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Cuanta la leyenda de Dido y Eneas, que Mutto, rey de Tiro, tenía dos hijos:
Pigmalión y Elissa (nombre tirio de la reina Dido). Un buen día murió Mutto
y entonces el pueblo reconoció como sucesor al trono a Pigmalión, niño
aún, mientras que Dido se casaba con su tío Sicharbas, sacerdote de
Hércules y el hombre más importante de Fenecia, después del rey.
Más como quiera que al empezar a cavar, con el fin de echar cimientos de
la futura ciudad, encontrasen una calavera de buey, cambiaron de sitio,
considerando el hallazgo de mal augurio.
Y un día, cuando ya Cartago era una gran urbe, gracias a nuevos colonos
llegados de metrópoli fenicia, aparecieron frente a la recién fundada ciudad
unas naves en las que iba Eneas, el héroe troyano, y muchos de sus amigos
que pudieron escapar de la destrucción de Troya.
No todos los troyanos fueron muertos o quedaron cautivos de los griegos. El
héroe Eneas logro huir llevando consigo los penates de la ciudad. Y salió de
ella, mientras el enemigo consumaba el incendio y feroz saqueo, llevando a
cuestas a su anciano padre Anquises y de la mano de su hijo Ascanio.
Sin embargo, Júpiter había resuelto otra cosa. Tenía dicho a los troyanos
que su fin era Italia. Y es que el dios de los dioses deseaba convertirle en el
tronco de la más gloriosa raza del orbe: la de los romanos.
Entonces ordenó preparar una enorme pira hecha de leña resinosa y roble,
deposito en la cima una espada, el ropaje y una imagen de Eneas e hizo que
le prendieran fuego. Y cuentan que sin cesar en sus lamentaciones y
lágrimas, subió las gradas de la inmensa hoguera y se arrojó a las voraces
llamas.