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Antiguamente se creía que era posible llegar a conocer la verdad de las cosas
mediante procesos de razonamiento lógico. Se llama deducción a un proceso
exclusivamente mental que partiendo de unas premisas o informaciones
iniciales conduce a unas conclusiones. Durante muchos siglos los filósofos
intentaron encontrar reglas formales que garantizasen que un proceso
deductivo conducía a la verdad. Actualmente los filósofos del conocimiento
niegan que sea posible que la verdad de una afirmación quede garantizada por
la forma en la que ha sido deducida.
Los modelos son muy utilizados por la ciencia económica. Están basados
en unos supuestos que simplifican la realidad y formados generalmente por
ecuaciones matemáticas que relacionan distintas variables. Se
llaman variables exógenas aquellas cuyos valores deben ser tomados de la
realidad y variables endógenas aquellas cuyo valor es deducido al operar con
las ecuaciones del modelo.
Los prejuicios, las ideas previas existentes en la mente del investigador que
estudia la sociedad humana, influyen inevitablemente en cada una de las
etapas del proceso. Ya en el momento de elegir el tema que se va a estudiar
influirá el contexto social y la ideología del individuo. La realidad está formada
de innumerables hechos y no hay un criterio "aséptico" sobre qué hechos hay
que seleccionar. El proceso de medición, de valoración de los datos también
recibe una fuerte influencia de los juicios de valor preexistentes. Todo el círculo
está por tanto viciado desde el principio. Y no se puede esperar que la
contrastación redima ese pecado original ya que, al requerir de nuevo recogida
y valoración de datos, consiste en demasiadas ocasiones en la búsqueda de
justificaciones. Así se puede entender la pervivencia durante decenios de
escuelas de pensamiento enfrentadas que proponen soluciones opuestas a los
mismos problemas.
Pero eso no quiere decir que todas las propuestas y teorías económicas
deban ser tratadas con el mismo rasero. El economista o científico social
honesto partirá de un reconocimiento de sus propias ideas y limitaciones.
Después, si se esfuerza en disminuir en lo posible la influencia de su ideología
sobre su trabajo, podrá alcanzar resultados válidos, es decir, utilizables por
otros. Quizá la mejor medida de la calidad de un trabajo científico es el número
y la diversidad ideológica de los sucesores que utilizan sus resultados.
Pero actualmente se aceptan dos reservas ante esa actitud. Por una parte,
que tras cualquier formulación de tipo positivo se encuentra inevitablemente
una proposición normativa, que, como hemos visto arriba, la pura descripción
de la realidad estará manchada desde el principio por el color del cristal con
que se mire. Por otra parte hay que aceptar que el objetivo del conocimiento de
la sociedad es operar sobre ella. No se trata sólo de conocer la realidad sino de
transformarla. La mayor limpieza en la actividad del economista estará, no en el
infructuoso intento de evitar la influencia ideológica, sino en reconocerla y
proclamarla.