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Es cierto que las enseñanzas de la Iglesia están ordenadas en una jerarquía que nos ayuda a
entender mejor el significado de cada una. El Papa y los obispos no ejercen el mismo grado de
autoridad en todas las enseñanzas. Pero esto no debe ser pretexto para despreciar ninguna de
sus enseñanzas. El Papa Pío XII (Humani generis, 12-14) advierte de este peligro:
Hay algunos que, de propósito y habitualmente, desconocen todo cuanto los Romanos
Pontífices han expuesto en las Encíclicas sobre el carácter y la constitución de la Iglesia; y ello,
para hacer prevalecer un concepto vago que ellos profesan y dicen haber sacado de los antiguos
Padres, especialmente de los griegos. Y, pues los Sumos Pontífices, dicen ellos, no quieren
determinar nada en las opiniones disputadas entre los teólogos, se ha de volver a las fuentes
primitivas, y con los escritos de los antiguos se han de explicar las constituciones y decretos del
Magisterio. Afirmaciones éstas, revestidas tal vez de un estilo elegante, pero que no carecen de
falacia. Pues es verdad que los Romanos Pontífices, en general, conceden libertad a los teólogos
en las cuestiones disputadas -en distintos sentidos- entre los más acreditados doctores; pero la
historia enseña que muchas cuestiones que algún tiempo fueron objeto de libre discusión no
pueden ya ser discutidas. Ni puede afirmarse que las enseñanzas de las encíclicas no exijan de
por sí nuestro asentimiento, pretextando que los Romanos Pontífices no ejercen en ellas la
suprema majestad de su Magisterio. Pues son enseñanzas del Magisterio ordinario, para las
cuales valen también aquellas palabras: `El que a vosotros oye, a Mí me oye` (Lc 10:16); y la
mayor parte de las veces, lo que se propone e inculca en las Encíclicas pertenece ya -por otras
razones- al patrimonio de la doctrina católica. Y si los Sumos Pontífices, en sus constituciones,
de propósito pronuncian una sentencia en materia hasta aquí disputada, es evidente que, según
la intención y voluntad de los mismos Pontífices, esa cuestión ya no se puede tener como de
libre discusión entre los teólogos.
Llamamos "doctrina" a toda verdad enseñada por la Iglesia como necesaria de creer. Toda
doctrina cabe en una de las siguientes categorías:
3-Es parte de la ley natural (Ej.: la pecaminosidad de los anticonceptivos). Ver También:
Humanae Vitae and Infallibility
Las verdades que la Iglesia enseña como "de fe" son aquellas sobre las que se tiene la certeza de
que son infalibles (sin posibilidad de error) porque están amparadas por las promesas de
Cristo: `El que a vosotros oye, a Mí me oye`(Lc 10,16). La promesa de Cristo no puede fallar.
Estas verdades requieren de los católicos el asentimiento de la fe. Es decir, la virtud
sobrenatural de la fe, porque tenemos fe en Cristo y su promesa de enseñar por medio de la
Iglesia. Estas verdades obligan a los católicos bajo pena de romper nuestra comunión con la fe
verdadera.
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-Es "de fe" si se encuentra en los tres primeros niveles del magisterio:
"El Romano Pontífice, Cabeza del Colegio Episcopal, goza de esta infalibilidad en virtud de su
ministerio cuando, como Pastor y Maestro supremo de todos los fieles que confirma en la fe a
sus hermanos, proclama por un acto definitivo la doctrina en cuestiones de fe y moral..."
-Catecismo 891
1) "como Pastor y Maestro supremo de todos los fieles que confirma en la fe a sus hermanos".
(Si habla en calidad de persona privada, o si se dirige solo a un grupo y no a la Iglesia universal,
no goza de infalibilidad).
2) "proclama por un acto definitivo la doctrina". (Cuando el Papa claramente expresa que la
doctrina es definitiva, no puede cambiar y es infalible)
Aunque la mayoría de las proclamaciones infalibles del Papa han sido en colegialidad (en
consulta con los obispos), esta no es requisito. El Papa puede definir un dogma aun sin los
obispos. Concilio Vat. II (Lumen Gentium, 25): "sus definiciones por sí y no por el
consentimiento de la Iglesia son irreformables, puesto que han sido proclamadas bajo la
asistencia del Espíritu Santo prometida a él en San Pedro, y así no necesitan de ninguna
aprobación de otros ni admiten tampoco la apelación a ningún otro tribunal. Porque en esos
casos el Romano Pontífice no da una sentencia como persona privada, sino que en calidad de
maestro supremo de la Iglesia universal, en quien singularmente reside el carisma de la
infalibilidad de la Iglesia misma, expone o defiende la doctrina de la fe católica."
Esto ocurre:
"La infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el Cuerpo episcopal cuando ejerce el
magisterio supremo con el sucesor de Pedro, sobre todo en un concilio ecuménico. Cuando la
Iglesia propone por medio de su Magisterio supremo que algo se debe aceptar "como revelado
por Dios para ser creído" y como enseñanza de Cristo, "hay que aceptar sus definiciones con la
obediencia de la fe". Esta infalibilidad abarca todo el depósito de la Revelación divina."
-Catecismo 891.
Lumen Gentium 25: "Aunque cada uno de los prelados por sí no posea la prerrogativa de la
infalibilidad, sin embargo, si todos ellos, aun estando dispersos por el mundo, pero
manteniendo el vínculo de comunión entre sí y con el Sucesor de Pedro, convienen en un
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mismo parecer como maestros auténticos que exponen como definitiva una doctrina en las
cosas de fe y de costumbres, en ese caso enuncian infaliblemente la doctrina de Cristo."
Una definición solemne no requiere una fórmula especial. Se sabe que es una enseñanza
infalible porque el mismo documento del magisterio claramente hace saber que la enseñanza es
definitiva. Un ejemplo es el Concilio de Trento (DS 1520) que "estrictamente prohíbe que se crea
o predique o enseñe diferente de lo que se ha establecido y explicado en el presente decreto".
Por lo tanto es un decreto infalible.
Los concilios han usado la fórmula: "Si alguien dice…. Sea anatema". ("Si quis dixerit. . .
anathema sit."). Pero esa fórmula por si sola no es determinante de infalibilidad ya que también
se ha utilizado en materia disciplinaria.
Para saber si la Iglesia tiene la intención de enseñar infaliblemente en este segundo nivel, se
debe observar el lenguaje y la intención. Si hace ver que es una verdad definitiva, entonces es
infalible.
Tercer nivel: El magisterio ordinario del Papa, cuando este expresamente ejerce un juicio
definitivo en materia de fe o moral que era antes debatida.
En ese caso lo que el Papa enseña está amparado por las promesas de Cristo en Lc. 10:16. Estos
juicios definitivos pueden darse en una encíclica u otro tipo de documento pontificio.
La enseñanzas que no son definitivas no entran en la virtud de la fe. Más bien se trata de
materia que Lumen Gentium 25 y la ley canónica llaman "sumisión religiosa de la voluntad y el
entendimiento".
¿Cómo podemos dar asentimiento mental sin certeza absoluta? Lo hacemos por confianza en la
fuente. Lo cierto es que todos damos asentimiento a diario en cuestiones seculares sobre las que
no podemos tener absoluta certeza. Por ejemplo, cuando tomamos un vuelo, confiamos nuestra
vida en el piloto sin la certeza de que sea buen piloto. Cuando vamos a un restaurante,
confiamos que no nos van a envenenar.... Nuestra creencia de que no nos engañan en esos
casos toma en cuenta que hay una pequeña probabilidad de error pero arriesgamos nuestra
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vida por confianza en la empresa. No podríamos vivir sin este tipo de asentimiento. En la
corte se trata de encontrar la verdad y probarla más allá de dudas razonables. No se exige ni se
puede pedir más.
Nuestro asentimiento a las enseñanzas del magisterio del cuarto nivel no es de fe, no contiene la
certeza absoluta de los primeros tres niveles, pero si es un asentimiento confiado en la guía del
Espíritu Santo sobre la Iglesia. Las posibilidades de error en este tipo de asentimiento son aun
mucho menores que en el caso del avión o el restaurante. Además, si erramos por ser asentir a
alguna enseñanza de la Iglesia que no es de fe, cuando estemos ante el Juez Divino, este nos
felicitará. Pero si erramos por romper con la Iglesia pensando que sabemos más que ella,
caemos en serio riesgo de ser acusados por lo menos de orgullosos.
Algunos objetan que por obedecer a las autoridades de la Iglesia se cometieron injusticias en el
pasado. Respuesta: Hay que distinguir entre las enseñanzas del magisterio y la autoridad
temporal de la Iglesia en cuestiones de gobierno o de juicios sobre personas ejercida en el
pasado, que no es el ámbito del magisterio.
Con frecuencia el Papa enseña con la ayuda de las Congregaciones de la Curia Romana. Las
declaraciones publicadas estas Congregaciones no pretenden enseñar doctrinas nuevas sino
reafirmar o sintetizar la doctrina de la fe católica definida o enseñada en anteriores documentos
del Magisterio de la Iglesia, indicando su recta interpretación frente a los errores y
ambigüedades doctrinales actuales. Un documento doctrinal de una Congregación de la Curia
es formalmente promulgado cuando es expresamente aprobado por el Sumo Pontífice y por lo
tanto tiene naturaleza magisterial universal porque lleva la autoridad del mismo Papa.