los vasos, los cuales
conseguí enseguida y después de pregúntale cómo le fue, le manifesté que mi
televisor y el DVD estaban en mi cuarto pero que si prefería los podía poner en la
sala. Ella dijo que sí, por favor, guiñándome un ojo.
Así que luego mientras ubicábamos y conectábamos los aparatos, ella me contó sobre
su agitado día, para luego, al rato, al ver ya todo listo, sentarse, casi desplomándose
de cansada en el sofá. Sobre su huida de aquella noche, no menciono nada, y yo
preferí no preguntar.
Luego, eligió la película, me la pasó.
— Solo puedo quedarme a ver una y esta se ve divertida —señaló resuelta.
La puse, le abrí la bolsa de quesitos, serví los vasos y me senté enseguida a su lado
abrazándola fuertemente hacia mí.
— Gracias por esta linda sorpresa —le dije encantado.
— Dale apaga la luz y veamos —dijo dándome un cheese a la boca. Yo lo recibí feliz,
me paré y apagué muy obediente la luz de la sala quedando iluminados únicamente
por la pantalla del televisor.
— ¡Ajá! Estás sin zapatos, eso no es justo... entonces yo también —dijo reclamosa y se
despojó de las zapatillas, quedando sus pies cubiertos por unas cortitas medias de
rayitas rosadas y blancas.
Sus pies se veían tiernos, pequeños y se mostraron juguetones, ya que retrajo las
piernas hacia sí y los puso juntos sobre el sofá moviendo sus dedos graciosamente
para mí.
— ¿Te gustan mis medias? —dijo dócilmente y se sonrió—. Son nuevas eh.
— Sí, me encantan, ven dame otro abracito. Te extrañé mucho —le dije sensiblemente
y nos abrazamos.
— Ay nene eres tan lindo —dijo cariñosa y se acomodó más junto a mí poniendo su
cabeza sobre mi hombro, al tiempo que ya daba inicio la película.

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La trama: una comedia romántica que trataba de un personaje, un periodista, el cual
quería ingresar a la escuela del ejército para investigar un supuesto caso de
discriminación homosexual pero siendo este personaje muy delgado y débil, se
prestaba para la burla de todos. Sin embargo, debido a su determinación y coraje
frente a la adversidad, bromas y desaires, logra que uno de los estudiantes se apiade
de él y lo ayude. Al final, este supuesto periodista se enamora sin querer de su
compañero y termina en un gran final feliz ya que se trataba de una mujer que
travestida de hombre logró cumplir con su objetivo en aquella escuela militar.
Las risas por parte de ambos no se dejaron esperar desde un inicio, y luego la
sorpresiva revelación, a mitad de película le dio un desenlace realmente entretenido y
romántico. Y así entre broma y broma Andrea dijo, al verme ir hacia la cocina por un
vaso de agua.
—Ey nene... y... cómo sé si tú… no eres una chica vestidita de hombrecito ¿eh?—
preguntó tímida pero muy, muy sonriente y traviesa —.Tú eres delgadito también —
añadió.

Yo me aproximé a ella, con en vaso con agua, la miré con la ceja en punta e hice el
ademán de verterle agua sobre sí, sin responderle aún. Luego, tomé un trago y puse
el vaso sobre la mesita cercana para luego agacharme y hacerle ver que estiraría el
sofá. Andrea me miró extrañada al inicio pero al darse cuenta de que dicho sofá se
alargaba como cama sonrío tímida y complaciente.
— Así estaremos más cómodos preciosita —le dije sereno, muy contento ante su
alegría y me eché a su lado con toda normalidad y confianza, a lo que ella acomodó
del otro lado sentada con las piernitas cruzadas.
— Bueno sí pero no te vayas a quedar dormido eh. ¿Estás molesto? —preguntó
enseguida al no haber respondido a su broma.
— No preciosita, para nada— le respondí poniendo un canal de música. Me quité la
playera y giré hacia ella acercándomele luego gateando lento con el torso desnudo y
mirándola fijamente a los ojos a manera de juego desafiante. Entonces, ella se fue
haciendo para atrás como tratado de escabullirse de nervios hasta quedar casi sobre
su espalda semiinclinada sobre sus codos. Seguidamente casi pegué mi rostro al suyo
rozando mi nariz con la suya y le dije en todo serio pero en broma: “¿chica yo?”
Enseguida me dejé caer nuevamente a su lado echándome con la cabeza sobre un
cojín, apoyándola entre mis manos como interesado únicamente en ver la pantalla,
fingiendo engreído estar molesto. Fue un acercamiento provocativo de mi parte que
terminó en una especie de desaire intencionado para ver cómo reaccionaba ella ante
mi actitud, actitud que respondía corporalmente a su pícara broma.

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— Ay nenito, no te molestes —dijo recostándose a mi lado, abrazándome y posando
su cabeza en mi hombro. Luego, tomó otro cheese y me lo dio a la boca. Yo lo acepté
contento y le dije: “No estoy molesto ratoncita, cómo podría estarlo si eres lo más
lindo que ha llegado a mi vida”. Y era verdad, ella era y es el regalo más precioso que
Dios me había dado. Le di un beso en la frente, otro en la punta de la nariz y terminé
con otro en sus labios. — Lindo, me gustas mucho —expresó cariñosamente.
— Eres flaquito pero muy lindo y... suaveciiiito.
El calorcito de la palma de su mano se posó en mi pecho y sus dedos se movieron
apenas acariciándome ligeramente a través de suaves roces con las tímidas yemas de
sus dóciles dedos.

James Blunt a capella cantaba: “You are beautiful” pero ella agarró el control remoto y
le bajó algunos puntos al volumen para decirme:
— Me gustó mucho todo lo que pusiste en esos correos. Creo que puedo confiar en ti
—me dio un besito tierno en los labios. Su mano entonces acarició nuevamente mi
estomago —. Qué linda pancita tienes, velludita y suave —dijo halagándome.
Sus mansas caricias fueron despertando de inmediato en mí mucho deseo. Me incliné
lo suficiente hacia ella y le susurré al oído una pícara advertencia — Ratoncita… si
sigues haciendo eso… te aseguro que podrás constatar de seguro que soy bien
hombrecito— y le regalé un beso inesperado en la orejita.
Andrea sintió cosquillas y sonrió.
— Nnn no lo creo, para mí que el soldadito está dormidito. Mira que es tarde ya,
debe estar tan cansadito como lo está su dueño — dijo traviesa mientras sus dedos
juguetones se entretenían entre los vellos de mi vientre. Los enrollaban jalándolos
suave pero inquietamente. Yo respiré profundo, la excitación recorrió todo mi ser al
recordar que debajo del jean no traía nada.
Un tierno jueguito había dado su inicio y yo no iba a detenerlo aún. Entonces, le
indiqué sonriente.
— Pues no lo subestimes, te puede sorprender lo inquieto que se pone, preciosita —
advirtiéndole coquetamente al sentir que ya era inminente que ella lo notase. Y así
fue. Le seguí al encandilado juego, volví a apoyar mi cabeza sobre mis manos
levantado antes un poco más el cojín en busca de mayor comodidad y perspectiva.
Me excitaba mucho ver como sus deditos volvían a posarse tímidamente en mi
ombligo, entre mis vellos y como su carita coloradita y curiosa miraba inquieta como
se manifestaba, marcándose en el jean y ante ella mi deseo.

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— ¡Es verdad! —dijo con sorpresa al notarlo. Prácticamente entusiasmada se
incorporó apoyó sus manos sobre la cama y cruzándose de piernas sin alejarse de mí
dijo sorprendida y animosa.
— Vaya así que… así de rapidito se despierta eh. ¡Qué bien! — Y después de unos
segundos añadió aún más traviesa, visiblemente entretenida.
— ¡Nenito, nenito! té… está creciendo mucho, eh.
Inhalé más aire tensionando mi vientre, contrayéndolo de tal manera que se abra una
rendija horizontal que le permitiese ver algo más si es que ella así lo quisiera.
— Ratoncita… creo que mi soldado tiene ganitas de saludarte.
— ¿¡Sí!? —Exclamó tenuemente con la vista totalmente concentrada sobre mi
pantalón.
— Sí preciosita —respondí, encantado ante su claro interés, ante su encantadora,
traviesa e inquietante inocencia.
Entonces, ella se inclinó apenas e intento ver por entre las sombras que se hacían
entre mi vientre y el filo del pantalón.
— Pero… no lo veo, ¿dónde está? No veo ni tu… o sea su ropita —dijo refiriéndose a
mi ropa interior.
— Solo veo oscuro, oscuro ¿Dónde se mete? — reclamó dulce e intranquila.
— Pues está allí, es que se esconde porque tiene penita —respondí sin dejar de
contraer la parte abdominal por donde su mirada se trataba de dar permiso de
ingresar.
— ¿Penita?, ¿vergüenza dices?, ¿pero por qué? No le voy a hacer nada malo. Dile
que… yo también quiero tan solo saludarlo — señaló compasiva. — Es que… no trae
ropita, está desnudo —le expliqué con mi corazón a mil, riéndome de los nervios por
lo bien que la estaba pasando.
Andrea se puso las manos en la boca en señal de sorpresa.
— ¿¡No!? ¿Qué, sí…? ¿Por qué? —y seguidamente me miró sonrojada, tan contenta o
más que yo y me increpó dándome un golpe en el brazo— ¡Malo! Por qué no le
pusiste su ropita se puede enfermar el pobre, con razón no quiere salir.
Yo volví a sonreír ante su encanto, ante su juego.
— Es que como llegaste de sorpresa, no me dio tiempo pero… estoy seguro de que él
quiere saludarte. Te está viendo desde allí y dice….que está triste y solito allí adentro.
Andrea puso las manos sobre la cama nuevamente, retomando la atención en él.
— Bueno… y si… ¿lo dejo salir? debe querer tomar aire ¿no?, pobrecito.
— Bueno si quieres, la verdad sé que le encantaría tomar aire, está muy acalorado.
Tienes razón —le indiqué con una gran sonrisa en el rostro pero que ella no vio al
estar totalmente atenta en su encantadora inquietud.

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— Sí, pobre, lo ayudo entonces —dijo y dirigió sus manos tímidamente casi dudando
hacia el botón, en donde se frenó por unos segundos antes de abrirlo, para después
decidirse y decir — ¿Estás muy acaloradito, soldadito? —Dicho esto y sin
desabotonarme deslizó sus dedos por debajo tanteando hasta que llegó a encontrarse
con él y a tocarlo suavemente haciéndome sentir muchísimo placer y alegría —. Uy sí,
está bien calientito, se siente suavecito. Señor soldadito… ¿quiere salir?, ¿lo liberamos
de su triste opresión? —dijo coloradita sintiendo entre sus deditos su calor y mi
inmediato estremecer al acariciarlo delicadamente.

Yo ya no pensé decir más, tan solo disfruté del momento. Sus dedos lo acariciaron
suavemente y después desabotonó ese único botón. Entonces, tan solamente un cierre
de metal la separaba de su excitante curiosidad.
— Ratoncita, ten cuidado con él, no se vaya a enganchar con el cierre, ¿sí?—le tuve
que indicar al notar que Andrea no se iba a contentar con tan solo verlo asomarse y
sentirlo entre las puntas de sus dedos. Su curiosidad y las ganas de verlo completo
eran por demás evidentes.
— No, no se preocupe, señor soldadito —dijo decidida por el cierre y continuó—,
tendré mucho, mucho cuidado —al mismo tiempo que lentamente le daba hacia abajo
desenganchando cada eslava con dedicada y suma atención.

Yo me concentré en su rostro el cual más que travieso y sonrojado; ansioso y contento


miraba casi impaciente pero sereno el accionar de sus dedos sobre mí hasta que sus
ojitos se fueron abriendo más y más conforme iba descubriendo lo que sus ojitos
caramelo tanto querían ver.
— ¡Ay nene, qué grandecito se ve! —dijo sorprendida apoyándose en sus manos, las
cuales retrajo hacia ella para tan únicamente observar casi admirada por unos
segundos —. Qué lindo, lindo se ve señor soldadito. Sí que es usted un soldadito bien
coloradito eh.
Mi virilidad estaba totalmente descubierta frente a ella; su actitud traviesa y
juguetona, así como su inquieto mirar y las palabras que salieron de su boquita ahora
entre abierta, me excitaban vivamente.
— Qué rico se ve —dijo mordiéndose ganosita el labio inferior entre los dientes. Ella
parecía haberse olvidado de mí, su interés se concentraba exclusivamente en mi bajo
vientre de donde no despegaba la vista. Parecía absorta mirándolo como con ansias
prohibidas, ocultas pero descubiertas entonces por su impetuosa curiosidad e íntimo
deseo.

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— Dale ratoncita ¿no lo vas a saludar? —le dije travieso y provocador, al mismo
tiempo que sus divinos senos se marcaban cada vez más pronunciados y erectos en
su ceñido bivirí.
— Sí, sí pero… no sé cómo —dijo tratando de volver a tomar el control y rió nerviosa.
— Pues no sé, abrázalo con tus manitos, hazle cariñito. No te va a morder eh —sugerí
dándole confianza sin salirme de su encantador juego.
—Ay es que… siento…cositas en ¡todas partes! —señaló muy sonrojada y
emocionándose. Era evidente que estaba excitada también pero no se detuvo—.
Hulis, señor soldadito— Dijo entonces Tomándolo suavemente entre sus manos —.
Qué lindo y coloradito está. Sí que se despertó eh —le dijo llena de encanto para
continuar entretenida como con un juguete nuevo—. Mmm... Pero qué rico se ve —
repitió para sí, acariciándolo —. Me encanta tocarlo, es tan suavecito y caliente. Se me
despiertan y provocan tantas cosas que… uy no. No, ayúdame Marce, hoy no, hoy no
puede ser— señaló cada vez más excitada sin dejar de morderse ese provocador y
coloradísimo labio inferior. Sus manos lo hacían crecer aún más. Yo sentía muchísimo
placer.
— cielos que rico, ¡demasiado rico! Ayúdame por favor, por favor, hoy no puede ser,
pero está tan… me excita tanto, tanto. — dijo mirándome directamente a los ojos muy
sonrojadita y emocionada pero sin dejar de acariciarlo con cada vez más deseo,
pidiéndome prácticamente auxilio, haciéndome así recordar la promesa, el acuerdo
mutuo al que habíamos llegado, de tal modo que me sobrepuse al embriagador placer
de sus suaves manos, al sublime placer de verla tan encandilada y que me poseía y la
tomé de los brazos para luego recostarla y abrazarla, desasiendo aquel febril vínculo
muy a pesar de mi sentir— ¡Nooo, déjame seguir! —dijo sonriendo como
oponiéndose engreída casi en contra de su voluntad y de su apetito.
— Preciosita, si gustas seguimos, a mí me encantaría, pero… —le dije deseando me
dijera que sí, yo quería tener su más absoluta confianza y sabía que así lo lograría.
— No, no nenito, tienes razón. Por cierto, debe ser súper tarde ya —dijo mirando su
reloj apurada. —. Ya ves, tú y tu soldadito precioso me van hacer correr a casa —
enseguida se puso de pie expresamente coloradita todavía.
Luego, estando ya afuera nos dimos un delicioso beso en la puerta de su coche y
arrancó. Las luces rojas traseras de su auto me dijeron que hoy pudo ser lo que sería
muy pronto para mí la más sublime de las noches.

<====>

177
“colores, luces de amor”.

Al día siguiente entrada la noche, se me ocurrió algo…interesante. De modo que


llamé a Andrea y luego de recogerla, me detuve frente a un parque, en donde
charlamos acerca de todo, en especial sobre el extraordinario sueño que tuvo con ella
con su madre y de lo bien que se sentía desde entonces. De repente una cálida y ligera
lluvia de verano se presentó. Andrea se puso muy romántica, me abrazó y luego
salimos del coche a caminar bajo la lluvia hasta que llegamos frente a donde yo
quería llegar. Allí debajo de un farol colonial me apoyé en el cofre de un automóvil y
la abrasé acurrucándome a ella. Frente a nosotros, a muy pocos metros, unos grandes
ventanales. Eran las ventanas de la maternidad de Lima que a todo lo largo se
mostraban ante nosotros.
— ¿Porqué nos detenemos aquí, Marce? — preguntó intrigada y recostó su cuerpo en
el mío. La tímida lluvia acariciaba nuestros rostros. Entonces delicadamente le di
vuelta, y sin dejar de sentirla entre mis brazos le dije que ponga atención en aquel
edificio, le acaricié las manos y luego se las sujeté firmemente, me concentré, la sentí y
le permití ver el maravilloso espectáculo que se mostraba frente a mí.
Fugaces y coloridas luces de heterogéneas mixturas procedentes del cielo llegaban,
bajaban cada cuanto y se adentraban por aquellos ventanales. La vista era
conmovedora e impresionante. Ella enternecida observaba boquiabierta cada
presencia luminosa. Yo sabía que esta experiencia le encantaría, ella era ya casi una
doctorcita en pediatría. Las gotas de lluvia y los luminiscentes alientos de vida no
dejan de descender, sus luces se podían ver como desprendiéndose desde lo alto de la
noche, cada. Andrea no movía ni un músculo, totalmente inmóvil se tapaba la boca y
tan solo observaba, casi sin pestañear totalmente concentrada, totalmente
maravillada.
Entonces quise soltar sus manos, dejar que ella permanezca emocionada en la mágica
expresión de luces celestiales, y yo posar las mías en sus piernas, sobre sus
encantadores muslos, los cuales cubiertos por una fresca minifalda llamaban a mis
caricias.
—Dios, que bellas son, que maravilloso —expresaba, mientras mis manos se
entretenían por debajo de su prenda acariciando delicadamente la suave piel de sus
caderas y muslos, sintiendo el molde perfecto de aquellas curvas. Ella se dejaba
acariciar libremente, pero sin de ver hacia aquellas ventanas, hacia aquellos tiernos
espíritus llenos de luz desfilar hacia otra vida, hacia otro nacimiento, hacia otra
oportunidad y experiencia, hacia otro nato cuerpo. Y allí permanecimos juntos
observando aquello por un muy buen tiempo.

178
Luego nos fuimos tomados de la mano, en silencio. Y más adelante, ya de retorno a
su casa, Andrea y yo coincidimos en pensar que la diferente gama de colores
expresada en los entes de luz era la manifestación espectral del grado de crecimiento
espiritual de cada ser. Mientras más claros y luminiscentes eran sus colores, más
evolucionado y puro era su espíritu.

Entonces pensé: “el amor de Dios, no es igual al amor humano ya que este es divino,
y si bien todos vamos espiritualmente tras esa luz, el camino no es simple ni corto.
Dios ama como Dios, nosotros como humanos, con un amor divino sí, ya que somos
parte de Él y su esencia es nuestra alma pero nuestro amor tiene un largo camino por
recorrer, por pulir, por aprender. Se aprende de manera más vívida cuando se
experimenta. La práctica, la experiencia nutre, no tanto así la teoría.
Creo que nuestro amor es como una semilla de luz que va creciendo, vida tras vida y
solamente nuestro corazón sabe cuando nuestro presente, nuestra vida, nuestro “yo”
actual la va nutriendo”.

179
Capítulo 10

“Para un corazón libre… la luz del sol no se tapa con un dedo”.

Esa semana pasó y al siguiente domingo, cuando las luces del sol se empezaban a
colar por mis cortinas, me despierta un mensaje al celular. En él decía: “Hola Marce.
Despiértate ¿sí? En unos minutos te llamo. Besos, Andrea”.
No pasaron más de tres minutos y repicó el teléfono con la llamada de Andrea. En
ella me decía que anoche al llegar tarde a casa tuvo una ligera discusión con su padre,
nada serio pero que dio pie para contarle sobre nosotros, que estábamos saliendo
nuevamente. El caso es que su padre le pidió que yo los acompañe a la iglesia hoy
domingo y que quería invitarme después del culto a almorzar con ellos.
Yo acepté, al fin y al cabo era otra razón para ver a Andrea y eso ya era
suficientemente motivador para mí. Minutos luego, mientras me duchaba, recordé los
domingos en los que iba a misa de niño con mi abuela, y después de joven, hace
algunos años, no muchos, con mis padres o solo, en busca de sentir más a Dios. Un
Dios que en ese entonces no me daba ninguna respuesta y al que cada vez que leía en
la Biblia, sobre todo en el Antiguo Testamento, lo sentía más extraño, incompresible y
lejano.
Recordé también las siete cartas que desde lo más profundo de mí le escribí a ese Dios
bíblico, reclamando respuestas y pidiendo sentirlo más en mi vida. De hecho, para
ese entonces ya me había leído varias veces la Biblia, así como otros varios libros
cristianos evangélicos pero conforme más leía, más preguntas, más dudas crecían en
mí. Recordé el frío y muy triste sentimiento que por años caló en mi ser, angustia
sorda pero presente y constante, sentimiento intenso de no ser querido, de no ser
digno de Él, de no ser escuchado, de ser ignorado totalmente y de sentirme
tremendamente solo.

Entonces, también pensé: “Hoy todo eso ha cambiado en mí y no gracias a los curas
católicos ni a los pastores evangélicos y mucho menos gracias a la Biblia. Hoy sé que
Dios está allí, aquí, en todas partes; momentos y circunstancias, enseñándonos lo que
es el amor. Sé que Dios no es una religión, ni exclusividad de ninguna”. Así que me
vestí y salí hacia donde el regalo más lindo que Dios podría haberme dado en esta
vida me iba a estar esperando. Tomé la avenida Javier Prado y por ella de frente,
hasta llegar a la iglesia.

180
Al verme se sonrojó ligeramente, saludándome muy contenta con un sutil besito en
los labios.
Más adelante y después de varios saludos y presentaciones personales, nos sentamos
Andrea, su padre y yo en primera fila casi frente al estrado desde donde empezó la
ceremonia con la infaltable y entusiasta música cristiana. Después de varias canciones
y de dar gracias al Señor, su padre se puso de pie y subió al estrado dando inicio a su
prédica de apertura.

“Esta mañana me gustaría conversarles hermanos del ya mundial e importante tema del
cambio climático, del llamado calentamiento global.
Leí un artículo sobre las causas de dicha manifestación natural y si bien se dice que la Tierra
viene cambiando y cambia de climas y temperaturas de manera cíclica desde que Dios la creó
en el tercer día, también se manifiesta que el hombre es el principal causante de los drásticos y
dramáticos cambios que estamos observando a nivel de todo el planeta. Lluvias torrenciales,
heladas, desbordes de ríos, inundaciones, calor insoportable., sequías, terremotos, fenómenos
naturales, que ya cobran víctimas por miles en todo el mundo.
De esta crisis ecológica, así como de la crisis financiera que también se avecina, se menciona, se
advierte claramente en la Palabra de Dios, en el Apocalipsis, el famoso libro de las
revelaciones, y nosotros como hijos de Adán, hermanos en Cristo y conocedores de esta verdad,
lamentablemente no estamos exentos de culpa. Oigamos ahora a nuestro pastor invitado.
Gracias”.

Después de esta penosa y a la vez cierta declaración se sentó, dejando así a toda la
audiencia muy atenta y predispuesta a la siguiente exhortación.

“Arrepentíos hermanos en la fe. Hermanos, hermanas en Cristo, todo nos dice que la segunda
venida de nuestro Señor Cristo Jesús está más cerca que nunca. Entregad pues vuestras almas
a Cristo Dios y salvaos de la ira de Dios, porque la salvación solo es para los hijos adoptivos de
Dios, para los que en Cristo creen, porque este, siendo el único hijo de Dios, dio de su sangre
para salvación nuestra.
Recordad que cuando recibisteis o recibes a Cristo como tu salvador y crees en Él como el hijo
de Dios, Él que se sacrificó por ti en la cruz por el perdón de tus pecados, Dios Padre te acoge
también como su hijo pero como su hijo adoptivo y te libra de la tribulación final.
Recordad que nuestro único salvador, Cristo, vendrá desde los cielos y segará a la humanidad
separando el trigo de la paja, llevándose a su seno a los que lo aman y lo reconocen como su
único Dios para salvarlos de la gran tribulación, del crujir de dientes, del final de los tiempos y
del infierno eterno.

181
Recordad lo que dice Pablo en Romanos, en su famosa epístola: ‘Solamente a través de Cristo
se llega al Padre y a la salvación eterna’.
Cristo es la paz del mundo, Cristo es la única forma de librarse del infierno y de vivir en amor.
Dios nos llama a ser hijos por medio del reconocimiento de Cristo Jesús, como aquel que nos
libró de la ofensa del pecado con su sangre derramada en la cruz del calvario, como pago de
gracia y por gracia para aquellos que lo aceptan como su salvador. Y es que no es por obras, ni
por la ley de Abraham o de Moisés que somos salvos sino por la gracia de Dios ya que toda la
gloria es de Dios y para Dios en Cristo Jesús.
Líbrate de la seducción del mundo, del consumismo y la vanidad de tu cuerpo pecaminoso. Ten
fe y entrégale tu vida.
¡Ay de todos aquellos que no lo hagan ya que luego, ya muy pronto vendrá el juicio y después,
el crujir de dientes en el infierno para todos los que habiendo oído la verdad no la hicieren!”.

Yo, sentado muy tranquilo junto a Andrea, escuchaba apacible como volviendo a
escuchar un cuento viejo ya conocido al que no le encuentras ningún sentido lógico y
que más bien te suena a una mezcla febril y delirante de partes de la Biblia, semejante
más a una creación hollywoodense que a algo divino o espiritual, la cual termina en
forma amenazante en los escritos de alguien que a sus casi cien años escribió en el
exilio el tenebroso y sombrío Evangelio del Apocalipsis.
Pensé entonces en el concepto de “hijos adoptados de Dios”, concepto por demás
espiritualmente inconexo ya que viene de la cultura jurídica romana y que Pablo,
personaje al que se le atribuye, escribió la mayor parte del Nuevo Testamento sobre la
supuesta verdad, escrita esta después de al menos treinta años de la muerte de Cristo,
sin siquiera haber estado él presente en tales acontecimientos, y toma esta como
palabra para tratar de explicar a su manera, las diferencias espirituales y de
conciencia entre Cristo y nosotros los hombres.

Sé que Jesús habla de amor en los Evangelios y que estos son cuatro, en ellos, Jesús no
habla de hijos adoptivos, ni de que vendrá volando por los cielos. El Cristo de los
Evangelios solo habla de cómo ser mejores hijos de Dios, amando a tu prójimo como a
ti mismo. Pienso que la Biblia debería de constar únicamente de los Evangelios y de
estos específicamente solo lo concerniente a lo que dice Jesús, todo lo demás no lo
enseña Jesús, y Pablo nunca estuvo allí con Él.
Después, pensé en lo increíblemente fácil que ha sido para la iglesia católica y
evangélica echar mano del miedo y de la ignorancia de la gente para mantenerse y
crecer por tanto tiempo, aprovechándose a su conveniencia de escritos, de hecho,
posiblemente proféticos, como fundamentos de una retórica dominante basada en el

182
miedo y en la utopía de una felicidad eterna junto a un Dios de carne y hueso en la
Tierra pero que van en contra de lo es el amor. Y es que ningún Dios de amor podría
condicionar su amor, “su salvación” a la creencia o aceptación de un hecho o
personaje que supuestamente ocurrió y murió por todos en pago a una falta cometida
por un supuesto Adán por culpa de una supuesta Eva. Y si fuera así, pues pienso que
tengo derecho, por justicia, a tener la misma consideración y respeto que tuvieron los
que recibieron de Dios mismo esa supuesta verdad. El esperar que la crea de terceros
y de libros que pasaron de mano en mano no me parece un acto justo, inteligente, ni
de amor.
Además, qué clase de padre enviaría a su único hijo en sacrificio a tal despiadada
paliza y sufrimiento; a morir lentamente y a dejar su dolor y sangre derramada gota a
gota como pago eterno por todos nuestros pecados, siendo nosotros supuestamente
tan solo su creación adoptiva; cómo un padre en un sano juicio sacrificaría a su
propio hijo y todo por salvarnos de las garras del supuesto diablo, ángel caído. ¿Qué,
acaso ese Dios que pintan en la Biblia no es el Todopoderoso?, ¿no tiene entonces el
poder de salvar a su creación sin sacrificar a su propio hijo? Si eso fuera así de cierto,
ese supuesto Dios demostraría con dichos hechos un descontrol de su reino,
incapacidad y su absoluto poder sobre todas las cosas y criaturas quedaría muy en
duda. Un Dios como el que se manifiesta o malinterpreta en la Biblia no es un Dios de
amor y mucho menos Todopoderoso más bien parece ser una burda creación del
hombre en busca de dominio, control y poder. Esto también conlleva una conciencia
separatista, excluyente, en la que solo ellos, los que aceptan a ciegas a ese mítico
Cristo, esa supuesta única verdad, y tal como ellos quieren, tienen el derecho a
salvación a pesar de que ellos mismos reconocen ser igualmente pecadores o en este
caso culpables y toman a Cristo como muletilla discriminadora, constante e incesante
de persuasión y salvación celestial, y olvidan por ignorancia o conveniencia la real
esencia de sus enseñanzas.
Tiempo después terminó la prédica, en la que al final se dieron consejos sobre cómo
ser buenos cristianos a través de acciones que favorezcan a la ecología y al ahorro de
energía en sus hogares y vidas cotidianas. Luego todos salieron a un patio, y este se
convirtió en el punto de encuentro y de socialización en donde daba la impresión de
que la prédica pasó a un segundo o tercer plano, y que no era tan importante para la
mayoría de ellos, como sí lo era el encuentro social, el verse con sus ropas más lindas
e irse luego a pasar un grato día de domingo con toda la familia, con la conciencia
algo así como más limpia y tranquila al haber venido a cumplir de alguna mínima
manera con Dios, aunque luego, es decir, en menos de veinticuatro horas, en muchos
casos, vuelvan a sus mismas vidas tal cual las dejaron antes de oír la prédica. Siendo

183
más claro: retornaron a su verdadero dios, al que sí le dedican la mayoría de su
tiempo, el dios verde del dinero.
Entonces nos alcanzó su padre, venía acompañado del pastor invitado como ya lo
suponía. Se percibía algo de tensión en el ambiente, de modo que nos adelantamos
rumbo a su carro.
Ya en la mesa del restaurante y después de pedir la carta, los platos y de orar por los
alimentos, se dio inicio a la charla, la misma que empezó su padre quien me
preguntó.
— Y… Marcelo, ¿qué te pareció la prédica, el tema de hoy es algo muy serio, esto de
la crisis climática no es un juego, no crees?

Entonces sentado frente a ellos y junto a Andrea respondí que sí que era algo que ya
se venía advirtiendo desde hace varios años atrás pero que recién, a mi parecer algo
tarde ya, se estaba tomando más en serio dadas las dramáticas repercusiones que se
han dado y se dan con cada vez más frecuencia en todo el planeta. Añadí además que
como dice ese dicho: “Un pesimista no es nada más que aquel mismo optimista pero
bien informado” y que a mi modo de ver ya no había marcha atrás. El problema se
manifiesta en todo nivel y todo lugar, es como aquel perro que gira y gira
mordiéndose la cola. El hombre no va a parar de ser un consumista obsesivo, tal vez
hoy y esta semana trate de cambiar en algo sus rutinas y gastos energéticos pero que
enseguida volverá a lo mismo y es que es todo un sistema, toda una manera de sentir
y de pensar la que tendría que dar un cambio drástico y radical que el hombre
únicamente lo hará cuando se vea y se sienta con la soga al cuello, sin más opciones, y
eso vendrá muy pronto cayendo por su propio peso y esto traerá un cambio de
conciencia y una adaptación del ser, como ser de Dios hacia el amor y la compasión
real para con los demás, para los que a ese tiempo sobrevivan.
— Algo pesimista pero interesante tu punto de vista —dijo Fernando, el pastor
uruguayo invitado—. Entonces, dices que ya no tiene sentido alguno ahorrar y
cambiar nuestros hábitos de consumo.
— No, no digo que dejemos todo igual y que se friegue todo, lo que digo es que si los
gobernantes, los líderes mundiales no hacen una reunión seria y consciente, en donde
se trate esto en su verdadera magnitud y se cambie todo el sistema económico,
energético y político a nivel mundial, dejando de lado el capitalismo liberal y
predador así como el consumismo absurdo, cosa que veo realmente poco menos que
imposible, pues las cosas seguirán su rumbo. Ahora, está en uno ser solidario y tratar
de minimizar el impacto. Todo esfuerzo o lucha por ello debe nacer de nuestra propia
conciencia, de nuestro propio corazón, solo digo que las consecuencias de tanto amor

184
al dinero, a la vanidad y al poder, impregnadas en casi ya todas las culturas y que
afectan todas, de alguna u otra manera nuestra vida y terminan por lo general en
contra de la naturaleza, van a traer sus efectos lógicos. La propia naturaleza y esta,
nuestro único hogar hasta ahora, la Tierra, pues van a pasar la factura. Y esa factura la
vamos a pagar todos, es algo irremediable y lamentable, algo que está de alguna
manera vislumbrado en la Biblia, en el Apocalipsis del cual hacían referencia en la
predica. —expliqué calmado.

— Ah Marcelo, me agrada oírte decir eso, que menciones a la Biblia, la Palabra de


nuestro Señor. —intervino el padre de Andrea nuevamente—. Pensé que no creías en
Dios o que creías en Él a tu manera y eso no está bien. Todo eso que dices es cierto, el
diablo sembró simiente de iniquidad en la mujer, en Eva y desde entonces, el hombre
se alejó de Dios prefiriendo el sexo y vivir ajeno a Él y sí, vamos a pagar las
consecuencias de ello pero en los tiempos finales a los que tú haces referencia, el
Señor vendrá por sus hijos y se los llevará para que no sufran toda esa desgracia, toda
esa ira de Dios que se llama tribulación. Supongo entonces que sí sabes esa verdad,
pues es porque has aceptado a Cristo en tu corazón. Me alegra saberlo.
Yo no quise entrar en discusiones estériles que sabía no terminarían bien. Recordé
entonces lo que me dijo Eleazar: “Hay que saber respetar las creencias de cada quien,
todo tiene su momento, no seas impaciente”. Un hombre de su edad más que
difícilmente cambiaría su forma de pensar, así que preferí que él, el padre de Andrea,
pensara lo que quisiera si eso lo hacía feliz.
— yo pensé que eras agnóstico o algo así. De esos que se creen más que todos, al
pensar que la Biblia es solo un cuento —señaló su padre.
— No, no soy agnóstico, ni me creo más que nadie, nací siendo hijo de Dios como
todos.
— De veras me alegra y aunque recuerdo tu actitud estando en la clínica pues ahora
entiendo por qué no me hiciste caso al ofrecerte que recibieras a Cristo. ¡Ya lo habías
hecho! y pues no estabas entonces de humor para dar explicaciones. Veo que mi hija
ha influenciado mucho en ti, te veo cambiado, de otra manera ahora y el que nos
hayas acompañado este domingo en el culto me lo confirma. Sé bien que mi hija es
algo complicada, como toda mujer y que se parece en muchas cosas a su madre pero
también sé que es una buena hija, ella ya es toda una mujercita —expuso mirándola
con ternura de padre preocupado; ella tomó su mano.
— Sí papito, ya no soy una nena pero soy tu hija y siempre lo seré. —Ella comprendía
el sentir de su padre, lo amaba también.

185
Los cubiertos entraron en acción y yo anticipé de inmediato cualquier pregunta más
con la siguiente inquietud, inquietud que todos supongo se han hecho en algún
momento de sus vidas.
— ¿Por qué Dios permite el sufrimiento, las violaciones, matanzas, guerras, cáncer,
etc.? Según ustedes, que de hecho han leído la Biblia muchas veces, lo deben tener
muy claro —pregunté esto queriendo oír cuál era la explicación que me podían dar
desde su perspectiva de Dios y Fernando dejó los cubiertos de un lado y respondió:
— Dios habló de manera muy clara al primer hombre, Adán, sobre los límites o
mejor dicho, sobre el único límite que este tenía, el de no comer del árbol que no se le
permitía, es decir, de tantos miles de árboles solo uno era el que no debía tocar. Eso
limitaba al primer hombre y a la vez probaba su obediencia porque el tipo de
comunión que Adán tenía era relacional, pero con el límite de la obediencia y también
fidelidad; al desobedecer a Dios, esto trajo como consecuencia la participación del
diablo en la vida del hombre, es decir, cuando Adán y Eva le dieron lugar al diablo en
sus vidas, esto se constituyó en darle la legalidad a este personaje quien a su vez
contaminó la esencia primigenia del hombre y colocó esencias de maldad o mejor
dicho, de iniquidad, las cuales pervierten la conducta del ser humano y de allí todo lo
que tú mencionas. No te olvides que aún la misma naturaleza está contaminada por
las esencias de iniquidad, las cuales alteran también todo el sistema. —Fernando
continuó—. En este “nivel”, la participación del hombre ya no es pura como al
principio y de allí que su proceder es la causa de tantas desgracias, pero es porque el
hombre es quien le dio y aún le sigue dando la legalidad al diablo por medio de su
vida, su alma y aún Dios respeta lo que le dio como máximo valor al hombre: la
capacidad de decidir, su libre albedrío. Es por eso que Dios en medio de tanta
desgracia, respeta ese libre albedrío y está a la espera de que el hombre, como al
principio, retorne a su nivel primigenio, pero esto ya es un tema de decisión que el
hombre tome y de esta forma le dé la legalidad a Dios para que se den los cambios
que tanto anhela su creación.
Tampoco te olvides que el hombre tuvo un encargo supremo: “enseñorear” la
creación, administrarla, hacerla que produzca... en fin. Marcelo, este es un tema de
Diseño, Propósito y Destino que se vio alterado por la desobediencia, allí empezó
todo el problema para la humanidad, se salió de los limites y esto trajo consecuencias
que el hombre mismo, hasta ahora se resiste a aceptar. Esto se entiende mejor cuando
por ejemplo nuestro padre nos encarga algo y no lo hacemos, hay advertencia pero
no hacemos caso porque “pensamos” que porque ya tenemos ciertos atributos,
tenemos el derecho de hacer lo que más “nos conviene” y nos salimos del plan
original, el cual responde a un diseño pero que al final terminamos haciendo lo

186
contrario. ¿El resultado? Se llama consecuencia originada ¿Por qué? y ¿por quién? por
el diablo. Entonces, no es tanto porque Dios permita el sufrimiento, es más bien qué
espera el hombre que no hace lo que le corresponde por creación y diseño para
cambiar las cosas. Creo que esa es le perspectiva correcta. Terminó diciendo
Fernando.

— Así es —dijo el padre de Andrea—. No es que Dios permita todo eso, lo que pasa
es que estas cosas son consecuencias del pecado y la tendencia que tiene la
humanidad al mal. De otro modo seríamos robots programados a no pecar y no sufrir
por nuestras malas decisiones.
El ser humano desde Adán decidió dar la espalda a Dios desobedeciendo, Eva se dejó
seducir por el diablo, desde ahí queda demostrada nuestra tendencia al mal. A pesar
de todo eso, Dios nos sigue amando hasta tal extremo que dio a su hijo único para
que muera por nosotros cubriendo con su sangre todo acto de maldad a fin de que
podamos reconciliarnos con Él nuevamente, librarnos del diablo y vivir en paz y
armonía, tal como lo desea Dios.
Entonces, pregunté después de meditarlo por unos segundos:
— Si dicen que todo tiene como base un contexto divino de Diseño, Propósito y
Destino, entonces tendría que entender que Dios ha creado y diseñado todo esto
desde el inicio de los tiempos con el propósito de cernir a toda la humanidad, es decir
que sabe y permite que el diablo tenga ingerencia en el destino y el propósito de la
humanidad, sea este también instrumento de su diseño final; y este diseño sería que
toda la humanidad pase por esta gran prueba hasta que al final de los tiempos, solo
los mejores para Dios, los que reciban a “Cristo” y vivan de acuerdo con una vida
plena en Él, sean los que se salven. Si eso fuera así... pues no estaríamos hablando de
mucha gente, más bien unos muy pero muy pocos. ¿Y qué de todo el resto, se
quemarán por toda la eternidad en el infierno? ¿No creen que si fuera así el diseño
pues no sería algo carente de amor? hay muchísima gente que jamás oyó y otra que
muere sin oír, y otro gran tanto que nunca oirá sobre Cristo.
— La muestra más grande de amor fue dar su vida por otros y para los que nos
hemos apropiado de ese rescate, para los que creemos en Cristo. Nosotros ya no
experimentaremos la muerte espiritual, solo la física y eso quita todo temor a la
muerte. —respondió Mario, el padre de Andrea y Fernando añadió. — Además, el
destino del diablo ya está marcado y su tiempo se le acaba pronto y es por eso que en
estos tiempos, la maldad aumenta tanto como la ciencia también y sus artimañas
sutiles del error están siendo puestas al descubierto más y más, pero en un sentido

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sutil donde los que no creen serán los primeros engañados, los cristianos tibios
también. Por tanto sí… muy pocos son los elegidos y muchos más se quemaran.

Eso sonaba poco lógico, poco divino, más bien una muy ingeniosa creación humana
en donde el propio hombre crea un dios (Cristo) que funcione para sus propósitos;
propósitos de dominio y sumisión a través del miedo y la marginación, condenando a
todos los que se atreven a intentar pensar diferente o fuera de sus prejuiciosas
creencias.

— ¿Por qué un niño, yo, usted y en general todos tenemos que pagar por la falta de
Adán y Eva? —volví a preguntar. Ambos se miraron pero fue Fernando quien
respondió.
— Porque el problema de desobediencia se tornó generacional. Acuérdate que Dios
dijo que habría enemistad de naturalezas, la del diablo y la de la ‘mujer’. A partir de
allí heredamos todos sin excepción las Esencias de la Iniquidad las cuales están
grabadas en nuestros códigos genéticos produciendo en nosotros conductas
pervertidas en todo orden de cosas, tanto en lo moral, sexual, ético, etc. Nuestras
almas están grabadas con estas esencias las cuales son contrarias a las de Dios. Aún
más, puedes darte cuenta que los animales por causa de la Iniquidad son ahora más
feroces... ¿hay alteración allí también, no? Cuando antes, el hombre convivía
libremente con las fieras también, entonces, por ser un asunto heredable y
generacional.

Entonces me pregunté, no sin antes pensar para mí: “Que yo sepa los animales fueron
y son igualmente salvajes y feroces desde siempre, si no fueran así, no hubieran
evolucionado, además estos no son feroces por ser malos, sino por simple y lógico
instinto de supervivencia”. — Teniendo en cuenta que Dios sabía y sabe todo lo que
pasaría y pasará, ¿por qué puso el arbolito allí? Es como decirle a un niño que no
coja el caramelo que está allí. Si Dios lo sabía, por qué hacer esa acción. ¿No te parece
algo mórbida? Entiendo que buscaba probar la obediencia y fidelidad pero si sabes
que tu hijo, tu creación, no va a pasar esa prueba pues no tiene sentido hacerla si
sabes como padre que él fallará —argumenté.

— ¿Algo así como el tomacorriente en una pared que a pesar de que nuestros padres
nos advirtieron de que no metamos los dedos, igual lo hicimos por curiosos y
desobedientes? Si algo aprendí en esta vida es que ‘no puedes saberlo todo’, debemos
enfocarnos en lo vital que es ‘asegurar nuestra salvación’ y eso se consigue solo por

188
fe. —dijo Fernando y continuó. — Una vez que te despojas de toda esa humanidad, el
muerto que cargamos pues ya estamos condenados, y te entregas en completa
sumisión a Dios e invitas a Cristo que ingrese a tu vida, la tome y coja las riendas, Él
mismo te abre el entendimiento y te da una nueva visión del mundo, una nueva
identidad, un propósito de vida… qué más te puedo decir, hay que ser agradecidos
por ser elegidos y rendirse a sus pies —su padre respondió.

Andrea escuchaba atentamente pero no decía palabra alguna y yo, no quise continuar
más. Era un hecho que ellos no creían en la evolución, ni en la reencarnación, ni en el
karma, condicionaban su amor a Dios, a un simple premio y castigo, a un Dios
humanizado que está sentado en un gran trono, cuyas supuestas verdades tan solo
nos dejan imaginar a un Dios que como un niño está jugando con nosotros a los
soldaditos, a los buenos y a los malos y a que su gracia se resume a un simple: “Por
que me da la gana”.

Entonces, intervino Andrea.


— Padre, ¿y si Adán y Eva fueran solo símbolos representativos que personifican a
los primeros seres humanos que creó Dios y el árbol de la desobediencia otro simple
símbolo que representa la naturaleza del hombre por experimentar con todo lo que
llega a sus entornos de vida y el diablo es esa parte intrínseca del hombre que lo
inclina al mal, a ser egoísta como tara o rezago evolutivo de supervivencia; no sería
tal vez esta una forma en la que se quiso explicar las cosas a los humanos de aquellos
tiempos de una manera más fácil de que lo pudieran entender? Pienso esto porque en
esos tiempos no se sabía qué era el ADN, ni lo que es la psicología, el ego, el yo, la
evolución, etc; digo tal vez la misma costilla de Adán representa justamente eso, un
símbolo de que Eva tiene la misma estructura genética que el hombre refiriéndose al
genoma humano; y que el génesis seria un gran resumen del desarrollo físico en la
tierra.

Aquella opinión dejó sorprendido a más de uno en la mesa, sobre todo a su padre y a
Fernando que le respondió casi de inmediato.
— Imposible Andrea, me extraña ese pensar de tu parte. Tú estás sugiriendo que todo
el Génesis no fue algo real, sino más bien un simple conjunto de simbologías. Si fuera
así ¿dónde queda el pecado y el sacrificio de Cristo? —dijo esto, con cara de entera
desaprobación la misma con la que luego miró a su padre como en espera de que le
aclare o reencamine el torcido pensamiento ultra vanguardista de su hija.

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— Hija ¿de dónde sacaste esa idea? El Génesis no se debe poner en duda, esas
corrientes evolutivas que enseñan en las universidades son jugarretas de Satanás para
engañar a la gente y alejarlos de la verdad de su palabra. Allá los que creen en esas
patrañas pero tú, Andrea, ¿qué te pasa hija?, creer eso es negar a Cristo. Discúlpame
hija pero me haces recordar a tu madre y a sus ideas. Mira hija, el demonio es muy
astuto e inteligente, recuerda que él era uno de los arcángeles preferidos de Dios. Él
usa de todo lo que puede para engatusar a los hombres. La única y entera verdad de
Dios y de su reino celestial está en la Biblia, en su Palabra. Allí está todo lo que debes
saber con relación a Dios, todo lo demás es del mundo, o sea de Satanás —le dijo su
padre casi reprimiéndola. A ella no le gustó eso.
— Papá, ok pero ya te he dicho antes que por favor, no te refieras a mi madre de
modo humillante. Ella tenía una manera muy interesante de entender a Dios y no
porque estas hayan sido diferentes, van a estar necesariamente equivocadas. Ella
creía mucho en Dios y eso a ti te consta.
— Sí, Andrea, tienes razón —intervino entonces Fernando—. Yo conocí
personalmente a tu madre, ella era una hija devota de Dios, una cristiana dadivosa y
muy preocupada por los niños pobres y si bien tenía sus ideas, eran solo eso, “ideas”.
Todos tenemos ideas, eso no quiere decir que pongamos en duda que Cristo murió en
la cruz por nuestra salvación ¿verdad? Discúlpame si te hice sentir mal, tú eres una
jovencita muy inteligente y sé que a ti el diablo no podrá engañarte.
Andrea entonces, los miró con gran paz y dijo:
—Sabías padre, hace unos días me pasó algo maravilloso y a la vez revelador, sentí la
presencia del espíritu de mi madre; ella me mostró que Dios esta por sobre todas las
religiones. Esa noche ella me tomó de la mano y viajamos al pasado, por que el
futuro, nadie lo sabe. Me mostró entre muchas cosas como la biblia fue impuesta a
nuestros antepasados con espada y pistola, y como se mataba despiadadamente a los
que no aceptaban a Cristo y a la bíblica verdad. Viajamos por América, África, Asia,
etc. Ella, en espíritu, me mostró que un Dios de amor no aceptaría que nadie por
violencia confiese de su amor; me hizo ver que ese Dios bíblico hizo que toda esa
barbarie sea posible por una simple razón y esa razón es… que ese Dios bíblico no
existe. Me hizo ver además que el Dios de amor verdadero no juega a los soldaditos
con nuestras vidas y que su Gracia Divina no es un simple capricho por glorias; me
mostró además la verdad acerca de Jesús.
— Pero hija…— trató de intervenir su padre pálido del asombro y yo muy
sorprendido la escuchaba en silencio.
— Padre, Ahora me doy cuenta que lo que hace ese libro, entre algunas cosas buenas,
es también hacer ricos a unos pocos y eso no esta bien. Jesús es desde ahora mi fe y

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desde ahora seguiré lo que el en sus palabras trato de decir, yo no creo más en el Dios
bíblico, ahora mi corazón está en el Dios de Jesús, un Dios sabiduría y de amor que
para conocerlo tan solo hay que conectarse espiritualmente con él abriendo nuestro
corazón y dejando de lado todo ápice de egoísmo. Luego mi madre me mostró un
lugar maravilloso de paz y amor, un lugar en donde nuestros espíritus son recibidos
por seres de luz mucho más sabios, los que se encargan de hacernos ver y sentir lo
bueno y malo que hicimos, como en una especie de juicio inmediato, y luego estos
retornan a la tierra para seguir viviendo, experimentando y aprendiendo. Ese lugar
era sublime, lleno de amor y de luz. No creo que debamos de juzgar a otras religiones
o creer en diablos.
— Pero hija el Dios de Jesús es el mismo Dios, de que hablas, ¿estás bien?— expuso
contrariado. Fernando tan sólo movía la cabeza, en claro gesto de desaprobación y
decepción. Ella, muy tranquila, acarició las manos de su padre.
— A ti te consta, papá, que el espíritu de mi madre estuvo triste en casa, y que luego
alcanzó seguir con su camino. Tú en el fondo sabes que esto es así, mi madre siempre
te dejaba pensando con sus interrogantes y respuestas, y tú te quedabas hasta altas
horas de la noche buscando respuestas en la biblia, pero nunca las hallabas, es la
“gracia de Dios” decías. Tú sentías su presencia, me lo insinuabas constantemente, y
yo también sentía su tristeza y su dolor. Ahora la casa esta en paz. Yo se que ella esta
en esa instancia, nivel, dimensión o zona espiritual con mi hermano esperándonos
con toda la paz y tiempo del mundo allá cerquita de Dios; para volver juntos a vivir
otra vida, otra experiencia, otro aprendizaje.
— No se que decirte hija — respondió su padre —solo se que sí la casa está radiante y
que ya no siento esa extraña y triste sensación. Pero…
— No digas más papá, solo puedo decirte que si deseas ver feliz a mi madre no
juzgues, y aprende a dar y a recibir más amor de todos.

Enseguida terminamos de almorzar su padre pagó la cuenta. Luego, abrazó a su hija


con cariño, pero consternado y en silencio. Luego salimos todos del lugar. Con eso
llegué a la conclusión de que Dios, el verdadero Dios y su verdad está en perfecta
esencia en nuestros corazones y nos está siendo descifrada por nuestro espíritu eterno
en nuestro ser físico, a cada paso de nuestra intrínseca e individual evolución
espiritual. Y de que Andrea… era la mujer que más amo.

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“Un corazón hambriento de luz, verdad y pasión”.

“Wake up nene, porfis. Te llamo ¿sí? un bexo.”


Eran las 10:00 del domingo siguiente y ese fue el mensajito de texto que me llegó
despertándome, poniéndole fin a otro de aquellos extraños y ya recurrentes sueños,
los que persistentemente finalizaban con el mar y esa gran ola sobre mí.
Minutos después, rumbo a la ducha pensé en que tal vez la razón de tal extraño
sueño era el hecho de dormir desnudo, volvió a sonar mi celular.
Andrea, en contra todos mis pronósticos, efectivamente, se había quedado en casa y
me llamaba para confirmar su necesidad de ayuda para con la búsqueda de lo que
eran los libros de su madre.

Una hora más tarde, ya bañado, peinado y perfumado, toqué a su puerta. Era un
domingo radiante que le hacia un perfecto honor a su nombre en inglés, un perfecto
día soleado.
Minutos después, Andrea abrió su puerta. Traía puesto un pequeñísimo short de
mezclilla, desgastadísimo y una camisetita blanca con una inscripción en el pecho con
letras rojas que decía: “Jesús loves me”
— Hola Marce — dijo cariñosa, dándome un prudencial beso. Se sonrió y se puso
coloradita al ver mi rostro de embobado al verla tan sexy—. Acompáñame, que si
bien es cierto que no fui al culto con mi padre, eso no quita que leamos un rato la
Biblia hoy domingo.
— A la orden, mi sargentita— dije contento.
Andrea entonces señaló las gradas y nos dirigimos a su cuarto, en donde se acomodó
sobre su ya bien tendida cama y cruzándose de piernas se sentó poniendo la Biblia
frente a ella. Yo me senté mirándola, esperando seguir obedientemente su espontánea
manifestación religiosa, por la cual, al verla tan predispuesta y concentrada sujetarse
el cabello un colette, ponerse sus lentes y erguirse muy derecha, decidí quitarme las
zapatillas y sentarme frente a ella cruzándome de piernas de la misma manera.
— Ya Marce, Eleazar nos dijo que desde ahora leyéramos la Biblia con la mente y
sobre todo el corazón más abiertos, así que eso haremos ¿ok? —dijo con la mirada
sujeta en mis ojos, y abrió las páginas de la Biblia.
— Me parece genial —le respondí—. Además como dice Jesús en la Biblia: “Donde se
reúnen dos o más en mi nombre allí estaré” —agregué con el corazón emocionado de
alegría, al verla tan preciosa, compartiendo un momento tan íntimo y personal
conmigo, sobre todo aquí, en su cuarto y sobre su cama.

192
— Anoche estuve buscando y buscando en la Biblia algún lugar en el que se
mencione el tema de la reencarnación y no encontraba nada hasta que casualmente,
encontré esto en Mateo uno de mis apóstoles preferidos, a ver te lo leo, esta aquí en
Mateo 17.10/13: “Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él
todo lo que quisieron; así también el hijo del hombre padecerá de ellos. Entonces, los discípulos
comprendían que les hablaba de Juan el Bautista.” Está muy claro aquí que Jesucristo se
está refiriendo a que Juan era antes Elías, por tanto, la reencarnación de este ¿no
crees? —indicó—. Pero si lo de la reencarnación es una verdad de Dios, ¿por qué no
está más clara en su Palabra, aquí en la Biblia? — dijo curiosa con gestos de
desaprobación y continuó—. Se que la Biblia tiene muchísimos años, ha pasado por
varios concilios, varias manos, manos a las que no les convenía algunas cosas, como
el que la gente se entere de la reencarnación, ya que esta desvirtuaría muchas ideas
preconcebidas a su conveniencia. Yo creo que el famoso concilio del tal Constantino
se encargó de unir todas las versiones de Cristo que antes de tal concilio eran varias,
¿verdad?, y ponerlas en una sola, endiosarlo a su conveniencia y eliminar todo lo
relacionado a la reencarnación—dijo.
— Sí Reina, te repito yo creo que la Biblia si bien está llena de sabiduría y amor, es un
buen manual de vida, un libro divino en parte lleno de historias, mitos, cuentos y
parábolas que fueron escritos por hombres. No tengo duda que con muy buena
intención en su origen inicial pero que también fue manipulada y acomodada a las
creencias y conveniencias de la gente de la época.
— Si pues, además si crees en la reencarnación, vas en contra de casi todo, y eso
tendría que analizarlo uno a solas. Es algo muy personal pero de plano el cielo y el
infierno como los exponen en los cultos, serían absurdos; la resurrección de los
muertos y hasta la propia resurrección de Cristo no tendría sentido como salvación de
almas ante el diablo y su infierno. En los cultos y misas dicen que uno vive y muere
una sola vez y luego vas a juicio. La reencarnación sería la base del aprendizaje
espiritual, en esta tendrías varias vidas, varias experiencias, oportunidades de
aprender y no hay un juicio celestial de condenación o salvación puesto que el
espíritu se encarna una y otra vez hasta que aprende todo lo que tiene que aprender
y/o pague lo que tiene que pagar. En ésta el cielo y el infierno te los haces tú misma
en vida con las propias buenas o malas acciones de tus vidas anteriores. Eso
explicaría la desigualdad de sufrimientos, las muertes de bebes a días u horas de
haber nacido y que obviamente no tuvieron tiempo de recibir conscientemente a
Cristo, así como la fortuna o muy buena vida que tienen algunos, y es que no es igual
que tu destino merecedor y predeterminado te haga nacer en la pobrísima Zambia
que en suiza o en Perú.

193
Andrea decía todo esto y continuó tratando de administrar sus creencias.
— Yo siempre le preguntaba orando a Dios, tratando de encontrar alguna razón a la
muerte de mi madre. Yo sé ahora que ella está bien y con Dios está en espíritu de
Dios, en lo que podría ser un estado de espera, en una instancia en la que tu espíritu
sería evaluado en función a lo bueno y malo, a su karma, y espera de una próxima
encarnación en una vida acorde a lo que su espíritu debe aprender o pagar.
— Sí — añadí —, es en este momento así como en todo, en que la causalidad entra
místicamente en juego predeterminando donde, como y cuando se desarrollará tu
vida siguiente, así como tu fisiología, a lo que sería un cielo o un infierno terrenal, en
donde gozas o pagas lo que a consecuencia te ganaste por los actos buenos y malos de
tu vida anterior. Eso explica tantas cosas, tantas diferencias. Ya que si solo tuviéramos
una vida, las pruebas de Dios debieran ser iguales para todos mas no diferentes, y
pues está más que claro que unos sufren muchísimo más que otros, por tanto el que
nuestro espíritu viva una sola vez, seria muy muy injusto e inexplicable.
Entonces ella, Andrea con su cerebro a mil por hora expuso una idea lógica y muy
inquietante tal vez.
— Se me ocurre que si es así…y uno paga o goza de sus anteriores acciones, eso
explica el desolado sufrimiento de la gente que muere de hambre y sed, violencia,
torturas, etc. en algunas partes de África, tal vez estas personas de raza negra, en su
anterior vida fueron los nazis blancos que mataron por xenofobia a los pobres judíos
de su época y estos espíritus ahora están allí en África muriéndose de hambre,
pagando por tal genocidio, tal atrocidad, y experimentando al máximo de la injusticia
y discriminación racial que ellos mismos dieron a otros; Y eso también explicaría que
tal vez el sufrimiento de dichos judíos en los campos de concentración se deba a que
estos en vidas anteriores hicieron algo muy muy malo.
— si, de modo que así, el Papa obtendría respuesta a su acongojada pregunta a:
“¿Dios, porqué permitiste que suceda esto?” refiriéndose a los campos de la muerte
judía.
Después de eso, leímos gran parte del Evangelio de Mateo en donde ambos
analizamos cada tema, en especial el referido a la tentación de Jesús al ser tentado,
pero no por el diablo como ser maligno, sino por Él mismo, por su naturaleza
humana, su ego; y al reino de Dios como la instancia final de nuestra evolución
espiritual en la que nuestro corazón se une con el amor más puro de Dios, o en la que
en nuestra alma retorna a la esencia suprema de Dios mismo.

194
Luego, ella me dio la Biblia y yo le dije que entonces la leeríamos al azar. Así que giré
la Biblia entre mis manos y la abrí y esta se abrió en el mejor de los lugares que lo
podía haber hecho. En el Cantar de los Cantares del rey Salomón el cual le pedí que
leyéramos intercaladamente: uno a uno, ella uno y otro yo.
Ella me observó leer el primero, se soltó el cabello y prosiguió con el suyo y así del
uno al ocho, los leíamos y ella por momentos sonreía al igual que yo ante algunas de
las atrevidas frases y oraciones las cuales llenas de romance, amor y deseo casi nos
comprometían sobre su lecho. Hasta que terminamos en el que se llama: el poder del
amor. Enseguida Andrea, totalmente sonrojada tomó la Biblia y la cerró suavemente.
La tomé de las manos, acerqué lentamente mi rostro al suyo y la besé delicadamente
en la frente, diciéndole luego: “¿Oramos?”
Ella aceptó contenta, asintió con la cabeza un sí, e inició con unas muy bellas palabras
— Dios, gracias por todas las bendiciones que me das. Ilumina mi conciencia, dame la
sabiduría y el discernimiento necesario para saber la verdad de tu amor. Guía mis
actos y mi corazón y que toda verdad que llegue a mí sea por tu gracia. Cuida en
especial de mi madre querida y de mi hermanito, de mi padre y de Marcelo, este
traviesito a quien quiero cada día más. Amén
A su término, continué yo
— Yo solo quiero agradecerte hoy por estar aquí, junto a la mujer más linda y especial
en mi vida, el regalito más dulce y tierno que tú me has enviado a quien a veces creo
no merecer. Te pido que la ayudes en todo lo que ella te ha pedido. Gracias de
corazón.
Terminado de decir esto, Andrea estiró sus brazos por sobre mis hombros, y me
abrazó dulcemente.
—Eres tan lindo, te quiero nenito. Expresó cariñosamente.
De tal modo, entonces, expandió y arqueó todo su torso lo suficiente para poder
abrazarme y sujetarse a mí cómodamente, evitando aplastar la Biblia pero por sobre
esta, la que permaneció en medio de ambos. Enseguida, la abracé tiernamente de la
cintura, recibiéndola encantado sobre mí, y apoyando mi barbilla tiernamente sobre
uno de sus hombros pude ver luego, mirando hacia abajo, casi toda su espaldita en la
que casi al final de esta, su tatuaje se extendía coqueto a lo horizontal, bordeando este
el cinto trasero de su shortcito en cuyas fronteras, además, la blanca pretina de encajes
de su calzoncito daba inicio y me permita ver apenas, tras la transparencia de su
delicada tela, la hermosa comisura que formaban sus nalgas.

Luego, me miró con la cara más dulce del mundo y unimos nuestros labios en un
sublime e iluminante beso, lleno de amor y deseo. No importaba ya lo que fuéramos,

195
amigos o enamorados, ello nunca se dijo ya que lo único que importaba era el amor y
el hecho de que nos amábamos. Y aunque ni uno ni otro lo dijo en la oración, ambos
sabíamos de corazón que era así.
— Marce —dijo y me tomó de la mano—, vamos, acompáñame a buscar los libros de
mi mamá.
Salimos entonces de su cuarto y nos detuvimos en la estancia previa que dividía
todos los cuartos, ella entonces señaló el techo, en donde un gancho de metal colgaba,
luego saltó jalando de él y una pequeña escalera de madera descendió.
— Es por allí, hay que subir —dijo y me indicó el camino por el cual empecé a subir—
. Apenas llegues, sobre tu derecha está la luz, enciéndela ¿sí?
— ¿Qué, te da miedo o qué? — le dije, casi al llegar.
— No, para nada, es que quería verte subiendo jajaja —respondió juguetonamente.
Al llegar, encendí la luz. Era un altillo de regulares dimensiones, cuyo techo estaba
conformado por las vigas de madera del mismo techo de la casa, las cuales
descansaban en ángulo por sobre todo el lugar, haciéndolo cálido y acogedor pero
lleno de cajas y libros. El lugar no era pequeño y hacia el final, por donde sería el
frente de la casa, una pequeña ventana doble de cedro y vidrios tipo catedral, se dejó
abrir a mi curiosidad, logrando ver desde allí hacia la calle.
— Vaya, está ordenado, qué bueno —dijo Andrea al subir—, de niña me encantaba
este lugar, era como mi casita de juegos — dijo asomándose por la ventana al igual
que yo.
— Es como un gran palomar ¿no? —le pregunté, mirando de pie toda la estructura de
madera sobre nosotros.
— Sí, era un palomar pero mi papá lo mandó a ampliar. Fue el estudio de mi madre,
aquí ella venía a leer y a pintar. Ahora es como ves, el depósito de todos los libros. Yo
subo cuando estoy deprimida o nostálgica y me pongo a escribir—dijo. El lugar se
mostraba hospitalario como un pequeño invernadero. Estaba templado por los rayos
del sol.
— No sabía que te gustara escribir, yo también lo hacía —le dije, sentándome en el
marco de la ventana viéndola desde allí.
— Sí, a veces escribo. Tengo unos cuantos poemas y algunos cuentos para niños, por
aquí, déjame ver— dijo buscándolos entre las repisas que por ambos lados del cuarto
rebalsaban de libros de todo tipo.

Entonces, ella hizo sus sandalias a un lado, arrimándolas delicadamente con los pies
los cuales se pusieron en contacto directo con el acogedor piso de madera. Sus
deliciosas piernas desnudas se me exhibían preciosas al igual que toda ella.

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Permanecí observándola de pies a cabeza, se empinó un poco entonces, buscando en
lo alto de una de las repisas. Aquel shortcito deshilachado y desgastado le quedaba
perfecto, detallando apretadito sus bellas caderas y su curvadísima cintura, y en su
camiseta blanca se marcaban de manera maravillosa el contorno de sus senos. Era
maravilloso verla; el cabello así sujeto en cola y los lentes le deban una atractiva
imagen de maestra sexy y alumna coqueta. Luego, se fue inclinando hacia abajo
sacando y metiendo libros, sin encontrar todavía sus escritos, escritos que deseaba ver
y leer pero su belleza se mostraba tan a mi alcance que mi cuerpo empezó a
inquietarse y más al verla inclinarse poco a poco y cada vez más en su búsqueda.
— Ay, no los encuentro, Marce—dijo, apoyando las manitos sobre sus rodillas
desnudas.
— No te apures, ratoncita que me encanta verte. Tú sigue nomás — le dije, viendo
como un sueño de niño se me hacía realidad ante mis ojos. Ella se enderezó y giró su
cabeza al oírme decir eso, mirándome sonrojadita y estiró la mano en busca de la mía.
— Sabía que te gustaría verme así, nenito, pero ven, no te quedes allí y ayúdame.
Sus manos guiaron a las mías haciendo que mis brazos la rodeen desde atrás
tomándola suavemente de la cintura. Ella giró un su rostro y me besó dulcemente
para después decirme
— Ves esa caja azul que está allí arriba.
— Sí, claro —le respondí, viendo hacia donde me señalaba.
— Esa es la caja en la que creo deben estar los libros de mamá. Bájala ¿sí?
Lo hice enseguida poniéndola a sus pies. Ella abrió la caja en la que efectivamente
había varios libros que fue sacando y desempolvando. Entre ellos libros de yoga, el
Bhagavad Gita, el Ayurveda y un libro de cuentos Zen, entre otros libros de filosofía
y cultura oriental.
— ¡Vaya, con razón dices que tu mami pensaba muy parecido a mí, si tiene varios de
mis libros favoritos! Solo que los de ella son ediciones mucho más antiguas y están en
inglés —dije emocionado.
— Pues sí, como ya te había dicho mi madre vivió un buen tiempo en la India, fue
misionera voluntaria —respondió sacando un último libro, era una versión clásica
también del famosísimo Kama Sutra.
— ¿Y… este lo tienes también? —preguntó ella. Luego lo limpió y lo puso
desempolvado ya sobre la ruma de libros que se formó entre nosotros.
— Pues sí Jajaja, la verdad sí. Vaya tu papá se sacó más que la lotería con tu mami, eh
—dije, viendo el ejemplar realmente contento y sorprendido. Entonces, ella se puso
de pie.

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— Esos son todos, como verás son varios, ¿por cuál me recomiendas que empiece? —
preguntó.
— Pues no he leído todos estos, pero yo te recomendaría leas el Bhagavad Gita. Es
entretenido y muy profundo. Para mí, el mejor, y si no uno de los mejores libros que
alguien pudiera leer. Los de yoga también son muy buenos. Bueno, todos estos libros
son de lo mejor, son la clase de libros que yo me llevaría a una isla desierta, solo o
muy bien acompañado Jeje —le respondí.
— Ok, pues entonces empezaré leyendo ese. Ahora déjame ver dónde puse mis
escritos — señaló buscando ahora en las repisas del otro lado—. Pero ven, nenito,
ayúdame, me gusta tenerte cerca —dijo cariñosamente y me jaló del piso, logrando
que dejara de ojear el Sutra del amor.

Andrea volvió a hacer que la tomara de la cintura mientras buscaba sus escritos, de
modo que nuestras caderas, se armonizaron perfectamente. La mía, por detrás de la
suya se juntó nuevamente, yo la besé tiernamente en el cuello que libre de cabello era
una suave y perfumada tentación. Ella se estremecía con los dóciles besos pero
continuaba en su búsqueda. Entonces, al sentirla inclinarse ligeramente debido a los
nervios y cosquillas que despertaban su piel, recordé su tatuaje diciéndole
—Ratoncita, no me has enseñado hasta ahora tu tatuaje.
Ella se sorprendió, detuvo su búsqueda y se quedó quieta de pie.
— ¿Cómo, aún no lo conoces?
Dejando encantada que la siguiera besando en el cuello por más tiempo, al mismo
tiempo que su delicada mano se dirigió a mi rostro, acariciándolo suavemente. Y
después se dejó besar por algunos segundos más orientó su orejita hacia mis labios, y
estremeciéndose más.
— Si quieres… conocer mi tatoo pues dale hazlo nene pero antes… dime… ¿Cómo
está de travieso tu soldadito? Porfa, ¿sí?
Aquel pedido hizo que mi corazón, el cual ya estaba acelerado lo hiciera todavía más,
respondiéndole enseguida y sonriendo muy feliz y encandilado.
—Está… muy contento ratoncita.
Entonces ella misma con la otra mano, y permaneciendo de espaldas a mi, se
desabotonó complaciente el pequeño jean de mezclilla.
— ¿Sabes nenito?, me encanta saber que tu soldadito está poniéndose contento, me
encanta. Dale, el tatoo te espera —me susurró de manera cálida y atrevida.
Entonces, bajó lentamente su cierre e hizo que su ajustadito short se deslizara
lentamente hacia abajo, dejándose ver exquisita en aquel justo y diminuto calzoncito

198
blanco encantador que adornaba sus caderas con encajes y transparencias que cubrían
sus nalgas y toda su febril intimidad.
En aquel momento tan solo me quedé viendo su precioso traserito, protegido apenas
por esa ligerísima y fina prenda, lo cual me llenó de excitación y deseo.
— ¡Cielos, ratoncita, qué precioso lo tienes! —le dije susurrándole al oído.
— ¿Te gusta? —dijo coquetísima, tratando de mirarme pero yo la sujeté
delicadamente de la cintura haciendo que se quebrara un poquito más para mí.
Quería ver, posar mi vista en sus caderas, en sus nalgas encantadoras.
— ¿Que si me gusta? ¡Me encanta!, es sensacional tenerte así nena y tu tatoo está muy
lindo también —expresé emocionado, observándolo en toda su expresión, dibujado a
unos centímetros por encima de sus delicioso traserito.
Era un discreto tribal negro con un corazón rojo al medio y a los lados de este, entre
laureles y hojas verdes, el nombre de su madre y de su hermanito.
— Ok, ya lo viste y bien jeje, ahora me toca a mí —dijo sin darse la vuelta pero
buscando con sus manitos el botón de mis pantalones.
— Creo que… debemos… liberar un poco, nomás un poquito a tu soldadito. Debe
estar que se ahoga el pobre ¿No crees? — mencionó juguetona.
— Bueno… la verdad que sí —le dije dejando que sus manitos traviesas continúen,
luego sus dedos fueron bajando de mi cierre lo suficiente para que, al igual que ella
que mis pantalones se dejen caer. Entonces quebró sus caderas hacia mí para rozarlas
y luego frotarlas suavemente acariciando su dulce y juvenil trasero en mi encandilado
miembro una y otra vez por varios segundos, eternos segundos cada vez más
placenteros.

Luego ella se dio vuelta y mirándome directamente a los ojos, puso sus manos sobre
mi pecho, lo acarició tierna y luego bajó lentamente sus caricias, llegó a mi vientre y al
sentir sus manos en mi cintura, yo subí las mías hasta su cabellera de la cual me
deshice del colette que la sujetaba, haciendo que todo su hermoso cabello se soltara
decorando todo su ruborizado rostro. Enseguida, lo acomodé a mi antojo sobre sus
hombros, al mismo tiempo que ella decía tierna, sin dejar de mirarme muy contenta y
sonrojada.
— ¿Me dejas… saludar a tu soldadito? Sé que me debe haber extrañado mucho
¿verdad?
Le dí un beso y le respondí, sintiéndome en el cielo.
— Sí, claro ratoncita, sí te ha extrañado y mucho.
Andrea lo acarició suavemente por sobre mis boxers.
— Uy, está muy, muy despierto, se nota que quiere que lo salude pero…

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Yo seguí acariciándole el cabello sin dejar de mirarle la carita. Entonces fue que bajo
la mirada y al verlo dijo:
— ¿Qué te parece si mejor…lo dejamos libre, libre?
— Como quieras ratoncita, él de seguro se pondrá aún más contento así.
— Eso me gustaría mucho, me encanta verlo muy, muy contento —expresó y dicho
esto, sus manitas curiosas rodearon mi boxer y bajaron de este despacio, centró su
atenta mirada. Su rostro se llenaba de encanto y sin dejar de morderse el labio
inferior lo descubrió para sí, y permaneció en silencio por varios segundos como
cautivada ante mi desnudez.
— Ves nena—dije, luego de unos segundos, con el corazón imparable— ¿te gusta lo
contento que está de verte?
— ¡Sí, qué lindo está, me encanta! —dijo muy emocionada y mirándome otra vez
agregó — Déjame saludarlo ahora, ¿sí?
— Dale, hazlo ratoncita pero…
Sus manos se apoderaron de él, de manera tan suave y placentera que se me hacía
difícil por instantes mantener una oración. Me moría de ganas de dejar que mi lado
animal tome el control y de que mis manos se deleitaran apasionadamente de todo su
exquisito cuerpo pero no lo hacía, inhalaba lento y profundo todo el aire que podía,
exhalándolo consciente y muy despacio controlándome así, dejando que ella siga con
su encantador juego.
— Pero ¿qué? nenito dime, si está tan calientito, y muy durito, me encanta saludarlo.
¡Hola soldadito!, ¿cómo anda? —pronunció tiernamente, enseguida, lentamente se
puso de cuclillas frente a mí. Sus cuidadosas caricias tensionaban por momentos todo
mi cuerpo estremeciéndolo de placer. Entonces, ella al ver mi rostro, continuó
jugando con aquella extremadamente sensible parte de mí y con sus dóciles caricias,
alejó mi bóxer y poniéndose otra vez de pie, preguntó:
— Nenito…sientes muy rico ¿verdad?, creo que mejor dejamos a tu soldadito
tranquilo por un rato, ¿sí o… tú que dices?
— Si tú quieres ratoncita, creo que sí pero para que no se sienta triste y solito, qué tal
si tú…
Andrea no me dejó terminar, me puso un dedo entre los labios silenciándome y
enseguida se deshizo también de su íntima prenda.
— ¿Qué tal si ambos nos quedamos así… desnudos pero solo de abajito, sí? Me
encanta tenerte así —dijo ella dulcemente y luego, se dirigió hacia el hueco de la
escalera colgante la cual subimos y sellamos nuestra privacidad en lo alto de su casa.
Embelesado totalmente al verla le dije tomándola nuevamente de la cintura:

200
— Nena, Andrea, te deseo muchísimo pero no sé… te prometí no…tú sabes… la
promesa.
Ella volvió a silenciarme con sus dedos, sabiendo perfectamente lo que yo intentaba
decir y averiguar. Todo mi cuerpo me pedía poseerla, hacerla mía de una vez y ella lo
sabía, lo sentía, y también lo deseaba. Entonces, respondió mirándome muy segura de
sí y con algunos cabellos que inquietos que pendían sobre su rostro.
— Nenito sé, sé qué deseas, es más puedo sentirlo y verlo—dijo sonriente y
continuó—. No te creas que no te deseo, también te deseo y mucho pero aún no. No
vayas a romper tu promesa aunque te lo pida, al menos todavía no. Permanezcamos
así por ahora, me súper encanta tenerte así, estar así contigo, explorémonos todo lo
que quieras, acariciémonos pero nada más ¿sí?
Entonces, le manifesté algo confundido pero no menos contento.
— Pero… dices que aunque me lo pidas, entonces ¿cómo? Esa parte no entiendo —le
dije y le di un beso. Y ella volvió a ponerse de espalditas a mí, y sin dejar de
acariciarme las manos sobre su vientre, respondió de dulce manera:
—Precioso, cuando realmente esté lista, lo sabrás. Te lo prometo, lo sabrás antes de y
no durante, ¿me entiendes?, confía en mí, tanto como yo lo estoy haciendo contigo,
¿sí?
Era delicioso sentir la tersura de sus nalgas rozándose en mí. Yo entendí
perfectamente. Ella quería disfrutar cada instante cada momento, sin presiones.
Satisfacer sus curiosidades una a una, descubrir pacientemente la sensibilidad de su
cuerpo y del mío, hacer de lo previo todo un placer para luego al estar segura y lista
dar recién el siguiente paso. De modo que cada vez sea algo más memorable y sirva
de experiencia e impulso consciente para el siguiente, en una sublime e intensa
expresión de deseo y amor.
Terminada de expresar sus condiciones, caminó unos pasos lentísimos hacia la
ventana, yo me quedé de pie viéndola, alejarse, viendo deliciosamente el andar de sus
caderas con la colita desnuda, perfecta, firme y preciosa, engalanada además por el
cabello suelto que adornaba su espalda llegaba hasta donde su remerita terminaba,
justo donde comenzaba su espléndido derrier.
Entonces, al saberse caminando sola se detuvo y enseguida dio vuelta para decir:
— Nenito, ven, no me dejes solita, me da un poco de vergüenza que me veas así.
Entonces, sonrojadita tomó mi mano y me atrajo a ella. Llegamos a la ventana y ella
cerró las cortinas que prendían de los lados, haciendo que todo el lugar se pusiera un
tanto más oscuro, mucho más romántico.

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Entonces, nos abrazamos y besamos mucho de manera tierna en inicio y luego cada
vez más intensa, sintiendo nuestros cuerpos en gran parte desnudos tocarse uno
contra el otro. Besos muy apasionados fueron expresándose mutuamente, con más
amor y más deseo a cada segundo. Y todo el lugar se fue llenando de luz, se iluminó
para mí, de tal modo que compartimos un momento maravilloso lleno del más puro y
sincero sentimiento, sentimiento que se afirmaba mutuamente conllevando el
acelerado y enamorado ritmo de nuestros corazones.

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“Horacio, el leucocito valiente”, era el título de uno de los tres cuentos escritos por
Andrea, el mismo que ya en mi cama terminaba de leer, bajo una noche cada vez más
fresca que bordeaba el final del día.
Era la pequeña historia de un glóbulo blanco que muy resuelto y audaz, daba frente a
cuanto germen, bacteria o virus invadía su amado territorio, siempre apoyado por
Sammy, una plaqueta que era la dueña de su corazón. Era una historia tierna para
niños, en la que ella siendo médico, aprovechaba para enseñar de manera gráfica y
sencilla temas sobre el cuerpo, la sangre, el sistema inmunológico, así como lo
importante que es comer y estar bien alimentado.
Entre sus escritos también había varios poemas, la mayoría de estos en borrador.
Todos expresando una sensibilidad y un romanticismo muy propios de ella. Era
maravilloso para mí saber que una mujer con tanta ternura, compromiso y seguridad,
haya decidido abrir sus sentimientos y su sexualidad de manera tan sincera y
desprejuiciada conmigo.

Horas después ya entre sábanas y mientras descansaba del intenso día y habiendo
terminado de leer ya al menos la mitad de sus escritos, sentí las ganas de no hacer
más nada y tan solo volver a recordarla, ya que su aroma estaba aún impregnado y
cautivo en cada línea dactilar y cada poro de mis piel.
El sentirlo a cada respiro, trajo a mi memoria aquel beso memorable en el que
semidesnudos nos ofrecimos y aceptamos mutuamente, y permitirme sentir luego
ella, la suavidad de casi toda su piel tibia, anhelante y especialmente receptiva; sus
glúteos encantadoramente expuestos, libres y exquisitamente tentadores, firmes y
suaves como tierno durazno; al igual que sus muslos, y su fino vientre, por el cual
mis caricias descendieron lentamente perdiéndose sutiles, precavidas y gentiles entre
lo más delicado e íntimo de su cuerpo, allí donde toda la humedad y todo el calor de
su deseo se condensaban.

202
Recordé luego, sus senos los que no me dejó acariciar a voluntad, al ser la parte más
sensible de su cuerpo, según me hizo saber y notar, zona adorable que al apenas
rozarla ligeramente, la estremecía intensamente de placer. Parte magnífica, que como
frutos embriagadores de deleite, no los dejó a la libertad de mis caricias, los mismos
que guardó, protegió pero apenas y lo necesario para no perder el control, al sentirlos
ella tan ansiados por mis caricias y mis besos. Senos preciosos que me estuvieron
prohibidos al más leve tacto, mas no a verlos, y es que sí, me dejó ella muy traviesa
que los viera, levantándose a mis ruegos la camiseta por momentos, por muy escasos
segundos en los que su sonrisa complaciente y mi deseo encaprichado por ellos,
llegaban a acuerdos solemnes de futuros encuentros prometedoramente más
desinhibidos. Senos de miel que ahora sujetos en mi memoria puedo volver a verlos
con tan solo cerrar los ojos, tal y como ella me decía al mostrármelos risueña y
juguetona: “Bueno, míralos un ratito para que nunca los olvides “
Y es que en estos también se daban claras muestras de lo que mis caricias y las suyas
en mí, estaban provocando en el íntegro de su cuerpo. Tal fue así que vívidamente
recuerdo tenerla frente a mí, con el cabello suelto, sujetándola dócilmente de la
cintura, acercándola firmemente hacia mis caderas y ella descubriéndoselos por unos
instantes, y así, tenerlos frente a mi rostro, desnudos y maravillosamente erguidos,
los mismos que al apenas acariciarlos con la cálida brisa de mi aliento, al soplarlos,
ella suspiraba estremecida, descolgando su cabecita hacia atrás llena de placer,
entregándose rendida a un pronto, inesperado y sublime final. Aquel momento fue
soberbio, lleno de luz, ella se abrazó fuertemente a mí y luego sonreímos muy
contentos; mutuamente satisfechos.

Después de recordar aquel fascinante momento, encendí mi portátil como otras


noches en las que antes de dormir a veces coincidíamos en la red, en el mensajero, al
igual que esa primera vez, separados por miles de kilómetros de selva, al estar yo en
Brasil. Veces en las que al estar ya ambos en Lima, charlábamos de coqueteábamos y
en algunas otras encandiladas noches nos desinhibíamos del todo, y jugábamos a
intimar a la distancia. Veces que ayudaron en gran parte a conocernos más
abiertamente y en muchos aspectos. Veces en las que la comunicación se vio muy
favorecida abriendo la ventanita de lo que enamorados nos permitimos hasta este
momento. Veces en las que el tema de la masturbación fue ampliamente debatido, y
pasó entonces a ser valorado como un placentero acto previo de exploración y
conocimiento compartido de nuestros cuerpos, acto de expresión de amor y caricias,
el mismo que al hacerlo juntos dejaba de ser una práctica egoísta y solitaria y por

203
tanto, lo suficientemente aceptable y agradable para ambos. Así convinimos que nada
de lo que se haga con amor y bien común podía ser considerado pecado, malo o bajo;
menos aún si el acto, sea cual fuere estaba exento de todo egoísmo.
A toda esta conclusión y acuerdo llegué con Andrea gracias a su especial e inteligente
manera de saber escuchar con tolerancia y cariño, sin prejuicios de ningún tipo, con el
claro objetivo de ver las cosas de manera más humana y razonable, para llegar a
despercudir todos los sentimientos de culpa que nos podrían hacer sentirnos mal. Y
es que la culpa, el temor y demás prejuicios religiosos son taras sociales de los cuales
muy pocos logran librarse: “Si el dar y recibir placer es un pecado…la ignorancia
ciega e insensible ¿qué es?”

204
Capítulo 11

“Deseo abrazarme a tu espíritu y sentir un beso de tu alma”.

Los planes estaban listos. Andrea y yo habíamos decidido despedirnos del verano,
con todo un fin de semana en la playa. Pensamos salir el viernes temprano por la
mañana después de sus clases.
La semana había pasado volando, no nos vimos mucho. Ella con su trabajo y
estudiando en semana de exámenes y yo en la oficina. Aquel viernes, llegué a su
universidad antes de las 09:30. Andrea ya había terminado de dar su último examen y
me esperaba frente a la puerta principal de su universidad Traía un par de cuadernos
abrazados a su pecho y entró enseguida al carro, nos dimos un beso y de allí, a su
casa en busca de recoger sus cosas para el viaje.

Ya en la ruta, a cien kilómetros por hora, Andrea miraba hacia fuera, dejando que el
aire que se colaba por su ventana le alborotara del cabello.
— Anoche, orando, le conté a mi madre sobre nuestro viaje y tuve un sueño muy
lindo con ella y con mi hermanito. A ellos también les gustaba mucho la playa y
viajar, sobre todo a mi madre —dijo Andrea, enchufando al equipo su IPOD, el cual
sacó de su bolso, de tal modo que una larga secuencia de canciones románticas nos
acompañó kilómetro a kilómetro del viaje, el que nos hizo realmente corto y
entretenido ya que ambos cantábamos cada canción a nuestro desinhibido estilo, aún
sin sabernos del todo las letras.

Ella traía el cabello sujeto en parte por una pañoleta color carmín, unos pantalones
amplios, frescos de algodón con diseños Bali de flores y una playera corta azul de
manga corta ceñida al torso. Yo, mis adorados jeans gastados y una camisa blanca, y
es que aunque oficialmente estaba terminando el verano, el calor todavía se dejaba
sentir.
Nos sentíamos felices, sonriendo y cantando, dejándonos llevar por la música y su
mística atracción y así muy pronto llegamos a una finca Hare Krishna en busca de
alimento.

A la entrada nos recibieron amigablemente dos jóvenes y sencillas señoritas de


humildes pero coloridos ropajes, las cuales nos indicaron dónde dejar el coche y

205
luego, nos llevaron con ellas. El lugar estaba rodeado de pequeños huertos, senderos
de tierra, uno de los mismos dejaba verse llegar hasta la playa misma, la cual no
estaba nada lejos. En medio de todos los cultivos, se apreciaba un conjunto de
singulares edificaciones, todas de forma ovoide alargada, unas más grandes que
otras, pintadas de colores tierra y blanco de estilo tribal. Semejantes a chozas indias
pero en forma de cúpulas de material noble, con puertas curvas, sobre las que
simbologías hindúes de colores, las diferenciaban unas de otras.
Todo el lugar estaba rodeado de árboles y plantas cuyos verdes colores hacía de este
paraje, un oasis ecológico al borde mismo de la playa.

Andrea y yo caminamos de la mano, atentos a todo, dejándonos llevar por las dóciles
anfitrionas, las que nos llevaron enseguida a la parte central del complejo en donde
una especie de rotonda ceremonial descubierta al cielo daba cupo a todos sus
aldeanos, los que estaban sentados alrededor de lo que sería su sacerdote. Todos
cruzados de piernas en pleno ritual de meditación, cantando sus mantras y
elevándolos al cielo, acompañados de inciensos, percusiones musicales de platillos,
tambores y retumbantes y sincronizados oms. Las guías nos ubicaron al borde final
del círculo conformado por una treintena de personas, todas sentadas y descalzas,
cosa que a Andrea le agradó, la misma que sin el más mínimo reparo se deshizo
también de sus sandalias, y me indicó enseguida, contenta, que no me demorara
tanto en hacer lo mismo.
Entonces Andrea, me sujetó de la mano y se dirigió conmigo hacia él diciéndole al
llegar:
— Buenas, recién llegamos hace un rato. No sé si usted podría ayudarnos, nos
interesaría saber de alguien que nos pueda brindar alguna clase o sesión de yoga, y
también quisiéramos luego, conversar con alguien sobre espiritualidad, espero no sea
molestia —le preguntó al maestro cortésmente, el cual acomodándose los ropajes le
respondió afirmativamente, y luego de caminar juntos por un sendero entramos a
uno de los habitáculos, en el cual, mientras esperábamos, el maestro nos explicó a
pedido de Andrea, el significado del ritual, el que específicamente mencionó se
trataba de una ceremonia de limpieza, en el que los arroces tirados por cada persona
y quemados en el fuego significaban parte del karma personal de cada uno que
simbólicamente era quemado en las brazas del incienso y bajo los mantras en el
nombre de Krishna, su Dios.
Minutos después, entró otro maestro, uno mucho más joven, el que ha pedido de su
maestro más veterano nos invitó a participar en una sesión de yoga corporal la cual se
llevó a cabo bajo una gran caverna enclavada sobre las orillas del mar.

206
Aproximadamente una hora después y al término de la sesión, fuimos invitados a
pasar a una gran mesa en donde una gran variedad de platillos netamente
vegetarianos se nos dio a elegir. Andrea probó y probó casi de todos, haciendo
comentarios graciosos sobre su sabor y los buenos que son para mantener la figura y
la buena salud, de tal modo que todos disfrutaban de las sonrisas que provocaba con
sus gestos y juguetones movimientos. Ella decía que tenía que bajar al menos un par
de kilos, cosa que no solo para mí resultó incomprensible ya que su cuerpo si bien no
era flaco, era lo suficientemente delgado para hacer de ella una mujer realmente
atractiva mire por donde se la mire. Ella para mí ya era sublimemente perfecta, mujer
a la que cada día y a cada segundo apreciaba y amaba más, si es que sentir aún más
amor era posible. Cada sonrisa, cada gesto y movimiento suyo me hacía el hombre
más afortunado del mundo al saberla conmigo y enamorada de mí.

Tiempo más tarde y después de haber terminado el saludable almuerzo, pasamos a


conocer los huertos, siempre acompañados por algún complaciente y solícito
miembro de la comunidad. Andrea se mostraba muy interesada en todo lo que veía y
le llamó mucho la atención la austeridad y sencillez de todos ellos, así como la
complacencia y delicada amabilidad con la que éramos atendidos.

Se percibía claramente una sumisa resignación a llevar una vida metódica y


extremadamente sencilla o un desapego deliberado e inteligente hacia lo vano y
material, como opción voluntaria de vida. Un especial sentimiento de compromiso y
ayuda que por cierto era parte de su personalidad, la motivó a ayudarlos en cuanto
veía que podía hacerlo, no solamente en colaborar con el recojo de platos y demás
utensilios, sino también luego, al recorrer los cultivos, metiéndose a contribuir de
alguna manera en la cosecha de papas y demás tubérculos y hortalizas que veía a su
paso.

Afortunadamente el sendero nos llevaba metro a metro hacia la playa, en la cual


Andrea al verla, no espero en despojarse del pantalón para quedarse en bikini e ir a
refrescarse del intenso calor dejando que las olas le cubrieran los pies. Estando allí,
jugueteamos un momento, salpicándonos con el agua, correteándonos los dos y yo
tras ella para sentirla, abrazarla a mí, sonriente ella al llenarla de cosquillas. Luego,
Andrea me volvió a tomar de la mano al escuchar que nos llamaban a participar en
una práctica de Tai-Chi, a la cual fuimos enseguida.

207
Terminada esta, y después de que Andrea experimentara intensamente lo que es la
práctica de una consciente y correcta respiración, así como de lograr un placentero
relajamiento corporal, pidió que por favor, le enseñaran alguna forma práctica y
sencilla de meditar, la misma que pacientemente nos fue dada por uno de los
maestros de yoga, quien encantado por la gracia y el muy convincente interés por
aprender, en especial por parte de ella, permaneció con nosotros dos por mucho más
tiempo, mientras respondía a las inquietudes religiosas de Andrea en base a la
sabiduría espiritual de la cultura Veda y su muy convincente y espiritual propuesta
filosófica de vida.

<====>

“besándonos bajo la luna con el corazón en el cielo”

Velas encendidas de variados colores y de diferentes fragancias iluminaban nuestros


lechos. Andrea y yo decidimos quedarnos y pasar la noche en la finca. Nos ubicaron
solos a los dos en una de las cúpulas para parejas. El recinto circular y pequeño,
albergaba dos cómodas colchonetas de esponja al ras del piso separadas apenas por
un tapiz bordado a mano; una mesita de noche de madera en la cabecera de ambos
para compartir la luz y un mueble velador a los pies cubierto de cera derretida y más
velas.

Todos se fueron a dormir temprano como era su costumbre pero no sin antes realizar
una escueta ceremonia, también a la luz de velas, a una imponente y resplandeciente
luna llena.
Para nosotros era temprano. Andrea no tenía sueño muy por el contrario seguía llena
de curiosidad espiritual. Fue entonces que repentinamente me pidió las llaves del
coche y al rato regresó con su Biblia, escogió el lugar más iluminado de su cama y se
puso a buscar y buscar totalmente compenetrada. Yo simplemente la vi y estando
realmente cansado me le quedé viendo lo precioso que se la veía con el cabello suelto
a la luz de las velas, hasta que sin darme cuenta me quedé dormido.

—Marce, nene, nenito, mira, escucha lo que dice Jesús, escucha ¿sí? —dijo de pronto
Andrea y me despertó muy emocionada y leyó: —. “…Nicodemo le preguntó: ¿cómo
puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su

208
madre y nacer? Respondió Jesús: en verdad, en verdad te digo que el que no nace del agua y del
espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del
espíritu, espíritu es. No te maravilles que te dije; os es necesario nacer de nuevo. El viento
sopla de donde quiere, y oyes su sonido pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo
aquel que nace del espíritu… Juan 3.3-8”.

Ves aquí está, para mí está claro. Jesús le está diciendo a Nicodemo que en realidad
somos espíritus y que tenemos que volver a nacer, reencarnar, siendo espíritu. Separa
carne de espíritu. Además, hace clara referencia a que nuestro espíritu tal como el
viento nace en carne pero sin que se sepa de dónde viene o a dónde va, refiriéndose
obviamente a él. Eleazar tenía razón, para ver los misterios de Dios en la Biblia, hay
que leerla abriendo un poquito más la mente y sobre todo abriendo el corazón,
dejándose llevar por nuestro espíritu —dijo mirándome maravillada y continuó—.
Aquí hay otra de Jesús, escucha: “…El reino de Dios viene a ser a manera de un hombre
que siembra su heredad; y ya duerma, o vele, noche y día el grano va brotando y creciendo sin
que el hombre lo advierta. Porque la tierra de suyo produce primero el trigo, la hierba, luego la
espiga, y por último el grano en la espiga. Y después que esta el fruto maduro, inmediatamente
se echa la hoz, porque llegó ya el tiempo de la siega… Marcos 4,26-29.”

En este, hace clara referencia a que nuestro espíritu está aquí para crecer, aprender y
después de esto la siega, siega como cosecha del fruto ya maduro. Yo creo que está
claro, nuestro espíritu pasa por varias etapas, encarnaciones hasta llegar a ser un ser
de amor total, tal como Jesús lo es, y la siega es la unión, el reencuentro final con
Dios.

Pensé entonces: “¿Sería posible que tales textos hubieran pasado desapercibidos a los
falseadores de los Evangelios, al no comprender por ignorancia espiritual lo que
realmente quería dar a conocer Jesús?”.
— Marce, me siento tan contenta, emocionada —Andrea expresó enseguida—. Es
verdad, si uno lee la Biblia desde una perspectiva más amplia en espíritu y abre su
corazón, puede llegar a entender muchas otras cosas, ahora sé que uno no debe creer
ni seguir a ciegas todo lo que le dicen. A Dios hay que buscarlo, en todas partes esta
Él, no solo en la Biblia, pero yo a mi Biblia la quiero mucho —dijo apretándola
tiernamente contra su pecho para después agregar—, pienso ahora que la Palabra de
Dios sí está aquí en la Biblia pero está escrita para el entendimiento de cada ser en
particular. Me explico, Jesús habla en parábolas, parábolas fáciles otras complicadas,
y otras frases que nadie entiende, sobre todo las gnósticas, es por eso que en

209
oportunidades Jesús dice: “el que tiene oídos que oiga”. Me refiero a que el ser humano
no es ni será el mismo con relación al paso del tiempo, como más o menos decía
Eleazar: “El hombre de los primeros tiempos no tiene el mismo entendimiento
espiritual que el de ahora, cada persona va creciendo espiritualmente y hay verdades
en los Evangelios que serán entendidas y aceptadas conforme vayamos creciendo”.
Por ese motivo la Palabra de Dios es eterna. Yo sí creo en la reencarnación ahora y me
alivia mucho entender lo que te acabo de leer.

Entonces, la tomé de la mano y salimos. La finca carecía de luz eléctrica, pero desde lo
alto la gran luna llena embellecía la noche iluminando lo necesario para guiar
nuestros pasos. Permanecimos un tiempo en silencio, caminando despacio,
acomodando nuestras ideas, hasta llegar a la playa, caminando descalzos sobre la
arena:
— Andrea —le dije—, yo pienso que las creencias religiosas son algo muy personal,
algo que debe respetarse y me preocupa el haber influido de alguna manera en ello
en ti ya que mis creencias no son necesariamente la verdad y esta solo se sabrá
cuando uno de los dos muera. Yo, tú o cualquiera en el mundo jamás estará cien por
ciento seguro de su verdad. Yo creo lo que creo, porque así me lo dice la lógica de mi
cerebro y el sentir de mi corazón, y me alegra que vayamos pensando igual pero
también de cierto modo me preocupa.

Mientras yo le decía esto, Andrea escuchaba en silencio, y respondió después de unos


segundos:
— Entiendo tu temor, te preocupa estar equivocado y que por tu culpa yo me gane el
infierno. Pero escúchame, yo he sido una cristiana desde que tengo memoria, mi
padre es pastor evangélico, la Biblia ha sido desde siempre parte de mi vida pero soy
una persona inteligente y yo al igual que tú, y que muchos otros, tenemos
inquietudes y dudas, y es porque lo que se dice en la Biblia muchas veces no va de la
mano con lo que uno realmente espera al entregarle toda tu confianza. La fe es la
confianza o creencia en algo que no puedes demostrar, lo sé, pero también pienso, sé
que Dios debe ser justo. La vida está llena de pruebas, cuando te pasa algo malo, o
muy malo aún siendo cristiana, te preguntas por qué, y te responden que son pruebas
de Dios y yo siempre lo aceptaba, pero al mismo tiempo me preguntaba, sobre todo
desde que murió mamá, si son pruebas, y si todos los cristianos, somos los elegidos
de Dios, por qué unos sufren más que otros, por qué hay pruebas más grandes para
unos y más sencillas para otros. No le encontraba justicia a eso, “son pruebas de fe” te
responden, pero si Dios te da la fe entonces uno no entiende, o llega a pensar que a

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más fe, mayor es la prueba entonces ¿mayor el sufrimiento? Pero la vida misma te
dice que tampoco es así. Conozco gente de mucha fe que no sufre tanto como otras
que ni la tienen e igual se las dan de pastores. Además, si fuera esa la razón pues
preferiría no tener fe para no sufrir y ese tampoco es el caso.

La arena estaba tibia al igual que su mano y sus palabras. Ella continuó:
— Siento que en estos días mi fe está más fuerte que nunca pero ahora veo las cosas
de otra manera. No temas por mandarme al infierno, sé que me amas y que esa no
sería tu intención. Pienso ahora y lo reafirmo después de leer mucho y meditarlo por
mucho que el cielo y el infierno están dentro de lo que tengamos en nuestro corazón,
de lo que provenga de este hará de tu vida un cielo o un infierno. El reino de Dios
está aquí y allá en todas partes, pienso también que Satán o el diablo que menciona
Jesús es nuestro propio ego. Pienso que muchas de las palabras de Jesús en la Biblia
fueron dichas para lograr un cambio en los corazones y en la conciencia de la gente
de ese tiempo. En ese entonces, había muchas cosas como el ADN, el ego, la
evolución, el espíritu mismo, cosas que la gente de ese tiempo no hubiera
comprendido, cosas que fueron planteadas con simbologías para que pudieran ser
entendidas: el Génesis, el infierno, Satanás, el reino de Dios. Pienso que el pecado está
relacionado al karma y que la reencarnación es algo real: un acto entero de amor por el
cual al ser espíritus, logramos ir creciendo en amor y en la Biblia está claro para el
que quiere entenderlo. Hasta pienso que tal vez, y solo tal vez, el Santo Espíritu de
Cristo podría haber sido antes Krishna, es decir la última encarnación de Dios mismo
en la Tierra. ¿Por qué no? Ambos centran su mensaje en el amor, en el espíritu, en
Dios, solo que Krishna es más antiguo, en carne que Cristo, más no en espíritu.

Entonces, al legar al final de la playa nos detuvimos y le dije, acariciando sus mejillas,
jugueteando.
— ¿Puedo entender entonces, Andrea, que no te importaría irte conmigo para allá
abajo y por toda la eternidad, allá, donde las brasas son eternas?
—Pienso que si uno cree en Dios y no cree en la reencarnación, se llena de dudas y
conflictos de fe, así que no temas, en todo caso y si estamos equivocados, pues sería
muy romántico quemarnos ambos en el infiernillo de Satán jeje.
Terminó y dijo sonriente, mientras se abrazaba a mí. De tal modo que Dios, la luna, y
nuestros espíritus fueron testigos de nuestra confesión de fe.

Estando allí, iluminados por la luz de la luna llena, de pie, a orillas de un silencioso y
calmo mar, abrazados, besándonos, sintiendo lo tibio de las aguas sobre nuestros pies

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descalzos y el contento de nuestros labios, dejamos que nuestros ojos se miraran hasta
más allá de nuestros cuerpos, hasta nuestros corazones, allí donde nuestras almas
laten luz de amor.

Fue entonces que Andrea me quiso dar una noche inolvidable, esa que mi cuerpo
anhelaba tanto. Tiernamente me tomó de las manos haciendo que mi rostro se uniera
al de ella, juntando nuestras frentes, buscando luego pegar su naricita a la mía, sin
dejar de vernos a los ojos. Enseguida, ella retrocedió medio paso hacia atrás y se
desprendió de su camiseta, dejándome apreciar la perfecta belleza de sus senos, libres
y perfectos.
— Nene, esta noche… es la noche perfecta, la que yo esperaba —expresó dulcemente
tierna sin dejar de verme a los ojos.
Entonces, sus manos se encargaron de desnudar mi torso también, y entendí
perfectamente a qué se refería. Luego, volvimos a besarnos y tomados de la mano
salimos unos metros hacia las arenas secas, en donde me permitió desnudarla y ella a
mí para luego volver al mar, en donde estuvimos por mucho tiempo inspirándonos
bajo la majestuosa luna, sintiéndonos bajo la tibieza de las aguas, sorteando enlazados
las tímidas olas que movían nuestros cuerpos, uniéndose estas al amoroso jolgorio de
caricias y besos que recorrían apasionadamente nuestros cuerpos. Su piel, sus besos
sublimes, encantadores, su cuerpo totalmente desnudo se llenaba del mío; nos
disfrutamos en su totalidad y aceptamos ambos las caricias del otro sin medida ni
freno alguno. Era maravilloso estar allí con ella, llenándonos de ternura y pasión,
iluminados ambos con luces que emanaban cada vez más intensamente desde
nuestros corazones y en compañía de la luz de la luna en el cielo. Sus senos cada vez
más erguidos y bondadosos, me eran ofrecidos espléndidamente; los acaricie
tiernamente con especial cuidado y paciencia; me deleité de ellos poco a poco, al
saberlos su punto más sensible.
Era muy excitante ver su rostro travieso expresar placer en cada una de sus sonrisas,
en cada una de sus tiernas miradas y la sensualidad de sus hombros adornados por la
largura de sus ondeados y mojados cabellos. Sentir sus manos todavía más traviesas
allí donde les gustaba estar, allí donde me hacían rendirme de placer y provocar en
mi cuerpo todavía más pasión, aún más deseo, enseguida acaricié dócilmente la
redondez de sus nalgas, su vientre y todo su delicado, candoroso y anhelante sexo
hasta hacerla suspirar una y otra vez. Entonces echados en la orilla desnudos ante
Dios, ella se acomodó suavemente sobre mí, puso sus manos sobre mi pecho e
iluminamos todavía más, y solo para nuestros ojos, la noche. Y a cada movimiento
suyo más y más luz rodeaba nuestros cuerpos. Yo dentro de ella y ella en mí como

212
una sola esencia. Sus senos bailaban erguidos en suaves movimientos pendulares al
ritmo de nuestro deseo, húmedos en sal y dulzura, los probé y besé a mi antojo, ella
lo disfrutaba tanto y muy expresamente. Luego unimos nuestras manos y ante el
rosar de nuestros sexos, con cada vez mayor pasión y frenesí, finalmente
resplandecimos en un iluminante y espléndido clímax de entrega y amor.

Aquella noche bajo la luna, y luego nuevamente sobre un lecho de ropas y sobre la
tibieza de la arena su carne y mi carne fueron una, y ella fue enteramente mía y yo
enteramente suyo en cuerpo, en alma y en espíritu. Esa noche mientras nuestros
cuerpos se unieron sublimemente, yo abracé su espíritu y ella besó mi alma.

<====>

“Almas felices, cuerpos calientes, espíritus libres. Verdades de amor…”.

A la mañana siguiente despertamos abrazados el uno frente al otro. Habíamos dejado


la puerta abierta debido al calor y a la emoción que nos había suspendido en una de
la más bella expresión de amor. No nos despertaron al vernos profundamente
dormidos y compenetrados, nos dejaron dormir. A los pies de la unión de nuestras
camas, un desayuno y unas flores. Entonces, recordé maravillado, haber retornado
pasada la media noche con ella de la mano, y haber orado desnudos a Dios sin
vergüenzas ni sentimientos de culpa y es que nuestro amor venía de Dios mismo, del
destino, de siempre y para siempre en un compromiso grabado y sentido desde el
corazón, con un lazo de unión voluntaria, más íntima y trascendente que nosotros
mismos, ya que nuestros espíritus se sabían, se amaban, venciendo todo prejuicio
humano existente. En nuestro mirar, se hablaba de confianza, de respeto, de amor, se
tenía a Dios como el mayor y único testigo de fe en nuestros corazones y aunque
nunca hablamos de ello, ella y yo lo sabíamos, lo sentíamos de verdad. Sin embargo,
al mismo tiempo el volcán de pasión y de deseo, alimentado en cada una de nuestras
miradas y respiros quemaba nuestra piel, erizaba nuestros vellos a cada casual roce o
cercanía, al acomodarnos para desayunar, al darnos de comer a la boca, al mirarnos,
al tocarnos. Era un sentir constante y envolvente, romántico y creciente, algo bello,
que tanto a ella como a mí nos gustaba disfrutar, sentir, alimentar; mantener en
aumento, en cada movimiento corporal o gestual; y dilatarlo segundo a segundo;

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haciendo que espere hasta más no poder como en un cándido y progresivo juego de
seducción.
Aquella apuesta de atracción, aquel señuelo encantador del que ambos queríamos ser
presa y caer lentamente, nos volvió a unir apasionadamente una vez más, hasta que
más no pudieron nuestros cuerpos. Luego salimos, ella se puso una falda amplia y
larga de verano con sutiles bordados a mano, su cabello en cola y una camisetita corta
rosada que marcaba sus esplendidos senos y dejaba su ombligo libre al viento.

Más tarde, después de almorzar en la finca y de despedirnos de todos por allí, nos
enrumbamos hacia el monumento del Cristo redentor de Barranca, a más de 100
kilómetros de donde nos encontrábamos. En el transcurso del viaje, acordamos que
yo manejaría primero hasta que me aburriera o deseara descansar, Andrea en tanto y
ya en la carretera volvió a sacar su Biblia y bajando un poco en volumen de la radio se
puso a leer en silencio. Minutos después, dijo señalándome una parte de su Biblia:
— Mira, preciosito, escucha lo que dice Jesús en Mateo 5. 3: “…Bienaventurados los
pobres en espíritu porque de ellos será el reino de los cielos, bienaventurados los que lloran…
Los mansos… los misericordiosos…los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios…”. Este
texto en particular — explicó—, y sobre todo cuando se refiere a los pobres en
espíritu, siempre me tuvo intrigada, y por más que mi padre me decía que se refería a
los humildes pues no me convencía, ya que si así fuera, diría humildes. La humildad
es algo que Jesús pide y menciona con bastante frecuencia pero ahora lo entiendo
claramente. Jesús se refiere a que su reino es posible para todos hasta para los que ni
le conocen, hasta para los que ignoran su esencia espiritual, hasta para los malos,
materialistas o duros de corazón ya que estos serían los más pobres en espíritu. De
modo que todos tendrán la oportunidad en alguna de sus próximas vidas, de
despertar a la verdad de su condición espiritual y crecer así hacia Dios. ¡Qué linda
expresión de amor, qué bella manera de demostrar paciencia para con todos! —dijo
muy contenta, complacida de lo que su corazón le revelaba y continuó—. Y eso, se
daría la mano con esto en Hebreos 9: “…y de esta manera que está establecido para los
hombres que mueran una sola vez y después de esto a juicio…”. Está para mi muy claro. Se
está refiriendo a la muerte del cuerpo mas no la del espíritu. El espíritu es eterno, este
iría encarnándose y yendo después de cada vida terrenal a lo que sería un juicio
inmediato en donde se le haría saber a su espíritu sobre las cosas buenas y malas que
hizo, aprendiendo de ellas, para así volver a ser carne, ser otra persona, otro hombre
con el mismo y eterno espíritu el mismo que llevaría una vida acorde a su karma. De
tal manera que iría purificando su ser, es decir, su espíritu. Creo que estamos aquí
para servir, tal y como lo hizo Jesús. Servir al prójimo, y mientras no aprendamos eso,

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lo cual es una muestra perfecta de entrega y de amor, volveremos a encarnarnos una
y otra vez hasta el final de los tiempos en donde sí será el juicio final del que hablan
Juan y Pablo.

Era tan interesante oírla mientras manejaba, me hacía pensar. Además, ella estaba
interpretando en la Biblia cosas que yo no pude ver de esa manera, puesto que para
mí, la Biblia era y es un libro inspirado sí, por Dios, en lo que a amor se refiere pero
de ninguna manera la verdad absoluta y menos si se tomaba de forma literal, como
muchos fundamentalistas que dicen llamarse cristianos suelen hacerlo.

Andrea estaba aprovechando todo su conocimiento bíblico inculcado por años para
unirlo de manera tan natural y sencilla con los conceptos orientales de reencarnación
y karma. De manera que el añorado reino de Dios dejaba de ser algo abstracto y
surrealista para ser algo real, posible y actual, ya que se daría en nuestra propia
conciencia, en nuestro propio corazón, dejando así de ser solamente una promesa
dada y esperada desde siempre al decir Jesús: “El reino está pronto pero ustedes no lo
quieren ver”. (Gnóstico). Jesús, pienso para mí, siempre habló enseñando sobre el amor,
el corazón, el espíritu y el alma. Ahora Andrea me daba otro concepto, el servicio y
era verdad, según la Biblia, Él vino para servir, para enseñarnos con su ejemplo de
entrega y sacrificio lo que era servir y darse por entero por el bienestar del prójimo.
Era realmente conmovedor, escucharla, y aprender de ella., sentirnos unidos en una
búsqueda espiritual que nos vincule mutuamente y con Dios. Fue entonces y después
de varios kilómetros de recorrido que Andrea bajó la mirada y viéndose el busto por
sobre la camiseta se preguntó bromeando tiernamente con lo absurdo de su
cuestionamiento.
— Crees que en una próxima vida, Dios me dé un cuerpo más… discreto, digo… sin
tanto…
— Jajaja. —No pude evitar reírme ante su inquietud, ella traviesa buscaba saber qué
pensaba, qué le iba a decir sobre su busto, su especialmente sensible y cálido busto—.
Ni que fueran tannn grandes preciosita, además, en todo caso si consideras que esa
encantadora parte de tu cuerpo es una especie de karma, pues yo estaría dispuesto a
serte muy solidario y sin reclamos acompañarte en tu dolor y ¿te reconfortaría eso? —
le respondí, mirándola y mandándole un beso sonriente por los aires.
— Nnn. Yo… déjame pensarlo —respondió en un inicio engriéndose para luego
abrazarse de mi brazo y decirme. — .Pues sí nene, me encanta estar contigo, es tannn
rico, además lo hacemos con amor, muchísimo amor. Te amo nene —dijo dócilmente.

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Enseguida, me abrazó intensamente, sentí sus dulces labios en los míos. Disminuí
entonces la velocidad al ver su mirada coqueta posarse sobre mí, sentirla traviesa y
verla luego, de reojo, despojarse de sus calzoncitos y acomodarse la falda para subirse
sobre mí. Entonces, nos besamos nuevamente y a un lado de la carretera y volvimos a
hacer el amor.

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Capítulo 12

“Destino…”.

La noche oscura, la radio encendida y ella, Andrea, dormida sobre mi hombro. Por
delante, una larga pista de asfalto entre nosotros y nuestros hogares, la misma que se
acortaba lentamente, metro a metro, por debajo del coche. Se sentía algo tan bello
tenerla acurrucadita dejándome sentir su ser y su confianza en el sublime calor de su
cuerpo junto al mío. La habíamos pasado como una luna de miel y no podía sentirme
más feliz. Recordé entonces sus labios, sus ojitos y todas sus sonrisas; recordé los
momentos antes de partir, la recordaba caminar por la playa buscando conchitas en la
orilla, con el cabello suelto en un pequeñísimo bikini rojo y lo precioso que se
acomodaba este en sus caderas, así como su lindo detalle al lucir para mí, esa súper
ajustadita camiseta, la misma que volvió a usar en la playa, y yo alucinado con su
belleza mientras la tenía y luego al quitársela al ir a refrescarse en el mar. Luego, me
puse a pensarla en el futuro: mía, siendo viejitos. Entonces al seguir con mis manos en
el timón, y al ver en mi muñeca la pulsera de conchitas de mar que me hizo ella
mientras charlábamos sobre la arena, cuando el sol reinante comenzaba a despedirse
en el horizonte, pensaba en que si no fuera por Dios y el destino al permitirme
conocerla tras ese accidente pues ella no estaría aquí conmigo, dormidita,
brindándome, al sentir de su respiración y de su calor junto a mí, tanto, pero tanto
amor.

Entonces, con las estrellas en lo alto, la sentí inquietarse y sollozar, murmurar entre
sueños y agitarse, bajé un poco la velocidad, para prestarle más atención pero no
podía entenderla, segundos después se agitó aún más. Estaba teniendo una pesadilla.
Comenzó a llorar dormida.
—Andrea—le dije con intención de querer despertarla—, Andrea, despierta.
Sus manos se aferraban a mi brazo fuertemente. Entonces, la pista se inclinó en bajada
llegando a un serpentín de curvas en donde me era imposible parar. Sujeté el volante
con una mano y con la otra le acaricié la mejilla, estaba húmeda, mis dedos se
mojaron en sus lágrimas. Intenté parar pero la vía era doble con un carril de tránsito
de ida y otro de vuelta. Tras de mí un bus de pasajeros me dio alcance lo que no
permitía parar al no disminuir su marcha.

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Pasé un par de curvas y volví en mi intento de sacarla de ese sueño. Le di unas
dóciles palmadas en la mejilla sin conseguirlo. Entonces, la bocina del bus resonó
presurosa. Pasé una curva más disminuyendo en algo la velocidad, un viento
húmedo y frío ingresó bruscamente por la ventana de Andrea, lo que me hizo saber,
tras ese giro, que había llegado a la parte del camino en donde marchábamos entre
rocas de cerro pelado de un lado, el izquierdo y el precipicio hacia el mar, del otro.
La bocina insistía desde atrás y la ventisca fría ingresaba rauda a cada curva a la
izquierda que daba. Andrea no dejaba de sollozar. Bajé mi mano derecha en busca de
su pierna y disminuí la marcha todavía más, llegué a su muslo, lo apreté y palmeé
suavemente.
— Andrea, amor, despierta, amor, despierta nena. Dije.

Las luces bajas y altas del apresurado bus iluminaban por momentos todo el interior
de mi coche y su insistente bocina me presionaba constantemente. De pronto, Andrea
por fin se despertó, asustada y llena de llanto. Me miró confundida, limpiándose los
ojos, retomando conciencia a su despertar y enseguida aquel rostro de confusión y
pena se llenó de un creciente terror y muy alterada gritó, llena de espanto:
— ¡No, no puede ser! ¡Detente amor, detente por Dios! ¡Detente, he tenido un sueño
horrible! — Seguidamente miró ella hacia la pista totalmente desesperada, sus manos
se aferraron nuevamente a mi brazo y su mirada entonces se clavó en la mía, llena del
más intenso pavor —. Te amo — Con una mirada rendida como sabiendo lo
inevitable fue lo último que su boquita pronunció para mí. Una luz enceguecedora se
apareció repentinamente, otro bus de pasajeros en sentido contrario invadió nuestro
carril y nos impacto frontalmente. El chirriante frenar crispó la pista y un impactó
seco hizo salir despedida a Andrea contra la pista. Su cuerpo salió junto al vidrio del
parabrisas, e impactó bruscamente antes contra una saliente de piedra a un lado del
precipicio. Casi inmediatamente, asustado, herido y lleno de angustia salí enseguida
por mi ventana rogando al cielo por ella mientras rodeaba mi carro en su búsqueda,
hasta que caminando a duras penas llegué a ella. Su cuerpo, ensangrentado sobre la
pista aún respiraba, su rostro intacto miraba hacia el cielo con los ojos abiertos,
perdidos.

De la parte posterior de su cabeza y de su espada emanaba muchísima sangre. No


sabía qué hacer, sabía que no resistiría, que la iba a perder. Lloré, entonces,
mirándola, arreglándole el cabello con un nudo en el pecho que me estremecía de
impotencia y de dolor al saber que no podía hacer ya nada, al saber que el amor de mi
vida ya no estaría más.

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Sequé entonces las lágrimas de sus ojos y lloré desconsoladamente junto y abrazado a
su cuerpo. Segundos después convulsionó ligeramente entre mis brazos y su
espíritu… su espíritu salió lentamente, desprendiéndose de su ya flácido cuerpo
frente a mis ojos, en una luz blanca y celeste como el cielo de primavera que se elevó
y elevó alejándose más y más hasta perderse en la negrura de la noche.
Me incorporé entonces, arrodillándome a lado de su cuerpo inerte, tomé una de sus
manos. Estaba tibia. Me incliné y bajé sus párpados cerrando sus ojos para siempre.
Quise entonces correr y tirarme por el precipicio hacia las rocas del mar y morir, e
irme con ella pero no lo hice, no tuve el valor para hacerlo y tan solamente lloré. Lloré
desde lo más profundo de mi ser.

<====>

“Cuando mi corazón llora, mi espíritu… se alivia”.

Tirado en mi cama con la mirada perdida en el techo en la luz del foco, pensando,
lleno de una tristeza sin fin. Había pasado tres días ya desde el accidente, mis padres
llegaban de rato en rato en busca de animarme, me traían comida y bebida intentando
darme consuelo. No había ido a trabajar en días y les preocupaba mi estado.

No había podido dormir desde aquel sábado por la noche, desde entonces, durante
todo el camino de retorno a Lima y hasta este momento no dejaba de pensar en lo
sucedido.
No podía creer que algo así me estuviera sucediendo, era como estar en una pesadilla
macabra e inmisericorde de la cual deseaba, añoraba despertar en cualquier momento
y sentir el cálido cuerpo de Andrea abrazado otra vez a mí, pero ello no sucedía ni
sucedería ya. Sentía un vacío inmenso, un dolor agobiante y estremecedor cada vez
que mi raciocinio me recordaba que esto por desgracia, no era una pesadilla y que
Andrea, el amor de mi vida se había ido para siempre. Sentía con amargura que me la
habían arrancado de mi vida, sentía una mezcla insana de profundo dolor, insufrible
pena y conmovedora nostalgia desgarradora en todo mi ser, sentía que la razón se
tambaleaba en mi conciencia y ponía en serias dudas absolutamente todas mis
creencias, llegué a pensar ilógicamente, tras un comentario llegado a mí del
destrozado padre de Andrea el cual manifestó que lo sucedido, no era más que el

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castigo de Dios contra nosotros por haber viajado solos en busca de intimidad, a lo
que él llamó airadamente fornicación, pecado.

Tales palabras se clavaron en mi pensamiento, llegué entonces a cuestionarme yo


mismo, me preguntaba constantemente si es que Dios sería capaz de castigarme de
esta manera tan cruel por pensar, creer y poner en tela de juicio y en duda la base
teológica de las creencias cristianas, la Biblia y su supuesta palabra; o si es que el
diablo, con el beneplácito de ese dios represivo, me estaba así demostrando su
existencia, quitándome para él, para su infierno a la persona que yo más amaba.

Tales pensamientos me atormentaban, me llenaban de ira contra mí y contra ese dios


fundamentalista, contra ese dios bíblico en el cual yo ya no creía desde hace mucho,
pero que se hacía presente al no encontrar razones ni explicaciones ante las causas de
mi intenso sufrimiento. No las encontraba porque el dolor era muy grande y el
trauma muy intenso y las huellas en infancia y adolescencia de mi base religiosa
católica de entonces, volvían a mí como martillazos que clavan culpa y temor, y
sumergían mis creencias en aguas movedizas cargadas de dudas y quebranto
Respiraba profundo y caminaba por mi cuarto como loco tratando de hallar
respuestas. Luego, más tarde por el parque, de noche, descargué en lágrimas
silenciosas parte de mi desbordante pena, pensé por qué Dios me haría esto, por qué
a mí, por qué así, por qué se la llevó a ella y no a mí, por qué no a ambos, por que no
se puso el jodido cinturón, por qué tremendo castigo.
Aquellas preguntas me asaltaban incesantes y por más que trataba de echarlas fuera
de mí, estas volvían en embates despiadados constantemente. Sentía que en cualquier
momento perdería la razón. Más tarde con las manos en los bolsillos, la barba de tres
días y el desvelo marcado en mi rostro, ojeras y llanto, me senté en una de las bancas,
pensando en quitarme la vida, y es que el corazón me dolía de tanto sufrir, de tanta
nostalgia, de tanta pena, que me olvidé por momentos mis creencias y el decir de mí
corazón, ya que este, se encontraba silenciado, opacado y oprimido por el
desconsuelo y la confusión de una mente, mi mente enfrascada en un tormento que
parecía interminable.

Mis dudas y preguntas se atropellaban en mi cerebro en una lucha encarnizada e


inclemente, a igualdad de condiciones y sin tregua. Tales se repetían y repetían: “por
qué, por qué”… taladrándome, atormentándome. Preguntas que obviamente el dios
bíblico de los fundamentalistas judeo cristianos no me respondía. Preguntas que si
eran esperadas de esa fuente nunca llegarían, a no ser que uno termine diciendo: “Por

220
mi culpa. Me castigó dios y su diablo por atreverme a pensar y a cuestionar su
absoluta autoridad”, la misma que está armada por la ira y la gracia de ese Dios, Dios
al cual habría que temerle, luego temerle y después de tanto temor, amarle, bajo la
estructura morbosa de un amor condicionado al castigo o al premio. ¿Sería así acaso?
Me preguntaba una y otra vez.

Decidí entonces volver a mi departamento, estando allí tomé una botella de pisco y la
abrí vaciando todo su contenido en grandes tragos dentro de mí. Quería adormecer
mi cuerpo, acallar mi mente y buscar valor para hacer lo que mis instintos más
profundos y primitivos me digan.
Un trago tras otro inundaba mi conciencia. Desconecté el teléfono, apagué mi celular
y cerré la puerta con llave. Andrea llenó todos mis pensamientos, pensé en ella como
lo que fue, la persona más tierna, amorosa y sensible, aquella que me lo había dado
todo, todo en cuerpo y alma. Recordé entonces todos los momentos que pasamos
juntos, recordé su sonrisa, sus labios, su cuerpo y su mirada dulce.

La pena y el quebranto se volvieron más urgentes más imparables, más sentidos, y


desborde otra ves en llanto, en un llanto incontenible que servía de expiación, de
ligero alivio, hasta que el alcohol rápidamente adormeció mis pensamientos, mis
actos y caí tirado sobre mi cama para luego quedarme enteramente dormido.

Entre sueños volvió a mí la extraña cara de Eleazar, esa cara de pena con la él se
despidió de nosotros; cara que sabía de este desenlace pero que no quiso, o no pudo
mencionar, tal vez porque se trataba de algo irremediable, algo que ya estaba
predeterminado en nuestro destino.
— Sabes nenito, anoche tuve un misterioso sueño con mi madre —dijo Andrea con las
manos en el volante al haber tomado el manejo del coche camino a casa, justo
después de haber estado en la playa, para que yo aprovechara en descansar antes de
que caiga la noche. La luz del sol en ocaso entraba por mi ventana luciéndola
completamente. Ella sonreía, sentada, manejando con el cabello suelto, aún húmedo,
la piel de su rostro coloradita, bronceada, portando sus lentes de sol.
— ¿Así y qué soñaste?, ¿cómo que misterioso? —le dije preguntándole
despreocupado, recostado en el asiento, laxado por el mar.
— Fue algo muy fugaz pero extraño: ella, mi madre, me traía un vaso de agua pero yo
a pesar de que me moría de sed, no se lo quería aceptar y entre el dármelo y negarme,
el vaso calló y se rompió en el piso. Entonces, ella me abrazó muy fuerte y yo a ella.
En ese momento desperté, tú dormías plácidamente, y yo enseguida, después de

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tomar agua, volví a dormirme pensando en ello ya que una sensación muy triste me
recorrió por todo el cuerpo. No sé por qué le negué ese trago de agua — narró
Andrea, al contarme su sueño entonces.
Terminado ese recuerdo, dentro de mi embriaguez, el tiempo volvió más atrás de
manera fugaz e inesperada. Ahora yo estaba solo, sentado a orillas del mar
recordándola con tristeza, mirando además las olas y las grandes nubes blancas del
cielo. Aquellos repetitivos sueños en los que aquella descomunal ola se yergue frente
a mí, amenazante. De pronto, la preciosa silueta de Andrea se interpone a mi vista,
ante las olas, ante el mar. Ella venía caminando, calmadamente, hacia mí en su bikini
rojo y su camisetita justa y al ombligo, encantándome paso a paso, seguidamente toda
ella, hermosamente bronceada, se detuvo a mis pies y mirándome con un rostro lleno
de amor y nostalgia, se sentó a mi lado ante mi sorpresa y tomándome de las manos,
me besó, juntó antes nuestras narices como a ella le gustaba. Entonces, tomó una
pluma blanca de gaviota y se puso a dibujar y a adornar nuestros nombres en la arena
diciéndome:
— Amor, sé que esto es muy triste y que te estás sintiendo muy mal, sé que tu
cabecita no sabe qué pensar y que quisieras que esto no haya sucedido. Sé también
que en este momento piensas que estás soñando y sí, lo estás, pero yo estoy aquí en tu
sueño, por mi deseo de estarlo, es mi espíritu quien esta aquí para recordarte y
también para despedirme; quería mostrarme ante ti como quisiera me recuerdes.
Quiero que borres de tu mente toda imagen dramática y perturbadora y la cambies
por este momento.

Dicho esto Andrea sujetó delicadamente mi rostro acariciándolo y volvió a besarme


con aquella ternura sublime y encantadora tan propia de ella.
— Mi amor —prosiguió mirándome a los ojos—, yo tampoco hubiera querido pasar
por esto, tú lo sabes pero tienes que recordar, tener en mente siempre que nuestro
destino, aquel que tú y yo allá en el cielo acordamos, tenía que cumplirse, tenía que
seguir su camino en este sacrificio de amor. Sacrificio mutuo que busca y tiene como
mira el volver a encontrarnos para siempre, para la eternidad, juntos. No solo en
cuerpo y carne, sino en espíritu y alma y sin que ya otra vez, tu karma o el mío,
vuelvan a separarnos.
Luego, ella fijó aún más su mirada en mis ojos y poniendo especial énfasis señaló:
— No te atormentes más pensando en que Dios te está castigando, no es así. Te lo
digo yo, escúchame, recuérdame, escucha tu corazón y todo lo que hemos aprendido
juntos. Allí está la verdad, allí está Dios. Después de este trance tú y yo estaremos
más juntos que nunca y eso será para siempre, será majestuoso y divino. Por eso

222
amor, toma conciencia de la verdad que hay en tu corazón y cumple con tu destino,
con este karma. Recuerda que es un sacrificio, una entrega de ambos en esencia
espíritu y a los ojos de Dios.
Dicho esto, sus ojos se llenaron de lágrimas.
— Te amo. No caigas en mal, confía en Dios y no dejes de hacerle caso a tu corazón.
No dejes que esto sea en vano. Te espero ¿sí? — dijo tierna.

Dicho esto, sus suaves manos dejaron las mías y poniéndose de pie, su hermosa
figura se fue alejando, caminando hacia las aguas del mar desde donde al posar sus
pies en este, giró por última vez y mirándome desde allí, se limpió las lágrimas de los
ojos y enviándome un beso a la distancia, desapareció ante mi conmovida pero mansa
aceptación.

Segundos después, la colosal ola estaba allí sobre el horizonte y frente a mí, enorme,
monumental, cubriendo en su inmensa altura al mismo sol, cuyos rayos eclipsados
por esta, nublaron todo a mi alrededor. Mi cuerpo se estremeció hasta los huesos y
toda esa descomunal muralla cayó reventando estrepitosamente sobre mí.

Desperté entonces en sobresalto. Era casi de madrugada, las cortinas de la ventana se


batían sobre los pies de mi lecho cediendo la entrada a un cálido viento del sur, cuyos
aires respiré con una sosegada y nueva paz interior, con mucha pena aún, pero sobre
todo con resignación. Pensé con aceptación en el reciente sueño, en cómo su madre se
había hecho presente también en sus sueños en lo que sería un recuerdo o fantasía
creada por mi cerebro por efectos del alcohol, alcohol que ya, después de pasadas las
horas había dejado mi cuerpo y me permitió poco a poco aclarar todas esas imágenes
en mi cerebro.
En todo caso, aquello llegó a significar para mí que su madre, el espíritu de ella
intentó darle a través del vaso de agua y de su aceptación una posible salida a ese
destino y que el espíritu de Andrea no aceptó e interpuso el amor y el compromiso
espiritual ante todo. Pienso que su espíritu esperó por el mío, se unieron antes de esta
vida, allá en el cielo, en el tránsito previo ante Dios, en lo que para Andrea sería el
juicio o etapa espiritual previa a cada nueva encarnación, aquella en la que las vidas
que llegan a su término, en la que nuestros espíritus ponen en balanza de justicia todo
lo bueno y malo que se hizo, toda acción e inacción realizada y todo lo aprendido y
dejado de aprender sobre la entrega y el amor, para luego, en ese estado de espera,
tomar conciencia espiritual de todo aquello y esperar volver a otra oportunidad, a

223
otra experiencia de vida terrenal para así poder seguir creciendo espiritualmente
hacia Dios.

Pienso que Andrea esperó allí por mí y desde allí ambos, en espíritu, elegimos este
destino, este sacrificio para pasar juntos a lo que asumo sería otro plano espiritual,
otro peldaño en la escala del amor. No hay nada más sagrado que el sufrimiento, tal
vez mi karma era mayor que el suyo y este sufrimiento es el efecto y el camino a
unirme con ella para alcanzar el nivel de crecimiento de su espíritu y poder así,
después de esta vida, no solo vivir juntos en carne, sino en la sublime mira de crecer
juntos en carne y en espíritu, y poder así llegar ambos de la mano ante la luz divina
de los ojos de Dios. Andrea se había entregado a mí. Se había despedido en carne mas
no en espíritu, y me dio así, antes de partir, en estos días con ella, un obsequio de piel,
de amor y de sublime pasión. Al pensar en esto, sentí alivio y mucha paz proveniente
de mi corazón. Era como si una verdad cegada por el dolor y la confusión se
comenzaba a abrir paso, llenándome de mucha tranquilidad, aceptación y
resignación. Ahora estaba en mí el seguir con mi vida, llevar esta por senderos de
amor, compasión, entrega y servicio, generando karma positivo, sin dejar de lado la
siempre presente la ley justa y divina de la causalidad eterna para que el sacrificio de
Andrea no sea en vano y pueda pronto volver a su lado.

De repente, me di cuenta que ya había amanecido, los pajarillos cantaban fuera y la


luz del sol ingresaba a mi cuarto tratando de secar mis lágrimas, calmando aún más
mi resentido corazón. Me incorporé, sentándome en la cama, y pensé entonces si esto
no sería tan solo otro sueño más con Andrea y la posible necesidad de mi mente de
buscar respuestas lógicas que acallaran mi dolor.

Entonces, sobre mi ventana, a los pies de mi lecho, una colibrí. Una coqueta colibrí de
plumas azules y pecho amplio se posó inesperadamente; me observó esta de frente
por unos segundos, dio un salto osado sobre mis sábanas, de allí voló hacia mi mesa
de noche; se posó sobre la foto de Andrea, desde donde se elevó en vuelo dando un
giro juguetón por toda la habitación, para enseguida acercarse a mí. Luego, sobrevoló
frente a mis ojos detenida, sumisa en el aire a fácil alcance de mis manos por un par
de segundos, luego se me acercó aún más y en un instante mágico tocó, beso, mi nariz
con su pequeño pico; su pechito se iluminó para mí y Seguidamente salió traviesa
nuevamente hacia el cielo.

Fin.

224
“Somos espíritus teniendo una experiencia terrenal que al habitar en un cuerpo, entramos
también en un juego de deseos necesidades y miedos producto de nuestra propia evolución
terrenal y espiritual”.

Dícese que de años después, ambos se encontraron en espíritu allá en el cielo, y se


iluminaron de amor al verse nuevamente juntos, y ella lo llevó por diferentes lugares
del universo, y vieron juntos todas las maravillas de la creación: galaxias, infinidad de
estrellas en novas, súper novas; viajaron por increíbles manifestaciones estelares, por
confines del cosmos en contaste creación; y vieron colores maravillosos, mixturas sin
fin y planetas muchos; vieron además que cada planeta, habitado por algún tipo de
vida, emitía una intensidad de luz, una coloración diferente, y que cada variación
lumínica era determinada por el grado de amor que emitían sus seres, en espacial de
los más evolucionados.

Y dícese que ambos, luego de ese viaje, se presentaron ante espíritus blancos, puros y
de extraordinaria paz, y que detrás de estos una gran luz de amor lo irradiaba todo, y
que esa luz era como un cálido y reconfortante aliento, un abrazo del más puro amor;
dícese que estando allí podía sentirse que la presencia misma de Dios estaba muy
pero muy cerca.

Frente a estos espíritus santos de luz se determinó su pronto retorno a la tierra;


determinaron su siguiente nacimiento físico: en que parte del globo, y con esto su
raza, religión y cada aspecto fisiológico, social y cultural del cual fueron merecedores
y por ende les permita crecer espiritualmente en pago, disfrute, sufrimiento o gozo
terrenal; así también se establecieron las pruebas y satisfacciones de las cuales
tendrían que aprender. Y es que cada espíritu determina su próximo destino y éste es
aprobado por Dios, es por eso que el sufrir es sagrado y diferente en cada ser, al igual
que el gozo.

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Dícese además que mucho tiempo después ambos llegaron de la mano a ser espíritus
blancos, maestros, y que tiempo después llegaron a ver a Dios, a vivir eternamente en
luz y por fin en su más íntima e infinita presencia.

“Dícese que Dios vive, experimenta, infinidad de vidas a través nuestro, que nos
acompaña y siempre esta con nosotros en cada vida ya que él esta en nosotros
siempre y que nosotros somos parte de él. Somos una luz, una semilla que va
creciendo en busca de religarse con su gran luz, con la esencia creadora, con el gran y
auténtico amor, con Dios.”

<====>

“La historia del hombre


es el esfuerzo del espíritu
Por liberarse y conseguir su libertad”.
Hebel Georg Wilhelm Friedrich

Mis especiales agradecimientos a todos los que me hicieron las cosas más difíciles y
sobre todo a los no confiaron en mi. Un perdón a mi familia, en particular a mi
madre.
Miguell.
Geminix_ip@yahoo.com

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Índice

Capítulo 1………………………………………………………………………Página 5
Dos latidos, dos espíritus. Un nuevo inicio, un mismo amor.

Capítulo 2………………………………………………………………………Página 23
Luces de Dios que vienen y que van, que no nacen ni mueren.

Capítulo 3………………………………………………………………………página 51
Un encanto y luego un lamento.

Capítulo 4………………………………………………………………………página 56
La belleza de un cuerpo a través del sol…espíritus besándose.

Capítulo 5………………………………………………………………………página 73
Un maestro y su voz… sosiego.

Capítulo 6………………………………………………………………………página 88
Rumbo a Brasil, memorias ocultas de un pasado lejano y remoto.

Capítulo 7………………………………………………………………………página 113


Llamados del destino.

Capítulo 8… ……………………………………………………………………página 150


Destinos marcados, amores de antes.

Capítulo 9………………………………………………………………………página 169


Confusiones, dilemas previos….después de la hora más oscura, sale el Sol.

Capítulo 10… …………………………………………………………………página 180


Para un corazón libre… la luz del sol no se tapa con un dedo.

Capítulo 11… …………………………………………………………………página 205


Deseo abrazarme a tu espíritu y sentir un beso de tu alma.

Capítulo 12… …………………………………………………………………página 217


Destino.

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