Você está na página 1de 4

PRIMERA PARTE: ¿Dónde Estamos?

Capítulo 1: Cuando el Futbol era el Rey.

De Fred: El comienzo de mi historia

Creciendo en los campos de maíz de Iowa, mi dios era el fútbol. EL deporte


dominaba todo lo que yo era, y jugaba con alegría y practicaba el año entero. Incluso me
gustaba participar en dos juegos el mismo día en los calurosos días de agosto. El fútbol era
una parte tan grande de mi vida que permití que el sano deporte dictara lo que yo hacía
fuera del campo de juego.
Después de los juegos, nunca me reunía con mis compañeros de equipo en el lago
McBride para las fiestas de cerveza. Pensaba que tomar cerveza debilitaría mi enfoque y
aminoraría mi determinación. Con respecto a las novias, las consideraba un compromiso de
mucho esfuerzo que me distraería de mi meta: ser el mariscal de campo número uno del
estado.
Como cualquier verdadero jugador de fútbol, sin embargo, tenía un interés más que
pasajero en la sexualidad. Tenía una adicción por la página central de Playboy desde que
encontré un montón de revistas debajo de la cama de mi papá cuando yo estaba en el primer
grado de la escuela primaria. También descubrí ejemplares de Desde el sexo hasta los
sesenta, una publicación llena de chistes obscenos e historietas cómicas sexuales.
Cuando mi papá se divorció de mi mamá, se mudó a un apartamento de soltero,
donde colgó en su sala un gigantesco cuadro de terciopelo de una mujer desnuda. Yo no
podía evitar mirar ese cuadro como un mural cuando jugábamos cartas mientras lo visitaba
los domingos por la tarde.
En otras ocasiones, me daba una lista de tareas cuando pasaba a verlo. Una vez,
mientras vaciaba la basura de su habitación, me encontré unas fotos de su amante desnuda.
Todo esto causó que se despertaran sentimientos sexuales en lo más profundo de mi
interior.
Las películas de Hollywood me llenaron de una curiosidad lujuriosa y una fogosa
pasión. En una película, Diana Ross le vertió un cubo de hielo en el estómago a su jefe
mientras él tenía un orgasmo, lo que parecía intensificar la experiencia. Quedé
boquiabierto. ¿Qué era esto? Yo me pasaba los días dándoles vueltas a esas escenas en mi
mente. En esas raras ocasiones en que salía con una chica cuando no era temporada de
juegos, esos sentimientos profundos se revolvían y burbujeaban. Demasiado a menudo me
extralimitaba con la chica mientras trataba de meter una mano debajo de su sostén.
Aun así, mi pasión por el fútbol mantenía mis deseos sexuales bajo control. Jugaba
muy bien y me nombraron «Atleta del año» en la Escuela Secundaria Thomas Jefferson,
una formidable escuela en Cedar Rapids. Me ofrecieron becas completas en la Academia de
la Fuerza Aérea y en la Universidad de Yale. Sin embargo, tenía sueños más grandes: jugar
fútbol con el PAC, aun si eso significaba tratar de que el equipo me escogiera como un
principiante. No aceptaría nada menos. Pronto me encontré frente a mi casillero en la
Universidad de Stanford.
Contemplando asombrado el conocido casco blanco con una S roja ye1 nombre
Stoeker pegado con cinta adhesiva en el frente. Me puse mi casco y lo aseguré en mi
barbilla, y corrí con orgullo al campo para tratar de ganarme una posición en el equipo. En
corto tiempo todo el mundo en el país conocería mi nombre cuando lanzara largos pases a
la zona de anotación. Vivía mi sueño.
En una tarde, ese sueño se rompió en mil pedazos. Era uno de ocho mariscales de
campo calentándose ese día. Con el rabillo del ojo vi a Turk Shonert, un recluta del sur de
California tirando pases perfectos de treinta y cinco yardas. Tres de los otros mariscales de
campo eran tan buenos que los cuatro serían parte del primer equipo de Stanford y jugarían
en la liga profesional más adelante.
Yo, junto con Corky Bradford, primer mariscal de campo del estado de Wyoming, y
mi compañero en el dormitorio Wilburn lo veíamos sin darle crédito. No había manera que
ninguno de nosotros tuviera la capacidad para competir con estos atletas. Cuando esa tarde
murieron mis sueños de fútbol, puse mi atención en… las mujeres. Fotos de mujeres
desnudas. Mientras comenzaba mi común y corriente vida universitaria, sin deportes ni
sueños, mi inquietante sexualidad explotó por todas partes, y muy pronto me encontré
inmerso en la pornografía. En realidad, memoricé el día en que llegaba mi revista
pornográfica favorita, Gallery [Galería] a la tienda local. Yo estaba de pie en la puerta
cuando abría la tienda, incluso si tenía que faltar a clases para hacerlo. Me encantaba la
sección en Gallery de «Las chicas vecinas», que tenía fotos de chicas desnudas tomadas por
sus novios y presentadas a la revista para su publicación.
Mientras me internaba hasta el cuello en las aguas de la pornografía, de cierta forma
mantenía las relaciones sexuales en una posición moral más alta. Desde mi punto de vista,
hacer el amor era algo especial para cuando estuviera casado. Todavía me sentí de esa
forma cuando regresé a Iowa después de mi primer año universitario. Me conseguí un
empleo durante el verano poniendo techos a fin de ganar enseguida bastante dinero, y
comencé a salir con una antigua amiga llamada Melissa, empezando una relación que
pronto se convirtió en un tórrido romance. Cuando no estaba martillando clavos en un
techo, Melissa y yo nos pasábamos interminables horas juntos. De inmediato, antes de
regresar a Stanford para mi segundo año, decidimos pasar juntos un fin de semana
apartados en una propiedad de mi padre en el lago Shield al sur de Minnesota.
Bajo una brillante luna llena en una noche muy clara, nos acostamos a dormir con una
brisa fresca soplando con suavidad sobre nosotros, Era un marco romántico, y yo me estaba
excitando más cada minuto. Me acerqué a Melissa tranquilamente y ella sabía con exactitud
lo que yo buscaba. Melissa me miró con una profunda tristeza en sus grandes ojos castaños,
la luz de la luna destacando su inocente rostro. «Tú sabes que yo me estoy guardando para
el matrimonio, a la espera de que sea el nuestro», me dijo. «Si sigues insistiendo con esto,
quiero que sepas que no te detendré.
Sin embargo, nunca seré capaz de respetarte tanto como ahora y eso me haría muy
triste por muchísimo tiempo». Exponiendo su virginidad, me presentó el examen supremo.
¿Cómo respondería? ¿A quién amaba más, a ella o a mí? Mi cabeza me daba vueltas. Mi
deseo y mi pasión latían con fuerza mientras contemplaba ese dulce rostro resplandeciendo
sutilmente. Guardamos silencio por un largo tiempo. Al final sonreí. Me acerqué a ella y me
quedé dormido, pasando su prueba de manera maravillosa. Poco sabía que esa era la última
prueba que pasaría por muchos años.
Cuando dejé a Melissa atrás y regresé a la Universidad de una profunda soledad se
apoderó de mí. Lejos de mi hogar y con poco apoyo cristiano, deambulaba sin dirección a
través de mis días, lamentándome de mi suerte. Entonces un día durante un juego de fútbol
en la universidad, mis ojos captaron una árbitra. Parecía una versión ya crecida de mi novia
de la niñez, Melody Knight, que se había mudado a Canadá cuando estábamos en el tercer
grado.
¡Yo estaba enamorado! Como no había nada que nos detuviera, no pasó mucho
tiempo antes de estar en la cama haciendo el amor. Yo lo justificaba porque tenía relaciones
sexuales con la mujer con la que yo sabía que me iba a casar. Parecía un paso muy pequeño
alejado de mis valores. Es triste, pero la llama de nuestra relación se apagó con tanta
rapidez como comenzó, pero aún más triste: Ese pequeño paso dio lugar a muchos otros
pasos cuesta abajo.
La siguiente vez que hice el amor fue con una mujer con la que pensaba que me iba a
casar. La próxima vez fue con una buena amiga que pensé que podría amar y quizás
casarme con ella. Entonces vino la chica universitaria que apenas conocía y que
sencillamente quería probar las relaciones sexuales antes de salir de la universidad.
En un período de apenas doce meses, pasé de ser capaz de decir que no en un
campamento apartado en una noche a la luz de la luna, a decir que sí en cualquier cama y
cualquier noche. Precisamente un año después de salir de la universidad en California, me
encontré teniendo cuatro novias «formales» a la vez. Me acostaba con tres de ellas y en
verdad estaba comprometido para casarme con dos de ellas. Ninguna conocía a las otras.

¿Por qué te digo todo esto?

En primer lugar, para que sepas que comprendo la ardiente atracción de la relación
sexual antes del matrimonio. Sé por lo que estás pasando. En segundo lugar, si ya te estás
acostando con alguien y no sabes que no debes hacerlo, te traigo esperanza. Como pronto
verás, Dios cambió todo mi punto de vista sobre la relación sexual antes del matrimonio.

Você também pode gostar