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y
Metodología de la Investigación
5. Alternativa metodológica
Si la ciencia del siglo XIX y de la primera parte del XX se caracterizó por la
concentración primaria de la atención en la elaboración de formas y procesos elementalistas
de la naturaleza, la tendencia general del conocimiento científico de hoy se está
caracterizando por sus esfuerzos en hallar nuevas formulaciones específicas, fecundas
concepciones y metodologías más efectivas para estudiar y comprender los sistemas que
implican procesos de autorregulación, organismos con autoorientación, personalidades que
se autodirigen y asociaciones con autogestión.
Las principales conclusiones de carácter general a que van llegando estas
investigaciones coinciden en señalar que los acontecimientos parecen envolver algo más
que las decisiones y acciones individuales, y que son el producto de los sistemas
socioculturales, como ideologías, grupos de presión, tendencias sociales, prejuicios,
crecimientos y decadencia de las civilizaciones, etc.
La ciencia tradicional adoptó un enfoque cuya lógica subyacente se centra en el
método empírico-experimental y cuyo tipo ideal es el experimento, con énfasis en la
aleatoriedad, aislamiento de variables y comparación entre grupos o eventos. El enfoque
alterno es la investigación estructural o sistémica, cuyo diseño trata de descubrir las
estructuras o sistemas dinámicos que dan razón de los eventos observados. Con énfasis en
diferentes aspectos, se incluye aquí la hermenéutica, la fenomenología, el estructuralismo,
los estudios de campo y los estudios de casos.
Ante la tarea investigativa frecuentemente se opta por imitar o copiar modelos
extranjeros o extranjerizantes. La imitación frecuentemente es funesta: al imitar se elude el
esfuerzo creador de lucha con el problema que puede hacernos comprender el verdadero
sentido y los límites o defectos de la solución que imitamos. Por otro lado, si en algún
campo técnico resulta a veces más rentable la compra directa de algunas patentes que el
mantenimiento de un aparato científico propio, en el área de las ciencias humanas esto
resulta imposible: la idiosincrasia nacional o regional, las estructuras y contextos propios e
infinidad de variables individuales en acción hacen que la realidad a estudiar sea única.
El investigador nunca puede despojarse de los valores que alimentan, guían y dan
sentido a su ejercicio profesional. Los valores intervienen inevitablemente en la selección
de los problemas a estudiar, en su ordenamiento, en los recursos que se emplean en su
solución y en la ética profesional. Todo esto nos lleva a tener muy presente la tesis de
Protágoras: “el hombre es la medida de todas las cosas” (pánton kremáton métron
ánthropos einai”). Pero si el hombre es la medida, entonces será muy arriesgado medir al
hombre. No tendremos un “metro” preestablecido para hacerlo. Para “medir” (conocer) a
otra persona habrá que liberar la mente, mirar y escuchar muy atentamente, dejarse
absorber y sumergirse en su vida y ser muy receptivo y paciente, es decir, hacer una buena
“reducción” en el sentido fenomenológico.
El objeto de estudio de las ciencias humanas no son los “actos físicos” realizados por
el hombre, sino las “acciones humanas”, las cuales tienen un significado y un propósito y
desempeñan una función.
El positivismo sostiene que sólo los actos externos, biofísicos, son científicamente
admisibles, y que fijarse en las “acciones humanas” que requieren interpretación, es ir más
allá de los datos. Pero el acto en sí no es algo humano: lo que lo hace humano es la
intención que lo anima, el significado que tiene para el actor, el propósito que alberga, la
meta que persigue; en una palabra, la función que desempeña en la estructura de su
personalidad. La comprensión de la significación y función de las acciones humanas es el
objeto específico de estudio de las ciencias de la conducta. Sin embargo, el significado y la
función no son fenómenos que se puedan someter a una observación empírica, y no siempre
se pueden recoger a través de un cuestionario, ya que, a veces, ni si quiera son conscientes
para el sujeto.
El acceso a estas realidades no observables se logra a través de una comprensión
interpretativa. Esta comprensión descubrirá el sistema o estructura subyacente que da
sentido a los actos externos. Un acto físico o conducta externa puede tener muchos
sentidos, y actos diferentes pueden tener el mismo significado: de aquí, la improcedencia
de las definiciones operacionales, base de toda investigación con orientación positivista.
Por esto, en pleno rigor, un acto físico en sí no es ningún “dato”, es decir, algo dado; el
verdadero dato lo constituye el acto físico con el significado que tiene en la estructura
personal del sujeto. La orientación fenomenológica y hermenéutica piensa que el
significado es el verdadero dato, que la magnitud de un dato está dada por su nivel de
significación y que este dato se da en un contexto individual y en una estructura personal y
social, que hay que conocer para interpretarlo. Ningún procedimiento metodológico, por
consiguiente, deberá descontextualizar los actos físicos, separándolos de la estructura
personal o social; de lo contrario, serán hechos muertos y no podrán ser interpretados
correctamente.
La vida humana se presenta en “totalidades dinámicas y estructuradas” orientadas
hacia una meta. Las acciones humanas no son entidades aisladas ni aislables. Tienen
múltiples relaciones con otros elementos con los cuales forman sistemas dinámicos que
persiguen un fin. Lo esencial de una estructura, así entendida, es que es un sistema con
gran interacción entre las partes constituyentes, que puede crecer, diferenciarse
progresivamente, autorregularse y reproducirse, y que conserva su red de relaciones, aun
cuando se alteren, se sustituyan y, en algunos casos, incluso, se eliminen partes. Una
estructura psíquica, que es un complejo organizado de elementos aparentemente diferentes,
como impulsos, sentimientos, recuerdos, percepciones, pensamientos, conductas, etc. y que
se sobreponen, se entretejen e interactúan, cumple una función dentro de la estructura total
de la personalidad y, si de alguna manera es mutilada, coartada o inhibida, reaccionará
protegiéndose y buscando autopreservarse.
La implicación que esto trae para la heurística es que si desmembramos,
desarticulamos o desintegramos las estructuras naturales, no podremos entenderlas.
La descripción conclusiva de una investigación no debe reducirse a ilustrar uno o
varios elementos o fragmentos de la personalidad, como hacen la mayoría de los estudios
sobre la personalidad, los cuales la desintegran para relacionar cada fragmento con los
fragmentos correspondientes de otras personalidades. Estos estudios comparativos no serán
inútiles, pero tampoco servirán de mucho: nunca nos darán la comprensión de una persona.
Nuestra descripción debe centrarse en el análisis de verdaderas partes de la personalidad y
no en remotas abstracciones. Para ello, el análisis debe efectuarse a elevados niveles
significativos. Concretamente, esto sólo se logra si se mantiene, como mínimo, al nivel de
subsistemas con un grado de complejidad igual o mayor al de los valores, intereses,
disposiciones personales, actitudes, motivaciones autónomas, decisiones importantes, etc.
Bajar más, como al nivel de actos reflejos, reacciones neurofisiológicas, etc., sería proceder
a una desintegración de la personalidad, donde ya no trataríamos con acciones humanas y,
por consiguiente, perderíamos la posibilidad de encontrarle sentido a los hallazgos.
Un peligro análogo existe en el caso de los estudios sobre grupos sociales,
comunidades naturales u organizaciones.
Por esto, en las ciencias humanas, el método, así como sus técnicas y procedimientos,
deben estar dirigidos al descubrimiento de las estructuras o subestructuras psicológicas o
sociales de una persona o grupo de personas.
Un verdadero Enfoque Sistémico requiere que se tengan presentes, además, otros dos
elementos que integran las estructuras humanas: primero, que la investigación en las
ciencias humanas se haga sobre el contexto real, ecológico, en que se dan los fenómenos.
Los experimentos resultan inadecuados, ya que siempre crean, en forma inevitable, “otra
realidad”; segundo, que no se olvide que los fenómenos humanos requieren, para su
completa expresión, un cierto tiempo; por eso, su naturaleza exige un estudio 1ongitudinal,
diacrónico; no son suficientes los estudios seccionales, transversales, sincrónicos.
Heisenberg dice que “el método ya no puede separarse de su objeto”, y Husserl había
subrayado repetidas veces que “cada forma de ser tiene esencialmente sus modos de darse
y, por ende, sus modos en cuanto al método de conocerla” (1962/1902, p. 180).
Estas ideas se expresaron para combatir la tesis, más difundida que consciente, que
sostiene que la verdad es producto del método, lo cual constituye el “mito de la
metodología” de que nos habla Kaplan (1979) , o el “fetichismo metodológico” de Koch
(1981). En efecto, toda investigación está buscando algo desconocido, y no se puede
señalar un camino seguro y cierto para ir hacia un punto que todavía se desconoce. Éste es
el viejo prejuicio cartesiano de la prioridad del método.
Un proyecto de investigación debe comenzar por preguntarse si su objetivo es la
búsqueda del promedio y variación de una o más variables en muchos sujetos y la relación
entre esas variables, o si, en cambio, intenta descubrir la estructura organizativa, sistema
dinámico o red de relaciones de un determinado fenómeno más complejo. Si se busca lo
primero, como, por ejemplo, la estatura media en una población, sus preferencias políticas
o la opinión o juicio más común y generalizado sobre un tópico, se hará a través de una
muestra representativa de sujetos, de acuerdo a las técnicas de muestreo. Si, por el
contrario, lo que se desea es descubrir la estructura compleja o sistema de relaciones que
conforman una realidad psíquica humana, como, por ejemplo, el concepto de sí mismo, la
creatividad, el rechazo escolar, el nivel de rendimiento, la compatibilidad conyugal, la
armonía familiar, la eficiencia en una empresa, la buena marcha de una organización, de un
gobierno o de un país entero, habrá que partir no de elementos aislados, ya que perderían su
verdadero sentido, sino de la realidad natural en que se da la estructura completa, es decir,
de casos ejemplares o paradigmáticos: casos más representativos y típicos, estudiados a
fondo en su compleja realidad estructural. En las ciencias de la conducta, y en ciencias
humanas en general, ésta es la situación más común, ya que lo que da sentido y significado
a cada elemento o constituyente es la estructura en que se encuentra y la función que
desempeña en ellos.
Un error frecuente y grave consiste en pretender llegar al conocimiento de estructuras
estudiando elementos en muestras aleatorizadas y sometiendo los “datos” a un tratamiento
estadístico, donde los elementos de un individuo quedan mezclados con los de todos los
demás en una especie de trituradora ciega. Lo único que puede salir de ahí es una especie
de “fotografía compuesta”, algo que es fruto de esas matemáticas que –como ya señalamos,
según Einstein– en la medida en que son verdaderas no se refieren a la realidad.
Una idea de la complejidad de los problemas que esto origina se puede vislumbrar
trazando un diagrama de flujo y utilizando flechas para representar la dirección de una
interacción, grosor de las flechas para señalar la magnitud del mismo y un color diferente
para expresar la naturaleza o tipo de la relación, como, por ejemplo, de agresión, oposición,
rivalidad, odio, celo, emulación, envidia, colaboración, benevolencia, amistad, empatía, etc.
La calidad específica de cada una de estas relaciones y lo que ella implica es ignorado
por las técnicas estadísticas más refinadas, pues todas ellas, en el fondo, se reducen al
concepto de correlación, que es como el corazón que las anima; y este concepto, directa o
indirectamente, se apoya y termina en el principio de causalidad, tan limitante en la
comprensión real de los seres humanos.
En esta línea de pensamiento, los métodos tradicionales deberán ser complementados,
o sustituidos con aquellos que se caracterizan por su sensibilidad hacia los aspectos
cualitativos y sistémicos, como son el método hermenéutico, el fenomenológico, el
etnográfico, el endógeno, el comprensivo, el naturalista, los estudios de campo, de casos y
otros.
La descripción de cada uno de estos métodos y el señalamiento de las áreas específicas
para las cuales han sido concebidos sobrepasa el objetivo de estas páginas y podrán verse
en la bibliografía que las acompaña.
El informe final de una investigación conducida de acuerdo a estas ideas no puede
reducirse a una descripción esencialmente cuantitativa. De manera especial en las ciencias
humanas, la descripción verbal, cualitativa, permite una versatilidad y riqueza conceptual
con precisión de detalles y matices, que es mucho más apta y adecuada para representar un
fenómeno o realidad humanos, de lo que son unos números o una descripción numérica,
que abstraen partes de la realidad y dejan todo el contexto que es el que le da significado a
esos mismos números. El concepto de estructura, sobre todo, exige, por definición y por
propia naturaleza, una atención y tratamiento que va mucho más allá del número y de la
cantidad: ahí las cosas no son determinantes por su tamaño, sino por lo que significan para
el resto de los elementos constituyentes de la estructura y por la función que desempeñan.
La magnitud de un dato está dada por su nivel de significacíón.
Una descripción verbal y estructural, detallada y matizada, con precisión terminológica
y riqueza conceptual y lingüística, puede dar, al tratarse de relaciones y problemas
humanos, una clara evidencia de su naturaleza y compleja realidad.
La posibilidad de esta evidencia es avalada hoy día por los estudios de la neurociencia que
han hecho ver que disponemos de todo un hemisferio cerebral (el derecho) para las
comprensiones estructurales, sincréticas, configuracionales, estereognósicas y gestálticas, y que
su forma de proceder es precisamente holista, compleja, no lineal, tácita, simultánea y acausal.
Por desgracia, en la cultura occidental, y sobre todo en los últimos tres siglos, hemos cultivado
casi exclusivamente la mitad izquierda de nuestra cabeza (media cabeza), el hemisferio que
trabaja en forma analítica, lineal y causal; pero ya es hora de cultivar también la otra mitad y de
integrar las dos.
Nota: Las obras citadas se encuentran en la Bibliografía de la Obra Completa.