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CONSECUENCIAS ACCESORIAS (Dº Pen)

I. Concepto y naturaleza jurídica. Junto a la pena y a las medidas de seguridad, un tercer modo de
reacción frente al delito previsto por las leyes penales lo constituyen lo que se puede denominar
"consecuencias accesorias". El concepto procede del Derecho alemán, queriéndose indicar con el mismo que
se trata de sanciones de naturaleza peculiar que, sin ser penas ni medidas, se unen o pueden unirse a una
condena penal; y si bien los §§ 45 ss. del StGB alemán incluyen bajo esa rúbrica la inhabilitación para cargo
y para sufragio activo y pasivo, que no hay ningún inconveniente conceptual para considerar penas -como se
hace en nuestro CP-, también es cierto que aquel concepto es aplicable a la confiscación de beneficios ilícitos
y al comiso, que el Tít. 7 de la Secc. 3ª de la PG del StGB regula asimismo separadamente, reconociendo que
no son penas ni medidas. Nuestro CP 1995, siguiendo la propuesta del los Proyectos desde el AP 1983, en
una regulación bastante aceptable, dedica el Tít. VI del Libro I a las consecuencias accesorias, considerando
como tales en los arts. 127-129 el comiso de instrumentos y efectos, así como de las ganancias provenientes
del mismo, cualesquiera que sean las transformaciones que hayan experimentado (esto último se configuraba
en el AP 1983 como privación de beneficios ilícitos de personas jurídicas), y la clausura, disolución,
suspensión o prohibición de actividades de empresas o personas jurídicas. El CP 1944/1973, en cambio, no
preveía tal categoría sistemática general, sino que incluía el comiso entre las penas, y luego recogía de modo
disperso por su articulado sanciones de disolución, clausura, suspensión o prohibición de actividades, p.ej. en
los arts. 174, 265, 344 bis b, 344 ter, 347 bis, 452 bis d 2º, o de comiso de ganancias ilícitas, aunque se hayan
transformado (lo que parece estar pensado para la utilización de sociedades entre otros casos), en el art. 344
bis e.
La naturaleza de estas sanciones es ciertamente discutible, pues respecto de ellas puede sostenerse, y
se ha sostenido, que son penas, o medidas de seguridad, o incluso medidas administrativas. Así el art. 48 CP
1944 consideraba pena accesoria al comiso. Y de las sanciones que afectan a personas jurídicas, se ha
sostenido que son penas por quienes defienden la capacidad delictiva de las personas jurídicas, o por otro
sector doctrinal, seguido por los arts. 132 y 153 del P 1980, que son medidas de seguridad. Pero tales
sanciones tienen en común que afectan o, en el caso del comiso, pueden afectar a terceras personas no
responsables del delito (pues las personas jurídicas no lo son). Por eso no son penas. Y tampoco son medidas
de seguridad, pues éstas requieren peligrosidad criminal en el sujeto a quien se aplican, y ni el comiso ni la
confiscación de beneficios ilícitos lo presuponen en absoluto, ni tampoco en las "medidas" aplicables a
personas jurídicas hay peligrosidad criminal en éstas, puesto que no pueden delinquir. Por lo demás, las
consecuencias accesorias son de naturaleza jurídicopenal -y no meramente administrativa-, pues son
consecuencias precisamente del delito y, aparte de ser sanciones impuestas por el juez penal (y previstas en

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normas penales), suponen privaciones de derechos de entidad considerable y (anticipando su
sentido material) en todo caso de carácter preventivo.
Las sanciones penales también permiten restringir o afectar los bienes jurídicos más importantes
como respuesta al delito. Aunque con distintos presupuestos y finalidad las diversas sanciones: Las penas,
dado que su finalidad fundamental es la prevención general, aunque también se orienten a la prevención
especial, tienen como presupuesto la previa comisión responsable de un delito, y no forzosamente la futura
comisión de un delito -peligrosidad criminal-. En cambio, las medidas de seguridad, como su finalidad es
exclusivamente preventivo-especial (aunque de facto en algunos casos puedan también cumplir una función
preventiva general, presuponen ineludiblemente la probable comisión futura de un delito -aunque no sea
culpable-, es decir, peligrosidad, pero no siempre la previa comisión de un delito (sí las post, pero no las
predelictivas, suprimidas en el CP 1995) y, en cualquier caso, no requieren, aunque pueda darse, la previa
comisión culpable de un delito.
Y las consecuencias accesorias tienen también finalidad preventiva (reforzada, agravada): En la
medida que son accesorias de penas, a las que acompañan, tienen finalidad disuasoria y, por tanto,
preventivo-general, pues refuerzan la eficacia disuasoria de aquéllas frente a potenciales delincuentes, al
amenazarles con privarles de disfrutar o utilizar efectos del delito, aunque formalmente sean ajenos, o al
implicar la amenaza de inutilizar aquellos objetos o entidades, aunque sean de ajena titularidad, que puedan
utilizar como instrumento de delitos. Y por otra parte, tienen una clara finalidad preventivo-especial -
reforzando la de las penas o eventualmente medidas a las que acompañan-, ya que pretenden evitar que los
sujetos que han delinquido y por ello potencialmente peligrosos vuelvan a utilizar instrumentos -objetos o
personas jurídicas- para el delito (o incluso que otros sujetos distintos los vuelvan a utilizar aprovechando su
idoneidad al efecto), o impedir que se beneficien de los efectos del delito, y ello, al resultarles rentable, les
refuerce en su idea de persistir en el futuro, o que materialmente les facilite o aumente su capacidad de seguir
delinquiendo.
II. El comiso.
a) Fundamento y naturaleza: Los artículos 127 y 128 del Código Penal recogen la tradicional figura –
renovada hoy, sin embargo, en aspectos sustanciales- del comiso. Como es sabido, el comiso (de
instrumentos y efectos del delito) ha venido apareciendo en nuestra legislación penal con la naturaleza de
“pena accesoria” (así, en el artículo 48 del Código ya derogado), lo que, aparte de otras consideraciones de
carácter dogmático, conllevaba necesariamente una estrecha vinculación entre pena principal y la adopción
de medidas de comiso. Ello había sido criticado reiteradamente en la doctrina española, por entender que con
dicha estricta vinculación se desnaturalizaba la finalidad del comiso, que no es ni puede ser
fundamentalmente la aflictiva (como sí que lo es en el caso de las penas propiamente dichas), sino más bien

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otra de naturaleza preventiva y aseguradora. Por ello, ha merecido aplauso general la decisión
adoptada en el nuevo Código Penal (y que ya había sido propuesta en el AP 1983) de convertir al comiso en
una de las nuevas “consecuencias accesorias”. Con ello, se deja claro, de una parte, que el comiso no es una
pena, en tanto que ni tiene finalidad eminentemente aflictiva ni tiene por qué concebirse como sanción
personalísima; y, de otra parte, que tampoco constituye una medida de seguridad, personalísima igualmente.
Por el contrario, y al igual que el resto de las “consecuencias accesorias”, se orienta esta sanción también
hacia el aseguramiento de objetos y la prevención de su utilización o aprovechamiento para eventuales fines
delictivos futuros. Sin embargo, debe advertirse que, a pesar de la rúbrica legal, como "consecuencia
accesoria", el comiso sigue poseyendo en el nuevo CP una naturaleza inevitablemente mixta: se acerca, sí,
más sin duda a ese ideal de medida de aseguramiento y prevención en relación con cosas; pero, al tiempo,
subsisten rasgos y disposiciones que continúan vinculando al comiso con la idea de pena (vinculación a la
pena principal, carácter aflictivo,…) y también con la de responsabilidad civil ex delicto (resarcimiento del
enriquecimiento injusto).
Por lo demás, es obvio que la figura del comiso, dada su naturaleza eminentemente sancionatoria,
significa una intromisión, que en ocasiones puede ser de elevado calado, en el derecho a la propiedad privada
constitucionalmente reconocido. Por ello, parece necesario exigir de los órganos jurisdiccionales un esfuerzo
de motivación de la decisión de decomisar y del alcance de la misma mucho mayor del que, por desgracia,
viene siendo habitual.
b) Presupuestos: En este sentido, el primer aspecto a considerar en la actual regulación legal del
comiso es, precisamente, el de los presupuestos del mismo: es decir, el de su vinculación con el hecho
delictivo y, eventualmente, con las sanciones que personalmente merezcan los delincuentes. Así, como ya se
ha indicado, no dejan de persistir en la nueva regulación rasgos procedentes de la anterior. En concreto, se ha
señalado que la vinculación entre comiso y titularidad de los bienes decomisables por parte de alguno de los
delincuentes significa mantener en alguna medida la concepción tradicional del comiso como pena accesoria,
dado que desde el punto de vista estrictamente preventivo no se justificaría esta restricción. Al respecto,
merece destacarse una distinción que no ha quedado clara en la regulación legal. Pues, en efecto, una cosa es
que la sanción del comiso deba poseer, en Derecho Penal (y al igual que ocurre en el caso de las medidas de
seguridad), un carácter post-delictivo, como garantía para el reo de que el juicio de peligrosidad criminal no
va a resultar arbitrario: ello conlleva sin duda una obligación de que se haya dictado sentencia declarando la
acción enjuiciada como delictiva (esto es, como típicamente antijurídica). Ahora bien, a esta primera
exigencia no es lícito unir sin más ninguna de estos dos requisitos adicionales que, sin embargo, el CP ha
unido: ni que la acción en cuestión resultase culpable (y, por consiguiente, el sujeto sea penado), ni tampoco
que los bienes a decomisar pertenezcan a alguno de los delincuentes. Pues, en efecto, estos dos requisitos,

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evidentes en relación con las penas (en virtud del principio de culpabilidad y de la personalidad de
la pena), dejan de serlo para el caso de las “consecuencias accesorias” –y del comiso también, por lo tanto-,
que han de regirse por otra lógica (la preventiva).
Pese a ello, lo cierto es que la nueva regulación del comiso en nuestro Derecho no sabe despegarse
totalmente del planteamiento tradicional. Así, en primer lugar, el artículo 127 CP sigue exigiendo para la
aplicación del comiso que “se imponga una pena”; no bastando, por consiguiente, con la presencia de una
declaración de tipicidad respecto de la conducta enjuiciada (interpretación esta vedada por el respeto al
principio de legalidad en materia de sanciones). De este modo, los instrumentos, efectos o beneficios
procedentes de una acción típicamente antijurídica realizada por un inculpable o por una persona en quien
concurra una causa de exclusión de la punibilidad y, en general, cualquier causa de extinción de la
responsabilidad penal, no podrán ser decomisados, lo cual resulta incomprensible cuando persista la
peligrosidad.
La pena impuesta deberá serlo "por un delito o falta dolosos", excluyéndose por lo tanto las
infracciones penales imprudentes del ámbito de aplicación de esta consecuencia, lo que no siempre aparece
justificado desde el punto de vista político-criminal, especialmente para los casos de imprudencia grave en
tipos penales de suficiente entidad, en los que la necesidad de neutralización de instrumentos utilizados para
la creación no permitida de peligros puede resultar patente. Nuevamente aquí, la tradicional consideración
del comiso como pena, antes que como medida de prevención y aseguramiento, acaba por imponer su lógica.
En segundo lugar, el mismo artículo 127 CP limita la titularidad de los bienes susceptibles de ser
decomisados, restringiéndola a aquellos que no pertenezcan a “un tercero de buena fe no responsable del
delito que los haya adquirido legalmente”. Ello, sin embargo, no significa necesariamente, contra lo en
ocasiones se piensa, limitar la aplicación del comiso a los bienes propios de los criminalmente responsables
(esto es, a tenor del artículo 27 CP, a autores y partícipes en el delito). Pues, en efecto, de acuerdo con la
regulación vigente la posibilidad de comiso alcanzará también a aquellos bienes -instrumentos, efectos o
beneficios del delito- cuyo titular no sea "adquirente legal y de buena fe" (es discutible si la "buena fe" puede
referirse, además de a la adquisición misma, a la diligencia del adquirente en la custodia de sus bienes, con el
fin de garantizar que los mismos no son utilizados en la comisión de delitos), lo que incluye no sólo a
aquellos y a eventuales autores de los delitos de receptación o de blanqueo de capitales, sino también a quien,
sin encajar por cualquier razón en dichos tipos penales (o no pudiendo ser penado por los mismos), no haya
adquirido los bienes legalmente o no lo haya hecho de buena fe. Señaladamente, parece que dicha restricción
habrá de aplicarse al supuesto –tan frecuente- de utilización de testaferros y “tapaderas”, sean físicas o
jurídicas (personas jurídicas), que no podrán ser considerados en ningún caso adquirentes de buena fe. En
cualquier caso, es cierto que esta limitación en cuanto a la titularidad de los bienes susceptibles de comiso,

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que evidentemente pretende proteger los intereses -legítimos, sin duda, pero de carácter civil, y no
penal- de dichos titulares, se compadece mal con la finalidad aseguradora y preventiva que el comiso dice
perseguir. Prueba evidente de ello es aquel caso en el que el bien decomisado resulta ser propiedad de ese
tercero de buena fe y, sin embargo, era poseído por cualquier título por alguien que no reúne tal condición,
supuesto este en el que la redacción del artículo 127 CP veda la aplicación del comiso. En este sentido,
hubiera sido sin duda más adecuado eliminar esta limitación y añadir una cláusula de indemnización -civil-
para esos terceros adquirentes de buena fe, en la línea de las disposiciones civiles acerca del enriquecimiento
injusto.
Por lo que respecta a la titularidad de los bienes susceptibles de comiso, ha de concluirse analizando
el supuesto de bienes en copropiedad. En este caso, hay que entender que el comiso resulta posible, sin
perjuicio de que ello dé lugar a responsabilidades recíprocas entre los copropietarios.
Debe observarse, finalmente, que el comiso aparece configurado en la legislación vigente como una
consecuencia imperativa de la imposición de pena ("toda pena (…) llevará consigo"). Dicha imperatividad
no siempre resultará suficientemente justificada, ya que no necesariamente la peligrosidad de los
instrumentos, efectos o beneficios del delito persiste tras la condena -e inocuización- del responsable del
mismo.
c) Objeto: Según el artículo 127 CP, el comiso alcanza a los "efectos", "instrumentos" y "ganancias"
del delito. En realidad, siendo más estrictos en la clasificación, podríamos decir que son dos los objetos sobre
los que la consecuencia del comiso puede recaer: medios de comisión de delitos ("instrumentos) y productos
obtenidos a través de la realización de los mismos ("efectos" y "ganancias"). Así, en el primer caso, habrá de
tratarse de las cosas efectivamente utilizadas para la comisión del delito a cuya punición la medida de comiso
se vincula. No parece exigirse, por lo tanto, ni que dichas cosas hayan sido utilizadas para su función propia
(y no impropiamente), por resultar objetivamente idóneas para la comisión del delito, ni tampoco que se
compruebe la presencia de peligrosidad para el futuro. No obstante, nada impide la realización de tal
interpretación restrictiva, que resulta ajustada a la finalidad fundamental del comiso.
Por cosas -y, por lo tanto, por "instrumentos del delito"- hay que entender exclusivamente objetos
materiales, y no otro género de entidades (derechos, personas jurídicas,…), por más que las mismas faciliten
o sirvan de tapadera para la comisión de delitos, pues respecto de dichas entidades habrá de existir una
previsión legal expresa de sanciones específicas (que en alguna medida existe, aunque insuficientemente, en
el artículo 129 CP para el caso de las personas jurídicas y en los artículos 39 ss., 96 y 105 CP, en relación
con los derechos).
Por lo que respecta a los productos obtenidos a través de la comisión del delito, es evidente que la
voluntad del legislador al redactar el nuevo artículo 127 CP ha sido la de ampliar el género de productos

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susceptibles de comiso, añadiendo a los tradicionales "efectos" el concepto de "ganancias". A la
hora de interpretar ambos términos, hay que entender por "efectos" aquellos productos directamente
obtenidos a través de la actividad delictiva (la moneda falsificada, la mercancía introducida ilegalmente, la
droga elaborada,…) y por "ganancias" aquellos otros beneficios (de carácter económico) que se deriven,
indirectamente, de dicha actividad.
En este sentido, y además de eventuales problemas de prueba, la principal dificultad para la
aplicación del comiso a las "ganancias" estriba en limitar el alcance de dicho concepto: concretamente, en
determinar qué grado de vinculación ha de existir entre beneficio y delito para que la medida de comiso
resulte legítima. Es evidente, en primer lugar, que los beneficios casi directamente provenientes del hecho
delictivo deberán ser decomisados (así, el dinero obtenido por la venta de objetos robados… pero también el
precio cobrado por un asesino por su crimen). Ahora bien, a medida que la relación entre delito y beneficio
se haga más distante resultará más difícil seguir afirmando la legitimidad de esta consecuencia. Sin embargo,
puesto que el artículo 127 CP no establece ningún límite al respecto (salvo el ya mencionado, relativo a
"terceros de buena fe"), entiendo que siempre que pueda probarse la relación de causalidad entre actividad
delictiva y beneficio el comiso estará justificado; al menos, en la medida en que la causa constituida por el
delito siga resultando la principal, la más relevante o adecuada en la causación del beneficio (y no una de
importancia meramente secundaria), interpretación restrictiva esta que también parece razonable.
En todo caso, y tanto para "instrumentos" como para "efectos" y "ganancias" procedentes del delito
será necesario demostrar la vinculación entre el objeto en cuestión y la actividad delictiva realizada. Lo cual,
evidentemente, no siempre será fácil de hacer. De cualquier forma, y puesto que el comiso sigue
constituyendo una sanción penal, con su propio supuesto de hecho, continuará rigiendo aquí el principio in
dubio pro reo para el caso de que no sea posible establecer adecuadamente la relación existente.
d) El comiso parcial y la renuncia al comiso: El artículo 128 CP establece dos salvedades a las
perentorias disposiciones contenidas en el artículo anterior. Así, y a tenor de aquel precepto, se admite la
posibilidad de que el órgano judicial no acuerde el comiso o lo acuerde solamente de manera parcial (esto es,
respecto de parte de los instrumentos, efectos o ganancias del delito) en dos supuestos: primero, cuando el
valor de los instrumentos o efectos "no guarde proporción con la naturaleza o gravedad de la infracción
penal"; y segundo, cuando "se hayan satisfecho completamente las responsabilidades civiles". En ambos
casos (así ha de entenderse, razonablemente, el texto legal, aun cuando su interpretación literal ofrecería
dudas), será preciso que los efectos o instrumentos sean bienes "de lícito comercio", ya que sólo en tal
supuesto puede estar ausente la necesidad de prevención y de aseguramiento. De cualquier modo,
nuevamente se pone de manifiesto en esta disposición la incoherencia de la regulación legal del comiso. De
una parte, porque no se comprende bien la vinculación a la gravedad de la infracción penal (gravedad que,

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según el artículo 13 CP, depende completamente de la pena), entendible como forma de evitar
comisos abusivos en el caso de infracciones leves (las faltas, por ejemplo) y de garantizar el respeto al
principio de proporcionalidad de las sanciones, pero que puede llevar a ignorar la finalidad de prevención y
aseguramiento. Por ello, parece que el primer inciso del artículo 128 CP debería ser entendido simplemente
como una prohibición de comisos notoriamente desproporcionados, en atención al mencionado principio de
proporcionalidad de las sanciones, interpretando que la facultad judicial de reducción parcial o total del
comiso ha de hacerse depender -y motivarse de este modo- de la ausencia de necesidades de prevención y
aseguramiento. De otra parte, también para el segundo supuesto contemplado por dicho artículo 128 CP -la
satisfacción de responsabilidades civiles- la interpretación teleológicamente más coherente es la de que dicha
satisfacción de responsabilidades constituye una condición necesaria para la reducción parcial o total del
comiso, pero tampoco en ningún caso suficiente, a no ser que se demuestre igualmente la ausencia de
necesidades preventivas.
e) Destino de los bienes decomisados: Establece el artículo 127 CP, en su último inciso, que los
bienes decomisados "se venderán, si son de lícito comercio"; y que, "si no lo son, se les dará el destino que
se disponga reglamentariamente y, en su defecto, se inutilizarán". Para el primero de los casos, el precio
obtenido de la venta deberá destinarse a la satisfacción de las responsabilidades civiles del penado, sin que se
determine el destino ulterior de la cantidad sobrante, caso de que la haya, aunque habrá que entender que la
misma acrecerá las arcas del Tesoro.
f) Normas especiales en materia de comiso: Junto con las normas de la PG del CP que se acaban de
examinar, contiene el resto de nuestra legislación penal algunas normas adicionales específicas en materia de
comiso. Hay que referirse, en este sentido, en primer lugar a lo dispuesto en los artículos 374, 385 y 431 CP.
Así, el primero de ellos viene a repetir lo dispuesto en el artículo 127 CP en relación con los delitos relativos
al tráfico de drogas. Nada nuevo aportan, sin embargo, sus disposiciones, al menos si se interpreta
adecuadamente lo establecido en aquel precepto general. Por su parte, los artículos 385 y 431 CP vienen a
especificar que, respectivamente, el vehículo de motor en el delito de conducción temeraria con consciente
desprecio de la vida (artículo 384 CP) y las dádivas en los delitos de cohecho y tráfico de influencias tendrán
la consideración de instrumentos del delito y, por consiguiente, serán susceptibles de comiso. Precisiones
estas que, obviamente, resultan completamente superfluas.
En cuanto a la legislación penal especial, se puede señalar: los artículos 24 y 34 del Código Penal
Militar prevén el comiso como pena, remitiéndose a lo dispuesto en el Código Penal en cuanto a su contenido
y requisitos de aplicación (lo que, hoy, pudiera plantear difíciles problemas de interpretación, al haber
cambiado la naturaleza del comiso en el nuevo Código); el artículo 5 de la Ley Orgánica 12/1995, de 12 de
diciembre, de represión del contrabando, prevé la aplicación de la sanción de comiso a las mercancías objeto

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del contrabando, a los instrumentos del delito, a los medios de transporte empleados y a las
ganancias obtenidas, regulándola en términos paralelos a como lo hace el Código Penal. Por su parte, los
artículos 334 a 338, 367, 619, 620, 635 y 844 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal regulan el aspecto
procedimental de la recogida provisional de los instrumentos y efectos del delito por parte del Juez de
Instrucción, así como las formas de reclamación de los bienes recogidos; el artículo 7.5 de la Ley 40/1979, de
10 de diciembre, sobre régimen jurídico del control de cambios, que prevé el comiso de la moneda o divisas
objeto del tráfico ilegal, así como de los instrumentos del delito.
III. Las consecuencias accesorias del artículo 129 del CP.
a) La sanción de las personas jurídicas a través del artículo 129 CP: En el artículo 129 CP, se
introduce por primera vez de una manera sistemática un catálogo de sanciones penales aplicables a las
personas jurídicas. Como es notorio, la existencia de este género de sanciones y las mismas figuras
sancionatorias contenidas en el catálogo en absoluto constituyen una completa novedad en Derecho español:
por el contrario, ya en el Código ahora derogado existían medidas tales como la disolución (artículo 344 bis
b) del Código derogado), la clausura de locales (artículos 344 bis b), 347 bis, 452 bis d), 546 bis d) y 546 bis
f), la suspensión de actividades y la prohibición de realizar actividades en el futuro (artículo 344 bis b), todas
ellas aplicables a las personas jurídicas. Sin embargo, el CP de 1995 pretende significar una vuelta de tuerca
en esta materia, por cuanto que se pretende generalizar el recurso a estas "consecuencias accesorias" para la
mayor parte de los supuestos en los que una persona jurídica se vea implicada en la realización de un delito.
En este sentido, no obstante, hay que observar que el planteamiento inicial del legislador no acaba de
plasmarse satisfactoriamente en la actual regulación. Pues, de una parte, el catálogo de medidas contenido en
el artículo 129.1 CP dista de ser suficientemente completo para las necesidades preventivas existentes en los
ámbitos de delincuencia -señaladamente, en el empresarial- en los que las personas jurídicas suelen servir a
fines delictivos. Y, de otra, el sistema de numerus clausus impuesto por este mismo artículo 129.1 CP en
cuanto a los delitos en los que dichas consecuencias accesorias pueden ser impuestas ("El Juez o Tribunal, en
los supuestos previstos en este Código, (…) podrá"), si bien parece razonable desde el punto de vista del
respeto al principio de legalidad penal, resulta problemático cuando, como efectivamente ocurre, la selección
de los grupos de delitos no es realizada de manera adecuada.
Debe tenerse en cuenta, por lo demás, que, aun cuando es cierto que las medidas del artículo 129.1
CP están pensadas -y serán de aplicación- fundamentalmente en relación con personas jurídicas, no sólo a
ellas pueden aplicarse algunas de ellas: así, en aquellos casos en los que se habla de clausura, suspensión de
actividades e intervención de una "empresa" (en las letras a), c) y e) del precepto, respectivamente), parece
que dichas disposiciones resultan de aplicación también para el caso de las empresas individuales que, con
ser desde el punto de vista patrimonial parte integrante del patrimonio de su empresario, poseen sin duda de

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hecho una autonomía funcional respecto del mismo en la vida social que aconseja poder aplicarles
el mismo tratamiento que a las empresas de carácter societario, más aún cuando el tenor legal no impide
dicha interpretación. Por el contrario, es obvio que la sanción de disolución (artículo 129.1.b) CP) sólo podrá
tener por destinatario a personas jurídicas. Por lo que hace a las sanciones de prohibición de realizar nuevas
actividades, operaciones mercantiles o negocios (artículo 129.1.d) CP), parece que las mismas han de
entenderse limitadas a las personas jurídicas, ya que su aplicación a las empresas individuales se solaparía
con el de las penas privativas de derechos.
b) Contenido y duración: El contenido de las sanciones previstas en el artículo 129.1 CP es, según su
tenor literal: "clausura" (de empresas, locales o establecimientos), "disolución" (de sociedades, asociaciones
o fundaciones), "suspensión de las actividades" (de sociedades, empresas, fundaciones o asociaciones),
"prohibición de realizar en el futuro actividades, operaciones mercantiles o negocios" e "intervención" (de
empresas). Dicho contenido es claro en todos sus extremos salvo en lo referido a la "clausura", del artículo
129.1.a) CP, cuando vaya referida a empresas, que en principio parece difícil de deslindar de la suspensión,
si es provisional, o de la disolución, si es definitiva. Por ello, me parece que la interpretación más
satisfactoria de esta sanción es la de que se refiere siempre a la clausura de locales o establecimientos: de
todos los de la empresa ("de la empresa", según la impropia terminología legal) o de parte de ellos; pero
dejando en todo caso a salvo tanto la personalidad jurídica de la empresa -caso de existir- como sus
actividades, que sólo se verían afectadas, respectivamente, por la disolución o por la suspensión o
prohibición de actividades. En todo caso, y puesto que la ley no lo exige expresamente, no es necesario en
principio que los locales clausurados sean aquellos en los que la actividad delictiva haya sido realizada, con
lo que bastará con que se acredite la concurrencia de los presupuestos legalmente previstos para la aplicación
de la sanción.
Por su parte, la sanción contenida en el artículo 129.1.d) CP ("prohibición de realizar en el futuro
actividades, operaciones mercantiles o negocios de la clase de aquéllos en cuyo ejercicio se haya cometido,
favorecido o encubierto el delito") suscita sin duda serios problemas de delimitación, lo que la hace
cuestionable desde la perspectiva del mandato de certeza derivado del principio de legalidad penal. Pues, en
efecto, resulta patente la carencia de precisión en cuanto al alcance de la consecuencia accesoria, por cuanto
que hablar de negocios "de la clase" de los vinculados al delito constituye sin duda una expresión
notablemente imprecisa. Y, puesto que tal imprecisión no queda paliada en la PE (en los únicos preceptos
que hacen referencia específica a esta sanción: a saber, los artículos 302 y 370 CP), es claro que se deja
completamente en manos del juez una decisión con una evidente incidencia en los derechos fundamentales.
Por ello, y aun partiendo de la notoria inconstitucionalidad de esta solución legislativa, parece conveniente
realizar una propuesta de interpretación teleológicamente ajustada. En este sentido, hay que entender que el

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alcance de la sanción de prohibición de actividades, operaciones mercantiles o negocios no coincide
ni puede coincidir con la de suspensión (total) de actividades de la persona jurídica, que aparece regulada
separadamente. Y que, por lo tanto, aquella sólo puede extenderse a un tipo específico de actividad o
negocio, de entre aquellos que formen parte del objeto social, y no a todos. Dado que la ley no realiza
ninguna ulterior precisión, el resto de las garantías en la aplicación de la sanción habrán de descansar en la
propia motivación de la decisión judicial: efectivamente, deberá razonarse la vinculación entre un completo
género de actividades o negocios -y no de una o varias de sus especies- y los presupuestos de las sanción.
En lo que respecta a la sanción de intervención de la empresa, la misma conlleva el contenido de
asunción de la dirección de la misma desde el órgano jurisdiccional. Por ello, y debido a sus evidentes
connotaciones económicamente intervencionistas -contrarias al modelo económico vigente-, ha sido limitada
en dos sentidos: en cuanto a su duración, ya que nunca podrá ser definitiva; y en cuanto a su justificación,
dado que se vincula a la salvaguarda de derechos de terceros (de "víctimas" del delito, en sentido amplio),
como son los trabajadores o los acreedores. En este sentido, hay que observar que esta sanción no constituye
verdaderamente una consecuencia accesoria de la misma índole que las contenidas en las otras letras del
artículo 129.1 CP, por cuanto que a la misma no le es aplicable lo dispuesto en el artículo 129.3 CP respecto
de los presupuestos -y, por consiguiente, respecto del fundamento- de las mismas.
Por lo demás, en lo relativo a la duración las sanciones, se prevé que las de suspensión de actividades
e intervención de empresa sean siempre temporales, mientras que la disolución, por su propia naturaleza, se
configura como definitiva. Para los casos de la clausura de locales y de la prohibición de actividades o
negocios futuros, se admite tanto la sanción temporal como la definitiva. Esta posibilidad de sanción
definitiva ha de ser vista de forma crítica, en la medida en que constituye una intromisión notoriamente grave
en derechos fundamentales que difícilmente puede resultar justificada de forma permanente por razones de
peligrosidad: en efecto, allí donde no proceda la disolución de la persona jurídica, no parece que desde esta
perspectiva pueda haber base suficiente para condicionar a perpetuidad su actividad mediante la clausura
permanente de sus instalaciones o la prohibición constante de cierto género de actividades. En todos caso, la
duración máxima de la sanción temporal se fija siempre en cinco años.
c) Delitos en los que resultan aplicables: Como ya se indicó, la lista de delitos en los que las medidas
del artículo 129.1 CP resultan aplicables es cerrada. Y, como también se dijo, es una lista un tanto arbitraria
en su composición. En concreto, se prevén los siguientes casos:
- Delitos de exhibicionismo, provocación sexual y relativos a la prostitución: según el artículo 194
CP, puede aplicarse la clausura temporal o definitiva de locales.
- Entrega ilegal de menores para establecer relaciones de filiación o similares: según el artículo 221.3
CP, puede aplicarse también la clausura temporal o definitiva de locales.

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- Delitos relativos a la propiedad intelectual, a la propiedad industrial, al mercado y a los
consumidores: según el art. 288 CP, puede aplicarse cualquiera de las medidas contenidas en el artículo 129
CP (los artículos 271 y 276.2 CP repiten, innecesariamente, que son aplicables a dichos tipos cualificados las
sanciones de clausura temporal o definitiva de establecimientos).
- Obstrucción de la actividad inspectora por parte de administradores de sociedades: según el artículo
294 CP, se puede aplicar cualquiera de las sanciones del artículo 129 CP.
- Receptación: a tenor de los artículos 298.2 y 299.2 CP, puede aplicarse la clausura temporal o
definitiva de locales tanto en la receptación de delitos como en la de faltas.
- Blanqueo de capitales: según el artículo 302 CP, cuando se trate de una actividad delictiva
organizada, pueden aplicarse las sanciones de disolución, suspensión de actividades, clausura de locales y
prohibición temporal de actividades o negocios.
- Delito de contaminación: según el artículo 327 CP, puede aplicarse la sanción de clausura de locales
y la de intervención de empresa.
- Delitos contra la salud pública (alimentarios, farmacéuticos, químicos): a tenor del artículo 366 CP,
puede aplicarse la medida de clausura de locales, que será temporal salvo que se trate de "supuestos de
extrema gravedad".
- Tráfico de drogas: según el artículo 370 CP, la conducta de tráfico de drogas llevada a cabo por los
dirigentes de una banda organizada dirigida a dicho tráfico (regulación absurda, que sin duda quería referirse
a la existencia de las propias bandas, y no necesariamente a los jefes, aunque, por imperativo del principio de
legalidad penal, haya que ceñirse a lo que realmente ha quedado dispuesto) o la llevada a cabo "en
establecimientos abiertos al público por los responsables o empleados de los mismos", pueden aplicarse la
disolución, la suspensión, la clausura de locales y la prohibición temporal de actividades o negocios. Iguales
sanciones son aplicables, a tenor del artículo 371.2 CP, para el caso de la fabricación, transporte,
distribución, comercio o tenencia de equipos, materiales o sustancias para el tráfico de drogas realizada por
miembros de una banda organizada.
- Tráfico de influencias: según el artículo 430 CP, en el caso de que exista un delito de ofrecimiento
de influencia, es posible la suspensión de actividades o la clausura temporal de establecimientos (hay que
entender que de la persona o personas jurídicas a quienes se haya dirigido dicho ofrecimiento). Sin embargo,
incomprensiblemente dichas sanciones no son aplicables al resto de los supuestos de tráfico de influencias,
dado el tenor del precepto (“en cualquiera de los supuestos a los que se refiere este artículo”).
- Asociación ilícita: según el artículo 520 CP, se acordará preceptivamente la disolución de la
asociación y será facultativa la aplicación de cualquiera de las otras medidas previstas en el artículo 129 CP.

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- Tenencia ilícita de armas: a tenor del artículo 569 CP, ha de acordarse preceptivamente la
disolución de la asociación (no se entiende el porqué de la restricción, que, sin embargo, en virtud del
principio de legalidad penal, es vinculante) a cuyo nombre se halle constituido un depósito ilícito de armas,
municiones o explosivos.
d) Presupuestos para su aplicación: Según el artículo 129.3 CP, "las consecuencias accesorias
previstas en este artículo estarán orientadas a prevenir la continuidad en la actividad delictiva y los efectos
de la misma". Quiere ello decir que, en principio, la aplicación de las mismas exige únicamente la presencia,
eso sí, de la tipicidad penal de un comportamiento y no, por el contrario, la efectiva punición de la conducta
en cuestión. Ello, sin embargo, podría ofrecer dudas a la luz de la redacción de algunos de los preceptos de la
PE que prevén estas consecuencias accesorias: en concreto, el artículo 221.3 CP ( que hace referencia a "los
culpables") y, sobre todo, los artículos 294 y 302 CP (que señalan que estas consecuencias se aplicarán
"además de las penas previstas" o "además de las penas correspondientes") podrían interpretarse en el
sentido de que la aplicación de las consecuencias exige la previa presencia de pena. En todo caso, y aun
admitiendo que la cuestión es muy discutible desde el punto de vista del respeto al principio de legalidad
penal en el caso de estos dos últimos preceptos (obviamente, por una mala técnica legislativa), de lo que no
cabe duda es que para el resto de los casos es suficiente con la tipicidad penal de la conducta, sin que sea
necesario que resulte culpable ni punible. Lo que, por cierto, crea una curiosa divergencia respecto de los
presupuestos del comiso que, como se indicó, sí que exige culpabilidad y punibilidad.
Por lo demás, el principal interés práctico de lo dispuesto por el artículo 129.3 CP estriba en la carga
de la motivación que impone al órgano juzgador, de razonar los vínculos existentes entre local y/o persona
jurídica y actividad delictiva o aprovechamiento de la misma. En este sentido, debe destacarse que las
sanciones previstas en este precepto no se vinculan teleológicamente a la comisión del delito a través del
local o persona jurídica (aunque sí que se condicionen a ella), sino a la probabilidad de que dicha
instrumentalización pueda continuar en el futuro para la realización de nuevos delitos -"continuidad en la
actividad delictiva"- o servir al aprovechamiento de los "efectos" de los ya cometidos. Se orientan, pues, las
sancionees del artículo 129 CP hacia la prevención de hechos futuros, antes que hacia el castigo de los ya
sucedidos, desligándose así netamente del concepto mismo de pena. Y habrá de ser en atención a esta
peligrosidad criminal para el futuro conforme a lo que se motiven las decisiones judiciales en esta materia.
Ello será de especial relevancia en el caso de la sanción prevista por el artículo 129.1.d) CP, puesto que,
como ya se indicó, no será aquí suficiente con motivar la existencia de fundamento para la aplicación de la
sanción, sino que, además, deberá determinarse y motivarse el alcance de la misma: esto es, a qué género de
actividades o negocios ha de alcanzar la prohibición de realizarlos en el futuro, en atención a la peligrosidad
criminal que ello pudiera eventualmente crear (y no únicamente, como en principio podría entenderse, en

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atención a los que hayan dado lugar a la actividad delictiva ya realizada); la actividad o negocio
prohibido deberá ser, por lo tanto, uno de aquellos a través de los que "se cometió, favoreció o encubrió el
delito", pero no necesariamente deberán ser prohibidos todos ellos, pudiendo especificarse más, cuando la
peligrosidad criminal para el futuro no alcance a todos.
Debe recordarse también que la sanción de intervención de la empresa (artículo 129.1.e) CP) no se
sujetará a los requisitos de aplicación que hasta aquí se han visto (es decir, al presupuesto de la peligrosidad
criminal), sino que, por el contrario, los fines de la misma serán en todo caso los de "salvaguardar los
derechos de los trabajadores o de los acreedores". De este modo, y teniendo en cuenta los supuestos en los
que dicha sanción puede ser aplicada (en los de los artículos 288 y 294 CP, alternativamente, junto con
cualquier otra de las previstas en el artículo 129 CP, y en el del artículo 327 CP, alternativamente, junto con
la clausura de establecimientos o locales), la misma se configura de hecho como un auténtico sustitutivo de
las restantes contenidas en el artículo 129 CP, cuando las mismas pudieran poner en peligro los intereses de
los trabajadores o de los acreedores, por llevar a los titulares del establecimiento o persona jurídica afectados
a maniobras que pudieran lesionarlos.
Finalmente, ha de indicarse que, puesto que el tenor legal no lo exige, no es necesario que los locales
o personas jurídicas afectadas por las sanciones previstas en este precepto resulten ser de titularidad del
delincuente. Bastará, por el contrario, con que las mismas hayan sido instrumentalizadas para la comisión del
delito (existiendo peligro de que lo sigan siendo en el futuro). En este caso, y a diferencia de lo que ocurre
con la sanción de comiso, no se prevé ninguna restricción en relación con terceros de buena fe, por lo que
habrá que entender que los posibles daños patrimoniales que los mismos sufran como consecuencia de la
aplicación de las sanciones del artículo 129 CP deberán solventarse en vía civil (o en vía contenciosa, en el
caso de que la sanción se demuestre injustificada).
e) Garantías procedimentales: De acuerdo con el artículo 129.1 CP, las sanciones deberán ser
acordadas por el órgano juzgador "previa audiencia de los titulares o de sus representantes legales". Ello
obliga, por consiguiente, a dar entrada en el juicio oral a una nueva parte, exclusivamente a los efectos de la
aplicación de estas sanciones, en los casos en los que los locales o personas jurídicas no sean de titularidad
de ninguno de los reos.
f) Consecuencias accesorias y medidas cautelares: Según el artículo 129.2 CP, la clausura temporal
de locales o establecimientos (de hasta cinco años, por lo tanto, salvo cuando el correspondiente precepto de
la PE dice otra cosa) y la suspensión de actividades (que también tiene una duración máxima de cinco años)
podrán ser acordadas, en calidad de medidas cautelares, por el Juez de Instrucción. En todo caso, dichas
medidas revestirán las características y se someterán a los presupuestos propios de las medidas cautelares del
proceso penal y, más concretamente, a los de las medidas de carácter real. A falta de una regulación

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específica en la Ley de Enjuiciamiento Criminal, parece razonable interpretar que estas medidas
habrán de basarse (además de en los presupuestos comunes a todas las medidas cautelares: indicios de
delito,...) en su propia motivación específica, recogida precisamente –también para el caso de las medidas
cautelares- en el artículo 129.3 CP: garantizar que el local o persona jurídica en cuestión no sea utilizado
como instrumento para nuevos delitos, cuando existan indicios de que ya lo ha sido en el pasado, e
igualmente asegurar que las posibles pruebas existentes de dicho delito presuntamente cometido no van a
desaparecer (presupuesto este que no aparece expresado en el CP, pero que puede deducirse de lo dispuesto
en los artículos 13 y 334 y siguientes de la Ley de Enjuiciamiento Criminal). Sin embargo, en lo que se
refiere al procedimiento de adopción de las mismas, parece que habrá que acudir a lo dispuesto en los
artículos 589 y siguientes de la Ley de Enjuiciamiento Criminal respecto de los embargos, por ser aquello
que más se parece, en cuanto a su contenido material, a las medidas imponibles a tenor del artículo 129 CP.
En todo caso, lo dicho no obsta a que lo más recomendable fuera una regulación específica de los problemas
procedimentales que estas medidas –tan peculiares- plantean, regulación que hoy por hoy brilla por su
ausencia.

Bibl.-. Gracia Martín (coord.), Las consecuencias jurídicas del delito en el nuevo Código Penal
español, 1996, pp. 437 ss.- Landrove Díaz, Las consecuencias jurídicas del delito, 4ª ed., 1996, pp. 123 ss.-
Luzón Peña, Curso de Derecho Penal, Parte General I, 1996, pp. 57 ss.- Manzanares Samaniego, Notas sobre
el comiso y la propiedad de terceros, APen 1997-I, pp. 521 ss.- Mapelli Caffarena, Las consecuencias
accesorias en el nuevo Código Penal, RPen 1 (1998), pp. 43 ss.

[D.-M. LUZÓN PEÑA/J.M. PAREDES CASTAÑON]

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