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Editorial: El gobierno de Alan García y el sector agrario

PUBLICADO: 2010-12-06

Dentro de poco más de medio año, el gobierno aprista conducido por el presidente Alan
García habrá llegado a su fin. No se esperan muchas novedades en el tiempo que le resta. Sin
que pretenda ser un balance, algunos hechos, decisiones y declaraciones pueden ofrecer, ya,
una visión general sobre esta segunda administración aprista, con relación al tema agrario.

El TLC. Como candidato, García exigió al entonces presidente Alejandro Toledo que no se
atreviese a suscribir el tratado de libre comercio con EE.UU., pues, de ganar las elecciones,
borraría esa firma de dicho documento. Al inicio de su gobierno, todavía el flamante
presidente declaraba que el TLC era aún negociable, pero pocos meses después se convertiría
en el más entusiasta y enérgico defensor del tratado y movilizaría recursos para asegurar su
aprobación por el Congreso de EE.UU. Las promesas, a los agricultores, de que habría fondos
de compensación para contrarrestar los precios subsidiados por el gobierno de EE.UU., se
fueron diluyendo.
Sierra Exportadora. García escribió, cuando era candidato, un librito: Sierra Exportadora.
Más allá de su precaria argumentación, denotaba que su gobierno apoyaría una nueva
estrategia para el desarrollo de esa región, lo cual era, sin duda, encomiable. Ya presidente,
y convertido en programa con ese nombre, fue puesto en manos inexperimentadas,
marginado por el propio ministerio de Agricultura, y hoy sobrevive sin mayor trascendencia.
El perro del hortelano. Uno de los rasgos más notables de la gestión de García ha sido su
explícita voluntad de marginar a la pequeña agricultura y a las comunidades campesinas y
nativas. En octubre de 2007 publicó su manifiesto: «El síndrome del perro del hortelano», en
el que justificaba el despojo de las tierras de los campesinos con el argumento de que «no
saben y son pobres», a favor de la gran inversión, «que sí sabe y tiene recursos». De paso,
pretendía deslegitimar a las comunidades campesinas porque fueron «una creación del virrey
Toledo», y desconocer la existencia de nativos amazónicos no contactados, «figura creada»
por quienes se oponen a la explotación petrolera.
Los D.Legs. de 2008. Varios de los decretos legislativos de junio de 2008 subrayaron, si era
aún necesario, esta voluntad de entrega de los recursos de campesinos y nativos a la gran
inversión, pero merecieron un rechazo popular que, gracias a la indiferencia o subordinación
del Congreso, terminó lamentablemente en revueltas y una masacre.
Seguridad alimentaria. Sobre este tema, que conmovió al mundo hace apenas un par de años,
el presidente opinó, hace algunos meses, que se trata de una idea «que ya no sirve en el
mundo» y que lo que el Perú debería hacer es cambiar el gas natural y sus derivados por
alimentos.
Exportaciones. Lo mejor de la vitrina de este gobierno, convencionalmente hablando, ha
sido el desempeño de la agricultura de exportación. Pero las reglas de juego y la base
institucional ya venían de gobiernos anteriores. El mérito del gobierno, en todo caso, ha sido
mantener las políticas que ya estaban vigentes.
Artículo publicado en LA REVISTA AGRARIA número 124 en el mes de Noviembre con
el diario La República.

Fuente : JULIO 8, 2012

PRIMER GOBIERNO DE ALAN GARCIA PEREZ (1985 -1990)

En un comienzo, las medidas adoptadas dieron resultados positivos. Ya en setiembre de 1985,


la inflación bajó a 3,5 % (comparado con 12,5 % en abril del mismo año). Hacia el segundo
trimestre de 1986, lan de la demanda interna (manufactura, construcción, agricultura)
crecieron, no así los sectores dedicados a la exportación (minería, pesca). En 1986, la
economía creció 10 %. Fue el mayor crecimiento desde los años 50, con ello García disfruto
entonces de una popularidad récord en América Latina.
Cuando la capacidad de gasto del estado fue agotada entonces comenzaron múltiples
problemas. Economía dio señales de clara recuperación. Los sectores que dependían

El primer problema fue que a pesar de la reactivación económica, el Estado casi no percibía
mayores ingresos, Otro problema consistía en comprarle al Estado Peruano bonos
obligatorios por un valor que llegaba hasta el 30% de las utilidades brutas que las empresas
habían obtenido en 1986 (69). Con esta medida, el Gobierno provocó airadas reacciones en
el sector empresarial. Al poco tiempo, algunas empresas fueron exoneradas del pago
obligatorio y finalmente el programa fue cancelado.n que, después del gran crecimiento de
1986, la capacidad productiva de la modesta industria nacional estaba llegando a sus límites.
Hacían falta inversiones para instalar nuevas capacidades y así continuar con la reactivación.
Para ello, era necesario recurrir a inversiones y préstamos extranjeros.

En concreto, las empresas fueron forzadas a comprarle al Estado Peruano bonos obligatorios
por un valor que llegaba hasta el 30% de las utilidades brutas que las empresas habían
obtenido en 1986. Con esta medida, el Gobierno provocó airadas reacciones en el sector
empresarial. Al poco tiempo, algunas empresas fueron exoneradas del pago obligatorio y
finalmente el programa fue cancelado.

Este tipo de marchas y contramarchas, de reacciones sobre hechos ya consumados, de


pasividad frente a los peligros venideros contribuyeron a la percepción de que la politica
economica del Gobierno estaba siendo improvisada y, sobre todo, perdiendo el control. La
situación se agudizó con la renuncia, en junio de 1987, del Ministro de Economía Luis Alva
Castro.
El punto de ruptura de su Gobierno fue la intención de estatizar la banca como una forma de
controlar la inflación que, a esas alturas (28 de julio de 1987), ya resultaba agobiante. En
efecto, los indicadores económicos señalan que el Perú, durante su mandato, llegó a sufrir
una hiperinflación de 1 722,3% en 1988 y 2 775% en 1989.
Al finalizar el año 1987, la crisis ya era evidente: La inflación empezó a galopar (114,5 % en
diciembre del 1987), la producción – y, por consiguiente, la reactivación económica – se
había estancado y la balanza de pagos tuvo, en 1987, un saldo negativo de 521 millones de
dólares, el hueco más grande desde 1981. Consecuentemente, las reservas internacionales
siguieron decayendo. A falta de dólares, el Banco Central se vio atado de manos en el control
de la tasa de cambio (una demanda creciente de dólares se puede contrarrestar poniendo en
circulación los dólares ahorrados).

Obligado por las circunstancias a un cambio de rumbo, el gobierno recurrió, a fines de 1987,
al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al Banco Mundial (BM) en busca de préstamos.
El experimento heterodoxo había llegado a su fin. En octubre de 1987, el gobierno procedió
a devaluar el inti en 24 %. Los llamados paquetazos siguieron dándose, de forma periódica,
hasta setiembre de 1988, llevando a una gran recesión económica. Pero García seguía sin
aceptar la necesidad de una línea clara.
A partir de setiembre de 1988, la inflación se convirtió en lo que los economistas denominan
hiperinflación. Ese mes, los precios subieron 114 %. Fue el mes con mayor inflación en el
gobierno de García y, probablemente, en la historia del Perú. Y el shock parecía llegar muy
tarde. En todo caso, no pudo controlar la inflación.

El aumento del desempleo y la caída drástica de ingresos fue el costo social del desastre
económico provocando el surgimiento de un sector informal de proporciones nunca antes
vistas. Además, el Estado en bancarrota ya no pudo cumplir con sus obligaciones en materia
de asistencia social, educación, salud y administración de justicia.
Los años 1989 y 1990 pueden ser narrados de forma breve, pues no se produjeron cambios
sustanciales. La economía se recuperó levemente y las reservas internacionales también. Las
importaciones se contrajeron y las exportaciones subieron, sobre todo por el aumento de
precio de los productos mineros en el mercado internacional.

TERRORISMO:
Durante el gobierno de Alan García, junto a la violencia subversiva, que costó miles de vidas,
se realizaron actos de represión militar, como la de la matanza de las prisiones y la masacre
de decenas de campesinos en el pueblo ayacuchano de Cayara en 1988. Aunque inicialmente
Alan García mostró interés en frenar las violaciones a los derechos humanos, tras el incidente
de los penales, permitió que continuase la violencia contrasubversiva de las Fuerzas Armadas
y se formaron escuadrones de la muerte (Comando Rodrigo Franco), los que amedrentaron a
sospechosos de terrorismo y a críticos de la política antiterrorista.
A partir de 1988 y 1989 los grupos terroristas intensificaron su ola de atentados en Lima y
varias otras ciudades frente a la impotencia gubernamental.
La oposición al gobierno creció significativamente desde el intento de estatización de la
banca, una medida que fue sumamente impopular y disparó un enérgico movimiento de
protesta de la derecha encabezado por el escritor Mario Vargas Llosa, este movimiento
finalmente evolucionaría en la alianza política FREDEMO (que incluía al Partido Popular
Cristiano, Acción Popular y al Movimiento Libertad) que postuló sin éxito en las elecciones
de 1990 con Vargas Llosa como candidato presidencial. En su último mensaje a la nación,
el 28 de julio de 1990, el Congreso, en una actitud reprochable, no le permitió hablar,
interrumpiéndolo constantemente mediante carpetazos y pifias.

EL 1ER GOBIERNO DE ALAN GARCÍA EN LA ECONOMÍA PERUANA


Decepcionados por los resultados económicos obtenidos en el gobierno de Belaúnde, los
peruanos votaron por la dinámica populista-reformista que prometía García.

El programa de García hizo maravillas durante dos años, pero luego todo empezó a ir mal.

Los principales elementos de la estrategia económica propuesta por el gobierno de García


estaban llenos de promesas. Reconoció el abandono anterior del sector agrícola y pidió
reorientar los programas públicos hacia la promoción del crecimiento agrícola y la reducción
de la pobreza rural. En consecuencia, la actividad económica iba a ser descentralizada para
romper su alta concentración en Lima, y dentro de las ciudades los recursos iban a ser
redirigidos fuera del sector moderno de capital e importación intensiva hacia el sector
informal de mano de obra. Una estrategia de concertación (entendimiento nacional) con los
empresarios privados en materia económica iba a ser utilizado de forma sistemática para
evitar conflictos perjudiciales. Los problemas de balanza externa iban a ser respondidos a
través de la reestructuración de la producción para reducir la dependencia de las
importaciones y mediante la reorientación hacia el aumento de las exportaciones en el largo
plazo.
Estos objetivos para el cambio estructural podrían haber mejorado la eficiencia de la
asignación de recursos, haciendo un gran esfuerzo para reducir la pobreza. Pero claramente
los objetivos requieren tiempo y capacidad de restaurar la expansión sin empeoramiento de
la inflación y los déficit externos. Inicialmente, el gobierno hizo hincapié tanto en los
objetivos macroeconómicos como en las condiciones necesarias para los cambios
estructurales. El primer paso fue detener el proceso inflacionario incorporado, pero hacerlo
sin necesidad de adoptar medidas ortodoxas de la restricción monetaria y fiscal.

Para detener la inflación, el gobierno optó por políticas heterodoxas de control dentro de un
programa de expansión. Los precios y los salarios en el sector moderno iban a ser fijos,
después de un inicial de un disparo de aumento en las tasas salariales. El aumento de los
salarios se destina a elevar el nivel de vida de los trabajadores y estimular la producción
mediante el aumento de ventas a los consumidores. Para contrarrestar los efectos del aumento
de los salarios en los costos de producción, los costos financieros del sector empresarial
fueron cortados por la intervención con el fin de reducir y controlar los tipos de interés.
Después de hacer un ajuste del tipo de cambio para minimizar los efectos negativos sobre las
exportaciones, el gobierno detuvo el proceso de continuar la devaluación para ayudar a
contener la inflación. Las importaciones se espera que con razón a aumenten a medida que
la economía reviva para ayudar a financiarlas, García hizo su polémica decisión de dejar de
pagar la deuda externa más allá del 10 por ciento del valor de las exportaciones. Poco
ortodoxo como estaban, todas las piezas parecían encajar. Al menos, así se fue al principio,
en condiciones de capacidad inactiva generalizada, con un saldo inicial fuerte de pagos.

Las medidas macroeconómicas hicieron maravillas para la producción. PIB subió un 9,5 por
ciento en 1986 y un 7,7 por ciento más en 1987. La producción manufacturera y la
construcción aumentaron en más de una cuarta parte en estos dos años. Una sorpresa aún
mayor fue que la producción agrícola per cápita subió, corriendo en contra de su tendencia a
la baja. Y la tasa de inflación bajó de 163 por ciento en 1985 a 78 por ciento en 1986, a pesar
de que subió de nuevo hasta el 86 por ciento en 1987. En respuesta a las condiciones de
mercado más fuertes y quizás también a la creciente confianza que los problemas económicos
del Perú eran, al fin de ser atacado con éxito, la inversión fija privada aumentó en un 24 por
ciento en 1986, y la fuga de capitales se redujo.

El gobierno evitó cualquier derroche de dinero de su propio gasto del Gobierno central se
redujo de hecho en términos reales cada año. Sin embargo, debido a que el Gobierno también
redujo los impuestos indirectos a fin de alentar un mayor consumo privado y reducir los
costos para la empresa privada, el déficit inicialmente pequeño creció cada año. El déficit
económico del sector público no financiero en su conjunto (excluyendo pagos de intereses)
subió de 2,4 por ciento del PIB en 1985 al 6,5 por ciento en 1987.

Si bien el gobierno redujo su gasto total, se las arregló para soportar un nuevo programa de
obras públicas para proporcionar empleo temporal y destinar más recursos a los productores
rurales como está previsto en su programa para el cambio estructural. Tres líneas de la
política de ayuda, especialmente para mejorar los ingresos rurales. La primera consistía en
utilizar generosas precios garantizados para los productos alimenticios básicos. La segunda
fue para proporcionar crédito agrícola mucho mayor, financiado fundamentalmente por el
crédito del Banco Central. La tercera fue eximir a la mayoría de los precios no garantizados
agrícolas de los controles, permitiendo que sus precios suban drásticamente en relación con
los de los productos industriales procedentes del sector moderno. De julio 1985 a diciembre
1986, los precios de bienes y servicios que no están bajo el control aumentaron más de tres
veces más que aquellos bajo control. precios al por mayor en la industria manufacturera
aumentaron 26 por ciento, pero los de los productos agrícolas aumentaron 142 por ciento.

Además de aumentar el empleo y los niveles de vida, los dos primeros años de la recuperación
económica parecía ofrecer una pausa en el ciclo de aumento de la violencia rural. El flujo de
campesinos desplazados de la Sierra fue aliviado, y un buen número de campesinos
comenzaron a regresar al campo. Ese retroceso puede ser explicado por los esfuerzos iniciales
de García para reducir la dependencia de la fuerza militar para combatir al terrorismo y por
lo tanto a disminuir el grado de las de dos vías de conducción de la violencia fuera de los
pueblos. Pero la tendencia también pudo haber sido una respuesta a la realidad de mejores
condiciones económicas y las posibilidades de ingresos en el sector agrícola.

Los dos primeros años del gobierno de García dieron una nueva esperanza para el pueblo de
Perú, con un aumento del empleo, la producción y los salarios lo que sugiere un claro giro
para mejor después de tantos años de dificultades cada vez mayores. Fue por lo tanto,
doblemente trágico ver todo el proceso de desmoronarse tan rápidamente, una vez que las
cosas empezaron a ir mal otra vez. El primer signo de problemas apareció con la balanza de
pagos. El auge económico, naturalmente, levantó las importaciones con rapidez, en un 76 por
ciento entre 1985 y 1987. Sin embargo, se permitió que el tipo de cambio real a caer un 10
por ciento en 1986 y otro 9 por ciento en 1987. El auge retiró la oferta potencial de
exportación en el mercado interno, y la caída en la tasa de cambio real reducido los incentivos
para obtener divisas. Las exportaciones cayeron ligeramente en 1985 y se mantuvieron por
debajo de ese nivel hasta 1987. La cuenta corriente pasó de un superávit de US $ 127 millones
en 1985 a los déficit de cerca de US $ 1,1 mil millones en 1986 y cerca de US $ 1,5 mil
millones en 1987.

El gobierno de García reaccionó ante el creciente déficit exterior de la misma manera como
lo habían hecho los gobiernos de Velasco y de Belaúnde - posponiendo la acción correctiva
si bien el problema continuó empeorando. Como siempre, el gran temor era que la
devaluación agravaría la inflación. Las presiones inflacionarias fueron, de hecho, las que
comenzaron a empeorar tras la fachada de control. Hasta cierto punto, estaban creciendo en
respuesta a la alta tasa de crecimiento de la demanda y la producción, reduciendo los
márgenes de capacidad productiva anteriormente subutilizada. Pero las presiones más
explosivas se iban acumulando, apoyándose en los controles de precios que requerían una
dramática expansión del crédito para mantener el sistema en su lugar. Los precios de los
servicios del sector público - la gasolina por encima de todo, productos del petróleo en
general, electricidad, teléfono y servicios postales, se congelaronja los niveles que pronto se
convirtieron en casi ridículos en términos reales. Las restricciones sobre los precios cobrados
por las empresas estatales se los llevaron cada vez más en los déficits que debían ser
financiadas con préstamos. El endeudamiento llegó desde donde se podía, pero
principalmente del Banco Central. Al mismo tiempo, el crédito del Banco Central aumentó
de manera constante para mantener la financiación de la expansión agrícola. Otra dirección
de la creación de crédito del Banco Central fue el financiamiento utilizado para manejar la
nueva estructura del gobierno de los tipos de cambio múltiples. Las tasas diferenciales fueron
usadas para mantener bajo el costo de divisas para la mayoría de las importaciones, de nuevo
con el objetivo dominante de contener la inflación, mientras más altos los precios de las
divisas fueron pagados a exportadores para proteger sus incentivos para la exportación. Así,
el Banco Central pagó más por las divisas que compró de lo que recibió por las que vendió.

El término utilizado para estas fugas - para las extensiones de crédito del Banco Central que
no cuentan en el déficit presupuestario del gobierno - es el "déficit cuasi-fiscal". Su total
aumentó de un 2 por ciento del PIB en 1985 a alrededor del 4 por ciento en 1987. Mientras
tanto, los ingresos tributarios del gobierno disminuyó de manera constante en términos reales,
en parte debido a las reducciones de impuestos implementadas para mantener bajos los costos
de las empresas y en parte por el efecto de la inflación en la reducción del valor real de los
pagos de impuestos. Sumados, el déficit fiscal más el déficit cuasi-fiscal se incrementó de un
5 por ciento del PIB en 1985 a 11 por ciento en 1987.

Los dos jinetes de este apocalipsis particular-el déficit externo y el rápido aumento del crédito
del Banco Central - hicieron de 1988 un mal año sin importar lo que hubiera pasado. Sin
embargo, el presidente García garantizó un desastre financiero por su decisión totalmente
inesperada en julio de 1987, la nacionalización de los bancos que no sean de propiedad del
gobierno. Nadie ha sido capaz de explicar por qué se decidió a hacerlo. No parece haber sido
un paso necesario para cualquier componente de su programa, o necesario para el control del
gobierno en un sector bancario en el que ya tenía una posición dominante. En cualquier caso,
la acción ha subrayado el carácter unilateral de medidas de política económica bajo el sistema
presidencial de Perú y destruyó cualquier posibilidad de una mayor cooperación con el
liderazgo del sector privado. La inversión privada comenzó a caer, y el conjunto de la
economía lo siguió poco después.

El gobierno de García trató de una serie de paquetes de políticas mayores y menores de


nuevos principios de 1988 hasta 1990 pero fue en vano. Las nuevas políticas no lograron
apagar la infusión rápida de crédito del Banco Central que estaba alimentando la inflación,
incluso cuando tuvieron éxito en el impulso de la producción de manera significativa en 1989.
La producción manufacturera cayó un 18 por ciento en ese año, la producción agrícola un 3
por ciento, y el PBI total un 11 por ciento. Al mismo tiempo, la inflación aumentó de un
máximo de 666 por ciento en 1988 a un nuevo récord de 3,399 por ciento para 1989. El único
cambio positivo fue el déficit de la cuenta corriente externa: la caída de la producción
nacional y el ingreso era tan empinada que la cuenta corriente pasó de una profundo déficit
a un superávit sustancial. El costo interno fue quizás más claro en términos de salarios reales:
el salario mínimo en términos reales de mano de obra urbana se redujo un 61 por ciento entre
1987 y 1989, y el salario real promedio en la industria manufacturera cayó un 59 por ciento.

Fuente: Rex A. Hudson, ed. Peru: A Country Study. Washington: GPO for the Library of
Congress, 1992.

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