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Introducción

A Silvia y a Roberto

Pavese como prosista no se sintió impulsado a escribir por


razones de tipo sociológico o psicológico: el colmado cuadro
de ambiente, el vasto fresco social, la totalidad completa de
personajes que crecen y se transforman, el comentario narrati-
vo a un período histórico (en La luna y lasfogatas, el tema de la
guerra partisana en las colinas)'.-No apuntaba a la introspec-
ción, ni al realismo del relato. Además, nunca quiso construir
historias novelescas, tramas. Más bien lo obsesionaba el inten-
to de medirse con una tensión estilística capaz de yuxtaponer
bloques de "acontecimientos" cuya polifonía resonara como
un eco recordatorio y simbólico antes que como mimesis o
reconstrucción objetiva, crónica desprovista de misterios y de
símbolos. No es casual que en La luna y las fogatas los mo-
mentos más débiles sean las inserciones "políticas" (los discur-
sos reaccionarios de la maestra del pueblo, el anticomunismo
del párroco y sus sermones, los funerales concedidos a los fas-
1 Véase "Entrevista en la radio", en La literatura norteamericana y otros ensa-
yos, Einaudi, Torino, 1951, p. 294 [Hay edición en español].

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cistas y negados a los partisanos)2. Su obsesión fueron la escri- guest examinarse por partes, cada uno con su propio cierre, a
tura y la estructura, no la psicología de los personajes. A Pavese menudo lapidario y a veces sentencioso: páginas de sincronía,
le gustaban los relatos concisos, de "puro ritmo", no de "per- de iteración y estatismo, capítulos breves y todos más o menos
sonajes" ("Hoy podrá narrar no aquel que conoce la naturaleza de la misma extensión, que contienen un episodio, una situa-
humana' y ha efectuado descubrimientos psicológicos signifi- ción narrativa cerrada en sí misma: casi un poemario en prosa
cativos y profundos, sino aquel que posea bloques de realidad, dividido en cantos5. Los capítulos son XXXII, uno menos que
experiencias fundamentales que recubran con ritmo y caden- los cantos de la Divina Comedia. No hay enlace entre el final
cia su discurso" OV 1947, 330)3. Anhelaba un modo de na- de un capítulo y el inicio del siguiente (aun cuando, por ejem-
rrar escueto, fuertemente elíptico, una desenvoltura que per- plo, el capítulo XXIII comience con un "Después...", o el ca-
mitiera evitar la "larga distensión desbordante", la "informe pítulo XVIII con un "Pero" que parece remitir a un discurso
amplitud" del contar (OV 1943, 267), la entrega a la inspira- recién interrumpido: "Pero yo trabajaba mi parte y ahora
ción fluida para encontrar un singular punto de equilibrio-en- Cirino... etc."; o véase el comienzo ex abrupto del capítulo
tre novela realista y prosa artística (las páginas de La luna y las XIV "Parecía un destino. Algunas veces me preguntaba...").
fogatas están colmadas de espléndidos fragmentos líricos). El Pavese no compone una autobiografía. Desarrolla el gran
registro lírico de la evocación se fusiona con el de la narración tema del retorno a las raíces,sal lugar donde se nace y se muere
de los hechos, movimiento poético y realismo encuentran un ("Nos hace falta un país,.aunque-sólo fuera por el placer de
medito punto de contacto4. La estructura del libro fue muy abandonarlo. Un país quiere decir no estar solos, saber que en
meditada. Los capítulos£stán.armados como segmentos "au- la gente, en las plantas, en la tierra hay algo tuyo, que aun
tónomos" de narración, casi como si debieran leerse en blo- cuando no estés te sigue esperando"; capítulo I). El protago-
nista vuelve a su país natal donde vivió miserablemente como
2 Véase E. Gioanola, Cesare Pavese. La poética del Ser; Marzorati, Milano,
1972, p. 361. bastardo, vuelve de América, país que en el libro representa el
' Por comodidad, adopto las siguientes siglas: C I = Cartas 1924-1944, desarraigo, el antipaís6. En América "los campos, incluso los
edición de L. Mondo, Torino, Einaudi, 1966; C II = Cartas 1945-1950,
edición de I. Calvino, Einaudi, Torino, 1966; OV = El oficio de vivir,
viñedos, parecían parques públicos, jardines artificiales como
edición de M. Guglielminetti y L. Nay, Einaudi, Torino, 1990 [hay los de las estaciones, o terrenos yermos, quemados, montañas
ediciones en español]. Con ms. (o indicación de capítulo ) me refiero a de chatarra. No era un país del que uno pudiera apropiarse,
la redacción manuscrita (en "Archivo Pavese", conservado en el Centro
Co7,7,ano, Universidad de Torino. Para su descripción, me remito a R. sentar cabeza y decirles a los demás: 'Por mal que me vaya, me
Herrero y R. Lajolo, "Archivo Pavese", en Quaderni, Centro de Estudios conocen [...]"' (capítulo III). Obligado a emigrar por motivos
de Cesare Pavese, Guerini, Milano, 1995, pp. 123-76), con D, a la
redacción dactilográfica (ibid.), con I, a la impresa, Einaudi, Torino,
políticos, el joven ha hecho fortuna en América y ahora, de
1950. regreso al país, evoca episodios de la infancia mediante conti-
1 Viíase S. Ciiovanardi, La luna y las fogatas, en AA. W . , Literatura italiana,
Las obras. IV. El siglo veinte. II. La búsqueda literaria, Einaudi, Torino, 5 Ibid, p. 633.
1 <>%, p. 634. r' Gioanola, Cesare Pavese, op. cit., p. 359.
mentos de intenso lirismo, a pasajes de nostálgica y afectuosa
nuos flash-back. La novela está armada como un continuo vai-
contemplación; pero sobre todo permite que se trace un viaje
vén entre el plano de la contemporaneidad y el plano del pasa-
hacia lo primitivo de las Langhe10, hacia un áspero pasado do-
do. Memoriay realidad se unen de manera inextricable, la ex-
Qiinadojjor el horror: el horror del sacrificio, del fuego (el
ploración del.pasado se lleva a cabo "con la atención siempre
incendio de la casa de Valino, quemada con las mujeres y los
puestajen el ahora"".. Pero el retorno al país natal y la inmer-
animales; el cuerpo de Santa incinerado en una fogata). El
sión en el pasado, en el mundo de los recuerdos, no se desarro-
mundo rural, los lugares del campo, son vistos como el sedi-
lla como un viaje de la memoria hacia atrás, como una recupe-
mento de un pasado siempre igual a sí mismo, ajeno al movi-
ración del tiempo fabuloso de la infancia. El retorno-recuerdo
miento de la historia, como un fondo primigenio, mítico. La
es sobre todo un viaje a los orígenes que le permite a Pavese
luna y lasfogatas constituye en este sentido la culminación de
poner de relieve el sustrato mítico-simbólico aue hay debajo
una larga búsqueda, resume temas y motivos de las novelas
de las cosas, de las acciones humanas, de las vivencias del pre-
anteriores, si admitimos que la parte más importante de la
sente y del pasado, y entrever debajo de la narración realista de
obra pavesiana es un viaje a los orígenes, en busca de las raíces
los hechos ciertos símbolos perennes del destino humano. Un
(pensemos en los Diálogos con Leucó, 1947), y esas raíces son la
viaje de regreso al país del reconocimiento, efectuado también
sangre, la crueldad, la muerte, la inmolación ritual. Antigua
gracias a un sabio guíaj_Nuto, que representa la razón de la
obsesión de Pavese: llegar a conjugar la realidad y el símbolo,
madurez, un "rústico" Virgilio8 ("nos enseñaba a todos y siem-
"la riqueza de experiencias del realismo y la profundidad de
pre sabía decir lo suyo", "Pero Ñuto es Ñuto y sabe mejor que
sentido del simbolismo" (OV 1939, 166). En La luna y las
yo lo que es justo", capítulo IV), y que resuelve las dudas del
fogatas, el mismo paisaje resurge más en el ámbito del mito
protagonista acompañándolo a las colinas en el reconocimien-
que en la realidad: la cuiina, la. altura*.transfigurada en símbo-
to, en una peregrinación de conocimiento. Las páginas de la
lo", o la semejanza-identificación entre la mujer y la colina (al
novela no trazan pues una búsqueda de recuerdos lejanos y
final del capítulo IX). Lugar mítico pnr ryrrlen^'aj toda inal-
felices, de horas serenas y consoladoras: en el fondo se destaca
u n pasado doloroso, feroz, que arroja sobre el mundo del cam-
po una sombra siniestra (en la novela se relata la muerte, a 10 Nombre de las colinas del Piemonte donde transcurren la mayoría de los
relatos de Pavese (N. del T.).
menudo violenta, de casi todos los personajes)9. ¿Lretorno a la 1' Programado por el autor en la fase pre-textual: bajo el encabezamiento
infancia vuelve a proponer los ritos de una primitiva cultura "Subir a la altura", en la caja que contiene el manuscrito de la novela hay
"Hojas sueltas de apuntes" para La luna y lasfogatas donde leemos, con fecha
campesina, regulada por lunas y fogatas inexorables, por creen- del 19 de junio, "Subir a la cima es un modo de escapar de la historia, volver
cias atávicas.La evocación permite que el autor dé lugar a mo- al arquetipo"; acto simbólico que ya fuera realizado, según señala el autor,
en los intentos anteriores, indicando allí el ascenso a la casa quemada en De
tu tierra, en Trabajar cansa (Los mares del Sud) el lugar donde vive el Ermita-
7 Ibid., p. 356. ño, y el "cañadón" en El diablo en las colinas, las "cumbres" en La casa en la
" (lomo lo señalaba I. Calvino en "Avanti!", 12 de junio de 1966. colina, la excursión a "Superga" en Entre mujeres solas.
I.o señala Gioanola, Cesare Pavese, op. cit., p. 380.
can/.able colina lejana ("a los grandes riscos de Gaminella y del te las huellas de los hombres, de su paso por la tierra, pero la
Salto, a las colinas remotas más allá de Canelli [...] hasta allá tierra, la forma de las colinas y las estaciones permanecen13.
arriba nunca había podido subir [...]. Ahora, sin decidirme, Como el protagonista de Los mares delSuch, Anguila regresa
pensaba que debía haber algo allí, sobre las terrazas, detrás de al país natal luego de años dedicados a errar por el mundo,
los cañaverales y las últimas granjas perdidas", capítulo IX), la regresa en busca del reconocimiento, v en ese momento los
anhelada y ominosa colina enorme de Gaminella ("una pen- símbolos infantiles sepultados en la conciencia se activan en
diente tan imperceptible que alzando la cabeza no se ve la cum- el recuerdo y se vuelven fuente de poesía justamente por su
bre - y en ella, quién sabe dónde, hay otros viñedos, otros bos- inmutabilidad, por su consistencia v duración absolutas14. El
ques, otros senderos- [...] En la luz escasa, la veía perfectamen- proceso del tiempoT^l espacio entre juventud y madurez se
te descendiendo gigantesca hacia Canelli donde termina nues- funden y se anulan en la inmovilidad, en el consistir de Tas
tro valle", capítulo I): sólo allí, sobre la cima, Ñuto le revela al cosas. La historia ha pasado sobre las colinas, pero nada nue-
protagonista el misterio del final de Santa y replantea en pro- vo ha sucedido bajo ese sol. De vez en cuando, todavía apare-
fundidad el tema de la fogata (capítulo XXXII), rito sacrificial cen muertos en los bosques, después de la reciente guerra
(Santa estará "vestida de blanco", vestimenta sacrificiaD v pro- civil; pero un episodio de la historia es resignificado dentro
piciatorio de vida v de fertilidad, y a la vez signo de muerte v de las relaciones entre el campo v la muerte, el morir que se
de violencia (como el incendio de la casa iniciado por Valino). vuelve tierra, es decir, repetición, renovación, v al mismo tiem-
"Llegué a la higuera frente al prado y volví a ver el sendero po es un eterno .perdurar15, como las llamas y las cenizas de
entre los dos montículos de pasto" (capítulo V). El retorno las fósalas, jcomo li'luna y sus facultades germinativas,
de Anguila a la región plantea una confrnnrarinn ¡"mediata fecundantes. T ^ n rrere y SP renueva, pero al mismo tiempo
entre lo que ha permanecido v lo aue el tiempo transcurrido se repite v permanece inmóvil. La novela transcurre entre la
debería haber cambiado. En realidad. la historia no ha modi-
ficado el mundo inmóvil del campo. Los objetos se vuelven '3 Véase Muccerle, A. M., La imagen aguda. Lengua, estilo, retórica de Pavese,
siempre iguales a sí mismos, fijados en una dimensión abso- Einaudi, Torino, 1977, p. 124.
14 El muchacho convertido en adulto regresa para revivir y observar por
luta, redescubiertos y confirmados en su esencia y en su dura- segunda vez las estaciones y las colinas: "Las cosas se desmhrpn a través de
ción. Los datos del mundo campesino son contemplados los recuerdos que Lenemffi de ellas. R^-pi-Har " n : l «¡ignifira y f r ^ - y f
como fuera del tiempo, en un (Jugar-teatro inmóvil de coli- solamente entonces- nnr nrimera vez" (OV 1942, 232, y también 245);
"los símbolos que cada uno lleva dentro s
nas eternas. Pase lo que pase, nunca cambia nadal todo sigue en el mundo y que reconoce cuando su carazón jientejuni^streíIl££ÍIIl¿erW|
regido como siempre por la sucesión de las estaciones y de las m, son nuestros auténticos recuerdos. Son incluso verdaderos descubn-j¡
mientos. t s preciso saberjjue_u
lunas12. La circularidad lo gobierna todo, cambian solamen-
siempre la segunda. Entonces las descubrimos y al mismo tiempo la
recordamos" (Feria de agosto, véase también Giovanardi, La luna j
1! Véase Bárberi Squarotti, G., Pavese o la fuga en la metáfora, en "Sigma", 3- las fogatas, op. cit., p. 633).
4, 1964, p. 169. 15 Gioanola, Cesare Pavese, op. cit., p. 382.

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memoria^ la contemporaneidad;x\ recuerdo del pasado y la eran rastrojos y los rastrojos, hileras de viñas; la gente había
enunciación del presente están inextricablemente unidos, pasado, había crecido, se había muerto; las raíces hundidas,
ambas polaridades están coordinadas, la mutación y la per- arrolladas en el Belbo, y sin embargo, mirando alrededor, la
manencia se compenetran y se expresan conscientemente in- fuerte ladera de Gaminella, las lejanas callejuelas sobre las coli-
cluso en rasgos estilísticos: por ejemplo, en la distribución de nas del Salto, los terrenos, los pozos, las voces, las azadas, todo
los tiempos verbales y en los rápidos pasos de uno a otro16, en seguía siendo igual, todo tenía el olor, el sabor, el tono de an-
la alternancia de momentos narrativos y explicativos17, que tes" capítulo VI; "Pensaba que todo era lo mismo, que todo
garantizan la solidez y la circulación "dramática" del libro. siempre vuelve a ser igual", capítulo XXXI. No hay ninguna
relación idílica con el pasado, no se conmemora lo que suce-
Pero pasado y presente ante todo están vinculados en el
dió, las pequeñas cosas perdidas de ese mundo rural. Aun cuan-
plano simbólicoprotagonista regresa de lejos para volver a
do los objetos del paisaje tengan "una muy fuerte connotación
ver lo idéntico: "Los mismos rumores, el mismo vino, las
afectiva", va acompañada de una "muy escasa intención docu-
mismas caras de antes", capítulo II; "Continué subiendo y vi la
mental"18. Los lugares, los elementos del paisaje se reducen a
galería, el tronco de la higuera, un rastrillo apoyado en la puer-
lo básico: pocos, esenciales árboles (los domésticos: la higue-
ta. La misma cuerda con un nudo colgaba del agujero en la
ra, los avellanos, los tilos, en oposición a los que están fuera
puerta. La misma mancha de verdín en torno a las rejas contra
de lugar, a las "plantas extrañas cuyos nombres nadie sabía"
la pared. La misma planta de romero en la esquina de la casa. Y
en la villa del Caballero, las plantas "raras" en el jardín de los
el olor, el olor de la casa, de la costa, a manzanas rancias, pasto
señores, bambú y "troncos estrafalarios"), pocas flores, rústi-
seco y romero", capítulo V; "Lo extraño era que todo hubiese
cas (zinias, dalias, geranios, adelfas). Pocos, pero reiterados.
cambiado, pero siguiera ieual. No había quedado ni siquiera
Una característica destacable de La lunarias fogatas es la re-
una de las viejas vides, ni siquiera un animal; ahora los prados
aparición insistente de las cosas y de las palabras-mito que las
16 Pienso en empresente que generalmente fija la inmovilidad del escenario y nombran: una "3icción de la fijeza"19, un nombrar recurren-
del primer plano, que aparece con frecuencia en incidentes que determinan te que elude la variedad, el lujo, la intención descriptiva, pues
bruscos pasajes temporales; en í f iipgerfechp, que opone al primer plano la
dimensión del trasfondo y de la continuidad, pl tiempo de la memoria no
se trata de elementos evocados paraíliar la identi3aá\a través
superada (como sucede con el pretérito indefini<Jp>, que fija los tiempos del tiempo: los mismos sitios, los mismos sonidos, que el
míticos o del recuerdo, que convierte a los objetos externos en habitantes protagonista ha llevado dentro suyo y que ahora se vuelven a
de la psique y de los afectos (según E V. Mengaldo, La tradición del siglo
veinte, Bollan Boringhieri, Torino, 2000, p. 48, quien a su vez se remite a B. despertar ("y todo aquello que durante tantos años guardaste
Marin), tiempo descriptivo que con su valor durativo prevalece en las partes en tu interior sin saberlo se despierta ahora ante el tintineo de
narrativas; y en las transiciones rápidas del imperfecto al pretérito indefini- un freno de carreta, el coletazo de un buey, el sabor de una
do, tiempo de la percepción, que designa el comienzo del recuerdo (vi... vi...
vi) o del acontecimiento sucedido de una vez por todas, como establecido
para siempre. 18 Bárberi Squarotti, Pavese o la fuga en la metáfora, op. cit., p. 170.
19 Gioanola, Cesare Pavese, op. cit., p. 372.
17 Véase Giovanardi, La luna y las fogatas, op. cit., p. 635.
sopa, una voz que de noche oyes en la plaza", capítulo X; "Agu- "piedra basal" de la duración inmóvil, "nomenclatura"21 de lo
/..iha el oído bajo la luna y escuchaba el crujido lejano del freno perenne, palabra aue se hace tierra, "un suelo sólido, un funda-
de: una carreta", capítulo XXVI), los mismos olores (a tilos, a mento último, un sincero e imborrable molde"".
romero), los mismos sabores (de una sopa, de una fruta); ex-
perimentar sensaciones idénticas coincide con gestos simbóli-
cos: antes de subir a la cumbre de la colina de Gaminella, An- 2
guila come un higo y reconoce el antiguo sabor. La repetición
del gesto, la repetición de la visión ("¿Podía explicarle a alguien Dije antes que Pavese no tiene ninguna intención de recoger
que solamente intentaba ver algo que ya había visto? ¿Ver ca- caracteres "típicos" de un mundo rural. Es importante una ob-
rretas, ver heniles, ver un barril, una parrilla, una flor de achi- servación del Diario: "La cultura debe comenzar por lo contem-
coria, un pañuelo azul a cuadros, una calabaza para beber, el poráneo y documental, por lo real, para desembocar -llegado el
mango de una azada? [...] Para mí, habían pasado estaciones, caso- en los clásicos" (OV 1950, 390). La obra "clásica" no
no años. Cuanto más las cosas y los discursos que me conmo- sigue "el estilo de la época" (OV 1949, 369), no es "el reflejo
vían eran los mismos de antes -las siestas, las ferias, los cuentos exacto del momento presente". Clásico es el escritor que siem-
de antaño, anteriores al mundo- más placer me daban. Al igual pre intenta "fusionaren una unidad" "dos aspiraciones": "reali-
que las sopas, las botellas, las podadoras, los troncos en el prado" dad inmediata, cotidiana, 'áspera, y discreción profesional,
(capítuloX) fijan unos a toriori inmóviles, unas "esencias" intac- artesanal, humanista"23. El rasgo distintivo de la "civilización hu-
tas. Los nombres de lugares, por ejemplo, abundan, aparecen sin manista" en su opinión es la "distancia contemplativa y formal,
ninguna necesidad funcional o de ubicación geográfica20, pero el gusto por las estructuras intelectuales", un "mundo
tienen una gran capacidad de evocación y sugestión, son escandidos estilísticamente cerrado y en definitiva simbólico "24._La_idea-
y saboreados en su materialidad fónica y simbólica (subrayada guía de Pavese era desde hacía tiempo la búsqueda de una cons-
por series de aliteraciones: Cossano, Camo, Calamandrana, trucción narrativa que hiera el "ritmo de lo que sucede , que
Castiglione, Campetto, Calosso, Cassinasco, Cravanzana, tuviese su corte objetivo, una seca y estática "monotonía" que,
Crevalcuore), se destacan, retornan y sirven para confirmar la sin caer en lo anodino de la prosa trivial, permitiera alcanzar
permanencia de lo idéntico: antaño puntos de referencia del composiciones de un clasicismo mesurado, construir páginas
microcosmos del muchacho, luego constelaciones que el adulto fuertemente ritmadas, como dominadas por su propia y pecu-
reconoce, como en un antiguo catálogo, para remitir a ellas su liar solemnidad, gracias a una dicción esencial, selectiva, objeti-
propia raigambre. Cada región, población, caserío, colina, tiene
puntillosamente un nombre que resuena como palabra-mito,

Ibid., p. 373.

1 15
va, despersonalizada, de acerba exactitud. En La luna y las foga-
tas, Pavese procura un relato de hechos, incluso a través de un son atenuados, la orientación hacia un italiano hablado no se
diálogo impasible y lacónico, y un modo de narrar rápido y lleva a los extremos. Toda imitación del habla, toda alusión al
abreviado que a menudo se sostiene por el retorno de frases- dialecto está libre de ostentaciones y de singularidad. Se nos
sentencia (pienso también en Ñuto y sus amonestaciones sen- orienta más bien hacia coloraturas extraídas del italiano regio-
tenciosas de testigo sabio). Con una hosquedad selectiva, una nal piamontés, de un italiano informal-coloquial. Se han su-
agreste discreción, en esta obra maestra Pavese domina con mano Trayado en este sentido los típicos elementos temáticos al co-
firme un sistema lingüístico bien definido. Su lejano precursor mienzo de frase, las concordancias por el sentido, por a lei'
es Verga y el realismo: escribir "desde" los protagonistas, asumir y por 'loro, los che no declinados y polivalentes, el reforzativo
su punto de vista y su lenguaje. El programa sigue siendo devol- mica, el cosa interrogativo26, la fórmula interrogativa "cómo es
verle vitalidad a una lengua literaria cuya preciosista y elegante que", las cláusulas orales como "Estaba el cuerpo. Claro que",
impopularidad se volvía a ligar con la popularidad real de un las fórmulas introductorias "lo bueno es que", "la novedad es
sustrato regional. Pero lo importante era llegar a hacerlo sin ex- que", "lo bueno era", "lo malo es que", los nexos "y tanto
cesos dialectales, abusos miméticos. Con respecto a El compañe- que", la falta de concordancia entre el predicado verbal y el
ro, a. Ve tu tierra, los tonos ahora están decididamente atenua- sujeto plural pospuesto ("era de aquellos que..."27), la coma
dos, la evidencia excesiva ha sido podada. Pavese adopta un "es- que separa sujeto y predicado o sustantivo y adjetivo ("Ellos,
tilo simple" que no cae en lo genérico, en lo fácil y convencional lo tienen que pensar", "yo, había cambiado", "lo había llama-
(lo que se advierte incluso en correcciones como la del capítulo do para darle una noticia, mala"), la preferencia constante del
XXXI, c. 2:" [los pájaros] hacían bulla y algunos surcaban raudos..." coloquial noialtri-"nosotros"-, en lugar de la forma usual abre-
se corrige por "volaban libremente sobre las viñas"; o bien capí- viada noí\ (capítulo XXVIII, c. 4, "siparlava di ragazze"por
tulo XXII, c. 5 "hermoso palacete" es en D "antiguo palacete"; el "dinoi "luego "di noialtri ')28. Y obsérvese también el recurren-
el capítuloXXII, c. 6 "la anciana todavía era una linda [< lindísi- te regionalismo biroccio -forma dialectal, en lugar de barroccio
ma] muchacha" es en D "una muchacha pueblerina" y en I "una o "carro"-, o "tenía los dientes" 'la dentadura; "Ni siquiera me
muchacha insignificante"), está en busca de un léxico poco vis- parecía cambiado; solamente estaba un poco más denso" (capí-
toso, pero que de alguna manera sea o parezca "popular", parez- tulo IV) "Con Nicoletto no se podían ver" (capítulo XIII);
ca tener profundas raíces, sea "tierra y país"25. Los elementos
morfosintácticos que más tienden al anacoluto,.a lo. dialectal, 26 Hasta aquí las "anomalías" señaladas no tienen correspondencias en
español. En cuanto a las fórmulas siguientes, daremos versiones literales
porque la traducción normal borraría el matiz que el autor pretende
25 "He andado bastante por el mundo para saber que todas las carnes son destacar. (N. del T.)
buenas y equivalentes, pero por eso uno se cansa y trata de echar raíces, 27 Concordancia que no rige en español. Por ende no se advierte la anomalía
hacerse tierra y país, para que su carne valga un poco más que un cambio lingüística del original (N. del T.).
de estación" (capítulo I). 28 Me remito a E. Testa, El estilo simple. Discurso y novela, Einaudi,
Torino, 1997, pp. 2 7 6 y ss.
"me preguntó si tenía pensado seguir creciendo" (capítulo XIV); esos eléboros que nacen en los prados después de la vendimia"
"toda la noche durante tres noches en la plaza fuet 1 baile" (ca- tapítulo XXVIII; Santina "tenía los ojos como el centro de la
pítulo II); "¿Ya sabrás lo que quiere decir conocer mujeres des- amapola" capítulo XXXI). Aun cuando la comparación intenta
piertas?" (capítulo EX); "una perra del demonio' (capítulo XXXI); resaltar eventuales modismos populares y aludir a la dimensión
"la Emilia me á^ip guarda si la tocaba" (capítulo XIV); "Pero ahora de lo hablado ("Ahora engorda, se ceba como un cura", capítulo
lo había pensado el gobierno con la política de ponerlos a todos de XVIII; "Ibamos como dos curas bajando por la calle del pue-
acuerdo" (capítulo XVIII); "había tenido que conversarlo por una blo", capítulo XXVI), no encontramos concesiones a la oralidad
hora" (capítulo XXVII); hablar con una muchacha en el sentido dialectal (capítulo XV, c. 2 "Lanzone quiere a los novillos lim-
de tener una relación' (capítulo XVIII); el recurrente contratarse pios" se reemplaza por "a los novillos como a esposas"), sino que
por emplearse como jornalero', darse cuenta por estar convencido' simplemente se nos sitúa en la perspectiva del hablante: capítulo
(capítulos XIV, XVII, XXXII); en el ms„ capítulo I, c. 10 "Hay XIV "y todos los bienes de la llanura y del Salto brillaban como el
algo que no entiendo", "que no me convence", luego, "de lo que lomo de un novillo", capítulo XXIII "ramos que eran más her-
no me doy cuenta"). Ninguno de los modismos señalados hasta mosos que los vidrios de la iglesia y los atavíos del cura"; capítulo
aquí corresponde a un registro bajo. Todos están desvinculados de XXIV "lamentaba no haber mirado mejor esa sala que era más
los parámetros de la mimesis más cruda. No hay una afectación hermosa que una iglesia"; capítulo XVIII "las hojas negras como
vistosa de lo hablado, ni una oralización excesiva. Ni mucho me- un temporal en manos de la gente"; capítulo XVII "historias
nos movimientos hacia la singularidad preciosista, el expresionismo grandes como casas").
verbal, la convención literaria. Las comparaciones, por ejemplo, Con mucha frecuencia, actúa más la simulación que la
están ancladas en lo concreto de la experiencia de un mundo rural, reproducción. Nos topamos con invenciones autónomas,
son tangibles y nunca se aplican a ideas (capítulo XVI, c. 6 "La forzamientos totalmente desvinculados de una sugerencia
anciana gemía como un ave con el ala rota" cambia por "como una dialectal: eso parece, por ejemplo, el recurrente descuido en el
perra preñada" y en D "como un pájaro con el ala rota"; capítulo uso de los adverbios de lugar ( b a j o ¡a luna, bajo el sol, volverá
XXII "la anciana [...] todavía era joven como una rosa"; capítulo casa bajo la luz de la mañana, bajo ¡a vendimia en la época de
XXVII "lo tomó por los hombros y lo levantó como un cabrito"; vendimia), el uso transitivo de verbos intransitivos (bromear
capítulo XXVIII "Silvia esa vez se revolvió como un gato"; las hijas 'tomar el pelo', decidir 'convencer'30), el uso de saber en lugar
de don Matteo -la delicada Irene, las ardientes Silvia y Santina- de 'conocer' ("se sabía todos los bebedores, los feriantes, las
son comparadas con flores de estación, tienen "la belleza de la fiestas de cada pueblo", capítulo II; "Les hizo decir que se sabía
dalia, de la rosa de España, de esasfloresque crecen en los jardines en los pueblos vecinos", capítulo VI), ciertas abreviaturas elíp-
debajo de los árbolesfrutales"capítulo XXII29; Irene "se parecía a ticas como "se muere por casarse" en lugar de 'se muere de

En la redacción manuscrita la comparación incluía además "la glicina", la '" Traducimos literalmente los verbos italianos cuya transitividad no coinci-
"amapola", luego tachadas. de enteramente con los castellanos. (N. del T.).

30 18
dentes alusiones literarias como al Purgatorio, III, 128, in co'
ganas de casarse', capítulo XXIV; "se morían por [de ganas de] deiponte ["encima del puente"] en "Nos quedamos in co'["en-
irse", capítulo XXII, o bien la supresión del verbo modal podía cima"] de un viñedo (capítulo XXXII, c. 6): pero in co', por
(capítulo XIV, "Me dijo que esas noches siguiera durmiendo 'encima de', es dantesco y al mismo tiempo dialectal; como el
en el henil") o del verbo servil hacer (capítulo XI, "Para pasar el bramido (capítulo XX) del macho cabrío (piamontés bramé,
miedo, recordé que...")31, el uso verbal anómalo de adjetivos referido a animales en general) y que perteneció particularmente
("La gente se divertía distinto en los años de la guerra"). Pavese al ciervo dannunziano. Se ha trazado el camino de la invención
inventa, reinventa, no registra. Véase (capítulo XX) ese meligacce, lexical: tratar de asimilar los elementos verdaderos o supuestos
las ramas o tallos secos de la meliga ["sorgo"] (Sant'Albino, sub de una sublengua al idioma italiano culto al mismo tiempo
voce: meliáss)-, el deslizamiento semántico degrottino [literalmente, hacer que cada eco de la lengua "elevada" adquiera savia nueva
"pequeña gruta"; dialectalmente, "ambiente subterráneo usado y se refuerce con lo bajo, lo regional o lo dialectal. El resultado
para conservar fresco el vino"] (capítulo XXXI "Entre las piedras es una neutralización recíproca tanto del lado dialectal como
calizas encima de los viñedos vi la primera cuevita [grottino]u), del lado literario. El dialecto se abre camino en medio del ha-
aclarado inmediatamente después con "cavernette"para distin- bla de tradición ilustre, deja de ser momentáneo impresionismo
guirlo del piamontés crutín 'bodega', a lo cual se alude; u obsér- lingüístico, reproducción, rasgo de color local, folklore, un dis-
vese (capítulo XXV) "Irene arrastraba eLala para convertirse en frazarse de "ultrarregionalista"34 (OV 1943, 261). Y por otra
condesa", donde el significado de 'proponerse como objetivo' se parte, el cuerpo cristalizado de la lengua literaria recibe una
diferencia de su correspondiente dialectal (ya usado en De tu nueva savia Doqular y una nueva vida. El escritor periférico se
tierra) 'tratar de ganarse los favores de una mujer, cortejar' (véase debe apoyar en su zona doméstica, pero Dara insertarla en una
Battaglia, sub voce: rocco*2). Es notable también la introducción "más_grofunda unidad nacional", había escrito Pavese en
del verbo inserire ["insertar"] (alude al dialecto piamontés 'nsrí) "Middle West y Piemonte"35, debe observar de lejos, gara no
que se alterna con innestare ["injertar"] (capítulo XVIII). En el correr el riesgo de hacer "un Piedmontese Reviva/' (OV 1935,
arcaizanteproda ["linde"] se trasluce el piamontés briia 'borde, 11).A1 dialecto le corresponde atravesar un proceso cultural y,
confín: "Después se fue a la linde del prado y empezó a gritar •i la inversa,Ja.palabra literaria se replantea y se reinventa con
'Cinto Cinto' como si la estuvieran degollando", capítulo XVI; "una nueva vivacidad (naturaleza leopardiana) sin folklore"
"en la linde del viñedo", capítulo XVII; "y Cesarino sentado en
la linde frente a ella la miraba", capítulo XXV33. Hallamos evi-
En el original, ftrapacsano, partidario de la corriente literaria de Strapaesc
que en la primera posguerra italiana propugnaba un retorno a la esponta-
31 Supresiones que en castellano no se advierten, para lo cual deberían neidad de las culturas campesinas tradicionales de las regiones de Italia,
traducirse agramaticalmente las expresiones italianas. (T.). oponiéndose a la admiración y a la imitación de los modelos literario^,
32 Obviamente, la traducción de la frase popular es aproximada. Literalmente, extranjeros; también en sentido general, dícese de quien ejemplifica en
sería "estirar el bastón". (T.). grado máximo los rasgos distintivos de la forma de vida de su región (T.).
33 En el ms., cap. XXIII. c. 1 "había visto la liebre saltando sobre la linde" es La literatura norteamericana, op. cit., p. 34.
corregido "escapando por un surco".

1
(OV 1943, 261). Recordemos que también en El oficio de ms. (capítulo II), pero tiene todo el aspecto de una palabra
vivir se lee: "F.n el dialecto no se eli^e —se está allí inmediata- italiana. En La luna y las fogatas, Pavese escoge las formas
mente, se habla por instinto. En la lengua se crea" (OV 1949, ambivalentes que tengan en cuenta a la vez el dialecto y la len-
365: "El dialecto es sub-historia. Es preciso por el contrario gua italiana general (o la literatura), pero entre dos posibilida-
correr el riesgo y escribir en el idioma nacional, entrar en la des, opta siempre por aquella donde se pueda sentir un eco del
historia, elaborar y escoger un gusto, un estilo, una retórica, un dialecto: prefiere neanchecn lugar de nemmenoi8m, en el capítu-
peligro"). La escritura se vuelve creación, justamente, ante la lo XVI, c. 5 non disse nulla se corrige por non disse niente, en el
presencia simultánea de una tradición histórica y de un sustrato capítulo XXVIII, c. 1 sue notizie se corrige por sue nuove'''.
popular. Sublimidad y naturaleza, clasicismo y realismo, lite- "La muchacha que me dejó en las escalinatas de la catedral de
ratura y dialecto se aunan. En La luna y lasfogatas, el dialectismo Alba tal vez ni siquiera había venido del campo [...] -así comien-
ya no es color local, riqueza verbal, transgresión, audacia, sino za La luna y lasfogatas-, o bien me habían llevado en un cavagno
"vulgar ilustre"36. Pavese había partido del uso de dialectismos ["canasto"] de vendimia". En el manuscrito, cavagno (piamontés
rigurosos, frecuentemente como rasgos de lo oral (tampa, pio- cavágn) corrige cesta. Pero cavagno no es un dialectismo. Incluso
la, vigliacco, taroccarepor "hablar enojado", intabaccato por ena- pertenece a la tradición literaria. Pavese pretende emplear
morado', etc.37). Todavía aparecen, aquí y allá, algunos de esos "dialectismos" (que en realidad no lo son) autorizados por ejem-
rasgos: censa por "comercio" (capítulo XVII), mirra (capítulo plos antiguos, clásicos (acudiendo a Fanfani y Tommaseo). Por
XV), buse por "estiércol de vaca" (capítulo XVI: en el ms. "con eso prefiere alberi antes quepioppi\ bricco antes que collina-, gerbido
pelos de conejo, con arvejas" es en D "con pelos de conejo, con en lugar de 'terreno baldío', coltivi por 'terrenos cultivados', carrate
bosta [buse]"). Pero como dije anteriormente, en general hay por carri, criveüo por setaccio, griglia por rete (piamontés grijá),
una atenuación de la oralidad (Ej.: capítulo XXXII, c. 9 "echar- vigne por vigneti, casotto por capanno o similares, coppipor tegole,
la afuera" es en D "llevarla afuera") o de lo dialectal regional sttt por cáseo similares, scuro por buio, socipor compagni-, siempre
demasiado marcado: ese hombre erapiely huesos (capítulo XXIV, los bienes por 'la propiedad, la estancia', dar por 'golpear' ("Dale
c. 4) se corrige por un muerto viviente, un pistino (capítulo a ese perro", "[al perro] se la habían dado", capítulo XVI), el
XXV, c. 3) se cambia por un scemo ["tonto"], tempesta [en el stradone aparece constantemente, se repite cimentare por 'pro-
sentido de "temporal"] (capítulo XXIII, c. 1) se cambia por vocar, desafiar', spartire por 'dividir las cosechas' (capítulo V).
grandine ["granizo"]. Se conserva venturino por "niño hallado" Prefiere ramulivo (capítulo VII) antes que 'olivo bendito', llevar
(Sant'Albino, sub voce: venturíri) que corrige un miserable del a los animales a pastura (capítulo V) antes que al pascolo, paste
dolci para corregir un "dolci" del ms. (capítulo XXVIII, c. 3), a
36 Me remito a mi viejo artículo El lócico o "la cuestión de la lengua"en Cesare
pancia molle (capítulo XXIII) en lugar de 'a pierna suelta. Cier-
Pavese, en "Sigma", 3-4, 1964, pp. 87-94.
37 Obviamente, una traducción no podría retener la diferencia dialectal que F.ntre otros casos, véase la corrección del capítulo IX, c. 4.
estos términos y los siguientes ejemplifican. (N. del T.). En la traducción, estas expresiones serían sinónimos, onímicas (N. del T.).

30 22
tos elementos morfosintácticos pueden rozar apenas el dialecto,
no es "aislable" en una provincia, sino que tiene derecho de
como el uso de la preposición su ["sobre"] o la recurrencia de in
ciudadanía en un área más vasta, en el italiano regional o en el
Alba, inAlessandria, inAcqui, etc. Otras frases están como "pen-
toscano. Busca equivalencias entre lo nativo y lo nacional, en-
sadas" en dialecto. Al contrario de los neorrealistas, Pavese busca
tre lo dialectal y lo rigurosamente italiano ("mi literatura no es
un dialectismo casi imperceptible. En el capítulo XX, c. 4
dialectal -siempre luché por instinto y por la razón contra el
gelavano se corrige en D por ghiacciavano (piamontés giassé)\
dialectismo-; [...] sino que intenta nutrirse de lo mejor de las
en el capítulo XXIII, c. 8 cadere se corrige por cascare (piamontés
Fuentes nacionales y tradicionales" OV 1935, 11). En lea en
casche); en el capítulo XXVII, c. 6 "con los ojos dispuestos,
lugar de víale, coppi en vez de tegole, cavagno en lugar de cesta,
despiertos (sveglí)" es corregido por "con los ojos dispuestos,
I 'avese siente que resuena una correspondencia entre pasado y
audaces (arditi)". A veces advertimos los ecos del dialecto en
presente, una emanación del dialecto como sustrato arcaico y
leves transformaciones (plural por singular, el femenino por el
il mismo tiempo el habla viva y verdadera, actual, cercana: lo
masculino, etc.). Otras veces el dialecto se trasluce en la caída
que está sepultado bajo tierra, distante, documentado en los
del artículo: di la da Belbo, traversare Belbo, sulponte di Belbo,
libros, se une con la oralidad, con la voz. Voces que ha oído en
l'acqua di Belbo, scendere a Belbo, etc. (capítulo XXVIII: "ha-
su tierra, pero que vienen de lejos, como los árboles del
bía ido al Belbo" se corrige en el ms. por "había bajado a Belbo").
Piamonte que (dice en el Diario) son los mismos que los de
Pero en realidad la referencia al dialecto es secundaria.dentro
Virgilio. L-lasicismo.y región se reúnen, lo sublime y lo distan-
del sistema estilístico adoptado-en la novela, pasa a un segundo
te son reconocibles en lo real y en lo cercano: "Ella no sabe
plano con respecto a la intención primordial de propender a lo
cuán profunda riqueza se halla en nuestros clásicos y en los
descarnado y lo absoluto, lo breve, lo lapidario, la tendencia
griegos. [...] Amo a S. Stefano con locura, pero porque vengo
hacia el ascetismo formal. Lo cual se puede advertir en las mí-
de muy lejos" (C II 1949, 396).
nimas correcciones, cuando por ejemplo (capítulo XXII, c. 4)
se pasa de "Luego fue la vendimia" a "Luego fue vendimia",
etc. En muchos pasajes, la caída del artículo no tiene ninguna
referencia mimética, sino que procura separar lo acontecido de 3
la realidad histórica, fáctica (capítulo XXXI, c. 7 "Luego había
llegado el 8 de septiembre" se corrige por "el mes de septiem- Hay otro notable pasaje de las Cartas (C II 1947, 185):
bre" y más tarde "septiembre"). "Los escritores piamonteses o son cultos o no lo son", refirién-
dose a un traductor que había acertado con el tono elevado
Ya se veía con claridad en los inéditos Apuntes sobre la len-
aun dentro de su sencillez, adoptándolo en la versión de las
gud*°: Pavese registra en esas páginas la forma piamontesa que
Geórgicas. Como si dijéramos que un no-toscano no puede
40 Me remito a mi trabajo Las formas del alejamiento, Garzanti, Milano, escribir de manera desenvuelta en una lengua tan sólo sugerida
1989, pp. 68 y ss. por la educación lingüística asimilada con la leche de la nodri-
za, sino en una lengua "mental". Lo cual es muy evidente en tivación:], severidad de medios, moral rígida. Le atribuiría en su
La luna y las fogatas por la factura melódica y geometrizante conjunto la serie positiva completa al estilo de La luna y las
del párrafo. Emilio Cecchi comentaba positivamente El herr fogatas. Pienso en los momentos descriptivos, muy despojados,
moso verano por ese diálogo despojadamente clásico que no se sin adjetivos, donde todo se reduce al sustantivo, y el ritmo avanza
dejaba llevar muy lejos. Y en una carta, Pavese le responde (C con solemne monotonía acompañando una descripción capaz
II 1950, 464): "Quizás la razón por la cual a un piamontés ile captar los valores icónicos de lo absoluto: "Sobre estos mon-
esto le 'viene bien' [...] sea que el piamontés aprende el italiano tes cae un sol, un reflejo de predios estériles y calizas que había
como lengua muerta y por lo tanto con una discreción que le < ilvidado. Más que venir del cielo, aquí el calor sube desde abajo,
impide maltratarla como un jeune mffian sa maitresse". Por- ilc la tierra, del fondo de las vides que pareciera haber devorado
que escribir para Pavese significó vacilación y suírimienro. "sos- iodo el verde para volverse únicamente sarmientos" (capítulo
pecha ante la palabra que al mismo tiempo es nuestra única V). Y pienso en el cuidado con que corrige verbos demasiado
realidad" (OV 1944, 285); y "desconfianza" en las posibilida- específicos, puntuales, en provecho de lo amplio y de lo genéri-
des expresivas de una lengua cuando es usada en el grado cero co ("para irrumpir en el sarmiento negro" pasa a "para volverse
de su naturalidad discursiva o en su sensualidad melódica y únicamente sarmientos" capítulo V, c. 1; "donde desemboca
literaria, y ño ya con la determinación de quitarle su "facilismo" nuestro valle" se corrige por "donde nuestro valle termina" capí-
por una lacónica esencialidad, por un movimiento monotonal. tulo I, c. 5), o adjetivos demasiado acentuados que son corregi-
Pavese habría suscripto el juicio de Móntale sobre la lengua dos en busca de una mayor sequedad o universalidad de la atri-
literaria italiana como excesivamente "analítica y extensa". En bución (Ej.: capítulo VIII, c. 1 "mirando la plaza tórrida y desierr
La luna y las fogatas, logró plegarla con el máximo de econo- ta [< quemadapor,elsol\" se reemplaza por desierta y en D vacía-,
mía y de capacidad sintética. En el Diario anotó (OV 1942, capítulo VIII, c. 1 "en la palangana de mayólica" > "en la palan-
235): "disponer todo el relato, hasta la más mínima palabra y gana blanca"; capítulo XXIII, c. 1 "un perverso temporal" es en
las comas, de manera que no haya nada superfluo"; y también I) "un gran temporal"). Todo "exceso" de especificación, de ca-
(OV 1942, 237) "Lo que nos sostiene en la inquietud y el racterización es eliminado (Ej.: capítulo XVII, c. 6 canicas jas-
esfuerzo de escribir es la certeza de que en la página escrita que- peadas se corrige por de cobres). Pensemos en el adjetivo que
da algo no dicho". tiende al epíteto: día claro, noche clara, nube clara, viñedos claros,
Tengamos en cuenta el léxico crítico empleado por Pavese en colinas negras, etc. (viña blanca, en cambio, tiene un sentido téc-
las Cartas o en el Diario, escuetamente ordenado en una serie de nico, es la viña de uvas moscatel). También se eliminan ciertos
oposiciones: en el polo negativo, oratorio, abundancia, ornamento, diminutivos (capítulo XXIV, c. 1 era muy lindita cambia por
desenfreno, quebrantamiento [verbal\, amalgamado y suave, liris- era digna de verse) que contrastan con el tono seco y lapidario
mo, musicalidad, laxo; en el positivo, entrecortado, áspero, descar- del libro (capítulo XXXII, c. 1 un tapadito es un tapado gris-,
nado, casto, palabra a regañadientes, cautela, avaricia [de la adje- capítulo XXX, c. 4 "no había más que caminitos de cabras" se

30 26
corrige por "caminos de cabras"), y cuando se conserva el dimi-
nutivo, por lo general se prefiere el "analítico" antes que el afec- i nntemporáneo, de cualquier.tipo.de.prosa que aspirara al gra-
tuoso (capítulo X, c. 6 callecitaes en D callejuela). La riqueza se j o cero de la naturaleza discursiva, de la frescura convencional,
reduce en provecho de la parsimonia, se elimina toda intensifica- i' ni erado múltiple de lo libresco, del preciosismo alusivo.
ción pleonástica: véase el capítulo XVI, c. 1 "amplios bosques de Permanece distante tanto de la tradición expresionista-precio-
árboles, de amapolas, de arbustos de menta que se extienden sista como"3el neorrealismo. Es un escritor severo en busca de
hasta los cultivos de la Mora" luego, "amplios bosques de árbo- la sublimidad incluso en lo humilde: busca el acto, lo finito, la
les, que se extienden [...]", en D "espaciosos bosques de árboles, solidez de la forma, lo dispersoj j u e hay que reconducir a lo
que se extienden [...]". Cae la sobreabundancia de particularida- inmóvil. La intención final se dirigía hacia la sobriedad clásica,
des: en el capítulo II, c. 7 "Pero los platos seguían siendo los mis- liacia la monótona sencillez, lo severamente ordenado, lo so-
mos, ..." y se tacha decididamente el largo catálogo de platos lemne y lo grave, pero sin expresionismos ni subjetivismos,
que venía a continuación. Obsérvese además la ausencia de su- hacia la austeridad rítmica, lo poético dentro de lo prosaico
perlativos, la reducción del variado teclado lexical de los verba ("La verdadera prosa debe ser leída con los ojos": OV 1942,
dicendi, todos incluidos en la neutralidad poco llamativa de 237, citando una idea de Alain). En La luna y las fogatas, las
los "dijo", "afirmó"41, y en general el uso predominante (usual- estructuras melódicas del párrafo están muy controladas, cal-
mente en pretérito indefinido) de verbos "primarios" como ven culadas incluso en los detalles de la puntuación (capítulo IX, c.
sentir,pensar, recordar, etc., simplificaciones que tienden a hacer 9 "Solamente, me di cuenta <,> que ya no sabía que la cono-
que el verbo pierda su profusa carga de significados. cía"); se escanden las formas "progresivas" ("Gran parte del
pueblo está en la parte alta del valle, / el agua del Belbo pasa
Dije antes que el ideal deJWese era un estilo descarnado,
frente a la iglesia media hora antes de alargarse debajo de mis
sin adornos, ágil y claro, mesurado, despojado, y siempre cal-
colinas", capítulo II; "Donde estábamos, / detrás del viñedo, /
culado, grave y sustancial. En la narrativa italiana, después de
aún había pasto, / la fuente fresca de las cabras, / y la colina
los años treinta, la tendencia emergente era una prosa concisa y
continuaba sobre nuestras cabezas", capítulo VI; "Atravesamos
antilírica, al igual que en el primer Pavese de De tu tierra y de
la arboleda, / la pasarela del Belbo, / y salimos a la calle de
El compañero. Pero Pavese se alejaba poco a poco de los estilos
(íaminella en medio de las acacias", capítulo XXXI), y las aper-
posibles que recordaran la medianía burguesa o una prosa so-
turas líricas y contemplativas tienen un ritmo muy marcado
cial y comprometida (pienso en prosas como La playa por un
("Teníamos alrededor nuestro las regiones donde había estado,
lado, y en El compañero por el otro). Toma distancia de lo
de día claras y boscosas bajo el sol, de noche nidos de estrellas
en el cielo negro", capítulo II), un ritmo casi hipnótico y do-
En particular con respecto a La casa en la colina, lo señalaba E. Soletti, "La liente, que recuerda el de su poesía. Pavese entonces es guiado
casa en la colina. La circularidad de las variantes", en AA. W . , El oficio de
escribir. Cesare Pavese treinta años después, Centro de Estudios Cesare Pavese, por lo fónico (se advierte en las variantes, capítulo I, c. 1, la
Milano, 1982, pp. 114-15. serie de sílabas reiteradas, luego corregidas, "dos pobres muje-
res de CAnelli [ Cassinasco, luego Monticello], de CAlosso o •madiplosis, quiasmos. En este intento final, Pavese logra pe-
porqué no de CAlamandrana"; pero en el capítulo XVII, c. 6 netrar como nunca antes "en la sustancia del habla", pero pre-
"El palacete del Nido, hacia CAnelli y CAssinasco, CAlosso, y suponiendo la apoyatura de un "ritmo" (OV 1944, 285-86);
me parecía..." es en D "hacia CAnelli y CAlamandrana, hacia ni un lenguaje sencillo pero trasmutado en una lengua ideal
CAlosso, y me parecía..."; capítulo XIX, "en las calesitas de "unida como un mosaico artificial" y que "nadie habló nunca".
CAstiglione, de COssano, de CAmpetto"). Está atento a las I 'na actualidad de lenguaje negada y reforzada a la vez gor la
mínimas variaciones rítmicas dentro de las cláusulas ("todo i ígida monotonía de lo poético: el ritmojjoético en lacrosa.
viñedos y montes de árboles" cambia "todo viñedos y montes Aparece justamente el verso (en general, decasílabos: capí-
costeros"), a la distribución de los acentos42: "Questi discórsi li lulo XXIV, "Irene ante todo estaba en calma, / muy erguida y
facevámo sullo stradone, / o alia sua finéstra bevendo un vestida de blanco, / y nunca se enojaba con nadie") dentro de
bicchiére, / e sótto avevámo la piána del Bélbo, / le álbere che una prosa forzada eurítmicamente por la tendencia a romper el
segnávano quel filo d'ácqua, / e davánti la gróssa collína di • uden normal (la anástrofe, en el ejemplo citado); o bien "Aque-
Gaminélla, / tutta vígne e mácchie di ríve", capítulo II). Casi lla vez cenaron, / y ella salió a la mañana siguiente" (capítulo
obsesivamente se reitera la tripartición (basta como muestra la XXVIII); y también "Canelli es todo el mundo -Canelli y el
primera página del capítulo II: "se vivía en las calles, en las valle del Belbo-y en las colinas el tiempo no pasa' (capítulo X),
costas, en los prados. [...] Escuché gritar, cantar, jugar al fútbol; ton un cierre final progresivo en un metro endecasílabo prepa-
[...] bebieron, se burlaron, hicieron la procesión; [...] se oían rado por dos metros menores, también canónicos, que tien-
los autos, las bocinas, los ruidos de los rifles de aire comprimi- den al heptasílabo43; o bien, con metros más amplios: "Tenía-
do. Los mismos rumores, el mismo vino, las mismas caras de mos estas conversaciones en la avenida, / o junto a su ventana
antes [...] Y las alegrías, las tragedias, las promesas a orillas del II >mando un vaso de vino, / y abajo estaba la llanura del Belbo,
Belbo [...] conocía a todos los bebedores, los feriantes, las fies- / los árboles que bordeaban ese hilo de agua, / y enfrente la
tas de cada pueblo", etc.), lo que frecuentemente se despliega gran colina de Gaminella, / ..." capítulo II). La poesía en la
en verbos de disposición anafórica ternaria: "Se pasaban tantas prosa: Pavese estaba convencido (según escribe en el Diario) de
horas comiendo castañas, en vela, arreglando los establos" (ca- • I ue los grandes "iniciadores de la novela italiana, los buscadores
pítulo XX), "Vendimiar, podar, prensar..." (capítulo XXIII), desesperados de una prosa narrativa" habían sino "antes que
"oí que hablaban, se calentaban y reían" (ibid.), etc. De donde nada poetas líricos, Alfieri, Leopardi, Foscolo" (OV 1944, 185-
surge, producido justamente por las estructuras iterativas, el H6): "La Vida, los Fragmentos de Diario y el Viaje sentimental
movimiento repetitivo, ritmado, de letanía, que invade todo
el libro, lo cual también se debe a la recurrencia de epíforas, 11 Acerca de estas estructuras abiertamente orientadas hacia la "poesía en la
prosa", o construidas de todos modos por el ojo y el oído, permítaseme
Necesariamente, el ejemplo que sigue debe leerse en el original, donde el remitir a mi antiguo trabajo Ritmo y melodía en la prosa italiana. Estudios e
autor marca los acentos, - q u e no son ortográficos (N. del T.). indagaciones sobre la prosa artística, Olschki, Firenze, 1964.

30 31
precio por el oficio y por la experiencia convertida en naturale-
son el sedimento de una fantasía enteramente confiada a las
y no en virtuosa agilidad. Pavese está profundamente aferra-
iluminaciones de la elocuencia lírica. Y la primera novela lo-
do a la idea de origen humanista según la cual "la riqueza de
grada —Los novios— es la madurez de un gran lírico. Lo cual
una obra -de una generación- siempre está dada por la canti-
debe haber dejado huellas en nuestro ideal narrativo".
dad de pasado que contenga" (OV 1947, 338). Para Pavese, la
Pavese confirma su pertenencia a esa tradición. Anhelaba
lección fundamental de los clásicos reside en la esencialidad de
ser un clásico entre los clásicos. No es casual que sus atentas
l.i escritura, entendida como estilo medido y abstracto, la cons-
lecturas regresaran a un Homero releído como texto de un
i ricción en una forma simple,_objetiva, y que ala vez tienda a
relevante orden estilístico, de estática solemnidad y de equili-
lu absoluto. Pavese recorre un largo camino para llegar al "cla-
brio interno. Son notables las hipótesis de trabajo registradas
sicismo" de La luna y lasfogatas. Trabajó mucho para construir
en el Diario en torno al concepto (de fondo "humanista") de
poco a poco su máquina narrativa. Como un "obrero" de las
armonía, compostura, equilibrio, rechazo del exceso, búsque-
leí ras, concibió el arte como un calvario hacia el "cristal" del
da del limite, de la medida, de la organicidad de la obra; las
csiilo. "Si llegases a escribir sin una tachadura, sin volver atrás,
observaciones sobre el arte como sistema normativo, grilla del
sin retocar nada-¿te seguiría gustando? Lo bueno es esmerarte
deber ser, regla, cálculo; en particular las anotaciones sobre el
y prepararte con toda calma para ser un cristal" (OV 1946,
ritmo (y Pavese al respecto vuelve a citar a Homero), entendi-
515). Escribir es arrepentimiento, no satisfacciónf|ctividad an-
do como el reverso de la agilidad en los movimientos del len-
ii natural, no desahogo gozoso; no es cuestión de contenido,
guaje, del virtuosismo, pero además como "unidad"
que un escritor siempre tiene en abundancia (OV 1947, 329:
compositiva, como secuencias, "bloques" de realidad, varia-
1 )onde se siente el agotamiento es en el estilo, en la forma, en
ción y no desarrollo ("Habría que tener ya todo listo como
el símbolo. Siempre hay abundancia de sentimiento-conteni-
bloques de granito tallados, que pudieran disponerse a volun-
do, por el mero hecho de que se vive"). No se trata del correlato
tad, no como una elevación que habría que escalar y describir a
ile una intensidad vital, sino de una gradual y laboriosa cons-
manera de crónica" OV 1943, 253). Pensemos entonces en la
li uccion ("oficio del arte", "alegría por las dificultades supera-
idea de tensión estilística que en el relato —como señalábamos
das" escribe en el Diario cuando alude a su trabajo). La obra
inicialmente— no debe encaminarse hacia el extenso flujo na-
maestra no surge "por sí misma, naturalmente, sanamente,
rrativo, sino que es una escansión de "momentos", ritmos de
i orno sucede con todos los fenómenos vitales"; el arte no es un
capítulos breves, unitarios (lo que justamente ocurre en La
producto natural, una actividad normal del espíritu, cuyo ca-
luna y las fogatas). Pavese en suma retoma el obsesivo proble-
r.ícter esencial sería la salud". Así escribía el joven Pavese en una
ma de la unidad y el equilibrio estilístico, que está en la línea
i. arta a Augusto Monti (C I 1928, 193); y proseguía "No, en
desarrollada por todo el clasicismo local (y que culminará en el
mi opinión, el arte requiere un trabajo tan arduo,jtal maceración
idealismo de Croce): aquella idea, reiterada en el Diario, de la
del espíritu, un incesante calvario de tentativas que por lo ge-
forma como.liberación, de producto pulido, esencial, el des-

35
32
neral fracasan antes de llegar a la obra maestra, que más bien se v • I'1 cadencia aparentemente usual y narrativa (aunque elevada
podría clasificar entre las actividades antinaturales del hom- 11, .ulcncias de versos: se trata en efecto de "unidades melódi-
bre". Grandeza de la escritura, de la obra, y a la vez sufrimien- i ,s" que tienden al endecasílabo, 9/10/11/10 [en italiano; en la
to, incluso como constricción técnica: dos grandezas directa- ii aducción serían 7/9/12/11]), abarca justamente ecos de los
mente proporcionales. Cuando escribe (OV 1940, 198) "Sin vc-isos "quieta sobre los techos y entre los huertos / posa la
duda prefieres a quienes hacen algo porque lo deben hacer, an- luna", "al clarear de la reciente luna"43. Pueden verse también
tes que a quienes lo hacen porque a eso los empuja su instinto i. oino reminiscencias leopardianas el capítulo X, c. 2 "al fresco
(y al respecto había citado expresamente a Alfieri, un escritor i |i ic te llega de noche desde la ventana" es luego "a una voz que
por voluntad: OV 1938, 131), está hablando de la voluntad • «yes de noche en la plaza"; capítulo XVIII "y me quedaba con
literaria como el martirio fabril de quien día tras día se cons- < ¡iiilia y Angiolina bajo los nogales, bajo la higuera, sobre el
truye su propio organismo poético, tanto más sólido cuanto I wu peto del puente, esas largas noches de verano mirando el
más anclado en estructuras del pasado. i. ido y los viñedos siempre iguales. Ydespués a la noche, toda la
Los clásicos. Es explícita la idea de que la obra tiene que noche, se los ota volver por la calle cantando, riendo, llamándose
contener una cantidad de pasado, surgir sobre los hombros de través delBelbo'; e incluso añadiré una minucia, el uso de la
la tradición ("una remisión continua y sutil a un hábito litera- I 'i i p. a, "e si parlava, lassú álfico" (capítulo XXVII) 'por donde
rio, a un magisterio de otros tiempos, de los cuales se conserva ••M .í la higuera', como en el leopardiano "alia campagna". Otro
como un perfume destilado" C I 1946, 97), capaz de englo- intruso de la cadencia sencilla hacia la evocación (dinámica,
bar, con una lengua moderna y a la vez alusiva, el registro po- 111 ".-i .iria) me parece que podría verse también en este comienzo
pular y la memoria literaria, o más bien la memoria de caden- un manzoniano: "La colina de Gaminella, una ladera extensa e
cias maduradas sobre modelos "clásicos" y convertidas en "fa- terrumpida de viñedos y de riberas, una pendiente tan im-
miliares", como un modosa hecho de lo poético narrativo, I in ceptible que..." (capítulo I), o en "En el umbral había apare-
por lo tanto más a disposición de todos, pero al mismo tiem- i ido una mujer..." (capítulo V, que ene. 8 corrige "había apare-
po capaz también de conferir un aura simbólica a lo "humilde' i ido una vieja").
(el mundo del campo}, de elevar lo bajo a lo sublime, de hallar I '.n las páginas de Pavese el elemento popular ingresa cada vez
una fusión "entre dialectalidad profunda de la lengua y aspira- m.ís por una autorización literaria; desde El compañero y De tu
ción a lo sublime, entre pobreza representativa y aura simbóli- tierra hasta La luna y las fogatas, la lengua se ha hecho poco a
ca"^4. "Él balcón da a la plaza / y la plaza era un hervidero, /
pero más allá de los techos mirábamos / los viñedos blancos
bajo la luna" (capítulo IV), en un registro llanamente prosaico [Versos de Leopardi que para un italiano son muy reconocibles (N. del T.)]
También hay una reminiscencia leopardiana en el cambio del nombre de
(iisella (que figura en el ms.) corregido luego a mano (en D) por Silvia
|Uno de los poemas más célebres de los Cantos se titula justamente "A
44 Testa, El estilo simple, op. cit., p. 279. Silvia"].

34
35
poco más general (y precisamente mediante evocaciones vaga-
mente dialectales); no solamente en el léxico y en los rasgos
morfosintácticos, sino también en las cadencias, colmadas de
resonancias abiertas hacia lo alto y hacia lo bajo. Estamos en el
ámbito de ese "clasicismo rústico" que hacía tiempo Pavese pre-
conizaba para sí mismo (OV 1943, 255). Dos meses antes de
empezar La luna y lasfogatas, escribe: "Estoy como loco porque
tuve una gran intuición, casi una visión maravillosa (natural-
mente con establos, sudores, campesinotes, verdín y estiércol,
etc.) sobre la cual deberé construir una.modesta Divina Come-
dia (CII, 399,17 de julio de 1949). Dos meses después, Pavese
comienza a escribir el capítulo I, el 18 de septiembre del '46, y
termina la novela el 9 de noviembre del mismo año. Era el libro
que llevaba "adentro desde hacía más tiempo", el "verdadero
libro", según le escribía en una carta a Aldo Camerino, el 30 de
mayo de 1950 (CII, 532), pocos meses antes de su muerte: "La
luna es el libro que llevaba adentro desde hacía más tiempo y el
que más he disfrutado en escribir. Tanto que creo que por un
rato -quizá para siempre- ya no haré ningún otro. No conviene
tentar demasiado a los dioses".

GIAN L U I G I B E C C A R I A
Torino, mayo de 2 0 0 0 .

36
I

Hay unvmotiüpVpara que volviera a este pueblo, y no en


i. .unbio a Canelli, Barbaresco o Alba. Casi seguramente no
II.ICÍ aquí; no sé dóndf-Qací; en estos sitios no hay una casa ni

un pedazo de tierra ni unos huesos de los que pueda decir


I • sto era yo antes de nacer". No sé si vengo de la colina o del
v iIle, de los bosques o de una casa con balcones. La mucha-
•. II.I que me dejó en las escalinatas de la catedral de Alba quizá
111 siquiera venía del campo, quizás fuera la hija de los dueños
ilc- una mansión, o bien me trajeron en un canasto de vendi-
mia dos mujeres pobres de Monticello, de Neive, o por qué
110 de Caravanzana. ¿Quién puede decir de qué carne fui he-
i. 110? He andado bastante por el mundo como para saber que
indas las carnes son buenas y equivalentes, aunque por eso
uno se cansa y trata de echar raíces, unirse a la tierra y a la
legión, para que la propia carne valga algo y perdure un poco
m.ís que un simple cambio de estación.
Por haber crecido en esta región, debo agradecerles a
Vugilia,>¡a Padrino, gente que ya no está, aun cuando me
I uyan adoptado y criado sólo porque el hospicio de Alessandria
les pasaba una mensualidad. Hace cuarenta años, en estas co-
linas había infelices que para ver un escudo de plata se encar-
a b a n de un bastardo del hospicio, además de los hijos que
va tenían. Había quienes adoptaban una niña para disponer
luego de una criada y gobernarla mejor; Virgilia me quiso
|>ori]iieya tenía dos hijas, y cuando hubiera crecido un poco

39
esperaban acomodarse en una gran finca, trabajar todos y te- (roncos desnudos. La veía muy bien, bajo la luz escasa, des-
ner un buen pasar. El Padrino entonces poseía la casita de midiendo gigantesca hacia Canelli donde termina nuestro
Gaminella -dos habitaciones y un establo-, la cabra y la ribe- v.ille. De la callejuela que va siguiendo al Belbo llegué hasta
ra de los avellanos. Yo estaba arriba con las chicas, nos robá- li is pilares del pequeño puente y el cañaveral. Sobre el terra-
bamos la polenta, dormíamos sobre el mismo jergón; plén vi la pared de grandes piedras ennegrecidas de la cabaña,
Angiolina, la mayor, tenía un año más que yo; y recién a los la liiguera torcida, la ventanita vacía, y pensé en aquellos te-
diez años, en el invierno en que murió Virgilia, supe por 11 ibles inviernos. Pero alrededor los árboles y la tierra habían
casualidad que no era su hermano. Desde ese invierno, la jui- •. .imbiado; el monte de avellanos había desaparecido, reduci-
ciosa Angiolina tuvo que dejar de andar con nosotros por la do a un rastrojo de maíz. Desde el establo mugió un buey, y
costa y los bosques; iba a la casa, hacía el pan y la ricota, ni el frío de la tarde sentí el olor del estiércol. Quien ahora
acudía a la municipalidad a cobrar mi escudo; yo me jactaba estaba en la cabaña no era tan menesteroso como nosotros.
ante Giulia de que valía cinco liras, le decía que ella no pro- Siempre había esperado algo así, o quizá que la cabaña se
ducía nada y le preguntaba al Padrino por qué no adoptába- hubiese derrumbado; tantas veces me había imaginado sobre
mos otros bastardos. H parapeto del puente preguntándome cómo había sido po-
Ahora sé que éramos unos miserables, porque solamente sible pasar tantos años en ese agujero, en esos escasos sende-
los miserables criaban a los bastardos del hospicio. Antes, IOS, apacentando la cabra y buscando las manzanas que roda-
cuando camino a la escuela los otros me decían bastardo, ii.in liacia la orilla del río, convencido de aue el mundo ter-
creía que era un nombre como truhán o vago y respondía en la curva donde la calle se precioitaba hacia el Belbo.
algo por el estilo. Pero cuando ya era un muchacho y el mu- I 'ero no me había imaginado que ya no estuvieran los avella-
nicipio no nos pagaba más el escudo, todavía no había llega- nos. Quería decir que todo había terminado. La novedad me
do a comprender que no ser hijo del Padrino y de Virgilia desalentó tanto que no llamé, no entré al prado. En el acto
quería decir que no había nacido en Gaminella, que no había entendí lo que significaba no haber nacido en un lugar, no
surgido debajo de los avellanos o de la oreja de nuestra cabra inicrlo en la sangre, no estar sepultado allí a medias junto a
como las muchachas. los viejos, a tal punto que una modificación de los cultivos
El año pasado, cuando volví por primera vez a la región, importe poco. Claro que seguía habiendo montes de avella-
vine casi de incógnito para ver de nuevo los avellanos. La in is en las colinas donde todavía podía desquitarme; yo mis-
colina de Gaminella, una ladera extensa e ininterrumpida de mo si hubiera sido el dueño de esa costa, quizás la hubiese
viñedos y de riberas, una pendiente tan imperceptible que al i.1I.11I0 y sembrado, pero ahora en cambio me daba la sensa-
levantar la cabeza no se ve la cumbre - y en lo alto, quién sabe ción de esas habitaciones de ciudad donde se alquila, se vive
dónde, hay otros viñedos, otros bosques, otros senderos- es- un día o años, y cuando uno se muda quedan como cáscaras
taba como desollada por el invierno, mostraba la tierra y los vacías, disponibles, muertas.

40 1
Menos mal que esa tarde, mientras le daba la espalda a no es fácil quedarse tranquilo. Hace un año que lo tengo a la
Gaminella tenía en frente la colina del Salto, más allá del vista y cuando puedo me escapo a Génova, se me va de las
Belbo, con sus picos, con los grandes prados que desapare- manos. Estas cosas se comprenden con el tiempo y la expe-
cían en las cumbres. Y más abajo también estaba toda cubier- riencia. ¿Es posible que a los cuarenta años y habiendo visto
ta de viñedos desnudos, cortados por las costas, y los montes tanto mundo todavía no sepa cuál es mi país?
de árboles, los senderos, las granjas dispersas eran tales como Hay algo que no entiendo. Aguí todos piensan que he
los había visto día a día, año a año, sentado sobre la viga vuelto para comprarme una casa, y me llaman el americano,
detrás de la casa o sobre el parapeto del puente. Después to- me"Racen ver a sus hijas. Para ser alguien que se fue sin tener
dos esos años hasta el servicio militar, cuando estuve emplea- siquiera un nombre, debería gustarme, y de hecho me gusta.
do en la granja de la Mora en la llanura fértil cruzando eL Pero no alcanza. También me gusta Génova, me gusta saber
Belbo, y ya Padrino había vendido la casita de Gaminella y se que el mundo es redondo y tener un pie en la pasarela. Desde
había ido a Cossano con las hijas, durante todos esos años <]ue era un muchacho y tras la verja de la Mora me apoyaba
me bastaba con alzar los ojos de los campos para ver los en la pala y escuchaba las charlas de los holgazanes de paso
viñedos del Salto que también descendían hacia Canelli si- por el camino, para mí las lomitas de Canelli son la puerta
guiendo el ferrocarril, del silbato del tren que a la mañana y a del mundo. Ñuto que, al revés que yo, nunca se alejó del
la tarde corría a lo largo del Belbo haciéndome imaginar ma- Salto, dice que para soportar vivir en este valle no hay que
ravillas, las estaciones y las ciudades. salir nunca de él. Justamente él, que en su juventud llegó a
De modo que por mucho tiempo creí que.esta región, locar la trompeta en una banda más allá de Canelli, hasta en
donde no he nacido, era todo el mundo. Ahora que en ver- Spigno, hasta en Ovada, por el lado donde sale el sol. Cada
dad he visto el mundo y sé que está hecho de muchas peque- tanto hablamos de eso, y él se ríe.
ñas regiones, no sé si estaba tan equivocado cuando era chico.
Uno anda por mar y por tierra, como los muchachos de mi
época iban a las fiestas de los pueblos vecinos, y bailaban,
bebían, se peleaban, traían a casa la bandera y los puños ro-
tos. Se cosecha la uva y se la vende en Canelli; se recogen las
trufas y se llevan a Alba. Está Ñuto, mi amigo del Salto, que
' provee de barriles y de prensas a todo el valle hasta Camo.
¿Qué quiere decir? Nos hace falta un país, aunque sólo fuera
por el placer de abandonarlo/Üñ país quiere decir no estar
solos, saber que en la gente,.erulas-plantas,..en la tierra hay
algo tuyo, que aun cuando no estés te sigue.esperando. Pero

43 153
VIII

Este verano me quedé en el hotel dell'Angelo, en la plaza


ilcl pueblo, donde ya nadie me reconocía de tanto que he
crecido y engordado. Tampoco yo reconocía a nadie en el
pueblo; en mis tiempos, rara vez se venía a este lugar, se vivía
ni la calle, en las riberas, en los prados. Gran parte del pueblo
rstá en lo alto del valle, el agua del Belbo pasa frente a la
iglesia media hora antes de alargarse abajo de mis colinas.
Había venido para descansar unos quince días y supe que
era el día de la Virgen de agosto. Tanto meior. el ir v venir de
los forasteros, la confusión y el tumulto de la plaza, habrían
il¡simulado incluso a un negro. Escuché gritar, cantar, jugar
al fútbol; en la oscuridad, fuegos artificiales y petardos; be-
bieron, se burlaron, hicieron la procesión; durante tres no-
ches, hubo baile en la plaza la noche entera, y se oían los
lutos, las bocinas, los ruidos de los rifles de aire comprimi-
do. Los mismos rumores, el mismo vino, las mismas caras
ile antes. Los chicos que corrían entre las piernas de la gente
eran iguales; las pañoletas, las yuntas de bueyes, el perfume,
el sudor, las medias de las mujeres sobre las piernas oscuras,
eran iguales. Y las alegrías, las tragedias, las promesas a orillas
ilel Belbo. Y pasaba lo mismo que una vez en que, con cua-
íro monedas de mi primer salario en la mano, me había lan-
zado a la fiesta, al tiro al blanco, al columpio, habíamos he-
dió llorar a las chiquillas de trenzas, y ninguno de nosotros
\abía aún por qué hombres y mujeres, muchachos

45
engominados y muchachas soberbias, se encontraban, se to- -Tu padre - m e diio- eres tú.
caban, se reían cara a cara y bailaban juntos. Era lo mismo En América —le diie—. lo bueno es que todos son bastar-
que ahora sabía, y ese tiempo había pasado. Me había ido del dos.
valle cuando apenas empezaba a saberlo. NutQ, que se había •Eso también —añadió Ñuto— es algo que hay que cam-
quedado, Ñuto, el carpintero del Salto, mi cómplice en las bur. jPor aué debe haber algunos que no tienen nombre ni
primeras escapadas a Canelli, había luego tocado la trompeta • .isa? ¿No somos todos hombres?
durante diez años en todas las fiestas, en todos los bailes de -Deja las cosas como están. A mí me ha ido bien, incluso
esos valles. Para él, el mundo había sido una fiesta de diez ¡.¡!i nombre.
años seguidos, conocía a todos los bebedores, los Feriantes, I - T ú lo lograste —dijo Ñuto- y ya nadie se atreve a hablarte
las fiestas de cada pueblo. ilc ello, pero ¿y los que no lo lograron? No sabes cuántos mez-
Desde hace un año, todas las veces que me hago una esca- quinos hay todavía en estas colinas. Cuando viajaba con la
pada paso a verlo. Su casa está en mitad de la ladera del Salto, música, en todas partes delante de la cocina estaba el idiota, el
da directamente sobre el camino; hay olor a madera fresca, a deficiente, el entenado. Hijos de alcohólicos y de sirvientas
flores y a cortezas que, en los primeros tiempos de la Mora, a i|• llorantes, que los reducen a vivir de troncos de repollo y de
mí, que venía de una cabaña y un prado, me parecía otro I un duro. Y había quienes se burlaban de ellos. Tú lo lograste
mundo: era el olor de la calle, de los músicos, de las mansio- ilijo Ñuto- porque bien o mal encontraste una casa; comías
nes de Canelli donde nunca había estado. poco con el Padrino, pero comías. No hace falta decir que los
Ahora Ñuto está casado, es un hombre hecho y derecho, demás aguantan como pueden, hay que ayudarlos.
trabaja y da trabajo, su casa sigue siendo la misma y bajo el Me gusta hablar con Ñuto; ahora somos hombres y nos
sol se ven geranios y adelfas, hay ollas en las ventanas y en el Lonocemos; pero antes, en la época de la Mora, del trabajo
frente. La trompeta está colgada en el armario; se camina en la granja, él tenía tres años más que yo y ya sabía silbar y
sobre virutas; las arrojan con canastos en la ribera debajo del locar la guitarra, era buscado y escuchado, hablaba con los
Salto -una ribera de acacias, helechos y saúcos, siempre seca .ulultos, con nosotros los muchachos, le guiñaba el ojo a las
en verano. mujeres. Entonces yo andaba detrás de él y a veces me escapa-
Ñuto me dijo que debió decidirse -carpintero o músico- ba y corríamos por la costa o cruzábamos el Belbo, en busca
y así tras diez años de fiesta dejó la trompeta al morir su de nidos. Él me decía qué hacer para que me respetaran en la
padre. Cuando le conté dónde había estado, dijo que ya sabía Mora; luego, a la noche, llegaba al patio de la granja a pasar la
algo por personas de Génova y que en el pueblo contaban velada con nosotros.
que antes de partir yo había encontrado una olla de oro bajo Y ahora me contaba sobre su vida de músico. Teníamos
los pilares del puente. Bromeamos. -Quizás ahora -dije- salga alrededor nuestro las regiones donde había estado, de día claras
a la luz también mi padre. y boscosas bajo el sol, de noche nidos de estrellas en el cielo

46 153
vicio y hay que dejarlo. Mi padre decía que es mejor el vicio
negro. Con los colegas de la banda, a los que instruía bajo un
|>or las mujeres...
galpón el sábado a la tarde, llegaban a la fiesta listos y dispues-
-Claro - l e dije-, ¿cómo te fue con las mujeres? Antes te
tos; después no cerraban la boca ni los ojos por dos o tres días
gustaban. Todas pasan por el baile.
-tras la trompeta el vaso, tras el vaso el tenedor, luego otra vez
la trompeta, el corno, el clarín, luego otra comida, luego otra Ñuto tiene una manera de reírse como silbando, aun cuan-
bebida y el solo instrumental, luego la merienda, la gran cena, tío habla en serio.
la noche en vela hasta el amanecer. Había fiestas, procesiones, —¿No habrás poblado el hospicio de Alessandria?
bodas; había competencias con las bandas rivales. La mañana —Espero que no —dijo—. Por uno como tú, cuántos mise-
del segundo, del tercer día, bajaban del escenario con los ojos ubles.
desorbitados, era un placer meter la cara en un balde de agua e Luego me dijo que prefería la música. Quedarse en grupo
incluso tirarse en el pasto de esos prados, entre los carros, las a veces sucedía- las noches que regresaban tarde, y tocar y
carretas y el estiércol de los caballos y los bueyes. -¿Quién pa- locar, él, la corneta y la mandolina, caminando por la aveni-
gaba? -pregunté. Los municipios, las familias, los ambiciosos, il.i en la oscuridad, lejos de las casas, lejos de las mujeres y de
todos. Y para comer, decía él, siempre eran los mismos. los perros que contestan como locos, y así tocar. -Nunca di
serenatas —decía—, una muchacha, si es hermosa, no es músi-
Había que oír lo que comían. Me acordaba de las cenas de
i. .1 lo que busca. Quiere mostrarse satisfecha delante de las
las que se haETaEa en la Mora, cenas de otras regiones y de
amigas, busca al hombre. Nunca conocí a una muchacha que
otras épocas. Pero los platos siempre eran los mismos, y al
entendiera lo que significa tocar...
escucharlos nombrar me parecía volver a la cocina de la Mora,
volver a ver a las mujeres rallar, amasar, rellenar, destapar y Ñuto se dio cuenta de que me reía y rápidamente dijo: -Te
prender fuego, y sentía de nuevo en la boca aquel sabor, y i liento una. Tenía un músico, Arboretto, que tocaba el trom-
escuchaba el chasquido de los sarmientos rotos. bón. Daba tantas serenatas que de él decíamos: Estos dos no
se hablan, se interpretan...
—Te apasionaba aquello —le decía—. ¿Por qué lo dejaste?
Teníamos estas conversaciones en la avenida, o junto a su
¿Porque murió tu padre?
ventana tomando un vaso de vino, y abajo estaba la llanura
Y Ñuto decía que en primer lugar tocando se lleva poco a
ilcl Belbo, los árboles que bordeaban ese hilo de agua, y en-
la casa, y segundo que todo ese derroche sin saber nunca bien
I rente la gran colina de Gaminella, toda cubierta de viñedos
quién paga al final molesta. -Después vino la guerra -decía-.
y bosques costeros. ¿Hace cuánto tiempo que no bebía ese
Quizás a las muchachas todavía les picaran las piernas, pero
vino?
¿quién podía seguir haciéndolas bailar? La gente se divertía de
otro modo en los años de guerra. -¿Te he dicho ya -le dije a Ñuto- que Cola quiere vender?
-¿Sólo la tierra? -preguntó él-. Estate atento que te ven-
-Aunque la música me gusta -siguió reflexionando Ñuto-,
ile también la cama.
sólo está el problema de que es un mal patrón... Se vuelve un

49
108
-¿De lana o de pluma? -dije entre dientes-. Estoy.viejo.
-Todas las plumas se convierten en lana -cfijo Nuto.'Y
luego me preguntó: -¿Ya fuiste a echarle un vistazo a la Mora?
En efecto, no había ido. Estaba a dos pasos de la casa del XIV
Salto y no había ido. Sabía que el viejo, las hijas, los mucha-
chos, los sirvientes, todos se habían dispersado, habían des-
aparecido, unos muertos, otros lejos. Solamente quedaba Había tenido noticias frescas de Ñuto como músico.nada
Nicoletto, el nieto tonto que tantas veces me había gritado menos que en Norteamérica -¿hace cuántos años?- cuando
bastardo golpeando el piso con los pies, y la mitad de las i 'ül.ivía no pensaba en regresar, cuando había dejado la cua-
cosas se habían vendido. drilla ferroviaria y de estación en estación había llegado a
Dije: - U n día voy a ir. He regresado. C California, y al ver esas extensas colinas bajo el sol me había
dicho: "Estoy en casa". También Norteamérica terminaba en
rl mar, y entonces era inútil embarcarme de nuevo, así que
me había quedado entre los pinos y los viñedos. "Si me vie-
1.1 n con la azada en la mano - m e decía-, en casa se reirían".
I tro en California no se siembra. Más bien parece que hay
• 11ie trabajar como jardineros. Allá encontré piamonteses y
me molestó: no valía la pena haber atravesado tanto mundo
para ver a_gente_como yo, y que para colmo me miraba de
reojo. Cultivé los campos y trabajé como lechero en Oakland.
I 'or la noche, cruzando el mar de la bahía, se veían las luces de
San Francisco. Fui hasta allí, pasé un mes de hambre, y cuan-
do salí de la cárcel llegué a sentir envidia por los chinos. Me
preguntaba entonces si valía la pena cruzar el mundo para ver
lo que fuera. Volví a las colinas.
Vivía allí desde hacía un tiempo, me había conseguido
una muchacha que ya no me gustaba desde que trabajaba
conmigo en el local sobre la calle del Cerrito. A fuerza de
venir a buscarme a la puerta, se había hecho contratar como
i ajera, y me miraba entonces todo el día a través de la
barra, mientras yo freía el tocino y llenaba vasos. A la no-

146 50
che, salía y ella me alcanzaba corriendo sobre el asfalto encogió los hombros, se inclinó y me dijo sobre la barra,
con sus tacos, me tomaba del brazo y quería que paráse- haciendo señas hacia atrás con la mano: —¿Te gustan estas
mos un coche para bajar hasta el mar, para ir al cine. Ape- mujeres?
nas se estaba fuera de la luz del local, uno quedaba solo Pasé el trapo sobre la barra. -Culpa nuestra -dije-. Este
bajo las estrellas, entre un tumulto de grillos y de sapos. país es su casa.
Hubiera deseado llevármela a ese campo, entre los manza- Él se quedó callado escuchando la radio. Yo sentía, por
nos, los bosquecillos, o tan sólo al pasto corto de las debajo de la música, siempre igual, la voz de los sapos. Nora,
banquinas, tirarla sobre esa tierra, darle un sentido a todo rígida, le miraba la espalda con desprecio.
el murmullo bajo las estrellas. No quería saber nada. Gri- -Es como esta musiquita -dijo él-, ¿Hay comparación?
taba como lo hacen las mujeres, pedía que entráramos en No saben ni tocar...
otro local. Para dejarse tocar -teníamos un cuarto en un Y me contó sobre la competencia de Nizza, el año ante-
callejón de Oakland- tenía que estar borracha. rior, cuando habían ido las bandas de todas las regiones, de
Una de esas noches oí hablar_de.-Nuto. Era un hombre (iortemilia, de San Marzano, de Canelli, de Neive, y habían
que venía de Bubbio. Lo detectfLporJa estatura y por el paso, locado y tocado, la gente no se movía, habían tenido que
aun antes de que abriera la boca. Manejaba un camión carga- postergar la carrera de caballos, incluso el párroco escuchaba
do de madera y mientras afuera le llenaban el tanque de naf- los temas bailables, solamente bebían para poder seguir, a
ta, me pidió una cerveza. medianoche todavía tocaban, y había ganado el Tiberio, la
-Sería mejor una botella -dije en dialecto, con los labios banda de Neive. Pero había habido discusión, corridas, bote-
apretados. llas en la cabeza, y según él, el premio lo merecía Ñuto del
Los ojos le brillaron y me miró. Hablamos toda la noche, Salto...
hasta que desde afuera tocaron la bocina. Desde la casa, Nora -¿Ñuto? Pero si yo lo conozco.
aguzaba el oído, se inquietaba, pero Nora nunca había estado Y entonces el amigo me dijo quién era Ñuto y lo que
en el Alessandrino y no entendía. Incluso le serví a mi amigo liacía. Contó que aquella noche, para hacerles ver a los igno-
una taza de whisky prohibido. Me contó que en casa había i.intes, Ñuto había emprendido camino por la ruta y había
trabajado de chofer, las regiones en donde había estado, por locado sin cesar hasta Calamandrana. Él los había seguido en
qué se había venido a Norteamérica. -Pero si hubiera sabido bicicleta, bajo la luna, y tocaban tan bien que en las casas las
que se tomaba esto... Claro que da un poco de calor, pero un mujeres saltaban de las camas y aplaudían y entonces la ban-
vino de mesa no hay... da se detenía y empezaba otra canción. Ñuto, en el medio,
- N o hay nada - l e dije-, es como la luna. l'.uiaba a todos con la trompeta.
Nora, enojada, se arreglaba el pelo. Se dio vuelta en la Nora gritó que dejaran de tocar la bocina. Le serví otra
silla, encendió la radio y puso música bailable. Mi amigo ia/.a a mi amigo y le pregunté cuándo regresaba a Bubbio.

52
53
*e conocían entre ellos: al cruzar esas montañas, en cada reco-
do del camino uno se enteraba de que nadie se había queda-
di i allí nunca, nadie las había tocado con las manos. Por eso a
un borracho lo molían a golpes, lo metían a la cárcel, lo da-
ban por muerto. Y no sólo tenían la borrachera, sino que
i.iinbién estaba la mujer odiosa. Llegaba el día en que uno,
|>ara tocar algo, para hacerse conocer, destrozaba a una mujer,
le disparaba mientras dormía, le rompía el cráneo con una
llave inglesa.
Nora me llamó desde la calle para ir a la ciudad. A la
distancia, tenía una voz como la de los grillos. Me reí ante la
nica de que pudiera saber lo que yo pensaba. Pero estas cosas
110 se le dicen a nadie, de nada sirve. Una mañana ya no me
vería más, es todo. Pero, ¿adonde ir? Había llegado al fin del
mundo, a la última costa, y ya. tenía suficiente. Entonces
empecé a pensar que podía volver a cruzar las montañas.

55
VIII

Ni siquiera para la fiesta de la Virgen de agosto Ñuto


quiso soplar la trompeta: dice que es como el cigarrillo, cuan-
do se deja hay que dejarlo en serio. A la noche, venía al Angelo
v nos quedábamos tomando el fresco en el balcón de mi
habitación. El balcón da a la plaza, y la plaza era un hervide-
10, pero más allá de los techos nosotros mirábamos los viñedos
blancos bajo la luna.
Ñuto, que para todo quiere encontrar una razón, me ha-
l'l.iba de lo que es este mundo, pretendía saber de mí vida y
milagros, escuchaba con el mentón apoyado en la baranda.
-Si hubiese sabido tocar como tú, no me iba a América
dije-. Sabes cómo es esa edad. Basta con ver a una muchacha,
.jarrarse a trompadas con alguno, volver a casa al amanecer.
I '110 quiere hacer algo, ser algo, decidirse. No te resignas a
seguir la vida de siempre. Con el tiempo parece más fácil.
Se oyen tantos discursos. A esa edad, una plaza como esta
parece el mundo. Uno cree que el mundo es así...
Ñuto callaba y miraba los techos.
-...Quién sabe cuántos muchachos de aquí abajo — dije—
i|iierrían tomar la ruta de Canelli...
-Pero no lo hacen -dijo Ñuto-, Tú en cambio sí. ¿Por qué?
¿Se saben esas cosas? ¿Por qué en la Mora me decían an-
guila? ¿Por qué una mañana, sobre el puente de Canelli, ha-
bía visto a un auto atropellar un buey? ¿Por qué no sabía
locar ni siquiera la guitarra?

57
Dije: —En la Mora estaba demasiado bien. Creía que todo - S e engañan por turnos -dije.
el mundo era como la Mora. -No, no -dijo Ñuto-, gana el párroco. ¿Quién paga la
- N o -dijo Ñuto-, acá están mal pero nadie se va. Es por- iluminación, los petardos, la parroquia y la música? ¿Y quién
que hay un destino. Tú en Genova, en Norteamérica, vaya se despreocupa al día siguiente de la fiesta? Condenados, se
uno a saber, tenías que hacer algo, entender algo que te había rompen la espalda por cuatro palmos de tierra, y después se
tocado. los hacen comer.
—¿Justo a mí? Pero no era preciso ir hasta allá. -¿No decías que el gasto mayor les toca a las familias am-
—Quizá fue algo bueno —dijo Ñuto—, ¿no ganaste plata? A biciosas?
lo mejor ni siquiera te diste cuenta. Pero a todos-les pasa algo. -¿Y de dónde sacan la plata las familias ambiciosas? Ha-
Hablaba con la cabeza baja, la voz salía desviada contra la i.en trabajar al sirviente, a la criada, al campesino. ¿Y de don-
baranda. Deslizó los dientes sobre ella. Parecía que jugaba. de sacaron la tierra? ¿Por qué debe haber quienes tienen mu-
De repente, levantó la cabeza. —Uno de estos días te cuento llía y quienes no tienen nada?
las cosas de acá —dijo—. A todos les toca algo. Ves a los mu- -¿Qué? ¿Eres comunista?
chachos, a la gente que no es nadie, no hacen ningún mal, Ñuto me miró entre chasqueado y alegre. Dejó que la ban-
pero llega el día en que también ellos... da se desahogara, y luego, siempre mirándome de reojo, susu-
Noté que se estaba esforzando. Tragó saliva. Desde que rró: -Somos demasiado ignorantes en esta región. Comunista
nos habíamos vuelto a ver, aún no me había acostumbrado a no es cualquiera. Había uno, le decían el Jeta, que se las daba
considerarlo diferente de aquel Ñuto calavera y tan ingenio- de comunista y vendía pimientos en la plaza. Bebía y después
so que nos enseñaba a todos y siempre sabía expresar su opi- gritaba de noche. Esa gente hace más mal que bien. Necesita-
nión. Nada que me recordara que ahora lo había alcanzado y ríamos comunistas no ignorantes, que no arruinaran el sentido
que teníamos la misma experiencia. Ni siquiera lo veía cam- de la palabra. Al Jeta lo jorobaron en seguida, ya nadie le com-
biado; solamente era un poco más denso, un poco menos praba los pimientos. Tuvo que irse este invierno.
fantasioso, su cara de gato estaba más tranquila y socarrona. Le dije que tenía razón pero que deberían haber actuado
Esperé a que juntase valor y se sacara ese peso de encima. He en el '45, cuando la situación era favorable. Entonces hasta el
notado que la gente, si uno le da tiempo, siempre desembucha. |eta hubiera sido útil. -Creía que al volver a Italia encontra-
Pero esa noche Ñuto no lo hizo. Cambió de tema. ría algo distinto. Tenían la sartén por el mango...
Dijo: —Óyelos cómo insultan y cómo blasfeman. Para ha- -Yo sólo tenía un cepillo y un cincel -dijo Ñuto.
cer que vengan a rezarle a la virgen, el párroco tiene que dejar- -En todas partes he visto miseria -dije-. Hay países donde
los que se desahoguen. Y ellos para poder desahogarse, nece- Lis moscas la pasan mejor que los cristianos. Pero no basta para
sitan que se le prendan velas a la virgen. ¿Cuál de los dos está lebelarse. La gente necesita un empujón. Entonces tenían el
engañando al otro? empujón y la fuerza... ¿Tú también estabas en las colinas?>

58 153
Nunca se lo había preguntado. Sabía que varios en la re-
gión -jovencitos venidos al mundo cuando nosotros aún no
teníamos veinte años- habían muerto, en esa calle, entre aque-
llos bosques. Sabía muchas cosas, se las había preguntado, XIV
aunque no si él había llevado el pañuelo rojo y manejado un
fusil. Sabía que esos bosques se habían colmado de gente de
afuera, desertores del servicio militar, fugitivos de las ciuda- Sobre estos montes cae un sol, un reflejo de predios estériles
des, entusiastas - y Ñuto no estaba entre ellos. Pero Ñuto es v i.ilizas que había olvidado. Más que venir del cielo, aquí el
Ñuto y sabe mejor que yo lo que es justo. i .ilor sube desde abajo, de la tierra, del fondo de las vides que
- N o -dijo Ñuto-, si yo me iba, me quemaban la casa. I i.i reciera haber devorado todo el verde para volverse únicamente
En la ladera del Salto, Ñuto había mantenido oculto den- •iii inientos. Es un calor que me gusta, tiene un aroma: incluso
tro de una cueva a un partisano herido y le llevaba comida de yo estoy dentro de ese.aroma, .están dentro tantas vendimias,
noche. Su madre me lo había dicho. Lo creí, era Ñuto. Tan i osechas de heno, podas, tantos sabores y tantos.deseos que ya
sólo ayer, al encontrar por el camino a dos chicos que tortu- 110 sabía que me seguían acompañando. Así que me gusta salir
raban a una lagartija, les había quitado la lagartija. Veinte años i k l Angelo y contemplar los campos; casi quisiera no haber he-
pasan para todos. 1.110 mi vida, poder cambiarla; darles un motivo a los chismes de
—Si don Matteo nos hubiera hecho eso cuando andába- 111 ñeñes me ven pasar y se preguntan si he venido a comprar uvas
mos por la costa - l e dije-, ¿qué habrías respondido? ¿Cuán- i> .1 Igo parecido. Aquí en el pueblo, ya nadie se acuerda de mí, ya
tos nidos bajaste en aquella época? nadie se da cuenta de que fui un sirviente y un bastardo. Saben
-Son gestos de ignorantes -respondió-. Ambos hacíamos i|iie tengo dinero en Génova. Quizás haya un muchacho, un
mal. Hay que dejar vivir a los animales. Ya sufren lo suyo en •irviente como lo fui yo, o una mujer que se aburre detrás de las
invierno. persianas cerradas, que piensa en mí como yo pensaba en las
- N o digo nada. Tienes razón. loinas de Canelli, en la gente de allá abajo, mundana, que gana
- Y además, así se empieza, y se termina degollando y que- II i ñero, se divierte, viaja lejos por el mar.
mando los pueblos. Un poco en broma y un poco en serio, ya varios me han
nlrecido granjas. Yo los escucho, con las manos detrás de la
e spalda, no todos saben que entiendo del asunto. Me hablan
i le las grandes cosechas de estos años pero que ahora les haría
(alta un rastrojo, una medianera, trasplantar, y no pueden
hacerlo. -¿Y dónde están las cosechas? -les digo-, ¿esas ga-
nancias? ¿Por qué no las invierten en lo que precisan?

146 60
-Los fertilizantes... l'i anja anterior a ésta y los hijos mayores habían muerto en la
Y yo que he vendido fertilizantes al por mayor, voy al guerra; sólo le quedaban un muchacho y las hijas. ¿Qué otra
grano. Pero me gusta la charla. Y más me gusta cuando va- tosa hacía en este mundo?
mos a las propiedades, cuando cruzamos un prado, visita- Nunca había salido del valle del Belbo. Sin querer me
mos un establo, tomamos un vaso de vino. detuve en el sendero pensando que, si no me hubiera escapa-
El día en que volví a la casita de Gaminella, ya conocía al do veinte años antes, quizás ése fuera mi destino. Y sin em-
viejo Valino. Lo había parado Ñuto en la plaza delante de mí bargo, yo por el mundo, él por esas colinas, habíamos anda-
y le había preguntado si me conocía. Un hombre enjuto y doy^andado sin poder decir jamás: "Estas son mis posesio-
moreno, con ojos de topo, que me miró circunspecto, y cuan- nes. Bajo estas vigas envejeceré. Moriré en esta habitación".
do Ñuto le dijo riendo que yo había comido su pan y bebido Llegué a la higuera delante del prado, y volví a ver el sen-
su vino, se quedó allí, indeciso, hosco. Entonces le pregunté dero entre los dos montículos de pasto. Ahora habían puesto
si él había talado los avellanos y si encima del establo seguía escalones de piedra. El terreno desde el prado hasta el camino
estando el emparrado de uvas colgantes. Le dijimos quién era rra como una bóveda. Pasto seco bajo el montón de fardos,
yo y de dónde venía; Valino no alteró su cara oscura, sola- una canasta rota, manzanas magulladas y podridas. Escuché
mente dijo que la tierra de la ribera era débil y que todos los •il perro correr por arriba estirando la cadena.
años la lluvia se llevaba un pedazo. Antes de irse me miró, Cuando asomé la cabeza desde los escalones, el perro se
miró a Ñuto y le dijo: -Pasa alguna vez por allá. Quiero que volvió loco. Se paró en dos patas, aullaba, se ahorcaba. Seguí
veas esa cuba que pierde. subiendo y vi la galería, el-tronco de la higuera, un rastrillo
Después Ñuto me dijo: - T ú en Gaminella no comías .ipoyado en la puerta. La misma cuerda con un nudo colgaba
todos los días... No estaba para bromas entonces. Y sin em- del agujero en la puerta. La misma mancha de verdín en tor-
bargo, no había que repartir. Ahora la dueña de la Villa ha no a las rejas contra la pared. La misma^planta de romero en
comprado la casita y viene a pesar la cosecha con la balanza... l.i esquina de la casa. Y el olor,.el olor de la casa, de la ribera,
Ya tiene dos granjas y el negocio. Después dicen que los cam- i manzanas rancias, pasto seco y romero.
pesinos te roban, que los campesinos son taimados... Sobre una rueda tirada en el suelo había un muchacho sen-
Había vuelto solo por el camino y pensaba en la vida que i.ido, en camiseta y pantalones rotos, con un solo tirador, y
podía haber llevado Valino en tantos años -¿sesenta?, tal vez tenía una pierna abierta, separada de manera poco natural. ¿Era
ni siquiera- que trabajaba de aparcero. De cuántas casas se un juego? Me miró bajo el sol, tenía en la mano una piel de
había marchado, de cuántas tierras, después de haber dormi- conejo seca, y cerraba los finos párpados para ganar tiempo.
do, comido, labrado bajo el sol y bajo el frío, cargando los Me detuve, él seguía guiñando los ojos; el perro aullaba y
muebles en una carreta prestada, por calles donde no volvería luchaba contra la cadena. El chico estaba descalzo, tenía una
a pasar. Sabía que era viudo, se le había muerto la mujer en la lastimadura debajo de un ojo, la espalda huesuda, y no mo-

62 153
vía la pierna. De pronto recordé cuántas veces había tenido
moretones, lastimaduras en las rodillas, los labios tajeados.
Recordé que sólo me ponía los zapatos en invierno. Recordé
cómo la mamá Virgilia les arrancaba la piel a los conejos des- XIV
pués de haberlos destripado. Moví la mano e hice una seña.
En el umbral había aparecido una mujer, dos mujeres,
vestidos negros, una decrépita y encorvada, una más joven y Kntonces dije que iba a esperar a Valino hasta que volvie-
huesuda, me miraban. Grité que buscaba a Valino. No esta- i a. Me respondieron a dúo que a veces se demoraba.
ba, se había ido remontando la costa. I .a que había agarrado al perro -estaba descalza y quema-
La menos vieja le gritó al perro que jadeaba, agarró la ca- il.i por el sol y tenía además un poco de vello sobre el labio-
dena y lo tironeó. El chico se levantó de la rueda, se levantó nic miraba con los mismos ojos oscuros y circunspectos de
cansinamente, apoyando la pierna cruzada, se puso de pie y V.ilino. Era su cuñada, que ahora dormía con él; estando a su
se desplazó hacia el perro. Era cojo, raquítico, vi que la rodi- Lulo había llegado a parecérsele.
lla no era más gruesa que su brazo, arrastraba el pie como si Kntré al prado (de nuevo el perro se abalanzó), dije que
fuera un peso muerto. Habrá tenido diez años, y verlo en ese había estado en ese prado de niño. Pregunté si el pozo seguía
prado era como verme a mí mismo. Incluso eché un vistazo esiando atrás. La vieja, sentada ahora en el umbral, farfulló
a la galería, atrás de la higuera, y hacia el maizal, esperando inquieta; la otra se agachó y recogió el rastrillo tirado delante
que aparecieran Angiolina y Giulia. ¿Quién sabe dónde esta- ilc la puerta, después le gritó al chico que se fijara si por la
rían? Si estaban vivas en alguna parte, debían de tener la edad i osta veía al Pa. Entonces les dije que no era necesario, que
de esa mujer. pisaba por ahí y había tenido ganas de ver otra vez la casa
Una vez calmado el perro, no me dijeron nada; me mira- • Iñude había crecido, pero que ya conocía toda la propiedad,
ban. l.i ribera hasta el nogal, y que podía recorrerla solo, encon-
ii.irlo por mí mismo.
Luego pregunté: -¿Qué tiene el chico? ¿Se cayó sobre una
.i/.ida?
Las dos mujeres lo miraron y él empezó a reírse. Se reía
•>ni emitir sonido y cerró raudamente los ojos. También yo
umocía aquel juego.
I.e dije: -¿Qué te pasó? ¿Cómo te llamas?
Me contestó la escuálida cuñada. Me dijo que el médico
había examinado la pierna de Cinto el año en que había muerto

146 64
Mentina, cuando todavía estaban en el Huerto. Mentina ge- Inibicra sido un país entero, el mundo. Si no me hubiese
mía en la cama y el día antes de que muriera el doctor le M lo casualmente de aquí a los trece años, cuando el Padrino
había dicho que éste no tenía buenos huesos por culpa de • había ido a instalar en Cossano, ahora todavía llevaría la
ella. Mentina le había contestado que los demás hijos, que vida de Valino o de Cinto. Cómo habíamos podido procu-
habían muerto como soldados, eran sanos, pero que éste ha- i.ii nos comida, era un misterio. Entonces roíamos manza-
bía nacido así, y que él sabía que ese perro rabioso que quería ii.is, calabazas, garbanzos. Virgilia lograba sacarnos el ham-
morderla le había hecho perder además la leche. El doctor la hir. Pero ahora entendía la cara sombría de Valino que traba-
había maltratado, le había dicho que no era la leche, sino los Id ha y trabajaba y encima tenía que repartir. Los frutos esta-
haces de leña, andar descalza bajo la lluvia, comer garbanzos hnn a la vista: esas mujeres furibundas, ese muchacho tullido.
y polenta, cargar canastos. Había que pensarlo antes, le había I ,e pregunté a Cinto si había llegado a ver los avellanos.
dicho el doctor, pero ahora ya era tarde. Y Mentina había I '.nado sobre el pie sano, me miró incrédulo y me dijo que al
dicho que los otros en cambio habían salido sanos, y al día do en la ribera todavía quedaba alguna planta. Al darme
siguiente estaba muerta. vuelta para hablar, había visto sobre las vides ala mujer more-
El chico nos escuchaba apoyado en la pared, y advertí que ii.i (|ue nos observaba desde el prado, Me avergoncé de mi
no se estaba riendo -tenía las mandíbulas prominentes, los II ipa, de la camisa, de los zapatos. ¿Hacía cuánto tiempo que
dientes raleados y esa costra debajo del ojo-, sino que parecía mi andaba descalzo? Para convencer a Cinto de que antes yo
reírse, pero estaba prestando atención. i imbién había sido como él, no bastaba con que le hablase de
1 ¡nminella. Para él Gaminella era el mundo y todos le habla-
Le dije a las mujeres: -Entonces voy a buscar a Valino-.
Quería estar solo. Pero las mujeres le gritaron al muchacho: I I.I 11 de lo mismo. ¿Qué hubiera dicho en mis tiempos si se me
-Muévete. Vé a buscarlo tu también. hubiera aparecido enfrente un hombretón como yo y lo hu-
hirsc acompañado por la propiedad? Por un momento, tuve la
Así que me interné en el prado y bordeé el viñedo, que
ilusión de que en casa me esperarían las muchachas y la cabra y
ahora entre las hileras estaba con rastrojo de grano quemado
• |ne les contaría orgulloso el gran acontecimiento.
por el sol. Debido a que detrás del viñedo, en lugar de la
Ahora Cinto iba detrás de mí, intrigado. Lo conduje has-
sombra negra de los avellanos había un maizal bajo, tanto
i i el londo del viñedo. Ya no reconocí las hileras; le pregunté
que la vista se dilataba, el terreno parecía muy reducido, un
• |iiien había hecho los plantíos. Él cacareaba, se daba impor-
pañuelito. Cinto rengueaba detrás de mí y en un minuto
i nu ia, me dijo que la señora de la Villa había venido apenas
llegamos al nogal. Me parecía imposible que hubiera corrido
iva- a cosechar los tomates. -¿Les dejó algo? -pregunté.
y jugado tanto, desde allí a la calle, que bajara a la orilla a
Nosotros ya los habíamos cosechado - m e dijo.
buscar nueces o manzanas caídas, que pasara siestas enteras
I )onde estábamos, detrás del viñedo, aún había pasto, la
con la cabra y con las muchachas sobre ese pasto, que en el
I iiente fresca de las cabras, y la colina continuaba sobre nues-
invierno esperara un día claro para poder volver ahí, como si

67
tras cabezas. Le hice decirme quién vivía en las casas lejanas, iros los chicos hacíamos fiestas en los prados, y en verano
le conté quién estaba en ellas antes, qué perros tenían, le dije jugábamos a la rayuela, en invierno al trompo sobre el hie-
que entonces todos éramos chicos. El me escuchaba y me lo. A la rayuela se jugaba saltando en una sola pierna, como
decía que algunos seguían allí. Después le pregunté si seguía estaba parado él, encima de las líneas de guijarros sin tocar
estando el nido de pinzones en el árbol que se asomaba a los guijarros. Después de la vendimia, los cazadores reco-
nuestros pies desde la ribera. Le pregunté si alguna vez iba al rrían las colinas, los bosques, escalaban Gaminella, San Gra-
Belbo a pescar con canasto. to, Camo, volvían embarrados, muertos, pero cargados de
Lo extraño era que todo hubiese cambiado, pero siguiera perdices, de liebres, de presas salvajes. Desde la cabaña no-
igual. No había quedado ni una de las viejas vides, ni siquiera sotros los veíamos pasar y después a la noche, en las casas
un animal; ahora los prados eran rastrojos y los rastrojos, ilel pueblo, se escuchaba la fiesta, y en la mansión del Nido
hileras de viñas; la gente había pasado, había crecido, se había illá abajo - q u e entonces se veía, no estaban aquellos árbo-
muerto; las raíces hundidas, arrolladas en el Belbo, y sin em- les- había luz en todas las ventanas, parecía una fogata, y se
bargo, mirando alrededor, la fuerte ladera de Gaminella, las veían pasar las sombras de los invitados hasta el amanecer.
lejanas callejuelas sobre las colinas del Salto, los terrenos, los Cinto escuchaba con la boca abierta, con su costra debajo
pozos, las voces, las azadas, todo seguía siendo igual, todo ilel ojo, sentado contra el borde del cauce.
tenía el olor, el sabor, el tono de antes. -Era un chico como tú -le dije-, y estaba aquí con Padri-
Le pregunté si conocía los pueblos vecinos. Si alguna vez no, teníamos una cabra. Yo la llevaba a pastar. Era feo en in-
había estado en Canelli. Había ido con el carro cuando Pa vierno cuando ya no pasaban los cazadores, porque ni siquiera
fue a vender uva en lo de Gancia. Y algunos días cruzaban el se podía ir al río de tanta agua y escarcha que había, y una vez
Belbo con los muchachos de Piola y se acercaban a las vías ahora ya no hay más- bajaron de Gaminella los lobos que
para ver pasar el tren. ya no encontraban qué comer en los bosques, y a la mañana
Le conté que en mi época el valle era más grande, había vimos sus pasos en la nieve. Parecen perros pero son más al-
gente que lo recorría en carruaje y los hombres tenían cade- tos. Yo dormía en la pieza de atrás con las muchachas y de
nas de oro en el chaleco y las mujeres del pueblo, de la Esta- noche oíamos al lobo quejándose en la ribera por el frío...
ción, usaban sombrilla. Le conté que se hacían fiestas -casa- -En la costa el otro año apareció un muerto -dijo Cinto.
mientos, bautismos, fiestas de la virgen- y llegaban de lejos, Me detuvefPregunté qué muerto.
de la punta de las colinas, llegaban los músicos, los cazadores, -Un alemán - m e dijo-. Lo habían enterrado los partisanos
los alcaldes. Había casas -mansiones, como la del Nido so- en Gaminella. Estaba todo despellejado...
bre la colina de Canelli- que tenían habitaciones donde esta- -¿Y tan cerca del camino? -dije.
ban de a quince, de a veinte, como en el hotel del Angelo, y -No, venía de arriba, por el río. El agua lo trajo hasta
comían y tocaban todo el día. En esos días, también noso- ibajo y Pa lo encontró entre el barro y las piedras...

153
68
VIII

Mientras tanto, desde el río venía el ruido de un machete


golpeando la madera, y a cada golpe Cinto parpadeaba.
-Es Pa -dijo-, está allá abajo.
Le pregunté por qué antes tenía los ojos cerrados mientras
v<> lo miraba y hablaban las mujeres. Rápidamente volvió a
i. errarlos, por instinto, y negó que lo hubiera hecho. Me em-
pecé a reír y le dije que yo también jugaba ese juego cuando
era chico, así veía solamente las cosas que quería y cuando
ilcspnés volvía a abrir los ojos me divertía encontrando de
nuevo las cosas tal como eran.
Entonces mostró sus dientes contento y dijo que también
los conejos hacían lo mismo.
-Ese alemán - d i j e - habrá estado todo comido por las hor-
migas.
Un grito de la mujer desde el prado, que llamaba a Cinto,
i|iie necesitaba a Cinto, que maldecía a Cinto, nos hizo son-
irír. A menudo se oyen esos llamados en las colinas.
-Ya no se veía cómo lo habían matado -dijo él-. Estuvo
lujo tierra dos inviernos...
Cuando nos metimos entre las hojas gruesas, las zarzas y
l.i menta del fondo, Valino alzó apenas la cabeza. Estaba cor-
lando con el machete de podar las ramas secas de un sauce,
i .orno siempre, mientras afuera era agosto, ahí abajo estaba
11rsco, casi oscuro. A veces el río traía agua hasta ese lugar, y
•r 11 verano formaba charcos.

71
Le pregunté dónde ponía a estacionar la leña, este año que Cinto estaba escuchándonos con la boca abierta. Quién
estaba tan seco. Se agachó a levantar el hato de leña, luego sabe cuántos, dije, estaban todavía enterrados en los bosques.
cambió de idea. Se me quedó mirando, acomodando las ra- Valino me miró con el rostro sombrío, la mirada hosca,
mas con el pie y colgándose el machete detrás de la cintura. ilnra. - H a y - d i j o - , claro que hay Basta con tener tiempo de
Tenía embarrados los pantalones y el sombrero casi celestes, buscarlos-. No había disgusto en su voz, ni piedad. Parecía
de los que se usan para hacer desinfecciones. r|iie hablara de ir a buscar hongos o leña. Por un momento se
- H a y buena uva este año - l e dije-, sólo falta un poco de ¡mimó, y luego dijo: - N o han aprovechado a los vivos. No
•iprovechan a los muertos.
agua.
Claro, pensé, Ñuto lo trataría de ignorante, de infeliz, le
-Siempre falta algo -dijo Valino-. Esperaba a Ñuto por
preguntaría si el mundo siempre debe ser como era antes.
lo de la cuba. ¿No va a venir? Ñuto que había visto tantos pueblos y conocía las miserias
Entonces le expliqué que había pasado casualmente por de todos en los alrededores, Ñuto nunca hubiera preguntado
Gaminella y había querido volver a ver el campo. Ya no lo si esa guerra había servido para algo. Había que hacerla, había
reconocía de tanto que se había cultivado. El viñedo tenía sillo un destino. Ñuto insistía mucho en la idea de que una
sólo tres años, ¿no es cierto? Y en la casa - l e dije- ¿también i <>sa que debe suceder les interesa a todos, que el mundo está
habían trabajado en la casa? Cuando yo estaba, la chimenea mal hecho y es preciso rehacerlo.
ya no tiraba bien, -¿habían roto después esa pared?-. Valino no me preguntó si subiría con él a tomar un vaso
Valino me dijo que en la casa estaban las mujeres. Ellas •le vino. Recogió el hato de ramas de sauce y le preguntó a
tenían que pensar en eso. Miró hacia arriba por la costa en < 'into si había ido a juntar el pienso. Cinto, alejándose, mi-
medio del follaje de los árboles. Dijo que el campo era como raba el suelo y no respondía. Entonces Valino dio un paso y
todos los campos, para sacarle provecho habrían hecho falta "11 la mano libre le pegó un fustazo con una rama de sauce y
brazos que ya no estaban. 1 into saltó lejos y Valino se tropezó y se levantó. Cinto, en
Entonces hablamos de la guerra y de los muertos. No rl fondo de la costa, ahora lo miraba.
dijo nada de los hijos. Farfulló. Cuando habló de los partisanos Sin hablar, el viejo subió por la orilla con las ramas bajo el
y los alemanes, levantó los hombros. Dijo que entonces esta- brazo. No se dio vuelta ni siquiera cuando estuvo arriba. Me
ba en el Huerto y había visto quemarse la casa de Ciora. pareció que yo era un chico que había venido a jugar con
Durante un año, nadie había hecho nada en los campos, y si < into, y que el viejo le había pegado a él porque no podía
en cambio todos esos hombres hubieran vuelto a casa -los -'narrárselas conmigo. Cinto y yo nos miramos sonriendo,
alemanes a su casa, los muchachos a sus propiedades- habría MÍ hablar.
sido una gran cosa. Qué caras, qué gente. Tanta gente extran- Bajamos por la orilla bajo la sombra fresca de los árboles,
jera no se había visto nunca, ni siquiera en las ferias de cuan- pero bastaba con cruzar los charcos destapados, al sol, para
do era jovencito.

72 73
-El hijo de Maurino -dijo Cinto- es un bastardo.
- H a y quien los recoge -le dije-, la gente pobre es siempre
la que recoge a los bastardos. Se ve que Maurino necesitaba
un muchacho...
-Si se lo dicen, se enfurece -dijo Cinto.
- N o debes decírselo. ¿Qué culpa tienes si tu padre te echa?
basta con que tengas ganas de trabajar. Conocí bastardos que
lian llegado a comprar granjas.
De pronto habíamos salido de la costa y Cinto, trotando
ilclante de mí, se había sentado sobre el parapeto. Detrás de
los árboles, del otro lado del camino, estaba el Belbo. Aquí
veníamos a jugar después de que la cabra nos había paseado
toda la siesta por las riberas y las cañadas. Los guijarros del
camino seguían siendo los mismos, v los tallos frescos de los
arboles tenían el aroma del agua que corre.
-¿No vas a juntar el pienso para los conejos? - l e dije.
Cinto me dijo que iba a hacerlo. Entonces seguí mi camino
v hasta la curva sentí esos ojos fijos en mí desde el cañaveral.

75
VIII

Decidí que volvería a la casita de Gaminella únicamente


ion Ñuto, para que Valino me dejara entrar a la casa. Aun-
que a Ñuto esa calle le queda a trasmano. En cambio yo
pasaba por allí con frecuencia y notaba que Cinto me espera-
ha en el sendero o aparecía entre las cañas. Se apoyaba en el
parapeto con la pierna abierta y me dejaba hablar.
Pero después de los primeros días, una vez que terminó la
liesta y el torneo de fútbol, el hotel del Angelo volvió a ser
iranquilo, y cuando, con el zumbido de las moscas, tomaba
rl café en la ventana mirando la plaza vacía, me sentía como
un intendente que mira el pueblo desde el balcón del muni-
cipio. De niño no lo hubiera imaginado. Lejos de casa se
i rabaja a la fuerza, se hace fortuna sin quererlo. Hacer fortu-
na justamente quiere decir haberse ido lejos y regresar así,
enriquecido, grande y gordo, libre. De niño aún no lo sabía,
v sin embargo siempre tenía la vista fija en la calle, en la gente
que pasaba, en las mansiones de Canelli, en las colinas contra
rl fondo del cielo. Es un destino entonces, dice Ñuto, que en
uomparación conmigo no se ha movido. Él no anduvo por
el mundo, no hizo fortuna. Podía ocurrirle lo que en este
valle les sucede a tantos, crecer como una planta, envejecer
iorno una mujer o un chivo, sin saber qué pasa del otro lado
ilc la Bormida, sin salir del ámbito de la casa, de la vendimia,
de las ferias. Pero también a él, que no se ha movido, le ha
locado algo, un destino, esa idea suya de que hay que enten-

77
der las cosas, arreglarlas, de que el mundo está mal hecho y Ahora el viejo había muerto, y el Cavaliere era un peque-
que a todos les conviene cambiarlo. fio abogado calvo que no ejercía como abogado: las tierras,
Entendí que de niño, aun cuando hacía correr a la cabra, los caballos, los molinos, se los había gastado como soltero
cuando en invierno rompía con rabia los hatos de leña piso- < n la ciudad; la gran familia del Castillo había desaparecido;
teándolos, o cuando jugaba, cerraba los ojos para probar si le liabía quedado un pequeño viñedo, unos trajes raídos, y
al volver a abrirlos la colina había desaparecido, ya entonces lecorría el pueblo con un bastón de mango de plata. Conmi-
me preparaba para mi destino, para vivir sin casa, para espe- go inició civilizadamente la conversación; sabía de dónde ve-
rar que más allá de las colinas hubiera un país más bello y nía; me preguntó si también había estado en Francia, y to-
más rico. Esta habitación del Angelo -en aquella época nunca maba el café abriendo el meñique e inclinándose hacia ade-
había entrado-, me parece que siempre había pensado que lante.
un señor, un hombre con los bolsillos llenos de monedas, Se demoraba todos los días frente al hotel y conversaba
un patrón de granjas, cuando partía en su carruaje para ver ion los demás clientes. Sabía muchas cosas, más que los jó-
el mundo, una mañana cualquiera se despertaba en una ha- venes, que el doctor y que yo, pero eran cosas que no cuadra-
bitación así, se lavaba las manos en la palangana blanca, es- lun con la vida que llevaba ahora. Bastaba con dejarlo hablar
cribía una carta sobre la vieja mesa reluciente, una carta que para comprobar que el viejo había muerto a tiempo. Se me
iba a la ciudad, iba lejos, y la leían los cazadores, los ocurrió que era casi como aquel jardín de la mansión, lleno
intendentes, las señoras con sombrilla. Y es lo que ahora ilc palmeras, de cañas exóticas, de flores con rótulo. A su
ocurría. A la mañana tomaba el café y escribía cartas a modo también el Cavaliere se había escapado del pueblo,
Génova, a Norteamérica, manejaba dinero, mantenía gen- había recorrido el mundo, pero no había tenido suerte. Los
te. Quizá dentro de un mes estaría de nuevo en el mar, co- parientes lo habían abandonado, la mujer (una condesa de
rriendo detrás de mis cartas. l'orino) había muerto, el hijo, el único hijo, el futuro
Un día tomé el café con el Cavaliere, abajo, frente a la (.avaliere, se había suicidado por un lío de mujeres y de jue-
plaza calurosa. El Cavaliere era hijo del viejo Cavaliere, que i;o antes de llegar a hacer el servicio militar. Y sin embargo
en mis tiempos era el dueño de las tierras del Castillo y de este viejo, este infeliz que dormía en un comedor con los
varios molinos, e incluso había levantado un dique en el Belbo i. .impesinos de su último viñedo, siempre era cortés, siempre
cuando yo todavía no había nacido. A veces pasaba por la ordenado, siempre como un señor, y cada vez que me encon-
avenida en su carruaje de doble tiro manejado por el sirvien- i raba se sacaba el sombrero.
te. Tenían un palacete en el pueblo, con un jardín cercado y Desde la plaza se veía la loma donde tenía su propiedad,
plantas raras cuyos nombres nadie sabía. Las persianas de la •itrás del techo del municipio, un viñedo mal cuidado, reple-
mansión siempre estaban cerradas cuando en invierno yo iba io de yuyos, y encima, contra el cielo, una mata de pinos y de
a la escuela y me paraba delante de la verja. •.anas. A la siesta, el grupo de holgazanes que tomaba café se

79 153
burlaba de él y de esos granjeros suyos, que eran dueños de i' i reno que llevaba su nombre, porque de otro modo hubie-
medio San Grato y que se quedaban en la casa solamente por M- terminado en casa ajena, porque a los granjeros les conve-
la comodidad de estar cerca del pueblo, pero que ni siquiera iii.i, porque estaba tan solo...
se acordaban de limpiarle el viñedo. Pero él respondía muy -Usted - m e dijo- no sabe lo que es vivir sin un pedazo
convencido que los granjeros sabían lo que un viñedo necesi- tic (ierra en estas regiones. ¿Adonde están sus muertos?
taba y que además hubo una época en que los señores, los Le dije que no lo sabía. Calló por un momento, se intri-
dueños de campos, dejaban sin cultivar una parte de la pro- IV'i, se sorprendió, sacudió la cabeza.
piedad para practicar la caza o incluso por capricho. -Ya veo -dijo en voz baja-. Así es la vida.
Todos se reían ante la idea de que el Cavaliere fuera de • S I B o r desgracia tenía un muerto reciente en el cemente-
cacería, y alguien le dijo que hubiera hecho mejor plantando i ID del pueblo. Hacía doce años y le parecía ayer. No un muer-
garbanzos. iii como es normal que se tenga, un muerto al que uno se
-Planté árboles -dijo él con una energía y un fervor im- i csigna, en el que se piensa con cariño. - H e cometido mu-
previstos, y le tembló la voz. De tan amable que era, no sabía > líos errores estúpidos - m e dijo-, se cometen en la vida. Los
defenderse, y entonces yo empecé a decir algo para cambiar verdaderos achaques de la edad son los remordimientos. Pero
de tema. El tema cambió, pero se ve que el viejo Cavaliere no una cosa no me perdono. Ese muchacho...
había muerto del todo, porque el infeliz me había entendi- Habíamos llegado al recodo del camino, debajo de las
do. Cuando me levanté, me pidió que habláramos y nos ale- i añas. Se detuvo y balbuceó: -¿Sabe usted cómo murió?
jamos por la plaza bajo la mirada de los demás. Me contó Le hice un gesto afirmativo. Hablaba con las manos afe-
que estaba viejo y demasiado solo, que su casa no era un 11.idas al mango del bastón. - Planté esos árboles -dijo. De-
lugar para recibir a nadie, todo lo contrario, pero que si subía 11 .is de las cañas se veía un pino. -Quise que en la cumbre de
a visitarlo, cuando me quedara cómodo, estaría muy conten- la colina la tierra fuera suya, libre y salvaje como el parque
to. Sabía que yo había estado viendo tierras; entonces, cuan- donde jugaba de niño...
do tuviera un momento... Otra vez me equivoqué: es obvio, l uve una idea. Esa mata de cañas y atrás los pinos resá-
me dije, que este también quiere vender. Le respondí que no leos y el pasto debajo, exuberante, me recordaban la zona
estaba en el pueblo para hacer negocios. -No, no -dijo de encima del viñedo de Gaminella. Pero lo hermoso aquí es
inmediato-, no le hablo de eso. Una simple visita... Quiero i|iie era la punta de la colina y_todo terminaba en el vacío.
mostrarle, si me permite, esos árboles... -En todos los campos -le dije- debería haber un pedazo de
Fuimos en seguida, para evitarle la molestia de preparar- i ierra así, sin cultivar... Pero se debe trabajar en el viñedo -dije.
me un recibimiento, y por la callecita encima de los techos A nuestros pies se veían esas cuatro hileras miserables de
oscuros, sobre los patios de las casas, me contó que por mu- vid. El Cavaliere hizo una mueca irónica y sacudió la cabeza.
chas razones no podía vender el viñedo: porque era el último Kstoy viejo -dijo-. Groseros.

80 153
VIII

Ahora había que bajar al patio de la casa y concederle


«:•.<• placer. Pero sabía que hubiera tenido que destapar una
lniiclla para mí y después pagársela a los granjeros. Le dije
i|iic era tarde, que me esperaban en el pueblo, que a esa
hora nunca tomaba nada. Lo dejé en su bosque, bajo los
|H|
pillos.
Volvía a pensar en esa historia cuando pasaba por la calle
ilr (¡aminella, por el cañaveral del puente. Allí había jugado
yo con Angiolinay Giulia, y había juntado el pienso para los
ícjos. Con frecuencia Cinto se hallaba en el puente, por-
• 1111- le había regalado unos anzuelos y una línea de tanza y le
i ontaba cómo se pesca en alta mar y se les dispara a las gavio-
i .is. Desde aquí no se ven ni San Grato ni el pueblo. Pero en
los grandes riscos de Gaminella y del Salto, en las colinas
irmotas más allá de Canelli, había matas oscuras de plantas,
ile cañaverales, de montes —siempre iguales- que se parecían
il ilel Cavaliere. De niño nunca había podido subir hasta allá
11 riba; de joven trabajaba y me contentaba con las ferias y los
h.iilcs. Ahora, sin decidirme, pensaba que debía haber algo
illí, sobre las terrazas, detrás de los cañaverales y las últimas
I1 unjas perdidas. ¿Qué podía ser? Allá arriba era un baldío
i|nema3o por el sol.
-¿Han hecho las fogatas este año? - l e pregunté-a Cinto-,
Nosotros las hacíamos siempre. La noche de San Juan toda
l.i colina ardía.

83
-Poca cosa -dijo él- Lo hacen a lo grande en la Estación, I'.sa sirena de los cargueros - m e dijo el día en que le ha-
pero desde acá no se ve. Piola dice que una vez quemaban U.il'.i de ellos-, ¿es como la sirena que sonaba en Canelli
incluso la leña. 'lim,inte la guerra?
•¿Se oía?
Piola era su Ñuto, un muchachote alto y esbelto. Había
visto a Cinto andar detrás suyo por el Belbo, rengueando. I'or supuesto. Dicen que era más fuerte que el silbato del
-Quién sabe por qué - d i j e - se encienden esos fuegos. HUÍ. lodos la escuchaban. De noche salían para ver si bom-
Cinto se quedaba escuchando. -En mis tiempos -dije-, los I' i ideaban Canelli. También yo la escuché y vi los aviones...
viejos decían que traía lluvia... ¿Tu padre ha hecho la fogata? I'ero si todavía te tenían en brazos...
Haría falta lluvia este año... Por todas partes prenden la fogata. (uro que me acuerdo.
< liando le dije a Ñuto lo que le contaba al muchacho,
- S e ve que les hace bien a los campos -dijo Cinto-. Los
minció los labios como para tocar la trompeta y sacudió la
fertiliza.
• iluva con fuerza. -Haces mal, - m e dijo-. Haces mal. ¿Para
Me pareció ser otro. Hablaba con él como Ñuto lo había
|iu; \c das ánimos? Mientras las cosas no cambien siempre
hecho conmigo.
un desdichado...
-Pero entonces, ¿por qué lo prenden siempre fuera de los
I'or lo menos que sepa lo que se pierde.
cultivos? -dije-. Al día siguiente encuentras los restos de las
¿Y qué quieres que haga? Cuando haya visto que en el
fogatas en los caminos, por las riberas, en los pedregales...
mundo algunos están mejor y otros peor, ¿de qué le servirá? Si
- N o se puede incendiar el viñedo -dijo él riendo.
• > apaz de entenderlo, basta con que mire a su padre. Basta
-Sí, pero en cambio el abono lo ponen en terreno bueno...
• < MI (jue vaya el domingo a la plaza, en la escalinata de la iglesia
Estos discursos nunca terminaban, porque aquella voz fu-
I? tnpre hay uno que pide, rengo como él. Y adentro están los
riosa lo llamaba, o pasaba un chico de los Piola o de Morone,
I uncos para los ricos, con los nombres en chapa...
y Cinto se levantaba, decía, como hubiera dicho su padre:
Cuanto más lo despabilas -dije-, más entiende las cosas.
-Vamos a ver qué pasa - y se iba. Nunca me quedaba claro si
I'ero es inútil mandarlo a Norteamérica. Norteamérica
se quedaba conmigo por educación o porque le gustaba. Por
' ' ('M;Í aquí- Aquí están los millonarios y los muertos de ham-
cierto, cuando le contaba cómo es el puerto de Génova, cómo
l.ic
se hacen los cargamentos, sobre el sonido de las sirenas de los
I.C dije que Cinto tendría que aprender un oficio y que
barcos y los tatuajes de los marineros y cuántos días se está en
I'.na hacerlo debía salir de las garras del padre. -Sería mejor
el mar, me escuchaba con los ojos atentos. Este chico, pensa-
I' ir hubiera nacido bastardo -dije-. Tener que irse y arreglár-
ba yo, con su pierna será siempre un muerto de hambre en el
• lav Hasta que no ande entre la gente, verá todo como su
campo. Nunca podrá manejar la azada o cargar los canastos.
l'llll'C.
Ni siquiera hará el servicio militar y no podrá ver la ciudad.
Son cosas que hay que cambiar -dijo Ñuto.
Si al menos yo despertara su curiosidad.

85 153
Entonces le dije que Cinto era despierto y que a él le haría • ,|Uc superstición es solamente la que causa daño, y que si
falta una granja como había sido la Mora para nosotros. -La lifuu-n utilizara la luna y las fogatas para robarles a los cam-
Mora era como el mundo -dije-. Era una América, un puer- u. smos y mantenerlos en el atraso, entonces él sería el igno-
to de mar. Iban y venían, se trabajaba y se hablaba... Ahora . un. y habría que fusilarlo en la plaza. Pero antes de hablar
Cinto es un niño, pero crecerá. Estarán las muchachas... ¿Ya u nía que volver a ser campesino. Un viejo como Valino
sabrás lo que quiere decir conocer mujeres despiertas? ¿Mu-I |><MII. no saber nada más, pero conocía la tierra,
chachas como Irene y Silvia?... 1 I '¡sentimos como perros rabiosos un buen rato, hasta que
Ñuto no dijo nada. Ya me había dado cuenta que no leí I., llamaron del aserradero y yo baje riéndome por la avenida,
gustaba hablar de la Mora. Tanto que me había contado del i isiiuve la tentación de pasar por la Mora, pero hacía calor,
sus años de músico, pero dejaba pasar los temas más viejos, Mu.nido hacia Canelli (era un día límpido, sereno), de una
de cuando éramos chicos. O bien cambiaba de tema a su „.|,i ojeada veía la llanura del Belbo, de frente Gaminella, el
modo, empezando a discutir. Esta vez se quedó callado, frun-i gnhn al costado, y el palacete del Nido, rojo entre sus pláta-
ciendo los labios, y sólo cuando le conté la historia de las|| nos. perfilado contra el borde de la última colina. Tantos
fogatas en los rastrojos, levantó la cabeza. -Seguro que hacenr v malos, tantas riberas, tantas laderas quemadas, casi blancas,
bien -afirmó-. Despiertan la tierra. un dieron ganas de estar aún en aquel viñedo de la Mora, en
-Pero, Ñuto - d i j e - , ni siquiera Cinto lo cree. „ • pru .1 de vendimia, y ver lleg ar a las hijas de don Matteo con
Sin embargo, dijo él, no sabía qué era, si el calor o el'J 11. esia. La Mora estaba atrás de esos árboles, rumbo a Canelli,
fogonazo o que se avivaban los jugos, el hecho es que todosfl ¡I pie de la ladera del Nido.
los cultivos en cuyas lindes se prendía la fogata daban una l .n cambio crucé el Belbo, sobre la pasarela, y mientras
cosecha más sustanciosa, más vigorosa. miniaba iba pensando que no hay nada más hermoso que
-Esto es nuevo-dije-, ;Entonces también crees en la luna? pm viñedo bien desmalezado, bien atado, con las hojas jus-
- L a luna -dijo Ñuto-, hay que creer en ella forzosamen-p 1 n y el aroma de la tierra calcinada por el sol de agosto. Un
te. Trata de talar un pino con luna llena, te lo comen los - cuidado
' " I" bien > es como un físico sano, un cuerpo que
gusanos. Las cubas hay que lavarlas cuando la luna es joven. 1 ve, que tiene su respiración y su sudor. Y otra vez, miran-
Incluso los injertos, si no se hacen enJQS..primeros días de la • "I •• '"i alrededor, pensaba en esas matas de plantas y de
luna, no prenden. _ iñas, esos bosquecillos, esas riberas -todos los nombres de
Entonces le dije que en el mundo había oído cuentos, (piones y lugares cercanos- que son inútiles y no dan 1cose-
pero que los más grandes eran ésos. Era inútil que tuviera . lus, y que sin embargo también tienen su belleza -cada
tanto que decir sobre el gobierno y sobre los discursos de los viñedo tiene su monte- y da gusto posar en ellos la vista y
curas, si después creía en esas supersticiones como los padres sus recovecos. Las mujeres, pensé, poseen algo pa-
de su abuela. Y fue entonces cuando Ñuto muy calmado me rri ido.

153
86
Soy un necio, me decía, hace veinte años que me fui y
estas regiones me esperan. Me acordé de la decepción que
había tenido al caminar por primera vez por las calles de
Génova: caminaba por el medio y buscaba un poco de pasto. X
Estaba el puerto, claro, estaban los rostros de las muchachas,
estaban los negocios y los bancos, pero ¿dónde había un ca-
Si empezaba a pensar en esas cosas, no terminaba más, por-
ñaveral, un olor a leña, un pedazo de viñedo? También co-
:1i]í volvían a mi mente tantos hechos, tantos anhelos, tantos
nocía la historia de la luna y las fogatas. Solamente, me di
ii .isos, y las veces en que me había creído ya seguro, que tenía
cuenta que ya no sabía que la conocía.
unidos y una casa, que podría ponerle mi nombre y cultivar
MI |,irdín. Lo había creído, e incluso me había dicho "Si logro
i 111,11 este dinero, me caso con una mujer y la mando al pueblo
• 'ii mi hijo. Quiero que crezcan allá como yo". Pero no tenía
ni I njo, ni mucho menos una mujer. ¿Qué sería este valle para
>««i.i lamilia que viniera del mar, que no supiera nada de la luna
i Lis fogatas? Hace falta haberse aclimatado hasta los huesos,
• iin el valle en los huesos como el vino y la polenta, y enton-
• •• lo conoces sin necesidad de hablar, y todo lo que durante
¡.Hilos años llevaste dentro sin saberlo se despierta ahora ante el
11111 neo de un freno de carreta, el coletazo de un buey, el sabor
I' una sopa, una voz que de noche oyes en la plaza.
I .l hecho es que Cinto -como yo cuando era niño- no
iMa todo esto, y nadie en la región lo sabía, quizá sólo al-
uini que se hubiera ido. Si quería entenderme con él, enten-
I' i me con cualquiera del pueblo, debía hablarles del mundo
icrior, decir lo mío. O mejor todavía no hablarles: hacer
niño si nada y llevar América, Génova, el dinero, escritos en
111 ara y guardados en el bolsillo. Estas cosas gustaban, salvo
• Ñuto, por supuesto, que sí trataba de entenderme.
Veía gente en el Angelo, en el mercado, en los huertos.
W^unos se me acercaban, me llamaban de nuevo "el de la

89
88
I^ip.i podía hacer?-, pero en esa casa sucedían cosas terribles:
Mora". Ouerían saber qué negocios estaba haciendo, si iba.il
Idilio me dijo que desde la llanura del Beibo se oía gritar a las
comprar el Angelo, si compraría la línea de transporte. En 11
mujeres cuando Valino se sacaba el cinturón y las azotaba
plaza me presentaron al párroco, que habló de una capillin
i unió a bestias, y también azotaba a Cinto; no era el vino, no
en ruinas; al secretario de la comuna, que me llevó aparte vi
u nían tanto vino, era la miseria, la rabia de esa vida sin
me dijo que en el municipio aún debía estar mi expediente, ¡níula.
por si quería buscar algo. Le contesté que ya había estado en
Me había enterado también del final de Padrino y de los
Alessandria, en el hospicio. El menos entrometido era siem
Viiyos. Me lo había contado la nuera de Cola, el tipo que
pre el Cavaliere, que sabía todo acerca de la antigua ubicación
Quería venderme la casa. En Cossano, donde habían ido a
del pueblo y de las fechorías del último podestá*.
i' 11.1 r con la poca plata de la cabaña, Padrino había muerto de
En la ruta y entre las granjas estaba más cómodo, aunqui
icjo, viejísimo -hace pocos años- en la calle adonde lo ha-
tampoco me creían. ¿Podía explicarles que solamente grocurabi
Ijí'.in arrojado los maridos de sus hijas. La menor se había
ver algo que ya había visto? ¿Ver carretas, ver heniles, ver u
.is.ulo muy joven; la otra, Angiolina, un año después, con
barril, una parrilla, una flor 3e achicoria, un pañuelo azul a cua
dros, una calabaza para beber, el mango de una azada? También
las fachadas me gustaban así, como las había visto siempre: viejal
con arrugas, bueyes cautos, muchachas floreadas, techos como
palomares. Para mí, habían pasado estaciones, no años. Cuanto
R hermanos que vivían en Madonna della Rovere, en una
ija detrás de los bosques. Allá se las veía con el viejo y con
hijos; cosechaban la uva y hacían polenta, nada más; de
un alejados que estaban, sólo bajaban a cocinar el pan una
al mes. Los dos hombres trabajaban duro, agotaban a los
más las cosas y los discursos que me conmovían eran los misma
IM icyes y a las mujeres; la más joven había muerto en un cam-
de antes -las siestas, las ferias, los cuentos de antaño, anteriores i
iní fulminada por un rayo, la otra, Angiolina, había tenido
mundo- más placer me daban. Al igual que las sopas, las bote
.icie hijos y luego se había tumbado con un tumor en las
lias, las podadoras, los troncos en el prado.
I i ¡M illas, había sufrido y gritado tres meses -el doctor subía
En esto Ñuto decía que estaba equivocado, que debía in- ill.i una vez al año—, había muerto sin ver ni siquiera al cura.
dignarme que en esas colinas todavía se llevara una vida bes I >csaparecidas las hijas, el viejo ya no tenía a nadie en la casa
tial, inhumana, que la guerra no hubiera servido de nada, qm i|ue le diese de comer y había empezado a recorrer los cam-
todo fuese como antes, excepto los muertos. pos y las ferias; Cola todavía lo había distinguido el año ante-
Hablamos también de Valino y su cuñada. Que Valini i ior a la guerra, tras una gran barba blanca y cubierto de paja.
durmiera ahora con la cuñada era lo de menos -¿qué otr, I'iiialmente también se había muerto, en el terreno de una
f,i .inja adonde había entrado a mendigar.
Era el término que designaba a los intendentes o alcaldes municipalt
bajo el régimen fascista, que a su vez había tomado el vocablo de su origa
De modo que era inútil que fuera a Cossano a buscar a
medieval (jefe de aldea o ciudad que impartía justicia y conducía al ejéi mis hermanastras, a ver si todavía se acordaban de mí. Se me
cito en la guerra). (N. del T.).

91
grabó en la mente Angiolina, tendida con la boca abierta ÍJQM fabricar todos los espumantes que quisieran, instalar
como su madre aquel invierno en que había muerto. .ilu inas, máquinas, vagones, depósitos, era un trabajo que
En cambio, una mañana fui a Canelli, siguiendo las vial w lambién hacía, de aquí partía la ruta que pasaba por
del tren, por el camino que había hecho tantas veces en l.i Genova y llevaba quién sabe adonde. La había recorrido,
época de la Mora. Pasé bajo el Salto, pasé bajo el Nido, vi l.i npezando desde Gaminella. Si hubiera vuelto a ser un mu-
Mora con los tilos que tocaban el techo, la terraza de las mu li.n lio, la hubiera recorrido de nuevo. ¿Y entonces qué? Ñuto,
chachas, el ventanal, y el ala baja de las galerías donde estába que nunca se había marchado en verdad, todavía quería en-
mos nosotros. Oí voces que no conocía, me fui. u nder el mundo, cambiar las cosas, romper con las estacio-
Entré a Canelli por una larga avenida que en mis tiempos nes. O tal vez no, seguía creyendo en la luna. Pero yo, que no
no existía, pero rápidamente sentí el aroma, esa mezcla de . ida en la luna, sabía que al fin y al cabo sólo las estaciones
orujos, de brisa del Belbo y de vermut. Las callecitas erar importan, y las estaciones son las que te han formado los
iguales, con sus flores en las ventanas, y los rostros, los fotó- huesos, lo que comiste cuando eras niño. Canelli es todo el
grafos, los palacetes. Donde había más movimiento era en la mi indo -Canelli y el valle del Belbo-y en las colinas el tiem-
plaza: un nuevo bar, un surtidor de nafta, un ir y venir de |n> 110 pasa.
motocicletas en la polvareda. Pero el enorme plátano estaba Al atardecer regresé por el camino a lo largo de las vías.
allí. Se notaba que seguía fluyendo el dinero. Píisé la avenida, pasé bajo el Nido, pasé la Mora. En la casa
Pasé la mañana entre el banco y el correo. Una pequeña leí Salto encontré a Ñuto de guardapolvo, cepillando y reso-
ciudad, quién sabe cuántas mansiones y palacetes habrá en |i|.indo,, con la cara ensombrecida.
los alrededores, sobre las colinas. De niño no me había equi- -¿Qué pasa?
vocado, los nombres de Canelli contaban en el mundo, des- Sucedía que alguien, mientras araba un terreno baldío,
de aquí se abría una espaciosa ventana. Contemplé el valle li.ibía hallado otros dos cuerpos en las mesetas de Gaminella,
desde el puente del Belbo, las colinas bajas hacia Nizza. Nada ilos espías republicanos, con la cabeza destrozada y sin zapa-
había cambiado. Apenas el año pasado un muchacho había • os. Habían acudido el doctor y el juez con el alcalde para
venido en un carro a vender la uva junto a su padre. Quién icconocerlos, pero después de tres años, ¿qué podía recono-
sabe si para Cinto también Canelli habrá sido la puerta del cerse? Debían de ser republicanos porque los partisanos mo-
mundo. i ían en el valle, fusilados en las plazas y colgados de los balco-
Entonces me di cuenta de que todo había cambiado. nes, o los mandaban a Alemania.
Canelli me gustaba por sí misma, como el valle, las colinas y -¿Hay que tragarse eso? -dije-. Ya se sabe.
los ríos que desembocaban allí. Me gustaba porque ahí ter- Pero Ñuto reflexionaba para sí, bufando con rabia.
minaba todo, porque era el último pueblo donde se sucedían
las estaciones, y no los años. Los industriales de Canelli po-

92 153
California en ocho meses con la cuadrilla del ferrocarril. Mu JjiDyado en un poste telegráfico y había escuchado el zumbi-
chos países quieren decir ninguno. «lc la corriente como lo hacen los niños. La corriente pro-
Esa noche se me quedó la camioneta en pleno campo. lía del norte e iba hacia el sur. De nuevo me puse a estudiar
Había calculado que llegaría a la estación 37 al oscurecer y mapa.
que dormiría allí. Hacía frío, un frío seco y polvoriento, y el I .os perros seguían aullando, y en ese mar grisáceo de la
campo estaba vacío. Campo es mucho decir. Hasta donde |il.inicie causaban miedo y asco, un sonido que rompía el
alcanzaba la vista, una extensión gris de arena espinosa y I I I I C como el canto del gallo. Por suerte había llevado la

montículos que no llegaban a ser colinas, y los durmientes: I ii H ella de whisky. Fumaba y fumaba para calmarme. Cuan-
del ferrocarril. Traté de arreglar el motor. Nada que hacer, no i do estuvo oscuro, totalmente oscuro, encendí las luces del
tenía bujías de repuesto. i .iUlero. No me atrevía a prender los faros. Si al menos pa-
i un tren.
Entonces empecé a asustarme. En todo el día sólo me había
cruzado con dos autos: iban hacia la costa. Ninguno que fuera
hacia donde iba yo. No estaba en la ruta estatal, había querido
atravesar el condado. Me dije: "Esperaré. Alguien pasará". No
pasó nadie hasta el día siguiente. Por suerte tenía una manta
B Acudían a mi mente tantas cosas que se cuentan, historias
^ente que se había internado por estos caminos cuando
para envolverme. "¿Y mañana?", me decía. ¡nilavía no eran caminos, y los habían encontrado tirados en
Tuve tiempo para estudiar todas las piedras del pavimen- una cañada, nada más que huesos y ropa. Los bandoleros, la
to, los durmientes, los copos de un cardo seco, los troncos •i iI, la insolación, las serpientes. En ese lugar era fácil imagi-
gruesos de dos cactus en la cañada bajo la ruta. Las piedras del narse que había existido una época en que la gente se mataba,
pavimento tenían ese color quemado por el paso del tren, í u que nadie tocaba tierra si no era para quedar allí tirado. El
que tienen en todo el mundo. Una ventisca azotaba la ruta, • lelgado hilo del ferrocarril y de la ruta era todo el trabajo que
me traía un aroma a sal. Hacía frío como si fuera invierno. El i- había realizado. ¿Era posible dejar la ruta, internarse entre
sol ya estaba bajo, la llanura desaparecía. Lis hondonadas y los cactus bajo las estrellas?
Sabía que en las cuevas de esa planicie había lagartijas ve- El estornudo de un perro más cercano y un rodar de pie-
nenosas y ciempiés; era el reino de la serpiente. Comenzaron dras me hicieron saltar. Apagué las luces del tablero; casi de
los aullidos de los perros salvajes. No eran un peligro, pero inmediato las volví a prender. Para alejar el miedo, recordé
me hicieron pensar que me hallaba en el fondo de que al atardecer había sobrepasado una carreta de mexicanos
Norteamérica, en medio de un desierto, a tres horas de auto i irada por un mulo, de cuya carga asomaban paquetes, bul-
de la estación más cercana. Y llegaba la noche. El único signo lí >s de ropa, cacerolas y rostros. Debía de ser una familia que
de civilización lo formaban las vías y los cables en los postes. i ha a recoger la cosecha a San Bernardino o más allá. Había
Si al menos hubiese pasado el tren. Ya varias veces me había visto los pies delgados de los niños y los cascos del mulo
i ( rastrándose sobre la ruta. Los pantaloncitos blancos y su-
i. ios ondeaban al viento, el mulo adelantaba el cuello, tiraba.
153
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Al pasarlos había pensado que esos desdichados tendrían que
detenerse en una hondonada —seguro que no llegaban esa j j £ , r n o e s a g e n te te dejaba en paz. Si un día hubiera tenido
noche a la estación 37. f u huir, esconderme para que no me encerraran en un cam-
¿Y ellos, pensé, dónde tendrán su casa? ¿Es posible nacer y ffi tic refugiados, ya podía sentir encima la mano del policía
vivir en un país como este? Sin embargo se adaptaban, iban a • uno el embate del tren. Así era Norteamérica.
levantar cosechas adonde la tierra las producía, y llevaban una Regresé a la cabina, me envolví en una manta e intenté
vida que no les daba descanso, mitad del año en las canteras, •ii'imitar como fuera en la curva de la ruta a Bellavista. En-
mitad del año en los campos. No habían necesitado pasar tonces cavilaba que por más capaces que fueran los
por el hospicio de Alessandria, el mundo los había desaloja- • «ilfornianos, aquellos cuatro mexicanos andrajosos hacían
do de casa con el hambre, con el ferrocarril, con sus revolu- C" ( l u e ninguno de ellos hubiese podido hacer. Acampar y
ciones y su petróleo, y ahora iban y venían rodando detrás ilT.miir en ese desierto -mujeres y niños-, en ese desierto que
del mulo. Dichosos porque tenían un mulo. Había quienes • I .1 MI casa, donde acaso se entendieran hasta con las serpien-
partían descalzos, sin llevar siquiera a la mujer. " 5 V.s preciso que vaya a México, me dije, apuesto a que es
• i" país para mí.
Bajé de la cabina de la camioneta y golpeé los pies sobre la
ruta para calentarlos. La llanura era descolorida, manchada Más avanzada la noche unos fuertes ladridos me desperta-
por vagas sombras, y en la noche apenas se veía la ruta. El >on sobresaltado. Parecía que toda la llanura fuera un campo
viento seguía silbando, gélido, sobre la arena, y ahora los pe- •!( batalla, o un corral. Había una luz rosácea, salí afuera he-
rros se habían callado; se oían suspiros, ecos de voces. Había Ule. y destruido; entre las nubes bajas se había asomado una
bebido hasta no poder más. Sentía ese olor a pasto seco y a 'i l, i n a da de luna que parecía la herida de un cuchillo y ensan-
viento salado y pensaba en las colinas de Fresno. grentaba la planicie. Me.quedé mirándola un rato. Verdade-
>tímente mejjrovocó espanto.
Después llegó el tren. Al principio parecía un caballo, un
caballo con una carreta sobte los guijarros, y ya se vislumbra-
ba el farol. Hasta ese momento había esperado que fuera un
auto o la carreta de los mexicanos. Después toda la planicie se
llenó de ruido y de chispazos. Quién sabe qué dirán las ser-
pientes y los escorpiones, pensé. Se me vino encima sobre la
ruta, alumbrándome por las ventanillas del auto, iluminan-
do los cactus, un animalito asustado que huyó a los saltos; y
avanzaba martillando, arremolinando el aire, abofeteándo-
me. Lo había esperado tanto, pero cuando regresó la oscuri-
dad y la arena volvió a crujir, me dije que ni siquiera en un

9')
Ñuto no se había equivocado. Los dos muertos de
1 • iniinella fueron un lío. El doctor, el cajero y tres o cuatro
Jfmí luchos deportistas que tomaban vermut en el bar empe-
•frnna hablar escandalizados, preguntándose cuántos pobres
JÜflíniios que habían cumplido con su deber habrán sido ase-
•in.ulos bárbaramente por los rojos. Porque son los rojos,
<<l 11 l.in en voz baja en la plaza, quienes disparan en la nuca sin
iilli^ún proceso. Luego pasó la maestra - u n a mujercita con
mirojos, que era hermana del secretario y dueña de viñedos-
i > mpezó a gritar que ella estaba dispuesta a recorrer las ribe-
I IN |ura buscar más muertos, todos los muertos, y desente-
h .11 con la azada a tantos pobres muchachos, si con eso basta-
• | i.ira mandar a la cárcel, o para hacer que ahorcaran alguna
i i uña comunista, ese Valerio, ese Pajetta, ese secretario de
S inclli. Hubo uno que dijo: -Es difícil acusar a los comu-
mi.is. Aquí los grupos eran autónomos. -¿Qué importa?
• Ii|<) otro-, ¿No recuerdas al cojo de la bufanda que requi-
11I1.1 las mantas? - Y cuando quemaron el depósito... -¿Au-
nmomos? Había de todo... -Recuerdas al alemán...
Que fueran autónomos no quiere decir nada -gritó el
lujo de la señora de la Villa—. Todos los partisanos eran asesi-
nos,
l'ara mí -dijo el doctor mirándonos lentamente-, la cul-
I >.i no fue de este o aquel individuo. Había toda una situación
le guerrilla, de ilegalidad, de sangre. Probablemente esos dos
en verdad estaban espiando... Pero -prosiguió, modulando i ucrpos y por una medallita de San Gennaro que uno de
la voz sobre la discusión que se reanudaba-, ¿quién tormo lail os tenía en el cuello, el juez dedujo que eran meridiona-
primeras facciones? ¿Quién buscó la guerra civil? ¿Quién pro, .os declaró "desconocidos" y cerró la investigación.
vocaba a los alemanes y los demás? Los comunistas. Siempre I,l que no la cerró sino que la profundizó fue el párroco,
;

ellos Ellos son los responsables. Ellos son los asesinos. Es un invocó de inmediato al alcalde, al comisario, a un comité de
mérito que nosotros los italianos les dejamos con gusto... * (¡[¡dres de familia y a los prelados. Me mantuvo al tanto el
La conclusión agradó a todos. Entonces dije que no estaba de < av.diere, porque estaba enfrentado con el párroco que le ha-
acuerdo. Me preguntaron por qué. En esos años, dije, todavij lila sacado su placa metálica del banco de la iglesia sin siquiera
estaba en Norteamérica. (Silencio). Y en Norteamérica estaba ei f> írselo. —El banco donde se arrodillaba mi madre - m e dijo-.
un campo para extranjeros. (Silencio). En Norteamérica que no Mi madre que hizo más por la iglesia que diez advenedizos
es cualquier lugar, dije, los diarios publicaron una proclama de runo él...
rey y de Badoglio que ordenaba a los italianos que se fueran al I'.l Cavaliere no juzgó a los partisanos. -Muchachos -dijo-,
monte, que hicieran guerrillas, que atacaran a los alemanes y a ucliachos que se vieron envueltos en la guerra... Cuando
los fascistas por la espalda. (Sonrisitas). Ya nadie se acordaba de¡ ¡ruso que tantos...
I'.n suma, el párroco traía agua para su molino. Aún no
eso. Reanudaron la discusión.
Cuando me iba, la maestra gritaba: -Son todos unos bas había digerido la inauguración del monumento por los
tardos - y añadía: -Quieren nuestro dinero. La tierra y el di [Tni i isanos ahorcados frente a los Camisas Negras, construi-
ñero como en Rusia. Y al que protesta lo echan. do sin su participación hacía dos años por un diputado socia-
Ñuto también llegó al pueblo para escuchar, y resoplaba 11 s i -1 de Asti que había venido para la ocasión. En la reunión
como un caballo. -¿Será posible -le dije- que ninguno de dentro de la parroquia, el cura había expulsado su veneno,
estos muchachos haya estado ahí y pueda contarlo? En Genov;, bulos se habían desahogado y se habían puesto de acuerdo.
' niño no se podía denunciar a ningún ex-partisano, por el
los partisanos tienen incluso un diario...
nrinpo que había pasado, y ya no había subversivos en el
-Ninguno de estos -dijo Ñuto-, Son todas personas qu<
pueblo, decidieron al menos dar una batalla política que re-
se pusieron el pañuelo tricolor al día siguiente. Algunos esta
|H»I cutiera en Alba y hacer una gran función: sepultura so-
ban en Nizza, como empleados... Quien arriesgó el pellejo
de verdad no tiene ganas de hablar de ello. kmne para las dos víctimas, asamblea y público anatema con-
A los dos muertos no se los podía reconocer. Los habían 11 a los rojos. Reparar y rezar. Todos estaban movilizados.
llevado en una carreta al viejo hospital, y varios que fueron a -No seré yo el que recuerde con alegría aquellos tiempos
verlos salían con una mueca de asco. -Y bueno -decían las dijo el Cavaliere-. La guerra, como dicen los franceses, es
mujeres en los umbrales de la calle-, a todos les toca alguna un sale métier. Pero este cura saca provecho de los muertos,
vez Pero es feo que sea de ese modo-. Por la baja estatura de ii aria provecho de su madre si la tuviera...

102 153
VI

Pasé por lo de Ñuto para contarle también esto. Se rascó


detrás de la oreja, miró el piso y masculló algo con pesar. -Lo
sabía -dijo luego-, ya intentó un golpe similar con los gita-
nos...
-¿Qué gitanos?
Me contó que en los días del '45 una banda de mucha-
chos había capturado a dos gitanos que durante meses iban y
venían, hacían un doble juego y denunciaban a los destaca-
mentos partisanos. -Ya lo sabes, en esos grupos había de todo.
Gente de toda Italia, y del extranjero. Incluso ignorantes.
Nunca se había visto tanta confusión. Bueno, en lugar de
llevarlos al comando, los agarran, los meten en un pozo y los
obligan a decir cuántas veces habían ido al cuartel de los sol-
dados. Después a uno de ellos, que tenía buena voz, le dicen
que cante para salvarse. Y canta, sentado en el pozo, atado,
canta como un loco, en todo su empeño. Mientras canta,
con un golpe de azada a cada uno, los derriban... Los desen-
terramos hace dos años, y de inmediato el cura dio un ser-
món en la iglesia... Sermones sobre los Camisas Negras no
dio nunca, que yo sepa.
-Yo que ustedes - l e dije- iría a pedirle una misa para los
muertos ahorcados. Si se rehusa, lo avergüenzan delante del
pueblo.
Ñuto rió sin alegría. -Es capaz de aceptar - m e dijo-, y de
todos modos hacer su asamblea.
Así que el domingo se realizó el funeral. Las autoridades, los
guardias civiles, las mujeres veladas, las Hijas de María. Ese de-
monio hizo venir incluso a los Combatientes, con casacas ama-
rillas, era el colmo. Flores por todas partes. La maestra, dueña de
viñedos, había mandado de ronda a las niñas a que saquearan los
jardines. El párroco, vestido de fiesta, con los anteojos relucien-

104
-Debes hacerlo entonces -le dije-, no es astuto provocar - H a y que salir del pueblo - l e dije-. Oír las demás cam-
a las avispas. panas, tomar aire. En Canelli es distinto. Escuchaste que tam-
Entonces gritó hacia el interior de la ventana: -Comina, bién dijo que Canelli es el infierno.
me voy-. Recogió el saco y me dijo: -¿Quieres tomar algo?-. - S i con eso bastara.
Mientras esperaba les indicó algo a los muchachos en el gal- -Es un comienzo. Canelli es la ruta hacia el mundo. Des-
pón; luego se dio vuelta y me dijo: -Estoy harto. Vamonos a pués de Canelli viene Nizza. Después de Nizza, Alessandria.
caminar. Solos nunca podrán hacer nada.
Trepamos por el Salto. Al principio no hablábamos, o Ñuto exhaló un suspiro y se detuvo. Yo también lo hice y
sólo decíamos: "Es buena la uva este año". Pasamos entre miré hacia el valle debajo.
la costa y el viñedo de Ñuto. Dejamos la callejuela y to- - S i quieres organizar algo -le dije-, debes tener contactos
mamos por el sendero, tan abrupto que había que poner con el mundo. ¿No tienen partidos que trabajan para uste-
los pies de costado. A la vuelta de una hilera de viñas nos des, diputados, personas apropiadas? Hablen, encuéntrenlos.
topamos con Berta, el viejo Berta que ya no salía nunca Así actúan en Norteamérica. La fuerza de los partidos se basa
de la propiedad. Me detuve para decirle algo, para darme en muchos pequeños pueblos como este. Los curas nunca
a conocer - n u n c a habría creído que lo encontraría aún Trabajan aisladamente, tienen por detrás una multitud de otros
vivo y tan desdentado- pero Ñuto siguió derecho; sola- curas... ¿Por qué no regresa aquel diputado que habló sobre
mente dijo: - S a l u d o s - . Seguro que Berta no me recono- los Camisas Negras?...
ció. Nos sentamos a la sombra de cuatro cañas, sobre el duro
Antes subía hasta aquí, donde terminaba el huerto de la pasto, y Ñuto me explicó por qué no regresaba el diputado.
casa de Spirita. Veníamos en noviembre a robarle los nísperos. Desde el día de la liberación -aquel ansiado 25 de abril- todo
Empecé a mirar bajo mis pies los viñedos nudosos y los ba- había ido cada vez peor. En aquellos días sí que había pasado
rrancos, la meseta roja del Salto, el Belbo y los bosques. Tam- algo. Aunque los granjeros y los miserables del pueblo no
bién Ñuto ahora iba más lento, y caminábamos obcecados, recorrían el mundo, en el año de la guerra el mundo había
serios. venido a despertarlos. Había gente de todas partes, meridio-
-Lo malo -dijo Ñuto- es que somos ignorantes. Todo el nales, toscanos, citadinos, estudiantes, evacuados, obreros.
pueblo está en manos de ese cura. Hasta los alemanes, hasta los fascistas habían servido de algo,
-¿Tú crees? ¿Por qué no le contestas? les habían abierto los ojos a los más necios, habían obligado
-¿Quieres que conteste en la iglesia? Este es un pueblo a que todos se mostraran como eran, tú de un lado, yo del
donde sólo puedes hacer un discurso en la iglesia. Si no, no te otro, tú para explotar al campesino, yo para que incluso tú
creen... El diario obsceno y anticristiano, dice él. Si no leen tengas un futuro. Y los rebeldes, los desertores le habían
ni siquiera el almanaque. mostrado al gobierno de los propietarios que no basta el capri-

108 109
cho para entrar en guerra. Por supuesto, en todo el año cua- Desde arriba contemplaba la llanura del Belbo, con los
renta y ocho también se había obrado mal, se había robado
tilos, el patio bajo de la Mora, los campos -todo empeque-
y amenazado sin motivo, aunque no tanto: siempre menos
ñecido y diferente. Nunca la había visto desde lo alto, tan
-dijo Ñuto- que la gente que los prepotentes anteriores
pequeña.
sacó a la calle y asesinó. ¿Y después, qué paso? Se había de-
-El otro día pasé por la Mora -dije-. Ya no está el pino
jado de estar alerta, se había creído en los aliados, se había
creído en los prepotentes anteriores que ahora -pasada la junto a la cerca...
tormenta- afloraban de los sótanos, de las mansiones, de -Lo mandó talar el contador, Nicoletto. Ese ignorante...
las parroquias, de los conventos. - Y a esto llegamos -dijo Lo mandó talar porque los pordioseros se quedaban bajo la
Ñuto-, a que un cura que les debe a los partisanos que las sombra a mendigar. ¿Entiendes? No le basta con haber con-
rescataron poder seguir tocando las campanas defienda a la sumido la mitad de la casa. N« siquiera permite que un po-
república y a dos espías de la república. Aun si hubieran bre se detenga a la sombra y le pida cuentas...
sido fusilados sin motivo - d i j o - , ¿tenía derecho a menos- -¿Y cómo llegó a arruinarse tanto? Gente que tenía ca-
cabar a los partisanos que murieron como moscas para sal- rruaje. Con el viejo no hubiera sucedido...
var al país? Ñuto no dijo nada, arrancaba manojos de pasto seco.
- N o estaba solamente Nicoletto -dije-. ¿Y las mucha-
Mientras él hablaba, yo veía Gaminella frente a mí, que a
chas? Cuando pienso en ellas, me bulle la sangre. Claro que a
esa altura parecía aún más grande, una colina del tamaño de
las dos les gustaba divertirse, y Silvia era una tonta que caía
un planeta, y desde allí se distinguían mesetas, arbolitos, sen-
en manos de todos, pero mientras el viejo vivía siempre la
das que nunca había visto. Un día, pensé, es preciso que su-
contuvieron... Al menos la madrastra no debía morir... Y la
bamos allá arriba. También esto forma parte del mundo. Le
pequeña, Santina, ¿cómo terminó?
pregunté a Ñuto: -¿Había partisanos allá arriba?
Ñuto seguía pensando en el cura y en los espías, porque
-Los partisanos estaban en todas partes -dijo-. Los caza-
torció la boca de nuevo y tragó saliva.
ron como animales. Murieron por todas partes. Un día oías
-Estaba en Canelli - d i j o - . No se soportaban con
que disparaban sobre el puente, al día siguiente estaban más
Nicoletto. Alegraba a las brigadas negras. Iodos lo saben.
allá de Rormida. Y nunca se podía cerrar los ojos tranquila-
Después un día desapareció.
mente, no había una cueva que fuese segura... Por todas par-
-¿Es posible? -dije-. ¿Pero qué hizo? ¿Santa Santina? Y
tes había espías...
pensar que a los seis años era tan hermosa...
- Y tú, ¿fuiste partisano? ¿Estuviste allí?
- N o la viste a los veinte -dijo Ñuto-, las otras dos no
Ñuto tragó saliva y sacudió la cabeza. -Todos hicimos
eran nada. La mimaron mucho, don Matteo sólo se pre-
algo. Demasiado poco... pero había peligróle que un espía
ocupaba por ella... ¿Recuerdas que Irene y Silvia no querían
te mandara quemar la casa...
salir con la madrastra para no hacer un mal papel a su lado?

110
111
Y bien, Santa era más hermosa que las dos y la madre jun-
tas.
-¿Y cómo desapareció? ¿No se sabe qué hizo?
Ñuto dijo: - S e sabe. Hacía de puta. XIV
-¿Y eso es tan grave?
-Era puta y espía.
-¿La mataron? Parecía un destino. A veces me preguntaba por qué entre
-Volvamos a casa -dijo Ñuto- Quería distraerme, pero tanta gente ahora sólo quedábamos Ñuto y yo, precisamente
contigo no se puede. nosotros. Los deseos que en un tiempo había tenido (una
mañana, en un bar de San Diego, casi me habían enloqueci-
do) de aparecer por esa avenida, abrir el portón entre el pino
y la curva de los tilos, escuchar las voces, las carcajadas, las
gallinas, y decir "Aquí estoy, he vuelto" frente a las caras
asombradas de todos -los sirvientes, las mujeres, el perro,
el viejo- y los ojos claros y los ojos negros de las hijas que
me habrían reconocido desde la terraza, esos deseos nunca
serían satisfechos. Había vuelto, había reaparecido, había
hecho fortuna -dormía en el Angelo y conversaba con el
Cavaliere-, pero los rostros, las voces y las manos que de-
bían tocarme y reconocerme ya no estaban. Lo que queda-
ba era como una plaza al día siguiente de la feria, un viñedo
después de la vendimia, como ir solo al restaurante cuando
alguien te dejó plantado. Ñuto, el único que quedaba, ha-
bía cambiado, era un hombre como yo. Para decirlo de una
vez, también yo era un hombre, era otro. Aun si hubiera
encontrado la Mora tal como la había conocido el primer
invierno, y luego el verano, y luego otra vez verano e invier-
no, día y noche, durante todos aquellos años, quizás no
hubiese sabido qué hacer. Venía de un lugar demasiado dis-
tante; ya no pertenecía a esa casa, ya no era como Cinto, el
mundo me había cambiado.

146 113
Las noches de verano, cuando estábamos sentados bajo el dalias, geranios, adelfas. Comprendí que las flores eran plan-
pino o sobre la viga del patio, en vela -los que pasaban se tas como los frutales, daban flores en lugar de frutos y se
detenían en la cerca, las mujeres reían, alguien salía del esta- recolectaban, les servían a la señora, a las hijas, que salían con
blo- la charla siempre terminaba cuando los viejos, el mayo- la sombrilla y cuando estaban en casa las ponían en los flore-
ral Lanzone, Serafina y a veces, si bajaba, don Matteo, decían ros. Irene y Silvia tenían entonces dieciocho y veinte años, a
"Sí, sí, jovencitos, sí, sí, muchachas... piensen en crecer... es veces alcanzaba a verlas. Después estaba Santina, la hermanastra
lo que nos decían nuestros abuelos... ya verán cuando les to- recién nacida, que Emilia corría a acunar todas las veces que
que a ustedes". En esa época no imaginaba qué era crecer, se la oía llorando.
creía que solamente era hacer cosas difíciles, como comprar Por la noche, en la cabaña de Gaminella, les contaba todo
una yunta de bueyes, ponerle precio a la uva, manejar la tri- esto a Angiolina, a Padrino, a Giulia, si ella no había ido
lladora. No sabía que crecer significa irse, envejecer, ver mo- conmigo, y Padrino decía: -Es un hombre que puede com-
rir a alguien, encontrar la Mora como estaba ahora. Interna- prarnos a todos. A Lanzone le va bien con él. Don Matteo
mente pensaba "Que me muera si no voy a Canelli, si no nunca morirá en la calle. Puedes estar seguro - . Incluso el
tengo éxito, si no me compro una granja, si no me vuelvo granizo, que nos había pelado la viña, no había caído del otro
mejor que Ñuto". Luego pensaba en el carruaje de don Matteo lado del Belbo, y todas las propiedades de la llanura y del
y de las hijas. En la terraza. En el piano en el salón. Pensaba Salto brillaban como el lomo de un novillo. -Estamos en la
en las cubas y en los depósitos de grano. En la fiesta de San ruina -decía Padrino- ¿cómo hago para pagarle al Consor-
Roque. Era un muchacho que crecía. cio? - . Ya viejo como estaba, su temor era terminar sin techo
El año que granizó y en el que después Padrino debió ni tierra. - Y vende - l e decía Angiolina con los dientes apreta-
vender la cabana e ir como sirviente a Cossano, ya me había dos-, a algún sitio iremos. - S i todavía estuviera tu madre -se
mandado varias veces durante el verano de jornalero a la Mora. quejaba el Padrino. Comprendí que ese otoño era el último,
Tenía trece años, pero algo hacía y aportaba algún dinero. y cuando andaba por el viñedo o por la costa siempre estaba
Cruzaba el Belbo a la mañana -una vez vino también Giulia- alerta esperando que me llamaran, que viniese alguno para
y con las mujeres, con los sirvientes, con Cirino, Serafina, echarme de allí. Porque sabía que yo no era nadie.
ayudábamos a recoger las nueces, el maíz, la vid, apacentába- Luego sucedió que intervino el párroco -el de aquella épo-
mos a los animales. Me gustaba ese huerto tan grande -éra- ca, un viejo de nudillos duros- que compró en representa-
mos muchos y nadie te buscaba- y además estaba junto a la ción de otro, habló con el Consorcio, fue hasta Cossano,
avenida, bajo el Salto. Tantas caras nuevas, el carruaje, el ca- ubicó a las muchachas y a Padrino, y yo, -cuando vino la
ballo, las ventanas con visillos. Fue la primera vez que vi flo- carreta para llevarse el armario y los bultos- fui al establo a
res, verdaderas flores, como las que había en la iglesia. Bajo desatar a la cabra. Ya no estaba, también la habían vendido.
los tilos, por el lado de la cerca estaba el jardín, lleno de zinias, Mientras lloraba por la cabra, llegó el párroco -tenía un gran

114 153
Emilia me dijo que parecía una anguila. Esa noche comi-
mos cuando ya estaba oscuro, a la luz de la lámpara de petró-
leo, todos en la cocina: las dos mujeres, Cirino y el mayoral
Lanzone que me dijo que la vergüenza en la mesa quedaba
bien, pero que el trabajo había que hacerlo con espontanei-
dad. Me preguntaron por Virgilia, por Angiolina, sobre
Cossano. Después llamaron a Emilia desde arriba, el mayoral
se fue al establo y me quedé solo con Cirino frente a la mesa
cubierta de pan, de queso, de vino. Entonces me animé y
Cirino me dijo que en la Mora había para todos.
Así llegó el invierno, cayó mucha nieve y el Belbo se con-
geló. Estábamos al abrigo en la cocina o en el establo, sola-
mente había que sacar nieve con la pala del huerto o frente al
portón, o ir a buscar otro atado de leña, o limpiaba las made-
ras para Cirino, traía el agua, jugaba a las canicas con los
muchachos. Llegó Navidad, Año Nuevo, Reyes; se tostaban
las castañas, destapábamos vino, comimos dos veces pavo y
una vez ganso. La señora, las hijas, el señor Matteo se hacían
preparar el carruaje para ir a Canelli; una vez trajeron a casa
turrones y le dieron a Emilia. El domingo iba a misa en el
pueblo con los muchachos del Salto, con las mujeres, y llevá-
bamos a hornear el pan. La colina de Gaminella estaba yer-
ma, blanca de nieve, la veía en medio de las ramas secas del
Belbo.

117
VIII

No sé si compraré un pedazo de tierra, si empezaré a cor-


tejar a la hija de Cola - n o creo, mi jornada son ahora los
teléfonos, los despachos, los pavimentos de las ciudades-,
pero incluso antes de regresar me pasaba muchas veces que al
salir de un bar, subiendo a un tren, volviendo a la noche,
aspiraba en el aire la estación del año, recordaba que era la
época de la poda, de la siega, de aplicar el sulfato, de lavar las
cubas, de cortar las cañas.
En Gaminella no era nadie, en la Mora aprendí un oficio.
Allí nadie me habló más de las cinco liras del municipio, al año
siguiente ya no pensaba en Cossano. Era el Anguila y me ganaba
el pan. Al principio no fue fácil, porque los terrenos de la Mora
iban desde la llanura del Belbo hasta la mitad de la colina y yo,
habituado al viñedo de Gaminella donde era suficiente con Pa-
drino, me confundía con tantos animales, tantos cultivos y tan-
tos rostros. Antes nunca había visto sirvientes trabajando, y re-
coger tantas carretas de grano, tantas de maíz, tantas de vid. So-
lamente las habas y los garbanzos abajo del camino los calculá-
bamos de a bolsas. Entre nosotros y los patrones éramos más de
diez a comer, y vendíamos la uva, vendíamos el grano y las nue-
ces, vendíamos de todo, y el mayoral también sacaba su parte,
don Matteo tenía su caballo, sus hijas tocaban el piano e iban y
venían a las modistas de Canelli, Emilia les servía en la mesa.
Cirino me enseñó a manejar a los novillos, a cambiarles la
paja apenas defecaban. -Lanzone quiere a los novillos como

119
a esposas - m e dijo. Me enseñó a cepillarlos bien, a preparar- prefería escuchar detrás de la reja lo que decían los transeún-
les el bebedero, a darles la ración justa de heno. El día de San tes. A veces me escapaba por la calle hasta la casa del Salto, al
Roque los llevaban a la feria y el mayoral ganaba sus buenas taller del padre de Ñuto. Allí ya había todas esas virutas y
monedas. En primavera, cuando esparcíamos el abono, yo esos geranios que sigue habiendo ahora. Cualquiera que pa-
manejaba la carreta humeante. En la estación buena, había sara por allí, yendo a Canelli o regresando, se paraba a decir
que salir antes que amaneciera y atar los animales en el patio algo, y el carpintero manejaba los cepillos, manejaba el cincel
cuando estaba oscuro, bajo las estrellas. Ahora tenía un saco o la sierra, y hablaba con todos, sobre Canelli, sobre los vie-
que me llegaba a las rodillas y estaba abrigado. Cuando salía jos tiempos, sobre política, sobre la música y los locos, sobre
el sol llegaban Serafina o Emilia trayendo el vino, o yo me el mundo. Había días en que podía quedarme porque tenía
hacía una escapada hasta la casa y tomábamos el desayuno, el algún encargo que hacer, y absorbía esas conversaciones mien-
mayoral enumeraba los trabajos de la jornada, arriba empe- tras jugaba con los otros chicos, como si los adultos hablaran
zaban a moverse, pasaba gente por la avenida, a las ocho se para mí. El padre de Ñuto leía el diario.
oía el silbato del primer tren. Pasaba el día recogiendo pien- También en casa de Ñuto hablaban bien de don Matteo;
so, dando vuelta los heniles, sacando agua, preparando el ver- contaban que había sido soldado en Africa y que todos ya lo
dín, regando el huerto. Cuando avanzaba la jornada de los habían dado por muerto, la parroquia, la novia, su madre, y
braceros, el mayoral me mandaba a mirar que zaparan, que el perro que aullaba día y noche en el patio. Y una noche, se
colocaran bien el azufre o el verdín debajo de las hojas, que ve pasar el tren de Canelli detrás de los árboles, y el perro
no se pararan a charlar en el fondo del viñedo. Y los braceros comienza a ladrar frenético, y la madre supo en seguida que
me decían que yo era como ellos, que los dejara fumar en paz en él estaba Matteo, de regreso. Historias viejas. En aquellos
una colilla. - F í j a t e cómo se hace - m e decía Cirino tiempos la Mora sólo tenía la casa rústica, las hijas todavía no
escupiéndose en las manos y levantando la azada-, dentro de habían nacido, y don Matteo estaba siempre en Canelli, siem-
un tiempo también tú empezarás a trabajar. pre encima del carruaje, siempre de cacería. Calavera, pero no
Porque ahora no trabajaba de verdad; las mujeres me lla- demasiado. Trataba sus negocios riendo y comiendo. Aun
maban en el patio, me mandaban a hacer esto o aquello, me ahora, a la mañana se comía un pimiento y también tomaba
retenían en la cocina mientras amasaban y prendían el fuego, un buen vino. Hacía un tiempo que había enterrado a la mujer
y yo me quedaba escuchando, miraba quién iba y quién ve- que le había dado las dos hijas; hacía poco había tenido otra
nía. Cirino, que era un sirviente como yo, tenía en cuenta hija con la mujer que ahora había entrado en la casa, y aun-
que sólo era un chico y me hacía encargos que me mantenían que ya era viejo seguía bromeando y dirigiendo todo.
a la vista de las mujeres. Él no estaba mucho con las mujeres; Don Matteo nunca había trabajado la tierra, don Matteo
casi era un viejo, sin familia, y el domingo encendiendo un era un patrón, aunque tampoco había estudiado o viajado.
toscano me contaba que ni siquiera al pueblo iba con gusto, Salvo en aquella ocasión de África, nunca más había ido más

120 153
allá de Acqui. Había sido un apasionado por las mujeres - M e llama Mili -balbucée.
—incluso Cirino lo decía— como su abuelo y su padre habían -Ve, ve-dijo ella-, pasa rápido.
sido apasionados por las posesiones y habían unido las gran- En la terraza tendían las sábanas limpias, y había sol, y al
jas. Eran una estirpe así, hecha de tierra y de sustancioso de- fondo hacia Canelli el palacete del Nido. También estaba
seo, les gustaba la abundancia, a unos el vino, el grano, la Irene, la rubia, apoyada en la baranda con una toalla sobre los
carne, a otros las mujeres y el dinero. Mientras que el abuelo hombros, haciéndose secar el pelo. Y Emilia que sostenía la
había arado y trabajado sus tierras, ya los hijos habían cam- escalera me gritó: -Ven aquí, muévete.
biado y preferían disfrutar de las cosas. Pero aun ahora don Irene dijo algo, se reían. Todo el tiempo que sostuve la
Matteo con un vistazo sabía decir cuántos quintales debía escalera miré la pared y el cemento, y para desahogarme pen-
dar un viñedo, cuantas bolsas aquel campo, cuánto abono se saba en las charlas que teníamos con los muchachos cuando
necesitaba para aquel prado. Cuando el mayoral le llevaba las íbamos a escondernos entre las cañas.
cuentas, se encerraban en una habitación de arriba, y Emilia
que les servía el café nos decía que don Matteo ya sabía las
cuentas de memoria y se acordaba de una carretilla, de un
canasto, de una parcela perdida el año anterior.
Por un tiempo no subí la escalera que llevaba hacia arriba,
detrás de la puerta de vidrio, me daba demasiado miedo. Emilia,
que iba y venía y podía ordenarme porque era nieta del mayoral
y cuando arriba había alguien de visita servía ella con delantal,
Emilia a veces me llamaba desde las ventanas, desde la terraza,
me decía que subiera, que le llevara algo. Yo trataba de desapare-
cer bajo la galería. Una vez que tuve que subir con un balde, lo
apoyé sobre los ladrillos del rellano y huí. Y recuerdo la mañana
en que había que hacer algo en el alero sobre la terraza, y me
llamaron para que sostuviera la escalera del hombre que lo esta-
ba arreglando. Pasé el rellano, atravesé dos habitaciones oscuras,
llenas de muebles, de almanaques, deflores-todo era brillante,
leve, como los espejos-, yo caminaba descalzo sobre los ladrillos
rojos y apareció la señora, de negro, con el medallón al cuello y
una sábana sobre el brazo, me miró los pies.
Desde la terraza Emilia gritaba: -Anguila, ven Anguila.

122 123
VIII

Desde la Mora se baja al Belbo más fácilmente que desde


Gaminella, porque la calle de Gaminella se precipita en el
agua en medio de zarzas y acacias. En cambio aquella otra
ribera está hecha de arena, de sauces y cañas bajas herbáceas,
de espaciosos bosques de árboles que se extienden hasta los
cultivos de la Mora. En algunos días de verano, cuando Cirino
me mandaba a cortar o juntar ramas, yo se lo decía a mis
amigos y nos encontrábamos a orillas del agua. Uno traía un
canasto roto, otro una bolsa, y pescábamos y jugábamos des-
nudos. Corríamos al sol sobre la arena ardiente. Allí me en-
orgullecí de mi sobrenombre, Anguila, y fue entonces cuan-
do Nicoletto por envidia dijo que nos denunciaría y empezó
a llamarme bastardo. Nicoletto era hijo de una tía de la seño-
ra, y pasaba el invierno en Alba. Nos agarrábamos a pedra-
das, pero debía tener cuidado de no hacerle daño para que a
la noche no tuviera moretones que mostrar en la Mora. Tam-
bién en ocasiones el mayoral o las mujeres que trabajaban en
los campos nos veían, y entonces debía correr desnudo a es-
conderme y aparecer en la propiedad subiéndome los panta-
lones. Pero nadie me libraba de un puñetazo en la cabeza y
un reto del mayoral.
Sin embargo, eso no era nada comparado con la vida que
ahora llevaba Cinto. Su padre estaba siempre encima, lo vigi-
laba desde el viñedo, las dos mujeres le gritaban, lo insulta-
ban, querían que en lugar de quedarse en lo de Piola volviera

125
a casa con el pienso, con mazorcas de maíz, con pieles de
conejo, con mondongo. Todo faltaba en esa casa. No co-
mían pan. Tomaban agua. Polenta y garbanzos, con pocos
garbanzos. Sé lo que es eso, sé lo que significa zapar o aplicar
el sulfato en las horas de calor, con hambre y con sed. Sé que
el viñedo de la cabaña no alcanzaba siquiera para nosotros,
que no teníamos que dividirlo.
Valino no hablaba con nadie. Cavaba, podaba, ataba,
tiraba, arreglaba; le daba patadas al novillo en la cara, mas-
ticaba la polenta, alzaba los ojos en el patio, ordenaba con
la mirada. Las mujeres corrían, Cinto se escapaba. Luego a
la noche, cuando era la hora de ir a dormir -Cinto cenaba
mordisqueando algo por las riberas-Valino lo agarraba, aga-
rraba a la mujer, agarraba a quien le parecía, en la puerta, en la
escalera del granero, y les daba azotes con el cinturón.
Me bastó lo poco que había oído de parte de Ñuto, y la
cara siempre atenta, siempre tensa de Cinto cuando lo en-
contraba por la calle y le hablaba, para entender lo que era
ahora Gaminella. Y estaba también el perro al que tenían
atado y no le daban de comer, y el perro de noche oía a los
erizos, oía a los murciélagos y a las comadrejas y saltaba como
un loco para atraparlos, y ladraba, le ladraba a la lunajque le
parecía de polenta. Entonces Valino salía de la cama y tam-
bién lo mataba a cintazos y a patadas.
Un día convencí a Ñuto de que fuera a Gaminella para
ver esa cuba rota. No quería saber nada; decía: -Ya sé que si le
hablo es para decirle que es un miserable, que vive como un
animal. ¿Y puedo decirle eso? Si sirviera... Primero es preciso
que el gobierno queme el dinero y a quienes lo defienden...
En la calle le pregunté si estaba convencido de que la mi-
seria era lo que embrutecía a la gente. -¿Nunca leíste en el

126
Después callamos. Yo pensaba en la vieja. Detrás de las
cañas, apareció Cinto con un fardo de pasto. Venía hacia no-
sotros rengueando y Ñuto me dijo que tenía mucho estóma-
go para llenarle la cabeza de sueños.
-¿Qué sueños? Cualquier otra vida sería mejor para él...
Todas las veces que me encontraba con Cinto pensaba en
regalarle unas liras, pero después me contenía. No las habría
disfrutado, ¿qué podía hacer con ellas? Pero esta vez nos de-
tuvimos y fue Ñuto quien le dijo: -¿Encontraste la víbora?
Cinto guiñó un ojo y dijo: - S i la encuentro le corto la
cabeza.
- S i no la molestas, la víbora no te muerde -dijo Ñuto.
Entonces me acordé de mis tiempos y le dije a Cinto: - S i
pasas el domingo por el Angelo, te regalo una buena navaja
con botón.
-¿Sí? -dijo Cinto, con los ojos muy abiertos.
-Claro que sí. ¿Alguna vez fuiste a ver a Ñuto en el Salto?
Te gustaría. Hay bancos, cepillos, destornilladores... Si tu pa-
dre te deja, hago que te enseñen un oficio.
Cinto alzó los hombros. - A mi padre... -farfulló- no se
lo puedo decir...
Cuando después se fue, Ñuto dijo: -Yo todo lo entiendo,
pero no un chico que viene al mundo tan maltrecho... ¿Qué
puede hacer?

12
X II

Ñuto dice que recuerda la primera vez que me vio en la


Mora -estaban matando un cerdo y todas las mujeres se ha-
bían ido, excepto Santina que entonces apenas caminaba y
llegó justo cuando el cerdo chorreaba sangre. —Llévense a esa
niña -gritó el mayoral, y Ñuto y yo la perseguimos y la atra-
pamos, recibiendo abundantes patadas. Pero si Santina cami-
naba y corría, quería decir que yo estaba en la Mora hacía
más de un año y nos habíamos visto antes. Yo creo que la
primera vez'ftje cuando todavía no estaba allí, el otoño ante-
rior a la granizada, antes de la cosecha. Estábamos en el patio
a la sombra, un montón de gente, sirvientes, muchachos,
campesinos de los alrededores, mujeres. Unos cantaban, otros
reían, sentados sobre las grandes parvas de maíz, y cosechába-
mos, en medio del olor seco y polvoriento de las bolsas, y
arrojábamos las mazorcas amarillas contra el muro de la gale-
ría. Y esa noche estaba Ñuto, y cuando Cirino y Serafina
pasaban con los vasos él bebía como un hombre. Debía de
tener quince años, para mí ya era un hombre. Todos habla-
ban y contaban historias, los jóvenes hacían reír a las mucha-
chas. Ñuto había llevado la guitarra y en vez de cosechar,
tocaba. Ya entonces tocaba bien. Al final todos habían baila-
do y decían "Bravo Ñuto".
Pero esa noche se repetía todos los años, y quizás Ñuto
tiene razón y nos hayamos visto en otra ocasión. En la casa
del Salto él ya trabajaba con su padre; lo veía en el banco de

131
trabajo aunque sin delantal. Se quedaba poco en el banco. que el ignorante no se distingue por el trabajo que hace sino
Siempre estaba dispuesto a escaparse, y era sabido que yendo por cómo lo hace, y que algunas mañanas al levantarse tam-
con él no se hacían solamente juegos de niños, no se desper- bién él sentía deseos de sentarse en el taller y fabricar una
diciaba la ocasión -siempre pasaba algo, se hablaba, se en- hermosa mesa. -¿De qué tienes miedo? - m e decía-, las cosas
contraba a alguien, se hallaba un nido raro, un animal nunca se aprenden haciéndolas. Basta con tener ganas... Corrígeme
visto, se llegaba a un lugar nuevo-, en resumen, siempre se si me equivoco.
ganaba algo, un hecho que contar. Y además, me gustaba En los años siguientes, aprendí muchas otras cosas de Ñuto,
Ñuto porque estábamos de acuerdo y me trataba como a un o quizás tan sólo era que estaba creciendo y empezaba a en-
amigo. Ya entonces tenía esos ojos profundos, de gato, y cuan- tender por mí mismo. Pero fue él quien me explicó por qué
do decía algo agregaba: "Corrígeme si me equivoco". Fue así Nicoletto era tan basura. -Es un ignorante - m e dijo-, cree
que empecé a entender que no se habla sólo por hablar, para que porque vive en Alba y lleva zapatos todos los días y nadie
decir "hice esto", "hice aquello", "he comido y he bebido", lo obliga a trabajar vale más que un campesino como noso-
sino que se habla para hacerse una idea,„para entender cómo tros. Y en su casa lo mandan a la escuela. Sabes que los suyos
funciona este mundo. Nunca antes lo había pensado. Y Ñuto lo mantienen trabajando sus tierras. Él ni siquiera se da cuen-
lo sabía hacía tiempo, era como un adulto; algunas noches de ta - . Fue Ñuto quien me dijo que con el tren se va a todas
verano venía a pasarlas bajo el pino -en la terraza estaban partes, y que cuando terminan las vías comienzan los puer-
Irene y Silvia, estaba la madre- y él bromeaba con todos, les tos, que los barcos tienen itinerarios, todo el mundo es una
hacía burla a los más ridículos, contaba historias sobre gran- red de rutas y de puertos, un itinerario de gente que viaja,
jas, sobre sinvergüenzas y necios, sobre músicos y sobre con- que hace y que deshace, y en todas partes hay gente capaz y
tratos con el cura, que se parecía a su padre. Don Matteo le gente necia. Me dijo también los nombres de muchos países
decía: -Quisiera ver qué harás cuando vayas al ejército. En el y que bastaba con leer el diario para encontrar nombres de
regimiento te sacan los pájaros de la cabeza - y Ñuto respon- todos los orígenes. Así, algunos días en que estaba en la pro-
día: -Es difícil sacarlos a todos. ¿No oye cuántos hay en estos piedad, en los viñedos sobre el camino cavando al sol, y oía
viñedos? llegar el tren entre los durazneros y llenar con su ruido todo
Escuchar esas conversaciones, ser amigo de Ñuto, cono- el valle yendo o viniendo de Canelli, en esos momentos me
cerlo así, me hacía el efecto de tomar vino y oír música. Me quedaba sobre la azada, miraba el humo, los vagones, miraba
avergonzaba ser solamente un chico, un sirviente, no saber hacia Gaminella, el palacete del Nido, hacia Canelli y
conversar como él, y me parecía que por mí mismo nunca Calamandrana, hacia Calosso, y me parecía que había toma-
lograría hacer nada. Pero él me daba confianza, me decía que do vino, que era otro, que era como Ñuto, que llegaría a
quería enseñarme a tocar la trompeta, llevarme a las fiestas de valer lo mismo que él, y que un buen día yo también toma-
Canelli, hacer que acertara diez tiros en el blanco. Me decía ría ese tren para irme quién sabe adonde.

132 153
También había ido varias veces a Canelli en bicicleta, y Llegó un momento en que con Ñuto, cuando yo tenía ya
me detenía sobre el puente del Belbo -pero la vez que encon- dieciséis o diecisiete años y él estaba por entrar en el ejército,
tré allí a Ñuto fue como si hubiese sido la primera. Él había uno de los dos birlaba una botella de la bodega y después nos
ido a buscar una herramienta para su padre y me vio delante la llevábamos al Salto, nos metíamos entre las cañas si era de
de un quiosco donde yo miraba tarjetas postales. -¿Com- día, al borde del viñedo si había luna, y tomábamos de la
praste ya los cigarrillos? - m e dijo de repente sobre el hom- botella y hablábamos de chicas. Lo que no me imaginaba en
bro. Yo, que calculaba cuántas canicas rojas se compraban esa época era que todas las mujeres están hechas del mismo
con dos billetes, me avergoncé, y desde ese día abandoné las mo3o, todas buscan a un hombre. Y así debe ser, me decía
canicas. Después anduvimos juntos y miramos a la gente que errando pensaba en ello; pero que a todas, aun a las más her-
entraba y salía del café. Los cafés de Canelli no son hosterías, mosas, aun a las más nobles, les gustara algo semejante me
no se toma vino, sino bebidas. Escuchábamos a los jóvenes asombraba. Entonces ya era un poco más despierto, había
que hablaban de sus proezas y con mucha calma contaban oído mucho, y sabía, veía cómo también Irene y Silvia co-
historias grandes como una casa. En la vidriera había un anun- rrían detrás de éste o de aquél. Pero me asombraba. Y Ñuto
cio impreso, con un buque y unos pájaros blancos, y sin pre- me decía: -¿Qué crees? La luna existe para todos, igual que
guntarle nada a Ñuto supe que era por esos pájaros que anhe- las lluvias, igual que las enfermedades. Así se viva en una cue-
laban viajar, ver el mundo. Después hablamos de ello y Ñuto Va-oen un palacio, la sangre en todas partes es roja.
me dijo que uno de esos jóvenes - u n o rubio, de corbata y -¿Y entonces por qué dice el párroco que es pecado?
pantalones planchados- era empleado en la oficina donde -Es pecado el viernes -decía Ñuto secándose la boca-,
iban a firmar contrato los que querían embarcarse. Otra cosa pero hay otros seis días.
que oí ese día fue que en Canelli había un carruaje que salía
cada tanto con tres mujeres arriba, incluso cuatro, y esas
mujeres daban un paseo por las calles, iban hasta la Estación,
hasta Sant'Anna, arriba y abajo por la avenida, y tomaban
bebidas en diversos lugares, todo para hacerse ver, para atraer
a los clientes, según lo que había pensado su patrón, y luego
el que tenía dinero y la edad suficiente entraba en la casa de
Villanova y dormía con una de ellas.
-¿Todas las mujeres de Canelli lo hacen? -le pregunté a
Ñuto cuando lo supe.
-Sería mejor, pero no -dijo él-. No todas andan en ca-
rruaje.

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me, pero en ese momento para darme coraje pensé solamen- Mientras le hacían fiestas a la niña, yo no sabía si debía
te en una cosa que nos había dicho Emilia sobre Silvia: "Esa irme. Los vidrios de la sala brillaban, y mirando a lo lejos
duerme sin camisón". más allá del Belbo se veía Gaminella, los cañaverales, la ribera
-Trabajas mucho - m e dijo aquel día don Matteo- y de- de mi casa. Recordé las cinco liras del municipio.
jaste que el Padrino dilapidara el viñedo. ¿No tienes amor Entonces le dije a don Matteo, que hacía saltar a la peque-
propio? ña: -¿Debo ir a Canelli mañana?
-Todavía son chicos -dijo la señora- y ya reclaman el jornal. -Pregúntale a ella.
Hubiese querido esfumarme. Desde su silla Silvia giró los Pero Silvia gritaba desde la baranda que la esperaran. Irene
ojos y le dijo algo a su padre. Dijo: -¿Alguien fue a buscar las pasaba en carruaje bajo el pino con otra muchacha, las lleva-
semillas a Canelli? En el Nido los claveles ya florecieron. ba un joven de la Estación. - ¿ M e llevan a Canelli? -gritó
Nadie le dijo "Ve tú". Al contrario, don Matteo me miró Silvia.
un momento y murmuró: -¿Ya está terminado el viñedo Un momento después se habían ido todas, la señora Elvira
blanco? entraba a la casa con la pequeña, las otras reían en la calle. Le
-Esta tarde terminamos. dije a don Matteo: -Antes el hospicio pagaba cinco liras por
-Mañana habrá que hacer el acarreo... mí. Hace rato que no las he visto más y nadie sabe quién se
-El mayoral dijo que piensa hacerlo. las queda. Pero yo trabajo por más de cinco liras... Tengo que
Don Matteo me miró de nuevo y me dijo que estaba a comprarme zapatos.
jornal con albergue y comida y_que debía bastarme. -El ca- Esa tarde fui feliz y se lo dije a Cirino, a Ñuto, a Emilia, al
ballo se contenta con eso - m e dijo- y trabaja más que tú. caballo: don Matteo me había prometido cincuenta liras al
Hasta los novillos se contentan con eso. ¿Recuerdas Elvira mes, todas para mí. Serafina me preguntó si quería que ella
cuando vino este muchacho que parecía un pajarito? Ahora me las guardara; si las llevaba en el bolsillo, iba a perderlas.
crece, engorda como un fraile. Si no estás atento - m e dijo-, Me lo preguntó cuando Ñuto estaba presente: Ñuto empe-
en Navidad te matan junto con el otro... zó a silbar y dijo que era mejor cuatro monedas en mano que
Silvia dijo: -¿No hay nadie que vaya a Canelli? un millón en el banco. Después Emilia comenzó a decir que
-Díselo a él -dijo la madrastra. quería un regalo de mi parte, y toda la noche se habló de mi
Llegaron a la terraza Santina y Emilia. Santina tenía zapa- dinero.
tillas rojas y el cabello muy fino, casi blanco. No quería co- Pero como decía Cirino, ahora que estaba contratado me
mer su papilla y Emilia trataba de agarrarla y llevarla de nue- correspondía trabajar como un hombre. Yo no había cam-
vo adentro. biado en nada, los mismos brazos, la misma espalda, me se-
-Santa Santina -dijo don Matteo levantándose-, ven aquí guían diciendo Anguila, no veía la diferencia. Ñuto me acon-
que te como. sejó que no me preocupara; me dijo que probablemente si

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decía que eran solamente perros que ladran y atacan a los
perros extraños y que el dueño azuza a un perro por interés,
para seguir siendo dueño, pero que si los perros no fueran
animales se pondrían de acuerdo y entonces atacarían al due-
ño. No sé de dónde había sacado esasideas, creo que de su
padre y de los viajeros; él decía que era como la guerra que se
había realizado en e l ' 1 8 : muchos perros desatados por el
dueño para que se mataran y los dueños siguieran mandan-
do. Decía que bastaba con leer el diario -los diarios de la
época- para entender que el mundo está lleno de dueños que
azuzan a los perros. A menudo recuerdo esas palabras de Ñuto
en estos tiempos, esos días en que ni siquiera tienes ganas de
saber lo que sucede y sólo con andar por las calles ves las
hojas en manos de la gente, negras de titulares como una
tormenta.
Ahora que tenía mi primer dinero, tuve ganas de saber
cómo vivían Angiolina, Giulia y Padrino. Pero nunca en-
contraba la ocasión de ir a buscarlos. Les preguntaba a los
de Cossano que pasaban por la avenida en los días de la
vendimia, llevando el carro con la uva a Canelli. Uno llegó
a decirme una vez que me esperaban, que Giulia me espera-
ba, se acordaban de mí. Pregunté cómo estaban ahora las
chicas. -¿Qué chicas? - m e dijo el fulano. -Son dos mujeres.
Trabajan a jornal como tú-. Entonces pensé justamente en ir
a Cossano pero nunca tenía tiempo, y en invierno el camino
estaba demasiado feo.

141
XIX

El primer día de mercado Cinto llegó al Angelo a buscar


la navaja que le había prometido. Me dijeron que un chico
me esperaba afuera y lo encontré vestido de fiesta, con los
botines, atrás de cuatro que jugaban a las cartas. Su padre, me
dijo, estaba en la plaza mirando una azada.
-¿Quieres el dinero o la navaja? - l e pregunté. Quería
la navaja. Entonces salimos al sol, pasamos entre los pues-
tos de telas y de sandías, entre la gente, hasta los paños
de arpillera abiertos sobre el piso, llenos de herramien-
tas, de ganchos, de rejas de arado, de clavos, e íbamos
buscando.
—Si la ve tu padre —le dije—, es capaz de quitártela. ¿Donde
la vas a esconder?
Cinto reía, con sus ojos sin pestañas. -En cuanto a mi
padre -dijo-, si me la quita lo mato.
En el puesto de los cuchillos le dije que eligiera él. No me
creía. -Adelante, hazlo-. Eligió una navaja que incluso a mí
me dio envidia: hermosa, gruesa, color castaña de India, con
dos hojas a botón y un sacacorchos.
Después volvimos al hotel y le pregunté si había encon-
trado las demás cartas en las zanjas. Tenía la navaja en la mano,
la abría y la cerraba, probando los filos contra la palma. Me
respondió que no. Le dije que una vez yo me había compra-
do una navaja igual en el mercado de Canelli, y que en el
campo me había servido para cortar ramas.

143
Le hice traer un vaso de menta y mientras bebía le pregunté
si alguna vez había viajado en tren o en ómnibus. Más que en temporal, una tromba, una tormenta de verano que les aguara la
tren, me respondió, le habría gustado andar en bicicleta, pero fiesta. Ahora, al pensar en ello, añoro aquellos tiempos, quisiera
Gosto de los Morone le había dicho que con su pie era impo-
sible, le haría falta una moto. Empecé a contarle de cuando en Y quisiera volver a estar en el patio de la Mora, aquella
s i e s u . d e «gestüjcuando todos se habían ido de fiesta a Canelli,
California manejaba una camioneta, y se quedó escuchándo-
me sin mirar más a los cuatro que jugaban a los naipes. "incluso Cirino, incluso los vecinos, y a mí, que solamente te-
nía los zuecos, me habían dicho: - N o pretenderás ir descalzo.
Luego me dijo: -Justo hoy es el partido - y estiraba la
vista. Quédate de guardia-. Era mi primer año en la Mora y no me
atrevía a rebelarme. Pero hacía rato que se esperaba esa fiesta:
Estaba por decirle "¿Y tú no vas?", pero en la puerta del
Canelli siempre había sido famosa, iban a hacer el palo enjabo-
Angelo apareció Valino, sombrío. Él lo presintió, se dio cuenta
aun antes de verlo, apoyó el vaso y se reunió con su padre. nado y la carrera de embolsados; y luego el partido de fútbol.
Desaparecieron juntos bajo el sol. Habían ido incluso los patrones y sus hijas, y la niña con
Emilia, en el carruaje grande; la casa estaba cerrada. Estaba
Qué no hubiera dado por seguir viendo el mundo con los
solo con el perro y con los novillos. Estuve un rato detrás de
ojos de Cinto, volver a empezar en.Gaminella como él, con el
la reja del jardín, mirando a los que pasaban por la calle. To-
mismo padre,.quizás-eon es8-pierna,.ahora que sabía tantas cosas
dos iban a Canelli. Envidié incluso a los mendigos y a los
y sabía defenderme. No era compasión lo que sentía por él, en
lisiados. Después empecé a tirarle piedras al palomar para
algunos momentos lo envidiaba. Me parecía conocer hasta los
romper la terracota y escuchaba cómo caía y rebotaba sobre
sueños que tenía de noche y las cosas que le pasaban por la mente
el cemento de la terraza. Para desairar a alguien agarré el ma-
mientras rengueaba por la plaza. Yo no había caminado así, no
chete y me interné en los campos, "así -pensaba- no hago
era rengo, pero cuántas veces había visto pasar los carros rumorosos
guardia. Que quemen la casa, que vengan ladrones". En el
con mujeres sentadas encima y muchachos, que iban de fiesta, a
campo ya no oía el parloteo de los transeúntes y eso me daba
la feria, a los carruseles de Castiglione, de Cossano, de Campetto,
aún más rabia y miedo, tenía ganas de llorar. Me puse a cazar
por todas partes, y yo me quedaba con Giulia y Angiolina bajo
langostas y les arrancaba las patas rompiéndoselas en la arti-
los nogales, bajo la higuera, sobre el parapeto del puente, esas
culación. "Peor para ustedes -les decía-, deberían irse a
largas noches de verano mirando el cielo y los viñedos siempre
Canelli". Y gritaba blasfemias, todas las que conocía.
iguales. Y después a la noche, toda la noche, se los oía volver por
la calle cantando, riendo, Mamándose a través del Belbo. En esas Si me hubiese atrevido, habría hecho una masacre de flo-
noches_una luz. una, focara fistos s o b r e las colinas lejanas, me res en el jardín. Y pensaba en la cara de Irene y de Silvia y me
hacían gritar y revolearme en el suelo porque era pobre, porque decía que ellas también meaban.
era chico, porque no era nada. Casi disfrutaba que viniera un Un coche se detuvo en la entrada. - ¿ H a y alguien aquí?
- o í que llamaban. Eran dos oficiales de Nizza que ya había

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145
visto antes en la terraza con ellas. Me quedé escondido detrás
de la galería, mudo. -¿Hay alguien en casa? ¡Señoritas! -gri-
taban. -¡Señorita Irene! - . El perro empezó a ladrar, yo mudo.
Después de un rato se fueron. Ahora sentía una satisfacción. XIV
"Ellos también -pensé- son unos bastardos". Entré a la casa para
comer un pedazo de pan. La bodega estaba cerrada. Pero sobre el
estante del armario, entre las cebollas, había una botella llena y la Lo bueno de aquella época era aue todo se hacía según la esta-
tomé y me fui a bebérmela toda, atrás de las dalias. Ahora la ción, y cada estación tenía su tradición y sus iueeos de acuerdo con
cabeza me daba vueltas y me zumbaba como si estuviera pobla- los trabaios v las cosechas, la lluvia y el buen tiempo. En invierno
da de moscas. Volví a la casa, arrojé la botella al piso delante del se entraba a la cocina con los zuecos llenos de tierra, las manos
armario, como si hubiera sido el gato, y tiré un poco de agua lastimadas y la espalda rota por el arado, pero luego, una vez vol-
para que pareciera vino. Luego me fui al henil. teados los rastrojos, se terminaba y caía la nieve. Se pasaban tantas
Estuve ebrio hasta la noche, y ebrio les di de beber a los novi- horas comiendo castañas, en vela, recorriendo los establos, que
llos, les cambié el forraje y arrojé el heno. La gente empezaba a parecía que siempre era domingo. Recuerdo el último trabajo del
regresar por la calle, desde atrás de la reja pregunté qué habían invierno y el primero después del final de enero, esos montones
colgado en lo alto del palo enjabonado, si había habido carrera de oscuros, húmedos, de hojas y de restos de maíz que encendíamos
embolsados y quién había ganado. Con gusto se detenían a char- y que tiraban humo en los campos y se hacía de noche y sin dor-
lar, nunca nadie había hablado tanto conmigo. Ahora me parecía mir, prometiendo buen tiempo para el día siguiente.
que era otro, me molestaba j ustamente no haberles hablado a esos FJ imncrnn la p c r ^ i ó p H e N n r n Ahnra q u e era u n j o -

dos oficiales, no haberles preguntado qué pretendían de nuestras vencito y tocaba la trompeta, en verano andaba por los cafés o
muchachas y si en verdad creían que eran como las de Canelli. tocaba en la Estación del tren, únicamente en invierno estaba
Cuando la Mora volvió a poblarse, sabía lo bastante de la fiesta siempre en los alrededores, en su casa, en la Mora, en los pa-
para hablar con Cirino, con Emilia, con todos, como si hubiese tios. Llegaba con el gorro de ciclista, la camiseta gris y verde y
estado allí. En la cena hubo más para beber. El carruaje grande contaba sus historias. Que habían inventado una máquina para
volvió a la noche muy tarde, yo dormía desde hacía rato y soñaba contar las peras en el árbol, que de noche en Canelli unos la-
con treparme sobre la espalda lisa de Silvia como si fuera el palo drones forasteros se habían robado el urinario, que un tipo de
enjabonado, y oí a Cirino que se levantaba para ir hasta la entrada, Calosso antes de salir les ponía a los hijos el bozal para que no
oí que hablaban, que cerraban puertas y el caballo bufaba. Me di mordieran. Sabía las historias de-todos. Sabía que en Cassinasco
vuelta en el camastro y pensé que era hermoso que ahora estuvié- había un hombre que, una vez vendida la uva, extendía los
ramos todos. Mañana nos despertaremos, saldremos al patio y billetes de cien sobre una estera de cañas y los tenía una hora
seguiríamos hablando y oyendo hablar de la fiesta. bajo el sol de la mañana, para que no se pudrieran. Sabía de

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otro, en Cumini, que tenía una hernia como una calabaza y Al pasar por el rellano de la escalera se oía tocar a Irene; algu-
que un buen día le había dicho a la mujer que intentara orde- nas mañanas de sol estaba abierto el ventanal y el sonido del
ñarlo a él también. Sabía la historia de esos dos que habían piano subía hacia la terraza en medio de los tilos. A mí siempre
comido chivo, y después uno saltaba y bramaba y el otro daba me daba impresión que a un mueble tan grande, oscuro, con un
cornadas. Contaba sobre esposas, sobre matrimonios desave- sonido que hacía temblar los vidrios, lo tocara ella sola, con sus
nidos, sobre granjas con un muerto en la bodega. largas manos blancas de señorita. Pero tocaba e incluso, según
Desde el otoño hasta enero, los niños juegan a las canicas, decía Ñuto, tocaba bien. Había estudiado en Alba de niña. La
y "tos adultos a las cartas. Ñuto conocía todos los juegos, pero que en cambio arrojaba las manos sobre el piano sólo para hacer
prefería el de esconder y adivinar una carta, hacerla salir sola ruido y cantaba y luego se interrumpía abruptamente era Silvia.
del mazo, sacarla de la oreja del conejo. Pero cuando llegaba Silvia era uno o dos años menor y a veces seguía haciendo las
a la mañana y me encontraba en el prado al sol, partía en dos escalas de ejercitación. Ese año andaba en bicicleta y el hijo del
un cigarrillo y lo prendíamos; luego decía: -Vamos a mirar jefe de la estación le había sostenido el asiento.
sobre las copas-. Sobre las copas quería decir en la torrecilla Cuando escuchaba el piano, a veces me miraba las manos
del palomar, un desván al que se subía por la escalera grande, y comprendía que entre los señores y yo, entre las mujeres y
encima de la vivienda de los señores, y donde había que estar yo, había una gran diferencia. Aun ahora que hace veinte años
agachado. Ahí arriba había una caja, muchas tenazas rotas, que no realizp trabajos manuales y que escribo mi nombre
trastos viejos y montones de cerdas. Un ventanuco redondo, como nunca lo hubiese creído, cuando me miro las manos
que miraba hacia la colina del Salto, me parecía como la ven- veo que no soy un señor y que todos pueden darse cuenta de
tana de Gaminella. Ñuto hurgaba en esa caja; había una pila que he manejado la azada. Pera_.aprendi_qu.eJas mujeres no
de libros rotos, de viejas hojas color óxido, cuadernos de gas- lesEacen caso ni siquiera a los señores.
tos, retratos quebrados. Él revisaba esos libros, los sacudía Ñuto le había dicho a Irene que tocaba como una artista y que
para sacarles la suciedad, pero al tocarlos las manos por un se quedaría todo el día escuchándola. Yentonces Irene lo llamó a
instante se nos helaban. Eran cosas de los abuelos, del padre la terraza (yo también fui con él) y con el ventanal abierto había
de don Matteo que había estudiado en Alba. Había algunos tocado piezas difíciles aunque muy hermosas, que colmaban la
escritos en latín como el libro de misa, otros con negros y casa y que seguramente se oían hasta en el viñedo blanco junto al
animales, y así había conocido al elefante, al león, a la balle- camino. Y cuánto me gustaba. Ñuto escuchaba con los labios
na. Ñuto había tomado y se había llevado alguno a su casa hacia afuera como si estuviera soplando la trompeta, y yo veía por
debajo de la camiseta, "y bueno -decía-, nadie lo va a usar". el ventanal las flores en la habitación, los espejos, la espalda recta de
-¿Qué haces con él? - l e decía yo-. ¿No compras ya el diario? Irene y los brazos que se esforzaban, la cabeza rubia sobre la parti-
-Son libros -dijo él-, léelos hasta donde puedas.^Serás siem- tura. Y veía la colina, los viñedos, las riberas. Comprendía que esa
pre un necio si no lees libros. música no era la música que tocan las bandas,.hablaba de otra cosa,

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no estaba hecha para Gaminella ni para los árboles del Belbo ni
para nosotros. Pero también se veía, a lo lejos, sobre la silueta del
Salto hacia Canelli, el palacete del Nido, rojo en medio de sus
plátanos secos. Y con el palacete, con los señores de Canelli, que- XXI
daba bien la música de Irene, estaba hecha para ellos.
-¡No! -gritó de pronto Ñuto- ¡Hay un error! - . Irene ya ha-
bía reiniciado y se había lanzado a tocar, pero ladeó la cabeza y lo Unos años después, cuando era soldado en Génova, encon-
miró un instante, casi roja, riéndose. Luego Ñuto entró a la habi- tré a una muchacha que se parecía a Silvia, morena como ella,
tación y pasaba las hojas y discutían e Irene siguió tocando. Yo me más gordita y sinvergüenza, de la edad que tenían Irene y Silvia
quedé en la terraza y seguía mirando hacia el Nido y Canelli. cuando yo entré a la Mora. Yo estaba al servicio de mi coronel
Las dos hijas de don Matteo no eran para mí, tampoco que tenía un chalet junto al mar y me había encomendado el
para Ñuto. Eran ricas, demasiado hermosas, altas. Su com- mantenimiento del parque. Limpiaba el parque, encendía las
pañía eran oficiales, nobles, agrimensores, jóvenes educados. "estufas, calentaba el agua del baño, iba a la cocina. Teresa era la
A la noche, con Emilia, Cirino, Serafina, siempre había uno mucama y se burlaba de las palabras que ^o decía. Precisamen-
de nosotros que sabía con quién estaba entonces Silvia, a quién te por eso había aceptado ser asistente, para no tener siempre
se dirigían las cartas que escribía Irene, quién las había acom- alrededor sargentos que me carearan cuando hablaba. Yo la
pañado la noche anterior. Y se decía que la madrastra no que- miraba directo a la cara -siempre lo hacía- no respondía y la
ría casarlas, no quería que se fueran llevándose las propieda- miraba. Pero estaba atento a lo que decía la gente, hablaba
des, quería engrosar la dote para su Santina. -Sí, sí, hay que poco y todos los días aprendía algo.
conservar el valle -decía el mayoral-, con dos muchachas así. Teresa se reía y me preguntaba si no tenía una muchacha
Yo me quedaba callado, y algunos días de verano, sentado a que me lavara las camisas. -En Génova no -dije.
orillas del Belbo, pensaba en Silvia. En Irene, tan rubia, no me Entonces quiso saber si cuando me iba de licencia al pue-
atrevía a pensar. Pero un día en que Irene había llevado a Santina a blo llevaba el bulto de ropa sucia.
j ugar en la arena y no había nadie, las vi correr y detenerse al borde -Yo no vuelvo al pueblo -dije. -Quiero quedarme en
del agua. Yo estaba escondido detrás de un saúco. Santina gritaba Génova.
señalando algo en la otra orilla. Y entonces Irene había dejado el -¿Y la muchacha?
libro, se había agachado, se sacó los zapatos y las medias, y así - N o me importa - l e dije-, también las hay en Génova.
rubia, con las piernas blancas, levantándose la falda hasta las rodi- Ella reía y quiso saber por ejemplo cuáles. Entonces yo
llas, había entrado en el agua. Cruzó lentamente, tanteando pri- me reía y le decía "nunca se sabe".
mero con el pie. Luego, gritándole a Santina que no se moviera, Cuando se convirtió en mi chica y de noche yo subía a
recogió unasfloresamarillas. Las r ^Hirrrl^^mnsi fiiprn nyrr. encontrarla en su camastro y hacíamos el amor, ella siempre

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me preguntaba qué pretendía hacer en Genova sin saber un
Yo sólo pensaba en esto cuando tenía a una mujer en bra-
oficio, y por qué no quería^aker-a casa. Lo decía medio en
zos. Unos años después -ya estaba en Norteamérica- advertí
broma medio en serio. "Porque aquí estás tú", podía decirle,
que gara mí toda esa gente era bastarda. En Fresno, donde
pero era inútil, ya estábamos abrazados en la cama. O bien
vivía, me llevé muchas mujeres a la cama, con una casi estuve
decirle que incluso Genova no era suficiente, que Ñuto tam-
casado, y nunca supe dónde estaban sus padres, sus madres y
bién había estado en Genova, que todos iban allí -ya estaba
sus tierras. Vivían solas, unas trabajaban en la fábrica de con-
harto de Génova, quería ir más lejos- pero, si le hubiera di-
servas, otras en oficinas. Rosanne era una maestra venida de
cho eso, se habría enfurecido, me habría apretado las manos
quién sabe dónde, de un estado agrícola, con una carta para
y me habría insultado, que yo también era como los otros.
una revista de cine, y nunca quiso contarme qué vida había
"Sin embargo los otros -le había explicado- se quedan con-
llevado en la costa. Sólo decía que había sido dura, a hellofa
tentos en Génova, vienen para eso. Yo tengo un oficio, pero
time. Le había quedado la voz un poco ronca, profunda. Es
en Génova nadie lo quiere. Es preciso que vaya a un lugar
cierto que había familias numerosas A menudo sobre la coli-
donde mi oficio me sirva. Pero quesea lejnc. míe nadie de mi
na, en las casas nuevas, frente a las fincas y a los depósitos de
pueblo haya estado allí nunca".
fruta, las noches de verano se sentía el bullicio, el olor a viñedos
Teresa sabía que yo era un bastardo y siempre me pregun- y a higos en el aire, y bandas de chicos y de niñas corrían en
taba por qué no indagaba,, si no sentía curiosidad j3or_CQnp- los callejones y junto a las avenidas, pero eran armenios, mexi-
cer al menos a mi madre. -Quizás - m e decía ella- tu sangre canos, italianos, siempre parecían recién llegados, trabajaban
es así. Eres hijo de gitanos, tienes los cabellos rizados... la tierra de la misma manera que los barrenderos limpian las
(Emilia, que me había puesto el apodo de Anguila, siem- veredas en la ciudad, y dormían y se divertían en la ciudad.
pre decía que debía ser hijo de un saltimbanqui y de una Nunca se le preguntaba a nadie de dónde venía, quiénes eran
cabra de la alta Langa*. Yo decía riéndome que era hijo de un su padre o su abuelo. Y no había muchachas del campo. Aun
cura. Y ya entonces Ñuto me había preguntado: -¿Por qué lo las del alto valle no conocían una cabra, un río. Iban a traba-
dices? -Porque es un haragán -dijo Emilia. Entonces Ñuto jar en auto, en bicicleta, en tren como las oficinistas. En la
empezó a gritar que nadie nace haragán ni malvado ni delin- ciudad todo se hacía en cuadrillas, incluso los carros alegóricos
cuente; toda la gente nace igual, y únicamente los orros te de la fiesta de la vendimia.
arruinan la sangre tratándote mal. -Mira a Gianola -le con-
Durante los meses en que Rosanne fue mi chica, supe que
testaba yo-, es un idiota, tonto de nacimiento. -Idiota no
era bastarda, que las piernas que estiraba en la cama eran toda
significa malvado -decía Ñuto-, lo hacen enfurecer los igno-
su fuerza, que sus padres podían estar en la zona agrícola o
rantes que le gritan cosas.
quién sabe dónde, pero para ella sólo una cosa contaba: que
Se llaman langhe, en dialecto, a las colinas características de la zona del me decidiera a volver con ella a la costa y abriera un local
Piemonte (N. del T.). italiano con parras de uva -a fancyplace, jou knoiv- y apro-

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vechar allí la ocasión de que alguien la viera y le sacara una
foto, que luego se publicaría en una revista a colores, only
gimmeabreak, baby. Estaba dispuesta incluso a dejarse foto
grafiar desnuda, incluso con las piernas abiertas sobre la esca-
lera de bomberos, con tal de hacerse conocer. No sé cómo se
le había ocurrido que yo podía ayudarla; cuando le pregunta-
ba por que se acostaba conmigo, reía y decía que después de
todo yo era un hombre (Put it the other way round, you come
with me because I'm agiriI). Y no era estúpida, sabía lo que
quería, sólo que quería cosas imposibles. No probaba una
gota de alcohol (Your looks, you know, are your only free
advertisingagent) y fue ella quien me aconsejó, cuando abo-
lieron la ley seca, que fabricara e l p r o h i b i t i o n - t i m e g i n , el licor
de la época clandestina, para aquel al que todavía le gustara, y
fueron muchos.
Era rubia, alta, siempre estaba maquillándose las arrugas y
enrulándose el pelo. Quien no la conociera, al verla salir con
ese paso del portal de la escuela, habría dicho que era una
buena estudiante. No sé qué enseñaba; sus alumnos la salu-
daban sacándose el sombrero y silbando. Al principio, cuan-
do le hablaba escondía las manos e impostaba la voz. De
inmediato me preguntó por qué no me hacía americano.
Porque no lo soy, murmuré -because I'm a wop- y ella se rió
y me dijo que los dólares y el cerebro har-íon o ,,n americano.
Which ofthem do you lack?-tCuál de las dos cosas te falta?
A menudo he pensado qué clase de hijos hubieran podi-
do salir de nosotros dos, de sus caderas lisas y duras, de ese
vientre rubio alimentado a leche y a jugo de naranja, y de
mí, de mi sangre espesa. Ambos veníamos de ninguna par-
te, y esa era la única manera de saber quiénes éramos, qué
Deníamos de verdad en nuestra sangre. Sería bueno, pensaba

154
XXII

Conocí muchas mujeres andando por el mundo,_rubias y


morenas. Las busqué, gasté mucho dinero en perseguirlas; ahora
que ya no soy joven me buscan ellas, gero no importa, y aprendí
que las hijas de don Matteo-no-efan las más hermosas -quizá
Santina, pero no la vi de grande-, tenían la belleza de la dalia, de la
rosa de España, de esas flores que crecen en los jardines bajo los
árboles frutales. También supe que no eran muy capaces, que con
su piano, sus novelas, su té, sus sombrillas, no sabían hacerse una
vida, ser verdaderas señoras, manejar a un hombre y una casa. Hay
muchas campesinas en el valle que saben conducirse mejor, y man-
dar. Irene y Silvia ya no eran campesinas y todavía no eran verda-
deras damas. La pasaban mal, pobrecitas. Han muerto.
Advertí ya esa debilidad suya en los tiempos de una de las
primeras vendimias. Me di cuenta entonces, aunque todavía
no lo comprendía. Durante todo el verano, bastaba con alzar
la vista desde el patio o desde los campos y ver la terraza, el
ventanal, las copas de los árboles, para recordar que las dueñas
eran ellas, con la madrastra y la pequeña, y que hasta don Matteo
no podía entrar en la sala sin limpiarse los pies en el felpudo. Y
se las oía llamar desde arriba, se les preparaba el caballo, se las
veía salir por la puerta de vidrio e irse de paseo con las sombri-
llas, tan bien vestidas que ni siquiera Emilia podía criticarlas.
Algunas mañanas una de ellas bajaba al patio, pasaba entre las
azadas, las carretillas, los animales, e iba al jardín a cortar rosas.
Y a veces también bajaban a los campos, por los senderos, en

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zapatillas, hablaban con Serafina, con el mayoral, les tenían eran personas como nosotros que se volvían feas si las maltra-
miedo a los novillos, llevaban un lindo canasto y recogían las taban, que se ofendían y sufrían por ello, que deseaban cosas
uvas tempraneras. Una noche, cuando ya habíamos apilado las que no tenían. No todos los señores valían lo mismo, había
gavillas de grano -en la noche de San Juan había fogatas por alguien más importante, más rico, que ni siquiera invitaba a
todas partes-, ellas también vinieron a tomar el fresco, a oíi mis patronas. Y entonces empecé a preguntarme cómo serían
cantar a las muchachas. Y luego entre nosotros, en la cocina, las habitaciones y el jardín del Nido, de ese antiguo palacete,
entre las hileras de vid, oí decir tantas cosas sobre ellas, que por qué Irene y Silvia se morían por ir allí y no podían. Sólo se
tocaban el piano, que leían libros, que bordaban las fundas de conocía al que se llamaba Tommasino y a algunos sirvientes,
las almohadas, que en la iglesia tenían una placa sobre el banco. porque toda esa ladera de la colina estaba cercada y un río la
Pues bien, durante aquella vendimia, en los días en que noso- separaba de nuestros viñedos, ni siquiera los cazadores podían
tros preparábamos canastos y cubas y limpiábamos la bodega entrar, había un letrero que lo prohibía. Y levantando la vista
y hasta don Matteo recorría los viñedos, en esos días se oyó desde el camino bajo el Nido se veía una espesura de cañas
decir a Emilia que toda la casa estaba conmocionada, que Silvia raras que se llamaban bambúes. Tommasino decía que era un
golpeaba las puertas y que Irene se sentaba a la mesa con los parque, que alrededor de la casa había mucha grava, más pe-
ojos rojos y no comía. Yo no sabía qué podía existir que no queña y más blanca que la que arrojaba en la ruta el cuidador
fuera la vendimia y la alegría de la cosecha, y pensar que todo de caminos en primavera. Después los terrenos del Nido se-
se hacía para ellas, para llenar las bodegas y los bolsillos de don guían por detrás de la colina, viñedos y sembrados, sembrados
Matteo que también eran de ellas. Emilia nos lo dijo una tar- y viñedos, y granjas, bosquecillos de nogales, de cerezos y de
de, sentados sobre la viga. La cuestión del Nido. almendros, que llegaban hasta Sant'Antonino y más allá, y desde
Había sucedido que la vieja -la condesa de Génova-, tras allí se bajaba hacia Canelli donde estaban los viveros con pun-
volver hacía quince días con sus nueras y nietos de los baños tales de cemento y canteros con flores.
de mar, había hecho invitaciones en Canelli y en la Estación Yo había visto flores del Nido el año anterior, cuando Irene
para una fiesta bajo los plátanos, y se había olvidado de la y la señora Elvira habían ido juntas y volvieron con ramille-
Mora, de ellas dos, de la señora Elvira. ¿Un olvido o lo había tes que eran más hermosos que los vitrales de la iglesia y que
hecho adrede? Las tres mujeres no dejaban en paz a don los atavíos del cura. El año anterior se solía encontrar el ca-
Matteo. Emilia decía que en la casa Santina era entonces la rruaje de la vieja en la ruta de Canelli; Ñuto lo había visto y
menos obcecada. - N o he podido calmar a nadie -decía decía que el sirviente mulato que lo conducía parecía un mi-
Emilia-, Una discute, la otra contesta, la otra golpea las puer- litar, con el sombrero reluciente y la corbata blanca. Ese ca-
tas. Si les pica, se rascan. rruaje nunca se había detenido en nuestra casa, sólo había
Después vino la vendimia y no pensamos más en eso. Pero pasado una vez camino a la Estación. La vieja iba a escuchar
bastó ese hecho para abrirme los ojos. Irene y Silvia también misa a Canelli. Y nuestros mayores decían que hace mucho

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tiempo, cuando todavía no existía la vieja, los señores del
Nido ni siquiera iban a misa, tenían un cura que les daba la
misa en casa todos los días en una capilla. Pero esos eran los
tiempos en que la vieja era todavía una muchacha insignifi- XXIII
cante que hacía el amor con el hijo del conde en Genova.
Luego se había convertido en la dueña de todo, había muer-
to el hijo del conde, había muerto un apuesto oficial con Después llegaba la época en que entre los árboles del Belbo
quien la vieja se había casado en Francia, habían muerto sus y sobre las mesetas de los cerros retumbaban disparos ya des-
hijos quién sabe dónde, y ahora la vieja, con los cabellos blan- de temprano y Cirino empezaba a decir que había visto a la
cos y un quitasol amarillo, iba a Canelli en carruaje y alojaba liebre escapándose por un surco. Son los días más bellos del
y les daba de comer a los nietos. Pero en las épocas del hijo año. Vendimiar, podar, prensar no son verdaderos trabajos;
del Conde y del oficial francés, de noche el Nido siempre ya no hace calor, todavía no hace frío; hay alguna nube blan-
estaba iluminado, siempre de fiesta, y la vieja que entonces ca, se come conejo con polenta y se buscan hongos.
era joven como una rosa ofrecía banquetes, bailes, invitaba a Nosotros buscábamos hongos por los alrededores; Irene
personas de Nizza y de Alessandria. Acudían hermosas muje- y Silvia arreglaron con sus amigas de Canelli y con los mu-
res, oficiales, diputados, todos en carruajes de tiro doble, con chachos que irían en carro hasta Agliano. Partieron una ma-
sus lacayos, y jugaban a las cartas, tomaban helados, arregla- ñana en que la niebla todavía cubría los prados; yo les preparé
ban bodas. el caballo, debían encontrarse con los demás en la plaza de
Irene y Silvia sabían de estas cosas, y para ellas ser bien trata- Canelli. Tomó el látigo el hijo del médico de la Estación, que
das por la vieja, recibidas, agasajadas, era como para mí echar en el tiro al blanco siempre daba en el centro y jugaba a las
un vistazo desde la terraza a la sala del piano, saber que estaban cartas de la noche a la mañana. Ese día vino una gran tormen-
en la mesa encima de nosotros, ver a Emilia imitándolas con el ta, relámpagos y rayos como en agosto. Cirino y Serafina
tenedor y la cuchara. Sólo sufría" nnr estar entre mnieres. Y decían que era mejor que cayera granizo ahora sobre los hon-
después todo el día vagaban por la terraza o en el jardín - n o gos y quienes los buscaban que no sobre la cosecha quince
tenían un trabajo, una verdadera labor que las ocupase-, ni días antes. No dejó de diluviar ni siquiera a la noche. Don
siquiera estaban a gusto cuidando a Santina. Es comprensible Matteo fue a despertarnos con el farol y la capa sobre el ros-
que el deseo de salir de la Mora, de entrar a ese parque bajo los tro, nos dijo que estuviéramos atentos por si oíamos llegar el
plátanos, de encontrarse con las nueras y los nietos de la conde- carro, no estaba tranquilo. Las ventanas de arriba estaban
sa, las volviera locas. Era como_para mí v r loc.&í™^s sobrejas iluminadas; Emilia corría arriba y abajo para hacer café, la
colinas de Cassinasco o sentir el silbato del tren nocturno. pequeña lloraba porque no la habían llevado a ella también a
buscar hongos.

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161
El carro volvió al día siguiente con el hijo del médico -Expúlsenlo de la casa -decía don Matteo-, un hombre
agitando el látigo y cuando saltó a tierra sin tocar el estribo que juega y que no tiene un pedazo de tierra no es un hombre.
gritaba "Viva el agua de Agliano". Luego ayudó a bajar a las Hacia fines del invierno este Arturo empezó a traer consi-
dos muchachas; temblaban de frío con un pañuelo en la ca- go a un empleado de la estación, un amigo suyo muy alto
beza y la canastita vacía sobre las rodillas. Fueron arriba y oí que.también se prendó de Irene, y que hablaba solamente en
que hablaban, se calentaban y se reían. Italiano^pero que entendía de música. El flaco espigado co-
Desde aquella vez de la excursión a Agliano, el hijo del menzó a tocar a cuatro manos con Irene y, en vista de que así
médico pasaba a menudo bajo la terraza y saludaba a las mu- formaban una pareja, Arturo y Silvia se abrazaban para bailar
chachas y conversaban. Luego en las siestas de invierno lo hi- y se reían juntos, y ahora, cuando llegaba Santina, le tocaba al
cieron entrar y él, que paseaba con botas de cazador, se golpea- amigo hacerla saltar y atraparla al vuelo.
ba la bota con la fusta, miraba a su alrededor, arrancaba una - S i no fuera Dorque es toscano -decía don Matteo-, diría
flor o un ramillete del jardín —mejor si era una hoja roja de que es un ignorante. Tiene todo el aspecto... Había un toscano
parra virgen- y subía raudo la escalera tras los ventanales. Arri- con nosotros en Trípoli...
ba había un buen fuego encendido en el hogar, y se oía tocar el Yo sabía cómo era la sala, los dos ramos de flores y hojas
piano, reír, hasta la noche. A veces el tal Arturo se quedaba a rojas sobre el piano, los visillos bordados por Irene, y la lám-
comer. Emilia decía que le daban té con bizcochos, siempre se para de mármol transparente colgando de las cadenillas que
lo servía Silvia, pero él cortejaba a Irene. Tan rubia y tan buena, daba una luz como de luna reflejada en el agua. Algunas no-
Irene se ponía a tocar el piano para no hablarles, Silvia se que- ches los cuatro se abrigaban y subían a la terraza bajo la nieve.
daba tirada en el sofá y decían sus tonterías. Luego se abría la Allí los dos hombres fumaban un cigarro y entonces, debajo
puerta, la señora Elvira traía a la pequeña Santina que corría y de la parra virgen y seca, se escuchaban las conversaciones.
Arturo se ponía de pie, saludaba importunado, la señora decía: Incluso Ñuto acudía a escuchar esos diálogos. Lo bueno era
-Aún tenemos a una señorita celosa que quiere ser presentada-. oír a Arturo haciéndose el gran hombre y contando a cuántos
Después llegaba don Matteo que lo tenía entre ceja y ceja, pero había echado del tren a Costigliole el otro día o aquella vez que
la señora Elvira en cambio lo alentaba y creía que para Irene en Acqui en que se había jugado hasta la última moneda y que si
Arturo estaba muy bien. Quien no lo quería era Irene, porque perdía ya no podía volver a casa, pero en cambio había ganado
decía que era un hombre falso, que ni siquiera escuchaba mú- para pagar una cena. El toscano decía: -Te acuerdas del puñetazo
sica, que no sabía comportarse en la mesa, y que jugaba con que diste...-. Entonces Arturo recordaba el puñetazo.
Santina sólo para congraciarse con la madre. Silvia en cambio Las muchachas suspiraban apoyadas sobre la baranda. El
lo defendía, se sonrojaba, y levantaban la voz; en determinado
toscano se colocaba j unto a Irene y hablaba de su casa, de cuan-
momento, Irene, fríamente, se dominaba y decía: -Te lo dejo.
* Es decir, en toscano, mientras que se supone que los demás personajes
¿Por qué no te quedas con él?
hablan habitualmente en dialecto piamontés (T.).

162 163
do iba a tocar el órgano en la iglesia. En determinado momen- - N o eres un hombre -había dicho don Matteo-, eres una
to, los dos cigarros caían a nuestros pies, en la nieve, y entonces
porquería.
arriba se oían susurros, agitación, algún suspiro más fuerte. Al
Así pareció terminada la historia de Arturo, y con Arturo
levantar la vista no se veía más que la parra seca y muchas estre-
también la del toscano. Pero la madrastra no tuvo tiempo de
llas frías en el cielo. Ñuto decía: -Vagos -con la voz mordida
permanecer ofendida porque vinieron otros, muchos otros
Siempre pensaba en ello, y también le preguntaba a Emilia,
más peligrosos. Los dos oficiales, por ejemplo, los del día en
pero no podía entenderse cómo se habían unido. Don Matteo
que me quedé solo en la Mora. Hubo un mes -había luciér-
rezongaba solamente sobre Irene y el hijo del médico, y decía
nagas, era junio- en que todas las tardes se los veía aparecer
que un día de esos iba a cantarle las cuarenta. La señora se hacía
viniendo de Canelli. Debían de tener alguna otra mujer que
la ofendida. Irene alzaba los hombros y respondía que a ese gro-
vivía sobre la ruta, porque nunca llegaban desde allí -corta-
sero de Arturo no lo querría ni siquiera como sirviente, pero que
ban por el Belbo, sobre el pontón, y cruzaban los campos,
no podía hacer nada si él iba a visitarlas. Silvia decía entonces que
los maizales, los prados. Yo tenía entonces dieciséis años y
el necio era el toscano. La señora Elvira se ofendía una vez más.
comenzaba a entender esas cosas. Cirino los tenía entre ceja y
No le era posible a Irene conversar con el toscano porque ceja porque le pisaban el abono y porque recordaba la basura
Arturo estaba atento y controlaba a su amigo. Resultaba pues que habían sido en la guerra los oficiales como esos. Ni ha-
que Arturo cortejaba a las dos, y que esperando conquistar a blar de Ñuto. Una noche se la hicieron fea. Acecharon su
Irene también se divertía con la otra. Bastaba con esperar el paso entre la hierba y tendieron un alambre oculto. Llegaron
buen tiempo y seguirlos de cerca por los prados. Rápidamen- saltando un foso, ya disfrutando de las señoritas, y cayeron
te se habría notado. encima atolondrados golpeándose la cara. Lo bueno hubiera
Pero mientras tanto ocurrió que don Matteo enfrentó de- sido hacerlos caer en el estiércol, pero desde aquella tarde ya
cididamente al tal Arturo - l a historia se supo por Lanzone no pasaron por los prados.
que casualmente pasaba bajo la galería- y le dijo que las mu- Con el buen tiempo, especialmente a Silvia ya nadie la
jeres son mujeres y los hombres son hombres. ¿No es así? Y retenía. Ahora, en las tardes de verano, habían empezado a
Arturo, que justo había arrancado un ramillete, se golpeó la salir del portal y acompañar a sus jóvenes arriba y abajo por el
bota con la fusta y miró de soslayo al patrón mientras olía las camino, y cuando volvían a pasar bajo los tilos nosotros agu-
flores. - O sea que cuanto menos -prosiguió don Matteo-, zábamos el oído para escuchar alguna palabra. Salían de a
cuando son bien educadas, las mujeres saben quién vale para cuatro, volvían por parejas. Silvia se encaminaba del brazo de
ellas. Y a ti - l e dijo-, no te quieren. ¿Entendido? Irene y se reía, bromeaba, discutía con los dos muchachos.
Arturo entonces había farfullado esto y aquello, que ca- Cuando regresaban entre el aroma de los tilos, Silvia y su
ramba, había sido gentilmente invitado a pasar de allí, se en- hombre estaban juntos, caminaban susurrando y riendo; la
tiende que un hombre... otra pareja venía más lentamente, apartada, y a veces grita-

164 165
ban, hablaban fuerte con los primeros. Recuerdo bien esas
noches, y nosotros sentados sobre la viga, entre el aroma
fuertísimo de los tilos.
XXIV

La pequeña Santa, que tenía entonces tres o cuatro años,


era algo digno de verse. Crecía rubia como Irene, con los ojos
negros de Silvia, pero cuando se mordía los dedos junto con la
manzana y por despecho arrancaba las flores, o quería a toda
costa que la pusiéramos sobre el caballo y nos daba patadas,
decíamos que tenía la sangre de su madre. Don Matteo y las
otras dos hacían las cosas con más calma y no eran tan
prepotentes. Sobre todo Irene, era tranquila, tan alta, vestida
de blanco, y nunca se enojaba con nadie. No necesitaba hacer-
lo, porque incluso a Emilia le pedía siempre las cosas por fa-
vor, y también a nosotros, mirándonos mientras nos hablaba,
mirándonos a los ojos. Silvia también lanzaba esas miradas,
pero eran más cálidas, maliciosas. El último año que estuve en
la Mora junté cincuenta liras y me puse una corbata, pero sabía
que había llegado demasiado tarde y ya no podía hacer nada.
Pero ni siquiera en esos últimos años me hubiese atrevido a
pensar en Irene. Y Ñuto tampoco pensaba en ella porque ya
tocaba la trompeta por todos lados y tenía una chica en Canelli.
De Irene se decía que frecuentaba a alguien de Canelli, siempre
iban a Canelli, compraban ropa en los comercios, le regalaban a
Emilia los vestidos que ya no usaban. Pero también el Nido se
había abierto de nuevo, hubo allí una cena a la que fueron la
señora y las hijas, y ese día vino la modista de Canelli para vestir-
las. Yo las llevé en un carro de lujo hasta la curva de la entrada y
oí que hablaban de los palacios de Génova. Me dijeron que vol-

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viera a buscarlas a medianoche, que entrara en los jardines del raran la casa por adelantado. Ese nieto, ese pobretón, ese
Nido; con la oscuridad los invitados no verían que las almoha- condesito nunca se dignó venir a la Mora, a veces mandaba a
dillas del carruaje estaban rotas. Me dijeron incluso que me en- un chiquillo descalzo, el de Berta, para que le llevara mensa-
derezara la corbata para no causar mala impresión. jes a Irene, decía que la esperaba en el guardacantón para dar
Pero cuando entré al parque a medianoche en medio de un paseo. E Irene iba.
los demás carruajes -visto desde abajo el palacete era enorme Desde los sembrados de porotos del huerto donde lavaba
y por las ventanas abiertas pasaban las sombras de los invita- o ataba los tutores, oía que Irene y Silvia hablaban de él sen-
dos- nadie dio señales de vida y me dejaron un buen rato tadas bajo la magnolia.
entre los plátanos. Cuando me harté de escuchar los grillos Irene decía: -¿Qué quieres? La condesa tiene muchas po-
-también allá arriba había grillos- me bajé del carro y me sesiones... Un muchacho como él ni siquiera puede ir a la
dirigí a la puerta. En la primera sala encontré a una muchacha fiesta de la Estación... Se encontraría con sus sirvientes en el
con delantal blanco, que me miró y se fue. Luego volvió a mismo andén...
pasar, le dije que había llegado. Ella me preguntó qué quería. -¿Qué tiene de malo? Los ve en su casa todos los días...
Entonces dije que el carro de la Mora estaba listo. -Tampoco quiere que vaya de cacería. Ya su padre murió
Se abrió una puerta y escuché muchas risas. En todas las de manera trágica...
puertas de esa sala había pinturas de flores y en el piso dibujos -Pero podría venir a verte. ¿Por qué no viene? -dijo Silvia
de piedras, relucientes. La muchacha regresó y me dijo que de pronto.
podía marcharme, porque alguien acompañaría a las señoras. -Tampoco el tuyo viene a verte aquí. ¿Por qué no vie-
Cuando estuve afuera lamenté no haber observado mejor esa ne?... Presta atención, Silvia. ¿Estás segura de que te dice la
sala que era más hermosa que una iglesia. Llevé el caballo a mano verdad?
sobre la grava que crujía debajo de los plátanos, y los miré contra -Nadie dice la verdad. Si piensas en la verdad, estás loca.
el cielo -vistos desde abajo ya no eran un bosquecillo sino que Cuídate si te la mencionan...
cada uno crecía por su cuenta- y en el portón prendí un cigarillo - T ú eres quien lo ve -decía Irene-, tú eres la que confía...
y bajé por el camino lentamente, en medio de los bambúes Yo sólo querría que no fuera grosero como el otro...
mezclados con las acacias y troncos estrafalarios, pensando en lo Silvia reía en voz baja. Yo no podía quedarme todo el
que es la tierra para soportar cualquier planta. tiempo quieto detrás de los porotos, se habrían dado cuenta.
Irene justamente debía tener algún hombre en el palacete, Daba un golpe de azada y aguzaba el oído.
porque a veces oía a Silvia que le hacía burla y la llamaba Una vez Irene dijo: -Nos habrá oído, ¿no trees?
"señora condesa", y en seguida Emilia supo también que ese -Déjalo, es el aprendiz -decía Silvia.
hombre era un muerto de hambre, uno de los tantos nietos Aunque en otra ocasión Silvia lloraba, se retorcía sobre la
que la vieja mantenía pobretones adrede para que no le devo- silla y lloraba. Cirino en la galería golpeaba una herramienta

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y no me dejaba oír. Irene la abrazaba, le rozaba el pelo, donde ginar a Irene sobre esa motocicleta o entre las cañas de una
Silvia se había clavado las uñas. -No, no -clamaba Silvia- ribera con alguien. Sin embargo, todos dicen que Santina,
quiero irme, escapar... No lo creo, no lo creo, no lo creo... cuando creció, había hecho lo mismo. La madrastra no decía
La maldita herramienta de Cirino no me dejaba oír. nada, sólo quería que ambas estuvieran en casa a la hora justa.
-Subamos - l e decía Irene tocándola-, subamos a la terra-
za, cállate...
- N o me importa—gritaba Silvia-, no me importa nada...
Silvia se había metido con uno de Crevalcuore, que tenía
tierras en Calosso, el dueño de un aserradero que andaba en
motocicleta, hacía subir a Silvia atrás y partían por esos caminos.
A la noche oíamos el estruendo de la moto, se detenía, volvía a
arrancar, y tras un momento aparecía Silvia en el portón con el
cabello negro sobre los ojos. Don Matteo no sabía nada.
Emilia decía que ese hombre no era el primero, que el
hijo del médico ya la había tenido, en su casa, en el consulto-
rio del padre. Fue algo que nunca se supo a ciencia cierta; si
en verdad el tal Arturo le había hecho el amor, ¿por qué se
habían separado justo en el verano cuando se hacía más lindo
y más fácil encontrarse? En cambio había llegado el motoci-
clista, y ahora todos sabían que Silvia estaba como loca, se
dejaba llevar a los cañaverales y a las riberas, la gente los en-
contraba en Camo, en Santa Libera, en los bosques del Bra-
vo. A veces iban también a un hotel en Nizza.
Al mirarla, parecía ser la misma, con sus ojos oscuros,
ardientes. No sé si tenía esperanzas de casarse. Pero ese Matteo
de Crevalcuore era un fanfarrón, un leñador que ya había
calentado muchas camas y nunca nadie lo había retenido.
"Luego -pensaba-, si Silvia tiene un hijo, será un bastardo
como yo. Así fue que nací."
También Irene sufría por esto. Debería haber intentado
ayudar a Silvia y sabía más que nosotros. Era imposible ima-

170 171
XXV

A Irene nunca la vi desesperada corno a su hermana, pero


cuando durante dos días no la invitaban al Nido se quedaba
nerviosa detrás de las rejas del jardín o bien iba con un libro o
el bordado a sentarse en el viñedo junto a Santina, y desde
allí miraba la calle. Cuando partía con la sombrilla rumbo a
Canelli, era feliz. No sé qué se dirían con el muerto de ham-
bre de Cesarino; una vez que pasé pedaleando como loco
hacia Canelli y los divisé entre las acacias, me pareció que
Irene, de pie, leía un libro y que Cesarino la miraba sentado
en el suelo frente a ella.
Un día reapareció en la Mora aquel Arturo de las botas, se
detuvo bajo la terraza, habló con Silvia que escrutaba el cami-
no desde arriba; pero Silvia no lo invitó a subir, únicamente le
dijo que el día estaba pesado y que ahora en Canelli se podían
encontrar unos zapatos de taco bajo, y levantó un pie.
Guiñando un ojo Arturo preguntó si Irene seguía tocan-
do y si tocaba aquellas piezas bailables. -Pregúntaselo a ella
-dijo Silvia y miró más allá del pino.
Irene ya casi no tocaba. Parece ser que en el Nido no había
pianos, que la vieja no quería saber nada de ver a una mucha-
cha dislocarse las manos sobre el teclado. Cuando Irene iba a
visitar a la vieja, llevaba su bolso de bordado, un bolso gran-
de cubierto de flores de lana verde, y dentro del bolso traía a
casa algún libro del Nido que la vieja le prestaba para que
leyera. Eran libros viejos, forrados en cuero. Ella en cambio

173
le llevaba a la vieja la revista ilustrada de modas que todas las todo lo que Irene le decía o le pedía respondía que no, que
semanas mandaba comprar a Canelli. era preciso consultar, no dar pasos en falso, tener presente
Serafina y Emilia decían que Irene daría todo por con- quién era él, su salud, sus gustos. Entonces Silvia, las pocas
vertirse en condesa y que una vez don Matteo había dicho: veces que no escapaba por los montes o no se encerraba
-Estén atentas, muchachas. Hay viejos que no mueren nunca. dentro de la casa, escuchaba los lamentos de Irene. En la
Era difícil saber cuántos parientes tenía la condesa en mesa -decía Emilia- Irene mantenía la vista baja y Silvia la
Génova; incluso se decía que había uno que era obispo. Ha- fijaba en la cara de su padre como si estuviera enfebrecida.
bía oído contar que ya la vieja no tenía más sirvientes ni Unicamente la señora Elvira argumentaba con frialdad, lim-
mucamas en la casa, le bastaba con las nietas y los nietos. Si piaba la pera de Santina, aludía malévola a la ocasión perdida
así era, no entiendo qué esperanzas tenía Irene; por bien que con el hijo del médico, al toscano aquel, a los oficiales, a los
le fuera, Cesarino tendría que dividir las propiedades con to- demás, a ciertas muchachas de Canelli más jóvenes que ya se
dos. A menos que Irene se contentara con ser sirvienta en el habían casado y estaban por bautizar a sus hijos. Don Matteo
Nido. Pero cuando miraba a mi alrededor hacia nuestros te- protestaba, nunca sabía nada.
rrenos -el establo, los heniles, el grano, las uvas- pensaba que Mientras tanto la historia de Silvia seguía adelante. Cuan-
tal vez Irene fuera más rica que él y que quizás Cesarino la do no estaba desesperada o enfurecida, y se quedaba en el
cortejaba para apoderarse de su dote. Esta idea, aunque me patio, en el viñedo, era un placer verla, oírla hablar. Algunos
daba rabia, me gustaba más - m e parecía imposible que Irene días se hacía preparar el carro y partía sola, iba a Canelli, lo
fuera tan interesada como para guiarse por la ambición. conducía ella como un hombre. Una vez le preguntó a Ñuto
Pero entonces, me decía, se ve que está enamorada, que si había ido a tocar a Buon Consiglio donde se hacía la carre-
Cesarino le gusta, que es el hombre con el que se muere por ra de caballos, y a toda costa quería comprar una silla de mon-
casarse. Y hubiese querido poder hablarle, poder decirle que tar en Canelli, aprender a cabalgar y correr con los demás. El
tuviera cuidado, que no perdiera el tiempo con tan poca cosa, mayoral Lanzone tuvo que explicarle que un caballo que tira
con un necio que ni siquiera salía del Nido y se quedaba del carro tiene sus vicios y no puede correr una carrera. Luego
sentado en el suelo mientras ella leía un libro. Al menos Silvia se supo que Silvia quería ir a Buon Consiglio para encontrar-
no malgastaba sus días en vano y salía con quien valiera la se con el tal Matteo y hacerle ver que ella también sabía andar
pena. Si yo no hubiese sido solamente un aprendiz que aún a caballo.
no tenía dieciocho años, quizás Silvia también hubiera veni- Nosotros decíamos que esa chica iba a terminar vistién-
do conmigo. dose de hombre, yendo a las ferias y haciendo de equilibrista.
De todos modos, Irene sufría. El condesito debía de ser Justo ese año apareció en Canelli un galpón donde había un
peor que una muchacha malcriada. Era caprichoso, se hacía carrusel de motocicletas que giraban con un estruendo ma-
servir, se aprovechaba con malicia del nombre de la vieja, y a yor que una segadora, y quien vendía los boletos era una mujer

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Canelli, vino el de la Estación. Irene tenía tifus y se mona.
delgada y pelirroja, como de cuarenta, que tenía los dedos
M a n L n a Santina con Silvia a casa de unos parientes en
llenos de anillos y fumaba. Mira, decíamos, si Matteo de
/ T a , para salvarlas del contagio. Silvia no q u e n a pero des-
Crevalcuore, cuando se canse, pone a Silvia a manejar un ca-
pué se resignó. Entonces les tocó actuar a la madrastra y a
rrusel como este. También se decía en Canelli que al pagar el
Em iT. Había una estufa siempre encendida en las habitacio-
boleto, bastaba colocar la mano de cierta manera sobre la tabla
nes de arriba, cambiaban de cama a Irene os veces por ^ a
y en seguida la pelirroja te decía a qué hora podías volver, en-
trar en el furgón con visillos y hacer el amor con ella sobre la ella deliraba, le aplicaban inyecciones, perdía el pelo. Noso
eiia aenrdu r fanelli trayendo medicamentos,
paja. Pero Silvia aún no llegaba a ese punto. Aunque estuviera tros íbamos y veníamos de Canelli trayenu
como loca, estaba loca por su manía con Matteo, pero tan Hasta que un día entró al patio una m o n j a ; Cirino di,o. - N o
bella y tan sana que muchos la habrían desposado igual. llega a Navidad - ; y al día siguiente vino el cura.
Ocurrían cosas de locos. Ahora ella y Matteo se encontra-
ban en una cabaña de un viñedo en los Seraudi, una cabaña
medio derruida, al borde de un río adonde la motocicleta no
podía llegar, pero ellos iban a pie y llevaban la manta y las
almohadas. El tal Matteo no se dejaba ver con Silvia ni en la
Mora ni en Crevalcuore, no para salvar el nombre de ella,
sino para no quedar atrapado y tener que comprometerse.
Sabía que no quería que durase, y así cuidaba su imagen.
Yo trataba de captar en el rostro de Silvia las huellas de lo
que hacía con Matteo. Durante aquel septiembre, cuando
comenzamos a vendimiar, como en los años anteriores, ella
al igual que Irene bajaban al viñedo blanco, y yo la miraba
agachada bajo las vides, le miraba las manos que buscaban los
racimos, le miraba la curva de las caderas, la cintura, el pelo
sobre los ojos, y cuando bajaba por el sendero miraba su an-
dar, el balanceo, el movimiento de la cabeza. La conocía en-
tera, desde los cabellos hasta las uñas de los pies, y sin embar-
go no había nada que llevara a decir "Bueno, ha cambiado,
por aquí pasó Matteo". Era la misma: era Silvia.
Esa vendimia fue la última alegría del año en la Mora.
Para los Santos, Irene se metió en cama, vino el doctor desde

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XXVI

¿Qué_queda_dr rnrln aquel lo ,__(le la Mora, de la vida que


llevá^amnc? Durante muchos años me bastó una ráfaga de
olor a tilo por la noche y me sentía otro, me sentía verdade-
ramente yo, ni siquiera sabía bien por aué. Siempre piensa
cuánta gente debe estar viviendo en este valle y en el mundi >
a la que justo ahora le sucede lo que a nosotros nos pasaba
entonces, y no lo saben, no lo piensan. Quizás haya una casa,
muchachas, viejos, una niña - y un Ñuto, un Canelli, una i
estación, hay alguien como yo que quiere irse y hacer fortu-
na- y en verano trillan el grano, vendimian, en invierno salen
de caza, hay una terraza. Les sucede lo mismo que a nosotros.
Forzosamente debe ser así. Los muchachos, las mujeres, el
mundo no han cambiado. Ya no usan sombrillas, el domin- i
go van al cine en vez de ir a la fiesta, entregan el cereal a
granel, las muchachas fuman, y sin embargo la vida es la mis-
m a j a n o saben que un día se verán de vuelta y que también
para ellos todo será pasado. Lo primero que dije, al desem-
barcar en Génova en medio de las casas destruidas por la gue-
rra, fue que cada casa, cada patio, cada terraza ha sido algo
para alguien y, antes que en el daño material y en los muer-
tos, aflige pensar en tantos años vividos, tantas memorias,
desaparecidos así en una noche sin dejar ningún rastro. ¿O
no? Quizás es mejor así, mejor que todo se esfume en_una
fogata de hierba seca y que la ^ n t p emnierp A- nu£XQ. E s 1Q
que se hacía en Norteamérica. Cuando estabas harto de algo,

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de un trabajo, de un lugar, cambiabas. Allá hay incluso pueblos anhelaba volver un buen día después de que todos me hubie-
enteros con su hostería, el municipio y los comercios que ahora ran dado por muerto de hambre. En el pueblo, nunca hubiese
están vacíos, como un cementerio. sido más que un sirviente, un viejo Cirino (que había muerto
A Ñuto no le gusta hablar de la Mora, pero varias veces hacía tiempo, se había quebrado la espalda al caer de un henil y
me pregunto si no había vuelto a ver a alguien de allí. Él todavía había trabajado penosamente un año más) y entonces
pensaba en los muchachos de los alrededores, en los compa- daba lo mismo intentar, sacarme las ganas, después de haber
ñeros de las bochas, del fútbol, de la taberna, en las mucha- cruzado la Bormida, atravesar también el mar.
chas que sacábamos a bailar. Sabía dónde estaban todos, lo -Pero no es fácil embarcarse -dijo Ñuto-, Tuviste valor.
que habían hecho; ahora cuando estábamos en la casa del No había sido valentía le diie, me había escaoado. No se
Salto y pasaba alguien por el camino, él le decía con mirada jo había contado.
de gato: -¿Y a éste lo conoces? - . Luego disfrutaba la cara y el —¿Recuerdas las conversaciones que teníamos en el taller
asombro del otro y nos servía de beber a ambos. Charlába- con tu padre? Él ya entonces decía que los ignorantes siempre
mos. Algunos me trataban de usted. -Soy Anguila -inte- serían ignorantes, porque la fuerza está en manos de quienes
rrumpía yo-, nada más. ¿Cómo terminaron tu hermano, tu tienen interés en que la gente no comprenda, en manos del
padre, tu abuela? Y la perra, ¿murió? gobierno, de los ruines, de los capitalistas... Aquí en la Mora
No habían cambiado gran cosa; yo había ca mbiadn. Se acor- no significaba nada, pero cuando fui soldado y recorrí los
daban de cosas que había hecho y había dicho, de bromas, de callejones y las construcciones en Génova entendí lo que eran
golpes, de historias que había olvidado. -¿Y Bianchetta? - m e los patrones, los capitalistas, los militares... Entonces estaban
dijo uno-, ¿te acuerdas de Bianchetta? - . Sí que la recordaba. los fascistas y no se podían decir esas cosas... Pero también
- S e casó con un Robini - m e dijeron-, le va bien. estaban los otros...
Casi todas las tardes Ñuto pasaba a recogerme por el Nunca se lo había contado para no hacerlo volver a ese
Angelo, me sacaba de la camarilla de doctor, secretario, co- discurso que era tan inútil y yo ahora, después de veinte años
mandante y agrimensores, y me hacía hablar. íbamos como y tantas cosas que pasaron, ya ni siquiera sabía en qué creer,
dos frailes bajando por la avenida del pueblo, se sentían los pero en aquel invierno de Génova lo había creído y pasamos
grillos, la brisa del Belbo - e n nuestros tiempos nunca íba- muchas noches en el invernadero de la villa discutiendo con
mos al pueblo a esa hora, llevábamos otra vida. Guido, con Remo, con Cerreti y todos los demás. Después
Bajada Juna y las colinas oscuras, una noche Ñuto me pre- TeregaJe asustó, no quiso dejarnos entrar más y entonces le
guntó cómo había sido embarcarme para ir a Norteamérica, si dije que siguiera siendo sirvienta, explotada, que se lo mere-
lo hubiera hecho de nuevo en caso de que volvieran la ocasión cía, nosotros queríamos hacernos fuertes y resistir. De modo
y los veinte años. Le dije que no había sido tanto por que seguimos trabajando en el cuartel, en los remolques, y
Norteamérica como por la rabia de no ser nadie, más que irme, una vez licenciados, en las obras en construcción donde nos

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contrataran y en las escuelas técnicas nocturnas. Ahora Teresa -Habrán tirado la lámpara -dije.
me escuchaba con paciencia y me decía que hacía bien en -No, no -gritó Cinto-, mató a Rosina y a la abuela. Que-
estudiar, en querer progresar, y me daba de comer en la coci- ría matarme pero no lo dejé... Después prendió fuego la paja
na. Ya no mencionó la discusión. Pero una noche vino Cerreti y me seguía buscando, pero yo tenía la navaja y entonces se
para avisarme que Guido y Remo habían sido arrestados y colgó en el viñedo...
que buscaban a los demás. Entonces Teresa, sin hacerme nin- Cinto jadeaba, gemía, estaba todo negro y arañado. Se
gún reproche, habló con alguien - u n cuñado, un antiguo había sentado en el suelo a mis pies, me apretaba una pierna
patrón, no lo sé- y en dos días me había encontrado un pues- y repetía: -Papá se ahorcó en el viñedo, ha quemado la casa...
to de peón en un barco que iba a Norteamérica. Así había también el novillo. Los conejos se escaparon, pero yo tenía la
sucedido, le dije a Ñuto. navaja... Lo quemó todo, Piola también lo vio...
-Ya lo ves -dijo él-. A veces basta con una palabra oída en la
niñez, aun viniendo de un viejo, de un pobre miserable como
mi padre, para abrirte los ojos... Me alegra que no pensaras sola-
mente en ganar dinero... Y a tus camaradas, ¿qué les pasó?
íbamos así, por el camino fuera del pueblo, y hablábamos
de nuestro destino. Yo orientaba el oído hacia la luna y perci-
bía el chirrido lejano del freno de una carreta, un ruido que
en las calles de Norteamérica va no se oye hace tiempo. Y
pensé en Génova, en las oficinas, en lo que habría sido mi
vida si aquella mañana también me hubieran encontrado en
la construcción con Remo. Dentro de pocos días volvía a la
calle Corsica. El verano se había terminado.
Alguien corría por el camino entre el polvo, parecía un
perro. Vi que era un chico: rengueaba y corría hacia nosotros.
Cuando me di cuenta que era Cinto ya estaba al lado nues-
tro, se arrojó a mis pies y gemía como un perro.
-¿Qué pasa?
En el momento no le creíamos. Decía que su padre había
quemado la casa. -Precisamente él, imagínate -dijo Ñuto.
- H a quemado la casa -repetía Cinto- . Quería matar-
me... Se ahorcó... ha quemado la casa...

182 165
XXVII

Ñuto lo tomó de los hombros y lo levantó como a un


cabrito.
-¿Mató a Rosina y a la abuela?
Cinto temblaba y no podía hablar.
-¿Las mató? - y lo sacudió.
-Déjalo - l e dije a Ñuto-, está medio muerto. ¿Por qué
no vamos a ver?
Entonces Cinto se arrojó sobre mis piernas y no quería
saber nada.
-Levántate-le dije-, ¿qué venías a buscar?
Venía conmigo, no quería volver al viñedo. Había corri-
do a llamar a Morone y a los Piola, los había despertado a
todos, otros venían ya desde la colina, había gritado que apa-
garan el fuego, pero al viñedo no quería volver, había perdi-
do la navaja.
- N o iremos al viñedo - l e dije-. Nos quedamos en la ca-
lle, y Ñuto irá. ¿De qué tienes miedo? Si es cierto que acudie-
ron los de las granjas, a esta hora todo estará apagado...
Nos encaminamos llevándolo de la mano. Desde la aveni-
da no se ve la colina de Gaminella, está oculta por un promon-
torio. Pero apenas se deja la calle mayor y se dobla por la baja-
da que desemboca en el Belbo, un incendio debería verse entre
las plantas. No vimos nada, excepto la niebla sobre la luna.
Sin hablar, Ñuto le dio una sacudida al brazo de Cinto que
tropezó. Avanzamos casi corriendo. En el cañaveral se notaba

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que algo había sucedido. Desde allí abajo se oía que gritaban y laba los canastos. Luego habían pesado las papas y los porotos,
daban golpes como si talaran un árbol, y en el aire de la noche se habían puesto de acuerdo mirándose mal. Cargaron la ca-
una nube de humo maloliente bajaba hacia la calle. rreta y Valino se fue al pueblo.
Cinto no opuso resistencia, subió apurando el paso al lado Pero a la noche, cuando volvió, estaba malhumorado. Dis-
nuestro, apretándome más fuerte los dedos. Había gente que cutió a los gritos con Rosina, con la abuela, porque no ha-
iba y venía, hablando, cerca de la higuera. Ya desde el sende- bían cosechado antes los porotos verdes. Decía que ahora la
ro, a la luz de la luna, vi el vacío en donde había estado el
dueña comía los porotos que les habrían tocado a ellos. La
henil y el estaBlo~"y1as paredes agujereadas de la cabaña. Re-
vieja lloraba sobre el camastro.
flejos rojos morían al pie del muro, despidiendo un humo
Cinto estaba en el umbral, listo para huir. Entonces Valino
negro. Había un hedor a lana, carne y estiércol quemado que
se había sacado el cinturón y había empezado a azotar a Rosina.
te oprimía la garganta. Un conejo se escapó entre mis pies.
Parecía que estuviera cosechando el grano. Rosina se había
Ñuto, parado a la altura del prado, torció la boca y se
arrojado sobre la mesa y aullaba, apoyando sus manos en el
llevó los puños a las sienes. -Ese olor-farfulló-, ese olor.
cuello. Después había lanzado un grito más fuerte, le había
El incendio ya había terminado, todos los vecinos habían
pegado con la botella, y Rosina tirándose los cabellos se ha-
ido a dar una mano; hubo un momento, decían, en que las
bía arrojado sobre la abuela y la había abrazado. Entonces
llamas amenazaban la ribera y se veían sus reflejos en el agua
Valino le había dado patadas -se escuchaban los golpes-, pa-
del Belbo. No se había salvado nada, ni siquiera el estiércol
tadas en las costillas, la pisaba con los zapatos, Rosina se cayó
en la parte de atrás.
al suelo, y Valino le siguió dando patadas en la cara y en el
Alguien fue a llamar al comandante; enviaron a una mu-
estómago.
jer a lo de Morone para que trajera algo de beber; le hicimos
Rosina había muerto, dijo Cinto, estaba muerta y perdía
tomar un poco devino a Cinto, que preguntaba dónde esta-
ba el perro, si también se había quemado. Todos decían lo sangre por la boca. -Levántate -decía el padre-, loca - . Pero
suyo; sentamos a Cinto en el prado y contó entrecortadamente Rosina había muerto, y también la vieja ahora estaba muda.
la historia. Entonces Valino lo había buscado - y él se fue. Desde el
viñedo ya no se escuchaba nada, excepto el perro que tensaba
Él no sabía nada, había bajado al Belbo. Luego había oído
la cadena y corría a un lado y al otro.
ladrar al perro y a su padre preparando el'novillo. Había ve-
Después de un rato Valino empezó a llamar a Cinto. Cin-
nido la señora de la Villa con su hijo, a repartir los porotos y
to dice que por la voz se veía que no quería golpearlo, que
las papas. La señora había dicho que ya se habían extraído
solamente lo llamaba. Entonces había abierto la navaja y apa-
dos surcos de papas, que tenían que compensarla, y Rosina
reció en el patio. El padre esperaba en la puerta, sombrío.
había gritado, Valino blasfemaba, la señora había entrado a la
Cuando lo vio con la navaja dijo "Basura" y trató de atrapar-
casa para que hablara incluso la abuela, mientras el hijo vigi-
lo. Cinto se volvió a escapar.

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Luego había oído que el padre daba patadas por todas
todos y tosía entre el hedor de humo y carne. Le decían que
partes, que blasfemaba e insultaba al cura. Después vio las
llamas. iba a encontrarla, que cuando se apagaran las brasas también
se podrían recuperar el hierro de las azadas y de las palas.
El padre había salido afuera con el farol en la mano, sin la
Llevamos a Cinto a lo de Morone, era casi el amanecer; los
tulipa. Había corrido alrededor de toda la casa. También le
prendió fuego al henil, a la paja, y había estrellado el farol demás iban a buscar entre las cenizas lo que quedaba de las
contra la ventana. La habitación donde se habían peleado ya mujeres.
estaba llena de fuego. Las mujeres no salían, le pareció que En el patio de Morone nadie dormía. La cocina estaba abier-
oía llorar y gritar. ta e iluminada, las mujeres nos ofrecieron algo de beber; los
hombres se sentaron a desayunar. Estaba fresco, casi frío. Yo
Ahora toda la cabaña ardía y Cinto no podía bajar hacia el
estaba harto de discusiones y de palabras. Todos decían las mis-
prado porque el padre lo hubiese visto como si fuera de día.
El perro enloquecía, ladraba y tironeaba la cadena. Los cone- mas cosas. Me quedé con Ñuto paseando por el patio, bajo las
jos huían. También el novillo se quemaba en el establo. últimas estrellas, y desde allí arriba, en la atmósfera fría, casi
violácea, veíamos los bosques de árboles en la llanura, el cente-
Valino corrió hacia el viñedo, buscándolo, con una soga
lleo del agua. Había olvidado que el amanecer era así.
en la mano. Cinto, sin dejar de apretar la navaja, huyó hacia
Ñuto paseaba consternado, mirando el suelo. Le dije de
la ribera. Allí se había quedado, escondido, y veía en lo alto
pronto que debíamos pensar en Cinto, que de todos modos
contra el follaje los reflejos del fuego.
ya lo habíamos estado haciendo. Él alzó los ojos hinchados y
Desde allí también se sentía el rumor de las llamas como
me miró: me pareció medio adormecido.
un horno. El perro seguía aullando. También la costa estaba
El día después fue para hacerse malasangre. Oí decir en el
iluminada como si fuera de día. Cuando Cinto dejó de oír al
pueblo que la dueña estaba furiosa por su propiedad, y que
perro y los demás ruidos, le pareció que se había despertado
dado que Cinto era el único sobreviviente de la familia, preten-
en ese momento, no recordaba qué estaba haciendo en la
día que Cinto la compensara, que pagara, que lo metieran a
costa. Entonces subió muy despacio hacia el nogal, aferrando
la cárcel. Se supo que había ido a asesorarse con el escribano y
la navaja abierta, atento a los rumores y a los reflejos del fue-
go. Y bajo la copa del nogal al resplandor del incendio vio que éste había tenido que disuadirla durante una hora. Luego
que colgaban los pies de su padre, y la escalenta en el suelo. había acudido también al cura.
El cura la hizo buena. Dado que Valino había muerto en
Tuvo que repetirle toda la historia al comandante y le hi-
pecado mortal, no quiso saber nada de bendecirlo en la igle-
cieron mirar al padre muerto tendido bajo una manta, para
sia. Dejaron el cajón afuera, sobre la escalinata, mientras el
que lo reconociera. Hicieron una pila con las cosas halladas
cura adentro murmuraba sobre los cuatro huesos negros de
en el prado: la hoz, una carretilla, la escalenta, el cabestro del
las mujeres, encerrados en una bolsa. Todo se hizo a la tarde,
novillo y un tamiz. Cinto buscaba su navaja, se la pedía a
a escondidas. Las viejas de Morone, con el velo en la cabeza,

188 189
fueron con los muertos al cementerio recogiendo en el cami

esto7o dT n R°Sma ^ v i v i d ° « P - a d o mortal. Pero


esto lo dijo únicamente la modista, una vieja indiscreta.

190
con Santina de la mano, por la ruta: nadie había ido a buscar- mujer, sabía por qué la música de los bailes me daba ganas de
las al tren, y se detuvieron en el jardín para acariciar las pri- recorrer los campos como los perros. Esa hendidura sobre las
meras rosas. Parloteaban juntas como si fueran madre e hija, colinas más allá de Canelli, de donde surgían las tormentas y
las caras enrojecidas por la caminata. la bonanza, por donde salía el sol, seguía siendo la región
La que en cambio estaba pálida y demacrada, y tenía la donde los trenes humeaban, por donde pasaba la ruta hacia
vista siempre fija en el suelo, era Irene. Parecía esas lilas silves- Génova. Sabía que dentro de dos años yo también tomaría
tres que nacen en los prados después de la vendimia o la hier- ese tren, como Ñuto. En las fiestas empezaba a juntarme con
ba que sigue viviendo debajo de una piedra. Llevaba un pa- los de mi generación. Se bebía, se cantaba, hablaban de noso-
ñuelo rojo sobre el cabello, mostraba el cuello y las orejas tros.
desnudas. Emilia decía que nunca más tendría la cabeza como Silvia ahora estaba de nuevo enamorada. Reaparecieron
antes, que la rubia sería ahora Santina que incluso tenía una en la Mora Arturo y su amigo toscano, pero ella ni siquiera
cabeza más hermosa que Irene. Y Santina ya lo sabía, cuando los miró. Se había metido con un contador de Canelli que
se colocaba detrás de la reja para hacerse ver, o venía al huerto trabajaba por contrato y parecía que iban a casarse, hasta don
con nosotros por los senderos y conversaba con las mujeres. Matteo parecía estar de acuerdo. El contador llegaba a la Mora
Yo le preguntaba qué habían hecho en Alba, qué había hecho en bicicleta, era un rubiecito de San Marzano, siempre le traía
Silvia, y si tenía ganas ella respondía que estaban en una her- un turrón a Santina, pero una noche Silvia desapareció. Vol-
mosa casa con alfombras, frente a la iglesia, y que algunos vió recién al día siguiente, con una montaña de flores. Había
días iban las señoras, los niños, las niñas, y jugaban y comían ocurrido que en Canelli no sólo estaba el contador, sino tam-
masas dulces, después una noche habían ido al teatro con la bién un hombre apuesto que sabía inglés y francés y que ve-
tía y con Nicoletto, y todos vestían bien, las niñas iban a la nía de Milán, alto y canoso, un señor -se decía- que estaba
escuela de monjas, y pronto ella también iría. De lo que ha- comprando tierras. Silvia se encontraba con él en la villa de
cía Silvia no logré saber gran cosa, pero debía de haber baila- unos conocidos y tomaba la merienda. Aquella vez cenaron,
do mucho con los oficiales. Nunca había estado enferma. y ella salió a la mañana siguiente. El contador lo supo y que-
Volvieron a venir a buscarlas a la Mora los jóvenes y las ría matar a alguien, pero el tal Lugli fue a buscarlo, le habló
amigas de antes. Ese año Ñuto entró al servicio militar, yo como a un muchacho y la cosa terminó ahí.
ahora era un hombre y ya no ocurría que el mayoral me ame- A ese hombre, que tal vez tenía unos cincuenta años e
nazara con un azote o que alguien me llamara bastardo. Era hijos grandes, únicamente lo vi de lejos, pero para Silvia fue
conocido en muchas granjas de los alrededores; iba y venía peor que Matteo de Crevalcuore. Tanto Matteo como Arturo
por la tarde, por la noche; veía a Bianchetta. Empezaba a y todos los demás eran personas que yo conocía, jóvenes cre-
entender muchas cosas. El aroma de los tilos y las acacias cidos en los alrededores, quizá no muy buenos, pero de los
también tenía un sentido para mí, ahora sabía lo que era una nuestros, que bebían, reían y hablaban como nosotros. Pero

193
192
ese fulano de Milán, ese Lugli, nadie sabía lo que hacía en ciéndole que no escuchara semejantes palabras. Silvia alzó los
Canelli. Ofrecía almuerzos en la Cruz Blanca, estaba en bue- hombros y estuvo fuera toda la noche y el día después.
nas relaciones con el podestá y con la Casa del fascio, visitaba Luego también terminó la historia de Lugli. Se supo que
los establecimientos. Debía haberle prometido a Silvia que la había escapado dejando grandes deudas. Pero esa vez Silvia se
llevaría a Milán, o quién sabe adonde, lejos de la Mora y de revolvió como un gato. Fue a Canelli a la Casa del fascio; fue
las montañas. Silvia había perdido la cabeza, lo esperaba en el a lo del secretario, fue a las villas donde habían gozado y
Café dello Sport, andaban en el auto del secretario por las dormido, y tanto hizo que logró saber que debía estar en
villas, por los castillos, hasta Acqui. Creo que Lugli fue para Génova. Entonces tomó el tren a Génova, llevándose el oro
ella lo que ella y su hermana hubiesen podido ser para mí, lo y el poco dinero que encontró.
que después fue para mí Génova o Norteamérica. En esa época Un mes después don Matteo fue a buscarla a Génova,
ya sabía lo suficiente para imaginármelos juntos y sospechar luego de que la jefatura de policía le avisara dónde estaba,
lo que se decían, cómo él le hablaba de Milán, de los teatros, dado que Silvia era mayor de edad y ellos no podían enviarla
de los adinerados y de las carreras, y cómo ella se quedaba a casa. Pasaba hambre en los andenes de Brignole. No había
escuchándolo con los ojos rápidos, atrevidos, fingiendo co- encontrado a Lugli, no había encontrado a nadie, y quería
nocerlo todo. Ese Lugli siempre estaba vestido como el mo- tirarse debajo del tren. Don Matteo la tranquilizó, le dijo
delo de un sastre, llevaba una boquilla, tenía los dientes y un que había sido una enfermedad, una desgracia, como el tifus
anillo de oro. Una vez Silvia le dijo a Irene - y Emilia lo escu- de su hermana, y que todos la esperaban en la Mora. Volvie-
chó— que Había estado en Inglaterra y que debía regresar allí. | ron, pero esta vez Silvias^estaba embarazada.
Pero llegó el día en que don Matteo les hizo una escena a
la mujer y a las hijas. Gritó que estaba harto de caras largas y
de trasnochadas, harto de tener zánganos alrededor, de no
saber a la noche a quién tenía que saludar a la mañana, de
encontrarse con conocidos que se burlaban de él. Le echó la
culpa a la madrastra, a los holgazanes, a la raza puta de las
mujeres. Dijo que al menos a Santa quería educarla él, que
las otras se casaran si todavía alguno las quería pero que se
fueran, que volvieran a Alba. Pobre hombre, era viejo y ya no
sabía dominarse, ni mandar. También Lanzone lo había per-
cibido, en la rendición de cuentas. Todos lo habíamos adver-
tido. La conclusión de la escena fue que Irene se acostó con
los ojos enrojecidos y la señora Elvira abrazó a Santina di-

195
XXIX

En esos días llegó otra noticia: había muerto la vieja del


Nido. Irene no dijo nada, pero se notó que estaba exaltada, le
volvió la sangre a la cara. Ahora que Cesarino podía actuar
por su cuenta, pronto se vería qué clase de hombre era. Co-
rrieron muchos rumores, que el heredero era sólo él, que eran
muchos, que la vieja les había dejado todo al obispo y a los
conventos.
En cambio vino un escribano para ver el Nido y las tie-
rras. No habló con nadie, ni siquiera con Tommasino. Dio
las órdenes para los trabajos, las cosechas, las siembras. Hizo
el inventario del Nido. Ñuto, que estaba entonces de licencia
para la cosecha, lo supo todo en Canelli. La vieja había deja-
do sus propiedades a los hijos de una nieta que ni siquiera
eran condes, y había nombrado tutor al escribano. De modo
que el Nido permaneció cerrado, y Cesarino no volvió.
En esos días yo siempre estaba con Ñuto y hablábamos
mucho, sobre Génova, sobre los soldados, sobre música y
sobre Bianchetta. Él fumaba y me hacía fumar, me decía si
no estaba harto de pisar esos surcos, que el mundo es grande
y hay lugar para todos. Sobre las historias de Silvia y de Irene
alzó los hombros y no dijo nada.
Tampoco Irene dijo algo sobre las noticias del Nido. Si-
guió estando demacrada y pálida y solía sentarse con Santina
en la orilla del Belbo. Apoyaba el libro sobre las rodillas y ob-
servaba las plantas. El domingo iban a misa con el velo negro

197
Ñuto tenía razón cuando decía que era lo mismo vivir en una
cueva o en un palacio, que en todas partes la sangre es roja, y
que todos quieren ser ricos, amados, afortunados. Aquellas
noches, al volver bajo las acacias de casa de Bianchetta, estaba
contento, silbaba, ya ni siquiera pensaba en subirme al tren.
La señora Elvira volvió a invitar a cenar a Arturo, que esa
vez fue astuto y dejó en casa al amigo toscano. Don Matteo
ya no se opuso. Era la época en que Silvia aún no había dicho
en qué estado había vuelto de Génova, y la vida en la Mora,
aunque un tanto debilitada, parecía reanudarse como de cos-
tumbre. Arturo empezó en seguida a cortejar a Irene; Silvia
con el pelo sobre los ojos ahora lo miraba con aire burlón,
pero cuando Irene se sentaba en el piano se iba de repente y se
apoyaba en la terraza o paseaba por el campo. Ya no usaba
sombrilla,caWJas-mujeres caminaban con la cabeza descu-
bierta aun bajo el sol.
fféne no quería saber nada con Arturo. Lo trataba dócil-
mente, pero con frialdad, lo acompañaba al jardín y hasta la
entrada, y casi no hablaban. Arturo seguía siendo el mismo,
había gastado más dinero de su padre, le guiñaba el ojo inclu-
so a Emilia, pero era sabido que fuera de las cartas y del tiro al
blanco no valía un cuarto.
Fue Emilia quien nos dijo que Silvia estaba embarazada.
Ella lo supo antes que el padre y que todos. La noche en que
don Matteo recibió la noticia -se lo dijeron Irene y la señora
Elvira- en lugar de gritar se empezó a reír con malicia y se
llevó la mano a la boca. -Ahora -se rió entre los dedos-,
encuéntrenle un padre - . Pero cuando quiso levantarse y en-
trar en la habitación de Silvia, la cabeza le dio vueltas y se
cayó. Desde ese día quedó medio paralizado, con la boca tor-
cida.

199
Cuando don Matteo se levantó de la cama y pudo dar dedores, vestido de oscuro, ya no usaba las botas, y se encar-
algunos pasos, Silvia ya se había encargado del asunto. Había gaba de los medicamentos. Aun antes de casarse ya se queda-
ido a lo de una partera de Costigliole y se había hecho raspar. ba en casa de la mañana a la noche y recorría las propiedades.
No le dijo nada a nadie. Se supo dónde había estado dos días Irene lo aceptó para irse, para no ver más el Nido sobre la
después porque quedó en su bolsillo el boleto del tren. Vol- colina, para no oír a la madrastra protestar y hacer escenas. Se
vió con ojeras y el rostro de una muerta, se metió en la cama casó en noviembre, un año después de que muriera Silvia, y
y la llenó de sangre. Murió sin decirles una palabra ni al cura no hicieron una gran fiesta a causa del luto y de que don
ni a los demás, solamente llamaba "papá" en voz baja. Matteo ya casi no podía hablar. Partieron hacia Torino, y la
Para el funeral cortamos todas las tlores'del'jardín y de las señora Elvira se desahogó con Serafina, con Emilia: nunca
granjas cercanas. Era junio y había muchas. La enterraron sin hubiera creído que alguien a quien se trataba como una hija
que su padre lo supiera, pero éste oyó la letanía del cura en la fuera tan ingrata. En el casamiento, la más hermosa, vestida
habitación vecina y se asustó e intentaba decir que todavía no de seda, era Santina. Sólo tenía seis años, pero la novia pare-
estaba muerto. Cuando luego salió a la terraza ayudado por cía ella.
la señora Elvira y por el padre de Arturo, tenía un tono grisá- Yo ingresé en la milicia aquella primavera y ya no me im-
ceo en los ojos y se quedó al sol, sin hablar. Arturo y su padre portaba mucho la Mora. Arturo regresó y comenzó a dirigir
se pasaban el relevo, siempre estaban cerca. todo. Vendió el piano, vendió el caballo y varias parcelas de
Quien ahora ya no veía con buenos ojos a Arturo era la terreno. Irene, que había creído que iría a vivir a una nuu?va
madre de Santina. Con la enfermedad del viejo ya no le con- casa, volvió a estar con su padre v lo cuidaba. Ahora Arturo
venía que Irene se casara y se llevara la dote. Era mejor que se siempre estaba fuera; volvió a jugar, a salir de caza y ofrecer
quedara soltera en casa e hiciera de madrina para Santina, y cenas a los amigos. Al año siguiente, la única vez que volví de
así algún día la pequeña terminaría siendo dueña de todo. Génova de licencia, la dote -la mitad de la Mora- ya se había
Don Matteo no decía más nada, ya era mucho si se metía la consumido, e Irene vivía en Nizza en una habitación donde
cuchara en la boca. Las cuentas con el mayoral y con noso- Arturo la golpeaba.
tros las llevaba la señora que metía las narices en todas partes.
Pero Arturo fue inteligente y se impuso. Ahora, el que
Irene encontrara un marido era un favor que él le hacía, por-
que tras la historia de Silvia todos decían que las muchachas
de la Mora habían sido putas. Él no lo decía, pero llegaba
muy serio, le hacía compañía al viejo, hacía las compras en
Canelli con nuestro caballo, y el domingo en la iglesia le pa-
saba el agua en la mano a Irene. Estaba siempre por los alre-

200 20
XXX

... Recuerdo un domingo de verano, de la época en que Silvia


vivía e Irene era joven. Yo tendría diecisiete o dieciocho años
y comenzaba a recorrer los pueblos. Era la fiesta de Buon
Consiglio, el primero de septiembre. Con sus tés, sus visitas
y sus amigos, Silvia e Irene no podían ir. Por no sé qué asun-
tos de vestidos y despechos no habían querido llevar la com-
pañía usual, y ahora estaban tendidas en las reposeras miran-
do el cielo sobre el palomar. Esa mañana yo me había lavado
bien el cuello, me había cambiado la camisa y los zapatos y
regresaba del pueblo para comer un bocado y después salir en
bicicleta. Ñuto ya estaba en Buon Consiglio desde el día an-
terior porque tocaba en el baile.
Desde la terraza Silvia me preguntó adonde iba. Tenía el
aspecto de querer conversar. De vez en cuando me hablaba así,
con una sonrisa de muchacha hermosa, y en esos momentos
me parecía que ya no era un sirviente. Pero aquel día estaba
apresurado y ansioso. ¿Por qué no usaba el carro?, me dijo
Silvia. Llegaría antes. Después le gritó a Irene: -¿No quieres
venir a Buon Consiglio? Anguila nos lleva y cuida el caballo.
No me gustó la idea pero tuve que aceptar. Bajaron con la
canasta de la merienda, con las sombrillas, con la manta. Silvia
llevaba puesto un vestido floreado e Irene uno blanco. Su-
bieron con sus botines de taco alto y abrieron las sombrillas.
Me había lavado bien el cuello y la espalda, y Silvia estaba
cerca de mí bajo la sombrilla y olía a flores. Le veía la oreja

203
por su cuenta. Vi a Ñuto que tomaba una gaseosa con los
pequeña y rosada, perforada por el aro, la nuca blanca y atrás,
muchachos de Seraudi. Estaban en la explanada detrás de la
la cabeza rubia de Irene. Hablaban entre ellas de los jóvenes
iglesia desde donde se veía toda la colina de enfrente y los
que venían a buscarlas, los criticaban y se reían, y a veces,
viñedos blancos, los ríos, y a lo lejos, las cabañas de los bos-
mirádome, me decían que no escuchara; después conjetura-
ques. La gente que estaba en Buon Consiglio venía de allá arri-
ban entre ellas sobre quién habría ido a Buon Consiglio.
ba, de las praderas más remotas, y también de más lejos, de las
Cuando empezamos a subir, bajé a tierra para no cansar al
parroquias, de los pueblos más allá de Mango, donde no había
caballo y Silvia sostuvo las riendas.
sino caminos de cabras y por donde nunca pasaba nadie. Ha-
Mientras avanzábamos, me preguntaban de quién era una
bían venido a la fiesta en carretas, en autos, en bicicleta y a pie.
casa, una granja, un campanario, y yo conocía la calidad de
Estaba lleno de muchachas, de mujeres viejas que entraban a la
las uvas en las viñas pero no a los dueños. Nos dimos vuelta
iglesia, de hombres que miraban hacia arriba. Los señores, las
para mirar el campanario de Calosso, les mostré hacia dónde
muchachas bien vestidas, los niños de corbata, también espera-
quedaba ahora la Mora.
ban la función en el portal de la iglesia. Le dije a Ñuto que
Luego Irene me preguntó si de verdad no conocía a mi
había venido con Irene y Silvia y las vimos reír en medio de sus
amilia. Le contesté que igual vivía tranquilo; y fue entonces
amigos. Ese vestido floreado era el más hermoso.
ue Silvia me miró de la cabeza a los pies y, muy seria, le dijo
Fuimos con Ñuto a ver los caballos en los establos de la
Irene que era un muchacho apuesto, que ni siquiera parecía
hostería. El Loco de la Estación nos detuvo en la puerta y nos
e la región. Para no ofenderme, Irene dijo que debía de te
íer lindas manos y yo rápidamente las escondí. Entonces ella dijo que vigiláramos. El y los otros destaparon una botella y
también se rió como Silvia. se cayó la mitad al piso. Pero no querían tomarla ellos. Ver-
Después volvieron a hablar de sus despechos y de vesti tieron el vino, que todavía burbujeaba, en un cuenco y se lo
dos, y llegamos a Buon Consiglio bajo los árboles. hicieron lamer a Laiolo, que era oscuro como una mora, y
Había un tumulto de puestos de turrón, de banderines, cuando se lo bebió, le dieron cuatro azotes con una fusta en
de carretas y de dianas y de vez en cuando se oían los estruen- las patas traseras para que se despertara. Laiolo empezó a tirar
dos de los disparos. Llevé el caballo a la sombra de unos plá- patadas alzando la cola como un gato. -Silencio -nos dije-
tanos, donde estaban las vallas para atarlos, separé el carro y ron-, verán que el triunfo es nuestro.
esparcí el heno. Irene y Silvia preguntaban "¿Adonde es la En ese momento apareció en la puerta Silvia con sus mu-
carrera, adonde? , pero sobraba tiempo, y entonces se pusie- chachos. - S i ya tomaron tanto -dijo un gordo que siempre
ron a buscar a sus amigos. Yo tenía que vigilar el caballo y al se reía-, en lugar de los caballos correrán ustedes.
mismo tiempo ver la fiesta. El Loco se largó a reír y se secó el sudor con un pañuelo
Era temprano, Ñuto aún no tocaba, pero en el aire se sen rojo. -Deberían correr esas señoritas -dijo-, son más rápidas
dan los instrumentos bocinear, chillar, resoplar, jugar, cada uno que nosotros.

205
Después Ñuto se fue a tocar para la procesión de la vir-
y cayó de boca como una bolsa, después blasfemó de nuevo
gen. Se pusieron en fila delante de la iglesia, y entonces salió
cuando Laiolo levantó la cabeza y dio un salto; se arrancó el
la virgen. Ñuto guiño un ojo, escupió, se limpió con la mano
pañuelo del cuello, me dijo "Eres un bastardo" y los Seraudi
y sopló la trompeta. Tocaron una pieza que se escuchó hasta
bailaban y se daban cabezazos como las cabras; luego la gente
Mango.
comenzó a vociferar en otra parte, el Loco se tiró al suelo y,
En esa explanada, entre los plátanos, me gustaba oír el soni-
gordo como estaba, hizo una pirueta, se golpeó la cabeza con-
do de los trombones y de la trompeta, ver que todos se arrodi-
tra la tierra; todos seguían gritando; había ganado un caballo
llaban, se apartaban, y a la virgen que salía bamboléandose del
de Neive.
pórtico sobre los hombros de los sacristanes. Después salieron
los curas, los chicos de camisa, las viejas, los señores, el incien- Luego perdí de vista a Irene y a Silvia. Hice mi recorrido
so, todas las velas bajo el sol, el colorido de los vestidos, las por el tiro al blanco y los naipes, fui a la hostería a escuchar a
muchachas. Incluso los hombres y las mujeres de los puestos, los dueños de los caballos que discutían y tomaban una bote-
vendedores de turrón, los del tiro al blanco, los del carrusel, se lla tras otra, y el párroco trataba de ponerlos de acuerdo. Unos
quedaban mirando bajo los plátanos. cantaban, otros maldecían, otros comían salame y queso. Se-
guro que en ese patio no entraban muchachas.
La virgen recorrió la explanada y tiraron unos petardos.
A esa hora Ñuto y la música estaban ya listos para el baile
Vi a Irene muy rubia tapándose los oídos. Estaba contento
y empezaban a tocar. Al aire libre se escuchaba la melodía y
de haberlas llevado en el carro, de estar con ellas en la fiesta.
las risas, la tarde era fresca y clara, yo andaba detrás de las
Fui un momento a juntar el heno bajo el cabestro del
barracas, veía cómo levantaban los toldos de tela, jóvenes que
caballo y me quedé cuidando nuestra manta, los chales, la
bromeaban, bebían, alguno ya le agitaba las faldas a las muje-
canasta.
res de los puestos. Los chicos se llamaban, se quitaban los
Después vino la carrera, y la música sonó de nuevo mien-
turrones, hacían escándalo.
tras los caballos bajaban hacia la calle. De reojo yo siempre
Fui a ver cómo bailaban sobre el escenario bajo el toldo.
buscaba el vestido floreado y el blanco, veía que hablaban y
Los Seraudi ya estaban bailando. También estaban sus her-
se reían, qué no hubiese dado por ser uno de esos jóvenes y
poder sacarlas a bailar. manas, pero yo me quedé mirando porque buscaba el vesti-
do floreado y el blanco. Las vi a las dos a la luz de los faroles,
La carrera pasó dos veces, en bajada y en subida, por deba-
abrazadas a sus galanes, las caras apoyadas en los hombros, y
jo de los plátanos, y los caballos hacían un ruido como la
la música que sonaba transportándolas. "Si yo fuera Ñuto",
creciente del Belbo; a Laiolo lo montaba un muchacho que
pensé. Fui hasta el sitio de Ñuto y él hizo llenar un vaso para
no conocía, estaba inclinado hacia adelante y lo azotaba como
mí, como a los músicos.
loco. Tenía cerca al Loco que empezó a maldecir, después
Luego me encontró Silvia acostado en el suelo, cerca del
gritó entusiasmado cuando otro caballo dio un paso en falso
cabestro del caballo. Estaba acostado contando las estrellas

20 207
XXXI

Ñuto se llevó a Cinto a su casa, para enseñarle carpintería


y aleo de música. Quedamos de acuerdo en que, s. el chico
andaba bien, a su tiempo yo le daría un puesto engénova.
Había que decidir algo más: llevarlo al hospital de Alessandna
para que el médico le viera la pierna. La mujer de Ñuto pro-
testó, que ya eran demasiados en la casa del Salto, entre chi-
cos y mesas de prensa fija, y que además no podía cuidarlo.
Le dijimos que Cinto era prudente. Aunque yo también le
hablé aparte y le dije que prestara atención que ahí no era
como el camino de Gaminella -frente al taller pasaban au-
tos, camiones, motos, que iban y venían de Canelli-, que
mirara siempre antes de cruzar.
Así encontró Cinto una casa donde vivir, y al día s.gu.ente
yo tenía que volver a Génova. Pasé la mañana en el Salto, y
-fruto me insistía y me decía: -¿Te vas entonces? ¿No vuelves
para la vendimia?
-Tal vez me embarque -le dije-, regreso para lafiestaotro ano.
Ñuto fruncía los labios como suele hacerlo. -Te has que-
dado poco - m e decía-,.ni siguicraJxemos hablado.
Yo reía. Hasta te encontré otro h i j o -
Al levantarnos de la mesa, Ñuto se decidió. Agarró el saco
y miró hacia arriba. -Vamos a recorrer -farfulló-, estas son
tus regiones. ..
Atravesamos la arboleda, la pasarela del Belbo, y salimos a
la calle de Gaminella en medio de las acacias.

209
-¿Vamos a ver la casa? -dije-. También Valino era un cris-
tiano.
Subimos por el sendero. Había un armazón de paredes
negras, vacías, y ahora sobre las vides se veía el nogal, enor-
me.
-Solamente quedaron las plantas -dije-, valía la pena que
Vahno las podara... Le ganó al río.
Ñuto estaba callado y miraba el patio lleno de piedras y
cenizas Anduve entre las piedras y ni siquiera hallaba el agu-
jero del sótano -los escombros lo habían tapado. En la costa
os pajaros hacían ruido y algunos volaban libremente sobre
las vinas. -Puedo comerme un higo -dije-, ya no le molesta
a nadie - . Mordí el higo y reconocí el sabor.
-La dueña de la Villa -dije- sería capaz de hacértelo escupir.
Ñuto seguía callado mirando la colina.
-Estos también han muerto -dijo-. Cuántos han muerto
desde que te fuiste de la Mora.
Entonces me senté en la viga, que seguía siendo la misma,
y le dije que de todos los muertos no podía sacarme de la
cabeza a las hijas de don Matteo. -Af-menos Silvia murió en
casa. Pero Irene con ese vago... sufriendo de ese modo... Y
Santina, quién sabe cómo murió Santina...
Ñuto jugaba con unas piedritas y miró hacia arriba. -¿No
quieres que subamos a lo alto de Gaminella? Vamos, es tem-
prano.
Entonces partimos, y él se ubicó adelante por las sendas
de los viñedos. Reconocía la tierra blanca, seca; el pasto aplas-
tado resbaloso de los senderos; y ese aroma áspero a colina y
viñedo que ya huele a vendimia bajo el sol. En cielo había
largas huellas de viento, soplos blancos, que parecían la cola
que se ve de noche detrás de las estrellas en la oscuridad Yo

210
fiesta, como yo lo había hecho con sus hermanas. En los Después, en el verano del '43, la buena vida también se
peñascos sobre los viñedos vi la primera gruta, una de esas terminó para Santa. Ñuto, que estaba siempre en Canelli para
pequeñas cavernas donde se guardan las azadas o donde si buscar noticias y difundirlas, ya no levantaba los ojos hacia
tienen un manantial hay helechos a la sombra cerca del agua. las cortinas. Decían que Santa se había fugado a Alessandria
Cruzamos un viñedo sarmentoso, lleno de helechos y de esas con su comandante fascista.
pequeñas flores amarillas de tronco duro que parecen de Luego había llegado septiembre, volvieron los alemanes,
montaña; siempre supe que se mastican y luego se colocan volvió la guerra. Los soldados llegaban a casa para esconder-
sobre las quemaduras para cicatrizarlas. Y la colina seguía su- se, disfrazados, hambrientos, descalzos, los fascistas dispara-
biendo: ya habíamos pasado varias granjas y ahora estábamos ban sus fusiles toda la noche, todos decían: "Era sabido que
en campo abierto. esto terminaría así". Había empezado la República. Un buen
-Es mejor que te lo diga -dijo Ñuto de repente sin levan- día Nutó oyó decir que Santa había regresado a Canelli, que
tar la mirada-, s£..cómo la mataron. Yaia m kién estaba ahí. Tiabía retomado su empleo en la Casa del fascio, que se em-
Se metió por la senda casi llana que daba vueltas en torno borrachaba y se iba a la cama con los camisas negras.
a un cerro. No dije nada y lo dejé hablar. Miraba el sendero,
giraba apenas la cabeza cuando un pájaro o una avispa me
pasaban cerca.
Hubo una época, contó Ñuto, en que cuando pasaba por
esa calle detrás del cine en Canelli miraba si las cortinas se
movían. La gente dice tantas cosas. En la Mora ya estaba
Nicoletto, y Santa, que no podía soportarlo, apenas murió la
madre se había fugado a Canelli, había alquilado una habita-
ción y trabajaba como maestra. Pero con la apariencia que
tenía rápidamente había encontrado un empleo en la Casa
del fascio, y murmuraban sobre un oficial del ejército, sobre
un podestá, un secretario, se murmuraba sobre los mayores
delincuentes de la región. Tan rubia, tan elegante, le resultaba
fácil andar en auto y recorrer la provincia, ir a cenar a las
mansiones, a las casas de los nobles, ir a las termas de Acqui,
si no fuera por los que la acompañaban. Ñuto trataba de no
verla en las calles, pero al pasar bajo sus ventanas alzaba la
vista hacia las cortinas.

212
213
XXXII

No~loTiabía creído. Hasta el final no lo había creído. La


vio una vez cruzar el puente, venía de la estación, tenía pues-
to un tapado de piel gris y zapatos forrados de terciopelo, los
ojos achispados por el frío. Ella lo había detenido.
-¿Cómo está el Salto? ¿Sigues tocando?... Ay Ñuto, tenía
miedo de que tú también estuvieras en Alemania... Las cosas
deben andar mal por allá... ¿Los dejan tranquilos?
En esa época atravesar Canelli era siempre un riesgo. Esta-
ban las patrullas, los alemanes. Y una muchacha como Santa
no hubiera hablado en la calle con alguien como Ñuto si no
fuese por la guerra. Ese día él no estaba tranquilo, solamente
le contestó que sí o que no.
Después había vuelto a verla en el Café dello Sport, ella
misma lo había llamado desde la puerta. Ñuto miraba de
reojo los rostros de quienes entraban, pero era una mañana
tranquila, un domingo de sol en que la gente va a misa.
- T ú me viste cuando era así de alta -decía Santa-, tú me
crees. Hay gente mala en Canelli. Si pudieran me prenderían
fuego... No quieren que una chica lleve una vida que no sea de
tonta. Querrían que yo también terminara como Irene, que be-
sara la mano que me da una cachetada. Pero yo muerdo la mano
que me golpea... gentuza que ni siquiera es capaz de ser canalla...
Santa fumaba unos cigarrillos que no se encontraban en
Canelli, se los había ofrecido. -Tómalos - l e había dicho-,
quédatelos todos. Son tantos los que querrán fumar allá...

215
-Ya ves —decía Santa—, cuando alguna vez conocía a al-
ran en la costa. Dos días después la brigada negra pasó y revi-
guien y me hacía la loca, incluso tú te dabas vuelta detrás de
los vidrios cuando pasaba. Y sin embargo conociste a mi só toda la casa.
mamá, sabes cómo soy... me llevabas a las fiestas... ¿Crees Llegó el día en que Santa tomó del brazo a Ñuto y le dijo
que yo no me las arreglaba con esos cobardes de antes?... al que ya no podía más. No podía regresar a la Mora porque
menos estos se defienden... Ahora tengo que vivir y comer su Nicoletto era insoportable, y el empleo de Canelli, después
comida, porque siempre tuve mi trabajo, nunca nadie me de todos esos muertos, la indignaba, le hacía perder la razón:
mantuvo, pero si quisiera contar lo que sé... si perdiera la si esa vida no terminaba pronto, ella agarraría una pistola y le
paciencia... dispararía a alguno - y a sabía a quién- o quizás a sí misma.
Santa decía estas cosas sobre la mesita de mármol, mirando -Yo también me iría a las colinas - l e dijo-, pero no pue-
a Ñuto sin sonreír, con esa boca delicada y descarada y los ojos do. Me dispararían apenas me vieran. Soy la de la Casa del
húmedos y ofendidos, como sus hermanas. Ñuto hizo de todo fascio.
para ver si mentía, le dijo incluso que eran tiempos en que era Entonces Ñuto la llevó a la ribera y la hizo encontrarse
preciso decidirse, de un lado o del otro, y que él se había deci- con Baracca. Le dijo a Baracca todo lo que ella había hecho.
dido, estaba con los desertores, con los patriotas, con los co- Baracca lo escuchó mirando el suelo. Cuando habló sólo dijo:
munistas. Hubiera debido pedirle que actuara como espía en -Regresa a Canelli.
los cuarteles, pero no se atrevió. No podía aceptar la idea de -Pero no... -dijo Santa.
poner a una mujer en un riesgo así, mucho menos a Santa. -Regresa a Canelli y espera órdenes. Te las enviaremos.
En cambio la idea se le ocurrió a Santa y le informó a Dos meses después - a fines de mayo- Santa huyó de
Ñuto sobre muchas novedades en los movimientos de tro- Canelli porque le habían avisado que iban a detenerla. El
pa, sobre las circulares del cuartel, sobre las conversaciones de dueño del cine dijo que una patrulla de alemanes entró a
los republicanos. Otro día le mandó decir que no fuera a registrar su casa. En Canelli todos hablaban de eso. Santa
Canelli porque había peligro, y en efecto los alemanes regis- huyó ajas colinas y se fue con los partisanos. Ocasionalmen-
traron la plaza y los cafés. Santa decía que ella no arriesgaba te Ñuto tenía noticias suyas, de alguien que pasaba de noche
nada, que eran viejas amistades cobardes que iban a desaho- para encargarle algo, y todos decían que ella también andaba
garse con ella, y que le habría dado asco si no fuera por las armada y se hacía respetar. Si no hubiese sido por su anciana
noticias que podía brindarles así a los patriotas. El día en que madre y por la casa que le podían quemar, Ñuto también se
los camisas negras fusilaron a los dos muchachos bajo el plá- hubiera sumado a las guerrillas para ayudarla.
tano y los abandonaron como perros, Santa llegó en bicicleta Pero Santa no precisaba ayuda. Cuando hicieron un
a la Mora y de allí al Salto y habló con la madre de Ñuto, le rastrillaje en junio y muchos murieron en esos senderos, San-
dijo que si tenían algún fusil o una pistola que los escondie- ta se defendió una noche entera con Baracca en una granja
detrás de Superga y ella salió a la puerta a gritarles a los fascis-

216 217
tas que los conocía uno por uno a todos y que no le daban embargo no entendía por qué Santa se había defendido con
miedo. A la mañana siguiente, ella y Baracca escaparon. él aquella noche del rastrillaje. -Será porque las hace buenas
Ñuto decía estas cosas en voz baja, se detenía cada tanto -dijo Ñuto, aunque estaba desesperado y le temblaba la voz.
mirando a su alrededor; miraba los rastrojos, los viñedos va- Baracca le dijo que Santa se las hacía buenas a quien qui-
cíos, la vertiente que volvía a surgir; dijo "Sigamos más allá". siera. También eso había ocurrido. Sospechando el peligro,
El sitio adonde habíamos llegado ahora ni siquiera se veía había dado el último golpe y se había llevado consigo a dos
desde el Belbo; todo era pequeño, nebuloso, distante, alrede- de los mejores muchachos. Ahora había que atraparla en
dor nuestro sólo había peñascos y a lo lejos grandes cumbres. Canelli. Ya se había enviado la orden escrita.
-¿Sabías que Gaminella era tan alta? - m e preguntó. -Baracca me mantuvo aquí arriba por tres días, un poco
Nos detuvimos encima de un viñedo, en una hondonada para desahogarse y hablarme de Santa, un poco para estar
bordeada de acacias. Había una casa derruida, quemada. Ñuto seguro de que yo no iba a interferir. Una mañana Santa regre-
dijo apresurado: -Aquí estuvieron los partisanos. La granja la só acompañada. Ya no tenía la campera y los pantalones que
quemaron los alemanes. había usado todos esos meses. Para salir de Canelli se había
-Dos muchachos vinieron a buscarme al Salto una tarde, puesto un vestido de mujer, un vestido claro de verano, y
armados, los conocía. Recorrimos el camino que hicimos hoy. cuando los partisanos se la llevaron detenida a Gaminella se
Caminamos hasta que ya era de noche, no podía imaginarme había quedado atónita... Traía noticias de circulares republi-
qué quería Baracca. Al pasar junto a las granjas, los perros canas. No sirvió de nada. En presencia nuestra Baracca enu-
ladraban, nadie se movía, no había lámparas, ya sabes cómo meró cuántos habían desertado instigados por ella, cuántos
era en esos tiempos. Yo no estaba tranquilo. depósitos de provisiones habíamos perdido, a cuántos mu-
Ñuto había visto luz bajo la galería. Vio una moto en el chachos había hecho morir. Santa escuchaba, inerme, senta-
huerto, unas frazadas. Pocos muchachos. Tenían el campa- da en una silla. Me miraba con los ojos irritados, tratando de
mento en los bosques más altos. encontrarse con los míos... Entonces Baracca le leyó la sen-
Baracca le dijo que lo había hecho llamar para darle una tencia y les dijo a dos hombres que se la llevaran afuera. Los
noticia; muy mala. Había pruebas de que SantaJas-estaba muchachos estaban más asombrados que ella. Siempre la
espiando, que ella había dirigido los rastrillajes de.junicvque habían visto con la chaqueta y el cinturón, y ahora no se
ella había hecho que cayera el comando de Nizza, que inclu- imaginaban tener que arrastrarla vestida de blanco. La lleva-
so unos prisioneros alemanes habían llevado sus mensajes y ron afuera. En la puerta ella se volvió, me miró e hizo una
señalado sus reservas de provisiones en la Casa del fascio. mueca como de niño... Pero afuera intentó escapar. Senti-
Baracca era un contador de Cuneo, un hombre capaz que mos un grito, oímos corridas y una descarga de ametrallado-
había estado en Africa y hablaba poco. Había muerto des- ra que no terminaba nunca. Salimos nosotros también, esta-
pués frente a los Camisas negras. Le dijo a Ñuto que sin ba tendida sobre esas hierbas delante de las acacias.

21 - 219
Más que a Ñuto creía ver a Baracca, el otro muerto-ahor-
cado. Miré la pared rota, ennegrecida, de la granja, miréalre-
dedor y le pregunté si Santa estaba enterrada allí.
Apéndice
-¿No es posible que algún día la encuentren? Encontra-
ron a aquellos dos...
Ñuto se sentó sobre la verja y me miró con sus ojos por- Cronología de vida y obras
fiados. Sacudió la cabeza. -No, a Santa no -dijo-, no la van
a encontrar. A una mujer como ella no se podía cubrirla de
9 de septiembre: nace en S a n t o S t e f a n o Bclbo ( C u n e o ) , hijo
-tierra y dejarla así. Todavía les gustaría a muchos.3aracca lo
de Eugenio, secretario de tribunales, y C o n s o l i n a M e s t u r i n i .
pensó. Hizo que cortaran sarmientos del viñedo y la cubri- Inicia la escuela p r i m a r i a en S a n t o Stefano.
mos hasta donde alcanzó. Después le echamos nafta y le pren- 26 Estudia e n T o r i n o : primaria ( i n s t i t u t o T r o m b e t t a ) ; g i m n a s i o
dimos fuego. Al mediodía sólo había cenizas. El año pasaHo inferior (instituto Social); g i m n a s i o superior ( C a v o u r ) ; liceo
todavía estaba la marca, como el resto de una fogata. ( M a s s i m o d ' A z e g l i o ) . El profesor d e i t a l i a n o y latín es A u -
g u s t o M o n t i , sus a m i g o s Enzo M o n f c r r i n i , T u l l i o Pinclli,
Septiembre-noviembre, 1949. Mario Sturani, Giuseppc Vaudagna.

neo: 1 9 2 9 Facultad de Letras y Filosofía: estudia con pasión las literatu-


ras clásicas y la inglesa. Frecuenta a otros amigos, siempre del
clan (o " C o n f r a t e r n i d a d " ) M o n t i : N o r b e r t o Bobbio, Leone
G i n z b u r g , M a s s i m o M i l a . S e inicia en la l i t e r a t u r a n o r t e -
a m e r i c a n a , a s p i r a n d o , sin conseguirla, a u n a beca en la C o -
l u m b i a University. O t r o s c a m a r a d a s lo a c o m p a ñ a n : Franco
A n t o n i c e l l i , G i u l i o C a r i o A r g a n , V i t t o r i o Foa, L u d o v i c o
Geymonat, Giulio Einaudi.

H a c e su tesis sobre W a l t W í h i t m a n c o n F e r d i n a n d o Neri.


N o logra ser a d m i t i d o c o m o asistente en la U n i v e r s i d a d .
C o n s i g u e a l g u n a s s u p l e n c i a s fuera d e T o r i n o , c o m i e n z a sus
primeros trabajos editoriales c o m o traductor del ingles ( N u e s -
tro señor Wrenn de S i n c l a i r Lewis, p r e m i o Nobel de ese a ñ o ,
para B e m p o r a d ) , escribe c u e n t o s y p o e m a s . N o v i e m b r e :
m u e r e su m a d r e C o n s o l i n a (el p a d r e desapareció en 1 9 1 4 ) .

220 221
1931 Sigue haciendo suplencias, escribe ensayos, poemas y cuen- Marzo: le conceden el perdón del confinamiento y el 19 vuel-
tos, sigue traduciendo. Enero: Federico Gentile, de laTreves- ve a Torino donde se entera de queTina está de novia con otro
Treccani-Tumminelli, le encarga la traducción de Moby Dick y a punto de casarse. C a e en una crisis m u y violenta.
de Hermán Melville, que aparecerá en 1932 con otro editor, La reanudación de la colaboración con Einaudi le devuelve
el turinés C a r i o Frassinelli. Febrero: reúne en una carpeta algo de energía y esperanza. Trabaja además para Mondadori
manuscrita con el título de Cían Masino los veinte relatos (traducción de Una montaña de dinero de John Dos Passos)
que ha escrito desde octubre de 1931 hasta ese momento (el y para Bompiani {Hombresy ratasdeJohnSteinbeck). Escri-
libro se publicará postumamente recién en 1968). Empieza be numerosos relatos y poemas, los llamados "Poemas del
a publicar en Cultura ensayos sobre escritores norteamerica- desamor".
nos (después de Sinclair Lewis en 1930, aparecen dos estu- Termina de traducir para Einaudi Aventuras y desventuras de
dios sobre Sherwood Anderson y Edgar Lee Masters). la famosa Molí Flanders de Daniel Defoe y Autobiografía de
1933 Aparecen en Cultura tres ensayos suyos sobre John Dos Passos, Alice Toklas de G e r t r u d e Stein, editados ese año. El 1° de
Theodore Dreiser y W a l t W h i t m a n . Se inscribe en el Partido M a y o es "asimilado completamente a la editorial", vale decir,
Nacional Fascista: así obtiene la primera suplencia en "su" finalmente empleado: debe traducir (casi) 2 0 0 0 páginas,
colegio d'Azeglio. Noviembre: Giulio Einaudi inscribe su revisar traducciones ajenas, evaluar obras inéditas y desem-
editorial en la Cámara de Comercio. peñar diversas tareas de redacción. Escribe varios relatos.
1934 Frassinelli p u b l i c a su t r a d u c c i ó n d e Dedalus de J o y c e . C o n c l u y e para Einaudi la traducción de David Copperfteld
Envía sus poemas, reunidos bajo el título Trabajar, cansa, de Dickens, publicado en el curso del año. Abril: termina la
por m e d i o de Leone Ginzburg, a Alberto Carocci q u e los escritura de la novela Recuerdos de dos estaciones (en 1948, La
publicará en 1 9 3 6 en Florencia, en las Ediciones de Solaría cárcel, incluida en el volumen Antes que el gallo cante). Junio-
(la s e g u n d a y nueva e d i c i ó n saldrá en E i n a u d i en 1 9 4 3 ) . agosto: escribe la novela De tu tierra.
M a y o : sustituye a Leone G i n z b u r g , arrestado por activi- En los ocasionales intervalos que le deja el trabajo editorial (sus
dades subversivas, en la dirección d e Cultura hasta enero colegas lo consideran un redactor incansable), traduce para
de 1 9 3 5 . Einaudi Benito Cereño de Melville y Tres vidas de Stein. Mar-
1935 M o n d a d o r i lo contrata para traducir dos novelas de Dos zo-mayo: escritura de la novela La tienda (en 1948, El hermoso
Passos, El paralelo 42 y Una montaña de dinero. Relación verano). Reencuentra a una ex-alumna, Fernanda Pivano.
con Battistina Pizzardo (Tina), maestra, comunista. M a y o : Sale por entregas en Lettere d'Oggi la novela breve La playa,
la redacción de Cultura es llevada detenida a la prisión de cuya escritura ha abarcado desde el noviembre anterior has-
Torino. Junio: es trasladado a Regina Coeli, en Roma. Julio: ta enero de este año: el libro se publicará bajo el mismo sello
le informan de su confinamiento por tres años en Brancaleone en 1 9 4 2 . M a y o : aparece De tu tierra, q u e marca su consa-
Calabro, sobre el mar Jónico, y llega allí el 3 de agosto. gración como narrador.

21! 223
1949 Marzo-mayo: escritura de la novela breve Entre mujeres solas.
Noviembre: aparece El hermoso verano, que incluye el relato
homónimo, El diablo en las colinas y Entre mujeres solas. Se p-
tiembre-noviembre: escritura de La luna y las fogatas.
1950 Abril: se publica La luna y las fogatas. Una nueva crisis sen-
timental (con la actriz norteamericana Constance Dowling,
a quien le dedicó muchos textos); intensa producción poéti-
ca. Junio: recibe el premio Strega por El hermoso verano.
Agosto: la noche del 2 6 se suicida en el hotel Roma deTorino.

225
Textos críticos
de Franco Fortini e Italo Calvino

El huérfano, el bastardo, que conoce la miseria campesina


y la alegría de las pobres fiestas de pueblo; y que ya adulto ha
dejado sus valles por el vasto mundo, América; que regresa y
vuelve a encontrar su pueblo, idéntico en la inmovilidad de
Tas estaciones pero cambiado por una generación desapareci-
da, por los muertos y las masacres; cosas que le cuenta un
amigo suyo que se ha quedado, un alter ego que no ha parti-
do, que en sí lleva tanto la voluntad de entender y cambiar el
mundo como el sentido de un hado, de una realidad irracio-
nal (la influencia de la luna, las hogueras benéficas...).
El hombre que ha abandonado su región y que regresa es
antes que nada una representación del mismo Pavese, de su
áspera manera de vincular un saber de la provincia propia y una
conciencia del mundo moderno en su integridad; pero tam-
bién,mucho más,profundamente, es la imagen de una situa-
ción histórica de los italianos; o realmente emigrados al vasto
mundo o Forzados a vivir aquí en la contradicción de una so-
ciedad imperfectamente desarrollada, entre las incoherencias
de diversas culturas que corresponden a diversos grados de de-
sarrollo de las clases, la coexistencia de modos de vida distantes

227
entre sí, la escisión entre razón y mito, entre ciudad y campo, saturados de vida, es el gran mérito de este libro. Aunque la
progreso e inmovilidad, riqueza y miseria; entre un "pueblo" razón de su importancia está en la unión, nunca tan comple-
que es sede de oscuridad y fracaso (aunque también de los afec- tamente alcanzada en las obras anteriores, entre la violencia
tos, de una secreta sabiduría, de una religión) y una "América" moralista y rebelde de Pavese, expresada bajo las maneras elíp-
r ué es el lugar de la desacralización, del desarraigo y de la aven- ticas y dialectales, y la calma dolorosa de los recuerdos, inser-
rnra de una sociedad nueva, donde todos son "bastardos". Un ta en una música baja y sorda. Así pues, paisaje, situación,
regreso semejante tiene numerosos antecedentes; incluso escenas son Tos'Kabituales de la campiña de Asti, pero el ojo
Vittorini en Conversaciones en Sicilia se. había hecho "america- que lo contempla todo tiene enfrente el ambiguo halo de la
no" veinte años atrás. Pero eran retornos a la madre; en este memoria; la separación que había entre el "ingeniero" de La
caso es el huérfano, el hombre solo. Y lo propio de este regreso cárcely los pescadores de la aldea meridional, entre el inte-
es la ausencia de toda esperanza. La madurez (Ripeness is all, la lectual de La casa en la colina y los partisanos, aparece aquí
madurez lo es todo, dice la dedicatoria del libro), el fruto del marcada por la coincidencia de una situación histórica (la
retorno es el acerbo saber del hombre, el irremediable pasado reincidencia de la sociedad italiana en la inmovilidad y en la
{"De todo aquello... ¿quéqueda?... Los muchachos, las mujeres, impotencia después del fin de la guerra) con una situación
el mundo no han cambiado - y sin embargo la vida es la misma biográfica o, como suele decirse, con un destino; vale decir,
y no saben que un día se verán de vuelta y que para ellos tam- la imposibilidad de revivir el pasado, de volver: la condi-
bién todo habrá pasado'); es el progresivo redescubrimiento de c i ó n radical del huérfano.
la horrible condición de las mentes alienadas (Valino y su ma-
Se nota además que los regionalismos y el léxico colo-
sacre), de las muertes por ambiciones frustradas (Irene y Silvia),
quial de Pavese están mejor distribuidos, menos rabiosamente
de la guerra civil (los caídos que reaparecen, el fusilamiento de
concentrados. Y se obtiene incluso un intenso efecto patético
Santina que cierra el libro). Si hay una salvación, se salva guien
con la lentitud de la primera mitad, la mejor del libro, con la
nunca se ha ido verdaderamente, quien "todavía quería enten-
oscilación entre presente y pasado, muy simple, introducida
der el mundo, cambiar las cosas, romper con el ciclo de las estacio-
por el modesto: "Me acuerdo". Los primeros catorce capítu-
nes". Ñuto, un personaje complejo (uno de los mejores de
los son precisamente unitinerario hacia el pasado y un descu-
Pavese), el socialista italiano; o el chico rengo, Cinto, que el
brimiento del insoportable presente: primero el encuentro,
narrador encamina hacia una escapatoria. Pero este último per-
las conversaciones con Ñuto, los recuerdos de América; lue-
sonaje volverá a partir: no se puede vivir en Italia. Se puede
go la visita a Valino (con esa página exquisita donde ya está
vivir tan solo en las ciudades extranjeras, sin padre ni madre,
la tragedia; el perro, el rengo, las mujeres). Y en la primera
sin patria.
conversación con el muchacho, la primera noticia de los
Haber expresado la realidad histórica de una situación que muertos que resurgen de la tierra, y de las fogatas supersti-
se vuelve cada día más dura, y con personajes y momentos ciosas. Luego vendrán (capítulo X) otras noticias: se revela poco

228 229
a poco el aspecto siniestro, angustiante de la vida campesina; tán los muertos. Todo está en resistir y saber el porqué", con-
las mujeres que mueren sin atención, o exhaustas y desangradas cluía El compañero (1947). Resistir y saber el porqué: ese or-
por sus labores; los viejos a quienes sus hijos hacen mendigar den de combate, esa capacidad de mantener los ojos abiertos,
por las calles y que terminan abandonados; los chicos que en determinado momento, pareció volverse un fin en sí mis-
crecen con hambre; las manías sádicas que medran en las gran- mo. Mientras la coraza de la juventud despiadada protegía de
jas perdidas y que irrumpen en masacres e incendios. Entre la desolación individual, autobiográfica, de la situación
un descubrimiento y otro, se ordenan los recuerdos de la in- "existencial", se podía fijar la vista en la apariencia del mun-
fancia campesina en páginas bellísimas; aunque aproximada- do, resistir, saber (o intentar saber) el porqué. ¿Pero cuando
mente en la mitad del libro, la narración parece distraerse con la madurez conoce, cuando los muertos vuelven entre las pie-
los personajes de Irene y Silvia y su historia de huidas fallidas dras, en los aluviones? ¿Cómo vivir en Italia como italianos y
("ya no campesinas y todavía no damas'), hasta que concluye no como "americanos"? ¿Cómo vivir en el mundo, como
con la voz de Ñuto y la hoguera de Santina, de la más her- hombres? ¿Cómo devolverle valor a Ñuto, que cree en la
mosa ("la perra y la espía'), en una de esas fogatas que "des- razón de las cosas y en la justicia, y al mismo tiempo en la
piertan la tierra" y le permiten fructificar. Por cierto, la se- luna, en las fogatas, en el poder de los muertos? Tal vez se
gunda mitad del libro es menos eficaz que la primera, aun- estaba iniciando una nueva historia del escritor Pavese. La
que contiene pasajes bastante bellos (la fiesta en el capítulo revolución, como protesta y furor estoico de la juventud se
XXX) y algunos espléndidos comienzos (capítulo XX, capí- integraba con más complejos porqués. Pero mientras que en
tulo XXIII) donde el paisaje, la atmósfera, la estación están Vittorini "América", o sea, los mitos vitalistas de una geogra-
fijados con la exactitud de una mano rápida y muy segura. fía mundial, invadían su sombría provincia materna y la exal-
No obstante, el mito central del libro (las fogatas rituales, taban furiosamente, en Pavese el menor naturalismo de sus
símbolos de la sacralidad terrestre, de la inmutabilidad pro- orígenes literarios le resultaba un continuo obstáculo para la
íun3a - 3e la tierra: "sólo las estaciones son verdaderas"J es el plenitud, la fidelidad a su tierra le cerraba a veces esa misma
menos convincente de los elementos del libro; dado que el voz que estaba alzando para celebrarla. Y finalmente, desde
personaje se resiste a admitirlo, lo rechaza, huye de una patria' lo alto de la madurez alcanzada, con La luna y lasfogatas, nos
tan oscura,fc.1contraste planteado por el libro queda sin so- ha enviado las primeras noticias de allí, atroces; justamente
lución: la angustia ya no se convierte en revuelta, pero tam- aquellas que no podía soportar quien tanto había "resistido".
poco es todavía religión. Antes bien la revuelta parece ador- Después, como para no seguir mirando, ha metido la cara
mecida en la impotente "buena voluntad" de Ñuto y la reli- dentro de un surco en uno de esos campos. Ripeness ts all.
gión es apenas amorfati. El futuro está en manos de Cinto, el
huérfano rengo. "Ni siquiera sabemos en qué creer", dice de F R A N C O FORTINI
manera decisiva el protagonista. Y en cambio: "También es- Comunita, n. 9 ( 1 9 5 0 ) , pp. 6 6 - 6 7 .

2 0 231
con su construcción literaria había sido el programa constan-
te de Pavese. En la base de su dedicación a los estudios
etnológicos siguen estando las sugestiones de una lectura ju-
venil: La rama dorada de Frazer, una obra que ya había sido
fundamental para Freud, para Lawrence, para Eliot. Im rama
dorada es una especie de vuelta al mundo en busca de los
orígenes de los sacrificios humanos y de las fiestas del fuego.
Temas que retornarán en las evocaciones mitológicas de los
Diálogos con Leucó, cuyas páginas sobre los ritos agrícolas y
II sobre las muertes rituales anticipan las de La luna y las foga-
tas. Con esta novela concluye la exploración de Pavese: escri-
Cada novela de Pavese gira en torno a un tema oculto, a ta entre septiembre y noviembre de 1949, fue publicada en
una cosa no dicha que es la verdad que él quiere decir y que
abril de 1950, cuatro meses antes de que el autor se quitara la
sólo puede decirse callándola. Todo alrededor se compone
vida tras haber mencionado en una carta los sacrificios hu-
un tejido de signos visibles, dej>alabrasjjronunciadas: cada
manos de los aztecas.
uno de esos signos tiene a su vez una cara secreta (un signifi-
En La luna y lasfogatas, el personaje que dice "yo" vuelve
cado polivalente e incomunicable) que importa más que la
a los viñedos del pueblo natal tras haber hecho fortuna en
manifiesta, pero su verdadero significado está en la relación
América; lo que busca no es solamente el recuerdo o la
que lo vincula con la cosa no dicha.
reinserción en una sociedad o la revancha contra la miseria de
La luna y lasfogatas es, la novela de Pavese más cargada de
su juventud; busca saber por qué un pueblo es un pueblo, el
signos emblemáticos, de motivos autobiográficos, de enun-
secreto que une lugares, nombres y generaciones. No es ca-
ciados sentenciosos. Demasiados incluso: como si del típico
sual que sea un "vo" sin nombre: es un niño expósito, ha sido
mocío pavesiano de contar, reticente y elíptico, se desplegara
criado por agricultores pobres como mano de obra de salario
de golpe esa prodigalidad de comunicación y de representa-
ínfimo; y se hizo hombre emigrando a los Estados Unidos
ción que le permite al cuento transformarse en novela. Pero
donde el presente tiene menos raíces, donde cada uno está de
la verdadera ambición de Pavese no estaba en ese logro nove-
paso y no tiene que rendir cuentas sobre su nombre. Ahora,
lesco: todo lo que nos dice converge en una sola dirección,
de vuelta en el mundo inmóvil de los campos, quiere cono-
imágenes y ana logias,gravitan en torno a una preocupación
obsesiva: IQS sacrificios humanes. cer la última sustancia de esas imágenes que son la única rea-
lidad de sí mismo.
No era un interés momentáneo. Relacionar la etnología y
El sombrío fondo fatalista de Pavese sólo es ideológico
la mitología grecorromana con su autobiografía existencial y
como punto de llegada. La zona montañosa del Bajo

2 233
Piamonte donde él nació ("la Langa") es famosa no sólo por busca su revancha, animan esas páginas en las que se funden
el vino y las trufas, sino también por las crisis de desespera- los diversos planos de conocimiento sobre los que Pavese
ción que tienen endémicamente las familias campesinas. Se desarrolla su búsqueda.
puede decir que no pasa una semana sin que los diarios de Una necesidad de conocimiento había empujado al pro-
Torino den la noticia de un agricultor que se ha ahorcado o tagonista a volver al pueblo; y podremos distinguir al menos
se ha tirado en el pozo, o bien (como en el episodio que está tres planos en los que se desarrolla su búsqueda: plano de la
en el centro de esta novela) que ha incendiado la finca con él memoria, plano de la historia, plano de la etnología. Un ras-
mismo, los animales y la familia adentro. go característico de la posición pavesiana es que sobre estos
Claro que no es sólo en la etnología donde Pavese busca la dos últimos planos ( h i s t ó r i c o - p o l í t i c o y etnológico) un solo
clave de esa desesperación autodestructiva: el trasfondo social personaje cumple la función de Virgilio para el que narra. El
de los valles de pequeñas propiedades atrasadas es representa- carpintero'Nuto, trompetista en la banda del pueblo-es^el
do en las diversas clases con el anhelo de completud de una marxista del lugar^el.que conoce las injusticias del mundo y
novela naturalista (es decir, de un tipo de literatura que Pavese sabe que el mundo puede cambiar, aunque también el que
sentía tan opuesta a la suya como para creerse en condiciones
sigue creyendo en las fases de la luna como condición para
de merodear y anexarse sus territorios). La juventud del huér-
diversas actividades agrícolas y en los fuegos de San Juan que
fano es la de un sirviente de campo, una expresión cuyo signi-
"despiertan la tierra". La historia revolucionaria y la anti-
ficado pocos italianos conocen, exceptuando-esperemos que
historia mírico-ritual tienen en este libro la misma cara,
por poco tiempo- a los habitantes de algunas zonas pobres
hablan con la misma voz. Una voz que sólo es un murmu-
del Piamonte: un escalón más abajo del asalariado, el mucha-
llo entre dientes: Ñuto es una figura que no podría imagi-
cho que trabaja con una familia de pequeños propietarios o
narse más cerrada, taciturna y evasiva. Estamos en las antí-
aparceros y recibe sólo la comida y el derecho a dormir en el
podas de cualquier profesión de fe declarada: toda la novela
henil o el establo, más una mínima retribución anual o por
consiste en los esfuerzos del protagonista para sacarle a Ñuto
temporada.
unas cuantas palabras de la boca. Pero sólo así Pavese verda-
Pero identificarse con una experiencia tan diferente la deramente habla.
propia es para Pavese sólo una de las tantas metáforas de su El tono de Pavese cuando se refiere a la política es siempre
tema lírico dominantersentirse excluido. Los capítulos más casi excesivamente brusco y tranchant, encoge los hombros
bellos del libro cuentan dos días de fiesta: uno vivido por el como cuando ya se ha entendido todo y no vale la pena gas-
chico desesperado que ha sido dejado en casa porque no tar más palabras. Por el contrario, nada quedaba sobreenten-
tiene zapatos; el otro por el joven que debe conducir el ca- dido. El punto de sutura entre su "comunismo" y su recupe-
rro de las hijas del patrón. La carga existencial que en la ración de un pasado prehistórico y atemporal del hombre
fiesta se celebra y se desahoga, la humillación social que está lejos de haberse aclarado. Pavese sabía bien que manejaba

2 í 235
ÍNDICE

Introducción 5

La luna y las fogatas 37


I 39
II 45

II I 51
IV 57
y 61
VI 65
VI I 71
VII I 77

IX 83
x 89
Xl'ZZ" 95
XI I 101

XII I 107

XI V H3
XV 119
XVI 125
XVI I 131
XVII I 137
XI X i43
XX 147
XXIII 161
XXIV 167
XXV
XXVI 179
XXVII 185
XXVIII 191
XXIX 197
XXX
XXXI 209
XXXII 215
Apéndice 221
Cronología de vida y obras ..221
Textos críticos de Franco Fortini
e Italo Calvino 227

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