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Jorge de Buen Unna
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Prólogo de Alberto Ruy Sánchez
ISBN: 978-607-461-093-2
Prólogo
A l b e rto Ru y Sá nc h e z
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La lectura
Jo rg e d e Bu e n Un na
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El mestizaje ilustrado
en la tipografía mexicana
M a r i na Ga ro n e G r av i e r
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Una idea tipográfica llamada Lectura
L e o na r d o Vá z qu e z C o n d e
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Especímenes tipográficos
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Agradecimientos
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no de los más extraños privilegios que puede tener un edi-
tor es ser testigo del nacimiento de una familia tipográfica.
Mayor aún si el editor tiene la oportunidad de encargar la
creación de una tipografía para su publicación. Es la oportunidad
que me ofreció el diseñador gráfico, profesor de tipografía y durante
algún tiempo jefe de diseño en Artes de México, Leonardo Vázquez.
El reto que le propusimos era aparentemente sencillo: crear una
tipografía que fuera ideal para leer, partiendo de una paradoja que
encierran las letras dibujadas para ser leídas: entre menos espacio
hay entre ellas más difícil resulta leer; entre menos cuerpo tienen
las letras es más difícil leer. Dos principios que se contradicen uno
al otro puesto que el cuerpo y el espacio entre las letras ocupan el
mismo espacio de la página, se lo disputan en el peor de los casos. O
lo contrario, conviven en armonía, en composición ideal. Ésa es una
de las metas de un diseño de tipografía que sea altamente legible
y bello al mismo tiempo. Ocupar la superficie de la página dando a
cada uno de los principios de cuerpo y espacio su proporción eficaz
y estética.
Como una segunda parte del reto habría que crear una tipografía
que mostrara la personalidad de nuestra publicación. Una tipografía
Artes de México en estilo e historia, elegante pero osada sin gritarlo,
moderna pero retomando lo mejor de formas tipográficas clásicas.
Muy actual con conciencia de estar reinventando una tradición.
Leonardo avanzó paso a paso, literalmente letra a letra, trazo a
trazo algunas veces. Y después de varios ensayos y muchos meses
pudimos usar una primera versión de nuestra nueva tipografía, aún
sin capitulares, en un libro dedicado precisamente a reflexionar so-
bre el acto de leer y promoverlo: 101 Aventuras de la lectura. En él,
Leonardo, además de utilizar la nueva tipografía, diseñó tipográfi-
camente cada página, cada texto acompañado de una ilustración de
artistas notables, dándole enorme importancia a las letras, haciendo
muchas veces poesía concreta con ellas, pero siempre respetando la
legibilidad de la cita. Era lógico que esta tipografía se llamara Lec-
tura. El libro tiene una aceptación enorme y es uno de los más leídos
sobre el tema. Tiene bellísimas y muy efectivas ilustraciones, está
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ace algunos años, cuando comenzaba a interesarme por es-
tudiar seriamente la legibilidad (y dejar de hacer conjetu-
ras sobre el tema), hice algunos experimentos con letras
diminutas. La inquietud me surgió porque en algún sitio leí que, a
principios del siglo xx, Charles Dreyfus había diseñado una letra
que podía leerse perfectamente aún en el cuerpo 4. ¿Qué significa
esto del «cuerpo 4»? Es muy simple: una letra de esas dimensio-
nes suele ser demasiado reducida para cualquier cosa que no sea
enmascarar cláusulas horrendas en un contrato. Aquellos experi-
mentos con letras pequeñas me ayudaron a entender cosas sobre la
tipografía y la lectura y me mostraron nuevos caminos para la inves-
tigación. Gracias a ellos, durante esta primera década del milenio
he podido desarrollar nuevas estrategias en el diseño tipográfico
y editorial, estrategias que, a mi parecer, facilitan —y hasta mejo-
ran— el desempeño de muchos diseñadores noveles. Pero hubo algo
que, de forma completamente oculta para mí en aquel entonces, sur-
gió de aquellas impresiones con letras diminutas: me marcaron un
clarísimo «antes» y «después». Permítame el lector dejar esta parte
del relato para más tarde, una vez que haya puesto sobre la mesa
algunos antecedentes.
Sobre Charles Dreyfus y la letra que diseñó no tengo mucho que
decir; y no habría tenido nada si no fuera porque, a finales del 2008,
Leonardo Vázquez tuvo la gentileza de enviarme un artículo donde
se ve una reproducción de las letras que la fundición Deberny &
Peignot talló según los diseños de Dreyfus. El artículo de marras,
«Minuscule», es un interesantísimo informe sobre una serie de le-
tras que Thomas Huot-Marchand, su autor, diseñó con el propósito
de que fueran legibles en cuerpos muy pequeños. Hay un diseño
para el cuerpo 2 (Minuscule Deux), uno para el cuerpo 3 (Minuscule
Trois) y así, sucesivamente, hasta el cuerpo 6 (Minuscule Six). Tanto
Dreyfus como Huot-Marchand siguieron las pautas que, a finales
del siglo xix, marcó Javal.
Del francés Louis Émile Javal (1839-1907) sí que hay información,
porque se trata de uno de los científicos que más influencia han
tenido en el estudio de la fisiología del ojo. Influido por el anhelo de
ayudar a su padre y a su hermana, ambos afectados de estrabismo,
Minuscule Six
Minuscule Cinq
Minuscule Quatre
Minuscule Trois
Minuscule Deux
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que muchos grupos de neuronas —no sólo las del ojo— se valen de
otras células integradoras, llamadas interneuronas, para sintetizar la
información antes de entregarla a las áreas del cerebro encargadas
de interpretarla. El costo de ese proceso compendiado es una im-
portante caída en la calidad de los datos. En cambio, la información
de las células más centrales de la retina no se integra previamente,
sino que pasa franca y completa hasta el destino final.
Agudeza visual
¿Cuál es la verdadera capacidad de esta fóvea maravillosa? En mis
conferencias y cursos me gusta poner al auditorio el siguiente ejer-
cicio mental: imaginemos una línea negra de un milímetro de an-
chura trazada en una gran pieza de cartulina blanca. Supongamos
ahora que tenemos condiciones ideales de luz y que estamos en un
medio sin perturbaciones atmosféricas. Si colocamos este objetivo
visual en un lugar y caminamos de espaldas hasta perder de vista
la línea, ¿cuánto nos habremos alejado? Pues bien, aunque nunca he
hecho una encuesta en forma, puedo decir que la respuesta media
anda entre los diez y los quince metros. Hay quien se aventura y, con
mucha timidez, dice algo así como «veinticinco o treinta metros».
Pregunto entonces si alguien cree que podría ver esa línea a través
de una cancha de futbol reglamentaria, esto es, a unos cien metros
de distancia. La respuesta siempre es «no».
Es posible que el público tenga razón, porque en el mundo real no
existe eso que he llamado «condiciones ideales». Sin embargo, este
ejercicio tiene que ver con un experimento clásico de medición de la
hipervisual, es decir, la percepción del ojo llevada al extremo: un su-
jeto es puesto frente a una superficie perfectamente homogénea. En
el centro de esa superficie se proyecta una línea muy delgada, deli-
beradamente fuera de la capacidad perceptiva del sujeto. Enseguida,
la línea se ensancha gradualmente, hasta que la persona puede decir
que hay algo en su campo visual. No hace falta que describa lo que
está viendo; es suficiente con que acierte a si ese algo es vertical u
horizontal. Los científicos afirman que basta con que aquella línea
mida alrededor de un segundo de arco para ser advertida. Ésta es
una anchura tan diminuta, que equivale a mirar el cielo desde la
calle y percibir a un astronauta que estuviera dándose un paseo por
encima de la Estación Espacial Internacional.
Por supuesto, no hay manera de ver tal cosa como un astronauta
a cuatrocientos kilómetros de distancia, ni siquiera con un potente
telescopio: la atmósfera sería el impedimento principal. Pero, ¿qué
sería de la divulgación científica —tan útil, por cierto— si a los au-
tores se nos impidiese ser un poco insensatos con nuestros símiles?
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Percepción
El lector podrá intuir que este largo rodeo nos está conduciendo
poco a poco al mundo de la tipografía; pero, antes de ensamblar las
piezas, hablemos de otro importante aspecto de la lectura: el soft-
ware, es decir, los procesos mentales que nos permiten identificar
los signos, interpretarlos adecuadamente y convertirlos en ideas.
No hay manera de explicar la lectura bien y fácilmente. Si pu-
diera explicarse bien —o, más bien dicho, cuando pueda definirse
bien—, ciertamente no será con un relato fácil; y si pudiera escla-
recerse fácilmente, la explicación de ninguna manera estaría com-
pleta. Además, para enredar las cosas otro poco, los científicos ni
siquiera tienen visos de ponerse de acuerdo sobre cuáles son, exac-
tamente, los pasos que siguen nuestros cerebros para interpretar
los signos. Invariablemente, la pregunta que me hago cuando cavilo
sobre estas cosas es: ¿para qué reflexionar sobre la eficacia de un
estilo tipográfico si no podemos medir con precisión la legibilidad,
si no tenemos un baremo confiable? ¿Cómo podemos saber si la
letra Lectura, diseñada por Leonardo Vázquez, es más legible que,
digamos, un conjunto de signos hechos con los fideos que sobraron
de la cena? Lo curioso es que los últimos avances (¿serán avances?)
científicos nos informan que no hay manera de demostrar que esta
letra tan cuidadosamente diseñada es en verdad más legible que
los fideos.
Desde el punto de vista de la percepción, la lectura es casi un
milagro. Para entender una palabra escrita debemos pasar por cinco
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una forma (etapa 4). Según otro estudio de Nelson y Fehrer (1932), a
la etapa 4 se llega después de haber consumido 25 veces la energía
inicial.
Al reunir estos cabos sueltos, nos topamos con una enorme pa-
radoja: si se necesitan de 4 a 13 segundos para reconocer una forma
—una letra, digamos—, ¿cuánto podemos distinguir durante el cuar-
to de segundo que dura una fijación? El que el lector haya llegado
hasta este párrafo demuestra, sin lugar a dudas, que somos capaces
de leer con esos brevísimos golpes de vista. Pero, para reafirmar la
paradoja, vale la pena traer a cuento un experimento hecho por Bit-
terman, Krauskopf y Hochberg en 1954. A una serie de sujetos adap-
tados previamente a la oscuridad se les presentaron diversas figuras
geométricas que se iluminaban sólo durante medio segundo. Podría
creerse que es un tiempo largo, pero los resultados demostraron que
los cuadrados se confundían con círculos, la cruz era vista como una
estrella, y la equis, como un cuadrado. Esto evidencia que en esas
condiciones los contornos no se ven con claridad, sino como algo
muy difuso. Y si esto sucede con imágenes tan simples, ¿qué pode-
mos esperar entonces de una figura tan compleja como una letra?
Durante la fijación, que dura alrededor de la mitad de lo que duraban
los estímulos en aquel experimento, examinamos varios caracteres,
y, como el lector podrá constatar, este tiempo es suficiente para,
de alguna suerte, reconocerlos todos. Definitivamente, ese de alguna
suerte encierra misterios, y las cosas que se guardan en semejante
caja de sorpresas son motivo de discusiones y polémica. De modo
que debemos atribuir nuestra destreza a mecanismos que están más
allá de la pura y simple percepción. Estos procesos se conocen con
los nombres de léxico, sintáctico y semántico. Para sosiego del lec-
tor, aquí quedan sólo mencionados.
La visibilidad en la tipografía
Un tipógrafo que se preocupe por la legibilidad debe reconocer, al
menos, el límite que le marca la acuidad visual ordinaria. Según este
límite, ningún rasgo debe tener menos de un minuto de espesor; y
esto vale tanto para los trazos como para los espacios negativos. A
una distancia normal de lectura (unos 35 a 45 centímetros), un minu-
to de arco mide de 0.10 a 0.13 milímetros, así que cualquier cosa que
mida menos que eso será virtualmente imperceptible. Cuando un
paciente trata de ver una letra de Snellen del renglón 6/6, lo que está
intentando percibir son trazos y espacios que miden precisamente
un grado de espesor —y lo está haciendo en condiciones casi ideales.
Esas condiciones ideales en que se mide la acuidad visual están lejos
de parecerse a las circunstancias ordinarias de un lector. La luz, la
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ca, o bien, a una edad tan avanzada que sus condiciones físicas estén
demasiado mermadas como para permitirle leer. La esperanza de
vida de un latinoamericano era de unos 71 o 72 años en el 2005; por lo
tanto, su vida como lector podría ser de, digamos, unos 60 años. Si la
presbicia —esa disminución en la habilidad del ojo para acomodarse
y enfocar— comienza por ahí de los 42 o 43 años, debemos reconocer
que, sin importar cuán sanos hayan sido nuestros ojos, durante unos
30 años (la mitad de nuestra vida lectora) ¡necesitaremos lentes!
La letra Lectura
Todo esto nos trae ahora al análisis de lo que se presenta en esta
obra, el tipo Lectura, diseñado por Leonardo Vázquez. Esta letra per-
tenece al limitado mundo de las diseñadas para libros y revistas; y
si digo «limitado» es porque la mayoría de las letras que se diseñan
desde hace un par de siglos no persiguen este mismo propósito, sino
el de llamar la atención. Y es un «limitado» con reservas, ¡porque
hay cientos de tipos para libros y revistas!
Lo que estas letras destinadas a lectores absortos tienen de par-
ticular es que, en vez de llamar la atención del perceptor, preten-
den sólo servir como vehículos, como humildes instrumentos para
que un autor se comunique con sus lectores. Su destino es hacerse
sutiles, alcanzar un estado sublime de transparencia. Pero lo más
difícil para el tipógrafo no es simplemente hacerlas pasar inadver-
tidas, sino lograr que, a primera vista, sean tan atractivas que el
lector simplemente no les pueda quitar la vista, y que enseguida
desaparezcan del escenario. Si se llega a cumplir este aparente y
raro contrasentido, es porque se ha logrado tocar la piedra filosofal
del diseño tipográfico.
¿Para qué diseñar otra letra, echar un hijo más al superpobla-
do mundo de la tipografía? Cuando uno ama las letras, ya sea por
sus formas o por su potencia, y se encuentra con la oportunidad de
poner un buen rejón en un medio impreso de gran valor, siente un
apremio por sacar ese libro o revista del mundo de lo ordinario y
construirle un universo nuevo; un universo donde viva enteramente
a sus anchas. La revista Artes de México es el medio de gran valor
por antonomasia, y si antes no tuvo su propio tipo es sólo porque no
se habían reunido las cuatro sustancias: la voluntad del tipógrafo,
la voluntad del editor, la tecnología y la paciencia. El último ingre-
diente —la paciencia— es, a veces, el más raro de hallar. Cuando el
tipógrafo ha invertido un ciento de horas en dibujos de una meticu-
losidad inenarrable, y se encuentra con que ni siquiera ha recorrido
la mitad del camino, se hace una y otra vez la misma pregunta: ¿para
qué ir a poner una pica en Flandes? No son pocos los que claudican,
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blico; piensa en esto y más durante los años (años es lo que suelen
consumir estos proyectos) en que, con la tenacidad de un escarabajo
pelotero, empuja su incompresible montón de signos hasta la meta.
¿Y cuál es la meta? Desaparecer, esfumarse. Que en el papel nadie
vea más que las elocuentes, tersas, pulidas, conmovedoras, apasio-
nadas o, inclusive, necias, aburridas, afectadas o lacias palabras de
un autor.
Jorge de Buen Unna
Estudió diseño de la comunicación gráfica en la Universidad Autónoma Me-
tropolitana. Ha trabajado como caricaturista y diseñador gráfico en Canal
Once, Canal Trece, el Instituto Mexicano de Televisión y Televisión Mexi-
quense. De 1986 a 1994 dirigió en la ciudad de México su propia compañía de
diseño gráfico. Trabajó como diseñador gráfico e investigador de mercados
para Grupo Caliente en Tijuana, una corporación internacional dedicada al
entretenimiento con apuestas. Ha recibido varios reconocimientos interna-
cionales por su trabajo en la televisión, así como por su desempeño como
caricaturista, diseñador gráfico, diseñador editorial y director artístico. Ha
impartido cursos y conferencias sobre tipografía, ortotipografía y diseño
editorial en varias universidades e instituciones educativas de México, Ar-
gentina, Brasil, Chile, España, El Salvador, Canadá y los Estados Unidos.
Entre sus obras destaca el libro Manual de diseño editorial. Es miembro de la
Asociación Tipográfica Internacional (atypi) y de la Society of Typogra-
phic Aficionados (s{o}ta).
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Como tan apasionado que es Vuestra Alteza a todas las artes, y que
conoce a fondo en el estado que está nuestra Nación en este Reino hacía
un gran mérito para con Dios, el Rey y el público el que fuese la cau-
sa de que se pusiese este ramo de industria para que aquí se hiciesen
impresiones tan buenas como en España, y otras partes y a imitación
de ésta se esforzasen las imprentas que hay actualmente establecidas a
mejorarse en sus impresiones.11
De todas maneras hay que indicar que, aún con la opinión del gra-
bador acerca de las necesidades que cubriría y las mejoras que esti-
mularía dicha imprenta, ésta nunca fue autorizada. Aunque las
aportaciones de Gil son innegables, es importante mencionar que a
la fecha no existe un estudio profundo sobre su legado tipográfico
en México. En un futuro cercano nos ocuparemos de ese tema con la
documentación que hasta el momento hemos recogido. Sin embargo,
en este ensayo deseamos dar algunos avances. En el Archivo General
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mento muy útil, y necesario para los mineros y labradores de José Antonio
de Alzate y Ramírez (México, Imprenta del Lic. don José de Jáuregui,
1770) debajo del pie de imprenta figura el siguiente mensaje: “Los
Caracteres de esta Impresión han sido fabricados en esta Ciudad
por D. Francisco Xavier de Ocampo, a expensas de dicho D. Joseph
de Jáuregui”. Aunque, por el momento, no tenemos mayores noticias
sobre Ocampo, hasta donde sabemos ésta es la primera mención
explícita de un encargo tipográfico novohispano. Se trata de un di-
seño para cuerpo de texto de aproximadamente 12 puntos modernos.
Curiosa y casualmente para los fines de este ensayo, dicho tamaño
de letra era conocido como Cícero, Lectura, o Lectura gorda.16 La fuente
romana tiene algunos problemas de justificación, o sea que los ti-
pos no forman adecuadamente una línea de apoyo o renglón, lo que
podría ser muestra de la formación incipiente de Ocampo en el arte
de la letra. Otras características que debemos mencionar son: la
modulación vertical del diseño, que obedece a los patrones neoclá-
sicos; una morfología de la caja alta con marcado contraste en sus
rasgos y remates casi filiformes. La a prácticamente no tiene gota,
aunque esto pudo haberse debido a problemas en la fundición de la
letra; la barra de la e es alta en relación con las proporciones tradi-
cionales de la minúscula redonda del xviii. La fuente contiene ade-
más ligaduras fi, st y s larga. Desconocemos las circunstancias que
pudieron haber impulsado al impresor José de Jáuregui a realizar
aquel encargo. Podemos plantear algunas hipótesis: que los envíos
de remesas tipográficas desde la península estaban tardando más de
lo deseable; que Jáuregui no contaba con capital suficiente para ha-
cer la compra de material peninsular o que no había tanta oferta, ya
que la fecha en que realizó el diseño del mismo es anterior al periodo
de renacimiento tipográfico español, finalmente, aunque las razones
también podrían responder a las inquietudes y experimentaciones
locales en materia de imprenta (páginas 44 y 45).
El segundo caso de producción de tipografía local es el de Ge-
rardo Flores Coronado, de quien sabemos que era abridor de lámi-
nas y letras.17 Al parecer desde 1774 y por 26 años, Flores Coronado
había trabajado para la oficina de correos para cuyas facturas ha-
bía cortado letras. En octubre de 1783 solicitó y le fue concedida la
autorización del virrey para tener imprenta propia. Su producción
es breve pero en ella vemos los tipos que realizara para su propia
imprenta.18 Al igual que con Ocampo, existen problemas evidentes
de alineación tipográfica. Las formas parecen tener una inspiración
neoclásica, perceptible en la modulación vertical; sin embargo, hay
algunas letras con franco sabor antiguo como la a y e de caja baja y
la L y M de la alta; y el color de la mancha tipográfica es bastante
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Notas
1 La mayor parte de la información de este ensayo ha sido publicada en un
texto de mi autoría denominado “La influencia de la Imprenta Real en Amé-
rica: el caso de México”. Dicho ensayo forma parte del catálogo crítico de
la exposición Imprenta Real. Fuentes de la Tipografía Española, curada por del
tipógrafo José María Ribargoda y organizada por la aeci, Madrid.
2 Juan Cromberger, Juan Pablos, Antonio de Espinosa, Pedro Ocharte, Antonio
Álvarez, Pedro Balli, Viuda de Pedro Balli, Antonio Ricardo, Viuda de Pedro
Ocharte, Melchor Ocharte y Enrico Martínez. José Toribio Medina, La im-
prenta en México, tomo 1, México, unam, 1990.
3 Tomamos como referencia las menciones del propio José Toribio Medina y
las que aparecen en las Gacetas de México, desde 1789 a 1804.
4 Las reformas legales en materia editorial comienzan con la Ley Curiel en
1752, pero se acentuarán a finales del siglo xviii con cédulas reales y orde-
nanzas para todos los actores del mundo tipográfico. Un panorama de las
mismas se puede encontrar en María Luisa López-Vidriero, “La imprenta
en el siglo xviii”, en Escobar Hipólito (dir.), Historia ilustrada del libro español.
De los incunables al siglo xviii, Madrid, Fundación Germán Sánchez Riupérez,
1994, pp. 201-269, y Fermín de los Reyes Gómez, El libro en España y América,
Legislación y censura (Siglos xv-xviii), Madrid, Arco, 2000, 2 tomos, 1466 p.
5 Albert Corbeto, Especímenes tipográficos españoles. Catalogación y estudio de las
muestras de letras impresas hasta el año 1833, Madrid, Calambur (en prensa).
6 La tradición española de manuales de escritura es amplia y se remonta al
siglo xvi con la obra de Juan de Iciar (1548) y Francisco de Lucas (1580). En
el siglo xvii encontramos a Pedro Díaz de Morante (1616) y José de Casanova
(1650); hasta llegar a principios del siglo xviii con el tratado de Juan Claudio
Aznar de Polanco (1719). Un recuento detallado del tema se puede leer en: Ana
Martínez Pereira, “Los manuales de escritura de los Siglos de Oro: proble-
mas bibliográficos”, en Litterae. Cuadernos sobre Cultura Escrita. Número iii-iv
(2003/04).
7 Albert Corbeto, “Tipografía y caligrafía en España durante la segunda mi-
tad del siglo xviii. Características de la letra bastarda en los caracteres de
Jerónimo A. Gil”, Memorias del II Congreso de Tipografía de España, Valencia,
2006, pp. 54-58.
8 La historia de la institución inicia el 4 de noviembre de 1781 cuando, en
honor al día del santo del rey Carlos III, comenzaron las clases en la Acade-
mia de las Tres Nobles Artes de San Carlos: arquitectura, pintura y escul-
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tura de la Nueva España. Tres años más tarde se expidió la cédula real para
constituir la Real Academia de San Carlos de la Nueva España, y el virrey
Matías de Gálvez difundió la real orden para su fundación el 1 de julio de
1785. Aunque son varios los autores que han escrito sobre la historia de la
Academia novohispana, desearía destacar al doctor Eduardo Báez Macías,
entre cuyas obras podemos citar los cinco volúmenes de la Guía del Archivo
de la Antigua Academia de San Carlos y la Historia de la Escuela Nacional de Bellas
Artes (antigua Academia de San Carlos, 1781-1910 (en prensa).
9 Alguna información biográfica de Gil se puede obtener de su acta de defun-
ción (Archivo General de Simancas es.47161.ags/19.3//sgu,6840,90, fechado
en 1798). Quien más conoce la faceta tipográfica española de Gil es Albert
Corbeto. Para el caso de su periodo en México un acercamiento a su figura
ha sido realizado por Eduardo Báez Macías en Jerónimo Antonio Gil y su tra-
ducción de Gérard Audran, México, iie-unam, 2001 y Silvia Fernández en “Una
tipografía ignorada: el Gilismo de Jerónimo Antonio Gil en la Nueva Espa-
ña”, Memorias del II Congreso de Tipografía de España, Valencia, 2006, pp. 74-77.
10 En la Gaceta de México de 1785 se indica que “Los Estatutos de la Real Acade-
mia de las Tres Nobles Artes se han impreso con los nuevos caracteres que
ha fabricado en la Real Casa de Moneda D. Jerónimo Antonio Gil, su primer
grabador y director”.
11 Archivo de la Antigua Academia de San Carlos, documento 160.
12 agn de México, Casa de Moneda, vol. 389, Expediente 4, fs. 41r-45r.
13 La bibliografía sobre tecnología y grabado de punzones es abundante pero
aquí sólo mencionaremos dos textos, uno para la producción de medallas y
otro para tipos móviles, respectivamente: Elvira Villena, El arte de la medalla
en la España Ilustrada, Madrid, Centro Cultural Conde Duque, Concejalía de
las Artes del Ayuntamiento de Madrid, Fundación Caja Madrid, 2004 y Ha-
rry Carter, Orígenes de la tipografía. Punzones, matrices y tipos de imprenta (siglos
xv y xvi), Madrid, Ollero & Ramos, 1999.
14 Los 151 punzones que hemos analizado, medido, fotografiado y de los cuales
hemos podido realizar pruebas de humo simplificadas con papel carbónico
están distribuidos en siete cajas. Los estilos son: gótico textura (altas de 24
puntos y bajas de 12 puntos, localización: cajas 2 y 4); Didot (altas de 6, 12, 14
y 18 puntos, cajas 1, 6, 3 y 5, respectivamente) y unos numerales de fantasía
(caja 5). En promedio los punzones miden 6.5 cms de largo. Agradecemos la
asistencia de Alejandra Guerrero en el proceso de manipulación fotográfica
del material.
15 Los signos que están en la caja 7 son seis números (0, 3, 4, 5, 6, 8) y dos letras
(S y O).
16 Tomamos como referencia lo explicado por Juan José de Sigüenza y Vera
en el Mecanismo del arte de la Imprenta para facilidad de los operarios (Madrid,
Imprenta de la Compañía, 1811, pp. 11-12), por haber sido éste discípulo de
Joaquín Ibarra, impresor modelo del siglo xviii.
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Agradecimientos
A las autoridades del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la Universidad Nacional
Autónoma de México, de la Biblioteca Nacional de México y de la Biblioteca Cervantina
del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, campus Monterrey, por las
facilidades brindadas en la consulta de sus acervos. A Albert Corbeto, José María Ribagorda
y Andreu Balius por sus sugerencias y amistad.
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uando recibí el reto de diseñar una tipografía para Artes de
México me surgieron algunas preguntas: ¿cómo hacerlo?,
¿por dónde empezar? Debía decidirme por uno de dos cami-
nos distintos: tomar un modelo histórico como base y reinterpretar-
lo; o crear una fuente original, nueva. Decidí optar por la segunda
idea y tomar los modelos neoclásicos como inspiración, principal-
mente franceses e ingleses.
Durante el neoclásico el arte se basó en la pureza formal, en rela-
ciones matemáticas demostrables y en el análisis racional. La crea-
ción tipográfica también se integró a esta estética, y en este periodo
se separó de la caligrafía y se adentró en el mundo del dibujo de
la letra, lo que definió algunas de las características formales que
dieron lugar a lo que más adelante sería una nueva clasificación de
la letra. En este momento surgieron las llamadas letras de transi-
ción, pues corresponden a un estadio entre las antiguas (o garaldas)
y las modernas (o didonas). De acuerdo con la clasificación hecha
por Vox en la década de 1950, las tipografías neoclásicas tienen ejes
verticales en su estructura o ligeramente inclinados, contraste mo-
derado entre trazos gruesos y delgados, patines firmes, y unidos por
una curva suave con el trazo principal de la letra, aunque de forma
perpendicular con terminaciones en ciertos elementos humanistas.
Encontramos la muestra más clara de la incidencia de la estética
neoclásica en la familia Romain du Roi (La romana del Rey), creada en
París en el siglo xvii, por mandato de Luis XIV y que se mantuvo
en uso en la Imprenta Real hasta 1811.
Desde el siglo xvi ya había registro de alfabetos de tendencia
geométrica, pero el nuevo proyecto superó a los anteriores y, a par-
tir de él, se avanzó en temas como las unidades tipográficas, cues-
tiones técnicas referentes a cortado de punzones y posteriormente,
en la mencionada clasificación tipográfica (página 57). Para cons-
truir el alfabeto Romain du Roi, los dibujos maestros fueron graba-
dos en placas de cobre por Louis Simonneau (1654-1727). Jaugeon,
miembro activo de la Academia de Ciencias —fundada en 1666 por
Richelieu— y encargado de la comisión para la creación de este al-
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Tabla tomada de Daniel Berkeley Updike. Printing Types. Their history forms and
use. Vol. 1. p. 27 y la sección en español complementada con información del
libro de Jorge de Buen, Manual de diseño editorial, Santillana, México, 2000.
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Primeros bocetos
La revista Artes de México es una publicación que existe desde 1953.
Fue fundada por Vicente Rojo y Miguel Salas Anzures, quien poste-
riormente fundó el Museo de Arte Moderno. En una casa editorial
como Artes de México todo es importante: la letra, el tamaño del
cuerpo de texto, el ancho y la profundidad de la columna, la jerar-
quía y la mancha tipográfica. Todo tiene un papel fundamental, tan-
to el acto de leer como el goce estético.
Artes de México tuvo como director en sus primeros números al
propio Vicente Rojo, quien creó piezas editoriales que no han per-
dido actualidad. El diseñador contemporáneo encuentra en las pá-
ginas de estos primeros números inspiración y referencias de un
diseño en gestación, reflejo de una época en la que todo estaba por
hacerse. Desde su primer número, la revista conserva un formato
vertical generoso (32 × 23 cms), inspirado en la revista suiza Du, el
cual favorece la composición en dos columnas, de buena profundi-
dad y ancho, lo que permite una rica densidad de palabras. Por el
diseño de cabezas y entradas, es evidente que el catálogo tipográfico
de aquellas ediciones era limitado, pero bien usado. Algunas de las
familias tipográficas que se utilizaron en aquellos primeros núme-
ros eran versiones de Garamond y Futura (que se conserva en el logo
actual), Baskerville, Caslon y Bodoni, entre otras.
La creación de una familia tipográfica para la editorial era par-
te de un proceso natural. El diseño comenzó con un análisis de las
publicaciones actuales y pasadas, y se complementó con mi es-
tancia como cabeza del departamento de diseño durante el tiem-
po suficiente para entender las necesidades de una nueva familia
tipográfica. Así que diseñé los alfabetos con los objetivos de crear
una tipografía para texto que combinara rendimiento, legibilidad
y elegancia; resolver las necesidades de jerarquía tipográfica de la
publicación; y aprovechar la tecnología de diseño tipográfico y de
impresión actual. Los primeros bocetos se hicieron en 2004.
En su primera etapa, Lectura consta de las variantes normal, nor-
mal itálica, negrita, negrita itálica, versalitas y una versión hueca
para títulos. También tiene numerales modernos (para tabulación)
y antiguos, elzevirianos o con ascendentes y descendentes (para ser
empleados intercalados en el texto). Esta gama de variantes resuel-
ve las necesidades de jerarquía de la gran mayoría de los proyectos
editoriales. En el argot tipográfico esta extensión de variantes es lo
que se llamó caractères de labeur en francés, Brotschriften en alemán o
Jobbing types en inglés, y su rango variaba según la publicación entre
9 y 14 puntos tipográficos. En español su equivalente sería algo así
como “tipografía de batalla”. La versatilidad y flexibilidad de una
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Los primeros bocetos de esta tipografía fueron muy burdos, pero sirvieron
para tomar conciencia de formas y terminaciones. El bocetaje es importante
pues es una vía para llegar a un resultado preliminar de la forma tipográfica
y de ahí extenderlo al resto del alfabeto.
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El detalle en Lectura
• Lectura es una tipografía original, no un revival.
• Lectura es una letra de rasgos delicados y contrastes moderados. En
las proporciones apropiadas, crea una mancha de texto agradable
y uniforme, en tamaños cómodos para leer.
• Lectura tiene un tamaño de equis equilibrado, algo normal en una
romana de transición. Tiende a ser grande entre los tipos que
se le asemejan y, gracias a los blancos internos de algunas de
sus letras, permite una legibilidad superior en los tamaños más
reducidos, aunque puede ser contraproducente en cuanto a ren-
dimiento, pero se puede compensar al disminuir el tamaño del
cuerpo de texto.
• Los patines de Lectura son rectos y francos. Sus ligeras líneas de
base dan estabilidad a la línea de texto y permiten saltar de línea
en línea con mayor facilidad.
• En el caso de Lectura, los diacríticos son elementos importantes
del diseño. Fueron creados para marcar y acompañar. Son signos
visibles, con carácter, y en la lectura de un texto corrido ayudan a
la entonación.
• Las letras con ascendentes o descendentes marcan el ritmo de un
texto. En el caso de Lectura los ascendentes son un poco más largos
que los descendentes, y al igual que las letras con curvas (b, d, p, q)
tienen un espacio interno amplio, pero ambas son un poco estre-
chas con la intención de mejorar el rendimiento.
• Letras como la a, c, g, f, r, y algunos numerales, como el 2 y el 3,
tienen terminaciones de gota con un ligero énfasis anguloso. Si
tenemos de 20 a 40 milisegundos para identificar las letras, estas
terminaciones podrían ayudarnos a definir un grupo de caracteres
o una palabra.
• En el caso de las mayúsculas de caja baja o versalitas, su altura
es como la de las minúsculas, sólo que más anchas. Las versalitas
necesitan mayor espacio horizontal para poder ser leídas correc-
tamente. Al carecer de elementos ascendentes o descendentes que
identifiquen las letras, necesitan mayor espacio entre ellas.
• Lectura presenta las ligaduras ff, fi, fl, fh, fj, ct, it, si, st, œ, æ. Son fu-
siones de caracteres cuyo origen es el tipo de metal. Se ligaban dos
o más caracteres por cuestiones estéticas y para ahorrar espacio
en la formación de un texto.
• Contiene un alfabeto abierto. Este tipo de versiones son utilizadas
en títulos o elementos decorativos de una publicación, como las
cornisas. No es recomendable que se usen como cuerpo de texto
debido a la dificultad que presentan las aperturas en estos tamaños.
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Notas
1 El Museo Plantin-Moretus recibe este nombre de la unión de los apellidos de
sus dos dueños: Christophe Plantin y Jan Moretus. Está considerado patri-
monio de la humanidad. Se trata de una casa de época que contiene las dos
prensas más antiguas del mundo en perfectas condiciones y funcionando.
Hay además juegos de troqueles, matrices y colecciones de tipos móviles,
como los originales de Claude Garamond, así como una gran colección de li-
bros incunables y primeras ediciones de libros clásicos como la Biblia de
Gutenberg, entre otros tesoros.
2 “The Maverick Tendency: The Type and Strange Afterlife of John Baskervi-
lle”, en Simon Loxley. The Secret History of Letters, I.B. Tauris, Londres, 2006,
p. 51.
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Dover Publications, Nueva York, 1980.
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Baskerville, 70 puntos.
Century, 70 puntos.
Lectura, 70 puntos.
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Descendentes y ascendentes.
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fhfifjfl
ctit
shsist Algunas ligaduras presentes en Lectura.
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É
ste es un libro que duró muchos años en pausa, esperando
el momento de ser retomado, por lo que después de tanto
tiempo, son necesarios los agradecimientos, sinceros y sen-
tidos, a las personas que han estado cerca de mí, con comentarios,
y motivaciones en momentos en los que estuve a punto de olvidarlo
en un cajón.
En primer lugar me gustaría agradecer a Alberto y Margarita,
por haber creído en mí para llevar a cabo este proyecto y otros que
tantas satisfacciones nos han dado. Mi profundo cariño, respeto y
admiración para ellos. Al equipo editorial de Artes de México, en-
cabezado por Gabriela Olmos, con quien aprendí muchas cosas del
arte editorial.
Muchas gracias a Marina Garone y a Jorge de Buen, quienes
aceptaron mi solicitud a escribir los textos que componen este libro,
que a pesar del tiempo transcurrido siguen teniendo la validez y
actualidad sobre el tema.
A mis queridos colegas, Alejandro Lo Celso y Gabriel Martínez,
maestros y amigos con quienes siempre ha sido una delicia compar-
tir esta vida y partes de otras.
Un especial agradecimiento a José Luis Acosta por su esfuerzo y
entrega, por todas las horas, días y meses dedicados a este proyecto.
A Elí Castellanos, por su disposición, tiempo y entusiasmo.
Con cariño a Ricardo Salas y Tulia Bassani, por su generosidad y
el apoyo que siempre tuve en la Universidad Anáhuac.
A mis profesores y amigos, Pepe Kuri y Jorge Arzate, quienes
echaron a andar los resortes de mi creatividad y el interés por la
letra, además de ser mis padrinos profesionales.
A Jorge Iturbe quien, desde la Universidad la Salle, apoyó desde
el inicio la publicación de este libro.
Con muchísimo cariño a Paulina Rocha por haberme empujado a
seguir adelante y llevarme siempre un poco más lejos.
Leonardo Vázquez Conde, octubre 2011.
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