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Revista Matices. Año 22, N° 251. Junio 2012.

4 de junio, día de la música de los cuartetos


La fiesta inolvidable

Viaje al centro del baile cordobés. A 12 años de la muerte de “Manolito” Cánovas, fundador de
Trulalá, la orquesta sigue vigente. Semillero de artistas reconocidos, Trulalá marcó el rumbo de la
industria del cuarteto. Una crónica desde adentro.

Por Javier Quintá


Fotos: Fernando Bordón

Es la una de la mañana. La Humberto Primo es un desierto acostumbrada al tránsito de las horas


pico. Antes de cruzar La Cañada, sobre la vereda, la gente hace fila amuchada contra la pared hasta
las boleterías. Dos o tres tipos con impermeable esperan la orden para correr las sogas de los
barrotes de la Sala del Rey. Minifaldas, mucho escote y maquillaje. Gel, camisa y jeans. Mujeres y
hombres, ambos por igual, aguardan la apertura del baile como todos los viernes.

Nos sometemos al rutinario cacheo de la policía, nos palpan entre las piernas y los glúteos. En la
barra acomodan algunas cervezas en la heladera, ponen en orden los vasos, pasan un trapo por la
mesada. De fondo suena una batería: pum, pum; el sonidista, sobre la derecha, corrige los graves,
mueve las perillas de los agudos. ¿Cuánta gente entrará acá?, me pregunto. ¿Mil? ¿Dos mil? Anoche
la Mona hizo lo suyo a sala llena, entretanto, Damián Córdoba festejaba su cumpleaños en FORJA.
Dos noches, tres bailes. Cuento y me quedo corto. ¿Cuánta gente mueve el baile?
Una mujer policía saluda a otro policía. Deja el bolso en el ropero, un kiosco con un cartel que dice
“Prohibido Fumar” y, sin embargo, vende cigarrillos. Las luces negras recorren de una punta a la
otra el techo, junto a una pantalla que bordea toda la sala y donde se proyectarán las imágenes
durante el baile. Voy hacia el escenario, adelante, donde se ubican quienes siguen más a la banda,
sobre todo mujeres. Como Yamila, de San Vicente, que pese a su ceguera, guiada por una amiga, no
duda en seguir a Trula noche tras noche. “Trula es como mi familia, una alegría enorme, acá me
encuentro con mis amigos”, dice. Con la mirada gacha, me toma del brazo: “Mi mamá toda mi vida
me hizo escuchar Trula”.

***

El grupo fundado en 1984 por Manuel “Manolito” Cánovas estuvo siempre a la búsqueda de un
estilo propio. Con una filosofía simple pero certera -“darle a la gente lo que desea”- Cánovas supo
plantarse en Córdoba, de donde decidió no moverse. Creó una marca que pese a los golpes dados
por las continuos apartamientos de sus voces principales, alcanzó picos de popularidad en distintas
épocas. Como con Gary en los ‘80, o años después con la Pepa Brizuela, Sandro Gómez y Jean
Carlos. Su último gran momento lo consiguió de la mano de Cristian Amato, quien tras la muerte de
Manolito Cánovas decidió abrirse y formar su propio conjunto: La Fiesta.
En poco tiempo ya no será tan fácil desplazarse adentro de la sala. Me voy hacia atrás adonde me
choco con otro grupo de chicos. “¿Y?, ¿qué pasa con esta banda”, les pregunto, “¿cómo hacen para
seguirla con los continuos cambios que tuvo?”. “Somos fieles a la banda. Trula es fiesta, tiene
aguante”. Uno se levanta la remera, me muestra un tatuaje en el omóplato: “Es un sentimiento”, me
dice. “¿Como Talleres o Belgrano?”, le pregunto. “No, más todavía”.
Con una versión más tropical en sus inicios, que se fusionaría más tarde con el merengue traído, en
otra gran época de la banda, por el dominicano Jean Carlos, Trulalá fue el resorte entre Chébere y la
Mona Jimenez. En la actualidad, con un estilo al que todos denominan “fiestero”, y después de
varias idas y vueltas, la actual formación se consolidó recién a partir del 2009, con las voces de
Revista Matices. Año 22, N° 251. Junio 2012.

César Palavecino, ex Operación Triunfo, Pablo David Ortiz y César “Neno” Aguirre, y la dirección
general a cargo de Mauricio Cánovas, hijo de Manolito.

Un tipo de la organización me dice que si quiero hablar con alguien de la banda vaya por atrás, por
el estacionamiento. Llega un auto con la ventanilla baja, un tipo saca la mano con el pulgar hacia
arriba. Es David Ortiz. Abajo lo esperan César Palavecino y el “Neno” Aguirre. “¿A qué hora
largan?”, les pregunto. “Ya”, me contesta César. “Pasa que nos estamos poniendo al día”, dice,
como si no bastaran los tres show que hacen por semana. Entramos a los camarines, dos
habitaciones diminutas y un pasillo en el que casi podés atropellarte con cada uno de los 17
integrantes del grupo. Se oyen gritos de aliento y el nerviosismo se percibe más en la alegría que en
otra cosa. César lleva puesto una camisa, pantalón de vestir, zapatos. David y el “Neno”, en cambio,
más informales, remeras y jeans. Se miran al espejo, se peinan, se arreglan la ropa. Mauricio
Cánovas llega al último. Se lo ve sonriente, saluda a los “muchachos”, deja su mochila y cruza
palabras con alguien del staff para chequear, simplemente, que todo está en orden. Un pantalón gris
apretado le hace lucir sus piernas desgarbadas. “Cerrame esa puerta”, le dice a uno de seguridad. La
puerta es la que une el salón de baile con los vestuarios.

Cualquiera que no los conoce no sabe quién es quién en Trulala. De pronto suena un saxo junto al
piano, y David larga con un melódico. La música no aturde. Los gritos sí. A lo largo de las tres
horas que tienen previsto tocar, los cantantes se irán alternando, baladas, fiesteros, románticos, la
temperatura subirá como un termómetro. Mauricio Cánovas, por momentos, ordenará el baile y lo
seguirán César o David con una coreografía contundente: tunga, tunga. Los tres se miran, se
sonríen, de pronto señalan a uno del público, lo saludan, le hacen señas cómplices. Cada tres temas,
más o menos, hay una pausa cortita, en la cual un presentador toma el micrófono, lee mensajes de
textos, saluda a los recién llegados y a la gente del Interior.

Mauricio se va para atrás, a lo oscuro. Se agarra la sien, charla con el bandoneonista. Cada uno de
los cantantes descansa por su cuenta. Toman agua mineral, no les hace falta arreglar sobre cómo
sigue el baile: lo saben de memoria. César sale del escenario, está transpirado. “Qué calor hace”, me
dice. A falta de toallas se seca en la cortina. Me acuerdo de la letra de una canción. Se la pregunto.
“Sacrificio del cantor”, me dice. Y empieza: “Que sacrificada es la vida del cantante, con tantos
problemas no hay corazón que aguante”.

***

Después de cada pausa la fiesta no sólo sigue sino que se potencia. No hay escaleras entre la banda
y el público. Sin cortar nunca con la música, alguien se sube al escenario para sacarse una foto o
para bailar. Le pregunto a Mauricio por eso. “Eso es una escuela que dejó mi viejo, ahora no
bajamos, porque estamos en otra época, pero sí dejamos que la gente suba y venga hacia nosotros.
Somos negros cuarteteros, no somos ni más ni menos, tenemos que estar con la gente”.

“Trulalero soy pero con palmas”, anima hasta al más desanimado. Ya las chicas arriba del escenario
son una postal. El “Neno” toma a una, ella le habla al oído, se ríen, jamás suelta el micrófono,
“vamos levantando, que el ritmo esta por comenzar”, la hace dar una vuelta, “vamos levantando, las
manos empieza a agitar”. Mauricio se ríe, le ponen agua en los tamborcitos y al pegarle las gotas
estallan en el aire. “Qué tiene cuando lo baila, que siempre me vuelve loco”, David y César arman
un trencito al lado suyo, “cuando lo mueve y cuando lo perrea, cómo lo perrea, cómo tengo que
decirle que me pone muy nervioso”. De pronto, la música se corta, el “Neno” pide luces, coloca a su
bailarina en el medio, sonríe y larga otra vez: “Y cuando mueve la cintura, cuando mueve la cadera,
lo sacude, lo sacude hasta el final. Y cuando mueve la cintura, cuando mueve la cadera, lo sacude,
Revista Matices. Año 22, N° 251. Junio 2012.

lo sacude hasta el final, abajo, abajo, perrea, perrea”.

Lo que había comenzado como un show, con artistas de un lado y público del otro, se irá
desfigurando. Es difícil hablar de este momento de Trula. ¿En qué momento del grupo estamos?
Pasaron Gary, la Pepa Brizuela, pasó Jean Carlos, pasó Cristian Amato. David me dice que sueñan
con que ahora éste sea su momento. ¿Por qué no? En la Sala ya se abrieron las puertas y se puede
salir a tomar aire. Si al comienzo apenas se podía respirar, ahora, casi llegando a la última pausa, el
humo lo tapa todo. El trabajo de seguridad para que las chicas se bajen del escenario es infructuoso.
Los invitan a todos para mañana, a que después de la resaca, se levanten y sigan al grupo por Canal
10. Llegan otras personas, se ponen a bailar en el vestuario. Los gritos de aliento no cesan. “Si te
quedás un rato más, ya no vas a poder anotar todo lo que pasa acá”, me advierte César. “Qué
sacrificada es la vida…”, le digo, y me sonríe: “Cantando de noche, durmiendo de día, qué
sacrificada pero linda vida”.

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