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Ernst Cassirer: define al hombre como un ser simbólico (otras interpretaciones dicen que en realidad lo define como
un animal simbólico). Según este filósofo, todos los seres vivos poseen dos sistemas que le permiten adaptarse y
coordinar sus conductas al medio ambiente. Por un lado está el sistema receptor que le permite recibir los estímulos
del mundo exterior, y por otro lado está el sistema efector que le permite responder y conducir la respuesta a esos
estímulos.
Los animales están determinados por sus impulsos, los cuales se desencadenan necesariamente ante los estímulos y
no puede esperar ni postergar su descarga ni su respuesta. Vive inmerso en su medio natural al cual se ajusta
perfectamente porque la naturaleza lo ha provisto de todo lo que necesita para sobrevivir.
En el caso del hombre es diferente. Entre el sistema receptor y el efector hay un sistema intermedio que Cassirer
llama “sistema simbólico”. Podemos afirmar que la cultura constituye ese sistema simbólico mediador, que
precisamente diferencia las reacciones animales de las respuestas humanas. Porque el hombre no puede vivir en
estado natural, la cultura es su segunda naturaleza. Así tenemos un mundo simbólico donde están por ejemplo, el
lenguaje, los mitos, el arte, la religión, la ciencia. De todos estos aspectos quizá el lenguaje sea el más destacado (según
E. Cassirer) ya que permite la comunicación de sucesos pasados, presentes y futuros, e incluso de sucesos inexistentes
producto de su propia imaginación. El lenguaje representa la forma más alta de una capacidad humana: la de
simbolizar. Es decir la facultar de representar lo real por un signo y de comprender ese signo como representante de
lo real.
Para Cassirer decir que el hombre es un animal racional es correcto, pero es insuficiente. La razón humana es
un término demasiado estrecho para definir todo lo que es el hombre. Si bien es cierto que la razón (el pensamiento)
son actividades puramente humanas, el hombre desarrolla actividades que también son humanas y que no son
racionales: el arte, la fe, el amor son prácticas humanas y que no están gobernadas exclusivamente por la razón.
En lugar de definir al hombre como un animal racional lo definiremos como un animal simbólico. De este modo
podemos designar su diferencia específica y podemos comprender el nuevo camino abierto al hombre: el camino de
la civilización.
MAX SCHELER: el hombre como asceta de la vida
Scheler ha expuesto su propia idea acerca del hombre y parte de considerar cuatro grados del desarrollo biopsiquico.
El más elemental, el impulso afectivo, sin conciencia, ni sensación, ni representación se encuentra en las plantas.
El segundo grado es el instinto que aparece en el animal y que se caracteriza por ser innato, hereditario y preservar la
vida de la especie y producir conductas con sentido.
El tercer grado es la memoria asociativa, cuya base es el reflejo condicionado.
En los animales superiores aparece la inteligencia práctica, que responde a situaciones nuevas.
Scheler no sólo piensa que hay una diferencia esencial entre el hombre y el animal, sino que afirma que aquello que
hace del hombre un hombre, lo que distingue al hombre del animal, no es un grado más que se suma a los anteriores,
sino que es un principio de naturaleza totalmente distinta.
El nuevo principio que hace del hombre un hombre es la presencia en éste del espíritu; la presencia del espíritu hace
del hombre una persona y posibilita que éste, a diferencia del animal, pueda ver al mundo como objeto y no como
mero centro de resistencia a sus impulsos. Esto permite afirmar: el hombre es, según esto, el ser vivo que puede
adoptar una conducta ascética frente a la vida. El hombre puede reprimir y someter los propios impulsos. El hombre
es el ser que sabe decir no, el asceta de la vida, el eterno protestante contra toda mera realidad.
El hombre no tiene una «esencia» que determine o condicione su existencia... sino que es el propio despliegue de su
«existencia» el que le dota de una de una determinación.
El hombre se encuentra, surge en el mundo y después se define. El hombre, tal como lo concibe el existencialismo, no
es definible, es porque empieza por no ser nada. Sólo será después y será lo que se haya hecho a sí mismo.
El hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Este es el primer principio del existencialismo.
La vida del hombre no puede “ser vivida” repitiendo los patrones de su especie; él debe vivir. El hombre es el único
animal que puede estar fastidiado, que puede estar disgustado, que puede sentirse expulsado del Paraíso. El hombre
es el único animal para quien su propia existencia constituye un problema que debe resolver y del cual no debe
evadirse. No puede retornar al estado prehumano de armonía con la naturaleza; debe proceder a desarrollar su razón
hasta llegar a ser el amo de la naturaleza y de sí mismo.
El hombre para mi es creación de dios. Es un ser vivo que tiene capacidad para razonar, hablar y fabricar objetos
que le son útiles.
El hombre, a diferencia de los animales, posee como característica exclusiva la racionalidad. Esta le permite
pensar, evaluar y actuar de acuerdo a ciertos principios para satisfacer algún objetivo o finalidad, con los recursos
que tiene a su alrededor. Este atributo humano hace que la conducta de nuestra especie sea consciente, en lugar
de la instintiva animal, por lo que somos capaces de hacer frente de forma innovadora a problemas que no
habíamos tenido anteriormente.