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posee una balaustrada con decoración delimitada por pirámides de alfarda.

Templo católico ubicado en el Centro Histórico de la ciudad de Quito DM. Es la sede de la Arquidiócesis
Primada de Quito y ocupa todo el flanco sur de la llamada Plaza de la Independencia de la ciudad, la que
se ha convertido en su vista más famosa a pesar de no ser su ingreso principal. En 1995 fue elevada
a Catedral Primada de Ecuador, lo que la convierte en el templo católico de mayor jerarquía en el país.

Su construcción es de piedra, y se usó el sistema de minga para el acarreo, labrado y albañilería. Su


emplazamiento lateral contribuyó a jerarquizar la Plaza Mayor, pese a que su entrada principal no se
encuentra frente a ella ya que en el momento de la construcción existía la profunda quebrada de Sanguña,
que no permitía que el templo se extendiera hacia atrás. El arquitecto encargado de las dos primeras etapas
constructivas fue el español Antonio García.

La Catedral es de planta longitudinal y consta de tres naves, cuyas cubiertas se sostienen a través de arcos
apuntados semiojivales sobre pilares de sección cuadrada, una estructura espacial básica del siglo XVI. Su
nave lateral derecha se abre en varias capillas a lo largo del muro, al igual que hacia una gran puerta de
madera labrada, con forma de arco de medio punto, que nos lleva a la capilla adjunta de “El Sagrario”.

Terminada la construcción, se procedió a la decoración de los interiores del templo. Los retablos laterales
fueron tallados por los primeros maestros de la escuela quiteña, cubiertos con pan de oro, y en sus nichos
se colocaron las imágenes de santos y mártires, también obra de los primeros escultores de la afamada
escuela de arte. El altar mayor, totalmente de oro, tiene influencias barrocas y mudéjares. La sacristía y el
púlpito fueron los últimos elementos en ser terminados. La Catedral fue oficialmente terminada y
consagrada por el segundo Obispo de Quito, Mons. Fray Pedro de la Peña, en 1572.

Las diferentes capillas, según su orden, son: De las Almas donde se encuentra el
conjunto escultórico El Calvario y La Negación de Pedro, San Pedro Primer Papa de la
Iglesia, La Divina Parentela o Sagrada Familia y al mausoleo dedicado a la Memoria
del Mariscal Antonio José de Sucre. La nave central tiene un artesonado en madera de
cedro con influencia mudéjar. Entre las reconstrucciones y ampliaciones del templo se
observa una pequeña nave transversal detrás de la capilla mayor.

las naves del crucero, así como en la girola que rodea el presbiterio.

El arco exterior, llamado de Carondelet en honor a su patrocinador, el Barón de


Carondelet, Presidente de la Audiencia de Quito entre 1799 y 1807, refuerza la
importante relación del templo con la plaza, lograda a través del pretil longitudinal de
piedra que salva la diferencia de niveles, y que está ornamentado con elementos como
esferas y pirámides en toda su longitud. Las obras del atrio, el pretil y la escalinata
circular fueron concluidas en 1807.

Los retablos laterales fueron tallados por los primeros maestros de la escuela quiteña,
cubiertos con pan de oro, y en sus nichos se colocaron las imágenes de santos y
mártires, también obra de los primeros escultores de la afamada escuela de arte, con
sede en la cercana iglesia de San Francisco. El altar mayor, totalmente de oro, tiene
influencias barrocas y mudéjares. La sacristía y el púlpito fueron los últimos elementos
en ser terminados. La Catedral fue oficialmente terminada y consagrada por el
segundo Obispo de Quito, Mons. Fray Pedro de la Peña, en 1572.
Julio Pazos Barrera lo describe con las siguientes palabras: «el coro bajo es
semicircular y en su parte inferior se han adosado asientos tallados y dorados que los
ocupan los miembros del cabildo diocesano. El púlpito y los retablos de las capillas
son barrocos. Guarda la catedral frescos de Bernardo Rodríguez y Manuel
Samaniego. La gran pintura de la Asunción de la Virgen, ubicada en la parte alta del
coro, es obra de Samaniego, y en un altar del trascoro se exhibe la singular escultura
de la Sábana Santa de Caspicara».

Otro edificio indispensable en una ciudad española era la catedral, una de las primeras
construcciones en levantarse aquí durante el siglo XVI en los mismos comienzos de la
Colonia.
En sus inicios fue de adobe y madera; más tarde se hizo más fuerte y maciza, con un estilo
que se ha señalado como gótico-mudéjar, que se deja ver ya en su fachada. Situada, claro
está, como edificio principal en la Plaza Grande, uno de sus atractivos exteriores para
muchos entendidos está en el pretil que da sobre esta plaza y en la simetría de las piedras
del arco o templete de Carondelet.

Pero la desigual topografía sobre la que se asienta la ciudad ya muestra aquí su injerencia y
determinación.

Los especialistas señalan cómo el atrio corredizo no sólo fue una solución para ese difícil
terreno, sino que ayudó en los planes evangelizadores de los primeros misioneros para
reunir a la feligresía antes de entrar al templo.

Por otro lado, la catedral que hoy conocemos es el resultado de diversas aportaciones a lo
largo del tiempo. Julio Pazos Barrera detalla esta evolución de su trazado:
«Los cimientos y una parte de los muros son construcciones del siglo XVI. El plano general muestra tres
naves separadas por pilares y arcos apuntados.
Hacia el lado sur se abren algunas capillas. El lado norte es una sola pared. La puerta principal no da a la
plaza de la Independencia. Sin embargo un amplio atrio y un domo con una escalinata circular
comunican la puerta lateral del edificio con la plaza. Junto a la puerta principal se levanta un voluminoso
campanario, que culmina en una curiosa ornamentación edificada en el siglo XX».
Es evidente que toda la distribución del edificio está concebida según las irregularidades del
terreno. De hecho, la mayor parte de los materiales vienen de las canteras del cercano
Pichincha.

La gradería en abanico y las puertas completan un conjunto arquitectónico que luego, en su


interior, indica ya la riqueza y belleza de un estilo que quedó inscrito en el arte religioso del
mundo.

Interior de la catedral de Quito

La catedral de Quito fue asignada desde sus comienzos al obispo de la ciudad. Con ello se le
daba aún más importancia a la que de por sí tenía, pues poseía el apelativo más
sobresaliente dentro de los templos de la población. Estas condiciones especiales hicieron
que pronto su interior se viera cubierto por obras maestras de los artesanos, escultores,
pintores e imagineros locales.

Dentro de sus tres naves, la central es más amplia. Sin duda, en su interior se evidencian los
resultados de ese mestizaje que, aunque obligado, había comenzado a cuajar en expresiones
artísticas que engrandecieron la ciudad y le dieron prestigio universal.

El artesonado de madera de cedro de sus techos recuerda la riqueza del conjunto. Los
retablos con sus tallas, las pinturas murales y otros ornamentos de indudable belleza
configuran un entorno rico y sugestivo. Julio Pazos Barrera lo describe con las siguientes
palabras: «el coro bajo es semicircular y en su parte inferior se han adosado asientos
tallados y dorados que los ocupan los miembros del cabildo diocesano. El púlpito y los
retablos de las capillas son barrocos. Guarda la catedral frescos de Bernardo Rodríguez y
Manuel Samaniego. La gran pintura de la Asunción de la Virgen, ubicada en la parte alta del
coro, es obra de Samaniego, y en un altar del trascoro se exhibe la singular escultura de la
Sábana Santa de Caspicara».
A estas piezas, obra de los artistas más connotados del arte quiteño, cabe sumar aquella que
realizó el padre Carlos, La negación de San Pedro. Sin duda, en esta y en las demás
creaciones citadas se pone de manifiesto el alto grado de sofisticación y belleza que había
alcanzado el arte quiteño, resaltando las cualidades de sus grandes maestros y el nivel
artístico insuperable a que habían llegado las artes plásticas en Quito.
Del mismo modo, destaca la riqueza artística de las capillas de la catedral con sus
respectivos altares.

Capillas de la catedral

La propagación de la fe católica, el pago de limosnas y expiaciones a través de regalos


religiosos, las donaciones como reconocimiento de promesas y la devoción profunda —sobre
todo a la Virgen María y a Cristo Crucificado— hicieron aparecer numerosas capillas en todos
los templos quiteños.

Según fuera la devoción que se venerara en una iglesia, había capillas alusivas en las naves
laterales o adosadas al templo principal. En este contexto, conviene destacar a los artistas
que, según sus afectos religiosos, dedicaban parte de su obra y de sus bienes a su santo
preferido. Todo ello, sumado a los encargos que recibían en el mismo sentido, aumentaba la
importancia de las capillas.

La aparición de las cofradías devotas artesanales —de clase o de profesión— y el surgimiento


de los benefactores permitieron que esas capillas se enriquecieran y crecieran en número. De
hecho, sus promotores las costeaban, aun con sumas fijas, a lo largo de muchos años.

Además, se hizo muy común entre las familias principales del lugar, o entre los más
destacados personajes de un oficio, que sus tumbas estuvieran en los templos más
importantes de las ciudades, en las capillas de sus cofradías, o en las iglesias de su devoción,
con reconocimiento de gastos por ello. Es así como la catedral de Quito cuenta con dos
capillas: el Altar de las Almas y la de Santa Ana, dedicada esta última a la madre de la
Virgen.

El prócer más importante de la independencia ecuatoriana, el mariscal Antonio José de


Sucre, está sepultado aquí en una tumba que ocupa uno de los costados centrales de la
catedral.

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