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Todos los que hemos desarrollado el placer de la lectura, seguramente, tendremos una
historia para contar sobre nuestro encuentro con los libros. Ya fuere por el ejemplo de un
familiar o profesor, la visita a una biblioteca o librería, una convalecencia, entre otras posibles
razones, la mayoría coincidiríamos en que empezar a leer con avidez supuso un vuelco en
nuestras vidas. La lectura nos ha permitido conocer otros puntos de vista que han enriquecido
el nuestro. Porque cada libro es una ventana que hemos abierto para echar un vistazo a una
de tantas posibilidades en nuestro vasto mundo.
Los lectores vemos en los libros “un atajo privilegiado para elaborar o mantener un
espacio propio, un espacio íntimo, privado” (Petit, 2001, p. 43). La lectura por placer propicia
lugares y tiempos en los que podemos entablar un dialogo con nuestro ser más íntimo. Cada
vez que abrimos un libro, nos estamos abriendo nosotros mismos, pues sólo desdibujando las
fronteras de la intimidad, estamos en posibilidades de aprehender ese fragmento del mundo
contenido en unas páginas.
No obstante, “leer no nos separa del mundo. Nos introduce en él de manera diferente.
Lo más íntimo tiene que ver con lo más universal, y eso modifica la relación con los otros”
(Petit, 2001, p. 57). Esto puede ser paradójico, toda vez que la lectura por lo general es una
práctica silenciosa y solitaria. Uno pensaría que leer nos aísla y, en casos extremos, sirve para
evadirnos de la realidad. Pero, como hemos apuntado antes, la lectura nos permite conocer
otros puntos de vista. Incluso en la soledad y el silencio, leer es siempre un dialogo con otro,
más allá del tiempo y el espacio.
Porque “si leer libros es, de algún modo, leerse en ellos, muchos lectores leen su
realidad sumidos en la frustración y el desencanto” (Argüelles, 2004, p. 30). Un libro, por
más que denuncie las injusticias en una sociedad, no les pondrá remedio. Es más, un libro
puede abonar a perpetuarlas. No toda experiencia con la lectura voluntaria es placentera
(convendría replantearse lo que entendemos por promoción de la lectura por placer). No me
malinterpreten mis lectores: estoy convencido de la importancia de leer, pero me parece
ineludible animar a la lectura teniendo en cuenta sus limitaciones.
Schlink Bernhard, no sólo es consciente de esas limitaciones, sino que las pone de
relieve en su célebre novela “El lector”. Bernhard nos cuenta una historia en la que sus
protagonistas, Michael y Hanna, son afectados por la literatura, los lleva a vivir experiencias
que de otro modo no hubieran podido abrazar, pero más allá del placer que experimentan
mientras leen a Schiller, Homero o Tolstoi, su vida no cambia significativamente por el
simple hecho de leer a tal o cual autor. Es el lugar desde el que leen lo que influye en cada
uno. En el caso de Michael, la lectura es una manera de entablar una comunicación que de
otro modo no sería posible con su amante, mientras que Hanna accede a la literatura desde el
lugar de la analfabeta que a pesar de su condición, reconoce en la lectura la posibilidad de
vivir otras vidas.
Hanna escuchaba con mucha atención. Su risa, sus bufidos despreciativos y sus exclamaciones
indignadas o entusiastas no dejaban duda de que seguía la trama con interés y que consideraba unas
niñatas tontas tanto a Emilia como a Luise. La impaciencia con que a veces me pedía que siguiera
leyendo surgía de su esperanza de que dejasen de hacer bobadas (Bernhard, 2013, p. 24).
Ahora era ella quien entraba en el mundo de los personajes, con el asombro con que emprendería un
largo viaje o penetraría en un palacio en el que se le permitía entrar y quedarse, con cuyas estancias
llegaba a familiarizarse, sin por ello perder nunca del todo el recelo. Hasta entonces le había leído
cosas que yo ya conocía. Pero Guerra y Paz también era nueva para mí. Hicimos juntos el largo viaje
(Bernhard, 2013, p. 37).
“Ninguna otra forma de contar historias y examinar todo tipo de situaciones, ideas y
personajes nos permite profundizar en la naturaleza humana, y nos permite sentir como
propios los movimientos interiores de sus personajes como la literatura” (Garrido, 2004, p.
89). Michael y Hanna conversan, hacen el amor, se bañan juntos, salen de viaje, pero nada
les acerca tanto como las lecturas que comparten. La literatura es un lugar en el que pueden
decir lo que no se atreven o no saben expresar. Inclusive, en un momento en que parece
deshecho el vínculo, los libros levantan un puente por el que pueden acercarse el uno al otro,
siquiera un poco.
Con la odisea empezó todo. La leí después de separarme de Gertrud. Pasaba muchas noches sin dormir
más que unas pocas horas y dando vueltas en la cama. Cuando encendía la luz y le echaba mano a un
libro se me cerraban los ojos, y cuando dejaba el libro y apagaba la luz, se me abrían otra vez de par
en par. Así que decidí leer en voz alta. De ese modo no se me cerraban los ojos. Pero en mis confusas
divagaciones de duermevela, llenas de recuerdos y sueños y de atormentadores círculos viciosos, que
giraban en torno a mi matrimonio, mi hija y mi vida, se imponía una y otra vez la figura de Hanna. Así
que decidí leer para Hanna. Y empecé a grabarle cintas (Bernhard, 2013, p. 94).
Me acerqué a la estantería. Primo Levi, Elie Wiesel, Tadeusz Borowski, Jean Améry: la literatura de
las víctimas y, junto a ella, las memorias de Rudolf Höss, el comandante de Auschwitz, el ensayo de
Hannah Arendt Eichmann en Jerusalén y varios libros sobre los campos de exterminio.
—Por lo menos cuando pidió los libros sabía muy bien lo que hacía. Hace varios años ya me pidió que
le diera bibliografía general sobre los campos de exterminio, y luego, hace un año o dos, me preguntó
si había libros sobre las mujeres de los campos, tanto las prisioneras como las guardianas. Escribí al
instituto de historia contemporánea y me enviaron una bibliografía especial sobre el tema. Lo primero
que se puso a leer Frau Schmitz cuando aprendió fueron libros sobre los campos de exterminio
(Bernhard, pp. 105-106).
Fuentes de consulta
Argüelles, J.D. (2004). Leer es un camino. Los libros y la lectura: del discurso autoritario a
la mitología bienintencionada. México: Editorial Paidós Mexicana.
Bernhard, S. (2013). El lector. Barcelona: Anagrama.
Caron, B. (2001). Porqué promover la promoción de la lectura. Lectura y Vida. Revista
Latinoamericana de Lectura, 22(3), 36-43. Recuperado de
http://www.lecturayvida.fahce.unlp.edu.ar/numeros/a22n3/
Garrido, F. (2004). Para leerte mejor. Mecanismos de la lectura y de la formación de lectores
capaces de escribir. México: Ediciones Culturales Paidós.
Petit, M. (2011). Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura. México: Fondo de Cultura
Económica.
Petit, M. (2001). Lecturas: del espacio íntimo al espacio público. México: Fondo de Cultura
Económica.