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3) las disfunciones de la velocidad, y sus consecuencias
dolorosas: la prisa, el estrés, los retrasos, los plazos, las
colas 2;
4) la contaminación, entendida como creación de un
medio artificial tóxico (la polución, la basura, el ruido, el
crimen, la inseguridad);
5) el anonimato y la masificación, en los cuales las
personas ya no pueden reconocerse por sus nombres
propios, sino solamente por la función que tienen
(médico-paciente, contribuyente-burócrata, guardia-peatón,
cliente-tendero, etc., sin saber nada de los nombres o
familias o realidad de aquellos seres con los que realizamos
intercambios). En la ciudad, a menudo, las conversaciones
se ven reducidas a saludos de ascensor, llenos de cortesía y
huecos.
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.Este carácter «fingido» o «construido» no ofrece ningún
inconveniente mientras la persona no lo olvide, y sea capaz
de asimilar esas realidades, relacionándolas con lo que él es,
con lo que proyecta. El problema empieza a existir cuando
el individuo se deja «colonizar» por esas imágenes,
sustituye su vida real por la que le llega a través de la
pantalla, y se convierte en mero espectador'. Cesa entonces
su actividad propia, queda pasivo, y empieza a llenar su
tiempo, imaginación, memoria, afectividad, inteligencia y
voluntad con lo que viene por esos mundos de imágenes,
fabricados a golpe de guión, no de realidad. Se acaba lle-
gando a una «ebriedad» informática o televisiva, que
sustituyen la realidad de una vida propia por arquetipos. La
sociedad actual está llena de Alonsos Quijanos que se
convierten en Quijotes de poca monta, pues ni siquiera sus
locuras tienen la nobleza de ideales que sostenía el
Caballero de la Triste Figura.
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Frente a esta posible patología, especialmente visible en
el caso de la televisión, conviene insistir en sus aspectos
positivos. Por lo que se refiere al ocio televisivo, hay que
declararlo insuficiente y propugnar una televisión con
auténticos valores artísticos, informativos, culturales y
políticos. En cuanto a la informática, resulta obvio que es un
prodigioso instrumento al servicio del saber humano: «Io
que las tecnologías comunicativas aportan a la cultura del
hombre son, justamente, nuevas oportunidades de saber
( ... ) Permiten facilitar a personas vivas (y equipos de
hombres reales) que puedan saber lo que en cada momento
precisan para intentar decidir con acierto. Pero facilitar no
es sustituir» 1. La informática muestra su enorme
potencialidad cuando acude en ayuda de quien se ha
propuesto determinados objetivos científicos, técnicos o
profesionales. Por otra parte, su fecundidad no es
automática, puesto que exige un gran esfuerzo creador de
personas capaces de desarrollar sus virtualidades implícitas.
En cualquier caso, todavía estamos en proceso de
asimilación de lo que estas nuevas realidades, cada día más
creadoras, van a suponer en la cultura urbana.
3. LA COMUNICACIÓN Y EL ARTE DE
ENTENDERSE
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La dictadura del lenguaje, la labor de lo que C. S. Lewis
ha llamado «el ejercito filológico», lleva a la destrucción de
lo que hace que un hombre se distinga de un animal, lleva a
vivir como si no pudiéramos ser algo más que lo que nos
marcan nuestros instintos. Convertir a los hombres en
animales caprichosos y quitar la responsabilidad de sus
actos, vaciando de fuerza semántica las expresiones que
usan para decirlos, es tenerles presos en una esclavitud de
estúpidos, de la que no pueden escapar porque no saben que
están en ella. Bradbury ha reflejado fielmente esta idea al
hablar de ese mundo sin libros que describió en Farenheit
451; algo similar aparece en la crítica de Huxley a la
banalidad sexual de su sociedad de Un mundo feliz. El
análisis de estos dos novelistas es de una actualidad
preocupante.
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La retórica es parte de la conversación: es aquello que
hace posible el diálogo, puesto que hablamos porque
tenemos algo que decir y porque creemos posible
comunicarlo; al hablar se da un reconocimiento benevolente
de la verdad misma que se quiere mostrar y del interlocutor,
que puede ser extranjero, o niño, o incluso estar sordo, y por
eso exige dirigirse a él del modo adecuado. La retórica
depende mucho también del estilo de cada uno, puesto que
éste no es otra cosa que la «presencia del sujeto en la
palabra» ": la personalidad se refleja en el modo de
presentarse, en la elegancia, en lo que uno dice y en cómo lo
dice. No nos podemos desembarazar de la retórica. Por eso
desatender la enseñanza y el uso de la retórica conduce al
gruñido y a reducirse a lo básico.
6. LA DEMOCRACIA
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