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El Dilema del Hombre de Romanos Siete


Por Colin y Russell Standish

A través de los ojos de los conceptos paganos contenidos en el Maniqueísmo, Agustín vio al hombre
descrito en Romanos siete como un hombre convertido, un hombre que estaba luchando, aun cuando ya
estaba salvado. Desde entonces millares, incluyendo grandes segmentos de Protestantes evangélicos,
han usado el séptimo capítulo de Romanos como una defensa bíblica del derecho de ser salvos en
nuestros pecados. El tema de Pablo no es difícil de discernir, y se puede resumir brevemente en lo
siguiente:

“Realmente, no entiendo lo que me pasa; porque no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco. Y al
hacer lo que no quiero, apruebo que la Ley es buena. De manera que ya no soy yo quien obra, sino el
pecado que habita en mí. Sé que en mí, esto es, en mi carne, no habita el bien. Porque tengo el
querer, pero no alcanzo a efectuar lo bueno. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no
quiero”. Rom. 7:15-18.

La lucha entre el Espíritu y la carne, tal como se registra en Romanos capítulos siete y ocho, y en
Gálatas capítulo cinco, atrajo grandemente la mente de Agustín, obispo de Hippo, debido a su
predisposición al concepto pagano del equilibrio de todas las fuerzas cósmicas dentro del universo. En
Romanos capítulo siete Agustín percibió una tensión cósmica entre el bien y el mal:
“Así, encuentro esta ley: Aunque quiero hacer el bien, el mal está en mí. Porque en mi interior, me
deleito en la Ley de Dios; pero veo en mis miembros otra ley, que lucha contra la ley de mi mente, y
me somete a la ley del pecado que está en mis miembros”. Rom. 7:21-23.
Agustín vio un conflicto no resuelto, un conflicto donde la carne y el Espíritu estaban siempre
batallando, sin que ninguno ganara la victoria final o la ascendencia. Él vio una batalla semejante en
Gálatas.
“Porque la carne desea contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne. Los dos se oponen entre sí,
para que no hagáis lo que quisierais”. Gal. 5:17.
Así Agustín llegó a la conclusión que el hombre convertido, el cual él creía que estaba predestinado por
Dios a la vida eterna, continuaría pecando a lo largo de toda su vida, sin poder obtener una victoria
sobre las obras de la carne. Otros han dicho que Romanos capítulo siete no representa al hombre como
lo más malo, sino que al hombre en lo mejor. Un erudito expresó su punto de vista con las siguientes
palabras: “En resumen, en Romanos 7:14–25 ... Pablo no se está describiendo a sí mismo como lo peor,
sino que a sí mismo como lo mejor” (R. Brinsmead, Verdad Presente, Vol. 4, No. 1, p. 61). Pero
tenemos varios problemas serios con un concepto como ese. El hombre de Romanos capítulo siete
carece aun de las más mínimas indicaciones de la paz y del contentamiento de aquellos que son
seguidores de Jesucristo. No es de admirarse entonces que con frustraciones no resueltas él grite en
desesperación y clamando por ayuda: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?”
Rom. 7:24.
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LA PREGUNTA CENTRAL.-

La pregunta, desde luego, que debe ser hecha es si Pablo está aquí ilustrando la experiencia de un
cristiano regenerado, o la de un hombre que aun no se ha entregado a sí mismo sin reservas a Cristo.
Aun cuando el razonamiento del hombre no coloca ninguna pregunta escriturística, no obstante, sería
realmente extraño si un hombre totalmente poseído por el Espíritu de Dios, uno que ha entregado
totalmente el yo, aun continuara haciendo las obras del yo. Además, si Cristo ya se había vuelto
supremo en la vida de este pobre desgraciado, ¿por qué entonces él no declara que Cristo lo ha librado,
en vez de decir, “¿quién me librará?”, mirando hacia Cristo como su futuro librador? Uno no puede ver
en este quejumbroso grito de esta alma atormentada la absoluta seguridad tan central para el tema en el
Protestantismo evangélico. Cuán diferente es la confusión de espíritu y la repetida depresión de este
hombre, de la calma victoria de los redimidos que se someten totalmente a Dios. ¿Dónde está la
confiante seguridad que Job expresó en su más lastimoso dilema?

“Yo sé que mi Redentor vive, y que al fin se levantará sobre la tierra”. Job 19:25.

¿Dónde está la calma seguridad de Pablo cuando enfrentó a sus ejecutantes?

“Yo ya estoy para ser sacrificado. El tiempo de mi partida está cerca. He peleado la buena batalla, he
acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, que me
dará el Señor, Juez justo, en aquel día. Y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida”.
2 Tim. 4:6-8.

En Romanos capítulo siete vemos a un hombre emocionalmente atormentado y torturado. ¿Cómo


podemos reconciliar una vida de continua obediencia con la de Romanos siete, el cual vive una vida de
continua desobediencia? Claramente no son una y la misma persona. El problema de este hombre es
claramente visto en la declaración de Pablo en los versos 17 y 20.

“De manera que ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí… Y si hago lo que no
quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí”. Rom. 7:17, 20.

¿Cómo podemos reconciliar este hombre con el hombre de Gálatas 2:20?

“Con Cristo estoy crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y lo que ahora vivo en la
carne, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó, y se entregó a sí mismo por mí”. Gal. 2:20.

No podemos reconciliarlos, porque uno es descrito como un hombre convertido y el otro como un
hombre no convertido. Cristo no puede residir en la vida que está en abierta esclavitud con Satanás y el
pecado. Es imposible. Ahora, aun cuando podamos ser mal interpretados, queremos dejar claro que este
hombre no es un ateo, un agnóstico, ni tampoco es un hombre que es indiferente a los reclamos de
Cristo sobre su vida. Él sinceramente quiere ser salvo. Él está haciendo todo lo que sabe para alcanzar
la norma de la salvación. Pero este hombre está atrapado en las horribles garras del legalismo, tan
común en muchas personas sinceras, pero que no se han entregado. Este hombre quiere ser salvo; él
quiere vivir una vida en armonía con el Señor; él quiere hacer el bien; pero en su fuerza humana, él ha
fallado miserablemente, y ha llegado a una crisis culminante. Ha llegado a la convicción final, de que él
es totalmente incapaz de vivir la vida de un cristiano. Pero con una maravillosa seguridad, este hombre
encuentra la respuesta para su agonizante dilema.
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“Le agradezco a Dios a través de Jesucristo nuestro Señor”. Rom. 7:25.
Solamente a través de una total entrega diaria de su vida a Cristo podrá él vivir la vida de un cristiano
convertido. Solamente a través del poder de Jesús puede él obtener la victoria y la paz. Hemos pasado
muchos años estudiando psicología y, en el caso de Russell, también psiquiatría, y conocemos muy
bien la miseria sin esperanza de la culpa. Entendemos que un gran porcentaje de las camas psiquiátricas
de los hospitales podrían desaparecer, si los hombres y las mujeres no estuviesen sufriendo el trauma
emocional resultante de la culpa. Dios posee la única respuesta satisfactoria para la culpa. El hombre de
Romanos siete ha llegado a un estado de desesperación neurótica. Las personas han cometido suicidio
cuando han llegado a este estado. Otros, convencidos que el cristianismo no funciona para ellos, han
eliminado toda conexión con el cristianismo, aceptando que van a tratar de encontrar algún placer en
esta vida y enfrentar las consecuencias de la vida por venir. Otros han decidido que pueden continuar
pecando y que de alguna manera encontrarán un camino para entrar en el cielo. Pero Pablo nos da la
única respuesta verdadera, aquella de la victoria a través de Cristo. Esta respuesta está magníficamente
mostrada en el capítulo ocho de Romanos, donde Pablo continúa su discurso sobre este asunto.

“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús; [los que no andan según
la carne, sino según el Espíritu]; porque mediante Cristo Jesús, la ley del Espíritu que da vida, me ha
librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible a la Ley, por cuanto era débil
por la carne; Dios, al enviar a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado, y como sacrificio por
el pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia que quiere la Ley se cumpla en
nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”. Rom. 8:1-4.

LA EVIDENCIA INTERNA.-

Decir que el hombre de Romanos siete pudiera ser un hombre convertido es negar la evidencia interna
del argumento de Pablo aquí.

“Porque sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy de carne, vendido al poder del pecado”. Rom.
7:14.

Cuando consideramos este pobre hombre que reconoce que es carnal, vendido al pecado, en esclavitud
para con una vida de derrota, tenemos que comparar su difícil situación con el mensaje de Romanos
8:6.

“Porque la inclinación de la carne es muerte, pero la inclinación del Espíritu es vida y paz”. Rom.
8:6.

“Porque tener una mente carnal es muerte; pero tener una mente espiritual es vida y paz”. Rom. 8:6
KJV.

Antes de encontrar a Cristo como la única respuesta para su vida, este hombre posee una mente carnal
y por lo tanto está andando en el ancho camino que conduce a la destrucción. Mientras retenga la mente
carnal, jamás tendrá paz. Esa paz viene sobre aquellos que aman la ley de Dios.

“Gran paz poseen aquellos que aman tu ley: y nada los ofenderá”. Salmo 119:165.
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De la misma manera, cuando examinamos Gálatas capítulo cinco, encontramos exactamente la misma
situación. Sacar el verso 17 de su contexto es cometer un grave error con el inspirado consejo que
Pablo está dando.

“Porque el deseo de la carene es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se
oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis”. Gal. 5:17.
“Porque la carne lucha contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne: y éstos son contrarios el uno
contra el otro: de tal manera que no podéis hacer lo que queréis”. Gal. 5:17 KJV.

Veamos el verso 16.

“Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne”. Gal. 5:16.

“Esto les digo entonces, caminen en el Espíritu, y no cumpliréis los deseos de la carne”. Gál. 5:16
KJV.

He aquí la gran victoria que Dios desea para Sus hijos. El verso 18 la confirma.

“Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley”. Gal. 5:18.

De tal manera que no podemos malinterpretar su mensaje, porque Pablo contrasta las obras de la carne
con los frutos del Espíritu. Algunos han dicho en forma descuidada que si el mal es definido en
términos de nuestros actos de pecado, entonces la justicia también tiene que ser definida en términos de
actos. Pero Pablo, aun cuando define lo malo en términos de obras, definió la justicia en términos de
frutos. El Espíritu Santo transforma el carácter en armonía con la justicia de Cristo. De una vida santa
fluyen buenas obras.

“Manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría,
hechicerías, enemistades, pleitos, celos, explosiones de ira, contiendas, divisiones, sectarismos,
envidias, homicidios, borracheras, orgías y cosas semejantes. Os advierto, como ya os previne, que
los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Pero el fruto del Espíritu es: amor, gozo,
paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio. Contra estas virtudes,
no hay ley. Pero los que son de Cristo, han crucificado la carne con sus pasiones y malos deseos”.
Gal. 5:19-24.

Se verá que cualquier tipo de mal llevará a la destrucción eterna, pero cuando Jesús reina en nuestras
vidas, tendremos frutos para salvación. Salvación ahora; paz y contentamiento ahora; victoria ahora;
oponiéndose al tormento de aquellos que buscan la salvación a través de sus propios esfuerzos. El
hombre de Romanos siete encuentra la victoria solamente cuando se da cuenta que no puede ser
victorioso por sí mismo, que tiene que tener el poder de Cristo habitando en su vida. Una vez que haya
aceptado a Cristo y que le haya entregado la totalidad de su voluntad a Él, entonces será realmente “una
nueva criatura: las cosas antiguas pasaron; he aquí, todas las cosas se han vuelto nuevas” 2 Cor. 5:17.
mantener el punto de vista Agustiniano de que Romanos capítulo siete lidia con un hombre convertido
es un camino extremadamente peligroso. Eso le da “seguridad” a aquellos que no poseen ninguna
victoria; debilita el poder de Dios y no convida hacia una dependencia total en Cristo por fuerza para
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obedecer. Miles de cristianos están siendo engañados en una seguridad totalmente falsa debido a esta
interpretación errada.

EL CONTEXTO.-

Si solamente Romanos capítulo siete fuese estudiado en el contexto del capítulo anterior y del capítulo
posterior, no habría ningún problema. El capítulo seis de Romanos deja claro el hecho de que un
hombre que ha crucificado el yo, está libre del pecado y ya no es más un esclavo del mismo.

“Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del
pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido
justificado del pecado”. Rom. 6:6-7.

“Conociendo esto, que nuestro antiguo hombre está crucificado con él, que el cuerpo de pecado
puede ser destruido, y que por lo tanto no tenemos por que servir al pecado. Porque aquel que está
muerto está libre de pecado”. Rom. 6:6–7 KJV.

Todo hombre está muerto. O estamos muertos en pecados y por lo tanto somos esclavos del pecado; o
estamos en la fuerza de Cristo, muertos al pecado y por lo tanto libres de él. El hombre de Romanos
siete cae en la primera categoría, el hombre de Romanos ocho en la segunda. Es claramente una
parodia de interpretación escriturística proclamar el manifiesto error de que un hombre que es un
esclavo del pecado haya alcanzado el más alto grado de libertad cristiana. El hombre con mente carnal
no puede ser aceptado por Dios.

“Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de
Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios”. Rom. 8:7-8.

“Porque la mente carnal es enemistad contra Dios: porque no está sujeta a la ley de Dios, ni tampoco
puede estarlo. De tal manera que los que están en la carne no pueden agradar a Dios”. Rom. 8:7–8
KJV.

¿Cómo puede un hombre que está en enemistad con Dios, que no puede agradarlo, y que piensa en las
cosas de la carne, haber alcanzado la cumbre de la experiencia espiritual? Desde luego, que aun hay
severas pruebas para el cristiano victorioso, pero Romanos siete muestra lucha y caída, mientras que
Romanos ocho muestra una inquebrantable victoria, la cual culmina en el significativo aumento de los
últimos versículos.

“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación o angustia? ¿Persecución o hambre?
¿Desnudez, peligro o espada? Como está escrito: ‘Por causa de ti somos muertos todo el tiempo,
somos contados como ovejas de matadero’. Pero Dios, que nos ama, nos ayuda a salir más que
vencedores en todo. Por eso estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni demonios, ni lo
presente ni lo por venir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del
amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. Rom. 8:35-39.
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VENDIDO AL PECADO.-

Es útil entender que el término “vendido al pecado” tiene su origen en el Antiguo Testamento. En cada
ocasión en que es usado en el Antiguo Testamento, es usado a los pecadores perdidos. Nunca es usado
para describir a alguien salvado. Dos ejemplos del uso de este término son dados a continuación:

“Y Acab dijo a Elías: ¿Me has hallado, enemigo mío? Él respondió: Te he encontrado, porque te has
vendido a hacer lo malo delante de Jehová”. 1 Reyes 21:20.

“E hicieron pasar a sus hijos y a sus hijas por fuego; y se dieron a adivinaciones y agüeros, y se
entregaron a hacer lo malo ante los ojos de Jehová, provocándole a ira”. 2 Reyes 17:17.

Fue con el conocimiento de fondo de estos pasajes del Antiguo Testamento que Pablo escribió
Romanos siete.
El poder de Cristo en la vida provee liberación de la esclavitud del pecado.

“Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”.
Rom. 8:2.

Cuando comparamos Romanos 7:17 y 20 con Gálatas 2:20, vemos el contraste. El hombre no
convertido es controlado por el pecado que habita en él; el hombre convertido es totalmente fortalecido
por Cristo. El primero sufre continuas derrotas; el segundo, continuas victorias. El primero es un
hombre desesperado, el último un hombre en paz. Cuando este entendimiento de Romanos capítulos
siete y ocho es claramente asimilado, llevará al creyente a una diaria entrega de su voluntad a
Jesucristo, orando para que Cristo tome tu vida y haga Su obra milagrosa de salvación en ti. Será en
este entendimiento que él cumplirá el consejo de Santiago:

“Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros”. Santiago 4:7.

Esta sumisión tiene que ser la práctica diaria de nuestras vidas. ¡Cuán lejos está esta verdad de Pablo de
las enseñanzas que se escuchan en los púlpitos evangélicos contemporáneos! No estamos lidiando aquí
con asuntos secundarios. La eternidad está en juego, en cómo entendemos y respondemos a estos
pilares centrales de la salvación humana.

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