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1.

El placer como sensación vital


El placer físico es una sensación correspondiente a una situación positiva –
operación, función, evento, estado– del organismo viviente. Se lo puede
mencionar también con verbos como gustar, gozar, sentir agrado, disfrutar, etc. El
placer no existe aisladamente, sino que está unido a una situación vital buena
percibida con una connotación sensible positiva. Por ejemplo, una persona puede
sentirse bien o a gusto mientras pasea, come, hace deporte o descansa. Lo que
gusta –el objeto del placer– se dice gustoso, agradable, deleitable. La sensación
contraria es el disgusto o desagrado, que en su caso extremo es dolorosa, por lo
que de ordinario placer y dolor se ven como sensaciones físicas opuestas[1].
Agrado, gusto, placer, complacencia, son términos con significados
analógicos, es decir, indican algo común pero con connotaciones diversas.
Pueden usarse de modos variados en distintas circunstancias, no sólo físicas, sino
también psicológicas, espirituales, intelectuales, etc., como cuando decimos
"encuentro agradable esta novela", "me gusta estudiar matemáticas". Términos
cercanos a placer, aunque con matices semánticos peculiares, son: deleite, gusto,
complacencia, gozo, delicia, agrado, disfrute, alegría, dicha, felicidad, beatitud,
gratificación, satisfacción, contento, bienestar, sentirse bien, sentirse cómodo.
Algunas de estas situaciones no son sensaciones, sino emociones, estados
anímicos o psicosomáticos, o situaciones de la voluntad. Podríamos llamarlas en
general sensaciones afectivas positivas, así como las negativas son el dolor, el
malestar, el sufrimiento, el cansancio, el aburrimiento, el disgusto y tantas otras.
En términos generales, la complacencia es el sentimiento generado por la
posesión de un bien[2]. En consecuencia, el placer físico es la sensación que
surge con el bien del organismo como un todo o en sus partes, cuando está en
reposo o cuando actúa. Es la vivencia o sensación del viviente cuando "se
encuentra bien" o cuando realiza bien sus operaciones naturales, o las que se le
han hecho connaturales por habituación. Por eso, si alguien realiza con dificultad
unas tareas (p. ej., habla mal un idioma), encuentra cierto malestar ("le cuesta"), y
en cambio lo hace con gusto cuando las ejecuta bien porque ya las ha aprendido.
Las operaciones vitales perfeccionan al viviente y en cierto modo constituyen
su vida. Para el viviente, vivir como tal es algo bueno. Pero el viviente sensitivo
siente ese estar bien en la forma de deleite, y si le sobreviene un mal siente lo
contrario, malestar o sufrimiento (Sanguineti 2007a, 61-69). El placer no es el bien
mismo, sino el modo en que el viviente "siente lo bueno de su vivir". Señala Tomás
de Aquino que "cuando la cosa [se refiere al viviente] está constituida en sus
propias operaciones connaturales y no es impedida, se sigue el deleite, que
consiste en un ser perfecto" (S. Th. I-II, q. 31, a. 1, ad 1), es decir, una posesión
de acto y no simplemente un moverse hacia él. Poco antes había escrito: "ésta es
la diferencia entre los animales y las demás cosas naturales, que estas últimas,
cuando están constituidas en lo que les conviene por naturaleza, no lo sienten,
mientras que los animales lo sienten. Este sentir es causado por cierto movimiento
del alma en el apetito sensitivo, movimiento llamado placer" (ibid, corpus).
La realización de funciones naturales biológicas, por tanto –alimentación,
respiración, destreza muscular, locomoción–, o la práctica de hábitos adquiridos
positivos –bailar, jugar–, siendo signo de salud corporal o psíquica, se presentan a
la sensibilidad como placenteras, mientras que la enfermedad o la inhabilidad
hacen sufrir. El mismo placer físico tiene un sentido analógico variado: una cosa
es el placer del gusto alimenticio, otra el placer genital de tipo somático, otra el
placer olfativo de un perfume, etc., así como se dan también placeres más
espirituales, cuando vemos o escuchamos cosas bellas, que nos da gusto
contemplar u oír.
El deleite puede relacionarse así con la belleza, pues esta última consiste en
la condición armoniosa de algo visto u oído que es agradable ver o escuchar.
Bello, según el Aquinate, es "lo que resulta agradable contemplar" (S. Th., I, q. 5,
a. 4, ad 1). Lo bello en su sentido originario tiene que ver con lo placentero en los
sentidos que captan armonías, cosa que puede hacer sólo el hombre, ya que sus
sentidos están animados por la inteligencia. Al animal puede gustarle ver algo en
relación con sus instintos vitales, pero no porque contemple una armonía. Al gusto
contemplativo lo llamamos estético. La visión de Dios en el paraíso, según la fe
católica, se dice beatífica porque significa una contemplación que, al ser de lo
máximamente bueno y bello, produce un gozo igualmente máximo.
Placer, salud y belleza se acompañan mutuamente. El cuerpo sano goza de
una belleza especial derivada de lo armonioso o bien ordenado de la vida. Aunque
estas características puedan separarse por circunstancias especiales, de suyo
están relacionadas intrínsecamente. Un placer nocivo, que daña a la salud, al final
acaba por causar sufrimiento y afea el cuerpo, pues el cuerpo enfermo pierde
belleza.
Estas nociones no deben entenderse como aplicadas al cuerpo en un sentido
sólo fisiológico, sino también en cuanto el organismo humano está informado por
dimensiones más altas de tipo psicológico, espiritual y personal ("cuerpo
personal") (Sanguineti 2007b). Aunque comer, por ejemplo, sea fisiológicamente
placentero, lo es en un sentido más alto cuando comemos en un contexto social y
antropológico adecuado, como personas y no como animales. Por eso repugna
ver que alguien coma sin buen gusto o de modo inmoral, y así diremos que cierto
placer fisiológico "se envilece" si no es incorporado a las dimensiones de la
persona: amor a los demás, sociabilidad, justicia, inteligencia. La persona humana
tiene estratos jerárquicos y esto afecta a los sentidos analógicos de los conceptos
de placer, salud y belleza.

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